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lunes, 6 de julio de 2009

El don y la donación de ser madre según los testimonios de mujeres que son luz para el mundo
6 de julio de 2009.-Algo le ha pasado a la maternidad. Ser madre se entiende hoy como una parcela independiente de la vida de la mujer. Sin embargo, algunas mujeres reclaman la urgencia de devolverle el prestigio a la maternidad, puesto que está ligada íntimamente a la propia identidad femenina. Al convertirse en madre, la mujer se transforma y despliega todos sus talentos, porque tanto su cuerpo como su alma están diseñados para dar la vida y su ser más íntimo está concebido para entrar en comunión especial con el misterio de la creación.

(Sara Martín e Isabel Molina E. / Revista Misión) JANNE HAALAND Matláry, ex ministra de Asuntos Exteriores de Noruega (en la fotografia de la izquierda), cuenta en su libro El tiempo de las mujeres: Notas para un nuevo feminismo, que durante muchos años fue una mujer dedicada a su actividad profesional y consideraba su trabajo como lo primero de todo. Sin embargo, cuando tuvo a sus hijos se dio cuenta de que es en la maternidad donde radica la esencia de lo femenino en su sen­tido más profundo. “La maternidad no es sim­plemente una función auxiliar de la paternidad sino algo diferente”, escribe en su libro. “[Después de ser madre] no he perdido interés por mi trabajo profesional, pero me he dado cuenta de que la maternidad es mucho más importante que cualquier otro trabajo, por muy apasionante que sea”.

Matláry, una mujer nórdica, ha llegado a estas conclusiones en el seno de una sociedad que defiende el igualitarismo entre el varón y la mu­jer a toda costa y que proclama que la maternidad es sólo una construcción social más. Sin embargo, ella se ha propuesto promulgar lo que denomina un feminismo mucho más radical: “Mi tesis –que no es en absoluto original– es que hoy las mujeres tienen necesidad de reafirmar la importancia de la maternidad, tanto en sus propias vidas como en el conjunto de la sociedad. (…) Pero la cuestión esencial no es sólo de orden práctico sino también antropológico: las mujeres nunca se sentirán felices si no toman conciencia de hasta qué punto la ma­ternidad define el ser femenino, tanto en el plano físico como en el espiritual, y expresan esa realidad con la reivindicación del reconocimiento social”.

LA CONTROVERSIA EN EE UU

En EE UU se ha producido en los últimos años una especie de batalla entre las mujeres que eligen una carrera profesional y las que, teniendo incluso diplomas de universidades de gran prestigio, deciden ser madres a tiempo completo. En 2005, The New York Times publicó un artículo en primera plana que despertó gran controversia en distintas partes del país. El reportaje trataba sobre el aumento de mujeres de la Ivy League –la asociación de ocho universidades del noreste de EE UU reconocidas por su excelencia académica– que voluntariamente habían decidido sacrificar su carrera por su familia. El artículo estaba basado parcialmente en una en­cuesta a 138 estudiantes (mujeres) de la prestigiosa Universidad de Yale, y explicaba que más de la mitad de las encuestadas planeaba re­du­cir la jornada de trabajo fuera de casa o abandonarlo completamente si tenían hijos. Además, se citaban estudios de Yale que mostraban que casi la mitad de sus licenciadas menores de 40 años no trabajaban a jornada completa. Las mujeres que habían tomado esta decisión fueron criticadas en Los Angeles Times por la periodista Karen Stabiner, quien denunciaba que “para tramar esa clase de futuro, una mujer necesita disponer de un fondo de potenciales maridos ricos, permanecer casada en una época en la que la mitad de los matrimonios termina en divorcio, e ignorar la historia del movimiento feminista”. Al margen de la discusión feminista, lo cierto es que mientras las es­tructuras sociales no permitan conciliar plenamente familia y trabajo, hay mujeres hoy que se atreven a afirmar públicamente que ellas eligen la maternidad porque eso las hace más felices.

SUPERAR LAS BARRERAS

Es el caso de Eva. Tiene 26 años y es madre de Clara, de 9 meses. Trabaja en una multinacional y tiene un contrato indefinido en un puesto medio. Sus posibilidades de mejorar en su carrera profesional eran reales hasta que decidió tener hijos. Renunciar a un ascenso debido a querer familia es una decisión que condiciona la vida, pero para ella era su prioridad: “No me da igual no trabajar en lo mío y la reducción de jornada es algo frustrante porque a nadie le importas, pero aun así, sinceramente me compensa. Es genial no tener estrés, y me puedo dedicar a la niña el tiempo que quiera”, explica.

María José, de 42 años y madre de siete hijos, ha tenido una historia diferente pero comparte puntos de vista con Eva: “Antes de ser madre trabajaba en un banco en el departamento de financiación al comercio exterior, pero al tener hijos ya no encajaba en el perfil del puesto porque no podía viajar”, comenta. Cuando nació su segundo hijo, dejó el trabajo porque quería estar a tiempo completo con sus hijos. María José ha estado durante diez años al cuidado del hogar y no se arrepiente en absoluto: “Ahora que el pequeño ya tiene tres años y va al colegio yo me he buscado un trabajo compatible con sus horarios”, comenta.

MATERNIDAD ESPIRITUAL
Según el Código de Derecho Canónico, aquellas mujeres que han renunciado voluntariamente a la maternidad biológica por amor a Jesucristo pueden ser fecundas por una maternidad de orden superior, por la acción del Espíritu Santo. La virginidad –también llamada castidad evangélica– ha demostrado esta fecundidad a lo largo de los siglos en las cientos de órdenes religiosas que han fundado colegios y obras de caridad, que han asistido a los pobres, y orado incansablemente por millones de personas. Un ejemplo de ello es sor Clara María, clarisa en el Monasterio de Lerma, en Burgos. Hoy tiene 32 años y lleva casi quince como religiosa. Lo explica de una manera sencilla: “Cuando entré en el convento, sólo tenía amor para Cristo, entré por Él, para ser su esposa. Pero poco a poco, fruto de este amor, Cristo me cedió parte de su sufrimiento y de sus preocupaciones por sus hijos y de esta manera, me convertí en madre”. Para sor Clara, la vida de una religiosa es una “vida de oración constante ofrecida a los otros... Nuestra oración cae sobre el alma que Dios dispone”. “Cuesta mucho no ver los frutos de la oración y, sin embargo, me siento misteriosamente plena. Mi corazón, que tiene el deseo de ser madre, ahora está lleno. Yo sé que mi vida está dando fruto en muchos y que lo veré en el Cielo. Me basta saberlo”, concluye sonriente.

¿DERECHO A SER PADRES?
La concepción social de la maternidad ha sufrido un cambio profundo en las últimas décadas. Esto se debe, principalmente, a la influencia del feminismo radical, que considera la maternidad como una carga pesada, algo que degrada a la mujer y la impide realizarse plenamente y, paralelamente, a un cambio profundo en la consideración de los hijos, que han pasado de ser estimados como un don a ser considerados como un derecho. La profesora de Derecho de la Universidad Francisco de Vitoria, María Lacalle, explica: “Si nos preguntamos por qué el Derecho de familia regula la paternidad/maternidad, la respuesta automática hasta hace poco habría sido: por el bien de los hijos. Sin embargo, en la actualidad parece más bien que lo hace para satisfacer los deseos de los adultos”. De ahí surge la necesidad de controlar todo el proceso de tener descendencia, bien sea a través de la fecundación in vitro y otras técnicas de reproducción asistida, pero también a través del aborto: “Las feministas reclaman un control total de la fecundidad por parte de la mujer, que se concreta en los llamados ‘derechos sexuales y reproductivos’. Se trata de un conjunto de ‘derechos’ cuyo objeto es que la mujer controle por completo la fertilidad, y que tienen como núcleo central la reivindicación del aborto libre, gratuito y universal”, denuncia Lacalle.


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