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viernes, 12 de diciembre de 2025

Papa León XIV en homilía, 12-12-2025: «En medio de injusticias y dolores que buscan alivio, María de Guadalupe proclama: «¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?»; es la presencia que sostiene cuando la vida se vuelve insoportable»

* «Y como hijo te pido: Madre, enseña a las naciones que quieren ser hijas tuyas a no dividir el mundo en bandos irreconciliables, a no permitir que el odio marque su historia ni que la mentira escriba su memoria... Acompaña, Madre, a los más jóvenes, para que obtengan de Cristo la fuerza para elegir el bien y el valor para mantenerse firmes en la fe, aunque el mundo los empuje en otra dirección. Muéstrales que tu Hijo camina a su lado. Que nada aflija su corazón para que puedan acoger sin miedo los planes de Dios. Aparta de ellos las amenazas del crimen, de las adicciones y del peligro de una vida sin sentido»  

   

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa León XIV 

* «Fortalece a las familias: que, siguiendo tu ejemplo, los padres eduquen con ternura y firmeza, de modo que cada hogar sea escuela de fe. Inspira, Madre, a quienes forman mentes y corazones para que transmitan la verdad con la dulzura, precisión, y claridad que nace del Evangelio. Alienta a los que tu Hijo ha llamado a seguirlo más de cerca: sostén al clero y a la vida consagrada en la fidelidad diaria y renueva su amor primero. Guarda su interioridad en la oración, protégelos en la tentación, anímalos en el cansancio y socorre a los abatidos» 

12 de diciembre de 2025.- (Camino Católico)  “En medio de conflictos que no cesan, injusticias y dolores que buscan alivio, María de Guadalupe proclama el núcleo de su mensaje: ‘¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?’. Es la voz que hace resonar la promesa de la fidelidad divina, la presencia que sostiene cuando la vida se vuelve insoportable”,  ha subrayado el Papa León XIV en su homilía durante la Santa Misa con ocasión de la Fiesta de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, que ha presidido esta tarde en la Basílica de San Pedro ante miles de fieles. 



El Papa afirma que la maternidad que María declara nos hace descubrirnos hijos, pues quien escucha “yo soy tu madre” recuerda que, desde la cruz, al «aquí tienes a tu madre» corresponde el «aquí tienes a tu hijo». “Y como hijos, nos dirigiremos a ella para preguntarle: ‘Madre, ¿qué debemos hacer para ser los hijos que tu corazón desea?’”, dice el Santo Padre, recordando que ella, fiel a su misión, con ternura nos dirá: «Hagan lo que Él les diga». En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:






BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA DE GUADALUPE


SANTA MISA


HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV


Basílica de San Pedro

Viernes, 12 de diciembre de 2025



Queridos hermanos y hermanas:

En la lectura del Sirácide, se nos presenta una descripción poética de la Sabiduría, una imagen que halla su plena identidad en Cristo, «sabiduría de Dios» (1 Co 1,24), quien, llegada la plenitud de los tiempos, se hizo carne, naciendo de una mujer (cf. Ga 4,4). La tradición cristiana ha leído también este pasaje en clave mariana, pues hace pensar en la mujer preparada por Dios para recibir a Cristo. En efecto, ¿quién sino María puede decir «en mí está toda la gracia del camino y de la verdad, toda esperanza de vida y de virtud» (Si 24,25 NV)? Por eso, la tradición cristiana no duda en reconocerla como «la madre del amor» (ibíd. v. 24).

En el Evangelio, escuchamos cómo María vive la dinámica propia de quien permite que la Palabra de Dios entre en su vida y la transforme. Como un fuego abrasador que no puede ser contenido, la Palabra nos impulsa a comunicar la alegría del don recibido (cf. Jr 20, 9; Lc 24,32). Ella, alegre por el anuncio del ángel, comprende que el gozo de Dios se plenifica en la caridad, y entonces va presurosa hacia la casa de Isabel.

Realmente las palabras de la Llena de gracia son «más dulces que la miel» (Si 24,27 NV). Basta su saludo para hacer exultar al niño en el seno de Isabel, y ella, llena del Espíritu Santo, se pregunta: «¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a verme?» (Lc 1,43). Ese júbilo desemboca en el Magníficat, donde María reconoce que su dicha proviene del Dios fiel, que ha vuelto sus ojos hacia su pueblo y lo ha bendecido (cf. Sal 66,2) con una heredad más dulce que la miel en los panales (cf. Si 24,20 NV); la presencia misma de su Hijo.

Durante toda su existencia, María lleva ese gozo allí donde la alegría humana no basta, allí donde el vino se ha agotado (cf. Jn 2,3). Así ocurre en Guadalupe. En el Tepeyac, ella despierta en los habitantes de América la alegría de saberse amados por Dios. En las apariciones de 1531, hablándole a san Juan Diego en su lengua materna, ella declara que “mucho desea” que se levante allí una “casita sagrada” desde la cual ensalzará a Dios y lo pondrá de manifiesto (cf. Nican mopohua, 26-27). En medio de conflictos que no cesan, injusticias y dolores que buscan alivio, María de Guadalupe proclama el núcleo de su mensaje: «¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?» (ibíd., 119). Es la voz que hace resonar la promesa de la fidelidad divina, la presencia que sostiene cuando la vida se vuelve insoportable.

La maternidad que ella declara nos hace descubrirnos hijos. Quien escucha “yo soy tu madre” recuerda que, desde la cruz, al «aquí tienes a tu madre» corresponde el «aquí tienes a tu hijo» (cf. Jn 19,26-27). Y como hijos, nos dirigiremos a ella para preguntarle: “Madre, ¿qué debemos hacer para ser los hijos que tu corazón desea?”. Ella, fiel a su misión, con ternura nos dirá: «Hagan lo que Él les diga» (Jn 2,5). Sí, Madre, queremos ser auténticos hijos tuyos: dinos cómo avanzar en la fe cuando las fuerzas decaen y crecen las sombras. Haznos comprender que contigo, incluso el invierno se convierte en tiempo de rosas.

Y como hijo te pido: Madre, enseña a las naciones que quieren ser hijas tuyas a no dividir el mundo en bandos irreconciliables, a no permitir que el odio marque su historia ni que la mentira escriba su memoria. Muéstrales que la autoridad ha de ser ejercida como servicio y no como dominio. Instruye a sus gobernantes en su deber de custodiar la dignidad de cada persona en todas las fases de su vida. Haz de esos pueblos, hijos tuyos, lugares donde cada persona pueda sentirse bienvenida.

Acompaña, Madre, a los más jóvenes, para que obtengan de Cristo la fuerza para elegir el bien y el valor para mantenerse firmes en la fe, aunque el mundo los empuje en otra dirección. Muéstrales que tu Hijo camina a su lado. Que nada aflija su corazón para que puedan acoger sin miedo los planes de Dios. Aparta de ellos las amenazas del crimen, de las adicciones y del peligro de una vida sin sentido.

Busca, Madre, a los que se han alejado de la santa Iglesia: que tu mirada los alcance donde no llega la nuestra, derriba los muros que nos separan y tráelos de vuelta a casa con la fuerza de tu amor. Madre, te suplico que inclines el corazón de quienes siembran discordia hacia el deseo de tu Hijo de que «todos sean uno» (Jn 17,21) y los restaures en la caridad que hace posible la comunión, pues dentro de la Iglesia, Madre, tus hijos no podemos estar divididos.

Fortalece a las familias: que, siguiendo tu ejemplo, los padres eduquen con ternura y firmeza, de modo que cada hogar sea escuela de fe. Inspira, Madre, a quienes forman mentes y corazones para que transmitan la verdad con la dulzura, precisión, y claridad que nace del Evangelio. Alienta a los que tu Hijo ha llamado a seguirlo más de cerca: sostén al clero y a la vida consagrada en la fidelidad diaria y renueva su amor primero. Guarda su interioridad en la oración, protégelos en la tentación, anímalos en el cansancio y socorre a los abatidos.

Virgen Santa, que, como tú, conservemos el Evangelio en nuestro corazón (cf. Lc 2,51). Ayúdanos a comprender que, aunque destinatarios, no somos dueños de este mensaje, sino que, como san Juan Diego, somos sus simples servidores. Que vivamos convencidos de que allí donde llega la Buena noticia, todo se vuelve bello, todo recupera la salud, todo se renueva. “Los que se dejan guiar por ti, no pecarán” (cf. Si 24,22 NV); asístenos para no empañar con nuestro pecado y miseria la santidad de la Iglesia que, como tú, es madre.

Madre “del verdadero Dios por quien se vive”, ven en auxilio del Sucesor de Pedro, para que confirme en el único camino que conduce al Fruto bendito de tu vientre, a cuantos me fueron confiados. Recuerda a este hijo tuyo, «a quien Cristo confió las llaves del Reino de los cielos para el bien de todos», que esas llaves sirvan «para atar y desatar y para redimir toda miseria humana» (S. Juan Pablo II, Homilía en Siracusa, 6 noviembre 1994). Y haz que, confiando en tu protección, avancemos cada vez más unidos, con Jesús y entre nosotros, hacia la morada eterna que Él nos ha preparado y en la que tú nos esperas. Amén.



PAPA LEÓN XIV






Fotos: Vatican Media, 12-12-2025

Santa Misa de hoy, viernes, Fiesta de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, presidida por el Papa León XIV, 12-12-2025

Foto: Vatican Media, 12-12-2025

12 de diciembre de 2025.- (Camino Católico)  El Papa León XIV ha presidido a las 16 horas de este 12 de diciembre su primera Misa en la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, a quien ha pedido en su homilía que venga en su auxilio “para que confirme en el único camino que conduce al Fruto bendito de tu vientre, a cuantos me fueron confiados”.  Un gran número de fieles, la mayoría de la comunidad mexicana residente en Roma, así como el clero y miembros de la curia romana acudieron a la ceremonia celebrada en la Basílica de San Pedro. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha toda la celebración.  

El Santo Padre ha predicado en español una hermosa homilía en forma de oración, dirigida a la Patrona de México y Emperatriz de América, a quien se ha referido como “la madre del amor”. El Pontífice ha recordado que María permite que la Palabra de Dios “entre en su vida y la transforme”, llevando “ese gozo allí donde la alegría humana no basta, allí donde el vino se ha agotado”, como ocurre en Guadalupe.

Homilía íntegra inédita de Benedicto XVI, de las 82 nunca publicadas, de su libro "Dios es la verdadera realidad": «El mundo necesita la luz de Cristo y debemos descubrir a Jesús, creer y dejarnos transformar por Él»

* «Solo vivimos si nuestro corazón se asemeja al de Jesús, el corazón divino. Este es el propósito del Evangelio: que el verdadero samaritano, Cristo, nos conforme a sí mismo, transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, y con ese corazón de carne sepamos qué hace… Oremos al Señor para que transforme nuestros corazones y nos ayude a encontrar lo que debemos hacer en cada momento de nuestra vida. ¡Amén!» 

11 de diciembre de 2025.- (Camino Católico)  Presentamos el texto completo de una homilía de BenedictoXVI, pronunciada el 14 de julio de 2013 en el Monasterio Mater Ecclesiae y nunca publicada, avanzada por Vatican News, incluida en el nuevo volumen de la Editorial Vaticana, que ya está a la venta. El libro "Dios es la verdadera realidad" recopila 82 sermones pronunciados siendo Papa Emérito tras su renuncia. Esta es la homilía íntegra del evangelio del Samaritano:



Queridos amigos,


Este Evangelio del Samaritano nos conmueve constantemente. La dramática relevancia de esta parábola quedó patente durante la visita del Papa a Lampedusa. Hemos visto, y seguimos viendo, el creciente número de víctimas de la violencia en todo el mundo y, por otro lado, como dijo el Papa: «La anestesia del corazón... la globalización de la indiferencia». ¿Qué está sucediendo?


En el capítulo 18 del Apocalipsis, San Juan nos habla del colapso de una gran civilización, profetizado para la ciudad de Roma. Muestra cómo esta civilización también creó un sistema de comercio, enumerando las numerosas cosas que se compraban y vendían en él. Finalmente, dice que estos comerciantes también comerciaban con personas y almas humanas (cf. Ap 18,13). Las almas humanas, las personas humanas, se habían convertido en mercancías, y así, al final, esta civilización se derrumba, porque ya no es cultura, sino anticultura.


Esto es precisamente lo que le sucede a la humanidad, a los individuos, cuando el alma humana se convierte en mercancía. Pensemos en esos traficantes que prometen llevar a personas del Cuerno de África a los paraísos terrenales de Occidente. No les importa el destino de estas personas; incluso podrían ahogarse en el mar; en realidad solo les interesa el dinero; para ellos, las personas son mercancías que les traen dinero. Lo mismo ocurre en muchas otras situaciones; pensemos en quienes en Rumania venden chicas, prometiéndoles buenos puestos en Occidente, pero en realidad las venden para la prostitución. Los seres humanos son considerados mercancías y nada más. Pensemos en la tragedia de las drogas: personas que ya no ven el sentido de la vida, que ya no ven la belleza; anhelan la belleza y la bondad, pero caen en las redes de estos narcotraficantes, en los falsos paraísos que destruyen. Una vez más, los seres humanos son meras mercancías explotadas para ganar dinero; lo mismo ocurre con tantas otras víctimas de la violencia en África, niños soldados, todo esto... Vemos cómo la humanidad ha caído en manos de ladrones y espera que el samaritano la salve.


En este punto, surgen dos preguntas. La primera es: ¿cómo es posible este fenómeno? ¿Cómo podemos explicarlo en una civilización tan rica y desarrollada como la nuestra? Pero la más importante surge como consecuencia: ¿qué debo hacer? En definitiva, no deberíamos hacer una consideración general; en definitiva, la pregunta del Evangelio es la misma que la del resto de la ley: ¿qué debo hacer? Pero primero, queremos comprender un poco por qué es así, para comprender mejor nuestra misión, nuestras posibilidades, nuestra tarea.


La era moderna nació con dos grandes ideales, que son las fuerzas impulsoras de su camino: el progreso y la libertad. Nos dijimos: ya no dejamos el mundo solo en manos de Dios, ya no esperamos simplemente la otra vida; tomamos la iniciativa, el timón de la historia, la guiamos por la senda del progreso. En realidad, el progreso existe, todos lo sabemos. Si comparo el mundo de mi infancia, mi juventud, con el de hoy, hay una inmensa diferencia; no parece ser el mismo mundo. Y vemos cómo, solo en los últimos treinta años, el progreso acelerado ha cambiado el mundo: en el mundo de las comunicaciones, ahora se pueden hacer cosas increíbles, inimaginables incluso hace cincuenta años; en la medicina, en la tecnología que afecta a la vida humana, etc., hay progreso, la humanidad tiene posibilidades que antes eran inimaginables. Pero surge la pregunta: ¿es verdadero progreso?


También hay un progreso real. Si consideramos que hoy existen instituciones internacionales que buscan prevenir y evitar conflictos, sanar y proteger a los enfermos; si vemos cómo ha crecido la sensibilidad hacia las personas con discapacidad, los enfermos y los excluidos, y el respeto por otras naciones y razas, debemos decir que este es un progreso no solo en nuestro poder, sino también un progreso del alma, un progreso de la humanidad, del humanismo, del respeto por los demás. Y me parece que podemos decir, sin falsas ideologías, que este progreso es el resultado de la presencia de la luz del Evangelio en el mundo, porque esta luz nos ha permitido ver a los débiles, a los que sufren, a los demás, como seres humanos, como hijos de Dios, como amados por Dios, como mis hermanos y hermanas.


Esta visión de la humanidad, nacida del Evangelio, ha trascendido los confines del cristianismo y se ha convertido en patrimonio de la humanidad. Comprendemos que todos somos verdaderamente hermanos; incluso los pobres son nuestros hermanos; incluso quienes pertenecen a otra raza o religión son miembros de la misma familia. Debemos trabajar para prevenir la violencia, romper las cadenas del mal, ayudar. Sin duda, hay progreso. Pero también debemos decir que, sin embargo, el progreso sigue siendo muy ambiguo; de hecho, hay incluso una recaída para la humanidad. Precisamente si consideramos Lampedusa y todo lo que hemos mencionado, vemos cómo el poder humano, con todas sus posibilidades, también puede tener el poder de la destrucción. Si el hombre empieza a producirse a sí mismo, a fabricar al hombre, y a considerarlo una mercancía, algo para explotar, todo este progreso se convierte en un instrumento de autodestrucción; ya no es progreso, sino una amenaza. El poder del progreso solo puede ser útil si la luz del Evangelio es más fuerte que todas estas tentaciones humanas, y solo así las cosas no nos destruyen, sino que construyen humanidad.


Pasemos a la otra palabra: libertad. Aquí también hay un progreso real, sin duda en la superación de la esclavitud, en la igualdad entre hombres y mujeres, en el respeto a la infancia, etc. Pero aquí también encontramos una libertad destructiva; así, vemos que el mundo de las drogas vive en nombre de la libertad, pero obliga a la humanidad a la esclavitud más radical y destructiva, que es una caricatura de la libertad. Esta libertad, que no es libertad en absoluto, sino que me da solo libertad, para que pueda hacer lo que quiera, es una libertad que se convierte en una esclavitud antes impensable.


¿Pero qué debo hacer? ¿Qué puedo hacer? El abogado conocía la respuesta, pero era solo teórica, una pregunta académica para debatir: "¿Quién es, en última instancia, mi prójimo?". No sale del mundo intelectual y académico; sobre todo, su forma de plantear la pregunta es egoísta: "¿Qué debo hacer para salvarme?". Su prioridad es su propia salvación personal. El samaritano es totalmente diferente. No sabemos si conocía las palabras del Deuteronomio, pero el Evangelio dice que "tuvo compasión", y la expresión griega es mucho más radical: "Su corazón se conmovió", es decir, se conmovió interiormente, tanto que tuvo que hacer algo. Su corazón se conmovió, pero no solo eso: sabía qué hacer, lo que tenía que hacer, porque su corazón habló y le mostró el camino.


También pienso en una palabra del profeta Ezequiel, donde Dios dice: «Les quitaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne» ( Ezequiel 36:26). Este es el punto: el «corazón de piedra», que todos tenemos por el pecado original, que tienen quienes explotan la miseria humana para lucrarse, nos impide comprender cuánto podemos y debemos hacer; necesitamos un «corazón de carne», que nos muestre el camino. También pienso en un texto del profeta Oseas, donde Dios habla de sí mismo. Dios ve todos los increíbles pecados de Israel, ve que, según la justicia, debería destruir este reino y dice: «Pero no lo haré; mi corazón se conmueve dentro de mí» (cf. Oseas 11:8).


El corazón de Dios es tal que no puede destruir al hombre; es tal que debe ayudarlo, correr tras él; es tal que sale de sí mismo, se hace hombre para salvar a la humanidad; Dios salió de sí mismo, su corazón lo impulsó. Así vemos que el verdadero samaritano de la humanidad es Jesucristo, el Hijo de Dios, quien emprendió este camino, viendo la miseria humana con el corazón herido, herido por esta realidad. Es Él quien nos da el aceite y el vino, los Sacramentos, la Palabra de Dios; es Él quien nos da refugio, la Iglesia; es Él quien nos guía, nos transforma, para que también nuestros corazones sean como el suyo.


Así vemos lo esencial. Esto significa que solo vivimos si nuestro corazón se asemeja al de Jesús, el corazón divino. Este es el propósito del Evangelio: que el verdadero samaritano, Cristo, nos conforme a sí mismo, transforme nuestro corazón de piedra en un corazón de carne, y con ese corazón de carne sepamos qué hacer. El mundo necesita la luz de Cristo, y solo si la luz de Cristo, la llama de su amor, transforma el corazón, cada uno de nosotros sabrá qué hacer y cuándo hacerlo. La fe misma transforma el mundo. La respuesta que debemos dar, por tanto, es descubrir a Jesús, creer en Jesús, dejarnos transformar por Jesús, para que nuestro corazón se convierta en un corazón de carne y nos diga qué hacer. La luz de Cristo es la respuesta necesaria.


Oremos al Señor para que transforme nuestros corazones y nos ayude a encontrar lo que debemos hacer en cada momento de nuestra vida. ¡Amén!


Benedicto XVI


Fotos: Vatican Media

P. Roberto Pasolini en la 1ª meditación de Adviento ante el Papa: «La vida reflorece solo cuando reconstruimos el cielo, en la medida en que ponemos a Dios en el centro»

 


* «El mal no debe ser simplemente perdonado: debe ser borrado, para que la vida pueda finalmente florecer en su verdad y en su belleza. Cada día borramos muchas cosas, sin sentirnos culpables y sin cometer mal alguno. Borramos mensajes, archivos inútiles, errores en un documento, manchas, rastros, deudas. Muchos de estos gestos, de hecho, son necesarios para hacer madurar nuestras relaciones y hacer el mundo habitable. Borrar quiere decir abrirse a Dios a partir de la propia fragilidad y permitirle a Él sanar»    

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la la 1ª meditación de Adviento del P. Roberto Pasolini ante el Papa León XIV 


Camino Católico.- “No viandantes perdidos” sino “centinelas que, en la noche del mundo, mantienen humildemente la confianza” para ver surgir la luz “capaz de iluminar a todo hombre”. El Padre Roberto Pasolini, predicador de la Casa Pontificia, acompaña en un recorrido en el que el tiempo de Adviento se convierte en ocasión para ser “peregrinos hacia una patria”, en un camino marcado por la esperanza y que tiene como horizonte la salvación.



La primera meditación de las tres previstas sobre el tema: “Esperando y acelerando la venida del día de Dios”, desarrollada el viernes 5 de diciembre en el Aula Pablo VI con la participación del Santo Padre León XIV, se centra en la Parusía del Señor e introduce en un tiempo singular: la conclusión del Jubileo de la esperanza. “El Adviento –subraya el religioso capuchino– es el tiempo en que la Iglesia reaviva la esperanza, contemplando no solo la primera venida del Señor, sino sobre todo su regreso al final de los tiempos”. Es el momento en el que se está llamado a “esperar y al mismo tiempo a apresurar la venida del Señor con una vigilancia serena y laboriosa”.



Darse cuenta de la gracia de Dios


“Parusía” es un término que el evangelista Mateo usa 4 veces en el capítulo 24 con un doble sentido: “presencia” y “venida” y Jesús compara la espera de su venida con los días de Noé antes del diluvio universal. Días en que la vida transcurría normalmente y en que solo Noé construyó el arca, instrumento de salvación. Su historia remite a preguntas necesarias para comprender de qué debe darse cuenta el hombre de hoy.


Ante desafíos nuevos y complejos, “la Iglesia está llamada a permanecer como sacramento de salvación en un cambio de época”. “La paz –enfatizó el Padre Pasolini– sigue siendo un espejismo en muchas regiones mientras las injusticias antiguas y las memorias heridas no encuentran sanación, mientras que en la cultura occidental se debilita el sentido de la trascendencia, aplastado por el ídolo de la eficiencia, la riqueza y la técnica. El advenimiento de las inteligencias artificiales amplifica la tentación de un humano sin límites y sin trascendencia”.



El misterio de un Dios que tiene confianza en el hombre


Darse cuenta no es suficiente, se necesita reconocer “la dirección en la que el Reino de Dios sigue moviéndose dentro de la historia”, volviendo a la capacidad profética del Bautismo. Darse cuenta de la gracia de Dios, “aquel don de salvación universal que la Iglesia celebra y ofrece humildemente, para que la vida humana sea aliviada del peso del pecado y liberada del miedo a la muerte”. Una gracia a la que los ministros de la Iglesia no pueden acostumbrarse, arriesgando a volverse tan familiares con Dios que lo den por sentado. Darse cuenta por lo tanto del misterio de un Dios que “continúa permaneciendo ante su creación con confianza inquebrantable, en la espera de que los mejores días puedan –y deban– aún venir”.



Borrar el mal


El predicador de la Casa Pontificia recuerda que para reencontrar el rostro de Dios que acompaña a “su creación herida” es necesario recurrir al relato del diluvio universal cuando el Señor ve el mal en el corazón del hombre. Un mal que no se supera cambiando, evolucionando porque la humanidad no solo necesita realizarse sino salvarse. “El mal no debe ser simplemente perdonado: debe ser borrado, para que la vida pueda finalmente florecer en su verdad y en su belleza”.


Borrar, en la cancel culture en la que el hombre de hoy está inmerso, no es solo destruir todo, eliminar lo que del otro nos parece fatigoso. “Cada día borramos muchas cosas, sin sentirnos culpables y sin cometer mal alguno. Borramos –evidencia Pasolini– mensajes, archivos inútiles, errores en un documento, manchas, rastros, deudas. Muchos de estos gestos, de hecho, son necesarios para hacer madurar nuestras relaciones y hacer el mundo habitable. Borrar quiere decir abrirse a Dios a partir de la propia fragilidad y permitirle a Él sanar”.



La vida reflorece poniendo a Dios en el centro


El Señor no se cansa de encontrar a “un hombre sabio, uno que busque a Dios” justo como sucedió con Noé que a su vez se da cuenta de la gracia del Señor. En el hombre del arca, Dios encuentra la posibilidad de borrar y de volver a empezar. “Solo cuando el hombre vuelve a vivir ante el verdadero rostro de Dios, la historia –resalta el Predicador de la Casa Pontificia– puede verdaderamente cambiar”.


“El relato del diluvio nos recuerda que la vida reflorece solo cuando reconstruimos el cielo, en la medida en que ponemos a Dios en el centro”. El diluvio se convierte en “un pasaje de re-creación a través de un momento de de-creación”. “Es un cambio provisional de las reglas del juego, para salvar el juego mismo que Dios había inaugurado con confianza”.


La decisión de no herir


El diluvio es por lo tanto “una paradójica renovación de vida”, Dios no se olvida de la humanidad y pone su arco sobre las nubes como signo de alianza, el Señor depone las armas con una solemne declaración de no violencia. “Puede parecer –añade el Padre Pasolini– una metáfora audaz, casi inapropiada para hablar de Dios y del modo en que su gracia se manifiesta. Y, sin embargo, la humanidad, después de milenios de historia y de evolución, está todavía muy lejos de saber imitarla”, la tierra de hecho está lacerada “por conflictos atroces e interminables, que no conceden tregua a tantas personas débiles e indefensas”. Tranquiliza entonces la decisión de quien, aun teniendo la posibilidad, elige voluntariamente no herir porque comprende que solo en la acogida del otro, la alianza “podrá ser duradera, verdadera y libre”.



El tiempo del bien


“Velen, pues, porque no sabéis en qué día vendrá vuestro Señor”: es la última recomendación de Jesús. No saber el día y la hora en que esto sucederá ha creado en el pasado mucha espera, evidencia el predicador, pero hoy las cosas parecen invertidas. “La espera se ha atenuado tanto que deja espacio, a veces, a una sutil resignación acerca de su efectiva realización”, hoy prevalece “una vigilancia cansada, tentada por el desánimo”.


El tiempo de la espera es el tiempo para sembrar el bien y para esperar la venida de Jesucristo. Atención a dos grandes tentaciones que afectan al hombre y a la Iglesia: “olvidar la necesidad de ser salvados y pensar en recuperar el consenso cuidando la forma exterior de nuestra imagen y reduciendo la radicalidad del Evangelio”. Es necesario –remarca el capuchino– volver “a la alegría –y también al esfuerzo– del seguimiento, sin domesticar la palabra de Cristo”. Solo como “centinelas en las fronteras del mundo”, como escribía el monje Thomas Merton, se espera el regreso de Cristo.

Fotos: Vatican Media, 5-12-2025