“Estando sentada en aquel banco, en pleno mes de julio, en que La Catedral está llena de turistas que hacen fotografías, hablan, comentan, corren, etc. yo cerré los ojos y dije: "si hay alguien aquí que me pueda ayudar, por favor, que me escuche y me ayude". De repente, se hizo el silencio absoluto, no se oía a nadie, tenía un peso en los ojos que me impedía abrirlos. Cuando "desperté" me di cuenta de dónde estaba sentada, a mi lado tenía un confesionario y seguramente allí encontraría la respuesta”
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