Esta religiosa ha acompañado en total a 18 personas que fueron ejecutadas. Y no todas eran católicas. Se opone a la pena capital porque, dice, la vida es preciosa. También dice que ve algo hermoso en su ministerio: entra en las celdas o en los pasillos y ve brillar la esperanza en los ojos de los condenados. “No es algo que venga de mí. Viene de Dios… Esto es una llamada, una vocación, no es un trabajo, es una relación personal con el preso. Lo más hermoso es cuando te dicen: ‘sí, hice mal, pero hoy tengo esperanza’”
