«Cuando murió Gabriel, le dije a Dios: “¿Por qué permites estas cosas?". Y un día me arrodillé y le dije: "Dame una explicación para entender esto porque me estás quitando las ganas de seguir en este mundo”. Hasta que un día llegó una mamá pidiéndome ayuda y ahí entendí que todo absolutamente todo tenía un propósito y le entregué a Dios mi dolor. Empecé a ir a la iglesia y a leer la Biblia. Le dije a Dios: "Bueno, no puedes devolverme a mis hijos ni mi virginidad ni la juventud que perdí pero puedes aconsejarme para ayudar a otros". Empecé a perdonar. Primero, a mí misma por haberme despreciado. Y después a todas las personas que me habían hecho daño: a los médicos, enfermeras... También a mi violador. Me costó mucho. Pero con el perdón alcancé la paz»

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