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viernes, 3 de enero de 2025

Jewels Green abortó a los 17 años, trabajó en un abortorio, dos provida en un chat la cambiaron... y acabó católica: «Me decidió: la idea de que Dios pueda estar todos los días conmigo»

Jewels Green

* «Además de recibirle en la misa, lo que más me atrae es la adoración eucarística. Ir a misa alimenta tu alma. Nunca agradeceré lo bastante a Lindsay y Lauren su inquebrantable testimonio a favor de la santidad de la vida. Sin saberlo, me pusieron en el camino de descubrir y aceptar el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte, y dedicar mi vida a defenderlo» 

Camino Católico.-  La historia que ha marcado la existencia de Jewels Green comienza a los 17 años con su aborto y termina en 2011, con su incorporación al movimiento provida, y en 2012, con su conversión al catolicismo desde su formación luterana.

"Durante buena parte de mi vida, estaba tan empeñada en mi abortismo que incluso cortaba cualquier conversación que me invitase a examinar o cuestionar mi posición", explicó en el blog Secular Pro-Life.

Fue presionada violentamente, pero no quería abortar

Siendo todavía una adolescente quedó embarazada y la presionaron para que abortase: "Consumía drogas y había dejado el instituto, pero en cuanto la doctora me dijo que estaba embarazada me vi a mí misma como  madre. Todo el mundo quería que abortase... salvo yo". De hecho, dejó de drogarse, acudió a una biblioteca, sacó un libro sobre madres adolescentes y pidió hora con la matrona para el primer chequeo. Sin embargo la "violencia y amenazas", sobre todo de su novio y padre de la criatura, la llevaron hasta el abortorio un 6 de enero de 1989, cuando ya estaba de nueve semanas y media de gestación.

Las consecuencias fueron devastadoras: se intentó suicidar tres veces y tuvieron que internarla un mes en una clínica psiquiátrica para adolescentes. Ella describió después con todo detalle las características del dolor que la hundió por completo: mientras se cortaba las venas con un cúter o se atiborraba de fármacos, "prefería el dolor físico al dolor emocional".

Con hijos seguía siendo proabortista

El vuelco que supuso ese hecho en su vida se tradujo en una espantosa opción laboral: durante cinco años a partir de entonces, desde los 18 a los 23, trabajó en un abortorio: primero al teléfono, luego en el mostrador inscribiendo clientes y recibiendo los pagos, luego como auxiliar de enfermería y, tras diplomarse en Psicología, como consejera para las madres que acudían al centro.

Durante todo el tiempo que trabajó allí, fue una firme defensora del derecho al aborto, y se manifestó en repetidas ocasiones por ello, a pesar de que sufrió pesadillas en cuanto llegó a ver los cuerpos troceados de los bebés: "Todo ese tiempo sabía en mi corazón que lo que había hecho estaba mal, que había perdido a mi hijo. Ahora comprendo que, rodeándome de personas que consideraban correcto abortar niños, buscaba que algún día me parecería a mí también correcto haber abortado al mío. Pero eso nunca sucedió".

Jewels supo desde el principio que había hecho mal al abortar, e intentó durante años sepultar esa certeza

Jewels cambió de trabajo a mediados de los 90, pero todavía en 2002 volvió durante un tiempo a ganarse la vida en un abortorio... a pesar de que estaba entonces embarazada de su primer hijo. Aún tendría dos hijos más mientras seguía siendo partidaria del llamado "derecho a decidir".

Un chat salvador

Todo empezó a cambiar en 2010, cuando una amiga suya alquiló su útero para concebir el hijo de otros. Durante una de las pruebas de ese embarazo, se detectó que el niño tenía síndrome de Down. Los padres de alquiler ofrecieron entonces a la mujer pagarle el contrato en su integridad (decenas de miles de dólares) si abortaba. Y ella abortó. Algo se iluminó en la mente de Jewels: "Esto está mal", se dijo.

Empezó a investigar sobre la maternidad de alquiler y llegó a un foro donde se discutía del tema. Ella intervino defendiendo todavía la postura de que el embrión es un "amasijo de células" que no merecen la misma consideración que una persona adulta. Y se encontró con dos contradictoras provida, Lindsay y Lauren, que la deslumbraron.

"Hablaban clara, coherente y piadosamente ante una docena de oponentes apoyando el derecho de esos seres humanos microscópicos a llegar a la maduración", recuerda: "Nunca abroncaron, despreciaron o insultaron a quienes discrepaban de ellas, pero nunca se rindieron".

"Su firme creencia y su elocuente defensa del valor de toda vida humana hizo mella en la armadura que yo había construido cuidadosamente durante décadas. ¿Qué era la vida, sino un continuo desde la concepción a la muerte? ¿Acaso no fui yo también una vez un pequeño amasijo de células? Finalmente comencé a pensar de una forma distinta en estos asuntos sobre la vida, y a examinar a fondo mi posición, tan largamente sostenida y nunca cuestionada. Poco a poco empecé a considerar que el niño en el seno materno podía ser, en efecto, un niño", asegura.

El camino a la fe

Meses después, Jewels se incorporó al movimiento provida. Acudió a su pastor luterano a confiarle su cambio, pero se encontró con que la ELCA (de las siglas en inglés de Iglesia Luterana Evangélica en América) sostiene una posición pro-choice [pro-elección]: "Comprendí que tendría que hacer alguna búsqueda espiritual más".

Y así llegó a leer el ya clásico Roma, dulce hogar, de los esposos Scott y Kimberly Hahn, que sería su acompañamiento en el camino hasta la Iglesia católica. ¿Qué la convenció más? La Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía: "Además de recibirle en la misa, lo que más me atrae es la adoración eucarística. Es lo que finalmente me decidió: la idea de que Dios pueda estar todos los días conmigo. Ir a misa alimenta tu alma".

"Nunca agradeceré lo bastante a Lindsay y Lauren su inquebrantable testimonio a favor de la santidad de la vida. Sin saberlo, me pusieron en el camino de descubrir y aceptar el derecho a la vida desde la concepción hasta la muerte, y dedicar mi vida a defenderlo": todo un respaldo a la callada labor de miles de provida en todo el mundo y a esos triunfos que logran aunque sólo Dios los conozca.

Cuatro milagros actuales de Cristo: Ana Hernández, científica, se quedó ciega y ve; Sara Quiroz, arquitecta, estaba paralítica y anda; y Sergio Rodríguez, enfermo terminal, que se cura 2 veces


Ana Hernández, científica, Sara Quiroz, arquitecta, y Sergio Rodríguez, economista, cuentan cómo vivieron los milagros que les sanaron

Camino Católico.-  Hagan Lío, la serie de testimonios de Juan Manuel Cotelo e Infinito+1, ha publicado su 8ª entrega, que recoge tres historias de personas curadas milagrosamente en España, en años recientes. Es un capítulo titulado "Milagros".  Las cuatro sanaciones las protagonizan tres persona: Ana Hernández, científica, que se quedó ciega y ve; Sara Quiroz estaba paralítica y anda; y Sergio Rodríguez, economista, enfermo terminal, que se cura 2 veces.

Vídeo de Infinito+1 del programa completo de Hagan Lío-Milagros en el que Ana Hernández, científica, Sara Quiroz, arquitecta, y Sergio Rodríguez, economista, cuentan su testimonio de cómo vivieron los milagros que les sanaron

No son curaciones rumoreadas ni leyendas antiguas: los tres protagonistas de los milagros hablan a la cámara, hablan sus parientes, hablan sus médicos, algunos tienen imágenes en vídeo del día de su sanación y las muestran, con los papeles de los médicos.

Ana Hernández fue a misa, sin fe, sin entusiasmo ni devoción... y se curó


Ana Hernández, que es científica, no tiene explicación para la sanación que Jesucristo obró en ella 

El caso de Ana Hernández, científica, también a partir de su testimonio en un vídeo de Cotelo. Había sufrido siete neuritis en su ojo izquierdo, estaba convencida de que un día u otro quedaría completamente ciega, era cuestión de tiempo.

Lo interesante es que a su sanación no se le puede achacar ningún efecto placebo, histeria ni predisposición. Ella estaba bastante alejada de la Iglesia, y sólo recientemente había empezado a ir a un grupo de oración carismática porque le atraía la música y la alegría del grupo. Espiritualmente estaba más bien interesada en temas de terapias alternativas, aunque ya veía que no la llenaban por dentro.

Acudió al encuentro nacional anual de la Renovación Carismática Católica en Madrid, por ver el ambiente, sin fe. Su curación no fue nada "carismática": nadie le impuso manos, ni oró por ella de manera especial, ni ella pidió sanación.

Sucedió durante la misa, en el momento de la elevación. El vídeo de Cotelo no lo detalla, pero en otras ocasiones (como la revista Nuevo Pentecostés) ella ha detallado que quien presidía en ese momento era el cardenal Carlos Osoro, que no tiene ningún rasgo de entusiasmo carismático.

En el momento de la elevación, ella miró a la pantalla con letras de las canciones y se dio cuenta de que podía ver perfectamente. Los médicos detectaron que su nervio óptico estaba ahora perfecto. Luego descubrió que su madre llevaba años orando por ella y la curación de su vista. Desde entonces, su vida de fe cambio y en los últimos años dedica esas semanas de verano a volcarse en la organización del encuentro anual carismático.

Sara Quiroz: "Le miré a los ojos y vi a Jesús"


Sara Quiroz, arquitecta, se levantó de la silla de ruedas y comenzó a caminar, después que el padre Jaime Kelly rezara por ella

El otro caso sucedió con Sara Quiroz el 3 de julio de 2011 en otro encuentro nacional de la Renovación Carismática, pero el caso en sí es muy distinto. Ana apenas creía vagamente en Dios y se curó en misa, mientras que Sara era una joven de fe fuerte, ya veterana en Renovación Carismática, de padres peruanos, también veteranos en esta corriente eclesial, y se curó en una oración de intercesión en privado.

El predicador era el padre Jaime Kelly, un misionero irlandés con muchos años de servicio en Venezuela, popular por su oración de sanación, con una misa semanal para enfermos en Maracaibo. El lema del encuentro era "Levántate y anda", y eso enfurecía a Sara, que llevaba casi un año en silla de ruedas debido a un error médico. Todos los amigos carismáticos le decían "mira, Sara, 'levántate y anda'", y ella pensaba "sí, qué más quisiera yo".

Una crónica en el diario La Razón en 2011 recuerda aquel día. El periodista acudió a la asamblea un rato, luego entrevistó al padre Kelly en los camerinos, en el pabellón del salón de actos del Parque de Atracciones de la Casa de Campo de Madrid. "Reza por los enfermos y muchos dicen curarse. Con paciencia infinita atiende en los descansos a personas que le acosan pidiendo que rece por ellos imponiéndoles las manos. 'El signo de imponer las manos sobre los enfermos, con fe expectante, es importante. Lo usaba Jesús y lo usó San Pablo en Malta'", recogía la crónica. Justo cuando el periodista se iba, tras la entrevista, llegó Sara al camerino.

El padre Kelly rezó por ella, pero Sara dice que lo miró a los ojos y a quien vio fue a Jesús. "Y ahora, levántate y camina", le dijo Kelly. Y ella caminó bien y ya no dejó de hacerlo, y lo contó esa misma tarde ante la multitud allí reunida y quedó grabado. Eso fue en 2011. Ahora ella es una joven arquitecta, que se casó en 2020 en plena pandemia (otra aventura) y cuenta su historia de sanación. En la Renovación Carismática de Madrid muchos la conocen, ha trabajado con jóvenes y adolescentes y a veces dicen "es Sara, la del milagro".

En 2012 Sara Quiroz contaba así su sanación en este vídeo:

Sergio Rodríguez: curado de dos cánceres linfáticos 

A la derecha, Sergio Rodríguez, economista, que se curó de dos cánceres, junto al médico que no podía creer los resultados de las pruebas y tardó una semana en decirle que la enfermedad había desaparecido 

El caso de Sergio Rodríguez Cuadrado, economista, es también asombroso. Va ligado a la oración de sus seres queridos, a un paso por el santuario de Lourdes, a una forma de afrontar la enfermedad con serenidad, alegría y entereza. Dos veces los oncólogos le dijeron con rotundidad: "tus probabilidades de supervivencia son cero, despídete de tus seres queridos". También daban por casi seguro que la quimioterapia y radioterapia le dejaran estéril. Pero se curó por completo de dos cánceres linfáticos y es padre de 5 hijos.

El médico de Sergio accede a hablar en el documental, alaba la personalidad del milagrado e improvisa cosas sobre cómo la actitud ante la enfermedad puede ayudar o tener algo que ver. Pero sabemos que cada año mueren miles de enfermos con excelente actitud. La buena actitud es algo meritorio y valioso, sin duda, pero no cura cánceres. En este caso, Sergio, que ha reflexionado mucho sobre el tema, y sobre el valor de la vida, y cómo aprovecharla, ha escrito un libro al respecto titulado Una segunda oportunidad (publicado en Palabra en enero de 2024).

El resultado es un vídeo luminoso, de sanación, esperanza y alegría al rendirse a Dios, un Dios cercano que actúa, que a veces cura cuerpos de forma asombrosa, y que siempre quiere sanar corazones.

Sergio Rodríguez explicaba en este vídeo su doble sanación, a principio del año 2024:

Lizzetta Escalante: «Me alejé de Dios, pero ante una operación en la que podía morir oré: ‘Señor, todavía no te conozco lo suficiente como para vivir una eternidad contigo, no me lleves aún, déjame conocerte’»


Lizzetta Escalante evangelizando en Youtube 

* «El médico nos dijo tras la operación: ‘¿Ven esa herida aquí, que está como quemada? Eso lo debía hacer yo. Cuando el ovario salió, ya estaba cerrado, por eso no te moriste. Yo no creo en Dios, pero debo admitir que este no fui yo» 

Camino Católico.-   Solo tenemos una cosa asegurada en la vida: la muerte. Es un tema del que muchas personas temen hablar, incluso entre católicos. Pero es importante conversar sobre ello para tener una buena preparación hasta el fin de nuestras vidas. "Le dijo Jesús: 'Yo soy la resurrección (y la vida). El que cree en mí, aunque muera, vivirá'" (Jn 11, 25).

Lizzetta Escalante, laica consagrada de votos privados, evangelizadora y dirigente del apostolado Ruah, cuenta la historia de su conversión a Yohana Rodríguez en Aleteia; un momento en el que estuvo cerca la muerte.

Lizzetta Escalante / Foto: Cortesía de Lizzeta Escalante

Conociendo a Cristo

A pesar de que le presentaron a Jesús desde la infancia, ella no sentía la cercanía de un Dios amoroso, por lo que su acercamiento a las enseñanzas de la Iglesia no fue más allá de la preparación a los sacramentos. Así que ella, al no encontrar ejemplo en las personas o pensar que la Iglesia era un negocio (porque le cobraron una Misa de difunto), decidió alejarse y atacar la religión.

Lizzetta Escalante / Foto: Cortesía de Lizzeta Escalante

Un día, su madre le insistió asistir a una adoración:

“Me obligó a ponerme de rodillas delante del Santísimo, con una frase que me mató; '¿cómo es posible que yo tenga una hija de carne, con un corazón de piedra?'” 

Ese comentario le afectó porque, aunque ella era muy altruista, se dio cuenta de que nada de lo que hacía era por Dios. Estaba en una etapa de “encontronazos con Dios; no entendía cuál era el sentido de creer en Él”.

Al poco tiempo se fue a Estados Unidos, en lo que discernía cuál iba a ser su profesión. Al estar allá, se dio cuenta de que sentía una soledad y vacío tremendo que la llevó a una crisis existencial. 

Cuando regresó a su hogar, se dio cuenta de que sus amigas habían cambiado porque meses antes habían vivido un retiro espiritual. Se sentía tan fuera de lugar que, cuando le ofrecieron irse de misiones, aceptó.

Fue a esas misiones solo por seguirles la corriente, pero esta experiencia marcó el inicio de su nueva vida. Se encontró con un Dios tan grande que le enseñó la pobreza espiritual en la que estaba viviendo. Fue un encuentro muy profundo. Quien la conocía antes no podía creer lo que presenciaba. Comenzó a asistir a Misa, a dirección espiritual y formación. “Fue una radicalidad que no vino de mí, definitivamente, pero yo no entendía nada, fue una gracia”, comenta.

Lizzetta Escalante orando en Youtube 

Un paso cerca de la muerte

Una noche del 2012, mientras estudiaba para sus exámenes de la universidad, sintió un fuerte dolor en la pared abdominal.

“Me doblaba del dolor y me dieron muchas ganas de ir al baño. Y escuché en mi conciencia, un mandato muy fuerte, que yo creo que fue mi ángel de la guarda; ahora que vayas al baño, despierta tu mamá y que te acompañe. 

La desperté y cuando entramos al baño, me desmayé. Ella me agarró, y si mi mamá no hubiera estado, nadie en mi casa se entera y me hubiera desangrado”.

Lizzetta tuvo una rotura de quiste ovárico que causó un fuerte sangrado. Al llegar al hospital, el doctor la revisó y le dijo que tenía una peritonitis y que debían operar de urgencia. Y aunque todo se veía alarmante, ella sintió una paz y fortaleza, proveniente del Espíritu Santo.

El doctor le aseguró que este era un procedimiento que había realizado en muchas ocasiones y Liz preguntó: “¿cuántas han salido vivas”. Él respondió “varias”. Fue ahí cuando a Liz le cayó el peso de la situación; podía fallecer. Mientras hacía efecto la anestesia, hizo esta oración:

“Señor, yo todavía no te conozco lo suficiente como para vivir una eternidad contigo, no me lleves aún, déjame conocerte. Te prometo que si me das otra oportunidad, te voy a conocer”.

Ella era consciente de que vería a Dios, y le daba alegría; pero al mismo tiempo, le daba vergüenza porque ella sabía que desperdició su vida al no conocerlo. 

Lizzetta Escalante / Foto Cortesía de Lizzeta Escalante

Dios le permitió salir con éxito de la cirugía, pero lo que más le sorprendió fue cuando el doctor les enseñó un bote que contenía el ovario, y les dijo:

“¿Ven esa herida aquí, que está como quemada? Eso lo debía hacer yo. Cuando el ovario salió, ya estaba cerrado, por eso no te moriste (...) Yo no creo en Dios, pero debo admitir que este no fui yo”.

Fue una gran impresión para Lizzetta. Una curación que no tenía explicación. Los meses siguientes estuvo en recuperación y, en cuanto sintió mejoría, se dedicó al apostolado. Trabajó con niños diagnosticados con cáncer que le enseñaron una gran sensibilidad y un nuevo pensamiento:

“Yo no sé cuándo me voy a morir y no vivo con miedo a la muerte. Señor, te quiero conocer a tal grado, que cuando estemos juntos, no haya necesidad ni siquiera de que me cuentes de ti”.

Su vida se convirtió en una constante oración. Si antes se esforzaba en su vida de fe, ahora era mucho más dedicada. Sentía un llamado de Dios, de conocerlo más, de fortalecer la relación. Experimentó cómo Dios hablaba a su corazón. 

Ver la muerte de forma cristiana

Ella vive con una visión de la muerte cristiana, en donde hay paz, confianza y abandono en Dios. Convence a su mamá y amigas de que hay que dejarlo todo en manos de Dios, pues Él decidirá en qué momento está planeado el encuentro; y, al mismo tiempo, les recuerda que es bueno que desde este momento se preparen, conscientemente, de lo que mostrará al Señor cuando llegue el juicio.

Lizzetta Escalante con un grupo ejerciendo su ministerio / Foto Cortesía de Lizzeta Escalante

“La muerte le da sentido a la vida cristiana. Un cristiano que no espera la muerte como algo anhelado, ¿a qué se está preparando? Esta vida es para disfrutar y prepararse, para morir”.

Liz mencionó que es importante hablar con Jesús, tener una comunicación directa a través de la oración. No podemos esperar escuchar a Dios si no somos capaces de tener un encuentro con Él en nuestra vida diaria. 

Pero también es necesario recibir formación sobre nuestra fe; esta debe ser una de nuestras prioridades, porque quien no se interesa en su religión, “se está perdiendo de su mapa de cómo ser fiel”. Y la fidelidad es la puerta a la plenitud; aunque no siempre es fácil seguir el camino de Cristo, es lo único que nos llenará. El cielo ya está aquí si te lo propones.

"Esa experiencia de estar delante de Él, y no llegar con las manos vacías, es lo que más me tiene ilusionada, y por eso, me he consagrado".

Celia Canseco: «Un camión me atropelló y le dije a Dios que me abandonaba en Él»

Celia Canseco Saldaña contando su testimonio  

* «Aunque vengo de una familia cristiana, siempre había visto la religión como algo impuesto, ajeno a mí, sin darle el sentido profundo que tiene. Desde el accidente eso ha cambiadoLa relación con Dios es algo muy personal. Cada uno tiene su momento para encontrarse con Él y yo me lo encontré debajo de un camión. Cuando estaba en el suelo, entre las ruedas, me sentí sostenida por Dios y me puse a rezar. Más adelante, en la ambulancia, noté que me moría. Y fue ahí cuando le dije a Dios que me abandonaba en Él y que fuese lo que Él quisiera, que yo quería vivir, pero que si él quería que me muriese, no pasaba nada porque me sentía con una gran paz sostenida en sus brazos, y no me daba miedo morirme» 

Vídeo de 13 TV en el que Celia Canseco Saldaña cuenta su testimonio

* «A partir de aquel día, mi vida ha dado un giro enorme. Procuro vivir haciendo tres cosas que comienzan por la letra “A”: Adorar (a Dios), alabar (a todas las personas que me cuidan, me vienen a ver y tengo cerca) y agradecer (todos los servicios grandes o pequeños que me prestan). No me alegro de que me haya pasado esto, pero le doy gracias a Dios de lo que he aprendido gracias al accidente»

Camino Católico.-  El 15 de diciembre de 2019, la vida de Celia Canseco Saldaña, una joven malagueña de 26 años, dio un giro inesperado. Mientras caminaba por el campus de la universidad hacia la biblioteca, un camión la atropelló, marcando un antes y un después en su existencia. "Iba dando un día normal a un examen y de repente noté el golpe por la espalda" recuerda Celia en 'Ecclesia Es Domingo' en 13 TV , "y cuando intenté girarme vi el camión que se abalanzaba sobre mí". Este suceso no solo la dejó con graves heridas físicas sino que también la llevó a una profunda reflexión sobre su vida y su fe.

Tras el impacto, Celia se encontró tirada en la carretera con las ruedas del camión sobre su pecho. A pesar de la gravedad de la situación y del intenso dolor, experimentó una sensación de paz inexplicable. "En el momento que llegó a la ambulancia, todo ese dolor que estaba camuflado... me sobrevino, y yo notaba en la ambulancia cómo estaban gritando, poniéndome vías... y yo, sin embargo, tenía una paz y una sensación superbonita que creo que nunca seré capaz de explicarla" afirma.

Fue en ese momento cuando sintió que se estaba muriendo y se entregó a la voluntad de Dios. "Le dije a Dios que me abandonaba en Él y que fuese lo que Él quisiera, que yo quería vivir, evidentemente, pero que de alguna manera sabía que su decisión iba a ser la correcta," explica.

Aunque la fe siempre había estado presente en su vida, Celia reconoce que no la había cultivado activamente. Sin embargo, justo antes del accidente, se había confesado, hecho una novena y comulgado, actos que ahora ve como una preparación divina para el momento que iba a vivir. 

Celia Canseco Saldaña da gracias a Dios por lo que aprendió al pasar el accidente y ahora valora todo con una nueva mirada

Durante su estancia en la UCI, la visita diaria del capellán para darle la comunión fue una fuente de fortaleza inmensa. "Una cosa que yo jamás me hubiese imaginado es que a mí lo que más fuerza me daba era que todos los días el capellán de mi colegio mayor, venía a darme la comunión," comenta.

Celia ve sus cicatrices no como marcas de dolor, sino como "marcas de guerra". "Las cicatrices lo que te ayudan es a salir más fuerte," declara. "Si las sabes incorporar bien, aceptar y darle un sentido a ese dolor, sales reforzado". Su experiencia le ha enseñado a valorar lo realmente importante, como disfrutar de los momentos sencillos, pasar tiempo con la familia y amigos, y no comprometer su vida por el éxito material.

El accidente cambió la perspectiva de Celia. "Yo creo que lo mejor es que era una Celia que no tenía miedo, que la verdad todos los días daba gracias por el regalo de estar viva y sobre todo que disfrutaba de cada momento", asegura. 

Ahora, anima a otros a entender que "cada día es un verdadero regalo" y a vivir la vida al máximo, sin miedo, confiando en que los planes de Dios son mejores que los suyos. Celia concluye que "cuando te abandonas en Dios y confías en que sus planes son mejores que los tuyos, al final te acaban pasando cosas superbonitas".

En agosto de 2018, tras recuperarse de varias operaciones, 12 roturas y 22 días en la UCI, Celia Canseco Saldaña, que tenía 20 años, contó en primera persona esta experiencia de fe transformadora en la página web del Opus Dei:


Celia Canseco Saldaña en 2018 después de recuperarse del accidente

«Debajo del camión me encontré con Dios»

El pasado 15 de diciembre, a primera hora de la mañana, iba camino de la biblioteca, cuando pasé por detrás de un camión, que comenzó a dar marcha atrás, me derribó completamente, pasando por encima de mí. A los pocos segundos había mucha gente a mi alrededor mirándome, paralizados, sin saber qué hacer. Yo sólo quería levantarme e irme corriendo a estudiar, pero no podía moverme. Tenía la pierna totalmente girada y doblada. Al ver sus caras, supe que estaba muy mal y empecé a gritar que me sacaran de allí.

Cuando llegó la ambulancia le pregunté a una enfermera si iba a poder volver a andar y ella me contestó: “Claro que no, te acabas de partir la espalda”.

Empecé a desvanecerme, a apagarme, había perdido muchísima sangre. Pero, a pesar de la agitación que había en aquel vehículo, sentí muchísima paz. Cuando eres joven, piensas que vivirás 100 años, que la muerte es algo muy lejano. Al menos yo lo pensaba. Hasta que, en ese momento, fui consciente de que la vida se me iba, de que me estaba muriendo.

Mis padres, en la otra punta del país

Desde el hospital llamaron a mis padres para avisarles de que había tenido un accidente. Primero les dijeron que me había roto la pierna y, al cabo de las horas, conforme iban teniendo más datos, volvían a llamar añadiendo más cosas. El viaje en tren de Marbella a Pamplona se les hizo eterno. Se iban poniendo más nerviosos por momentos, ya que las noticias les llegaban con cuentagotas. Dicen que fue como si les hubieran puesto una venda en los ojos que les impedía ver la gravedad en la que me encontraba. Y, al entrar en el hospital, se les cayó al suelo

Al llegar, mi madre le hizo una pregunta al médico y éste le contestó que eso no era relevante en ese momento, porque lo que estaban haciendo era intentar salvar la vida de su hija. Les dieron dos bolsas de plástico: una con mis pulseras y otra con mis pendientes. Mi padre pensó que les darían una tercera bolsa conmigo. Y de hecho fue un milagro que no fuera así.

La vida desde una cama de hospital

22 días en la UCI, cuatro operaciones y más de 12 roturas. El dolor te enseña a poner cada cosa en su sitio. Hay algunas insignificantes que, de repente, empiezas a valorar muchísimo. Por ejemplo, me acuerdo que, desde el momento en que entré en la ambulancia, estuve pidiendo un vaso de agua y no me lo daban. Al despertarme en la UCI lo mismo, y nada. Hasta que un día me lo dieron y lo vi como “EL VASO DE AGUA”. Es una cosa muy simple pero que valoré tanto… Y así me fue pasando con todo, desde lo más pequeño a lo importante de verdad, como la amistad o mi familia.

He descubierto el valor de “perder el tiempo” pensando. Lo que eres, lo que tienes; una reflexión de la vida que nunca me había hecho y que me ha llevado a conocerme mejor y a ponerme metas. Metas que estoy disfrutando muchísimo. He aprendido a mirar hacia adelante y ver que hay mucha gente que está como yo, o en situaciones peores, que puedo ayudarles y pueden ayudarme, y eso es muy gratificante. Creemos que la vida se reduce a planes, a tiempo. Pero no; la vida es sobre todo amar, es servir, es disfrutar.


Celia Canseco Saldaña inició una profunda relación con Dios tras el accidente

Tres cosas que comienzan por la letra “A”

Aunque vengo de una familia cristiana, siempre había visto la religión como algo impuesto, ajeno a mí, sin darle el sentido profundo que tiene. Desde el accidente eso ha cambiado.

La relación con Dios es algo muy personal. Cada uno tiene su momento para encontrarse con Él y yo me lo encontré debajo de un camión. Cuando estaba en el suelo, entre las ruedas, me sentí sostenida por Dios y me puse a rezar. Más adelante, en la ambulancia, noté que me moría. Y fue ahí cuando le dije a Dios que me abandonaba en Él y que fuese lo que Él quisiera, que yo quería vivir, pero que si él quería que me muriese, no pasaba nada porque me sentía con una gran paz sostenida en sus brazos, y no me daba miedo morirme.

Durante los días en la UCI, el capellán del Colegio Mayor en el que vivo vino a verme cada día y me traía la Comunión. Cuando me dieron el alta y salí del hospital, me di cuenta de lo mucho que me ayudaba poder comulgar, algo que nunca había valorado.

Ahora, ir a Misa cada día es una necesidad que tengo. El hecho de que sea algo que sale de mí y no del exterior, hace que mi relación con Dios sea mucho más íntima, más consolidada que antes. Ahora mi trato con Él es de tú a tú.

A partir de aquel día, mi vida ha dado un giro enorme. Procuro vivir haciendo tres cosas que comienzan por la letra “A”: Adorar (a Dios), alabar (a todas las personas que me cuidan, me vienen a ver y tengo cerca) y agradecer (todos los servicios grandes o pequeños que me prestan).

Mis cicatrices son un recordatorio de lo que soy

Si el primer milagro fue sobrevivir, el segundo ha sido que no tenga secuelas, ni siquiera, unas muletas. Me he recuperado tan rápido que incluso he podido viajar a Tel Aviv este mes de junio con algunos compañeros de la universidad, como premio de un concurso de emprendedores e innovación.

La vida es un regalo que no nos pertenece. Por eso hay que disfrutarla y vivir con pasión cada momento, porque no sabemos hasta cuándo viviremos. ¡Quién me iba a decir a mí que me iba a atropellar un camión en la universidad! Era algo impensable, pero ocurrió. No me alegro de que me haya pasado esto, pero le doy gracias a Dios de lo que he aprendido gracias al accidente.

Hay una tradición japonesa, Kintsugi, que consiste en reparar con oro jarrones de cerámica que se han roto. Las roturas tienen más valor, te dan historia, te aportan un pasado. Eso son mis cicatrices. Y al final ese pasado forma parte de mí y es lo que hace ser como soy, lo que da valor a cómo soy. Como un jarrón de porcelana fina que cae al suelo, me rompí en pedazos y renací de cada una de mis cicatrices.

Celia Canseco Saldaña