* «Mis padres me enseñaron lo que de adulto experimenté: que Cristo Jesús está vivo y presente de verdad en el tabernáculo. Él no es una figura histórica como César o Napoleón: Cristo resucitado está presente en mi vida, en su Palabra, en los sacramentos, en mi oración personal… Los católicos no podemos ser como los agnósticos, histéricos ante la muerte. Tampoco somos nihilistas, ni egoístas, ni ideólogos. Siempre mantenemos la esperanza en el Señor… En el bautismo, Dios me llamó por mi nombre, así que ante Él no soy un número, ni masa. Desde la eternidad, Dios me ha llamado por mi nombre. Yo creo en Jesucristo, y sé que nada, nunca, puede separarme del amor de Dios»