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lunes, 12 de mayo de 2025

Jhosmar Rodríguez, 22 años, ha perdido una pierna y a su novia en un derrumbe: «Doy gracias a Dios porque me ha protegido, Él ha obrado a través de mi madre y le pido que me acompañe en la larga recuperación»

Jhosmar Rodríguez debe afrontar una larga recuperación y lo hace acogiéndose a Dios /  Fotos: cortesía de Jhosmar Rodríguez

* «Siempre he querido ser santo. Vivía mi vida sin herir a nadie, orando, apoyando en la iglesia, acompañando a mi madre» 

Camino Católico.- Jhosmar Rodríguez es un joven de Trujillo (Perú) de 22 años, recién licenciado y futbolista amateur en la Copa Perú. Pero lo que nunca imaginó es que una salida rutinaria con su novia acabaría marcando su vida para siempre. La noche del 21 de febrero, a las 8:40 p.m., el techo del patio de comidas del Real Plaza de Trujillo se desplomó repentinamente. Seis personas murieron. Él sobrevivió, pero perdió una pierna… y también a su pareja, fallecida en el siniestro.

El colapso lo sorprendió de pie, y en cuestión de segundos una viga cayó sobre su pierna derecha. “Me mantuve en una postura de rodillas… no podía moverme, no podía girar, no podía hacer nada”, dice al P. Manuel Tamayo en Omnes.

Estuvo atrapado durante más de cinco horas, desangrándose, pero siempre consciente. “Nunca me desvanecí ni me desmayé… Al principio resistí con las rodillas, pero cuando ya no pude más, me apoyé con los brazos en una silla que logré alcanzar. Así aguanté las últimas horas”. Fue el último en ser rescatado. “Me sedaron cuando todavía seguía arrodillado”.

“Mi madre nunca me dejó caer”

Durante ese tiempo entre vigas y oscuridad, Jhosmar no dejaba de pensar en su familia. “Pensaba en lo que iba a ser para ellos todo esto… me mantuvo fuerte pensar en mi madre y mis hermanos”. Es el menor de cinco varones en una familia sencilla, creyente, unida. Su padre, profesor jubilado; dos hermanos policías; otro contable, como él. Todos lo esperaban con el alma en vilo.

Pero si alguien fue clave en su reconstrucción emocional, esa fue su madre. Mujer de fe inquebrantable, iba todos los días a la iglesia, y no se cansó de sostener a su hijo cuando este flaqueaba. “Al principio estaba muy enojado… incluso resentido con Dios”, admite. “Pero mi madre siempre estuvo ahí, gritándome, corrigiéndome, para que no me desviara. Le agradezco tanto… Dios obraba a través de ella”.

Su madre le enseñó desde niño a amar a Dios. “Me llevaba a la iglesia, a la escuelita donde enseñaban catequesis para niños”. Esa semilla ha dado fruto: Jhosmar ha sido catequista, ha recibido todos sus sacramentos y hoy, incluso desde la cama de una clínica, sigue rezando a diario con más confianza. “Doy gracias a Dios porque me ha protegido. Pido que me acompañe en este camino largo de recuperación”.

 Jhosmar Rodríguez antes de vivir su trágica experiencia 

“Quiero ser santo”

A pesar del dolor y las secuelas físicas, Jhosmar no se rinde. Sueña, lucha, reza. “Siempre he querido ser santo”, confiesa sin afectación. “Vivía mi vida sin herir a nadie, orando, apoyando en la iglesia, acompañando a mi madre…”.

Aunque sabe que el momento en el que se encuentra es duro, no se deja vencer: “Cuando te despiertas, el shock de lo que pasó se mezcla con la nueva realidad. Te preguntas qué será de tu carrera, del fútbol, de todo. Pero con el tiempo, uno se va haciendo más fuerte”.

Antes del accidente, acababa de terminar su carrera de Contabilidad y Finanzas. Jugaba en la Copa Perú, “el fútbol macho”, como él mismo lo llama, recorriendo distritos y canchas de Trujillo. Hoy, su nuevo campeonato es la rehabilitación. “El futuro es incierto, pero tengo fe”.

“Lo que vale está dentro, no fuera”

El mensaje que quiere dejar a los jóvenes desde su situación es simple y profundo: “Esto va a estar conmigo toda la vida, sí. Pero no tengo que sentirme menos. El miedo al rechazo hay que sacarlo de la cabeza. Lo que vale de nosotros es lo interno, no lo externo”.

Jhosmar ha encontrado en medio del dolor no solo su fuerza, sino también su propósito. Reza por el Papa, por los demás heridos, por sus médicos, por quienes han perdido más. Ha recibido el apoyo de todo un equipo médico que lo ha animado desde el primer día: “En Trujillo me encontré con técnicas y enfermeras increíbles, al top. Me impulsaron tanto por dentro como por fuera”.

Hoy, mientras sigue su rehabilitación en la clínica San Pablo de Lima, Jhosmar no se define por lo que ha perdido, sino por lo que ha ganado: una nueva forma de mirar la vida, con los pies —ahora, uno solo— firmes sobre la tierra y el alma puesta en Dios. “Así como hemos sido amados, así también podemos amar. Yo solo quiero que mi vida siga teniendo sentido. Y sé que lo tendrá”.

Teté Calderón, cantautora católica de 29 años: «A través del espacio ‘Niños Adoradores’ mi deseo es que los pequeños se sientan acompañados en su camino de fe y aprendan que Dios nos ama inmensamente»

 


Teté Calderón ha sentido la llamada a evangelizar a los niños

* «Desde pequeña fui muy sensible y me gustaba hablar con Dios, especialmente los jueves durante la bendición del Santísimo… A los 15 años descubrí que podía encontrar a Dios en las melodías, pero fue a los 24 cuando empecé a escribir música católica… Necesito asistir a Misa diaria o, al menos, cuatro veces por semana para sostenerme espiritualmente… Nuestro Padre del Cielo nunca deja de buscarnos y guiarnos de vuelta a Él»  

Vídeo de El Rosario de las 11 PM en el que Teté Calderón contaba su testimonio en octubre de 2024

Camino Católico.- En el Congreso Eucarístico Internacional de 2024, caminaba por Quito junto al obispo español José Ignacio Munilla cuando nos encontramos con Teté Calderón (@tetecalderonl). Para mi sorpresa, monseñor reconoció en ella a la autora de una de sus canciones favoritas. En ese momento, pensé: “Esta joven es aún más influyente de lo que imaginaba”

Una fe arraigada en la infancia

Criada en un país de profunda tradición católica, su conexión con Dios se fortaleció tras el nacimiento de su hermano menor, que ella atribuye a la intercesión del Padre Pío.

Teté recuerda con cariño las enseñanzas de su padre: “Mi papá siempre se preocupó por acercarnos a Dios. Recuerdo con mucho amor nuestras largas conversaciones y momentos de oración antes de dormir. Él venía a mi cuarto, rezábamos juntos y luego hablábamos sobre temas espirituales”. “Desde pequeña fui muy sensible y me gustaba hablar con Dios, especialmente los jueves durante la bendición del Santísimo” relata Teté. Su madre le inculcó el valor del servicio y la entrega a los demás. “Mi mamá me enseñó el amor en el servicio: entregarse por los demás con alegría y sin esperar nada a cambio”, relata a Juan Carlos Vasconez en Omnes.

Un cambio de colegio a los 11 años le brindó la oportunidad de profundizar en su fe a través de la Misa diaria, la comunión y la participación en charlas y retiros espirituales. “Siento que Dios preparó mi corazón desde antes y, al llevarme a ese colegio, me dio las herramientas para seguirlo amando y creciendo en mi relación con Él”, reflexiona Teté.

Teté Calderón se ha encontrado con el amor de Dios y lo transmite con la música

La música como camino hacia Dios

“A los 15 años descubrí que podía encontrar a Dios en las melodías, pero fue a los 24 cuando empecé a escribir música católica”, explica. “En los momentos más difíciles de mi vida, cuando todo parecía desmoronarse, la única forma en la que encontraba consuelo era componiendo”, explica Teté.

Los sacramentos también ocupan un lugar central en su vida espiritual. “Necesito asistir a Misa diaria o, al menos, cuatro veces por semana para sostenerme espiritualmente”, confiesa. La lectura diaria del Evangelio es otra práctica esencial para ella, donde encuentra “dirección y un llamado a vivir el amor de Dios en mi entorno”.

Un faro de fe para los niños

Teté dedica sus tardes a crear espacios donde los niños puedan descubrir a Dios y conectar con Él. “Los niños son transparentes, sencillos y sinceros, lo que hace que hablarles de Dios sea algo natural y divertido”, afirma.

A través de “Niños Adoradores”, un espacio diseñado para niños de 3 a 6 años, con una socia les introduce a las figuras clave de la fe a través de cuentos, canciones y actividades manuales, y les guía en momentos de silencio y contemplación ante el Santísimo Sacramento. Es una experiencia fabulosa que numerosos padres católicos buscan para sus hijos más pequeños. Además, con su coro infantil, ofrece a niños de 3 a 10 años la oportunidad de expresar su fe a través de la música, preparándolos para cantar en Misa y en eventos especiales como la Navidad. “Mi deseo es que estos espacios no solo sean momentos de aprendizaje, sino también de comunidad, donde los niños puedan sentirse acompañados en su camino de fe y aprender que Dios nos ama inmensamente”.

Un recuerdo imborrable

 La pérdida de su madre hace un año y medio marcó profundamente a Teté, pero también le brindó una poderosa lección sobre la presencia de Dios en su vida.

Tras ausentarse de una clase de “Niños Adoradores”, los pequeños le recibieron con preguntas y muestras de cariño. Semanas después, un niño nuevo preguntó por la foto de su madre en su celular. “Es la mamá de la tía Teté, y ahora está en el Cielo con Dios”, le respondió otro niño. La preocupación del niño nuevo por su padre conmovió a Teté: “Ahh, ya. Es que si te pierdes, alguien tiene que ir a buscarte y encontrarte. Si no es tu mamá, puede ser tu papá. Sus palabras me marcaron profundamente. Me recordó que, así como mi papá siempre estará para buscarme si me pierdo, nuestro Padre del Cielo nunca deja de buscarnos y guiarnos de vuelta a Él”, concluye Teté.

Riccardo Dimida: «Me encontraba en una profunda crisis personal, solo, derrotado, sin poder dormir, cada vez más agresivo, fui a unos ejercicios espirituales, entregué toda mi vida a Dios y seré sacerdote»


Riccardo Dimida, seminarista italiano en Roma, que ha sentido la llamada de Dios para ser sacerdote, en el Santuario de Fátima

* «Durante esos días comprendí cuánto me amaba el Señor, cuánta paciencia había tenido conmigo y cuántas oportunidades me había ofrecido a lo largo de los años. Tomé conciencia de que no quería seguir jugando con mi vida, sino que deseaba, de verdad, caminar en la presencia de Dios, seguir su voluntad y responder a su amor. Desde entonces, todo cambió. Comencé un camino nuevo: más sobrio, más claro, más libre. Dejé ciertos ambientes, amistades y costumbres que no me hacían bien. Reconcilié muchas cosas dentro de mí y aprendí a mirar a los demás –y a mí mismo– con ojos más misericordiosos. Sigo siendo un pecador, con muchos defectos, pero hoy puedo decir con paz que tengo un corazón nuevo, un alma que desea a Dios más que cualquier otra cosa, y una vida llena de sentido» 

Camino Católico.- Riccardo Dimida, seminarista italiano en Roma, narra su impactante testimonio de conversión y vocación. Tras una juventud marcada por excesos, éxitos académicos, emprendimientos laborables y profundas crisis personales, Riccardo descubrió que la fe católica no podía ser solo un complemento de su vida, sino su centro.

Riccardo Dimida cuenta a CARF cómo encontró su vocación religiosa de sacerdote a través de la gracia de Dios actuando en él mediante pequeños gestos.

Pertenece al Instituto de los Siervos del Corazón Inmaculado de María, una comunidad religiosa –o asociación de fieles– que centra su espiritualidad en el amor y la reparación al Corazón Inmaculado de María, en profunda comunión con el Corazón de Jesús. Aunque existen varias comunidades con nombres similares en distintos países, todas comparten elementos comunes en su identidad y carisma.

Actualmente, todos los jóvenes de esta comunidad se forman en Roma, en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (PUSC), gracias a las ayudas financiadas por la Fundación CARF.

Riccardo nació el 18 de septiembre de 1985 en Volterra, una ciudad antigua de origen etrusco situada en la región de Toscana, Italia. Actualmente cursa el segundo año de Filosofía, antes de comenzar, el próximo año, el bachillerato en Teología. Así cuenta su historia a través de su testimonio en primera persona.

Riccardo Dimida en su infancia jugaba a baloncesto y le gustaban los deportes

De una infancia serena al descubrimiento de una vocación religiosa: “La gracia de Dios actúa incluso a través de los gestos más pequeños”

Nací en una familia católica que me brindó una educación sana y un ejemplo admirable. Mis padres siempre han sido personas moralmente intachables, y me impulsaron a recibir una formación católica. Crecí en un pequeño pueblo de la Toscana, disfrutando de una infancia feliz y despreocupada.

Tras recibir la Confirmación, me integré en las actividades de Acción Católica, donde permanecí hasta pasados los 30 años, organizando campamentos, peregrinaciones y animando grupos de adolescentes y jóvenes.

Después del Bachillerato ingresé en la universidad, y allí comencé a descubrir el mundo en toda su amplitud y diversidad, algo desconocido para mí como chico de pueblo. La vida universitaria puede ser muy estimulante –a veces incluso demasiado– y, de hecho, amplié mis círculos sociales y amistades.

Participé en grupos de representación estudiantil y en muchas otras actividades, algunas más académicas que otras. Digo “más o menos” porque, entre tantas propuestas educativas y de desarrollo personal, siempre se esconde algún riesgo inesperado. Así ocurrió que, en los primeros años, el tiempo dedicado al estudio fue escaso. En cambio, dediqué muchas horas a todo tipo de actividades.

Desde los 15 años toco la guitarra, instrumento que siempre me ha apasionado. Hacía voluntariado desde los 17, y jugaba en el equipo de baloncesto de mi pueblo desde los 7 hasta los 25 años. Además, practicaba natación, atletismo, fútbol sala y senderismo. Siempre me ha atraído el aprendizaje de idiomas y el conocimiento de otras culturas, y por supuesto, el encuentro con nuevas personas y experiencias».

Riccardo fue a la universidad y allí comenzó su 'exploración' del mundo

En todo ese gran entramado de intereses y diversiones asociadas, tuve la oportunidad de vivir muchísimas experiencias. Lamentablemente, no todas fueron positivas ni edificantes: las fiestas, los amigos, los conciertos…

Los viajes –muy frecuentes– me brindaban la ocasión para transgredir las reglas, para pisar siempre el acelerador en la búsqueda del placer y de emociones fuertes.

Fueron años muy intensos los de la universidad, también porque, al mismo tiempo, nunca dejé de asistir a la misa dominical, participaba en peregrinaciones y encuentros de oración, y colaboraba en la organización diocesana de Acción Católica, donde incluso tenía roles organizativos y de responsabilidad.

Obviamente, lo que más sufría era el estudio. Todo esto era posible gracias a la energía propia de los años de juventud temprana (hoy tengo 39 años) y al entusiasmo de descubrir el mundo y descubrirme a mí mismo.

Riccardo Dimida en su época universitaria

Dentro de mí todo era una gran mezcla de buenos principios, aunque nunca verdaderamente profundizados. Quería mi bien y el de los demás, pero también deseaba disfrutar de los placeres de la vida, y quería que todo eso ocurriera en la mayor medida posible. Era como si viviera una vida de día y otra de noche, tratando de no dejarme nada por experimentar.

Recuerdo que muchas veces, a pesar de volver a casa muy tarde un sábado por la noche (o muy temprano el domingo por la mañana…), incluso con pocas horas de sueño, asistía igualmente a la Misa dominical. Podía pasar cualquier cosa, pero no podía dejar de ir a Misa; era como una tarjeta que debía fichar a toda costa.

En un momento, me di cuenta de que no todo iba bien. Comprendí que había una “mejor manera” de hacer las cosas. Tenía fe, sí, pero no la vivía plenamente. Recuerdo que un amigo, con quien compartí gran parte de mi camino de fe, me hizo reflexionar sobre el hecho de que el aborto nunca es aceptable, mientras que yo estaba convencido de que en ciertos casos sí lo era.

Con esa toma de conciencia se encendió en mí algo que, desde entonces, ha funcionado como un verdadero paradigma de vida: comprendí que había cosas que debían asumirse por completo o no asumirse en absoluto.

Entonces me comprometí a terminar mis estudios y a sacarles el mayor provecho posible. Empecé a trabajar como camarero y a dar clases particulares de matemáticas e inglés para poder mantenerme durante la carrera».

Riccardo Dimida cuando sintió la llamada de Dios al sacerdocio

Una búsqueda de sentido en medio de estudios y la lucha interior

Después de obtener la Licenciatura, inicié la maestría y gané dos becas que me llevaron, primero, seis meses a Amberes (Bélgica), y al año siguiente, otros seis meses a Ciudad de México, en la Universidad Nacional Autónoma de México.

Fueron dos experiencias importantes, intensas, llenas de acontecimientos, que me involucraron tanto intelectual como sentimentalmente. De México me llevé una fuerte herida afectiva que tuvo consecuencias durante muchos años posteriores.

Con los ojos de hoy, me doy cuenta de que fue una gran batalla la que libré para cumplir con mi deber como estudiante en el extranjero sin perderme en las muchísimas ocasiones de desenfreno, intentando hacer prevalecer la parte luminosa de mí sobre la oscura.

En esos últimos años, hasta la obtención de la maestría con la máxima calificación, tomé mucha más conciencia de mí mismo, del mundo y del bien y el mal que lo habitan. Mi comportamiento, tanto interior como exterior, era contrastante y conflictivo, pero aun así trataba de hacer el bien, de estar cerca de Dios o, al menos, de volver a Él para pedir perdón a pesar de las frecuentes caídas.

Después del título, comencé a trabajar como recepcionista en un hotel, y al cabo de un año decidí abrir una pequeña empresa junto con otros socios. Nos dedicábamos al sector de la iluminación LED, la automatización y el ahorro energético.

Esta iniciativa me marcó profundamente, ya que me exigió un gran compromiso, enormes esfuerzos y asumir importantes riesgos, incluso económicos. Aunque al principio empezó con entusiasmo y empuje —coincidiendo con la gran difusión de la iluminación LED en Italia en esos años—, pronto se convirtió en un torbellino de dificultades y desilusiones.

Incluso ocurrió la muerte por leucemia de uno de los socios fundadores, con quien tenía un vínculo muy estrecho. El tema de la enfermedad, y en particular del cáncer, también entró en mi familia en esos años y, desde entonces, no nos ha dejado. A día de hoy, gracias a Dios, seguimos luchando, viviendo milagro tras milagro.

Ese periodo, desde la maestría hasta mi trabajo en la empresa, fue para mí fuente de muchísimo estrés físico y psicológico. Fue una época muy oscura, marcada por un ambiente laboral que me colocaba constantemente en situaciones críticas, mientras yo intentaba descargar el estrés a través de comportamientos tóxicos, tanto hacia mí mismo como en la relación con los demás.

Es cierto que unos años antes había comenzado un camino de conversión serio, pero mi vida nocturna seguía presente y aún no había tocado fondo. No lograba dormir, había adelgazado, y vivía todo de forma profundamente negativa.

Riccardo Dimida con compañeros acogiendo la gracia de Dios

Caminos espirituales a su vocación religiosa

En mi camino espiritual, con el paso de los años, me fui alejando un poco de la Acción Católica y pasé un tiempo en Comunión y Liberación. Posteriormente, me acerqué al ambiente de la Misa en rito antiguo (Vetus Ordo), que me ayudó profundamente a vivir la liturgia y los sacramentos de una manera más seria y comprometida.

Sobre todo, me permitió profundizar en el aspecto doctrinal de la fe: en las verdades que profesamos como católicos y en los principios que sustentan nuestra religión. Fue un paso fundamental en mi vida, ya que, por un lado, acentuó el carácter volitivo y exigente de mi fe, pero por otro, sentó las bases racionales sólidas sobre las que se apoyaba mi adhesión a ella.

El gran paso adelante llegó cuando toqué fondo. Me encontraba en una profunda crisis laboral y personal: solo, derrotado, sin poder dormir, cada vez más agresivo con los demás y conmigo mismo. Un sacerdote –a quien aún hoy agradezco profundamente– me invitó a participar en unos ejercicios espirituales con los padres de Schoenstatt. No conocía ese movimiento, pero acepté. Esos cinco días en un monasterio cambiaron mi vida. Por primera vez, entregué toda mi vida a Dios.

Durante esos días comprendí cuánto me amaba el Señor, cuánta paciencia había tenido conmigo y cuántas oportunidades me había ofrecido a lo largo de los años. Tomé conciencia de que no quería seguir jugando con mi vida, sino que deseaba, de verdad, caminar en la presencia de Dios, seguir su voluntad y responder a su amor. Desde entonces, todo cambió.

Comencé un camino nuevo: más sobrio, más claro, más libre. Dejé ciertos ambientes, amistades y costumbres que no me hacían bien. Reconcilié muchas cosas dentro de mí y aprendí a mirar a los demás –y a mí mismo– con ojos más misericordiosos.

Aprendí también a asumir compromisos duraderos, a trabajar mejor, a rezar con más profundidad. Descubrí el Rosario, los sacramentos vividos con verdadera devoción, y la presencia viva de la Virgen María como madre y educadora.

Sigo siendo un pecador, con muchos defectos, pero hoy puedo decir con paz que tengo un corazón nuevo, un alma que desea a Dios más que cualquier otra cosa, y una vida llena de sentido.

Riccardo Dimida con unos compañeros

Cambiar el centro de la vida

Hasta entonces, mi relación con Dios era como un intercambio: yo cumplía y Él me premiaba. Había visitado muchos santuarios –Lourdes, Tierra Santa, Montenegro…–, pero Dios ocupaba un segundo plano, y el protagonista era yo. Todo giraba en torno a “mi esfuerzo”, “mi mérito”.

En 2018 encontré un buen trabajo que me dio estabilidad y me llevó a pensar seriamente en formar una familia, con plena conciencia de las dificultades que ello implica hoy para un católico.

Llegaron los años del COVID, que me causaron mucho sufrimiento y amargura por la forma en que muchas personas reaccionaban: con miedo, egoísmo y frialdad. Vivía con gran estrés y sin rumbo claro.

En 2021 hice un peregrinaje al Monte Athos con unos amigos. La sacralidad de aquel lugar me impactó profundamente, hasta el punto de hacer tambalear brevemente mi fe. En septiembre del mismo año fui a Lourdes y recé con fervor para encontrar un director espiritual. Un mes después, una religiosa me llevó con un sacerdote del Instituto, y por fin encontré esa guía tan deseada.

Consagración y nueva etapa

En junio de 2022 me consagré a la Virgen como laico en el Movimiento de la Familia del Corazón Inmaculado de María. El discernimiento continuaba, con dificultades, sí, pero también con firmeza. Finalmente, en octubre de 2023 tomé una excedencia laboral, y en octubre de 2024 dejé oficialmente el trabajo. Ya no hay “fichajes” que marcar.

El discernimiento sigue, y, como ocurre con las personas, creo que nunca terminamos de conocernos del todo, ni a nosotros mismos ni a Dios. Hoy estoy en Roma, gracias a la Providencia, viviendo en un instituto religioso y formándome en la Universidad Pontificia de la Santa Cruz.

La gracia de Dios actúa incluso a través de los gestos más pequeños: un Rosario rezado medio dormido, una peregrinación improvisada, una donación. Solo Él sabe hasta dónde llega esa caridad. Y es mejor así, que seguir fichando.

Gracias a los benefactores

Quiero expresar mi gratitud a todas aquellas personas que encontré en el camino y que, literalmente, me salvaron. La Virgen, inevitablemente, me conducía siempre a Jesús. Un agradecimiento especial va dirigido a los benefactores de la Fundación CARF, instrumentos de la Providencia en la formación de todos nosotros, los Siervos del Corazón Inmaculado de María. ¡Que Dios los bendiga siempre!.

Riccardo Dimida

El Espíritu Santo reparte los dones carismáticos para el bien de la comunidad / Por P. Carlos García Malo

 


Oremos por Nicole, de 44 años, madre de familia con tres hijas pequeñas, que padece un cáncer agresivo desde hace 5 años. Le van a aplicar un tratamiento experimental como último recurso para intentar erradicar la enfermedad