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martes, 7 de enero de 2025

Celia Canseco: «Un camión me atropelló y le dije a Dios que me abandonaba en Él»

Celia Canseco Saldaña contando su testimonio  

* «Aunque vengo de una familia cristiana, siempre había visto la religión como algo impuesto, ajeno a mí, sin darle el sentido profundo que tiene. Desde el accidente eso ha cambiadoLa relación con Dios es algo muy personal. Cada uno tiene su momento para encontrarse con Él y yo me lo encontré debajo de un camión. Cuando estaba en el suelo, entre las ruedas, me sentí sostenida por Dios y me puse a rezar. Más adelante, en la ambulancia, noté que me moría. Y fue ahí cuando le dije a Dios que me abandonaba en Él y que fuese lo que Él quisiera, que yo quería vivir, pero que si él quería que me muriese, no pasaba nada porque me sentía con una gran paz sostenida en sus brazos, y no me daba miedo morirme» 

Vídeo de 13 TV en el que Celia Canseco Saldaña cuenta su testimonio

* «A partir de aquel día, mi vida ha dado un giro enorme. Procuro vivir haciendo tres cosas que comienzan por la letra “A”: Adorar (a Dios), alabar (a todas las personas que me cuidan, me vienen a ver y tengo cerca) y agradecer (todos los servicios grandes o pequeños que me prestan). No me alegro de que me haya pasado esto, pero le doy gracias a Dios de lo que he aprendido gracias al accidente»

Camino Católico.-  El 15 de diciembre de 2019, la vida de Celia Canseco Saldaña, una joven malagueña de 26 años, dio un giro inesperado. Mientras caminaba por el campus de la universidad hacia la biblioteca, un camión la atropelló, marcando un antes y un después en su existencia. "Iba dando un día normal a un examen y de repente noté el golpe por la espalda" recuerda Celia en 'Ecclesia Es Domingo' en 13 TV , "y cuando intenté girarme vi el camión que se abalanzaba sobre mí". Este suceso no solo la dejó con graves heridas físicas sino que también la llevó a una profunda reflexión sobre su vida y su fe.

Tras el impacto, Celia se encontró tirada en la carretera con las ruedas del camión sobre su pecho. A pesar de la gravedad de la situación y del intenso dolor, experimentó una sensación de paz inexplicable. "En el momento que llegó a la ambulancia, todo ese dolor que estaba camuflado... me sobrevino, y yo notaba en la ambulancia cómo estaban gritando, poniéndome vías... y yo, sin embargo, tenía una paz y una sensación superbonita que creo que nunca seré capaz de explicarla" afirma.

Fue en ese momento cuando sintió que se estaba muriendo y se entregó a la voluntad de Dios. "Le dije a Dios que me abandonaba en Él y que fuese lo que Él quisiera, que yo quería vivir, evidentemente, pero que de alguna manera sabía que su decisión iba a ser la correcta," explica.

Aunque la fe siempre había estado presente en su vida, Celia reconoce que no la había cultivado activamente. Sin embargo, justo antes del accidente, se había confesado, hecho una novena y comulgado, actos que ahora ve como una preparación divina para el momento que iba a vivir. 

Celia Canseco Saldaña da gracias a Dios por lo que aprendió al pasar el accidente y ahora valora todo con una nueva mirada

Durante su estancia en la UCI, la visita diaria del capellán para darle la comunión fue una fuente de fortaleza inmensa. "Una cosa que yo jamás me hubiese imaginado es que a mí lo que más fuerza me daba era que todos los días el capellán de mi colegio mayor, venía a darme la comunión," comenta.

Celia ve sus cicatrices no como marcas de dolor, sino como "marcas de guerra". "Las cicatrices lo que te ayudan es a salir más fuerte," declara. "Si las sabes incorporar bien, aceptar y darle un sentido a ese dolor, sales reforzado". Su experiencia le ha enseñado a valorar lo realmente importante, como disfrutar de los momentos sencillos, pasar tiempo con la familia y amigos, y no comprometer su vida por el éxito material.

El accidente cambió la perspectiva de Celia. "Yo creo que lo mejor es que era una Celia que no tenía miedo, que la verdad todos los días daba gracias por el regalo de estar viva y sobre todo que disfrutaba de cada momento", asegura. 

Ahora, anima a otros a entender que "cada día es un verdadero regalo" y a vivir la vida al máximo, sin miedo, confiando en que los planes de Dios son mejores que los suyos. Celia concluye que "cuando te abandonas en Dios y confías en que sus planes son mejores que los tuyos, al final te acaban pasando cosas superbonitas".

En agosto de 2018, tras recuperarse de varias operaciones, 12 roturas y 22 días en la UCI, Celia Canseco Saldaña, que tenía 20 años, contó en primera persona esta experiencia de fe transformadora en la página web del Opus Dei:


Celia Canseco Saldaña en 2018 después de recuperarse del accidente

«Debajo del camión me encontré con Dios»

El pasado 15 de diciembre, a primera hora de la mañana, iba camino de la biblioteca, cuando pasé por detrás de un camión, que comenzó a dar marcha atrás, me derribó completamente, pasando por encima de mí. A los pocos segundos había mucha gente a mi alrededor mirándome, paralizados, sin saber qué hacer. Yo sólo quería levantarme e irme corriendo a estudiar, pero no podía moverme. Tenía la pierna totalmente girada y doblada. Al ver sus caras, supe que estaba muy mal y empecé a gritar que me sacaran de allí.

Cuando llegó la ambulancia le pregunté a una enfermera si iba a poder volver a andar y ella me contestó: “Claro que no, te acabas de partir la espalda”.

Empecé a desvanecerme, a apagarme, había perdido muchísima sangre. Pero, a pesar de la agitación que había en aquel vehículo, sentí muchísima paz. Cuando eres joven, piensas que vivirás 100 años, que la muerte es algo muy lejano. Al menos yo lo pensaba. Hasta que, en ese momento, fui consciente de que la vida se me iba, de que me estaba muriendo.

Mis padres, en la otra punta del país

Desde el hospital llamaron a mis padres para avisarles de que había tenido un accidente. Primero les dijeron que me había roto la pierna y, al cabo de las horas, conforme iban teniendo más datos, volvían a llamar añadiendo más cosas. El viaje en tren de Marbella a Pamplona se les hizo eterno. Se iban poniendo más nerviosos por momentos, ya que las noticias les llegaban con cuentagotas. Dicen que fue como si les hubieran puesto una venda en los ojos que les impedía ver la gravedad en la que me encontraba. Y, al entrar en el hospital, se les cayó al suelo

Al llegar, mi madre le hizo una pregunta al médico y éste le contestó que eso no era relevante en ese momento, porque lo que estaban haciendo era intentar salvar la vida de su hija. Les dieron dos bolsas de plástico: una con mis pulseras y otra con mis pendientes. Mi padre pensó que les darían una tercera bolsa conmigo. Y de hecho fue un milagro que no fuera así.

La vida desde una cama de hospital

22 días en la UCI, cuatro operaciones y más de 12 roturas. El dolor te enseña a poner cada cosa en su sitio. Hay algunas insignificantes que, de repente, empiezas a valorar muchísimo. Por ejemplo, me acuerdo que, desde el momento en que entré en la ambulancia, estuve pidiendo un vaso de agua y no me lo daban. Al despertarme en la UCI lo mismo, y nada. Hasta que un día me lo dieron y lo vi como “EL VASO DE AGUA”. Es una cosa muy simple pero que valoré tanto… Y así me fue pasando con todo, desde lo más pequeño a lo importante de verdad, como la amistad o mi familia.

He descubierto el valor de “perder el tiempo” pensando. Lo que eres, lo que tienes; una reflexión de la vida que nunca me había hecho y que me ha llevado a conocerme mejor y a ponerme metas. Metas que estoy disfrutando muchísimo. He aprendido a mirar hacia adelante y ver que hay mucha gente que está como yo, o en situaciones peores, que puedo ayudarles y pueden ayudarme, y eso es muy gratificante. Creemos que la vida se reduce a planes, a tiempo. Pero no; la vida es sobre todo amar, es servir, es disfrutar.


Celia Canseco Saldaña inició una profunda relación con Dios tras el accidente

Tres cosas que comienzan por la letra “A”

Aunque vengo de una familia cristiana, siempre había visto la religión como algo impuesto, ajeno a mí, sin darle el sentido profundo que tiene. Desde el accidente eso ha cambiado.

La relación con Dios es algo muy personal. Cada uno tiene su momento para encontrarse con Él y yo me lo encontré debajo de un camión. Cuando estaba en el suelo, entre las ruedas, me sentí sostenida por Dios y me puse a rezar. Más adelante, en la ambulancia, noté que me moría. Y fue ahí cuando le dije a Dios que me abandonaba en Él y que fuese lo que Él quisiera, que yo quería vivir, pero que si él quería que me muriese, no pasaba nada porque me sentía con una gran paz sostenida en sus brazos, y no me daba miedo morirme.

Durante los días en la UCI, el capellán del Colegio Mayor en el que vivo vino a verme cada día y me traía la Comunión. Cuando me dieron el alta y salí del hospital, me di cuenta de lo mucho que me ayudaba poder comulgar, algo que nunca había valorado.

Ahora, ir a Misa cada día es una necesidad que tengo. El hecho de que sea algo que sale de mí y no del exterior, hace que mi relación con Dios sea mucho más íntima, más consolidada que antes. Ahora mi trato con Él es de tú a tú.

A partir de aquel día, mi vida ha dado un giro enorme. Procuro vivir haciendo tres cosas que comienzan por la letra “A”: Adorar (a Dios), alabar (a todas las personas que me cuidan, me vienen a ver y tengo cerca) y agradecer (todos los servicios grandes o pequeños que me prestan).

Mis cicatrices son un recordatorio de lo que soy

Si el primer milagro fue sobrevivir, el segundo ha sido que no tenga secuelas, ni siquiera, unas muletas. Me he recuperado tan rápido que incluso he podido viajar a Tel Aviv este mes de junio con algunos compañeros de la universidad, como premio de un concurso de emprendedores e innovación.

La vida es un regalo que no nos pertenece. Por eso hay que disfrutarla y vivir con pasión cada momento, porque no sabemos hasta cuándo viviremos. ¡Quién me iba a decir a mí que me iba a atropellar un camión en la universidad! Era algo impensable, pero ocurrió. No me alegro de que me haya pasado esto, pero le doy gracias a Dios de lo que he aprendido gracias al accidente.

Hay una tradición japonesa, Kintsugi, que consiste en reparar con oro jarrones de cerámica que se han roto. Las roturas tienen más valor, te dan historia, te aportan un pasado. Eso son mis cicatrices. Y al final ese pasado forma parte de mí y es lo que hace ser como soy, lo que da valor a cómo soy. Como un jarrón de porcelana fina que cae al suelo, me rompí en pedazos y renací de cada una de mis cicatrices.

Celia Canseco Saldaña

Homilía del P. José Blanco y lecturas de la Misa de hoy, martes después de la Epifanía del Señor, 7-1-2025

7 de enero de 2025.- (Camino Católico) Homilía del P. José Blanco y lecturas de la Santa Misa de hoy, martes después de la Epifanía del Señor, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.

Santa Misa de hoy, martes después de la Epifanía del Señor, 7-1-2025

7 de enero de 2025.- (Camino Católico) Celebración de la Santa Misa de hoy, martes después de la Epifanía del Señor, presidida por el P. José Blanco, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.

Misterios Dolorosos del Santo Rosario desde el Santuario de Lourdes, 7-1-2025

7 de enero de 2025.- (Camino Católico).- Rezo de los Misterios Dolorosos del Santo Rosario, correspondientes a hoy martes, desde la Gruta de Massabielle, en el Santuario de Lourdes, en el que se intercede por el mundo entero.

Palabra de Vida 7/1/2025: «Está cerca el reino de Dios» / Por P. Jesús Higueras

Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 7 de enero de 2025, martes después de la Epifanía del Señor, , presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.

Evangelio: San Mateo 4, 12-17. 23-25:

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea.

Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí. para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías:

«Tierra de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló».

Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo:

«Convertíos, porque está cerca el reino de Dios».

Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.

Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curó.

Y lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania.

Adoración Eucarística con el P. José Aurelio Martín en la Basílica de la Concepción de Madrid, 7-1-2025

7 de enero de 2025.- (Camino Católico) Adoración al Santísimo Sacramento con el P. José Aurelio Martín Jiménez, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.

Como los ángeles, aprendamos a ser portadores de buenas nuevas, trayendo consuelo y alegría / Por P. Carlos García Malo

 


lunes, 6 de enero de 2025

Papa Francisco en homilía, 6-1-2025: «El Señor nos transforme en luces que guíen a Él; como María, generosos en la entrega, abiertos en la acogida y humildes al caminar juntos; para encontrarlo, reconocerlo y adorarlo»

* «Como la estrella, que con su resplandor guio a los Magos a Belén; así también nosotros, con nuestro amor, podemos llevar a Jesús a las personas que encontramos, haciéndoles conocer, en el Hijo de Dios hecho hombre, la belleza del rostro del Padre y su modo de amar, que es cercanía, compasión y ternura. No lo olvidemos nunca: Dios es cercano, compasivo y tierno. Y para ello no necesitamos instrumentos extraordinarios ni medios sofisticados, sino haciendo que nuestros corazones brillen en la fe, que nuestras miradas sean generosas en la acogida y que nuestros gestos y palabras estén llenos de amabilidad y humanidad»     

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa 

* «La estrella, que en el cielo ofrece su luz a todos, nos recuerda que el Hijo de Dios vino al mundo para encontrarse con todo hombre y mujer de la tierra, sin importar la etnia, la lengua o el pueblo al que pertenezcan, y que a nosotros nos confía la misma misión universal. O sea que nos llama a poner fin a cualquier forma de preferencia, marginación o rechazo de las personas; y a promover entre nosotros y en los ambientes en que vivimos, una fuerte cultura de la acogida en la que los cerrojos del miedo y del rechazo sean reemplazados por los espacios abiertos del encuentro, de la integración y del compartir: lugares seguros, donde todos puedan encontrar calor y refugio» 

6 de enero de 2025.- (Camino Católico) “El Señor nos transforme así en luces que guíen a Él; como María, generosos en la entrega, abiertos en la acogida y humildes al caminar juntos; para que podamos encontrarlo, reconocerlo y adorarlo” ha rezado el Papa Francisco al final de su homilía de la Santa Misa de la solemnidad de la Epifanía del Señor, que ha presidido en la basílica de San Pedro. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente: 

SANTA MISA EN LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

 HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCESCO

Basílica de San Pedro
Lunes, 6 enero 2025

«Vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo» (Mt 2,2): de esto dan fe los Magos a los habitantes de Jerusalén, anunciándoles que ha nacido el rey de los judíos.

Los Magos testimonian que se pusieron en camino, lo que cambió sus vidas, porque vieron en el cielo una nueva luz. Quisiera que reflexionáramos sobre esta imagen, mientras celebramos la Epifanía del Señor en el Jubileo de la esperanza; y me gustaría subrayar tres características de la estrella de la que nos habla el evangelista san Mateo: es luminosa, es visible para todos e indica un camino.

En primer lugar, la estrella es luminosa. Muchos soberanos, en el tiempo de Jesús, se hacían llamar “estrellas”, porque se sentían importantes, poderosos y famosos. Pero no fue la luz de ninguno de ellos la que reveló a los Magos el milagro de la Navidad. El esplendor, artificial y frío que ellos tenían, fruto de cálculos y juegos de poder, no fue capaz de responder a la necesidad de novedad y esperanza de estas personas en búsqueda. En su lugar lo hizo otro tipo de luz, simbolizada en la estrella, que ilumina y da calor quemándose y dejándose consumir. La estrella nos habla de la única luz que puede indicarnos a todos el camino de la salvación y de la felicidad: la del amor. Esa es la única luz que nos hará felices.

Ante todo, el amor de Dios, que haciéndose hombre se nos ha dado sacrificando su vida. Luego, como reflejo, el amor con el que también nosotros estamos llamados a entregarnos mutuamente, convirtiéndonos con su ayuda en un signo recíproco de esperanza, incluso en las noches oscuras de la vida. Pensemos en esto: ¿somos nosotros luminosos en la esperanza? ¿Somos capaces de dar esperanza a los demás con de la luz de nuestra fe?

Como la estrella, que con su resplandor guio a los Magos a Belén; así también nosotros, con nuestro amor, podemos llevar a Jesús a las personas que encontramos, haciéndoles conocer, en el Hijo de Dios hecho hombre, la belleza del rostro del Padre (cf. Is 60,2) y su modo de amar, que es cercanía, compasión y ternura. No lo olvidemos nunca: Dios es cercano, compasivo y tierno. Porque el amor es esto: cercanía, compasión y ternura. Y para ello no necesitamos instrumentos extraordinarios ni medios sofisticados, sino haciendo que nuestros corazones brillen en la fe, que nuestras miradas sean generosas en la acogida y que nuestros gestos y palabras estén llenos de amabilidad y humanidad.

Por eso, mientras miramos a los Magos que, con los ojos fijos en el cielo buscan la estrella, pidamos al Señor que seamos, los unos para los otros, luces que lleven al encuentro con Él (cf. Mt 5,14-16). Es triste que una persona no sea luz para los demás.

Llegamos así a la segunda característica de la estrella: esta es visible para todos. Los Magos no siguen las indicaciones de un código secreto, más bien a un astro que ven brillar en el firmamento. Ellos lo notan; otros, como Herodes y los escribas, ni siquiera se dan cuenta de su presencia. La estrella, sin embargo, siempre permanece allí, accesible a cualquiera que levante la mirada al cielo, en busca de un signo de esperanza. Preguntémonos: ¿soy yo un signo de esperanza para los demás?

Y este es un mensaje importante: Dios no se revela a círculos exclusivos o a unos pocos privilegiados, Dios ofrece su compañía y su guía a quien lo busca con corazón sincero (cf. Sal 145,18). Es más, a menudo se anticipa a nuestras propias preguntas, y viene a buscarnos incluso antes de que se lo pidamos (cf. Rm 10,20; Is 65,1). Precisamente por esto, en el pesebre, representamos a los Magos con características que abarcan todas las edades y todas las razas —un joven, un adulto, un anciano, con los rasgos físicos de los diversos pueblos de la tierra—, para recordarnos que Dios busca a todos, siempre. Dios busca a todos, a todos.

Y cuánto bien nos hace hoy meditar sobre esto, en un tiempo donde las personas y las naciones, aunque dotadas de medios de comunicación cada vez más poderosos, parecen estar menos dispuestas a entenderse, aceptarse y encontrarse en su diversidad.

La estrella, que en el cielo ofrece su luz a todos, nos recuerda que el Hijo de Dios vino al mundo para encontrarse con todo hombre y mujer de la tierra, sin importar la etnia, la lengua o el pueblo al que pertenezcan (cf. Hch 10,34-35; Ap 5,9), y que a nosotros nos confía la misma misión universal (cf. Is 60,3). O sea que nos llama a poner fin a cualquier forma de preferencia, marginación o rechazo de las personas; y a promover entre nosotros y en los ambientes en que vivimos, una fuerte cultura de la acogida en la que los cerrojos del miedo y del rechazo sean reemplazados por los espacios abiertos del encuentro, de la integración y del compartir: lugares seguros, donde todos puedan encontrar calor y refugio.

Por eso la estrella está en el cielo. No para permanecer lejana e inalcanzable, sino para que su luz sea visible a todos, para que llegue a cada casa y rompa todas las barreras, llevando esperanza hasta los rincones más remotos y olvidados del planeta. Está en el cielo para decir a todos, con su luz generosa, que Dios no se niega a nadie y no olvida a nadie (cf. Is 49,15). ¿Por qué? Porque es un Padre cuya alegría más grande es ver a sus hijos que vuelven a casa, unidos, de todas partes del mundo (cf. Is 60,4). Verlos tender puentes, allanar senderos, buscar a los perdidos y cargar sobre sus hombros a los que tienen dificultades para caminar. Para que nadie quede fuera y todos participen en la alegría de su casa.

La estrella nos habla del sueño de Dios: que toda la humanidad, en la riqueza de sus diferencias, llegue a formar una sola familia y viva unida en la prosperidad y la paz (cf. Is 2,2-5).


Y de aquí pasamos a la última característica de la estrella: que es la de indicar el camino. También este es un tema de reflexión, especialmente en el contexto del Año santo que estamos celebrando, donde uno de los gestos característicos es la peregrinación.

La luz de la estrella nos invita a realizar un viaje interior que, como escribía Juan Pablo II, libere nuestro corazón de todo lo que no es caridad, para «encontrar plenamente a Cristo, confesando nuestra fe en él y recibiendo la abundancia de su misericordia» (Carta sobre la peregrinación a los lugares vinculados con la Historia de la Salvación, 29 junio 1999, 12).

Caminar juntos «es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida» (cf. Bula Spes non confundit, 5). Y nosotros, contemplando la estrella, podemos renovar también nuestro compromiso de ser mujeres y hombres “del Camino”, como se definían los cristianos en los orígenes de la Iglesia (cf. Hch 9,2).

Que el Señor nos transforme así en luces que guíen a Él; como María, generosos en la entrega, abiertos en la acogida y humildes al caminar juntos; para que podamos encontrarlo, reconocerlo y adorarlo. Y de este modo, tras encontrarlo, poder recomenzar renovados, llevando al mundo la luz de su amor.

Francisco



Fotos: Vatican Media, 6-1-2025