Dejar siempre duele / Autor: Renan Félix, consagrado y seminarista de la Comunidad Canción Nueva
23 de julio de 2009.- (Comunidad Canción Nueva) El acto de dejar es un proceso muy doloroso para todos nosotros porque nos desestabiliza, nos desplaza y nos coloca en una situación de inseguridad, pues no sabemos en que terreno estamos pisando. El “dejar” genera en nosotros un miedo de perder, de olvidar y de ser olvidado, aunque nuestra vida sea un eterno dejar. Dejamos el vientre de nuestra madre, los amigos de escuela, la vecindad, la novia, nuestra casa, nuestro barrio, nuestra ciudad, nuestro país etc. Es un sufrimiento que toma cuenta del alma y que, delante de las inseguridades, prefiere, muchas veces, acomodarse en vez de arriesgarse.
Llega un momento en que cada uno de nosotros se ve en un dilema: o deja o no crece; se arriesga o va a pasar el resto de la vida cuestionándose sobre lo que habría sucedido si hubiera intentado. Es una decisión difícil, pero que necesita ser tomada.
Lo que hace a cada uno de nosotros vivir el “dejar” es la motivación, algo que nos estimula al punto de hacernos superar el miedo de la inseguridad y que nos hace saltar al encuentro de lo desconocido, de lo nuevo, del crecimiento. Esta motivación puede ser una novia, un buen salario, la facultad e incluso Dios.
Dios es el motivo de que muchos jóvenes intercambian sus seguridades y se lanzan a una vocación, a una vida misionera. Ellos dejan la estabilidad de sus casas, la facultad y la profesión para vivir una vida cuya única seguridad y riqueza es y siempre será el Señor.
Cuando tenemos una experiencia concreta con El Señor, somos capaces de dejar aquello que es más difícil: nosotros mismos.
Esa es la parte más difícil: dejarse. Abandonar nuestras ideas, voluntades, argumentos, nuestra creación, costumbres y deseos para lanzarse a la voluntad del Señor. ¿Locura? Tal vez para los ojos de aquellos que nunca vivieron una experiencia con el amor de Dios, que nunca sintieron el corazón arder después de comulgar, ni la sensación de no necesitar de más nada, a no ser del Señor. Ese es un desafío para cada joven que siente, en el pecho, el deseo de entregarse a una vida consagrada. ¿Y cuál debe ser la actitud que nosotros, jóvenes, tenemos cuando somos desafiados? ¡Es ir de cabeza!”. El joven vive de desafíos, corre en dirección a ellos. Ese es el secreto: encarar la búsqueda por la santidad y el deseo de responder a la voluntad de Dios como un desafío. De ese modo, nada ni nadie podrá detenerlo.
Fue lo que sucedió conmigo. Viví una experiencia con Dios que me hizo encarar mi llamado como un desafío. Dejé todo – casa, trabajo, noviazgo, amigos, familia – para salir al encuentro del Señor. No fue fácil dejar lo que yo amaba, sin embargo puedo decir que el desafío mayor ocurre cada día, es decir, dejar mi voluntad y mis deseos para querer lo que Dios deseó desde toda la eternidad para mí.
Dios desafía a cada uno de nosotros a dejar nuestros sueños, planes, deseos y principalmente a nosotros mismos, para hacerlo a él nuestro único tesoro, nuestra única riqueza, nuestro único amor. No es fácil, pero es posible y ¡vale la pena!.
jueves, 23 de julio de 2009
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