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viernes, 19 de diciembre de 2025

Un niño de 5 años recibió una patada de un caballo en el cráneo en 2015 y se recuperó: el milagro que hace beato al empresario argentino Enrique Shaw al que rezaron 8.000 personas por la curación del pequeño


El empresario argentino Enrique Shaw será beato por el milagro que el Papa León XIV ha reconocido

Camino Católico.- Este 18 de diciembre el Papa León XIV ha autorizado la promulgación del decreto relativo a la proclamación como nuevo beato al padre de familia, Enrique Ernesto Shaw, empresario argentino fallecido en 1962, A su intercesión se debe la curación milagrosa de un niño de cinco años, golpeado en la nuca por la coz de un caballo en una granja cerca de Buenos Aires el 21 de junio de 2015. El niño sufrió graves daños craneales y cerebrales y fue sometido a varias intervenciones quirúrgicas. El 15 de julio, para sorpresa de los médicos, se comprobó que el sistema ventricular había vuelto a su tamaño normal. En 2019, el niño fue examinado por dos peritos que lo encontraron en buen estado de salud, sin secuelas neurológicas importantes. Hoy en día lleva una vida normal. En el vídeo de Infobae, Monseñor Santiago Olivera, vicepostulador de la causa de beatificación de Enrique Shaw, y Fernán de Elizalde, administrador de la causa, cuentan cómo sucedieron los hechos.

Vídeo de Infobae en el que se cuenta como sucedió el milagro que hace beato a Enrique Shaw

La tragedia inesperada

El 21 de junio de 2015, en un campo de la localidad bonaerense de Suipacha, la vida de una familia cambió para siempre. Un niño de cinco años jugaba cerca de un corral cuando ocurrió un hecho tan inesperado como brutal: un caballo, asustado por la presencia de una víbora, lanzó una violenta patada que impactó de lleno en su cabeza. El golpe fue devastador y le provocó una lesión craneana gravísima. En medio de la angustia y sin pronóstico alentador, la familia comenzó a pedir la intercesión del empresario argentino Enrique Shaw. Hoy, aquel niño, convertido en adolescente, lleva una vida normal y sin secuelas. Una curación que la ciencia no logra explicar y que fue reconocida por la Iglesia, a través de un decreto publicado el jueves 18 de diciembre de 2025, como un milagro atribuido a Enrique Shaw, abriendo así el camino a su beatificación. 

Enrique Shaw falleció el 27 de agosto de 1962, a los 41 años, tras una dura batalla contra el cáncer

“La madre fue testigo directa de la tragedia. El padre se encontraba lejos. Cuando logran levantar al niño, la situación era desesperante: no respondía, no reaccionaba, parecía no respirar. Todo indicaba que estaban ante una muerte inminente”, narra Fernán De Elizalde, administrador de la causa de beatificación a Infobae.

Sin tiempo que perder, lo suben a una camioneta y emprenden una carrera contra el reloj. Durante el trayecto buscan ayuda en distintos puntos: Suipacha, Chivilcoy y otros pueblos intermedios. En Chivilcoy ocurre el primer hecho decisivo: dos médicas, ex oficiales de la Fuerza Aérea y con experiencia en trauma, logran provocar una reacción vital mínima, suficiente para que el niño pueda resistir el traslado posterior en avión sanitario. Gracias a esa intervención, el niño logra llegar con vida al Hospital Universitario Austral, en Buenos Aires, incluso soportando un traslado aéreo en helicóptero.

Fernán de Elizalde, administrador de la causa de beatificación de Enrique Shaw, cuenta como sucedió el milagro 

Al ingresar al Austral, el pronóstico era sombrío. Un médico advierte a la familia que el estado del niño era tan grave que quizás no convenía siquiera intervenirlo, insinuando que podía estar ya clínicamente muerto. Sin embargo, los padres insisten: “Hagan todo lo que sea necesario”, detalló De Elizalde.

Es en ese momento límite cuando el padre realiza un gesto interior decisivo. Con una fe absoluta, se encomienda a la intercesión de Enrique Shaw, empresario argentino y padre de familia, cuya causa de beatificación estaba en curso. Pronuncia una frase que quedará grabada para siempre: “Yo te cambio tu santidad por la salud de mi hijo”, afirma De Elizalde.

Desde entonces, la familia inicia una acción tan simple como poderosa: pedir oración. No a un santo consagrado y conocido, sino a un hombre que muchos no sabían quién era. Al principio rezan los más cercanos. Luego, la cadena crece. Con el paso de los días, entre 7.000 y 8.000 personas en distintos países rezaban por el niño, pidiendo su curación por intercesión de Enrique Shaw.

“Una tía del niño, diseñadora gráfica, crea una estampita de Enrique Shaw, que en lugar de decir ‘venerable’, dice abajo ‘que sea tu milagro’”, comenta el administrador de la causa. La imagen comienza a circular por redes sociales, por el hospital, incluso es colocada discretamente detrás de la cama en terapia intensiva. Enfermeros y personal médico, sin conocer del todo la historia, también se suman a la oración.

Las estampas oficiales de Enrique Shaw cuando fue declarado Venerable Siervo de Dios por el Papa Francisco

Durante 45 días, el niño permanece internado en estado crítico. Es sometido a cinco cirugías cerebrales para drenar líquido acumulado por la hipertensión intracraneal, además de otros procedimientos menores. Pero la situación no se estabiliza. Finalmente, el equipo médico toma una decisión extrema: implantar una válvula de drenaje permanente en el cerebro. No había otra alternativa viable.

La válvula se importa del exterior y se convoca a un especialista para realizar la intervención. La operación estaba programada para las tres de la tarde de un día determinado. La madre, angustiada, reza con una intención muy precisa: que su hijo sobreviva sin secuelas, sin quedar marcado para siempre.

El instante del milagro

Entonces ocurre el hecho clave. Minutos antes de entrar al quirófano, el cirujano realiza una verificación final de rutina. Al hacerlo, descubre algo absolutamente inesperado: el líquido comienza a drenar de manera espontánea y normal. La presión intracraneana se había regularizado sola. La válvula ya no era necesaria. La cirugía se suspende.

“Ese instante marca con claridad un antes y un después, un criterio fundamental en los procesos canónicos de reconocimiento de un milagro. Lo que la medicina no podía explicar ni lograr, había ocurrido sin intervención técnica”, asegura De Elizalde.

A partir de ese momento, la recuperación del niño es rápida y sostenida. En pocos días comienza a comer, es extubado, mejora neurológicamente. En 10 a 15 días está en condiciones de ser trasladado al Instituto Fleni para rehabilitación. “Allí ocurre casi un segundo milagro: el niño, que había quedado desfigurado y extremadamente debilitado, se recupera por completo, sin secuelas neurológicas, sin daño cognitivo, sin deformaciones visibles. Hoy, ya adolescente, lleva una vida normal. Nadie podría imaginar lo que atravesó, salvo por el conocimiento de su historia”, detalla De Elizalde.

Por su parte, Monseñor Santiago Olivera, vicepostulador de la causa de Enrique Shaw, explica: “En nuestro lenguaje común decimos que algo es un milagro cuando no tiene explicación. Pero en la Iglesia, cuando se estudia un milagro en Roma, se comprueba que, con todas las razones médicas, el hecho excede la explicación científica. Y la curación que no tiene explicación es la que supera la ciencia médica”.

Monseñor Santiago Olivera, vicepostulador de la causa de beatificación de Enrique Shaw

La documentación médica, los estudios, la evolución clínica y los “saltos” positivos inexplicables fueron analizados con rigor. La conclusión fue clara: la ciencia no puede dar cuenta suficiente de lo ocurrido.

Monseñor Olivera sostiene: “El milagro siempre es un milagro de Dios, pero en este caso se pidió con insistencia la intercesión de Enrique Shaw, y así fue. Lo que parecía imposible, se dio”. Y recuerda que, si bien pueden existir otros tipos de milagros, “lo más común y lo más claro en las causas de beatificación y canonización son las curaciones físicas inexplicables”.

Este milagro fue el que abrió definitivamente el camino a la beatificación de Enrique Shaw, a quien incluso el Papa León ha señalado como “un hombre providencial para nuestros tiempos, un empresario con un sentido cristiano de la empresa verdaderamente admirable, cuyas huellas debemos seguir”, asegura el obispo castrense.

Por eso, este hecho fue reconocido como el milagro atribuido a la intercesión de Enrique Shaw, el que abrió definitivamente el camino a su beatificación.

El argentino que la Iglesia propone como modelo del siglo XXI


El empresario argentino, y pronto beato, Enrique Shaw, con su esposa

Enrique Shaw no fue sacerdote ni religioso. Fue empresario, esposo, padre de nueve hijos y oficial de la Armada, y su vida —vivida con una coherencia poco frecuente— lo convirtió en uno de los próximos beatos argentinos.

Nacido en 1921 en el Ritz de París, Shaw entendió la empresa de un modo radicalmente distinto al habitual: no como una máquina de lucro, sino como una comunidad de personas. Convencido de que el trabajo debía estar al servicio de la dignidad humana, promovió relaciones laborales basadas en el diálogo, la justicia y el respeto, incluso en contextos de fuerte conflictividad social.

Ese enfoque se tradujo en decisiones concretas e innovadoras. Fue impulsor del salario familiar en la Argentina, una medida pionera en su tiempo, pensada para que el ingreso del trabajador tuviera en cuenta no solo su tarea, sino también la responsabilidad de sostener una familia. Para Shaw, el salario no podía ser un número abstracto: debía permitir una vida digna. En 1955, en el contexto de la fuerte persecución religiosa que siguió a la quema de iglesias y al enfrentamiento entre el Estado y la Iglesia en la Argentina, Enrique Shaw fue detenido por su condición de católico comprometido y por su fidelidad pública a la fe.

Fue fundador y primer presidente de la Asociación Cristiana de Dirigentes de Empresa (ACDE), desde donde impulsó con fuerza la Doctrina Social de la Iglesia en el corazón del mundo económico argentino. Su mensaje era claro y contracultural: fe y empresa no solo son compatibles, sino que deben integrarse.

A diferencia de otros caminos de santidad, Shaw eligió permanecer en el mundo empresarial por discernimiento espiritual. Cuando expresó su deseo de dejar la empresa para trabajar directamente con los obreros, un sacerdote —de la diócesis de Chicago— lo exhortó a quedarse: su misión era transformar la empresa desde dentro. Un dato que hoy adquiere valor simbólico, ya que esa misma diócesis es la de origen del actual Papa León, quien lo ha definido como “un hombre providencial para nuestros tiempos”.

Siendo muy joven se enfermó gravemente de cáncer y necesitó transfusiones urgentes, los obreros de su empresa se ofrecieron espontáneamente a donar sangre para salvarle la vida. El episodio se volvió emblemático y Shaw pronunció en una frase que trascendió “Ahora soy feliz, ya que por mis venas corre sangre obrera”. Murió en 1962, a lo 41 años.

Tras la publicación del decreto firmado por el Papa León XIV este jueves 18 de diciembre, Enrique Shaw va camino a convertirse en el primer empresario beato y futuro santo.

Branca María Pereira, médico de sor Lucía: «Dejé la vida de gracia y cuando la conocí, ella me enseñó todo: me hizo volver a la fe, me mostró quién era Dios, dónde encontrarlo, cómo estar con Él, cómo hablarle, cómo rezarle»


La doctora Branca María Pereira, fue médico de sor Lucía durante los 15 últimos años de vida de la vidente de la Virgen de Fátima

* «Y por un poco de curiosidad quise preguntarle a la hermana Lucía: ‘¿cómo era la voz de la Virgen María?’ Y ella me dijo con esta sencillez: ‘no era una voz que se oía así, con estos oídos, sino que penetraba en nuestra mente. Y era dulce, muy dulce y también triste, porque se ofendía mucho a Nuestro Señor’. También le pregunté que cuando vieron el infierno, que cómo era. Y ella me dijo: ‘las personas piensan que no hay infierno, están engañadas; lo hay. Y es un horror de desesperación y odio. Las personas allí arden en odio y en rencor, en desesperanza. Son como llamas de desesperación e infelicidad’»                            

Vídeo del testimonio de Branca María Pereira, médico de sor Lucía, en H.M. Televisión  

 Camino Católico.- “Yo quería ver a Nuestra Señora como aquellos niños, pero como ella no se me aparecía, como eso no pasó, seguí con mi vida. Me casé, tuve mis hijos y el trabajo me absorbió hasta separarme de la iglesia. Dejé de ir a misa, dejé los sacramentos, no vivía vida de gracia ni de oración y así pasó mi vida” asegura  Branca María Pereira, médico personal de sor Lucía durante 15 años, hasta certificar su muerte, en el Carmelo de Coimbra (Portugal).

“Sor Lucía sabía sobre mi vida en totalidad, de mis sufrimientos personales y se convirtió en mi sostén, en mi fuerza y fue la que me hizo volver a la fe, la que me mostró qué era, quién era verdaderamente Dios, dónde encontrarlo, cómo estar con Él, cómo hablarle, cómo rezarle; ella me enseñó todo”, comparte en su testimonio que cuenta en un vídeo de H.M. Televisión, en el que explica su relación con la vidente de la Virgen de Fátima. Esta es su historia contada en primera persona:

La doctora Branca María Pereira atendiendo a sor Lucía

«Con sor Lucía hablábamos de las apariciones, de su infancia, de su época en España, en Pontevedra; me contó siempre todo» 

Yo fui la médico de la hermana Lucía durante los últimos 15 años de su vida y continúo siendo la médico de las hermanas Carmelitas del Carmelo de Coimbra. Suelo decir que yo era la médico, la que cuidaba de su parte física y que ella era mi médico espiritual. Sí, porque sor Lucía sabía sobre mi vida en totalidad, de mis sufrimientos personales y se convirtió en mi sostén, en mi fuerza y fue la que me hizo volver a la fe, la que me mostró qué era, quién era verdaderamente Dios, dónde encontrarlo, cómo estar con Él, cómo hablarle, cómo rezarle; ella me enseñó todo.

Comencé a ser la médico personal de la hermana Lucía más o menos en el 1991 y fui invitada para ir para allá, para el Carmelo, para hacer este trabajo por un antiguo médico de ella de hacía muchos años y a cierta altura fue a mi consultorio, a mi gabinete, al centro de salud donde yo trabajaba para invitarme para ser la médico personal y encomendarme ese encargo. 

No me pregunten cómo quiso conocerme y por qué, porque es un misterio para mí. Yo estaba muy cansada, muy extenuada y él me dijo: ‘buenas tardes, ¿es la doctora Branca? Señora yo la conozco pero usted no me conoce. Me llamo Miguel Barata, soy colega suyo, he sido hasta este momento médico de la hermana Lucía y vengo a preguntarle ahora que me siento tan enfermo, si le gustaría quedarse con este encargo, con este trabajo para ser la médico personal de ella, de la hermana Lucía.

En aquel momento las lágrimas rodaron y cayeron por mi rostro porque vino en flashback a mi mente un episodio que yo viví de pequeña. Tenía unos seis o siete años y en aquel momento me gustaba ver y entretenerme cuando estaba enferma con los catecismos, los santos, las estampas donde aparecía Jesús dando la comunión a los niños y la Virgen de Fátima con los pastorcitos. Entonces mi oración en aquel entonces era constantemente poder ver a Jesús y que me dejase ver a Nuestra Señora.

Yo quería ver a Nuestra Señora como aquellos niños, pero como ella no se me aparecía, como eso no pasó, seguí con mi vida. Me casé, tuve mis hijos y el trabajo me absorbió hasta separarme de la iglesia. Dejé de ir a misa, dejé los sacramentos, no vivía vida de gracia ni de oración y así pasó mi vida.

Cuando el doctor Miguel Barata vino y me hizo aquella pregunta en mi consultorio, lo que me vino era que Jesús venía a decirme: ‘no la viste, pero tienes ahora entre tus manos a esta hija para cuidar de ella’. 

Entonces entre lágrimas respondí al doctor Miguel Barata: ‘doctor está preguntando a un ciego si quiere ver y por supuesto que yo quiero ser la médico personal de la hermana Lucía’.

Después de todo concretamos la primera ida al Carmelo y yo estaba entusiasmada por ver lo que era el Carmelo y ver el Carmelo por dentro de la clausura y en mi cabeza sólo cabía un pensamiento: fijar mis ojos en la hermana Lucía, fijar los ojos en los de aquella que vio a Nuestra Señora, mi mirada en su mirada y no dormía.

Entonces llegó el día en que fui realmente al Carmelo y cuando se abrió la portería vi aquella alegría con la que fui recibida por la Madre y llegamos a la puerta de la celda. La Madre llamó a la puerta y oí una voz desde dentro que dijo: ‘puede entrar’. La Madre Priora abrió la puerta de la celda y entonces vi a la hermana Lucía sentada junto a la ventana y a su escritorio. Miró hacia  mí, sonrió y cuando la Madre le dice hermana Lucía esta es la nueva médico que te va a tratar, ella respondió abrazándome mucho y me dijo: ‘espero no darle mucho trabajo’.

Y esa fue la primera reacción de la hermana Lucía: abrazarme, sonreírme, muy buena voluntad. Nada de lo que yo tenía pensado inicialmente: que fuera una persona lúgubre, cargante. Era todo lo contrario: una persona igual a mí, normal, igual que las demás carmelitas, sin un trazo de orgullo, simple, alegre, de buen humor y acogiéndome con una ternura maternal.

Y así empezó mi odisea en el Carmelo. No había secretos, no había tabúes, no había problema en hablar cualquier cosa que saliese, hablábamos de las apariciones, de su infancia, de su época en España, en Pontevedra. Me contó siempre todo con el mayor rigor y la mayor claridad, sin intentar omitir o esquivar preguntas.

Y por un poco de curiosidad quise preguntarle a la hermana Lucía: ‘¿cómo era la voz de la Virgen María?’ Y ella me dijo con esta sencillez: ‘no era una voz que se oía así, con estos oídos, sino que penetraba en nuestra mente. Y era dulce, muy dulce y también triste, porque se ofendía mucho a Nuestro Señor’. 

También le pregunté que cuando vieron el infierno, que cómo era. Y ella me dijo: ‘las personas piensan que no hay infierno, están engañadas; lo hay. Y es un horror de desesperación y odio. Las personas allí arden en odio y en rencor, en desesperanza. Son como llamas de desesperación e infelicidad’. 

Había tres carismas propios para cada uno de los tres pastorcitos. La hermana Lucía tenía un gran designio para hacer aquello que Nuestro Señor y Nuestra Señora le habían pedido, que era la devoción al Inmaculado Corazón de María. También rezar por el Papa porque sería uno de los grandes sufridores por los pecados de la humanidad. Y ella tenía esa gran preocupación. La devoción al Inmaculado Corazón de María pasaba también por la devoción de los cinco primeros sábados.

Fue pedido también por Nuestra Señora para que esa devoción fuese difundida por el mundo, con la promesa de que habría asistencia en la hora de la muerte a las personas que se entregaran a esa devoción en los primeros sábados. La hermana Lucía tuvo muchas dificultades porque hubo oposición por parte de distintas entidades y ella no sabía cómo realizar este pedido, este deseo. Ella confesó esto a Jesús cuando Él se le apareció en Pontevedra, diciéndole que ya lo había dicho y pedido y que le habían dicho que solos no podían hacer nada.

Y Jesús le dijo: ‘sí, solos no pueden hacer nada, pero con mi ayuda tú puedes’. Entonces era un gran objetivo de la hermana Lucía la difusión de los primeros sábados para que se estableciese en el mundo la devoción al Inmaculado Corazón de María y el triunfo del Inmaculado Corazón de María en el final. Este triunfo se dará cuando llegue la conversión de los pecadores, este es el objetivo. Cuando se triunfe en el corazón de cada uno será cuando se habrá cumplido el objetivo del triunfo y así mundialmente triunfará el Inmaculado Corazón de María. Por tanto, la hermana Lucía tenía este carisma y era su gran preocupación. Ella murió rezando por este objetivo y por el Santo Padre.

La hermana Lucía, como se sabe, murió el 13 de febrero de 2005. Ya estaba muy débil, pero siempre consciente y muy lúcida hasta el final. Cuando llegué, después del almuerzo, la madre me dijo: ‘cuando la doctora se fue, la hermana Lucía comenzó a dormir y se ha dormido tan profundamente que ahora no se despierta, no conseguimos despertarla de ninguna manera’.

Yo fui a su lado, hice un examen neurológico básico, examiné los reflejos y verifiqué que estaba en coma. Después de esto llega el señor obispo, sin que nadie le esperara, se enteró de lo que estaba pasando y me preguntó: ‘doctora, ¿usted cree que estamos ya en el desenlace?’ Y yo le dije: ‘señor obispo, no puedo responderle con certeza a esa pregunta, porque usted sabe mejor que yo que para Dios nada es imposible’.

Entonces el señor obispo comenzó a recitar las oraciones de los moribundos. Terminó, dio la bendición y cuando dio la bendición la hermana Lucía despierta. Despierta de repente, abre los ojos, nos mira a todos, recorre el circuito de todos los que estábamos allí. Después fija su mirada en la priora, la priora coge su crucifijo y lo pone delante de ella y dice, hermana Lucía, mira a Jesús.

La hermana Lucía esboza un beso y después abre los ojos hacia un infinito. Era un mirar, una mirada que no consigo describir. Abre los ojos hasta no poder más, se aquieta un momento, después cierra los ojos y para de respirar.

Así fue la muerte de la hermana Lucía. El legado de la hermana Lucía fue hacer la voluntad de Nuestra Señora, hacer la voluntad de Dios, la obediencia, la humildad, el servicio, el amor a las personas, al prójimo, el amor a Dios sobre todo y el amor a la comunidad. Y la gran preocupación de la difusión del mensaje para que se cumpliese la voluntad de Dios a través de la petición de Nuestra Señora.

Branca María Pereira

Médico de sor Lucía 

los últimos 15 años de su vida

Christian Gálvez, presentador y escritor: «A través del amor de mi esposa Patricia Pardo volví a acercarme a Jesús y se sirvió de ella para volver a tocar mi vida peregrinando a Santiago de Compostela y Tierra Santa»

A la hora de recuperar la fe, para Christian Gálvez ha sido fundamental su mujer Patricia Pardo. Ambos, en la imagen, en la Gruta de Nuestra Señora de Begoña, Miraflores de la Sierra / Foto: Instagram

* «En Jerusalén, el Evangelio dejó de ser un texto y se convirtió en un rostro. Ese viaje solo fue posible porque yo ya iba acompañado por un amor que me estaba transformando por dentro. Patricia me ayudó a reconciliarme conmigo mismo, con mi historia, con mis dudas y con mis miedos. Y cuando uno viaja a Tierra Santa con un corazón así, la experiencia cambia. Fue allí donde comprendí que la fe no es un concepto: es una Persona que te mira y te ama… El Jesús del evangelio de Lucas es el Jesús que se acerca, que toca, que escucha, que dignifica. Ese es el Jesús de mi fe. Y yo me veo con la responsabilidad de mostrar un rostro de Jesús que sane, que abrace, que perdone, porque comulgo con la visión de Lucas» 

Vídeo del testimonio de Christian Gálvez en El Debate en noviembre de 2024

Camino Católico.-  Tras el rostro televisivo de Christian Gálvez, late un apasionado de la historia, la literatura y la búsqueda de sentido. La trayectoria del presentador y escritor —con novelas, ensayo histórico y literatura infantil a sus espaldas—, ha ido evolucionando hacia territorios cada vez más personales y profundos. Después de explorar el Renacimiento y la Europa del siglo XX, en los últimos años se ha acercado a la época de Jesús de Nazaret, plasmada en su libro ‘Te he llamado por tu nombre’ (2024) y en noviembre de 2025 ha publicado ‘Lucas, el evangelista de los invisibles', adentrándose así en la figura del evangelista que según Christian muestra “un perfil de Jesús misericordioso, el Jesús de mi fe”.

No es casualidad que Christian escriba sobre los orígenes del cristianismo, ya que ha experimentado una fuerte conversión. Tras años alejado de la fe, su retorno comenzó de la mano de su esposa, Patricia Pardo, y se afianzó en un viaje a Jerusalén en el que, según cuenta, el Evangelio dejó de ser teoría para convertirse en una experiencia viva.

“Dejé de creer”

“De niño creía casi de forma natural. La fe era parte del ambiente, de la familia, de la vida. Miraba a Dios como un padre lejano, protector, pero sin una relación personal. Era la fe inocente de quien todavía no ha hecho preguntas, pero tampoco ha sufrido grandes golpes”, relata Christian Gálvez en una entrevista en Omnes.

“En la adolescencia y primera juventud, Caballo de Troya llegó a mi vida como un auténtico terremoto emocional. Me despertó algo que estaba dormido: la curiosidad por la figura humana de Jesús. Benítez me mostró a un Jesús vivo, cercano, profundamente humano. Ese interés hizo crecer una fe más madura, más reflexiva, más íntima que la de mi infancia”, asegura el presentador.

“Pero llegó un momento en mi vida que lo ensombreció todo. Un momento muy duro. Mientras preparaba un documental sobre el turismo sexual en Camboya, fui testigo de una realidad brutal: niños destrozados, vidas rotas, un mal que no cabía en ninguna categoría emocional. Aquello fue, para mí, una grieta espiritual. Me pregunté: ¿Cómo puede Dios permitir esto? Y ese impacto me llevó, poco a poco, casi sin darme cuenta, a perder la fe. Dejé de rezar, dejé de buscar, dejé de creer. Me quedé con silencio, dolor y muchas preguntas”, rememora el escritor.

Christian Gálvez y su mujer Patricia Pardo peregrinaron a Santiago de Compostela y Tierra Santa / Foto: Instagram

“Dios se sirvió de mi esposa Patricia para volver a tocar mi vida”

“Y entonces, años después, apareció lo que yo siempre digo que fue mi verdadero milagro: mi mujer. Patricia no llegó para convencerme de nada, ni para predicarme, ni para empujarme a volver a creer. Llegó para amarme. Para acompañarme sin juicios. Para mostrarme, con su forma de ser, el tipo de amor que yo ya no encontraba en ningún sitio. Y fue ese amor el que empezó a reconstruirme por dentro. A través de ella volví a acercarme a Jesús”, asegura Christian.

Según el presentador, su conversión fue una mezcla de un camino de razón, una sacudida emocional y espiritual: “Pero, sobre todo, fue un regreso al amor. Podría decir que hubo razón, porque yo necesitaba entender, y que hubo emoción, porque hubo momentos que me desbordaron, pero si soy honesto, mi proceso de conversión comenzó con la forma en que mi mujer me amó. Su paciencia, su mirada limpia, su capacidad para acompañarme sin juzgarme…, eso abrió dentro de mí un espacio que hacía años que estaba cerrado. Igual Dios se sirvió de ella para volver a tocar mi vida. Lo digo siempre, mi encuentro con la fe tiene nombre propio: Patricia”.

“Mi mujer es creyente y, gracias a los viajes a Santiago de Compostela, empecé acercarme otra vez poco a poco. Comencé a mirar la fe desde otro punto de vista, lógicamente, con la madurez que te dan los años, empiezas a comprender un poquito más. Vuelves a leer, a acercarte a las Escrituras, a reinterpretar, a entender muchas cosas... El libre albedrío tiene otro significado mucho más amplio, y también mucho más profundo. Gracias a mi chica recuperé la fe en el amor, en la amistad, en mí mismo, que también es importante. Creo que empezó en Santiago de Compostela con ella y culminó en Jerusalén”, dice en una entrevista en El Debate

“Volví a leer las Escrituras como la mayor fuente de documentación para la novela. No solo las Sagradas Escrituras, sino también todos los evangelios apócrifos y las fuentes no cristianas, que también son fuentes fiables de documentación. Flavio Josefo menciona a Jesús de Nazaret. Tácito menciona el Talmud. Es decir, una serie de documentos no pro cristianos que nos ayudan a entender a una figura que, si para ellos no lo cambió todo, lo intentó cambiar todo”, cuenta.

Christian Gálvez ha cumplido su sueño de ir a Tierra Santa gracias a su esposa Patricia Pardo. / Foto: Instagram

“En Tierra Santa comprendí que la fe no es un concepto: es una Persona que te mira y te ama”

Luego vendría el viaje a Tierra Santa que era un deseo de hacía mucho tiempo de Christian: “Yo creo que la génesis de ese viaje surgió hace muchísimos años, en mi adolescencia, en 1995. Tenía 15 años cuando leí por primera vez Caballo de Troya, de J.J. Benítez, que me fascinó por la manera de acercarnos a esa figura más humana de Jesús de Nazaret. Siempre tenía en mente poder viajar a Tierra Santa, pero no sabría decir por qué ese viaje no se consumó hasta que, a principios del año 2023, antes del conflicto bélico, mi mujer —que ya había estado trabajando como reportera allí en Israel— me dijo: Te voy a llevar a cumplir tu sueño. Nunca había tenido un compañero ni una compañera de viaje que me llevara para allá o con el que pudiera compartir, digamos, ese viaje espiritual”.

“Una vez allí, me fascinó absolutamente todo. Jerusalén fue muy importante porque allí todo dejó de ser teoría y se convirtió en realidad. Yo llevaba años leyendo, investigando, estudiando… incluso negando pero, en Jerusalén, el Evangelio dejó de ser un texto y se convirtió en un rostro. Ese viaje solo fue posible porque yo ya iba acompañado por un amor que me estaba transformando por dentro. Patricia me ayudó a reconciliarme conmigo mismo, con mi historia, con mis dudas y con mis miedos. Y cuando uno viaja a Tierra Santa con un corazón así, la experiencia cambia. Fue allí donde comprendí que la fe no es un concepto: es una Persona que te mira y te ama”, asevera.

“Tuve la fortuna de ir con mi mujer al Jordán. Mi guía era maravilloso, supererudito. Él era judío. Pero llamó al franciscano español que estaba en Jerusalén, y nos lo presentó. A la vuelta mantuve el contacto con él y, de hecho, en 2024 presenté el libro ‘Te he llamado por tu nombre’ en Madrid y estuvo presente. Ha sido el que se ha encargado de supervisar la parte cristiana de la novela. Él es el que me enseñó que, incluso en los momentos de crisis de fe —que ellos también las tienen— al final te das cuenta de que estás mucho más cómodo con los tuyos”, reconoce Gálvez.

“Soy creyente, practicante, católico, y creo en Dios”

“¿Quién es para mí Jesús de Nazaret? Pues es una figura cercana. Es una fuente de inspiración. Es alguien que lo dio todo casi por nada. Alguien que nos enseñó que el cortoplacismo no funciona, que el propósito está más allá de nuestras expectativas. Que el propósito de lo que queremos conseguir en la vida no solo está en nuestras manos, sino que depende de todos los que nos rodean. De que todos juegan un papel fundamental, en mayor o menor medida, en las acciones y las decisiones que tomamos”, asegura..

“Es decir, Judas era necesario en el propósito de Abba —como diría Jesús—. Jesús ya vaticinó hasta en tres ocasiones lo que le iba a pasar. Pero Judas tenía que ser, tenía que existir. O el rol de la Virgen María y de su acto misericordioso de entrega, de entregar lo que más amas para la consecución de un propósito que, posiblemente, ellos en su tiempo no llegarían a ver”, reflexiona.

“A mí a Cristo, me gusta llamarle Jesús de Nazaret. Para la gente no creyente, me gusta contar que alguien tuvo que decir unas cuantas verdades y que eso modeló la historia de la humanidad. Es decir, que si Jesús no hizo milagros, si Jesús no resucitó, sería aun así el cuento más bonito que jamás se ha contado y que a día de hoy se sigue contando”, comparte.

“Me suelen decir que ser creyente hoy en día es un acto revolucionario. Ahora, el hecho de que yo hable de fe, cuando no está de moda la fe, es porque yo me considero feliz, y esa felicidad me ha llegado a través del amor, y el amor me ha llegado a través de la fe en el amor, y la fe en el amor me ha llevado a recuperar una fe casi, casi perdida”, dice Christian.

“Ninguno de nosotros somos perfectos hombres. Somos hombres, sin más. Nos podemos permitir esas pequeñas dudas en Getsemaní y al final darte cuenta de que la duda es humana, de que las crisis de fe son humanas, son pertinentes y a veces incluso son hasta necesarias. Y que al final, independiente de las crisis de fe, cuando la recuperas, te das cuenta de que con quien más cómodo estás es con los tuyos. Yo, que no soy de etiquetas, sí te diría que soy creyente, que soy practicante. Sí que soy católico, claro, y sí creo en Dios. Sí, claro”, afirma.

“Ha habido un cambio en absolutamente todo. Yo siempre estuve en la búsqueda de un propósito en la vida, y creo que el mío era la paternidad. Por diferentes motivos, no llegué a ser padre hasta que conocí a mi mujer. Ella tenía dos peques y quería volver a ser madre. Nos enamoramos, hicimos match enseguida y hemos sido papás. Entonces, la consecución de mi propósito ya está. Es decir, yo hoy en día soy un cristiano pleno. Me siento pleno en su total plenitud. Por lo tanto, soy un hombre feliz”, transparenta.

“Hoy en día, si por ese cambio de fe, me aplauden —no hay motivo para eso tampoco—, pues bien. Pero no pretendo montar ninguna revolución; pretendo ser yo. Y es que eso ya es mucho: ser independiente del qué dirán. Que me critican por creer, pues vale. Yo siempre digo que si ni el chocolate ni Jesús de Nazaret han conseguido unificar la opinión de todos, tampoco lo voy a conseguir yo. Así que no pasa nada”, reconoce.

Y explica que “asumir públicamente que soy creyente fue un acto de coherencia. Me dedico a comunicar; sería absurdo que ocultara algo que hoy da sentido a mi vida. ¿Ha habido críticas? No muchas. ¿Algún comentario irónico o gesto raro? También. Pero no he sufrido una ‘cancelación’ ni laboral, ni personal. Y, sinceramente, incluso si hubiera rechazo, la paz interior que me da vivir en lo que considero verdad lo compensa todo. Además, tengo a mi lado a una mujer que me recuerda cada día que el amor y la fe no se esconde, se vive”.

“El Jesús de Lucas es el Jesús de mi fe”

“El Jesús del evangelio de Lucas es el Jesús que se acerca, que toca, que escucha, que dignifica. Ese es el Jesús de mi fe. Y yo me veo con la responsabilidad de mostrar un rostro de Jesús que sane, que abrace, que perdone, porque comulgo con la visión de Lucas. ¿Mi herramienta? Lo que sé hacer: contar historias. Si mis libros, mis programas o mis entrevistas pueden ayudar a alguien a descubrir un Jesús cercano, entonces mi dedicación habrá tenido sentido”, razona.

“Lucas me ha enseñado algo decisivo: no se trata de desaparecer, sino de transparentar. Que cuando la gente me vea a mí, vea también, o sobre todo, lo que me mueve por dentro. Y aquí vuelvo a mi mujer: ella me ayuda a poner los pies en la tierra, a recordar que no estoy aquí para brillar, sino para compartir. Lo más grande que puedo hacer es que la luz no sea la mía, sino la nuestra”, dice.

Y concluye Christian Gálvez compartiendo que encuentra “a personas que me dicen que, a raíz de ‘Te he llamado por tu nombre’, o después de escuchar alguna entrevista, han vuelto a acercarse a la fe, o han decidido reconciliarse con Dios, o simplemente han empezado a hacerse preguntas que tenían enterradas. Esas historias me conmueven profundamente. Y siento que, en el fondo, no es mérito mío: si algo toca el corazón de alguien es porque antes me tocó a mí’.