13 de junio de 2009.-“Quiero que sea Dios quien decida cuándo ha llegado mi día y mi hora”, decía a ALBA en marzo de 2007. Y lo decidió. Una parada cardiorrespiratoria en la madrugada del 5 de diciembre puso fin a más de 20 años de una enfermedad neuromuscular que paralizó el cuerpo de Olga. Pero la fuerza de su alma ha hecho Historia.
(Sonsoles Calavera / Alba) Llevaba 22 años de inmóvil actividad. Metida en la cama, o sentada en la silla, sin salir de su habitación, removió el alma de todos los que la conocimos. Durante más de dos décadas no pudo hablar, ni ver, respiraba artificialmente y se alimentaba a través de una sonda. Ha sido la persona del mundo que más tiempo ha pasado alimentándose y respirando de manera artificial.
Padeció casi 200 neumonías y varias decenas de intervenciones quirúrgicas. Y aunque, sin ayuda, no podía ni levantar un párpado, desde su ‘arresto domiciliario’, como ella lo llamaba con heroico sentido del humor, en este tiempo de sufrimiento sacó fuerza y ánimo para ayudar a muchas personas. Entre tratamiento y tratamiento, escribió cuatro libros. ‘Voz de papel’, ‘Alma de color salmón’ y ‘Los garabatos de Dios’ son los tres primeros.
Moviendo ligeramente la cadera, con un cuaderno en las piernas y un rotulador entre los dedos, escribía unos garabatos ilegibles en los que su enfermera iba descifrando las letras. Olga murió con los deberes hechos. Tres días antes de morir, estuvo cinco horas trabajando con su enfermera, Livia Dancea, en su último libro: ‘Alas rotas’. No podía mover un músculo, pero su habitación tenía más actividad que el despacho de un ministro. Además de la asistencia médica y los cuidados que requería su enfermedad, dedicaba tiempo a escribir, llamar por teléfono, leer… y, sobre todo, recibir visitas. “Soy un vegetal muy activo”, decía.
Tenía siempre las puertas abiertas
Por su casa han pasado desde altas personalidades de la política hasta estrellas del deporte o de la canción. Pero, sobre todo, muchos amigos. Su puerta siempre estaba abierta. Así llegó a conocerla, por ejemplo, José Fernández del Cacho, sacerdote pasionista, que fue a visitarla después de leer su libro. “Esta mujer intentó animar a vivir a Ramón Sampedro. Yo soy testigo de que hubo gente que no encontraba una salida y ella les dio una tonelada de ilusión para vivir. Ha dado sentido a la vida de muchas personas. Empezando por mí, porque cuando estaba un poquillo flojo, me ponía a su lado y te transmitía paz, serenidad, ánimo”, recuerda. Cuenta incluso que el testimonio de vida de Olga salvó del suicidio a dos personas.”Es como santa Teresita de Lisieux, patrona de las misiones desde un monasterio. Pues ésta, desde el dolor, es increíble que haya movido a tanta gente. Olga ha hecho una gran labor silenciosa, ha sido un foco de Dios”.
Igual que José, llegó Manuela Álamo, una joven informática madrileña, a la vida de Olga: llamando a su puerta, después de leer sus libros. “El día que la conocí,me emocioné y ella en respuesta me pegó una patada y le escribió a su enfermera con sus garabatos: ‘¡Manoli, no llores que yo no lloro!’. Así era Olga.Valiente, cariñosa, comprensiva, solidaria, con un fino sentido del humor y sobre todo con una confianza en Dios, como no he visto en nadie. Es difícil de entender la razón de tanto sufrimiento, sólo esa confianza en Dios puede darle sentido. Su testimonio ha ayudado a muchas personas a acercarse más a Él y a no dejarse abatir ante las dificultades, porque ella tenía más que nadie. Seguro que al llegar al cielo, le han puesto la alfombra roja y que si su vida fue muy fértil en la tierra, con las incapacidades que tenía, ahora en la otra vida, con todos los deberes cumplidos, va a ser la caña”.
Lidia González la conoció por motivos de trabajo: “Yo ayudaba a Álex Rosal en los inicios de la editorial Libros Libres. Pocos días antes de Navidad llamó su enfermera, para saber cómo iba la edición del libro Alma de color salmón. Como todos los autores, Olga tenía mucha prisa en la edición.Me contó que le quedaba poco tiempo y que en cuanto se lo editásemos Dios la llamaría a emprender el vuelo a otra vida. Con la inquietud que me había dejado, llamé a Álex para contarle lo sucedido y le pedí permiso para llevarme el texto y leerlo en Navidades. Olga nos estaba confiando su mensaje, con la esperanza de que lo publicásemos y lo difundiéramos a los cuatro vientos. Ella me enseñó a confiar en Dios y llegué a experimentar que en las situaciones más dolorosas la Virgen siempre está muy cerca”.
Livia Dancea, su enfermera en los últimos meses, cuenta que éste ha sido el año más bonito y más lleno de su vida profesional. “He aprendido muchísimas cosas con Olga. Era admirable, sabía lo que es un sacrificio. Era una luchadora y me ha enseñado a luchar amí también. En mis momentos malos, en cuanto la veía, seme olvidaba todo.Te daba fuerza, un empujón hacia adelante sin decir nada, sólo al ver cómo luchaba”. Livia, que la atendió ya sin vida, cuenta que “cuando murió, estaba como una muñeca de porcelana, parecía que estaba viva, dormida”.
La muerte como luz, paz y amor infinito En el funeral, al que asistieron multitud de familiares y amigos, el sacerdote apuntó que “en la vida estamos llamados a ser imagen de Dios y Olga fue la imagen de Cristo en la Cruz”. Como ella había pedido, se leyeron fragmentos de sus libros, como éste de Alma de color salmón:
“Descubrí que la muerte no existe: no es otra cosa que nacer a la vida. La muerte es luz, paz, descanso, bienestar y un amor infinito que en esta vida no existe y no se puede explicar”. “Te recordamos inquieta, terca, incluso revolucionaria; desde tu cama has llegado más lejos que mucha gente con movilidad total”, dijeron sus amigas. Su madre se dirigió también a sus seres queridos: “Necesitamos mucho de vuestro cariño y vuestro amor para llenar el vacío tan grande que deja esta mujer, mi hija, en nuestras vidas”, dijo. Como Olga no quería ver tristes a los suyos pidió que terminara con música. Y así fue, a ritmo del Dúo Dinámico, con su canción Resistiré, y de la canción de Natalia, de La Quinta Estación.
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Reportaje publicado en el núm. 207 del semanario ALBA, diciembre de 2008
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Reportaje publicado en el núm. 207 del semanario ALBA, diciembre de 2008