La Hermana Carla Venditti, de las Apóstoles Sagrado Corazón de Jesús, ayuda a mujeres y niñas víctimas de la trata de personas
* «Lo que me impulsa a hacer todo es la conciencia de que los seres humanos necesitan sentir la misericordia de Dios en sus vidas a través de nuestra humanidad y sensibilidad y, sobre todo, la necesidad de no ser juzgados… Lo que da sentido a nuestra misión es saber que lo hacemos por Dios. Cada día entregamos nuestra vida sencilla para dar fuerza a quienes no la tienen… Mi fe se ha fortalecido desde que estoy cerca de ellas. Me ayudan a vivirla porque, después de todo, ¿cómo podemos vivir el Evangelio si no nos confrontamos con los demás, con las debilidades y fragilidades de nuestros hermanos y hermanas?»
Camino Católico.- Algunas mujeres, obligadas a prostituirse por la violencia, la desesperación o falsas promesas, se alinean en las calles de Roma y Abruzzo por la noche, hasta que ven a una monja, vestida con hábito, que les ofrece una salida. “Hace diez años, sentí una llamada dentro de otra. Sentí que Dios me llamaba a algo hermoso. Tenía que salir a la calle porque Él me esperaba allí, en los rostros de los más desfavorecidos”, dice la hermana Carla Venditti a CNA.
Venditti, de las Apóstoles del Sagrado Corazón de Jesús, vive en Avezzano, Italia, y es conocida como la "monja anti-trata". Sale a la calle atendiendo a mujeres y niñas víctimas de trata. Junto con sus hermanas y otros voluntarios, Venditti ayuda a las víctimas a reconstruir sus vidas.
“Espero con ansias los viernes por la noche para poder entrar en el mundo de la vida nocturna”, explica la hermana Lucía Soccio, otra monja italiana de la misma orden que ha trabajado con Venditti en las calles durante unos 10 años. Y añade: “Llevar luz, amor y esperanza a lugares donde es difícil hablar de estas cosas es una misión muy profunda que te cambia desde dentro”.
Juntos, junto con otras monjas y voluntarios, Venditti y Soccio ofrecen un hogar para mujeres necesitadas.
Usar un hábito ayuda, dijeron, pero lleva tiempo generar confianza, y escapar de la trata de personas es difícil porque los explotadores manipulan, amenazan, chantajean y dañan a las víctimas, incluso quitándoles sus pasaportes y documentos.
Las mujeres que están listas para aceptar apoyo son llevadas a un refugio en Abruzos, el “Oasi Madre Clelia”. “La invitación a cambiar de vida llega sólo después de muchos encuentros en los que se forjan amistad y confianza”, dice Soccio.
Las hermanas se comprometen a cuidar a las víctimas a lo largo de su vida diaria mientras se curan y se rehabilitan.
“Hemos elegido ser una familia para quienes acuden a nosotros, y por eso todo es más exigente. Comencemos de nuevo con amor: este es el motor de nuestra misión”, asegura Venditti.
“Lo que me impulsa a hacer todo es la conciencia de que los seres humanos necesitan sentir la misericordia de Dios en sus vidas a través de nuestra humanidad y sensibilidad y, sobre todo, la necesidad de no ser juzgados”, reflexiona Venditti.
De noche, Venditti ayuda a mujeres víctimas de trata; de día, ayuda a las del oasis a readaptarse. De alguna manera, aún encuentra tiempo para vender artículos hechos a mano en mercados y así financiar su trabajo.
Sor Carla Venditti
“Hemos formado una asociación: Amigos del Oasis de Madre Clelia. Tenemos una cuenta bancaria donde recibimos donaciones. Nos encomendamos a la providencia y, con nuestro trabajo —mercados, mantelería y calendarios—, nos esforzamos por ganarnos la vida”, cuenta Venditti.
Venditti incluso ha escrito un libro, “El Narciso Rebelde” (“ Il narciso ribelle ” en italiano), para jóvenes
“Lo que da sentido a nuestra misión es saber que lo hacemos por Dios. Cada día entregamos nuestra vida sencilla para dar fuerza a quienes no la tienen”, asegura Venditti.
Desde su llamada hace 10 años, la labor de Venditti ha crecido. Las hermanas han ampliado su alcance, trabajando con diversos tipos de personas necesitadas. “Han pasado diez años y hoy acogemos a todos aquellos que quieran ser acogidos y acompañados: desde jóvenes maltratadas hasta personas trans y pobres”, afirma Venditti.
“En la calle hemos conocido a varias personas transgénero y nos hemos hecho amigos de ellas”, añade Soccio.
Las hermanas ayudan a las personas de diversas maneras. “A menudo me han pedido ayuda práctica, como llevarlos al hospital, a la comisaría, etc., porque no tienen a nadie más que les ayude. Les ayudamos en todo lo que podemos, pero sobre todo hemos formado una relación de amistad y confianza que nos trae alegría e inspiración cada vez que nos encontramos”, dice Soccio.
“Me rompe el corazón” la violencia, la humillación y el sufrimiento que han experimentado las personas con las que trabajan, subraya Soccio, que comparte: “Es muy doloroso escuchar estas experiencias y darnos cuenta de cómo los seres humanos podemos llegar a ser malvados y maliciosos si no hemos experimentado la misericordia de Dios”.
A las mujeres que sufren, Venditti les dice: “Dios no abandona a sus hijos. Debemos tener la fuerza y el coraje de confiar y saber que el cielo no siempre está nublado, sino que hay sol para todos. La vida es maravillosa, y debemos abrazar las nuevas posibilidades que Dios nos da”.
“Son muchas las historias que acompañan nuestra misión, pero lo que más me impacta de estas chicas es la transformación de sus rostros, de sus vidas: de la desesperación a la serenidad”, relata Venditti.
Trabajar con las mujeres ha ayudado a fortalecer la fe de Venditti: “Mi fe se ha fortalecido desde que estoy cerca de ellas. Me ayudan a vivirla porque, después de todo, ¿cómo podemos vivir el Evangelio si no nos confrontamos con los demás, con las debilidades y fragilidades de nuestros hermanos y hermanas?”


















