«Y en ese momento, escucho a mi madre que sube corriendo las escaleras, lo cual es muy inhabitual porque tiene mucho miedo de caerse, e irrumpe en mi habitación diciendo: ‘Guilhem, hay una escuela que está hecha para ti. No sé cómo lo he sentido, pero creo que hay algo que te está esperando en Lyon. ¡Vas a ir!’ ¡Y así es como llegué a Lyon!. Mi relación con Dios en ese momento era pequeña, pero empecé a interesarme de nuevo en ella, a llevar mi pequeña cruz, al principio con pasos tímidos. Esta escuela me ha ayudado a reconstruir una relación con Dios, aunque Dios siempre había estado ahí. Era yo quien tenía que rehacer el camino hacia Dios. Tras este redescubrimiento de Dios, soy un hombre mucho más estable que antes, más feliz y más capaz de hacer cosas»