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domingo, 10 de julio de 2011

Un Dios de palabra / Por Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

XV Domingo del tiempo ordinario

Isaías 55, 10-11; Romanos 8, 18-23; Mateo 13, 1-23

10 de julio de 2011.- Las lecturas de este domingo hablan de la Palabra de Dios con dos imágenes entrelazadas: la de la lluvia y la de la semilla. Isaías, en la primera, lectura compara la Palabra de Dios con la lluvia que baja del cielo y no vuelve sin haber regado y hecho germinar las semillas; Jesús en el Evangelio habla de la Palabra de Dios como de una semilla que cae en terrenos distintos y que produce fruto. La Palabra de Dios es semilla porque genera la vida y es lluvia que alimenta la vida, que permite a la semilla germinar.

Interioriza el Evangelio del domingo en vídeo

martes, 30 de junio de 2009

Testimonio para prácticar: Hablar bien, ¡hasta de los amigos!
30 de junio de 2009.-Un grupo de formación nos reuníamos semanalmente. En cierta ocasión despotricamos excesivamente sobre uno de nuestros compañeros ausentes, lo cual nos dejó un sabor amargo. Me tocó señalar el tema de estudio para la semana siguiente y sugerí: a) No hablar mal de nadie, y b) Hablar bien, venga o no a cuento, de todos los que tratemos, incluidos los amigos.

(Alejo Fernández Pérez / Yo Influyo) En principio nos pareció fácil, pero al final resultó mucho más difícil de lo que parecía. No hablar mal de alguien se puede aguantar, pero hablar bien, incluso de los amigos, era mucho más de lo que se podía soportar. ¿Qué pasaba? Pues pasaba que al hablar bien de Juan, Juan subía en la escala social, mientras nosotros quedábamos más abajito. Y esto afecta la fibra más íntima de nuestro "yo", de nuestra importancia.

Todos queremos ser los más guapos, ricos, inteligentes, graciosos y los que metemos más goles del grupo, pero eso es casi imposible, así que era mucho más cómodo rebajar al que sobresale, poniendo encima de las mesa todos sus defectos, vicios y manías, sean verdad o no, y, por supuesto, callándonos sus virtudes. ¡Hasta ahí podíamos llegar! Que Juan fuese más listo que los demás... ¡jamás!

Como siempre, la luz proviene de esos libritos que se llaman Evangelios. ¿Qué autoridad hay semejante a Cristo que nos enseñe cómo hemos de vivir? Él dijo: "No juzguéis y no seréis juzgados, porque como juzguéis os juzgarán, y con la medida que midiereis se os medirá. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano y no ves la viga en el tuyo?" (Mt 7 1-5).
Además recalcó: "Este es mi precepto, que os améis los unos a los otros como yo os he amado". Aquí está la clave y el fundamento de todo el cristianismo: el amor.

La parte negativa del amor es no hacer daño, pero lo que importa es hacer el bien, hablar bien. Sólo amando y siendo amados podemos alcanzar un poco de felicidad en este mundo. El ser humano exige mucho más que la felicidad del animal sano, bien alimentado y cuidado.

Necesitamos ser amados, estimados, respetados, valorados y de alguna forma, admirados. El hombre o la mujer nunca son más felices que cuando son reconocidos y "alabados" por sus trabajos o cualidades personales. Basta ver la satisfacción de ese buen futbolista que mete un difícil gol y salta de alegría, se revuelca, brinca y es alabado con estruendosos aplausos.

La más pequeña de las acciones o regalos hechos con amor suelen agradecerse como el mejor de los tesoros. El mismo Jesús lo reconoció así en la pobre mujer que, dando el poco dinero que tenía para comer, lo ofreció todo por amor. ¡Con razón la oración preferida y deseada por Yahvé es la oración de alabanza, la de los santos y las monjas encerradas!

Igualmente, los Mandamientos de la ley de Dios carecen de valor y de sentido sin el primero: Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

En conclusión, no perdamos ninguna ocasión para alabar sincera y honestamente a toda persona en sus actividades. Pero ¡ojo!, díselo de corazón, de verdad, con normalidad, con una sonrisa, y comprobarás cómo te lo agradecerán. Además, nunca mentirás, pues todo lo que hace el Señor es hermoso.

Sin embargo, existe un requerimiento: hay que entrenarse. No hace falta mentir ni disimular, pues todos tienen algo bueno. Cuando no podamos decir nada bueno, ¡callémonos! Mientras tanto, podemos empezar con algo como: "María qué guapa estás hoy, ¿quién te ha peinado?". O "¡qué vestido tan bonito llevas!".

"Paco, ¡enhorabuena! me han dicho que has aprobado ‘casi’ todo". Al mal alumno hay que alabarle lo poco bueno que haga, en vez de criticarle duramente lo malo. Sorprendido, se esmerará un poco más.

Todo hay que decirlo con cara alegre y sonriente. ¡Ojo!, si se nos ocurriese utilizar la "coba" nos pasaríamos de listos, lo notarían rápidamente y caeríamos en un repugnante fariseísmo.

Los principios de la física también valen para la vida: "Toda acción tiene una reacción igual y contraria". Por tanto, sonríe y te sonreirán, critica y te criticarán, ayuda y te ayudarán, odia y serás odiado, ama y serás amado. Al sembrar amor y palabras amables, el ambiente cambia rápidamente a nuestro alrededor, y a cada sonrisa se nos responderá con otra parecida.

Prueben durante una semanita y comprobarán los excelentes resultados que se obtienen por un precio tan pequeño, sin necesidad de ser ricos, guapos ni una lumbrera.

lunes, 4 de agosto de 2008

Las palabras vanas destruyen la comunión y la comunidad / Autores: Conchi y Arturo

"Pero les aseguro que en el día del Juicio, los hombres rendirán cuenta de toda palabra vana que hayan pronunciado. Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado", afirma Jesús en Mateo, 12, 35-36.

El Diccionario de la Lengua Española nos puede ayudar a entender esta sería advertencia de Cristo. Analicemos los distintos significados que se le atribuyen:

1.-Falto de realidad, sustancia o entidad.

Muchas veces hemos hablado sin conocimiento de los hechos y vicisitudes de la vida de una persona. Lo hacemos de forma irreal, sin preocupación por sus consecuencias y calumniandola. Incluso nos atrevemos a explicar los sentimientos y los errores de esa persona sin tan siquiera haber hablado con ella.

A veces nos ocurre porque alguien de nuestra confianza nos ha contado algo que ha oído. En otras ocasiones nos sentimos contrariados porque tenemos miedo que esa persona pueda eclipsar nuestra presencia en el grupo social, familiar o eclesial al que pertenecemos. Esto que nos sucede en la vida cotidiana se amplifica mucho más en la vida espiritual y de la iglesia, en los movimientos, comunidades parroquiales y religiosas.

Cristo vino a darnos Palabras de Vida para hacer crecer su Reino en nosotros. Cada vez que pronunciamos palabras vanas, estamos sirviendo al espíritu del mundo, dañamos a los demás y sobre todo a nosotros. Al final de nuestros días seremos juzgados por el Amor real de Dios que ha servido a los demás a través de las acciones que hacemos. Las Palabras de Vida de Jesús eran no sólo pronunciadas sino puestas en práctica. Como cumplían la voluntad de Dios Padre, hacían crecer el Reino.

Las palabras vanas nos condenarán porque son contrarias al Amor. Una palabra hiriente puede dejar a una persona destruida como muerto viviente para el resto de su vida. Esto sucede en todas nuestras relaciones, pero eso es lo grave. Toda relación de trabajo, familiar, con conocidos y desconocidos, debería estar presidida por Palabras de Vida del Evangelio. Nuestras Palabras deben señalar a Dios como el único capaz de generar vida a través de nuestro pobre léxico.

En las comunidades eclesiales de cualquier tipo, las palabras a veces son de exquisitez lingüística probada, pero están envenenadas por la intención del corazón y no son puestas en práctica por aquellos que las pronuncian. Eso complica mucho el crecimiento del Reino, la Evangelización, la vida en comunidad y el crecimiento comunitario. En el libro de la Sabiduría 1, 3-11, leemos:

Los pensamientos tortuosos apartan de Dios,
y el Poder puesto a prueba, confunde a los insensatos.

La Sabiduría no entra en un alma que hace el mal
ni habita en un cuerpo sometido al pecado.

Porque el Santo Espíritu, el educador, huye de la falsedad,
se aparta de los razonamientos insensatos,
y se siente rechazado cuando sobreviene la injusticia.

La Sabiduría es un espíritu amigo de los hombres,
pero no dejará sin castigo las palabras del blasfemo,
porque Dios es el testigo de sus sentimientos,
el observador veraz de su corazón,
y escucha todo lo que dice su lengua.

Porque el espíritu del Señor llena la tierra,
y él, que mantiene unidas todas las cosas, sabe todo lo que se dice.

Por eso no podrá ocultarse el que habla perversamente,
la justicia acusadora no pasará de largo junto a él.

Los designios del impío serán examinados:
el eco de sus palabras llegará hasta el Señor,
como prueba acusadora de sus iniquidades.

Un oído celoso lo escucha todo,
no se le escapa ni el más leve murmullo.

Cuídense, entonces, de las murmuraciones inútiles
y preserven su lengua de la maledicencia;
porque la palabra más secreta no se pronuncia en vano,
y una boca mentirosa da muerte al alma.


Fijemonos en el resto de deficiones del diccionario de "Vana":

2.- Hueco, vacío y falto de solidez.

Es lo mismo que hablar por hablar pero con la intención de dañar. "Que vuestra conversación sea siempre amena, sazonada con sal, sabiendo responder a cada cual como conviene". Colosenses 4, 6.

3.- Dicho de un fruto de cáscara: Cuya semilla o sustancia interior está seca o podrida.

Cristo nos dio el discernimiento único, para distinguir a quienes hacen la voluntad de Dios y le siguen, con la afirmación: "Por sus frutos los conoceréis".Una fruta con la sustancia interior podrida es igual a cuando Jesús dijo "sois como sepulcros blanqueados".

4.- Arrogante, presuntuoso, envanecido.

En la 1ª carta de Pedro 3, 10-16, se nos instruye para cumplir con nuestro testimonio de Amor en el nombre del Padre, de Cristo Resucitado y por el don del Espíritu Santo y abandonar la arrogancia:

"Pues quien quiera amar la vida y ver días felices, guarde su lengua del mal, y sus labios de palabras engañosas, apártese del mal y haga el bien, busque la paz y corra tras ella. Pues los ojos del Señor miran a los justos y sus oídos escuchan su oración, pero el rostro del Señor contra los que obran el mal. Y ¿quién os hará mal si os afanáis por el bien? Mas, aunque sufrierais a causa de la justicia, dichosos de vosotros. = No les tengáis ningún miedo ni os turbéis. Al contrario, dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza. Pero hacedlo con dulzura y respeto. Mantened una buena conciencia, para que aquello mismo que os echen en cara, sirva de confusión a quienes critiquen vuestra buena conducta en Cristo. Pues más vale padecer por obrar el bien, si esa es la voluntad de Dios, que por obrar el mal".

5.-Insubsistente, poco durable o estable.

Sólo la Gracia de Dios puede cimentarnos en sus Palabras de Vida. darnos el don del silencio, la escucha y la estabilidad perdurable para servir a los demás. La 2ª Carta a las Tesalonicenses 2, 16-17, nos ilustra: "Que el mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y que nos ha dado gratuitamente una consolación eterna y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y los afiance en toda obra y palabra buena".

Hemos querido subrayar algunas de los versículos de la Biblia referidos a la lengua para que tomemos conciencia que muchas veces nuestras comunidades no crecen, se ven paralizadas o disminuyen por las intenciones del corazón de las cuales habla la boca. El capitulo 3 de la carta de Santiago es luz para nuestro camino:

"No os hagáis maestros muchos de vosotros, hermanos míos, sabiendo que nosotros tendremos un juicio más severo, pues todos caemos muchas veces. Si alguno no cae hablando, es un hombre perfecto, capaz de poner freno a todo su cuerpo. Si ponemos a los caballos frenos en la boca para que nos obedezcan, dirigimos así todo su cuerpo.

Mirad también las naves: aunque sean grandes y vientos impetuosos las empujen, son dirigidas por un pequeño timón adonde la voluntad del piloto quiere. Así también la lengua es un miembro pequeño y puede gloriarse de grandes cosas. Mirad qué pequeño fuego abrasa un bosque tan grande. Y la lengua es fuego, es un mundo de iniquidad; la lengua, que es uno de nuestros miembros, contamina todo el cuerpo y, encendida por la gehenna, prende fuego a la rueda de la vida desde sus comienzos. Toda clase de fieras, aves, reptiles y animales marinos pueden ser domados y de hecho han sido domados por el hombre; en cambio ningún hombre ha podido domar la lengua; es un mal turbulento; está llena de veneno mortífero. Con ella bendecimos al Señor y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, hechos a imagen de Dios; de una misma boca proceden la bendición y la maldición. Esto, hermanos míos, no debe ser así.

¿Acaso la fuente mana por el mismo caño agua dulce y amarga? ¿Acaso, hermanos míos, puede la higuera producir aceitunas y la vid higos? Tampoco el agua salada puede producir agua dulce. ¿Hay entre vosotros quien tenga sabiduría o experiencia? Que muestre por su buena conducta las obras hechas con la dulzura de la sabiduría. Pero si tenéis en vuestro corazón amarga envidia y espíritu de contienda, no os jactéis ni mintáis contra la verdad. Tal sabiduría no desciende de lo alto, sino que es terrena, natural, demoníaca. Pues donde existen envidias y espíritu de contienda, allí hay desconcierto y toda clase de maldad. En cambio la sabiduría que viene de lo alto es, en primer lugar, pura, además pacífica, complaciente, dócil, llena de compasión y buenos frutos, imparcial, sin hipocresía. Frutos de justicia se siembran en la paz para los que procuran la paz".


Desearíamos que este modesto articulo pueda servir como base de oración diaria. La Palabra de dios es Viva y Eficaz, penetra hasta el fondo de nuestro corazón. Por eso hemos querido usarla con fluidez en un tema tan delicado y a la vez tan peligroso para cualquier convivencia comunitaria que desee dar frutos que permanezcan.

Escuchar palabras vanas también nos destruye

Muchas veces intentamos adaptar las Palabras de las Escrituras y la revelación de Dios a nuestros intereses. La Biblia no se contradice y es revelada en plenitud con la venida de Cristo. En Mateo 7, 24-27, se lee que el Señor enseñó a quienes escuchaban:
"Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena. Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande".


También, en Mateo 15, 7-9 las palabras de Jesús nos quieren convertir el corazón: "¡Hipócritas! Bien profetizó de ustedes Isaías, cuando dijo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto: las doctrinas que enseñan no son sino preceptos humanos".

Todo se resume en la respuesta de Jesús en Lucas 8, 20-21: "Le anunciaron: "Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte." Pero él les respondió: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen." Esta claro que la Voluntad de dios no es que escuchemos palabras vanas de otras personas, sino que nuestras conversaciones sean a imagen de semejanza de aquellas que el sostuvo con cuantos se le cruzarón en su camino. Si tú te has encontrado con Él y vives en continua conversión conoces la voluntad del Padre Celestial porque te la revela en el silencio y en su acompañamiento.

Abandono de la fe por criticas, calumnias y humillaciones

Pondremos ahora unos ejemplos del resultado de palabras vanas piadosas. Conocemos un hombre comprometido con la Iglesia que en el año 1990 tenía una lista de 1500 personas que estando en distintos grupos parroquiales y trabajos pastorales habían abandonado la vida comunitaria y de comunión eclesial heridos por personas que de forma consciente o inconsciente, por carácter o por perversión, los habían humillado, calumniado y criticado reiteradamente. Este hombre que tenía la lista de sus conocidos que habían dejado su vida comunitaria de fe se preguntaba con sabiduría: ¿Si yo un pobre laico tengo esta lista de 1500 que han abandonado su práctica de crecimiento en la fe, cuántos son los que huyen de la Iglesia Católica cada año?

Estando en gracia de Dios y cuando eramos novios, al comentarle a nuestro párroco que nos cambiabamos de domicilio porque nos casábamos nos hizo la siguiente confidencia:
"hace más de un año varías personas han venido a pedirme que os niegue la comunión porque estáis en permanente pecado. Yo sé que sois personas de oración y que trabajais para el Reino. Contesté a esas personas que yo no tenía ninguna prueba de ningún pecado grave y que consideraba eso una calumnia". Los comentarios habían provenido de personas que nos besaban y abrazaban cuando nos encontraban y se atribuían incluso nuestro crecimiento en la fe. realmente eran puras calumnias con el único objetivo de destruir. Si nosotros no quedamos heridos y dimos pasos atrás en la fe fue porque realmente estábamos anclados en la única Roca que Salva, Dios. A Él hemos de dar gracias pero comprendemos a cuantos se han sentido humillados.

Los sacerdotes lo pasan mal. Muchas veces, lo hemos visto en multitud de parroquias , congregaciones y movimientos. Hay rivalidad entre laicos y sacerdotes. Entre religiosas y sacerdotes. Entre religiosas y laicos. Y entre los mismos laicos hemos visto muchos que se creen propietarios del servicio o área pastoral que ocupan. Esas personas acostumbran a argumentar que sólo ellas están preparadas para hacer lo que hacen y que los demás no tienen formación. Es una excusa para mandar más que nadie e imponer cargas pesadas a los hermanos.

Jesús escogió a los doce discípulos y los enseño. Luego, envió a 72 y así sucesivamente. Por tanto debemos enseñar a los hermanos a hacer aquello que hemos aprendido gracias al mismo Dios para servirle. El Altísimo quiere multiplicar el Reino capacitandonos a todos para servir. Dejemos que nuestros sacerdotes y párrocos ocupen su lugar y sean nuestros guias. No les impongamos cargas pesadas hablando palabras vanas que les hieran y les humillen. Gracias a ellos el Señor se nos hace presente en la Reconciliación, en la Eucaristía y en los sacramentos. Si los vemos desorientados hablemos a Dios de ellos pero no a ellos de sus errores.

El arte de callar

Nos han enivado un texto de autor anónimo que es fuente de sabiduria y que compartimos:

Callar sobre la propia persona, es humildad.

Callar sobre los defectos de otros, es caridad. Callar cuando uno está sufriendo, es heroísmo. Callar ante el sufrimiento ajeno, es cobardía.
Callar cuando podemos consolar, es comodidad.
Callar ante la injusticia, es flaqueza.
Callar cuando otro habla, es delicadeza.
Callar cuando otro espera una palabra, es omisión.
Callar y no hablar palabras inútiles, es penitencia.
Callar cuando no hay necesidad de hablar, es prudencia.
Callar cuando Dios nos habla al corazón, es silencio creador.
Callar ante el misterio, es sabiduría.
Callar cuando queremos ser los primeros en dar una noticia, es templanza.
Callar ante los vicios ajenos, es complicidad.
Callar ante la oscuridad de la noche, es guardar el secreto del Rey.
Callar cuando buscamos a Dios y no lo encontramos, es fortaleza,
porque sabemos que Él jamás nos abandona.

Oremos con el Salmo 119, 161-176, y pidamos al señor que nuestra lengua sea para testimoniar su Amor:

Los poderosos me persiguen sin motivo,
pero yo temo únicamente tu palabra.

Yo me alegro en tu promesa,
como quien logra un gran botín.

Odio y aborrezco la mentira;
en cambio, amo tu ley.

Te bendigo muchas veces al día,
porque tus juicios son justos.

Los que aman tu ley gozan de una gran paz,
nada los hace tropezar.

Yo espero tu salvación, Señor,
y cumplo tus mandamientos.

Mi alma observa tus prescripciones,
y las ama intensamente.

Yo observo tus mandamientos y tus prescripciones,
porque tú conoces todos mis caminos.

Que mi clamor se acerque a ti, Señor:
instrúyeme conforme a tu palabra.

Que mi plegaria llegue a tu presencia:
líbrame, conforme a tu promesa.

Que mis labios expresen tu alabanza,
porque me has enseñado tus preceptos.

Que mi lengua se haga eco de tu promesa,
porque todos tus mandamientos son justos.

Que tu mano venga en mi ayuda,
porque yo elegí tus preceptos.

Yo ansío tu salvación, Señor,
y tu ley es toda mi alegría.

Que yo viva y pueda alabarte,
y que tu justicia venga en mi ayuda.

Ando errante como una oveja perdida:
ven a buscar a tu servidor.
Yo nunca olvido tus mandamientos.

domingo, 1 de junio de 2008

La Palabra de Dios, roca eterna / Autor: Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Comentario del padre Cantalamessa a la liturgia del próximo domingo


Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. --predicador de la Casa Pontificia-- a la liturgia de la Palabra del próximo domingo.

* * *
IX Domingo del Tiempo Ordinario

Deuteronomio 11, 18.26-28; Romanos 3, 21-25a.28; Mateo 7, 21-27

La casa en la roca
Todos sabían, en tiempos de Jesús, que es de necios construir la propia casa sobre arena, en el fondo de los valles, en lugar de hacerlo en lo alto de la roca. Después de cada lluvia abundante se forma, en efecto, casi de inmediato un torrente que barre las casitas que encuentra a su paso. Jesús se basa en esta observación, que probablemente había hecho en persona, para construir a partir de ella la parábola de este domingo sobre las dos casas, que es como una doble parábola.

"Así pues todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca; cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y embistieron contra aquella casa; pero no cayó, porque estaba cimentada sobre roca".

Con simetría perfecta, variando sólo poquísimas palabras, Jesús presenta la misma escena en negativo: "Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena; cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina".

Construir la propia casa sobre arena quiere decir volver a poner las propias esperanzas y certezas en cosas inestables y aleatorias que no se sustraen al tiempo y a los vuelcos de fortuna. Tales son el dinero, el éxito, la propia salud. La experiencia lo pone ante nuestros ojos cada día: es muy poco lo que basta -un pequeño coágulo en la sangre, decía el filósofo Pascal- para que todo se derrumbe.

Construir la casa sobre roca quiere decir, al contrario, fundar la propia vida y las propias esperanzas en aquello que "los ladrones no pueden robar ni la polilla deshacer", sobre lo que no pasa. "Los cielos y la tierra pasarán -decía Jesús--, pero mis palabras no pasarán".

Construir la casa en la roca significa, muy sencillamente, construir en Dios. Él es la roca. Roca es uno de los símbolos preferidos de la Biblia para hablar de Dios: "Nuestro Dios es una roca eterna" (Is 26,4); "Él es la Roca, perfecta es su obra" (Dt 32,4).

La casa construida sobre la roca ya existe; ¡se trata de entrar en ella! Es la Iglesia. No, evidentemente, la que está hecha a base de ladrillos, sino la formada por las "piedras vivas" que son los creyentes, edificados en la "piedra angular" que es Cristo Jesús. La casa en la roca es aquella de la que hablaba Jesús cuando decía a Simón: "Tú eres Pedro y sobre esta piedra (literalmente ‘roca')" edificaré mi Iglesia (Mt 16, 18).

Fundar la propia vida sobre la roca significa por lo tanto vivir en la Iglesia; no quedarse fuera apuntando sólo el dedo contra las incoherencias y los defectos de los hombres de Iglesia. Del diluvio universal se salvaron sólo pocas almas, las que habían entrado con Noé en el arca; del diluvio del tiempo que todo engulle se salvan sólo los que entran en el arca nueva que es la Iglesia (cf. 1 P 3, 20). Esto no quiere decir que todos los que están fuera de ella no se salven; existe una pertenencia a la Iglesia de otro tipo, "conocida sólo a Dios", dice el Concilio Vaticano II respecto a quienes, sin conocer a Cristo, obran según los dictados de la propia conciencia.

El tema de la palabra de Dios, que está en el centro de las lecturas de este domingo y sobre el que se celebrará en octubre el próximo Sínodo de los obispos, me sugiere una aplicación práctica. Dios se ha servido de la palabra para comunicarnos la vida y revelarnos la verdad. ¡Los seres humanos usamos a menudo la palabra para dar muerte y esconder la verdad! En la introducción a su famoso Dizionario delle opere e dei personaggi, Valentino Bompiani relata el siguiente episodio. En julio de 1938 tuvo lugar en Berlín el congreso internacional de los editores, en el que él también participó. La guerra se palpaba ya en el aire y el gobierno nazi se mostraba maestro en la manipulación de las palabras con fines de propaganda. El penúltimo día, Goebbels, que era ministro de Propaganda del Tercer Reich, invitó a los congresistas al aula del Parlamento. Se pidió a los delegados de los distintos países una palabra de saludo. Cuando llegó el turno a un editor sueco, éste subió al estrado y con voz grave pronunció estas palabras: "Señor Dios, debo pronunciar un discurso en alemán. Carezco de vocabulario y de gramática, y soy un pobre hombre perdido en el género de los nombres. No sé si la amistad es femenino o si el odio es masculino, o si el honor, la lealtad y la paz son neutros. Así que, Señor Dios, recobra las palabras y déjanos nuestra humanidad. Tal vez lograremos comprendernos y salvarnos". Estalló un aplauso, mientras Goebbels, que había captado la alusión, salía airado de la sala.

Un emperador chino, interrogado sobre qué era lo más urgente para mejorar el mundo, respondió sin dudar: ¡reformar las palabras! Quería decir: devolver a las palabras su verdadero significado. Tenía razón. Hay palabras que, poco a poco, han sido vaciadas completamente de su significado original y colmadas de un significado diametralmente opuesto. Su uso no puede más que resultar perjudicial. Es como poner en una botella de arsénico la etiqueta "digestivo efervescente": alguien se envenenará. Los Estados se han dotado de leyes severísimas contra los falsificadores de moneda, pero de ninguna contra la falsificación de las palabras. A ninguna palabra le ha ocurrido lo mismo que a la pobre palabra "amor". Un hombre abusa de una mujer y se justifica diciendo que lo ha hecho por amor. La expresión "hacer el amor" frecuentemente representa el acto más vulgar de egoísmo, en el que cada uno piensa en su satisfacción, ignorando totalmente al otro y reduciéndole a simple objeto.

La reflexión sobre la palabra de Dios nos puede ayudar, como se ve, también a reformar y rescatar de la vanidad la palabra de los hombres.
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[Traducción del original italiano por Marta Lago]
El evangelio del domingo en video
Mateo 7, 21-27
Haz click sobre las imagenes para verlo



La casa estaba cimentada sobre roca / Video-reflexión: P. Jesús Higueras

viernes, 29 de febrero de 2008

«De toda palabra inútil...»: / Autor: Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap.

II Meditación de Cuaresma al Papa y a la Curia

«Viva y eficaz es la Palabra de Dios» (Hebreos, 4, 12) es el tema de las meditaciones que siguen esta Cuaresma Benedicto XVI y sus colaboradores de la Curia por el predicador de la Casa Pontifica. La preparación al Sínodo de los obispos (del 5 al 26 de octubre) orienta también estas reflexiones.

Ante el Papa, el padre Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap. ha pronunciado este viernes la segunda de ellas, cuyo contenido ofrecemos íntegramente.


* * *
Cuaresma 2008 en la Casa Pontificia

Segunda Predicación


«DE TODA PALABRA INÚTIL»
Hablar «como con palabras de Dios»


1. Del Jesús que predica al Cristo predicado


En la segunda carta a los Corintios --que es, por excelencia, la carta dedicada al ministerio de la predicación--, san Pablo escribe estas palabras programáticas: «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor» (2 Co 4,5). A los mismos fieles de Corinto, en una carta precedente, había escrito: «Nosotros predicamos a Cristo crucificado» (1 Co 1,23). Cuando el Apóstol quiere abrazar con una sola palabra el contenido de la predicación cristiana, ¡esta palabra es siempre la persona de Jesucristo!

En estas afirmaciones Jesús ya no es contemplado --como ocurría en los evangelios-- en su calidad de anunciador, sino en su calidad de anunciado. Paralelamente, vemos que la expresión «Evangelio de Jesús» adquiere un nuevo significado, sin perder en cambio el antiguo; del significado de «gozoso anuncio traído por Jesús (¡Jesús sujeto!)», se pasa al significado de «gozoso anuncio sobre Jesús» (¡Jesús objeto!).

Éste es el significado que la palabra evangelio tiene en el solemne inicio de la carta a los Romanos. «Pablo, siervo de Cristo Jesús, apóstol por vocación, escogido para el Evangelio de Dios, que había ya prometido por medio de sus profetas en la Escrituras Sagradas, acerca de su Hijo, nacido del linaje de David según la carne, constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos, Jesucristo Señor nuestro» (Rm 1,1-3).
En esta meditación nos concentramos en «La Palabra de Dios en la misión de la Iglesia». Es el tema del que se ocupa el tercer capítulo de los Lineamenta del Sínodo de los Obispos, que evidencia de aquél sus diversos aspectos y ámbitos de actuación según el siguiente esquema:

La misión de la Iglesia es proclamar a Cristo, la Palabra de Dios hecha carne.

La Palabra de Dios debe estar siempre al alcance de todos.
La Palabra de Dios, gracia de comunión entre los cristianos.
La Palabra de Dios, luz para el diálogo interreligioso
a - Con el pueblo judío
b - Con otras religiones

La Palabra de Dios, fermento de las culturas modernas.
La Palabra de Dios y la historia de los hombres.

Me limito a tratar un punto particular y bastante concentrado; sin embargo, considero que influye en la calidad y en la eficacia del anuncio de la Iglesia en todas sus expresiones.

2. Palabras «inútiles» y palabras «eficaces»

En el evangelio de Mateo, en el contexto del discurso sobre las palabras que revelan el corazón, se refiere una palabra de Jesús que ha hecho temblar a los lectores del Evangelio de todos los tiempos: «Pero yo os digo que de toda palabra inútil que hablen los hombres darán cuenta en el día del Juicio» (Mt 12,36).

Siempre ha sido difícil explicar qué entendía Jesús por «palabra inútil». Cierta luz nos llega de otro pasaje del evangelio de Mateo (7,15-20), donde vuelve el mismo tema del árbol que se reconoce por los frutos y donde todo el discurso aparece dirigido a los falsos profetas: «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis...».

Si el dicho de Jesús tiene relación con lo de los falsos profetas, entonces podemos tal vez descubrir qué significa la palabra «inútil». El término original, traducido con «inútil», es argòn, que quiere decir «sin efecto» (a --privativo--; ergos --obra--). Algunas traducciones modernas, entre ellas la italiana de la CEI [Conferencia Episcopal italiana. Ndt], vinculan el término a «infundada», por lo tanto a un valor pasivo: palabra que carece de fundamento, o sea, calumnia. Es un intento de dar un sentido más tranquilizador a la amenaza de Jesús. ¡No hay nada, de hecho, particularmente inquietante si Jesús dice que de toda calumnia se debe dar cuentas a Dios!

Pero el significado de argòn es más bien activo; quiere decir: palabra que no funda nada, que no produce nada: por lo tanto, vacía, estéril, sin eficacia [1]. En este sentido era más adecuada la antigua traducción de la Vulgata, verbum otiosum, palabra «ociosa», inútil, que por lo demás es la que se adopta también hoy en la mayoría de las traducciones.

No es difícil intuir qué quiere decir Jesús si comparamos este adjetivo con el que, en la Biblia, caracteriza constantemente la palabra de Dios: el adjetivo energes, eficaz, que obra, que se sigue siempre de efecto (ergos) (el mismo adjetivo del que deriva la palabra «enérgico»). San Pablo, por ejemplo, escribe a los Tesalonicenses que, habiendo recibido la palabra divina de la predicación del Apóstol, la han acogido no como palabra de hombres, sino como lo que es verdaderamente, como «palabra de Dios que permanece operante (energeitai) en los creyentes» (Cf. 1 Ts 2,13). La oposición entre palabra de Dios y palabra de hombres se presenta aquí, implícitamente, como la oposición entre la palabra «que obra» y la palabra «que no obra», entre la palabra eficaz y la palabra vana e ineficaz.

También en la carta a los Hebreos encontramos este concepto de la eficacia de la palabra divina: «Viva y eficaz es la Palabra de Dios» (Hb 4,12). Pero es un concepto que viene de lejos; en Isaías, Dios declara que la palabra que sale de su boca no vuelve a Él jamás «de vacío», sin haber realizado aquello para lo que fue enviada (v. Is 55,11).

La palabra inútil, de la que los hombres tendrán que dar cuentas el día del Juicio, no es por lo tanto toda y cualquier palabra inútil; es la palabra inútil, vacía, pronunciada por aquél que debería en cambio pronunciar las «enérgicas» palabras de Dios. Es, en resumen, la palabra del falso profeta, que no recibe la palabra de Dios y sin embargo induce a los demás a creer que sea palabra de Dios. Ocurre exactamente al revés de lo que decía san Pablo: habiendo recibido una palabra humana, se la toma no por lo que es, sino por lo que no es, o sea, por palabra divina. ¡De toda palabra inútil sobre Dios el hombre tendrá que dar cuentas!: he aquí, por lo tanto, el sentido de la grave advertencia de Jesús.

La palabra inútil es la falsificación de la palabra de Dios, es el parásito de la palabra de Dios. Se reconoce por los frutos que no produce, porque, por definición, es estéril, sin eficacia (se entiende, en el bien). Dios «vela sobre su palabra» (Cf. Jr 1,12), es celoso de ella y no puede permitir que el hombre se apropie del poder divino en ella contenido.

El profeta Jeremías nos permite percibir, como en un altavoz, la advertencia que se oculta bajo esa palabra de Jesús. Se ve ya claro que se trata de los falsos profetas: «Así dice Yahveh Sebaot: No escuchéis las palabras de los profetas que os profetizan. Os están embaucando. Os cuentan sus propias fantasías, no cosa de boca de Yahveh... Profeta que tenga un sueño, cuente un sueño, y el que tenga consigo mi palabra, que hable mi palabra fielmente. ¿Qué tiene que ver la paja con el grano? --oráculo de Yahveh--. ¿No es así mi palabra, como el fuego, y como un martillo golpea la peña? Pues bien, aquí estoy yo contra los profetas --oráculo de Yahveh-- que se roban mis palabras el uno al otro» (Jr 23,16.28-31).

3. Quiénes son los falsos profetas

Pero no estamos aquí para hacer una disquisición sobre los falsos profetas en la Biblia. Como siempre, es de nosotros de quienes se habla en la Biblia y a nosotros a quienes se habla. Esa palabra de Jesús no juzga el mundo, sino a la Iglesia; el mundo no será juzgado sobre las palabras inútiles (¡todas sus palabras, en el sentido antes descrito, son palabras inútiles!), sino que será juzgado, en todo caso, por no haber creído en Jesús (Cf. Jn 16,9). Los «hombres que deberán dar cuentas de toda palabra inútil» son los hombres de Iglesia; somos nosotros, los predicadores de la palabra de Dios.

Los «falsos profetas» no son sólo los que de vez en cuando esparcen herejías; son también quienes «falsifican» la palabra de Dios. Es Pablo quien usa este término, sacándolo del lenguaje corriente; literalmente significa diluir la Palabra, como hacen los mesoneros fraudulentos, cuando rellenan con agua su vino (Cf. 2 Co 2,17;4,2). Los falsos profetas son aquellos que no presentan la palabra de Dios en su pureza, sino que la diluyen y la agotan en miles de palabras humanas que salen de su corazón.

El falso profeta lo soy también yo cada vez que no me fío de la «debilidad», «necedad», pobreza y desnudez de la Palabra y la quiero revestir, y estimo el revestimiento más que la Palabra, y es más el tiempo que gasto con el revestimiento que el que empleo con la Palabra permaneciendo ante ella en oración, adorándola y empezándola a vivir en mí.

Jesús, en Caná de Galilea, transformó el agua en vino, esto es, la letra muerta en el Espíritu que vivifica (así interpretan espiritualmente el hecho los Padres); los falsos profetas son aquellos que hacen todo lo contrario, o sea, que convierten el vino puro de la palabra de Dios en agua que no embriaga a nadie, en letra muerta, en vana charlatanería. Ellos, por lo bajo, se avergüenzan del Evangelio (Cf. Rm 1,16) y de las palabras de Jesús, porque son demasiado «duras» para el mundo, o demasiado pobres y desnudas para los doctos, y entonces intentan «aderezarlas» con las que Jeremías llamaba «fantasías de su corazón».

San Pablo escribía a su discípulo Timoteo: «Procura cuidadosamente presentarte ante Dios como... fiel distribuidor de la Palabra de la verdad. Evita las palabrerías profanas, pues los que a ellas se dan crecerán cada vez más en impiedad» (2 Tm 2,15-16). Las palabrerías profanas son las que no tienen pertinencia con el proyecto de Dios, que no tienen que ver con la misión de la Iglesia. Demasiadas palabras humanas, demasiadas palabras inútiles, demasiados discursos, demasiados documentos. En la era de la comunicación de masa, la Iglesia corre el riesgo de hundirse también en la «paja» de las palabras inútiles, dichas sólo por hablar, escritas sólo porque hay revistas y periódicos que llenar.

De este modo ofrecemos al mundo un óptimo pretexto para permanecer tranquilo en su descreimiento y en su pecado, Cuando escuchara la auténtica palabra de Dios, no sería tan fácil, para el incrédulo, arreglárselas diciendo (como hace a menudo, después de haber oído nuestras predicaciones): «¡Palabras, palabras, palabras!». San Pablo llama a las palabras de Dios «las armas de nuestro combate» y dice que sólo a ellas «da Dios la capacidad de arrasar fortalezas, deshacer sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios, y reducir a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo» (2 Co 10,3-5).

La humanidad está enferma de ruido, decía el filósofo Kierkegaard; es necesario «convocar un ayuno», pero un ayuno de palabras; alguien tiene que gritar, como hizo un día Moisés: «Calla y escucha, Israel» (Dt 27,9). El Santo Padre nos ha recordado la necesidad de este ayuno de palabras en su encuentro cuaresmal con los párrocos de Roma, y creo que, como de costumbre, su invitación se dirigía a la Iglesia, antes aún que al mundo.

4. «Jesús no ha venido para contarnos frivolidades»

Siempre me han impresionado estas palabras de Péguy:

«Jesucristo, pequeño mío,

-es la Iglesia que se dirige a sus hijos-

no ha venido a contarnos frivolidades...

No ha hecho el viaje hasta la tierra

Para venir con adivinanzas y chistes.

No hay tiempo de divertirse...

Él no gastó su vida...

Para venir a contarnos patrañas».[2]

La preocupación de distinguir la palabra de Dios de cualquier otra palabra es tal que, enviando a sus discípulos en misión, Jesús les manda que no saluden a nadie por el camino (Lc 10,4). He experimentado en mi propia carne que a veces este mandamiento hay que tomarlo a la letra. Detenerse a saludar a la gente e intercambiar formalidades cuando se va a empezar a predicar dispersa inevitablemente la concentración sobre la palabra que hay que anunciar, hace perder el sentido de su alteridad respecto a todo discurso humano. Es la misma exigencia que se experimenta (o se debería experimentar) cuando uno se está revistiendo para celebrar la Misa.

La exigencia es aún más fuerte cuando se trata del contenido mismo de la predicación. En el Evangelio de Marcos, Jesús cita la palabra de Isaías: «En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres» (Is 29,13); después añade, dirigiéndose a los escribas y fariseos: «Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres... anulando así la Palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido» (Mc 7,7-13)

Cuando no se llega a proponer nunca la sencilla y desnuda palabra de Dios, sin hacer que pase por el filtro de mil distinciones y precisiones y añadidos y explicaciones, en sí mismas hasta justas, pero que agotan la palabra de Dios, se hace lo mismo que Jesús reprochó, aquel día, a lo escribas y fariseos: se «anula» la palabra de Dios, se la aprisiona haciéndole perder gran parte de su fuerza de penetración en el corazón de los hombres.

La palabra de Dios no puede ser empleada para discursos de circunstancias, o para envolver de autoridad divina discursos ya hechos y todos humanos. En tiempos cercanos a nosotros, se ha visto adónde lleva tal tendencia. El Evangelio ha sido instrumentalizado para sostener toda clase de proyectos humanos: desde la lucha de clases a la muerte de Dios.

Cuando un auditorio está tan predeterminado por condicionamientos psicológicos, sindicales, políticos o pasionales, como para hacer, de partida, imposible no decirle lo que espera y no darle completamente razón en todo, cuando no hay esperanza alguna de poder llevar a los oyentes a ese punto en que es posible decirles: «¡Convertíos y creed!», entonces está bien no proclamar en absoluto la palabra de Dios, a fin de que no sea instrumentalizada por fines interesados y, por lo tanto, traicionada. En otros términos, es mejor renunciar a hacer un verdadero anuncio, limitándose, si acaso, a escuchar, a procurar entender y participar en las expectativas y sufrimientos de la gente, predicando más bien con la presencia y con la caridad el Evangelio del Reino. Jesús, en el evangelio, se muestra atentísimo a no dejarse instrumentalizar por fines políticos ni partidistas.

La realidad de la experiencia y, por lo tanto, la palabra humana no está excluida, evidentemente, de la predicación de la Iglesia, pero se debe someter a la palabra de Dios, al servicio de ésta. Igual que en la Eucaristía es el Cuerpo de Cristo el que asimila consigo a quien lo come, y no al revés, así en el anuncio debe ser la palabra de Dios, que es el principio vital más fuerte, el que someta y asimile consigo la palabra humana, y no al contrario. Por ello es necesario tener el valor de partir con más frecuencia, al tratar problemas doctrinales y disciplinarios de la Iglesia, de la palabra de Dios, especialmente de la del Nuevo Testamento, y de permanecer después ligados a ella, vinculados a ella, seguros de que así se llega con mayor seguridad al objetivo, que es el de descubrir, en cada cuestión, cuál es la voluntad de Dios.

La misma necesidad se advierte en las comunidades religiosas. Existe el peligro de que en la formación que se da a los jóvenes y en el noviciado, en los ejercicios espirituales y en todo el resto de la vida de la comunidad, se emplee más tiempo en los escritos del propio fundador (con frecuencia bastante pobres de contenido) que en la palabra de Dios.

5. Hablar como con palabras de Dios

Me doy cuenta de que lo que estoy diciendo puede suscitar una objeción grave. ¿Entonces la predicación de la Iglesia tendrá que reducirse a una secuencia (o a una ráfaga) de citas bíblicas, con indicaciones de capítulos y versículos, a la manera de los Testigos de Jehová y de otros grupos fundamentalistas? No, por cierto. Nosotros somos herederos de una tradición diferente. Explico qué intento decir por permanecer ligados a la palabra de Dios.

También en la segunda carta a los Corintios, san Pablo escribe: «No somos nosotros como la mayoría que negocian con la Palabra de Dios. Antes bien, con sinceridad y como movidos por Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo» (2 Co 2, 17), y san Pedro, en la primera carta exhorta a los cristianos diciendo: «Si alguno habla, lo haga como con palabras de Dios» (1 P 4,11). ¿Qué quiere decir «hablar en Cristo» o hablar «como con palabras de Dios»? No quiere decir repetir materialmente y sólo las palabras pronunciadas por Cristo y por Dios en la Escritura. Quiere decir que la inspiración de fondo, el pensamiento que «informa» y sustenta todo lo demás debe venir de Dios, no del hombre. El anunciador debe estar «movido por Dios» y hablar como en su presencia.

Hay dos formas de preparar una predicación o cualquier anuncio de fe oral o escrito. Puedo primero sentarme en el escritorio y elegir yo mismo la palabra que hay que anunciar y el tema a desarrollar, basándome en mis conocimientos, mis preferencias, etcétera, y después, una vez preparado el discurso, arrodillarme para pedir apresuradamente a Dios que bendiga lo que he escrito y dé eficacia a mis palabras. Ya es algo bueno, pero no es la vía profética. Más bien hay que hacer lo contrario. Primero ponerse de rodillas y preguntar a Dios cuál es la palabra que quiere decir; después, sentarse en el escritorio y hacer uso de los propios conocimientos para dar cuerpo a esa palabra. Esto cambia todo porque así no es Dios quien debe hacer suya mi palabra, sino que soy yo el que hago mía su palabra.

Hay que partir de la certeza de fe de que, en toda circunstancia, el Señor resucitado tiene en el corazón una palabra suya que desea hacer llegar a su pueblo. Es la que cambia las cosas y es la que hay que descubrir. Y Él no deja de revelarla a su ministro, si humildemente y con insistencia se la pide. Al principio se trata de un movimiento casi imperceptible del corazón: una pequeña luz que se enciende en la mente, una palabra de la Biblia que comienza a atraer la atención y que ilumina una situación.

Verdaderamente es «la más pequeña de todas las semillas», pero a continuación se percibe que dentro estaba todo; había un trueno como para abatir los cedros del Líbano. Después uno se pone en el escritorio, abre sus libros, consulta sus apuntes, consulta los Padres de la Iglesia, los maestros, poetas... Pero ya todo es otra cosa distinta. Ya no se trata de la Palabra de Dios al servicio de tu cultura, sino de tu cultura al servicio de la Palabra de Dios.

Orígenes describe bien el proceso que lleva a este descubrimiento. Antes de encontrar en la Escritura el alimento --decía-- es necesario soportar cierta «pobreza de los sentidos»; el alma está rodeada de oscuridad por todas partes, se encuentra en caminos sin salida. Hasta que, de repente, después de laboriosa búsqueda y oración, he aquí que resuena la voz del Verbo e inmediatamente algo se ilumina; aquél que ella buscaba, le sale al encuentro «saltando por los montes, brincando por los collados» (Ct 2,8), esto es, abriéndole la mente para que reciba una palabra suya fuerte y luminosa [3]. Grande es la alegría que acompaña este momento. Le hacía decir a Jeremías: «Se presentaban tus palabras y yo las devoraba; era tu palabra para mí un gozo, y alegría de corazón» (Jr 15,16).

Habitualmente la respuesta de Dios llega bajo forma de una palabra de la Escritura que, en cambio, en ese momento revela su extraordinaria pertinencia en la situación y en el problema que se debe tratar, como si se hubiera escrito a propósito para ello. A veces no es siquiera necesario citar explícitamente tal palabra bíblica o comentarla. Basta con que esté bien presente en la mente de quien habla e informe todo lo que expresa. Actuando así, habla, de hecho, «como con palabras de Dios». Este método vale siempre: para los grandes documentos del magisterio como para las lecciones que el maestro da a sus novicios, para la docta conferencia como para la humilde homilía dominical.

Todos hemos tenido la experiencia de cuánto puede hacer una sola palabra de Dios profundamente creída y vivida, primero para quien la pronuncia; con frecuencia se constata que, entre muchas otras palabras, ha sido la que ha tocado el corazón y ha llevado a más de un oyente al confesionario.

Después de haber indicado las condiciones del anuncio cristiano (hablar de Cristo, con sinceridad, como movidos por Dios y bajo su mirada), el Apóstol se preguntaba: «Y ¿quién es capaz para esto?» (2 Co 2,16). Nadie --está claro-- está a la altura. Llevamos este tesoro en vasijas de barro. (Ib. 4,7). Pero podemos orar, diciendo: Señor, ten piedad de este pobre vaso de barro que debe llevar el tesoro de tu palabra; presérvanos de pronunciar palabras inútiles cuando hablamos de ti; haznos experimentar una vez el gusto de tu palabra para que la sepamos distinguir de cualquier otra y para que cualquier otra palabra nos parezca insípida. Difunde, como has prometido, hambre en la tierra, «no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra del Señor» (Am 8,11).

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[Traducción del original italiano por Marta Lago]

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[1] Cf. M. Zerwick, Analysis philologica Novi Testamenti Graeci, Romae 1953, ad loc.

[2] Ch. Péguy, Il portico del mistero della seconda virtù, in Oeuvres poétiques complètes, Gallimard 1975, pp. 587 s.

[3] Cf. Orígenes, In Mt Ser. 38 (GCS, 1933, p. 7); In Cant. 3 (GCS, 1925, p. 202).