* «Mi padres demostraron su coraje muy pronto, cuando tuvieron que tomar la decisión de enviarme, de niño, a un colegio lejos de casa, para que pudiera aprender a leer y a escribir, y así poder afrontar la vida de la mejor manera posible. Me forjaron, me criaron en el seno de una familia unida y me dieron una educación que fue preciosa para poder continuar mi vida. Entre las muchas enseñanzas que podría citar destaca su capacidad para no darse por vencidos. Es algo que vivieron ya desde el embarazo, cuando los médicos aconsejaron a mi madre que abortara porque su hijo iba a nacer con graves patologías. Ella ignoró un consejo tan impropio y siguió con el embarazo, con el apoyo de mi padre. Sin ese gesto de valentía y de fe, hoy yo no podría estar aquí para contarlo. Por eso, la herencia más grande que he querido transmitir a mis hijos son esos valores universales y perpetuamente actuales que he aprendido a encontrar en el Evangelio, corazón de la sabiduría. Conceptos, por ejemplo, como ‘Ama a tu prójimo como a ti mismo’ y ‘No hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti’»
* «Para el ego, orar es objetivamente una contradicción, una entrega. Sin embargo, la oración trae consigo grandes enseñanzas, la primera de las cuales es la humildad intelectual. Para mí es un camino esencial, un ejercicio espiritual para elevarme y para superarme. Con la oración tengo una relación intensa y diaria. Creo en la práctica devocional, que es el alimento esencial en mi camino de fe y una fuente constante de renovación. Uno de los momentos más intensos de mi día es el rezo del santo Rosario. Y a menudo también vivo el canto, desde alguna propuesta de música sacra o alguna canción que hable de la dimensión más espiritual, como una forma de oración. En cierto sentido, la música multiplica la oración, como recuerda san Agustín, el pensador cristiano más grande del primer milenio. Vanidad, orgullo, soberbia: este es el virus por el que el hombre se cree superior a los demás y por el que se desencadenan siempre los abusos y hasta las guerras. Todos los sufrimientos y conflictos sociales encuentran su detonante en esa descabellada presunción que podríamos resumir en poner al yo en el lugar de Dios»
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