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jueves, 4 de enero de 2018

Vicente Molina Pacheco, sacerdote y pintor: «Estaba en la “movida madrileña”, y mi madre me dijo: “Hijo mío, el Señor me ha mostrado que vas a entrar en la Iglesia»

* «Yo, cla­ro, en ese mo­men­to me reí. A los tres me­ses es­ta­ba pe­re­gri­nan­do a San­tia­go de Com­pos­te­la y, al cabo de un año de una con­ver­sión pro­fun­dí­si­ma, en­tra­ba en el Se­mi­na­rio de vo­ca­cio­nes tar­días de To­le­do, San­ta Leo­ca­dia… Des­de muy jo­ven me de­di­qué a la pin­tu­ra. Iba por li­bre siem­pre, en la for­ma­ción era un desas­tre, me daba todo igual, co­gía lo que me in­tere­sa­ba de cada si­tio. Es­tu­ve dos años con Ve­nan­cio Blan­co, el es­cul­tor, lue­go en­tré en el Círcu­lo de Be­llas Ar­tes. Era una vida que me lle­vó al lí­mi­te, lle­gué in­clu­so al lí­mi­te del sui­ci­dio. En el pro­ce­so de con­ver­sión dejé de pin­tar y ex­pe­ri­men­té lo que es el su­fri­mien­to ho­lís­ti­co, vi­tal. Que­ría aca­bar con todo, todo se rom­pió y per­dió el sen­ti­do. Pero es­tan­do en esta si­tua­ción que me im­pe­día se­guir ade­lan­te, des­cu­bro una luz, una es­pe­cie de cuer­da de luz muy fi­ni­ta en me­dio de la os­cu­ri­dad. Me aga­rré a esa cuer­da y em­pe­cé a re­zar. Más tar­de, ya en el Se­mi­na­rio, leí en Kier­ke­gaard pre­ci­sa­men­te eso, que en el lí­mi­te del sui­ci­dio se en­cuen­tra una puer­ta ha­cia lo tras­cen­den­te. Hubo un cam­bio to­tal en mi vida»

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