“Tuve el privilegio de encontrar a Dios justo en el momento en que dudaba de él. En una pequeña calle de Montreal, abandonada por los hombres, donde no había nadie. Pasé delante de una vieja iglesia, y llevado por algún instinto entré… La calle me llevó a la Iglesia, y la Iglesia finalmente me trajo de vuelta a la calle”
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