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sábado, 5 de julio de 2025

Beatriz Alejano: «En la adoración tuve un encuentro personal con el Señor que me hizo sentir que me volvía a levantar, tras muchos años me confesé y recibí la llamada a consagrarme a los Sagrados Corazones»

El momento de la confirmación de Beatriz Alejano García

* «Sintiendo que había tocado fondo decidí volver al Primer Amor, tome la decisión de ir a la capilla de la adoración Perpetua buscando la paz del Señor en el silencio Sagrado, pero también ir a visitarlo para que no se sintiera solo, allí me enamoré del Señor, me enamoré de su santo cuerpo sacramentado, de la santa misa y descubrí un llamado a ir a visitar al Señor a acompañarle y convertí la adoración eucarística en un elemento indispensable en mi vida y me hice adoradora eucarística» 

Camino Católico.- Beatriz Alejano García que nunca ha estado alejada de Cristo porque “a los cinco años, durante el Vía Crucis arciprestal del Viernes de Dolores al que fui con mi madre y con mi abuela, tuve un encuentro con Cristo vivo y resucitado que hizo que me enamorara del Señor y de su santa cruz redentora que me hizo amar más la santa misa”, dice en un testimonio en primera persona en Religión en Libertad.

Fue al empezar en el instituto a cursar la secundaria donde el ambiente hizo que le invadiera la tibieza: “Yo seguí yendo a misa y rezando a diario, pero durante un tiempo mi fe se vivió desgraciadamente muy light. Era una etapa muy confusa”.

Hasta que ya estando en la universidad tuvo la gracia de que Dios mismo la atrajo hacia Él: “En la adoración tuve un encuentro personal con el Señor que me hizo sentir que me volvía a levantar, tras muchos años me confesé y recibí el llamado a consagrarme a su Sagrado Corazón”. Este es el testimonio íntegro de Beatriz contado en primera persona.

«Con Lewis y Tolkien salí de la tibieza hasta ser adoradora y consagrarme a los Sagrados Corazones»

Me llamó Beatriz Alejano García y soy asturiana, ovetense y española. Gracias a Dios nunca he estado alejada de Cristo nuestro Señor ni de su Iglesia. 

Nací en Oviedo un 8 de septiembre, el día de la Santina de Covadonga, y me bauticé a los dos meses en la parroquia del Cristo de las Cadenas, la parroquia donde se casaron mis padres.

Crecí en el seno de una familia donde se vivía la fe católica y aprendí desde preescolar las nociones de la fe católica de mi madre y de mis abuelos maternos, que fueron mis padrinos de bautismo además de vivir muy cerca de mi casa -casi puerta con puerta-, dado que mi padre debido a su trabajo como taxista siempre está fuera de casa y llega de noche muy tarde. 

Iba a misa los domingos y días de precepto con mucho gusto, porque desde muy pequeñita siempre he amado a Jesús, y aprendí a rezar con mi madre y mis abuelos maternos. 

Un primer encuentro

A los cinco años, durante el Vía Crucis arciprestal del Viernes de Dolores al que fui con mi madre y con mi abuela, tuve un encuentro con Cristo vivo y resucitado que hizo que me enamorara del Señor y de su santa cruz redentora que me hizo amar más la santa misa, el poder cursar clase de religión en el colegio y que llegara el día en que yo pudiera recibirle en mi corazón sacramentalmente como los mayores. 

Prácticamente crecí espiritualmente de la mano de Jesús y María en mi parroquia del Cristo de las Cadenas. Me ayudaron a crecer en la fe mis catequistas y el sacerdote de mi parroquia (que me llevaron al encuentro de Cristo al ser buenos testigos del evangelio) y, en casa, mi madre y mis abuelos y padrinos. 

Unas veces mi madre y otras (cuando ella no podía por su trabajo en la secretaría de la Universidad de Oviedo u otras ocupaciones) mis abuelos maternos y padrinos se ocupaban de todo, incluyendo la transmisión de la fe, rezar todos los días, ir a visitar al Señor en alguna iglesia o capilla fuera del horario de la misa… 

La Primera Comunión... intensamente vivida

El día más importante y feliz de mi infancia fue el día de mi primera comunión, el día que recibí por primera vez a Jesús sacramentado en mi corazón, el día que por primera me me alimenté de su cuerpo, sangre, alma y divinidad en mi parroquia del Cristo de las cadenas. 

Tanto ese día como el día previo estaba nerviosa y emocionada porque iba a recibir por primera vez al Amor de los Amores en mi corazón. 

Para mí lo más importante de aquel día fue recibir a Jesús, Él fue mi mejor regalo ese día. No fueron ni el vestido, ni el convite, ni los regalos... 

Y todo ello fue posible gracias a la labor de mis catequistas, del sacerdote de mi parroquia, y a la labor de mi familia, que (a pesar de nuestras debilidades como pecadores) procuró que mi primera comunión fuera un sacramento y no evento social consumista donde por desgracia Jesús-Eucaristía pasa a segundo plano, como por desgracia en muchas familias de hoy pasa.

El vestido era el clásico de primera comunión (pero muy sencillo, sin pompas superfluas ni desfiguraciones de la pobreza evangélica) y el medallón, de la Virgen de Covadonga. Y los invitados... ni muchos ni pocos: los familiares más allegados y los regalos pocos y sencillos y el convite sencillo. 

Lo mejor fue que se me ocultó que iba a recibir regalos ese día. Yo no tenía ni idea y doy muchas gracias a Dios por eso, porque de ese modo pude estar más concentrada de a Quién iba a recibir: a Jesús.

Y -desde luego- yo no quería que fuese mi última comunión, y gracias a Dios no fue así. 

Durante mi etapa de infancia post-comunión, durante la segunda etapa de la primaria, tuve que enfrentarme tristemente al hecho de que muchos niños de mi parroquia eran cristianos nominales: después de hacer la primera comunión no se les volvió a ver en misa.

Las motivaciones de sus familias para acercarles a los sacramentos eran ajenas a la fe, hecho que me entristecía porque yo siempre he amado a Jesús y no quería dejar de recibirle sacramentalmente. Seguí recibiéndole sacramentalmente con la dignidad que se merece el Señor, sin importar lo que nadie pensase. Seguía rezando diariamente con mi madre y mis abuelos maternos y padrinos todos los días, saludando al Señor y poniéndonos en su presencia para rezar en su capilla de Santa Ana en Montecerrao en Oviedo cada vez que pasábamos por allí de paseo, en ese pequeño oasis espiritual con su tejo en el patio, etc. 

Un ambiente hostil

Cuando me fui al Instituto Fleming para hacer la secundaria fue cuando empecé a tener problemas para vivir mi fe.

Los profesores eran buenos, pero en mis compañeros se vivía un ambiente totalmente anticatólico y hostil a la fe. No tenía ningún problema con mis compañeros de religión, pero eran cristianos nominales en la mayor parte de los casos.

El ambiente que se percibía era de excesiva precocidad para su edad y una vida fundamentada en cosas que atentan contra la salud, como el tabaco, y lo que es peor, contra la salud espiritual, al fundamentar su vida en diversiones y estilos de vida contrarios a la fe católica, que yo rechazaba abiertamente porque sabía que ello me alejaría totalmente de Dios y no quería dañar mi salud ni física ni espiritual.

Debido a eso siempre me encontraba sola e incomprendida, al sufrir el rechazo de muchos de mis compañeros a causa de mi fe y mi gusto por una belleza que iba unida a la bondad y la verdad en mis gustos personales, y a mi opción por una vida tranquila disfrutando de las pequeñas y sencillas cosas del día a día, en la familia... buscando a Dios en todo eso y rechazando en su totalidad ese estilo de vida horrible que ellos llevaban.

A consecuencia de ello, muchos de mis compañeros de instituto me despreciaban con burlas crueles, y trataban de amargarme la vida con todo tipo de rechazos y malas faenas que me amargaban. 

Yo sufría tanto que sucumbí a la tentación del poco esfuerzo. Como estaba acostumbrada a vivir en el Señor, acabé rutinizándolo todo, de tal manera que acabé perdiendo el sentido por lo que lo hacía. Estaba muy confusa. Yo seguí yendo a misa y rezando a diario, pero durante un tiempo mi fe se vivió desgraciadamente muy light. Era una etapa muy confusa.

La tibieza y el retraso de la Confirmación

Aquel era el momento en que debía prepararme para recibir el sacramento de la Confirmación, la efusión del Espíritu Santo. Y yo quería, pero estaba tan confusa y tenía tanto miedo que desgraciadamente lo retrasé más de lo que debía y no me confirmé en secundaria, como debiera haber sido, sino más tarde.

Por aquel entonces, a causa de la tristeza que me causaba el desprecio y rechazo de mis compañeros, me encerré en mí misma y sucumbí a las tentaciones del enemigo, del Maligno, que me hizo durante un tiempo ser esclava del consumismo desenfrenado y de la codicia, que me embotó. Me engañaba a mí misma pensando que aquello era la solución. Llené mi casa de trastos inútiles que, aunque no eran inmorales ni iban contra los mandamientos, me hacían profundamente infeliz.

Era muy soberbia, prepotente, y ello me hizo ser esclava de una ira descontrolada que arremetía contra todos desmesuradamente e injustificadamente, y era incapaz de perdonar al prójimo.

Y también la gula me tuvo esclava durante un tiempo. Comía de forma descontrolada, buscando dulces y otros alimentos que me gustaban, de forma que acababa enferma física y espiritualmente.

Hacía daño a mi madre, a mí misma y al Señor, y caí en una trampa muy peligrosa del Enemigo: me daba tanta vergüenza confesarme y confirmarme que prefería fingir que el problema no existía.

Pero eso me hacía sufrir más. Por fuera no parecía que pasase nada, pero la procesión iba por dentro. Vivía una aridez espiritual causada por una tibieza y un comodismo espiritual, estaba atrapada por una trampa mortal del enemigo.


Beatriz Alejano García ha experimentado el reavivamiento de la fe tras vivir un ambiente hostil

Yo trataba de ser contracultural y vivir mi fe con coherencia, pero pese a seguir yendo a misa y rezando, no lo conseguía porque no estaba entregándome del todo a Cristo para que se hiciese su voluntad, a causa de la presión y el rechazo de mis compañeros. Mantuve mi rechazo frontal a las modas anticatólicas que mis compañeros habían normalizado en sus vidas,  pero la gran confusión que sentí me hizo sufrir mucho.

Lewis, Tolkien, Chesterton

Pero Dios tuvo misericordia de mí y el mi ultimo curso de secundaria me envió un libro: Las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis. A través de una de sus películas supe que era una obra cristiana. Me llevó a un encuentro con Cristo que me hizo ver una necesidad de renovación espiritual, y mi primera decisión fue dejar la gula y con la ayuda de Dios lo conseguí, con mucho esfuerzo y sacrificio. 

Esta necesidad de renovación espiritual aumentó cuando me fui a la universidad. Allí el ambiente anticatólico era aun más radical y me hacía sufrir mucho. Fue entonces cuando, leyendo más libros de Las Crónicas de Narnia y viendo las otras dos películas y también El señor de los anillos, descubrí que Tolkien era católico. 

Tomé la decisión de dejar el consumismo desenfrenado que me tenía esclava y pasar más tiempo profundizando en la fe, conociendo el testimonio de los santos, profundizando en el catecismo de la Iglesia, su historia... y todo gracias a los portales de prensa católica de católicos fieles a la ortodoxia que se sentían llamados a Evangelizar a través de recursos cibernéticos.

Descubrí el testimonio de grandes conversos como Chesterton, pero también de personas contemporáneas a mí de distintas partes del mundo que fueron un instrumento del Espíritu Santo para encontrarme con el Señor. 

Me llevaron a dejar los minimalismos y a aumentar la frecuencia de mi asistencia a la santa misa de nuevo, y no reducirla a solo los domingos, como había hecho en el instituto.

Pero las dificultades para vivir mi fe en el ámbito de la educación superior continuaban y la soberbia, la arrogancia y la ira seguían apoderándose de mí, destruyéndome. 

En ese momento huyendo de aquello, sintiendo que había tocado fondo decidí volver al Primer Amor, tome la decisión de ir a la capilla de la adoración Perpetua buscando la paz del Señor en el silencio Sagrado, pero también ir a visitarlo para que no se sintiera solo, allí tuve un encuentro personal con el Señor que me hizo sentir que me volvía a levantar, me enamoré del Señor, me enamoré de su santo cuerpo sacramentado, de la santa misa y descubrí un llamado a ir a visitar al Señor a acompañarle y convertí la adoración eucarística en un elemento indispensable en mi vida y me hice adoradora eucarística. Durante ese período decidí confirmarme y me inscribí en mi parroquia en RICA para ello; en cada catequesis yo me sentía tan transformada por Cristo que mi alegría era inefable. Durante ese período me confesé después de llevar muchos años sin pisar un confesionario y experimente el gran poder transformador de la Divina Misericordia en mi vida así como una gran paz que solo proviene de Cristo, el día de Cristo Rey recibí el sacramento de la confirmación de manos del vicario episcopal diocesano y desde entonces mi conversión ha sido continua. 

Fue un verano después de mi confirmación cuando recibí el llamado del Señor a consagrarme a su sagrado Corazón, encontré en La Capilla de Adoración Perpetua de Toreno una edición antigua del libro del Padre Florentino Alcañiz y Sentí lo mismo que San Agustín en el momento definitivo de su conversión. Sentía en mi corazón que el Señor me decía que leyéndolo descubriría cual era su voluntad, su proyecto para mi vida. Leyéndolo entendí que el Señor me pedía que le entregase mi Corazón y que me consagrase personalmente a su Sagrado Corazón para que fuese testigo de su amor.

Al principio me dio miedo e intenté resistirme pero finalmente decidí confiar en la voluntad de Dios que sabe lo que nos conviene mejor que nadie y a semejanza de María dije que sí y me consagré al Sagrado Corazón de Jesús y me hice miembro de la Guardia de Honor del Sagrado Corazón para extender está devoción para animar a otras personas a consagrarse y a experimentar el amor transformador del Corazón de Jesús y eso hago tratando de hacer un fecundo apostolado cada vez más unida al Señor y a través de mi parroquia con ayuda del sacerdote de mi parroquia. 

He ido progresando en mi consagración. Fruto de esa profundización, también me consagré poco tiempo después al Inmaculado Corazón de María y me hice miembro de la Milicia de la Inmaculada para estar cada vez más unida a Jesús por María, a quien de manera especial el Señor encomendó para que supiera que también era mi madre. Y sentí el llamado a ser instrumento para que otros llegaran a Nuestro Señor a través de ella para instaurar el reino de los corazones de Jesús y María definitivamente, cuando la voluntad del Señor quiera.

Beatriz Alejano García

viernes, 27 de junio de 2025

Papa León XIV en homilía, 27-6-2025: «El Señor nunca nos abandona; nos acompaña siempre; estamos llamados a cooperar con Él poniendo en el centro la Eucaristía, ‘fuente y culmen de toda la vida cristiana’»

* «Como sacerdotes unirnos íntimamente a Jesús, semilla de concordia entre los hermanos, cargando sobre nuestros hombros a los que se han perdido, perdonando a los que han errado, yendo en busca de los que se han alejado o han quedado excluidos, cuidando a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, en un gran intercambio de amor que, naciendo del costado traspasado del Crucificado, circunda a todos los hombres e impregna al mundo»  

  

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa León XIV 

* «Me dirijo a ustedes, queridos ordenandos, que dentro de poco, por la imposición de las manos del Obispo y con una renovada efusión del Espíritu Santo, se convertirán en sacerdotes. Les digo algunas cosas simples, pero que considero importantes para su futuro y para el de las almas que les serán confiadas. Amen a Dios y a los hermanos, sean generosos, fervorosos en la celebración de los sacramentos, en la oración —especialmente en la adoración— y en el ministerio; sean cercanos a su grey, donen su tiempo y sus energías a todos, sin escatimarse, sin hacer diferencias, como nos enseñan el costado abierto del Crucificado y el ejemplo de los santos» 

27 de junio de 2025.- (Camino Católico) “Nuestra esperanza se basa en la conciencia de que el Señor nunca nos abandona; nos acompaña siempre. Sin embargo, estamos llamados a cooperar con Él, ante todo, poniendo en el centro de nuestra existencia la Eucaristía, ‘fuente y culmen de toda la vida cristiana’; luego ‘por la fructuosa recepción de los sacramentos, sobre todo en la frecuente acción sacramental de la Penitencia’; y, por último, con la oración, la meditación de la Palabra y el ejercicio de la caridad, conformando cada vez más nuestro corazón al del ‘Padre de las misericordias’. Lo ha subrayado el Papa León XIV en su homilía de la Santa Misa de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y en la XXIX Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes, instituida por Juan Pablo II en 1995, en la que ha ordenado a 32 nuevos sacerdotes, en la Basílica de San Pedro.


Miles de presbíteros han llenado la Basílica Vaticana para la Eucaristía, el momento culminante del Jubileo de los Sacerdotes. Los nuevos sacerdotes que ha ordenado el Pontífice provienen de más de 20 países, incluyendo Italia, Croacia, Brasil, Ucrania, Corea del Sur, México, Nigeria, India, Vietnam, Ucrania, Uganda, Etiopía y Rumania, entre otros. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:



JUBILEO DE LOS SACERDOTES


SANTA MISA DE LA SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS Y ORDENACIONES SACERDOTALES


HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV


Basílica Vaticana, Altar de la Confesión

Viernes, 27 de junio de 2025



Hoy, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, Jornada para la santificación sacerdotal, celebramos con alegría esta Eucaristía en el Jubileo de los Sacerdotes.

Me dirijo, por tanto, en primer lugar, a ustedes, queridos hermanos presbíteros, que han venido a la tumba del apóstol Pedro para entrar por la Puerta Santa, para volver a sumergir sus vestiduras bautismales y sacerdotales en el Corazón del Salvador. Para algunos de los aquí presentes, este gesto se realiza en un día muy especial de su vida: el de la ordenación.

Hablar del Corazón de Cristo en este contexto es hablar de todo el misterio de la encarnación, muerte y resurrección del Señor, confiado de manera especial a nosotros para que lo hagamos presente en el mundo. Por eso, a la luz de las lecturas que hemos escuchado, reflexionemos juntos sobre cómo podemos contribuir a esta obra de salvación.

En la primera, el profeta Ezequiel nos habla de Dios como un pastor que guarda su rebaño, contando sus ovejas una por una: va en busca de las perdidas, cura a las heridas, sostiene a las débiles y enfermas (cf. Ez 34,11-16). Nos recuerda así, en un tiempo de grandes y terribles conflictos, que el amor del Señor, del cual estamos llamados a dejarnos abrazar y moldear, es universal, y que a sus ojos —y por tanto también a los nuestros— no hay lugar para divisiones ni odios de ningún tipo.

En la segunda lectura (cf. Rm 5,5-11), san Pablo, recordándonos que Dios nos reconcilió «cuando todavía éramos débiles» (v. 6) y «pecadores» (v. 8), nos invita a abandonarnos a la acción transformadora de su Espíritu que habita en nosotros, en un camino diario de conversión. Nuestra esperanza se basa en la conciencia de que el Señor nunca nos abandona; nos acompaña siempre. Sin embargo, estamos llamados a cooperar con Él, ante todo, poniendo en el centro de nuestra existencia la Eucaristía, «fuente y culmen de toda la vida cristiana» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 11); luego «por la fructuosa recepción de los sacramentos, sobre todo en la frecuente acción sacramental de la Penitencia» (Íd., Decr. Presbiterorum ordinis, 18); y, por último, con la oración, la meditación de la Palabra y el ejercicio de la caridad, conformando cada vez más nuestro corazón al del «Padre de las misericordias» (ibíd.).

Y esto nos lleva al Evangelio que hemos escuchado (cf. Lc 15,3-7), en el que se habla de la alegría de Dios —y de todo pastor que ama según su Corazón— por el regreso al redil de una sola de sus ovejas. Es una invitación a vivir la caridad pastoral con el mismo espíritu generoso del Padre, cultivando en nosotros su deseo: que nadie se pierda (cf. Jn 6,39), sino que todos, también a través de nosotros, conozcan a Cristo y tengan en Él la vida eterna (cf. Jn 6,40). Es una invitación a unirnos íntimamente a Jesús (cf. Presbiterorum ordinis, 14), semilla de concordia entre los hermanos, cargando sobre nuestros hombros a los que se han perdido, perdonando a los que han errado, yendo en busca de los que se han alejado o han quedado excluidos, cuidando a los que sufren en el cuerpo y en el espíritu, en un gran intercambio de amor que, naciendo del costado traspasado del Crucificado, circunda a todos los hombres e impregna al mundo. El Papa Francisco escribía al respecto: «De la herida del costado de Cristo sigue brotando ese río que jamás se agota, que no pasa, que se ofrece una y otra vez para quien quiera amar. Sólo su amor hará posible una humanidad nueva» (Carta enc. Dilexit nos, 219).

El ministerio sacerdotal es un ministerio de santificación y reconciliación para la unidad del Cuerpo de Cristo (cf. Lumen gentium, 7). Por eso, el Concilio Vaticano II pide a los presbíteros que hagan todo lo posible por «conducirlos a todos a la unidad de la caridad» (Presbiterorum ordinis, 9), armonizando las diferencias para que «nadie se sienta extraño» (ibíd.). Y les recomienda que estén unidos al obispo y al presbiterio (cf. ibíd., 7-8). En efecto, cuanto mayor sea la unidad entre nosotros, tanto más sabremos llevar también a los demás al redil del Buen Pastor, para vivir como hermanos en la única casa del Padre.

San Agustín, a este propósito, en un sermón pronunciado con ocasión del aniversario de su ordenación, hablaba de un fruto gozoso de comunión que une a los fieles, a los presbíteros y a los obispos, y que tiene su raíz en el sentirse todos rescatados y salvados por la misma gracia y por la misma misericordia. Pronunciaba, precisamente en ese contexto, la famosa frase: «Con ustedes soy cristiano y para ustedes, obispo» (Sermón 340,1).

En la misa solemne del inicio de mi pontificado, he expresado ante el Pueblo de Dios un gran deseo: «una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado» (18 mayo 2025). Hoy vuelvo a compartirlo con todos ustedes: reconciliados, unidos y transformados por el amor que brota abundantemente del Corazón de Cristo, caminemos juntos tras sus huellas, humildes y decididos, firmes en la fe y abiertos a todos en la caridad, llevemos al mundo la paz del Resucitado, con esa libertad que nace de sabernos amados, elegidos y enviados por el Padre.

Y ahora, antes de concluir, me dirijo a ustedes, queridos ordenandos, que dentro de poco, por la imposición de las manos del Obispo y con una renovada efusión del Espíritu Santo, se convertirán en sacerdotes. Les digo algunas cosas simples, pero que considero importantes para su futuro y para el de las almas que les serán confiadas. Amen a Dios y a los hermanos, sean generosos, fervorosos en la celebración de los sacramentos, en la oración —especialmente en la adoración— y en el ministerio; sean cercanos a su grey, donen su tiempo y sus energías a todos, sin escatimarse, sin hacer diferencias, como nos enseñan el costado abierto del Crucificado y el ejemplo de los santos. Y a este propósito, recuerden que la Iglesia, en su historia milenaria, ha tenido —y tiene todavía hoy— figuras maravillosas de santidad sacerdotal. A partir de la comunidad de los orígenes, la Iglesia ha generado y conocido, entre sus sacerdotes, mártires, apóstoles incansables, misioneros y campeones de la caridad. Atesoren tanta riqueza: interésense por sus historias, estudien sus vidas y sus obras, imiten sus virtudes, déjense encender por su celo e invoquen con frecuencia y con insistencia su intercesión. Nuestro mundo propone muchas veces modelos de éxito y prestigio discutibles e inconsistentes. No se dejen embaucar por ellos. Miren más bien el sólido ejemplo y los frutos del apostolado, muchas veces escondido y humilde, de quien en la vida ha servido al Señor y a los hermanos con fe y dedicación, y mantengan su memoria con su fidelidad.

Encomendémonos finalmente todos a la maternal protección de la Bienaventurada Virgen María, Madre de los sacerdotes y Madre de la esperanza, que sea ella quien acompañe y sostenga nuestros pasos, para que podamos configurar cada vez más nuestro corazón con el de Cristo, sumo y eterno Pastor.

PAPA LEÓN XIV











Fotos: Vatican Media, 27-6-2025

Santa Misa, presidida por el Papa León XIV, de hoy, viernes, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, con ordenaciones sacerdotales, 27-6-2025


Foto: Vatican Media, 27-6-2025


27 de junio de 2025.- (Camino Católico) En la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, León XIV preside, en la basílica de San Pedro, la misa con 32 ordenaciones sacerdotales, con la que concluye también el Jubileo de los sacerdotes e invita a los sacerdotes a poner la Eucaristía en el centro, a meditar la Palabra, a ejercitar la caridad, a cuidar del pueblo de Dios y a cultivar la unidad en la Iglesia. Miren el sólido ejemplo de quien en la vida ha servido al Señor y a los hermanos con fe y dedicación, dice a los jóvenes sacerdotes. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha toda la celebración.