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miércoles, 19 de marzo de 2008

«LA TÚNICA ERA SIN COSTURAS» / Autor: P. Raniero Cantalamessa O.F.M. Cap.


Predicación del Viernes Santo en la Basílica de San Pedro

En la tarde de este Viernes Santo, Benedicto XVI ha presidido, en la Basílica vaticana, la celebración de la Pasión del Señor. Durante la Liturgia de la Palabra se ha dado lectura al relato de la Pasión según san Juan.

A continuación el predicador de la Casa Pontificia, el padre Raniero Cantalamessa, O.F.M. Cap., ha pronunciado la homilía, cuyo texto ofrecemos íntegramente.

La Liturgia de la Pasión ha proseguido con la Oración universal y la adoración de la Santa Cruz; ha concluido con la Santa Comunión.


* * *


«Los soldados, después que crucificaron a Jesús, tomaron sus vestidos, con los que hicieron cuatro lotes, un lote para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida de una pieza de arriba abajo. Por eso se dijeron: "No la rompamos; sino echemos a suertes a ver a quién le toca". Para que se cumpliera la Escritura: "Se han repartido mis vestidos, han echado a suertes mi túnica"» (Jn 19,23-24).

Siempre ha surgido la cuestión de qué quiso decir el evangelista Juan con la importancia que da a este particular de la Pasión. Una explicación reciente es que la túnica recuerda al paramento del sumo sacerdote y que Juan, por ello, deseó afirmar que Jesús murió no sólo como rey, sino también como sacerdote.

De la túnica del sumo sacerdote no se dice, sin embargo, en la Biblia, que tuviera que ser sin costuras (Cf. Ex 28,4; Lev 16,4). Por eso los exégetas más autorizados prefieren atenerse a la explicación tradicional según la cual la túnica inconsútil simboliza la unidad de la Iglesia [1].

Cualquiera que sea la explicación que se da del texto, una cosa es cierta: la unidad de los discípulos es, para Juan, la razón por la que Cristo muere: «Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,51-52). En la última cena Él mismo había dicho: «No ruego sólo por estos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Jn 17,20-21).

La alegre noticia que hay que proclamar el Viernes Santo es que la unidad, antes que una meta a alcanzar, es un don que hay que acoger. Que la túnica estuviera tejida «de arriba abajo», escribe san Cipriano, significa que «la unidad que trae Cristo procede de lo Alto, del Padre celestial, y por ello no puede ser escindida por quien la recibe, sino que debe ser integralmente acogida» [2].

Los soldados dividieron en cuatro partes «los vestidos», o «el manto» (ta imatia), esto es, el indumento exterior de Jesús, no la túnica, el chiton, que era el indumento interno, que se lleva en contacto directo con el cuerpo. Un símbolo éste también. Los hombres podemos dividir a la Iglesia en su elemento humano y visible, pero no su unidad profunda que se identifica con el Espíritu Santo. La túnica de Cristo no fue ni jamás podrá ser dividida. Es también inconsútil. Es la fe que profesamos en el Credo: «Creo en la Iglesia, una, santa, católica y apostólica».

* * *
Pero si la unidad debe servir como signo «para que el mundo crea», debe ser una unidad también visible, comunitaria. Es ésta unidad la que se ha perdido y debemos reencontrar. Se trata de mucho más que de relaciones de buena vecindad; es la propia unidad mística interior --«un solo Cuerpo y un solo Espíritu, una sola esperanza, un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos» (Ef 4,4-6)--, en cuanto que esta unidad objetiva es acogida, vivida y manifestada, de hecho, por los creyentes.

Después de la Pascua, los apóstoles preguntaron a Jesús: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?». Hoy dirigimos frecuentemente a Dios el mismo interrogante: ¿Es éste el tiempo en que vas a restablecer la unidad visible de tu Iglesia? También la respuesta es la misma de entonces: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos» (Hch 1,6-8).

Lo recordaba el Santo Padre en la homilía pronunciada el pasado 25 de enero, en la Basílica de San Pablo Extramuros, en conclusión de la Semana [de oración] por la unidad de los cristianos: «La unidad con Dios y con nuestros hermanos y hermanas --decía-- es un don que viene de lo Alto, que brota de la comunión de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y que en ella se incrementa y se perfecciona. No está en nuestro poder decidir cuándo o cómo se realizará plenamente esta unidad. Sólo Dios podrá hacerlo. Como san Pablo, también nosotros ponemos nuestra esperanza y nuestra confianza en la gracia de Dios que está con nosotros».

Igualmente hoy será el Espíritu Santo, si nos dejamos guiar, quien nos conduzca a la unidad. ¿Cómo actuó el Espíritu Santo para realizar la primera fundamental unidad de la Iglesia: aquella entre los judíos y los paganos? Descendió sobre Cornelio y su casa de igual manera en que había descendido en Pentecostés sobre los apóstoles. De modo que a Pedro no le quedó más que sacar la conclusión: «Por lo tanto, si Dios les ha concedido el mismo don que a nosotros, por haber creído en el Señor Jesucristo, ¿quién era yo para poner obstáculos a Dios?» (Hch 11,17).

De un siglo a esta parte hemos visto repetirse ante nuestros ojos este mismo prodigio a escala mundial. Dios ha efundido su Espíritu Santo de manera nueva e inusitada en millones de creyentes, pertenecientes a casi todas las denominaciones cristianas y, para que no hubiera dudas sobre sus intenciones, lo ha derramado con idénticas manifestaciones. ¿No es éste un signo de que el Espíritu nos impele a reconocernos recíprocamente como discípulos de Cristo y a tender juntos a la unidad?

Esta unidad espiritual y carismática, por sí sola, es verdad, no basta. Lo vemos ya en los inicios de la Iglesia. La unidad entre judíos y gentiles en cuanto se realizó estaba amenazada por el cisma. En el llamado concilio de Jerusalén hubo una «larga discusión» y al final se llegó a un acuerdo, anunciado a la Iglesia con la fórmula: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros...» (Hechos 15,28). El Espíritu Santo obra, por lo tanto, también a través de otra vía que es el afrontamiento paciente, el diálogo y hasta los acuerdos entre las partes, cuando no está en juego lo esencial de la fe. Obra a través de las «estructuras» humanas y los «ministerios» instituidos por Jesús, sobre todo el ministerio apostólico y petrino. Es lo que llamamos hoy ecumenismo doctrinal e institucional.

* * *
La experiencia nos está convenciendo, sin embargo, de que este ecumenismo doctrinal, o de vértice, tampoco es suficiente ni avanza si no se acompaña de un ecumenismo espiritual, de base. Lo repiten cada vez con mayor insistencia precisamente los máximos promotores del ecumenismo institucional. En el centenario de la institución de la Semana de oración por la unidad de los cristianos (1908-2008), a los pies de la Cruz deseamos meditar sobre este ecumenismo espiritual: en qué consiste y cómo podemos avanzar en él.

El ecumenismo espiritual nace del arrepentimiento y del perdón, y se alimenta con la oración. En 1977 participé en un congreso ecuménico carismático en Kansas City, en Missouri. Había cuarenta mil personas, la mitad católicas (entre ellas el cardenal Suenens) y la otra mitad de diversas denominaciones cristianas. Una tarde empezó a hablar al micrófono uno de los animadores de una forma en aquella época extraña para mí: «Vosotros, sacerdotes y pastores, llorad y lamentaos, porque el cuerpo de mi Hijo está destrozado... Vosotros, laicos, hombres y mujeres, llorad y lamentaos porque el cuerpo de mi Hijo está destrozado».

Comencé a ver a los participantes caer, uno tras otro, de rodillas a mi alrededor, y a muchos de ellos sollozar de arrepentimiento por las divisiones en el cuerpo de Cristo. Y todo esto mientras un cartel sobresalía de un lado a otro en el estadio: «Jesús is Lord, Jesús es el Señor». Me encontraba allí como un observador aún bastante crítico y desapegado, pero recuerdo que pensé: Si un día todos los creyentes se reúnen para formar una sola Iglesia, será así: mientras estemos todos de rodillas, con el corazón contrito y humillado, bajo el gran señorío de Cristo.

Si la unidad de los discípulos debe ser un reflejo de la unidad entre el Padre y el Hijo, debe ser ante todo una unidad de amor, porque tal es la unidad que reina en la Trinidad. La Escritura nos exhorta a «hacer la verdad en la caridad» (veritatem facientes in caritate) (Ef 4,15). Y san Agustín afirma que «no se entra en la verdad más que a través de la caridad»: non intratur in veritatem nisi per caritatem [3].

Lo extraordinario acerca de esta vía hacia la unidad basada en el amor es que ya está abierta de par en par ante nosotros. No podemos «quemar etapas» en cuanto a la doctrina, porque las diferencias existen y hay que resolverlas con paciencia en las sedes apropiadas. Pero podemos en cambio quemar etapas en la caridad, y estar unidos desde ahora. El verdadero y seguro signo de la venida del Espíritu no es -escribe san Agustín-- hablar en lenguas, sino que es el amor por la unidad: «Sabéis que tenéis el Espíritu Santo cuando accedéis a que vuestro corazón se adhiera a la unidad a través de una sincera caridad» [4].

Meditemos en el himno a la caridad, de san Pablo. Cada frase suya adquiere un significado actual y nuevo, si se aplica al amor entre los miembros de las diferentes Iglesias cristianas, en las relaciones ecuménicas:

«La caridad es paciente...

La caridad no es envidiosa...

No busca su interés...

No toma en cuenta el mal (si acaso, ¡el mal realizado a los demás!).

No se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad (no se alegra de las dificultades de las otras Iglesias, sino que se goza en sus éxitos).

Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta»
( l Co 13,4 ss).

Esta semana hemos acompañado a su morada eterna a una mujer -Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares-- que fue una pionera y un modelo de este ecumenismo espiritual del amor. Con su vida nos demostró que la búsqueda de la unidad entre los cristianos no lleva a cerrarse al resto del mundo; es, más bien, el primer paso y la condición para un diálogo más amplio con los creyentes de otras religiones y con todos los hombres a quienes les importa el destino de la humanidad y de la paz.

* * *
«Amarse -se dice-- no es mirarse el uno al otro, sino mirar juntos en la misma dirección». También entre cristianos amarse significa mirar juntos en la misma dirección que es Cristo. «Él es nuestra paz» (Ef 2,14). Ocurre como en los radios de una rueda. Observemos qué sucede a los radios cuando, desde el centro, parten hacia el exterior: a medida que se alejan del centro se distancian también unos de otros, hasta terminar en puntos lejanos de la circunferencia. Miremos, en cambio, qué sucede cuando, desde la circunferencia, se dirigen hacia el centro: según se aproximan al centro, se acercan también entre sí, hasta formar un único punto. En la medida en que vayamos juntos hacia Cristo, nos aproximaremos también entre nosotros, hasta ser verdaderamente, como Él pidió, «uno, con Él y con el Padre».

Aquello que podrá reunir a los cristianos divididos será sólo la difusión, entre ellos, de una nueva oleada de amor por Cristo. Es lo que está aconteciendo por obra del Espíritu Santo y que nos llena de estupor y de esperanza. «El amor de Cristo nos apremia al pensar que uno murió por todos» (2 Co 5,14). El hermano de otra Iglesia -es más, todo ser humano-- es «aquél por quien murió Cristo» (Rm 14,15), igual que murió por mí.

* * *

Un motivo debe impulsarnos sobre todo en este camino. Lo que está en juego al inicio del tercer milenio ya no es lo mismo que al principio del segundo milenio, cuando se produjo la separación entre oriente y occidente, ni es lo mismo que a mitad del mismo milenio, cuando se produjo la separación entre católicos y protestantes. ¿Podemos decir que la forma exacta de proceder del Espíritu Santo del Padre, o la manera en que se realiza la justificación del pecador, sean los problemas que apasionan a los hombres de hoy y con los que permanece o cae la fe cristiana? El mundo ha seguido adelante y nosotros hemos permanecido clavados a problemas y fórmulas de las que el mundo ni siquiera conoce ya el significado.

En las batallas medievales había un momento en que, superada la infantería, los arqueros y la caballería, la riña se concentraba en torno al rey. Ahí se decidía el resultado final del choque. También para nosotros la batalla hoy se libra en torno al rey. Existen edificios o estructuras metálicas hechas de tal modo que si se toca cierto punto neurálgico, o se mueve determinada piedra, todo se derrumba. En el edificio de la fe cristiana esta piedra angular es la divinidad de Cristo. Suprimida ésta, todo se disgrega y, antes que cualquier otra cosa, la fe en la Trinidad.

De ello se percibe que existen actualmente dos ecumenismos posibles: un ecumenismo de la fe y un ecumenismo de la incredulidad; uno que reúne a todos los que creen que Jesús es el Hijo de Dios, que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que Cristo murió para salvar a todos los hombres; otro que reúne a cuantos, por respeto al símbolo de Nicea, siguen proclamando estas fórmulas, pero vaciándolas de su verdadero contenido. Un ecumenismo en el que, al límite, todos creen en las mismas cosas, porque nadie cree ya en nada, en el sentido que la palabra «creer» tiene en el Nuevo Testamento.

«¿Quién es el que vence al mundo -escribe Juan en su Primera Carta-- sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?» (1 Jn 5,5). Siguiendo este criterio, la distinción fundamental entre los cristianos no lo es entre católicos, ortodoxos y protestantes, sino entre quienes creen que Cristo es el Hijo de Dios y quienes no lo creen.

* * *

«El año segundo del rey Darío, el día uno del sexto mes, fue dirigida la palabra del Señor, por medio del profeta Ageo, a Zorobabel, hijo de Sealtiel, gobernador de Judá, y a Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote...: ¿Es acaso para vosotros el momento de habitar en vuestras casas artesonadas, mientras mi Casa está en Ruinas?» (Ag 1,1-4).

Esta palabra del profeta Ageo se dirige hoy a nosotros. ¿Es éste el tiempo de seguir preocupándonos sólo de lo que afecta a nuestra orden religiosa, a nuestro movimiento, o a nuestra Iglesia? ¿No será precisamente ésta la razón por la que también nosotros «sembramos mucho, pero cosechamos poco» (Ag 1,6)? Predicamos y nos esforzamos en todos los modos, pero el mundo se aleja, en lugar de acercarse a Cristo.

El pueblo de Israel escuchó la reprensión del profeta, dejó de embellecer cada uno su propia casa para reconstruir juntos el templo de Dios. Entonces Dios envió de nuevo a su profeta con un mensaje de consuelo y de aliento, que es también para nosotros: «¡Mas ahora, ten ánimo, Zorobabel, oráculo del Señor; ánimo, Josué, hijo de Yehosadaq, sumo sacerdote, ánimo, pueblo todo de la tierra!, oráculo del Señor. ¡A la obra, que estoy yo con vosotros!» (Ag 2,4). ¡Ánimo, a todos vosotros, que tanto os importa la causa de la unidad de los cristianos, y al trabajo, porque yo estoy con vosotros, dice el Señor!

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[Traducción del original italiano por Marta Lago]

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[1] Cf. R. E. Brown, The Death of the Messiah, vol. 2, Doubleday, Nueva York 1994, pp. 955-958.

[2] S. Cipriano, De unitate Ecclesiae, 7 (CSEL 3, p. 215).

[3] S. Agustín, Contra Faustum, 32,18 (CCL 321, p. 779).

[4] S. Agustín, Discursos 269,3-4 (PL38, 1236 s.).

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La imagenes de la conmemoración de la Pasión en la Basílica de San Pedro, y la sintesis de su contenido en video

La Pasion de Cristo, pelicula de Mel Gibson (subtitulada)

La Pasión de Cristo es una película del año 2004, dirigida por Mel Gibson, y relata la pasión y muerte de Jesucristo según el Nuevo Testamento.

Recrea los agónicos y redentores eventos que tuvieron lugar durante las últimas doce horas en la vida de Jesús de Nazaret desde el momento en que acude al Huerto de los Olivos (Getsemaní) con los apóstoles a orar tras la Última Cena.

Desde el estreno levantó una gran polémica, y más entre la comunidad judía (quienes además la declararon antisemita), motivada principalmente por las violentas escenas que se dan a lo largo de la película .Mel Gibson ya había avisado su intención de rodar la película más realista de la historia sobre la figura de Jesucristo.


La película tiene una peculiaridad, y es que se rodó en latín y arameo (las mismas lenguas que se hablaban en tiempos de Jesucristo) con subtítulos.


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Los bebés sietemesinos, residuos humanos sin derecho a entierro

Si un bebé sietemesino muere 10 minutos antes del parto, irá a la basura; si muere 10 minutos después, será enterrado.

El nuevo reglamento que prepara el ministro de Salud, Bernat Soria, aguijoneado por la patronal del aborto en España es, como tantas leyes sobre el aborto, una fuente de paradojas.

Hasta ahora, la ley española obligaba a enterrar o incinerar (como a cualquier otro cadáver) a los cuerpos sin vida resultado de abortos (naturales o provocados), así como a los restos humanos de "suficiente entidad", es decir, piernas, dedos, pies amputados, etc...


Esta niña tan guapa se llama Sofía, nació con 25 semanas de gestación (http://www.aprevas.org/)

El nuevo reglamento que preparan Bernat Soria y el gobierno socialista quiere tratar como "residuo" a los bebés de hasta 29 semanas. Es decir, no se enterraría o incineraría, sino que se trataría como un coágulo de tejido o unas gasas ensangrentadas.

Se dan paradojas absurdas. Por ejemplo, si el bebé sietemesino sale muerto (de forma provocada o no) del interior de su madre, será un residuo: nada de entierro. ¿Y si su madre pide enterrarlo? La ley no lo contempla: la ley dice que sería un residuo.

Pero si el niño sietemesino sale vivo, y se muere al cabo de un rato... ¡ya tiene derecho a entierro! Es el mismo bebé, pero morir dentro o fuera de la madre la da un status u otro.

Además, mientras los bebés seismesinos o sietemesinos pierden su derecho a entierro, la ley sigue obligando a enterrar miembros amputados: se entierran e incineran dedos y brazos, mientras que se echarían bebés a la basura.


Esta niña se llama Lúa, nació con 26 semanas de gestación; según la nueva propuesta, de haber muerto, sus padres no podrían haberla enterrado

Por otro lado, está el debate sobre los bebés que sobreviven al aborto provocado. Se calcula que unos 170 bebés en España nacen vivos cada año a pesar del esfuerzo del abortista. En Italia 4 facultades de Medicina hicieron recientemente un manifiesto pidiendo que se salve la vida de estos "supervivientes al aborto".

La Guardia Civil investiga en Madrid si los fetos encontrados en la basura de Clínica Isadora tenían aire en los pulmones, es decir, si murieron fuera de la madre. Por lo general, los abortistas dejan morir a estos bebés. Lo que menos les interesa es correr luego con los gastos de entierro o incineración.

Precisamente para evitar esos gastos funerarios que les ocasiona la ley de agosto de 1974 es por lo que la patronal ha presionado al ministro Bernat Soria. Además, queda muy feo ver salir los furgones fúnebres cada día de la clínica abortista. En Isadora pasan por la noche a recoger los cadáveres.

Todo en el negocio del aborto pasa por una doctrina: no ver. No ver las ecografías. No ver cómo es un aborto. No enseñar el bebé a la madre. No sacar en televisión cómo se hace una interrupción del embarazo. No ver lo que se hace con los cuerpos. No ver qué pasa después con las madres. En la Sociedad de la Imagen, el aborto no quiere cámaras.


Estos son Mikel y Uxue; nacieron con 25 semanas; aquí se ven ya más creciditos

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Fuente: Forum Libertas

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martes, 18 de marzo de 2008

Del Evangelio según san Mateo 27, 45-54



Del Evangelio según san Mateo 27, 27-37

María pisa la serpiente

Vía Crucis en el Coliseo 2008 / Autor: Cardenal JOSEPH ZEN ZE-KIUN, S.D.B.

Presidido por el Papa, con meditaciones del cardenal chino Joseph Zen Ze-Kiun

Publicamos el texto del Vía Crucis que se recitará en la noche de este Viernes Santo en el Coliseo de Roma, bajo la presidencia del Papa, con meditaciones y oraciones escritas por el cardenal Joseph Zen Ze-Kiun, S.D.B., obispo de Hong Kong.

* * *
OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE

VÍA CRUCIS EN EL COLISEO

PRESIDIDO POR EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

VIERNES SANTO 2008

Meditaciones y oraciones de su eminencia reverendísima
Cardenal JOSEPH ZEN ZE-KIUN, S.D.B.
Obispo de Hong Kong


PRESENTACIÓN

Cuando Su Santidad el Papa Benedicto XVI me pidió que preparase las meditaciones para el Via Crucis del Viernes Santo de este año en el Coliseo, no dudé lo más mínimo en aceptar esta tarea. Entendí que con este gesto el Santo Padre quería manifestar su atención por el continente asiático, e incluir en particular en este ejercicio solemne de piedad cristiana a los fieles de China, que tienen una gran devoción al Via Crucis. El Papa quiso que yo llevara al Coliseo la voz de aquellos hermanos y hermanas lejanos.

Sin duda, como nos enseñan los Evangelios y la tradición de la Iglesia, el protagonista de esta Via dolorosa es Nuestro Señor Jesucristo. Pero, tras Él hay mucha gente del pasado y del presente, estamos nosotros. Dejemos que esta noche muchos de nuestros hermanos lejanos, también en el tiempo, estén presentes espiritualmente entre nosotros. Probablemente ellos, más que nosotros hoy, han vivido en su cuerpo la Pasión de Jesús. En su carne Jesús ha sido de nuevo arrestado, calumniado, torturado, escarnecido, arrastrado, aplastado bajo el peso de la cruz y clavado en aquel madero como un criminal.

Obviamente, esta noche en el Coliseo no estamos sólo nosotros. En el corazón del Santo Padre y en nuestros corazones están presentes todos los «mártires vivientes» del siglo veintiuno. «Te martyrum candidatus laudat exercitus».

Pensando en la persecución, pensamos también en los perseguidores. Al escribir el texto de estas meditaciones me he dado cuenta con gran sobresalto de ser poco cristiano. He tenido que hacer un gran esfuerzo para purificarme de sentimientos poco caritativos para con los que hicieron sufrir a Jesús y los que, en el mundo actual, hacen sufrir a nuestros hermanos. Sólo cuando he puesto ante mí mis pecados y mis infidelidades, me he podido ver a mí mismo entre los perseguidores y me ha embargado el arrepentimiento y la gratitud por el perdón del Maestro misericordioso.

Meditemos, pues, cantemos y recemos a Jesús y con Jesús por los que sufren a causa de su nombre, por los que le hacen sufrir a Él y a sus hermanos y por nosotros mismos, pecadores y algunas veces también sus perseguidores.

ORACIÓN INICIAL

El Santo Padre:

En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

R/. Amén.

Jesús Salvador,

estamos reunidos en este día,

a esta hora y en este lugar,

que nos recuerda tantos siervos y siervas tuyos,

que hace siglos, entre el rugido de los leones hambrientos

y los gritos de la muchedumbre que se divertía,

se dejaron desmembrar y golpear hasta la muerte

por su fidelidad a tu nombre.

Nosotros, venimos hoy aquí para expresarte a Ti

la gratitud de tu Iglesia

por el don de la salvación alcanzada mediante tu Pasión.

Los Coliseos se han ido multiplicando a lo largo de los siglos, allí donde nuestros hermanos, como continuación de tu Pasión, son todavía hoy perseguidos duramente en diversas partes del mundo. Junto a ti y con nuestros hermanos perseguidos de todo el mundo, comenzamos hondamente conmovidos este camino de la Via dolorosa, que Tú recorriste un día con tanto amor.

PRIMERA ESTACIÓN
Jesús en el Huerto de los Olivos


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 14, 32-36

Fueron a una finca, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras voy a orar». Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo: «Me muero de tristeza: quedaos aquí velando». Y, adelantándose, un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo: «Abbá! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres».

MEDITACIÓN

Jesús sentía miedo, angustia y tristeza hasta el punto de morir. Eligió a tres compañeros, pero que muy pronto se durmieron, y comenzó a rezar Él sólo: «Pase de mí esta hora, aparta de mí este cáliz... Pero, Padre, que se haga su voluntad».

Había venido al mundo para hacer la voluntad del Padre, pero nunca como en aquel momento comprobó lo profundo de la amargura del pecado, y se sintió perdido.

En la Carta a los Católicos en China, Benedicto XVI recuerda la visión de San Juan en el Apocalipsis que llora ante el libro sellado de la historia humana, del «mysterium iniquitatis». Sólo el Cordero inmolado es capaz de abrir ese sello.

En tantas partes del mundo la Esposa de Cristo está atravesando la hora tenebrosa de la persecución, como en un tiempo Ester, amenazada por Aman, como la «Mujer» del Apocalipsis amenazada por el dragón. Velemos y acompañemos a la Esposa de Cristo en la oración.

ORACIÓN

Jesús, Dios Omnipotente, que te has hecho débil a causa de nuestros pecados, te resultan familiares los gritos de los perseguidos, que son eco de tu agonía. Ellos preguntan: ¿Por qué esta opresión? ¿Por qué esta humillación? ¿Por qué esta prolongada esclavitud?

Vuelven a la mente las palabras del Salmo: «Despierta, Señor, ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y opresión? Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo. Levántate a socorrernos» (Sal 43, 24-26).

No, Señor. Tú no has usado este Salmo en Getsemaní, pero has dicho: «Hágase tu voluntad». Podrías haber convocado doce legiones de ángeles, pero no lo hiciste.

Señor, el sufrimiento nos da miedo. Se nos presenta de nuevo la tentación de aferrarnos a los medios fáciles del éxito. Haz que no tengamos miedo del miedo, sino que confiemos en ti.

+

Todos:


Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Stabat mater dolorosa,

iuxta crucem lacrimosa,

dum pendebat Filius.

SEGUNDA ESTACIÓN
Jesús, traicionado por Judas, es arrestado

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 14, 43a.45-46.50-52

Todavía estaba hablando cuando se presentó Judas, uno de los Doce. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo: «¡Maestro!» Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Los discípulos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho envuelto sólo en una sábana; y le echaron mano; pero él, soltando la sábana, se les escapó desnudo.

MEDITACIÓN

Traición y abandono por parte de aquellos que Él había elegido como apóstoles, a los cuales había confiado los secretos del Reino, y en los que había puesto total confianza. Un rotundo fracaso. ¡Qué dolor y qué humillación!

Pero todo esto sucedió como cumplimiento de lo que habían dicho los profetas. De otra manera, ¿cómo se hubiera podido conocer la fealdad del pecado, que es justamente traición al amor?

La traición sorprende, sobre todo si se refiere a los pastores del rebaño. ¿Cómo pudieron hacerle esto a Él? El espíritu es fuerte, pero la carne es débil. Las tentaciones, las amenazas y chantajes, doblegan la voluntad. Pero ¡qué escándalo! ¡Qué dolor para el corazón del Señor!

No nos escandalicemos. Las defecciones nunca han faltado en las persecuciones. Y después se han producido con frecuencia los regresos. En aquel joven, que arrojó la sábana y huyó desnudo (cf. Mc 14, 51-52), intérpretes autorizados han visto al futuro evangelista Marcos.

ORACIÓN

Señor, quien huye de tu Pasión queda sin dignidad. Ten piedad de nosotros. Nosotros nos desnudamos ante tu majestad. Te mostramos nuestras llagas, las más vergonzosas.

Jesús, abandonarte a Ti es abandonar el sol. Al intentar desembarazarnos del sol, caemos en la oscuridad y el frío.

Padre, nos hemos alejado de tu casa. No somos dignos de ser recibidos de nuevo por Ti. Pero Tú mandas que nos laven, nos vistan, nos calcen y nos pongan un anillo en el dedo.

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Todos:


Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Cuius animam gementem,

contristatam et dolentem

pertransivit gladius.

TERCERA ESTACIÓN
Jesús es condenado por el Sanedrín

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 14, 55.61b-62a.64b

Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. El sumo sacerdote lo interrogó preguntándole: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?» Jesús contestó: «Sí lo soy».Y todos los declararon reo de muerte.

MEDITACIÓN

El Sanedrín era la corte de justicia del pueblo de Dios. Ahora, esta corte condena a Cristo, el Hijo de Dios bendito, y lo juzga reo de muerte.

El inocente es condenado «porque ha blasfemado», declaran los jueces rasgándose las vestiduras. Pero nosotros sabemos por el Evangelista que lo hicieron por envidia y odio.

San Juan dice que, en el fondo, el sumo sacerdote habló en nombre de Dios: únicamente dejando condenar a su Hijo inocente, Dios Padre pudo salvar a sus hermanos culpables.

A lo largo de los siglos, multitud de inocentes han sido condenados a sufrimientos atroces. Hay quien clama justicia, pero son ellos, los inocentes, quienes expían los pecados del mundo, en comunión con Cristo, el Inocente.

ORACIÓN

Jesús, Tú no te preocupas de hacer brillar tu inocencia, estando entregado sólo a volver a dar al hombre la justicia que perdió por el pecado.

Éramos tus enemigos, no había modo de cambiar nuestra condición. Tú te hiciste condenar para darnos el perdón. Salvador, no dejes que caigamos en la condenación en el último día. «Iudex ergo cum sedebit, quicquid latet apparebit ; nil inultum remanebit. Iuste iudex ultionis, donum fac remissionis ante diem rationis».

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

O quam tristis et afflicta

fuit illa benedicta

mater Unigeniti!

CUARTA ESTACIÓN
Jesús es negado por Pedro

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 14, 66-68.72

Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llegó una criada del sumo sacerdote y, al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y dijo: «También tú andabas con Jesús el Nazareno». El lo negó diciendo: «Ni sé ni entiendo lo que quieres decir» ... Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó de las palabras que la había dicho Jesús: «Antes de que cante el gallo dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar.

MEDITACIÓN

«Aunque tenga que morir contigo, no te negaré» (Mc 14, 31). Pedro era sincero cuando decía esto, pero no se conocía a sí mismo, no conocía su debilidad. Era generoso, pero había olvidado contar con la generosidad del Maestro. Pretendía morir por Jesús, mientras era Jesús quien debía morir por él para salvarlo.

Al hacer de Simón La «piedra»... para fundar sobre ella la Iglesia, Cristo incorpora al apóstol a su iniciativa de salvación. Pedro creyó ingenuamente que podía dar algo al Maestro, mientras que todo lo recibía gratuitamente de Él, incluido el perdón tras la negación.

Jesús non mudó su elección de Pedro como fundamento de su Iglesia. Después del arrepentimiento, se concedió a Pedro la capacidad de confirmar a sus hermanos.

ORACIÓN

Señor, cuando Pedro habla iluminado por la revelación del Padre, te reconoce como Cristo, Hijo de Dios vivo. En cambio, cuando se fía de su razón y de su buena voluntad, se transforma en obstáculo para tu misión. La presunción le lleva a renegar de ti, su Maestro, en cambio, el arrepentimiento humilde lo confirma como la roca sobre la cual tú edificas tu Iglesia. La decisión de confiar la continuación de la obra de la salvación a hombres débiles y vulnerables manifiesta tu sabiduría y poder.

Señor, protege a los hombres que has elegido, para que las puertas del infierno no prevalezcan sobre tus siervos.

Dirige tu mirada sobre todos nosotros, como aquella noche hiciste con Pedro, después del canto del gallo.

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Todos:


Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Quæ mærebat et dolebat

Pia mater, cum videbat

Nati pœnas incliti.

QUINTA ESTACIÓN
Jesús es juzgado por Pilatos

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 12-15

Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?» Ellos gritaron de nuevo: «Crucifícalo». Pilato les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho?» Ellos gritaron más fuerte: «Crucifícalo». Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

MEDITACIÓN

Pilato parecía poderoso, tenía derecho sobre la vida y la muerte de Jesús. Se complacía en ironizar sobre el «Rey de los Judíos», pero en realidad era débil, cobarde y servil. Temía al emperador Tiberio, temía al pueblo y a aquellos sacerdotes, a pesar de que los despreciaba en su corazón. Entregó a Jesús para que lo crucificaran, aún sabiendo que era inocente.

En su intento veleidoso de salvar a Jesús, dejó libre incluso a un peligroso homicida.

Inútilmente buscaba lavarse las manos que le chorreaban de sangre inocente.

Pilato es la imagen de todos los que detentan la autoridad como instrumento de poder y no se preocupan de la justicia.

ORACIÓN

Jesús, al declararte valientemente como rey, intentaste despertar en Pilato la voz de su conciencia. Ilumina la conciencia de tantas personas constituidas en autoridad, para que reconozcan la inocencia de tus seguidores. Dales el valor de respetar la libertad religiosa.

La tentación de adular al poderoso y de oprimir al débil está muy difundida. Y los poderosos son aquellos que han sido constituidos en autoridad, los que controlan el comercio y los medios de comunicación; pero existe también la gente que se deja manipular fácilmente por los poderosos para oprimir a los débiles. ¿Cómo fue posible que aquella gente, que te habían conocido como un amigo lleno de compasión y que sólo hizo el bien a todos, gritara «Crucifícalo»?

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Quis est homo qui non fleret,

matrem Christi si videret

in tanto supplicio?

SEXTA ESTACIÓN
Jesús es flagelado y coronado de espinas


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia por sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 15b.17-19

Pilato, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los soldados lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona de espinas que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!». Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él.

MEDITACIÓN

La flagelación usada en aquella época, era un castigo terrible. El horrible flagellum de los Romanos arrancaba la carne a pedazos. Y la corona de espinas, además de causar dolores agudísimos, constituía también una burla a la realeza del divino Prisionero, así como los escupitajos y los puñetazos.

Torturas tremendas siguen surgiendo de la crueldad del corazón humano, y las de tipo psíquico non son un tormento menor que las corporales, y frecuentemente las mismas víctimas se convierten en verdugos. ¿Carecen de sentido tantos sufrimientos?

ORACIÓN

No, Jesús; eres tú quien sigues reuniendo y santificando todos los sufrimientos: de los enfermos, de los que mueren llenos de penalidades, de todos los discriminados; pero los sufrimientos que destacan por encima de todos son aquellos sufridos por tu nombre.

Por los sufrimientos de los mártires, bendice a tu Iglesia; que su sangre sea semilla de nuevos cristianos. Creemos firmemente que sus sufrimientos, aunque en un principio pueden aparecer como una derrota completa, traerán la verdadera victoria a tu Iglesia. Señor, otorga la perseverancia a nuestros hermanos perseguidos.

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Todos:


Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in tierra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed liberanos a malo.

Quis no posset contristari,

piam matrem contemplari,

dolentem cum Filio?

SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús es cargado con la cruz

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 20

Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa. Y lo sacaron para crucificarlo.

MEDITACIÓN

La cruz, el gran símbolo del cristianismo, se ha transformado de instrumento de castigo ignominioso en un estandarte glorioso de victoria.

Existen ateos llenos de valor dispuestos a sacrificarse por la revolución: están dispuestos a abrazar la cruz, pero sin Jesús. Entre los cristianos existen «ateos» de hecho que quieren a Jesús, pero sin la cruz. Ahora, sin Jesús la cruz resulta insoportable y sin la cruz no se puede pretender estar con Jesús.

Abracemos la cruz y abracemos a Jesús y con Jesús abracemos a todos nuestros hermanos que sufren y son perseguidos.

ORACIÓN

¡Oh, divino Redentor!, con qué ímpetu abrazaste la cruz, que desde tanto tiempo habías deseado. Ella pesa sobre tus espaldas llagadas, pero es sostenida por un corazón lleno de amor.

Los grandes santos han entendido tan profundamente el valor salvífico de la cruz hasta el punto de exclamar: «O padecer o morir». Concédenos acoger al menos tu invitación a llevar la cruz detrás de Ti. Tú has preparado para cada uno de nosotros una cruz a nuestra medida. Tenemos en la mente la imagen del Papa Juan Pablo II, que sube al «Monte de las cruces», en Lituania. Cada una de aquellas cruces tiene una historia que contar, historia de dolor y de gozo, de humillación y de triunfo, de muerte y de resurrección.

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Todos:


Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Quis non posset contristari,

Piam matrem contemplari

dolentem cum Filio?

OCTAVA ESTACIÓN
Jesús es ayudado por el Cireneo a llevar la Cruz


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 21

Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz de Jesús.

MEDITACIÓN

Simón de Cirene venía del campo. Se tropezó con el cortejo de muerte y lo forzaron a llevar la cruz junto a Jesús.

En un segundo momento, él corroboró este servicio, se mostró feliz de haber podido ayudar al pobre Condenado y llegó a ser uno de los discípulos en la Iglesia primitiva. Seguramente fue objeto de admiración y casi de envidia por la suerte especial de haber ayudado a Jesús en sus sufrimientos.

ORACIÓN

Amado Jesús, Tú probablemente mostraste al Cireneo tu gratitud por su ayuda, mientras la cruz en realidad fue causada por él y por cada uno de nosotros. Así, Jesús, nos lo agradeces cada vez que ayudamos a los hermanos a llevar la cruz, mientras no hacemos más que cumplir con nuestro deber de expiar por nuestros pecados.

Eres Tú, Jesús, quien está al comienzo de este círculo de compasión. Tú llevas nuestra cruz, de tal manera que seamos capaces de ayudarte en tus hermanos a llevar la cruz.

Señor, como miembros de tu cuerpo, nos ayudamos mutuamente a llevar la cruz y admiramos el ejército inmenso de cireneos que, aunque sin tener todavía la fe, han aliviado generosamente tus sufrimientos en tus hermanos.

Cuando ayudemos a los hermanos de la Iglesia perseguida, recuérdanos que somos nosotros quienes, en realidad, somos ayudados por ellos.

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Tui Nati vulnerati,

tam dignati pro me pati,

pœnas mecum divide.


NOVENA ESTACIÓN
Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 27-28

Le seguía una gran multitud del pueblo y mujeres que se dolían y se lamentaban por él. Jesús, volviéndose a ellas, dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos».

MEDITACIÓN

Las mujeres, las madres obtienen de su amor una inmensa capacidad de aguante en el sufrimiento. Sufren por culpa de los hombres, sufren por sus hijos. Recordamos las madres de tantos jóvenes perseguidos y hechos prisioneros por causa de Cristo. ¡Cuántas largas noches han pasado esas madres en vigilia y con lágrimas! Recordamos las madres que, corriendo el riesgo de ser arrestadas o perseguidas, han perseverado en la oración en familia, cultivando en el corazón la esperanza de tiempos mejores.

ORACIÓN

Jesús, al igual que, a pesar de tus sufrimientos, te preocupaste de dirigir tu palabra a las mujeres en la Vía de la Cruz, haz que hoy también se escuche tu voz llena de consuelo y de luz para tantas mujeres que sufren.

Tú les exhortas a no llorar por ti, sino por ellas mismas y por sus hijos.

Llorando por ti, lloran sufrimientos que llevan la salvación a la humanidad y son, por tanto, causa de gozo. En cambio, aquello por lo que deberían llorar es por los sufrimientos causados por los pecados, que las convierten a ellas, a sus hijos y a todos nosotros en leños secos que merecen ser echados al fuego.

Tú, Señor, enviaste a tu Madre a Lourdes y a Fátima para recordarnos este mismo mensaje: «Haced penitencia y rezad para apaciguar la ira de Dios». Haz que acojamos de una vez con un corazón sincero esta invocación llena de dolor.

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Todos:


Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Eia, mater, fons amoris,

me sentire vim doloris

fac, ut tecum lugeam.

DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús es clavado en la cruz


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marcos. 15, 25.31.34

Era media mañana cuando lo crucificaron. Los sumos sacerdotes se burlaban también de él diciendo: «A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar». Y a la media tarde, Jesús clamó con voz potente: «Eloí, Eloí, lamá sabactaní» (que significa: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado»?).

MEDITACIÓN

Jesús desnudo, clavado, en medio de dolores inefables, ridiculizado por sus enemigos, se siente incluso abandonado por el Padre. Es el infierno que merecen nuestros pecados. Jesús ha permanecido en la cruz, no se ha liberado.

En Él se han cumplido las profecías del Siervo doliente: «Sin figura, sin belleza... sin aspecto atrayente... Lo estimamos leproso, herido de Dios... Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino, y el Señor cargó sobre Él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como un cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador» (Is 53, 2.4.6-7).

ORACIÓN

Jesús crucificado, no en el Tabor sino en el Calvario, Tú nos has revelado tu verdadero rostro, el rostro de un amor que ha llegado hasta el límite.

Hay quien por respeto quiere representarte cubierto por un manto real también sobre la cruz. Pero nosotros no tememos mostrarte tal y como colgabas del patíbulo aquel viernes, desde el mediodía a media tarde.

Contemplarte crucificado nos lleva a avergonzarnos de nuestras infidelidades y nos llena de gratitud por tu misericordia infinita. ¡Oh Señor, cuánto te ha costado el habernos amado!

Confiando en la fuerza que viene de tu pasión, prometemos no ofenderte jamás. Deseamos tener un día el honor de ser crucificados como Pedro y Andrés. Nos estimula la serenidad y el gozo que hemos tenido la gracia de contemplar en los rostros de tus siervos fieles, los mártires de nuestro siglo.

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Fac ut ardeat cor meum

in amando Christum Deum,

ut sibi complaceam.

UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús promete su Reino al buen ladrón


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23, 33.42-43

Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucifica-

ron allí, a Él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Uno de ellos decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso».

MEDITACIÓN

Era un malhechor. Representa a todos los malhechores, es decir, a todos nosotros. Ha tenido la suerte de estar junto a Jesús en el sufrimiento. Nosotros tenemos esta misma suerte. Digamos también: «Señor, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Tendremos la misma respuesta.

¿Y los que no tienen la fortuna de estar junto a Jesús? Jesús está cerca de ellos, de todos y cada uno.

«Jesús, acuérdate de nosotros»: digámoselo por nosotros, por nuestros amigos, por nuestros enemigos y por los perseguidores de nuestros amigos. La salvación de todos es la verdadera victoria del Señor.

ORACIÓN

Jesús, acuérdate de mí cuando, conocedor de mi infidelidad, tenga la tentación de desesperarme.

Jesús, acuérdate de mí, cuando, después de repetidos esfuerzos, me sienta todavía en el fondo del valle.

Jesús, acuérdate de mí, cuando todos se hayan cansado de mí y nadie confíe en mí, y me encuentre solo y abandonado.

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.


Sancta mater, istud agas,

Crucifixi fige plagas

cordi meo valide.

DUODÉCIMA ESTACIÓN
La madre y el discípulo junto a la cruz de Jesús


V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Juan. 19, 25-27

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María de Cleofás y María la Magdalena. Jesús, al ver a su madre, y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

MEDITACIÓN

Jesús se olvida de sí mismo incluso en aquel momento crucial y piensa en su Madre, piensa en nosotros. Ante todo, ¿confía su Madre al discípulo, como parece sugerir san Juan, o más bien confía el discípulo a la Madre?

En cualquier caso, para el discípulo María será siempre la Madre que el Maestro agonizante le ha confiado y para María el discípulo será siempre el hijo que el Hijo agonizante le ha confiado y al que estará espiritualmente cercana sobre todo en la hora de la muerte. Junto a los mártires agonizantes, estará siempre la Madre, que está en pie, junto a su cruz, para sostenerlos.

ORACIÓN

Jesús y María, habéis compartido totalmente el sufrimiento: Tú, Jesús, en la cruz y tu, Madre, a los pies de la misma. La lanza ha traspasado el costado del Salvador y la espada ha traspasado el corazón de la Virgen Madre.

En realidad, hemos sido nosotros con nuestros pecados los que hemos causado tanto dolor.

Aceptad nuestro arrepentimiento, nuestra debilidad, que siempre corre el riesgo de traicionar, renegar y desertar.

Aceptad el homenaje de fidelidad de todos los que han seguido el ejemplo de San Juan, que permaneció valientemente junto a la cruz.

Jesús y María, os doy el corazón y el alma mía. Jesús y María, asistidme en la última agonía. Jesús y María, que entregue en paz junto a vosotros el alma mía.

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Fac me vere tecum flere,

Crucifixo condolere,

donec ego vixero.

DECIMOTERCERA ESTACIÓN

Jesús muere en la Cruz

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Lucas. 23,46

Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y dicho esto, expiró.

MEDITACIÓN

Jesús muere realmente porque es verdadero hombre. Entrega al Padre su último aliento. Qué precioso es el aliento. Al primer hombre se le dio el aliento de vida, y a nosotros se nos da de un modo nuevo en la resurrección de Jesús, para que seamos capaces de ofrecer cada aliento a su Dador. ¡Cuánto tememos a la muerte y cómo somos esclavos de este temor! El sentido y el valor de una vida se deciden en el modo de entregarla. Ya para el hombre sin fe no es admisible que se aferre a la vida perdiendo su sentido. Para Jesús, además, no hay amor más grande que el de dar la vida por el amigo. Quien esté apegado a la vida la perderá. Quien esté dispuesto a sacrificarla la conservará.

Los mártires dan el mayor testimonio de su amor. No se avergüenzan de su Maestro ante los hombres. El Maestro estará orgulloso de ellos ante toda la humanidad en el último día.

ORACIÓN

Jesús, tú has tomado la vida humana justamente para poderla dar. Revistiéndote de nuestra carne de pecado, Tú, Rey inmortal, te has hecho mortal. Aceptando la muerte más trágica y oscura, fruto extremo del pecado, has realizado el acto supremo de completa confianza en el Padre. «In manus tuas, Domine, commendo spiritum meum».

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sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Vidit suum dulcem Natum

morientem desolatum,

cum emisit spiritum.

DECIMOCUARTA ESTACIÓN

Jesús es bajado de la cruz y puesto en el sepulcro

V. Adoramus te, Christe, et benedicimus tibi.

R. Quia per sanctam crucem tuam redemisti mundum.

Lectura del Evangelio según San Marco. 15,46

José de Arimatea compró una sábana y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro, excavado en una roca.

MEDITACIÓN

Jesús eligió no descender vivo de la cruz sino resucitar del sepulcro. Muerte verdadera, silencio auténtico, la Palabra de Vida callará durante tres días.

Imaginemos el desconsuelo de nuestros progenitores ante el cuerpo sin vida de Abel, la primera víctima de la muerte.

Pensemos en el dolor de María, acogiendo en su regazo a Jesús, el cual, reducido a un cúmulo de llagas, gusano más que hombre, ya no puede corresponder a la mirada de amor de su Madre. Ahora ella debe depositarlo en las gélidas piedras del sepulcro, después de haberlo rápidamente limpiado y arreglado. Ahora no hay más que esperar. Parece interminable la espera del tercer día.

ORACIÓN

Señor, los tres días nos parecen muy largos. Nuestros hermanos fuertes se cansan, los débiles flaquean cada vez más, mientras los prepotentes se yerguen jactanciosos. Señor, concede perseverancia a los fuertes, zarandea a los débiles y convierte todos los corazones.

¿Estamos en lo cierto de tener prisa y pretender ver rápidamente una victoria de la Iglesia? ¿Acaso no es nuestra victoria la que tenemos ansia de ver? Señor, haznos perseverantes para estar junto a la Iglesia del silencio y aceptar desaparecer y morir como el grano de trigo.

Haznos escuchar tu palabra, Señor: «No tengáis miedo. Yo he vencido al mundo. No falto nunca a la cita. Estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Señor, aumenta nuestra fe».

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Todos:

Pater noster, qui es in cælis:

sanctificetur nomen tuum;

adveniat regnum tuum;

fiat voluntas tua, sicut in cælo, et in terra.

Panem nostrum cotidianum da nobis hodie;

et dimitte nobis debita nostra,

sicut et nos dimittimus debitoribus nostris;

et ne nos inducas in tentationem;

sed libera nos a malo.

Quando corpus morietur,

fac ut animæ donetur

paradisi gloria. Amen.

El Santo Padre dirige su palabra a los presentes.

Al final del discurso el Santo Padre imparte la Bendición Apostólica:

BENDICIÓN

V. Dominus vobiscum.

R. Et cum spiritu tuo.


V. Sit nomen Domini benedictum.

R. Ex hoc nunc et usque in sæculum.


V. Adiutorium nostrum nomine Domini.

R. Qui fecit cælum et terram.


V. Benedicat vos omnipotens Deus,

Pater, et Filius, et + Spiritus Sanctus.

R. Amen.

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Cristo crucificado y resucitado ha vencido al mundo / Autor: Benedicto XVI

Audiencia General del Papa Benedicto XVI: Sobre el Santo Triduo Pascual / Miércoles 19 de marzo de 2008

Estamos próximos a la vigilia del Triduo Pascual. Los próximos tres días son llamados comúnmente 'santos' porque nos hacen revivir el evento central de nuestra Redención, nos reconducen de hecho al núcleo esencial de la fe cristiana: la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Son días que podemos considerar como uno solo, ya que constituyen el corazón y soporte de todo el año litúrgico como también de la vida de la Iglesia. Al término del itinerario cuaresmal, nos aprestamos también nosotros a entrar en el clima mismo que Jesús vivió entonces en Jerusalén. Queremos reeditar en nosotros la viva memoria de los sufrimientos que el Señor ha padecido por nosotros y prepararnos a celebrar con alegría, el próximo domingo, 'la verdadera Pascual, que la Sangre de Cristo ha cubierto de gloria, la Pascua en la que la Iglesia celebra la Fiesta que es el origen de todas las fiestas', como dice el Prefacio para el día de Pascua en el rito ambrosiano.

Mañana, Jueves Santo, la Iglesia recuerda la Última Cena durante la cual el Señor, la víspera de su Pasión y Muerte, instituyó el Sacramento de la Eucaristía y el del Sacerdocio ministerial. En esa misma noche Jesús nos dejó el mandamiento nuevo 'mandatum novum', el mandamiento del amor fraterno. Antes de entrar en el Triduo Santo, pero ya en estrecha relación con él, tendrá lugar en cada Comunidad diocesana, mañana por la mañana, la Misa Crismal, en la que el Obispo y sus sacerdotes presbíteros diocesanos renuevan las promesas de la ordenación. Se bendicen también los óleos para la celebración de los Sacramentos: el óleo de los catecúmenos, el óleo de los enfermos y el santo crisma. Es un momento muy importante para la vida de cada comunidad diocesana que, reunida en torno a su Pastor, resalta la propia unidad y la propia fidelidad a Cristo, único Sumo y Eterno Sacerdote. En la noche, en la Misa in Cena Domini si hace memoria de la Última Cena cuando Cristo se nos da a todos como alimento de salvación, como medicina de inmortalidad: es el misterio de la Eucaristía, fuente y culmen de la vida cristiana. En este Sacramento de salvación el Señor ha ofrecido y realizado para todos los que creen en Él la más íntima unión posible entre nuestra vida y la suya. Con el gesto expresivo y humilde del lavatorio de pies, somos invitados a recordar lo que el Señor hizo a su Apóstoles: lavando sus pies proclamó de manera concreta el primado del amor, amor que se hace servicio hasta el don de sí mismo, anticipando también el sacrificio supremo de su vida que se consumará al día siguiente en el Calvario. Según una bella tradición, los fieles cierran el Jueves Santo con una vigilia de oración y adoración eucarística para revivir más íntimamente la agonía de Jesús en Getsemaní.

El Viernes Santo es el día que hace memoria de la Pasión, Crucifixión y Muerte de Jesús. En este día la liturgia de la Iglesia no prevé la celebración de la Santa Misa, pero la asamblea cristiana se recoge para meditar en el gran misterio del mal y el pecado que oprimen a la humanidad, para recorrer, a la luz de la Palabra de Dios y ayudada por los gestos litúrgicos, los sufrimientos del Señor que expían este mal. Después de haber escuchado el relato de la Pasión de Cristo, la comunidad reza por todas las necesidad de la Iglesia y del mundo, adora la Cruz y se acerca a la Eucaristía, consumiendo las especies conservadas de la Misa in Cena Domini del día anterior. Como ulterior invitación a meditar en la Pasión y Muerte del Redentor y para expresar el amor y la participación de los fieles en los sufrimientos de Cristo, la tradición cristiana ha dado vida a varias manifestaciones de piedad popular, procesiones y representaciones sacras, que buscan imprimir siempre más profundamente en el ánimo de los fieles sentimientos de verdadera participación en el sacrificio redentor de la Cristo. Entre éstas destaca el Via Crucis, ejercicio pío que en el curso de los años se ha enriquecido de múltiples expresiones espirituales y artísticas ligadas a la sensibilidad de las diversas culturas. Así han nacido en muchos países santuarios con el nombre de 'Calvario', a los que se llega siguiendo el camino doloroso de la Pasión, permitiéndole a los fieles participar en la subida del Señor hacia el Monte de la Cruz, el Monte del Amor expresado hasta el final.

El Sábado Santo está signado por un profundo silencio. Las iglesias están cerradas y no están previstas liturgias. Mientras esperan el gran evento de la Resurrección, los creyentes perseveran con María en la espera orando y meditando. En efecto, es necesario un día de silencio, para meditar en la realidad de la vida humana, en las fuerzas del mal y la gran fuerza del bien resultante de la Pasión y Resurrección del Señor. Gran importancia tiene en este día la participación del Sacramento de la Reconciliación, indispensable para purificar el corazón y predisponerse a celebrar íntimamente renovados la Pascua. Al menos una vez al año tenemos necesidad de esta purificación interior de esta renovación de nosotros mismos. Este Sábado de silencio, meditación, perdón, reconciliación desemboca en la Vigilia Pascual, que introduce el domingo más importante de la historia, el domingo de la Pascua de Cristo. Espera la Iglesia nuevamente el fuego bendito y medita en la gran promesa, contenida en el Antiguo y el Nuevo Testamento, de la liberación definitiva de la antigua esclavitud del pecado y de la muerte. En la oscuridad de la noche se prende el fuego nuevo del cirio pascual, símbolo de Cristo, que resucita glorioso. Cristo luz de la humanidad dispersa las tinieblas del corazón y el espíritu e ilumina a cada hombre que está en el mundo. Luego del cirio pascual resuena en la Iglesia el gran anuncio pascual. Cristo ha verdaderamente resucitado, la muerte no tiene más poder sobre Él. Con su muerte, Él ha derrotado al mal para siempre y ha regalado a todos los hombres la vida misma de Dios. Por una antigua tradición, durante la Vigilia Pascual, los catecúmenos reciben el Bautismo, para subrayar la participación de los cristianos en el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. El esplendor de la noche de Pascua, la alegría, la luz y la paz de Cristo se extienden en la vida de los fieles de cada comunidad cristiana; y alcanzan todos los puntos de espacio y el tiempo.

Queridos hermanos y hermanas, en estos días singulares orientamos decididamente la vida hacia una adhesión generosa y convencida a los designios del Padre celeste, renovamos nuestro 'sí' a la voluntad divina como hizo Jesús con el sacrificio de la Cruz. Los sugestivos ritos del Jueves Santo, del Viernes Santo, el silencio rico de oración del Sábado Santo y la solemne Vigilia Pascual nos ofrecen la oportunidad de profundizar en el sentido y el valor de nuestra vocación cristiana, que surge del Misterio Pascual, y de concretizarla en la fe del seguimiento de Cristo en toda circunstancia, como Él ha hecho, hasta el don generoso de nuestra existencia.

Hacer memoria de los misterios de Cristo significa también vivir en profunda y sólida adhesión al hoy de la historia, convencidos que cuanto celebramos es realidad viva y actual. Llevamos entonces en nuestra oración el dramatismo de los hechos y situaciones que en estos días afligen tanto a nuestros hermanos en todas partes del mundo. Sabemos que el odio, la división, la violencia no tienen la última palabra en los eventos de la historia. Estos días reanimamos en nosotros la gran esperanza: Cristo crucificado y resucitado ha vencido al mundo. El amor es más fuerte que el odio, ha vencido y debemos asociarnos a esta victoria del amor. Debemos entonces volver a partir de Cristo y trabajar en comunión con Él para un mundo fundado en la paz, la justicia y el amor. En este esfuerzo, que nos corresponde a todos, dejémonos guiar por María, que ha acompañado al Hijo divino en el camino de la Pasión y de la cruz y ha participado, con la fuerza de la fe, en el actuar de su designio salvífico. Con estos sentimientos, formulo los más cordiales deseos para una feliz y santa Pascua a todos vosotros, a sus seres queridos y comunidades.

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¿Por qué nos sorprendes así, Señor? / Autor: Javier Leoz

En el silencio de una noche, sorprendiste
al mundo en tu pequeñez
Allá, a orillas del Jordán, como uno más
quisiste recibir el Bautismo de manos de Juan.
Fue entonces, Señor, cuando los motores
de tu misión se pusieron en marcha.
Endemoniados y hombres y mujeres, hastiados
de preocupaciones, se sintieron aliviados con tu presencia.
Otros, cómodamente sentados a la orilla del mar,
escucharon, inesperadamente tu llamada: ¡venid y seguidme!
Los leprosos, Señor, quedaron limpios como un amanecer.
Los paralíticos volvieron a sentir la dureza de los caminos.
Enfermos y poseídos, pecadores y adúlteros,
comprendieron que, tu presencia, era eso…amor y sólo amor.
Los pecados, a partir de tu llegada, no eran más fuertes
que la misericordia de Dios.

¿Por qué, de nuevo, hoy nos sorprendes, Señor?
¿Recuerdas aquel día en la barca?
Una traicionera tormenta nos metió el miedo hasta en los tuétanos.
Tu mano siempre oportuna, aun con nuestra falta de fe, la calmó.
Los muertos, ¿recuerdas, Jesús? volvieron por tu intervención a la vida.
Los hambrientos, en inolvidables multiplicaciones
de panes y de peces, abrazaron la hartura.
Los tristes, ante tu alegría divina, en el Monte de las Bienaventuranzas,
encontraron mil razones para sus lágrimas, sufrimientos y esperanzas.

¿Por qué, de nuevo, hoy en Jueves Santo,
nos sorprendes Señor?
Tus parábolas fueron sabiduría y universidad del Reino de Dios.
Quien no sabía orar, pronto, muy pronto, aprendió a decir “Abba” “Padre”.
Quien decía aquello que luego no hacía,
pronto se sintió incómodo ante la luz y la hoja fina de tu verdad.
Quien intentaba, cómodamente, vivir en el castillo de su hipocresía,
se resquebrajó ante el imperio de tu Reino. Sí, Jesús;
nos has dejado tanto, nos has dado tanto…¡nos has mostrado a Dios!
Contigo, el último lugar, es primero en el cielo.
Contigo, la prueba, es algo a superar.
Contigo, el mendigo es rey.
Contigo, el rey, es vasallo.
Contigo, el pecador recupera la gracia.
Contigo, el que se tiene por justo, queda fuera.
Contigo, la oveja perdida, volverá al redil.
Contigo, el que se marchó, siempre tendrá una habitación en tu casa.
Contigo, el que no se hace niño, tendrá difícil su entrada en el cielo.
Contigo, el que se las sabe todas, no conoce a Dios.
Contigo, el que es ciego, recupera la luz.
Contigo, el que ve todo, es incapaz de ver el reflejo de Dios.
Contigo, la muerte, es trampolín que nos eleva a la vida.
Contigo, el llanto, es agua que purifica nuestras miradas.
Contigo, la noche es vencida por el resplandor del día.
Contigo, la pasión, el sufrimiento o la muerte.
son notas que preceden al canto de Resurrección.

¿Por qué, de nuevo, hoy en Jueves Santo,
nos sorprendes Señor?
Hoy, Jueves Santo, nos sorprendes, Señor.
Con tu amor….que es inquebrantable y único, bueno y verdadero.
Con tu servicio…que es radical, obediente y todo un ejemplo.
Con tu sacerdocio…para que nunca nos falten heraldos de tu Palabra.
Manos que se extiendan sobre el pan y reconcilien a Dios con el hombre.
Y a la humanidad con el mismo Dios.
¡Gracias, Señor, eres sorprendente!

Para orar ante el Monumento: AL SANTÍSIMO SACRAMENTO / Autor: Gerardo Diego

Entre tantas dudosas certidumbres
que me mienten, halagan los sentidos,
Tú, callado y sin nubes, tan desnudo,
tan transparente de ternura y trigo
¿qué me quieres decir -labios sellados-
desde tu oculto y cándido presidio?
¿Qué me destellas, ay, qué me insinúas,
qué me quieres, Amor, Secreto mío?
Porque las ondas que abres y propagas
desde la fresca fuente de tu círculo
me alcanzan y me anegan, me coronan,
me ciñen de suavísimos anillos.
Mas ya sé lo que quieres, lo que buscas.
Si la Esperanza es prenda de prodigios,
si el sol de Caridad arde sin tregua,
lo que pides es Fe, los ojos niños.
Quererte, sí, y creerte. ¿Tú me esperas?
¿Me quieres Tú? ¿De veras que yo existo?
¿Tú me crees, Señor? Yo creo y quiero
creer en Ti, quererte a Ti y contigo.

Sí, mi divino prisionero errante,
mi voluntario capitán cautivo,
mi disfrazado amante de imposibles,
mi cifra donde anida el infinito.
Sí. Tú eres Tú, te creo y te conozco.
Ya te aprendí y te sé, paz del Espíritu.
Prosternarse, humillarse: eso fue todo.
Deponer, abdicar cetros, designios.
Por Ti hasta la indigencia, hasta el despojo
quedarse en puros huesos desvalidos.
La reina Inteligencia hágase esclava,
sea la Voluntad sierva de siglos.
Y queden ahí devueltos, desmontados,
en su estuche de raso los sentidos.
Veo y no veo, palpo y nada palpo,
escucho sordo y flor de ausencia aspiro.
No hay más que una verdad: Tú, Rey de Reyes.
Tú, Sacramento, Corpus Christi, Cristo.

Ya me tienes vaciado,
vacante de fruto y flor,
desposeído de todo,
todo para Ti, Señor.

No soy más que tu proyecto,
tu disponibilidad.
Lléname de amor y cielo,
rebósame de piedad.

He enmudecido mi música
en silencio de tapiz.
Me negué hasta el claro sueño,
hasta la misma raíz.

Ven, ruiseñor, a habitarme.
Hazme cuna de Belén.
Ven a cantar en mi jaula
abierta, infinita, ven.

Rosas en el ocaso de la víspera,
las nubes hoy se han despertado blancas.
Es ya la aurora bajo palio de oro,
la gloria teologal de la mañana.
Deslumbradora nieve en las cortinas
que descorren dos ángeles de brasa
y en medio el pecho azul de cielo, abierto
para dar paso a un Sol que se le salta.
El Sol, el Sol de Corpus. Cómo vibran
sus rayos de oro y miel, cómo remansan
recogiéndose al centro, al hogar íntimo
donde un Cordero su toisón recama.

Pero ¿qué traslación, qué meteoro
es éste que me busca, que me abraza?
Viene por mí, cae hacia mí derecho,
y en lugar de crecer, cuanto más baja,
más se aprieta de amor, más se reduce,
se achica, se cercena, se acompasa,
hasta inscribirse humilde en la estatura
del mísero dintel de mi cabaña.

Oh sol que el cielo entero no te ciñe
y en sus collados últimos derramas
la unidad de tu ser con brío y luces
que no saben de eclipses ni distancias.
Yo no soy digno, no, de contemplarte,
de encerrarte en mi pecho, torpe casa
de la abominación, lonja del crimen
apenas hoy barrida y alfombrada.
Mas ya el milagro se consuma, y tomo,
comulgo el Pan de la divina gracia.

No soy digno, no era digno,
pero ahora un templo soy.
Ilumínanse mis bóvedas
y todo temblando estoy.

Esto que vuela en mi bosque
es un pájaro de luz,
es una flecha con alas
desclavada de una cruz.

Y se ahínca en mi madera
y me embriaga de olor.
Ya, aunque se disuelva en brisa,
me quedará el resplandor.

Quédate, fuego, conmigo.
Espera un instante, así.
Transparéntame mis huesos.
No te separes de mí.

Dentro de mí te guardo, oh Certidumbre,
como el mosto en agraz guarda el racimo.
Te siento navegando por mis venas
como la madre mar a sus navíos.
Dentro de mí, fuera de mí, impregnándome,
como a la abeja mieles y zumbidos,
como la luz al fuego o como el suave
color, calor al reflejar del vidrio.
Te oigo cantar, orillas de mi lengua,
florecer en silencio de martirios.
Dulce y concreto estás en mí encerrado.
Lo que ignoran los hombres, pajarillos
lo saben bien, lo rizan, lo gorjean,
flores lo aroman por los huertos tibios,
estrellas lo constelan, lo tachonan,
telegrafían destellando visos,
ángeles del amor lo vuelan fúlgidos,
lo velan rumorosos y purísimos.

Tierno y preciso estás, manso y sin prisa,
dulce y concreto estás, Secreto mío.
¿Qué valen todas mis verdades turbias
ante esa sola, oh Sacramento nítido?
En Ti y por Ti yo espero y creo y amo,
en Ti y por Ti, mi Pan, Misterio mío.