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miércoles, 2 de octubre de 2024

El padre José Maniyangat tuvo un accidente y el médico certificó que estaba muerto, su ángel de la guarda lo llevó al infierno, al purgatorio y al cielo, pero Cristo le mandó volver a la vida para sanar a personas

* «Mientras llevaban mi cuerpo muerto al depósito de cadáveres, mi alma volvió al cuerpo. Sentí un dolor atroz, tenía muchas heridas y huesos rotos.  Empecé a gritar, la gente se asustó, y gritando salió corriendo.  Una de las personas se acercó al médico, y le dijo: ”el cuerpo muerto está gritando".   El doctor vino a examinar mi cuerpo, y comprobó que estaba vivo.  Así que dijo: ‘el padre está vivo, es un milagro, llévenlo de nuevo al hospital’. Después de dos meses, me dejaron salir del hospital, pero el médico traumatólogo dijo que nunca más podría caminar.  Entonces le conteste: ‘el Señor que me devolvió la vida, y me envió de nuevo al mundo, me curará’.   Una vez en mi casa todos rezamos por un milagro.  Sin embargo, después de un mes, cuando me sacaron el yeso, todavía no podía moverme.  Pero un día, mientras rezaba, sentí un dolor espantoso en la pelvis.  Después de un ratito, desapareció todo dolor, y oí una voz:  ‘Estás curado.  Levántate y camina’. Sentí paz, y el poder sanador en mi cuerpo.  Inmediatamente me levanté y caminé.  Alabé, y le di gracias a Dios por el milagro. Comuniqué mi curación al doctor, y quedó asombrado.  Me dijo: ‘Tu Dios es el Dios verdadero.  Debo seguir a tu Dios’. El médico era hindú, y me pidió que le enseñara sobre nuestra Religión.   Después de estudiar la fe, lo bauticé y se hizo Católico»

Camino Católico.- El 14 de abril de 1985 -día de la Divina Misericordia, para mayor gracia- y cuando se levantó por la mañana, para dirigirse al norte de Kerala, el sacerdote José Maniyangat estaba a punto de ser llevado por su ángel de la guarda hasta el infierno, como también al purgatorio y el cielo…, aunque él no lo sabía. Tuvo un accidente, fue declarado muerto y cuando lo llevaban a la morgue volvió a la vida para cumplir la misión de sanación que Jesús le encomendó en el cielo, habiendo vivido una experiencia cercana a la muerte (ECM). 

El médico traumatólogo le dijo al padre Maniyangat que nunca más podría caminar y él le respondió: ”El Señor que me devolvió la vida, y me envió de nuevo al mundo, me curará". La sanación se produjo cuando él escuchó una voz que le decía: “Estás curado. Levántate y camina”. Ante su curación milagrosa, el médico que era hindú pidió formarse para ser católico y el padre José Maniyangat lo bautizó e ingresó en la Iglesia. Cuenta su testimonio de vida en primera persona en su propia web con el siguiente relato:


Nací el 16 de julio de 1949 en el estado de Kerala, India. 

Mis padres eran José y Teresa Maniyangat.  Soy el mayor de los siete hermanos: José, Maria, Teresa, Lissama, Zachariah, Valsa y Tom.

A los catorce años, entré en el seminario menor de Santa Maria, en la ciudad de Thiruvalla, para empezar a estudiar para sacerdote.  Cuatro años más tarde, fui al seminario mayor pontifical de San José en Alwaye, Kerala, para proseguir mi formación sacerdotal.  Después de terminar los siete años de filosofía y teología, fui ordenado sacerdote el 1 de enero de 1975 para servir como misionero en la diócesis de Thiruvalla.

En 1978, mientras enseñaba en el seminario menor de San Tomas en Bathery, me convertí en un miembro activo del movimiento Carismático de Renovación, y empecé a dirigir retiros y conferencias carismáticas en Kerala.

El día de la Divina Misericordia, domingo 14 de abril de 1985, me dirigía al norte de Kerala, a una Iglesia de la misión, para celebrar Misa, y tuve un accidente fatal.  Yo iba en motocicleta, y fui embestido, de frente por un jeep de un hombre intoxicado (¿quizás borracho?), que volvía de un festival hindú.  Me llevaron a un hospital que quedaba a 35 millas.   En el camino, mi alma salio de mi cuerpo, y experimente la muerte.  Inmediatamente me encontré con mi ángel de la guarda.  Veía mi cuerpo, y la gente que me llevaba al hospital.  Los oía llorar, y rezar por mí.  En ese momento el ángel me dijo: ”voy a llevarte al cielo, el Señor quiere verte, y hablar contigo".  También me dijo que en el camino, me mostraría el infierno y el purgatorio.

Primero, el ángel me llevó al infierno.  Espantosa visión.   Vi a satanás, los demonios, un fuego infernal -de cerca de 2.000 grados Fahrenheit-, gusanos que se arrastraban, gente que gritaba y peleaba, otros eran torturados por demonios.  El ángel me dijo que todos estos sufrimientos se debían a pecados mortales cometidos, sin arrepentimiento.  Entonces, comprendí que había siete grados de sufrimiento, según el número y la clase de pecados mortales cometidos en la vida terrenal.  Las almas se veían feísimas, crueles y horribles.  Fue una experiencia espantosa.  Vi a gente que conocía, pero no puedo revelar la identidad.   Los pecados por los que fueron condenados, principalmente fueron por el aborto, la homosexualidad, la eutanasia, el odio, el rencor y el sacrilegio.  El ángel me dijo que si se hubieran arrepentido habrían evitado el infierno, y hubieran ido al purgatorio.  También entendí que algunas personas que se arrepienten de estos pecados, pueden ser purificados en la tierra a través del sufrimiento.  De esta manera pueden evitar el purgatorio, e ir derecho al cielo.

Después de la visita al infierno, mi ángel de la guarda me escolto al Purgatorio.  Allí también, había siete grados de sufrimiento, y el fuego que no se extingue.  Pero es mucho menos intenso que en el infierno, y no hay peleas ni luchas.  El principal sufrimiento de estas almas es su separación de Dios. Algunos de los que están en el Purgatorio cometieron pecados mortales; pero antes de morir, se reconciliaron con Dios. Aun cuando estas almas sufren, gozan de paz, y saben que un día podrán ver cara a cara a Dios.

Tuve una oportunidad de comunicarme con las almas del purgatorio.  Me pidieron que rezara por ellas,  y que también digiera a la gente que rezara, para que ellas pudieran pronto ir al cielo.   Cuando rezamos por estas almas, recibimos su agradecimiento por medio de sus oraciones,  y una vez que las almas entran al cielo sus oraciones llegan a ser todavía más meritorias.

Es difícil para mí, poder describir la belleza de mi ángel de la guarda.  Resplandece, y reluce.  Él es mi constante compañero, y me ayuda en todos mis ministerios, especialmente el ministerio de sanación. Experimento su presencia en todas partes a donde voy, y agradezco su protección en mi vida diaria.

Después, mi ángel me escoltó al cielo, pasando a través de un gran túnel, deslumbrantemente blanco.  Nunca en mi vida experimenté tanta paz y alegría.   Inmediatamente el cielo se abrió, y percibí la música más deliciosa, que nunca antes hubiera oído.  Los ángeles cantaban y alababan a Dios.  Vi a todos los santos, especialmente a la Santa Madre, a san José, y a muchos piadosos santos obispos y sacerdotes que brillaban como estrellas.  Y cuando aparecí ante el Señor, Jesús me dijo: "quiero que vuelvas al mundo.  En tu segunda vida serás un instrumento de paz y sanación para mi gente.  Caminarás en tierra extranjera, y hablarás una lengua extranjera.  Con Mi gracia, todo es posible para ti".  Después de estas palabras, la Santa Madre me dijo: ”haz lo que Él te diga.  Te ayudaré en tu ministerio”.

No hay palabras para poder expresar la belleza del cielo.  Encontramos tanta paz y felicidad, que excede millones de veces nuestra imaginación.  Nuestro Señor es mucho más indescriptible de lo que cualquier imagen puede transmitir.   Su cara es radiante y luminosa,  más esplendida que el amanecer de mil soles.  Las imágenes que vemos en el mundo son solo una sombra de su magnificencia.  La Santa Madre estaba al lado de Jesús; es tan linda y radiante.  Ninguna de las imágenes que vemos en este mundo pueden llegar a compararse con su real belleza.  El cielo es nuestro verdadero hogar, todos hemos sido creados para alcanzar el cielo, y gozar de Dios para siempre.  Entonces, volví con mi ángel al mundo.

Mientras mi cuerpo estaba en el hospital, el médico terminó todos los exámenes necesarios, y dictaminó que estaba muerto.  La causa de la muerte fue una hemorragia. Lo notificaron a mi familia, y como estaban muy lejos, el personal del hospital decidió llevar mi cuerpo muerto a la morgue.  Como el hospital no tenía aire acondicionado, sabían que el cuerpo se iba a descomponer rápidamente.  Mientras llevaban mi cuerpo muerto al depósito de cadáveres, mi alma volvió al cuerpo. Sentí un dolor atroz, tenía muchas heridas y huesos rotos.  Empecé a gritar, la gente se asustó, y gritando salió corriendo.  Una de las personas se acercó al médico, y le dijo: ”el cuerpo muerto está gritando".   El doctor vino a examinar mi cuerpo, y comprobó que estaba vivo.  Así que dijo: ”el padre está vivo, es un milagro, llévenlo de nuevo al hospital".

Ahora, de vuelta en el hospital, me hicieron una transfusión de sangre, y me llevaron a cirugía para reparar los huesos quebrados.  Trabajaron en mi mandíbula, costillas, pelvis, muñecas, y pierna derecha.  Después de dos meses, me dejaron salir del hospital, pero el médico traumatólogo dijo que nunca más podría caminar.   Entonces le contesté: ”el Señor que me devolvió la vida, y me envió de nuevo al mundo, me curará". Una vez en mi casa todos rezamos por un milagro. Sin embargo, después de un mes, cuando me sacaron el yeso, todavía no podía moverme. Pero un día, mientras rezaba, sentí un dolor espantoso en la pelvis.  Después de un ratito, desapareció todo dolor, y oí una voz:  "Estás curado.  Levántate y camina”.    Sentí paz, y el poder sanador en mi cuerpo.  Inmediatamente me levanté y caminé.  Alabé, y le di gracias a Dios por el milagro.

Comuniqué mi curación al doctor, y quedó asombrado.   Me dijo: "Tu Dios es el Dios verdadero.  Debo seguir a tu Dios”.  El médico era hindú, y me pidió que le enseñara sobre nuestra Religión.   Después de estudiar la fe, lo bauticé y se hizo Católico.

El 10 de noviembre de 1986, siguiendo el mensaje de mi ángel de la guarda, llegué a los Estados Unidos como sacerdote misionero.  Primero, desde 1987 a 1989, trabajé en la diócesis de Boise, Idaho, y después, desde 1989 a 1992, como director del Ministerio de los Presos, en la diócesis de Orlando, Florida.

En 1992,  fui a la diócesis de san  Agustín, en donde, por dos años, me   asignaron a la parroquia de san Mateo en Jacksonville.    Más tarde, desde 1994 a 1999, me nombraron vicario parroquial de la Iglesia de la Asunción.   En 1997 quedé incardinado, como miembro permanente de la diócesis.    Desde junio de 1999, he sido pastor de Santa María Madre de la Misericordia, Iglesia católica en Macclenny, Florida.  También soy capellán católico de la prisión del estado de Florida, en Starke, Union Correctional Institution, en Raiford, y del hospital Northeast Florida State, del estado de Florida en Macclenny.  También soy  director espiritual diocesano de la legión de Maria.

El primer sábado de cada mes, en mi parroquia, Santa Maria Madre de la Misericordia, dirijo un ministerio Eucarístico y sanador carismático.  La gente viene de toda la diócesis, de muchas partes de Florida, hasta de fuera del estado. Me han invitado a dirigir el ministerio sanador en otras ciudades importantes de los Estados Unidos: New York, Philadelphia, Washington, San José, Dallas, Chicago, Birmingham, Denver, Boise, Idaho Falls,  Miami, Ft. Lauderdale, Poolsville; y en muchos otros países: Irlanda, España, República Checa, La India, Francia, Portugal, Yugoslavia, Italia, Canadá, México, Islas Cayman, Islas Hawaianas.

Por medio de este ministerio Eucarístico-sanador, he visto a mucha gente curarse física, espiritual, mental y emocionalmente.  Gente con diferentes enfermedades: cáncer, sida, artritis, problemas del corazón, de la vista, enfisema, asma, dolores de espalda, sordera, y muchos otros han quedado totalmente curados.  Además, varias veces durante el año conduzco un especial servicio curativo para sanar el árbol genealógico de la familia. En muchos casos necesitamos sanación generacional.  

Durante el ministerio de sanación, mucha gente, ante el Santísimo Sacramento, descansa en el Espíritu, y algunos experimentan una renovación en el alma, y la curación del cuerpo.

P. José Maniyangat

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