6 de agosto de 2013.- (PortaLuz / Camino Católico) Anochece en Santiago, la capital de Chile, y entre los cientos de trabajadores que se apresuran por regresar a sus casas, veo aproximarse a Claudio Flores. Su saludable contextura física, la alegría y paz que transmite al conversar, su fe en la misericordia de Dios, me muestran a un hombre sano. Tanto que la empresa donde hoy trabaja lo ha elegido y premiado hace un par de semanas como ‘trabajador del mes’, por la eficiencia en su desempeño. Pero Claudio, que acaba de cumplir treinta años, vivió hasta sus 28 atrapado en un infierno.
El punto de quiebre ocurrió en su adolescencia, con 16 años. La rebeldía se potenció, señala, al dejarse arrastrar por los que creía amigos dando la espalda a la familia y a Dios. “Criado por mis abuelos y mis padres, personas creyentes y activos en la iglesia, con fuerte arraigo a la familia, habiendo sido formado en el seminario menor de la Congregación Orionista, participando como guardia de la Virgen de Fátima con los Heraldos del Evangelio, algo en mí se quebró repentinamente. Me ahogaba tanta estructura, las amistades me mostraban un mundo distinto, de supuesta libertad y entonces surgió la rebeldía. Decidí que no quería nada con Dios. Este sería el inicio de mi caída al inframundo donde crees que estás vivo al drogarte, que pruebas los riesgos de la calle, pero en realidad estás muerto y cada día, aunque te hundas, vuelves por más.” Leer más...
martes, 6 de agosto de 2013
Claudio Flores, traficaba con drogas y era adicto: “Portaba un arma, dejé a más de alguien herido. Estuve perdido... Dios me sanó y salvó, nunca me abandonó"
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