Camino Católico

Mi foto
Queremos que conozcas el Amor de Dios y para ello te proponemos enseñanzas, testimonios, videos, oraciones y todo lo necesario para vivir tu vida poniendo en el centro a Jesucristo.

Elige tu idioma

Síguenos en el canal de Camino Católico en WhatsApp para no perderte nada pinchando en la imagen:

miércoles, 10 de diciembre de 2025

José María Alsina: «Recé años a la Virgen y prometí ser sacerdote si mi hermana, tetrapléjica, se curaba; eso no pasó, pero su alegría fruto del amor del Corazón del Señor me llevó a ser cura»

El padre José María Alsina con su hermana Mercedes, tetrapléjica, que le llevó a confirmar la llamada al sacerdocio

* «Viendo a Mercedes lo feliz que estaba, entendí que yo estaba llamado a llevar esa felicidad como sacerdote al corazón de los hombres, porque hoy en día hay muchas personas que mueven sus brazos y piernas, que pueden correr, que pueden saltar, pero que están muy tristes y deprimidos.  ¿Y  la razón cuál es? Que no tienen el amor del Corazón del Señor. Por lo tanto, para mí la llamada fue comprender que el amor que yo he recibido lo tengo que dar, que es el amor del Corazón del Señor para que la gente pueda encontrar la alegría, la felicidad, la salvación que solamente Jesús nos puede dar» 

Vídeo de la H.M. Televisión en el que el padre José María Alsina cuenta su testimonio de vocación

Camino Católico.-  José María Alsina siempre ha sentido una fuerte atracción por Jesús. Su familia le transmitió la fe a la par que la vida y la educación y la cultura cristiana. La llamada a ser sacerdote le llegó a través de varias “voces”, pero la de su hermana pequeña, Mercedes, fue determinante.

“Cuando pienso un poco en que momento empezó esta amistad con Jesús que me llevaría al sacerdocio, yo no puedo poner fecha  porque creo que desde la cuna el Señor me llamó. ¿Y cómo explicarlo? El Señor desde muy niño puso en mi corazón un amor muy especial, como un deseo muy grande de ser de Él. Yo he entendido siempre el sacerdocio como ser de Jesús”, dice José María Alsina en el video-testimonio de HM Televisión.

“Luego, ya vendría a comprender el sacerdocio desde el punto de vista sacramental unido a la Eucaristía, pero para mí el sacerdocio siempre ha sido ser de Jesús. Por eso cuando yo me ponía delante de Jesús entendía que el Señor me iba atrayendo hacia Él”, asegura


José María, el niño en el centro de la imagen, fue el padrino de bautismo de su hermana Mercedes / Foto: Cortesía de José María Alsina

Una promesa a la Virgen

“Un momento en mi vida que me marcó mucho fue a los 12 años, cuando el Señor atravesó mi vida a través del sufrimiento porque vivimos en mi casa un momento de dolor fuerte con la enfermedad de una de mis hermanas, Mercedes, a quien llamábamos Memé. Era una niña normal, tenía un año y medio, y de repente se puso a morir. Aquella noche mis padres nos dijeron que estaba muy enfermita y yo ante una imagen de la Virgen le dije: ‘madre si se cura Mercedes voy a ser sacerdote’. Le prometí el sacerdocio a la Virgen y la Virgen -lo que se da no se quita santa Rita bendita- y la Virgen esa promesa que hice la guardó en su corazón”, comparte el padre Jose María Alsina.

Lourdes lugar de peregrinación para la familia para rezar por la curación de Mercedes 

Pero los sentidos encontrados se manifiestan en Jose María durante la adolescencia: “A los 15 años, empiezan a agradarte las niñas y pienso que a mi también me gustaría casarme, pero a la vez siempre guardaba en mi corazón aquella promesa. Y por otro lado, seguía sintiendo lo que sentía de niño, que cuando me ponía delante de Jesús, había algo que me atraía muy fuerte”. 

“Me gustaba mucho ir a Lourdes porque desde que mi hermana pequeñita Mercedes se puso enferma, mi padre siempre dijo que iríamos todos los veranos a Lourdes a pedir que se curara y si se curaba a dar gracias. Por lo tanto, estábamos comprometidos con Lourdes y  fuimos muchas veces en familia y yo empecé a ir también con jóvenes, con lo que para mí Lourdes era un lugar muy especial”, cuenta.

Mercedes no se curó, pero él entendió que se confirmaba la llamada al sacerdocio

La familia Alsina (falta una hermana, carmelita en Tiana, España) / Foto: Cortesía de José María Alsina

“A los 16 años, rezando delante de la Virgen de Lourdes rezando le dije: ‘Madre yo te prometí aquello cuando era un niño, pero Mercedes sigue enfermita, mi hermana se quedó tetrapléjica, y, ¿tú qué me has querido decir con todo esto?”, relata Jose María, a quien le vino la respuesta a su mente:

“Empecé a pensar que a través de ella el Señor me había enseñado lo que es ser sacerdote. Porque mi hermana Mercedes no se curó pero estaba siempre contenta, siempre tenía una felicidad, una alegría que nos la iba transmitiendo. Nosotros éramos siete hermanos y luego vino otro hermanito pequeñito, Miguel. Y yo creía que Mercedes se pondría triste viendo como Miguel camina. Y pasó todo lo contrario. Mercedes era motivo de alegría para nosotros”, asegura.

“Y entonces empecé a pensar que a través de ella el Señor también me había enseñado que era ser sacerdote. Ese deseo que yo tenía de niño de ser de Jesús. Ser sacerdote es llenar el corazón de las personas del amor del Señor. Y Mercedes estaba contenta porque tenía el amor de mis padres, el amor nuestro, el amor de la familia, es decir que se sabía muy amada, y por otro lado tenía el amor Corazón del Señor, que era el centro de nuestra familia”, relata.

“Viendo a Mercedes lo feliz que estaba, entendí que yo estaba llamado a llevar esa felicidad como sacerdote al corazón de los hombres, porque hoy en día hay muchas personas que mueven sus brazos y piernas, que pueden correr, que pueden saltar, pero que están muy tristes y deprimidos.  ¿Y  la razón cuál es? Que no tienen el amor del Corazón del Señor. Por lo tanto, para mí la llamada fue comprender que el amor que yo he recibido lo tengo que dar, que es el amor del Corazón del Señor para que la gente pueda encontrar la alegría, la felicidad, la salvación que solamente Jesús nos puede dar”, dice.

Su hermana Mercedes impulsó a ser sacerdote a José María Alsina, que en la imagen está dando la Comunión a ella / Foto: Cortesía de José María Alsina

“Me enamoré de Jesucristo”

“A los 18 años entré en el seminario de una manera providencial. Estaba pensando pues ir al seminario y una religiosa del colegio me preguntó: ’¿José María tú no has pensado ser sacerdote’. Comencé a hablar con ella y un día me dijo: ‘si tú tienes tan clara tu vocación, te tienes que ir al seminario’. Yo le respondí que iba a hacer una carrera universitaria y ella me replicó: ‘No, te tienes que ir al seminario’”, comparte.

Y concluye: “En los seis años que estuve en el seminario de Toledo, lo más importante fue que la amistad con el Señor se hizo fuerte y me enamoré de Jesucristo y nunca dudé que el Señor me llamaba. Y llegó el día de la ordenación como la confirmación de que la llamada que yo había recibido de niño era verdad. Y desde entonces tengo esa certeza en mi corazón cuando estoy con Jesús: que soy de Él, que le pertenezco y que mi sacerdocio configura totalmente mi existencia”.

Mercedes Alsina da gr acias a Dios por el don de la vida porque los médicos dijeron que no pasaría de los 15 años

El 12 de junio de este 2025 se han cumplido 42 años desde que Mercedes Alsina, conocida en su familia como Memé, sufrió el ataque de un virus y el efecto negativo de una vacuna que la dejó tetrapléjica. Los médicos dijeron a su familia que la niña no pasaría de los 15 años. Otros dijeron que estaría siempre atada a la cama y el respirador artificial. Se equivocaron.

"Dios es el Señor de la vida", explica su hermano sacerdote José María. "Ella salió del hospital, hizo una carrera universitaria, trabaja. Con una tetraplejia del 98% lleva la librería online Balmes y es tía de 24 sobrinos", decía en 2019

Es una vida intensa, con sus alegrías y dificultades, que ella celebró con un texto de agradecimiento a Dios el 12 de junio de 2019.

Mercedes Alsina rodeada de sobrinos

Esa carta empieza contando lo que le sucedió: “Si fue hace ya muchooo tiempo... un día que parecía que transcurriría con normalidad. Pasaríamos ese día en casa de unos amigos y a la noche volveríamos cansados pero felices comentando las anécdotas. Sin embargo, aquel día no fue normal ni volvimos a casa. De repente, cambió mi vida. Bueno, y la de mi familia, para siempre. Dejé de andar, de respirar y podría haber sido mi último día. Pero no lo fue porque miles de personas rezaron y Dios les escuchó y mucho. Por eso es un día para celebrar, para dar gracias, para recordar. Porque superé aquel bache y otros muchos que han ido apareciendo”.

Y sigue desgranando razones de porque es un día para celebrar, para dar gracias, para recordar: “Porque he crecido junto a mi familia. Porque juntos hemos disfrutado y celebrado miles de acontecimientos. Porque durante estos años he conocido a gente maravillosa que ha hecho de este viaje una aventura impresionante. Y porque después de 36 años de mucha felicidad y alguna que otra lágrima sólo puedo decir ¡GRACIAS Dios mío!, por haberme regalado estos 36 años de VIDA maravillosa”.

Para concluir, publicamos a continuación el vídeo del año 2010 en que Mercedes Alsina daba gracias al Sagrado Corazón por el don de la vida.

Belén Ayuso, cantante católica: «Cantaba reguetón, me sumergí en el sexo, el alcohol, caí en depresión y le clamé a Dios: `Si existes, o me sanas o me llevas contigo; si me sanas, te dedico mi vida y mi voz para siempre’; y Él me sanó»

Belén Ayuso contando su testimonio en 'Ecclesia es Domingo' de 13 TV

* «Yo me siento completamente un milagro, soy testigo de la misericordia tan grande que tiene Dios, porque yo he sido muy perdonada. Dios ha cambiado mi manera de sentir, mi manera de pensar, mi manera de tratar a los demás. Las liberaciones son muy dolorosas, Dios tiene que destruir todo lo que tú eres para convertirte en lo que Él quiere que seas» 

Vídeo del testimonio de Belén Ayuso en el  programa 'Ecclesia es Domingo' de 13 TV

Camino Católico.-  La cantante Belén Ayuso, conocida por su pasado en el reguetón y por su proceso de conversión, ha relatado en 'Ecclesia es Domingo' de 13 TV un recorrido vital marcado por la oscuridad, la búsqueda y, finalmente, una profunda experiencia de fe. Durante la conversación, la artista murciana ha compartido cómo ha transformado su vida, su música y su relación con Dios tras años de ansiedad, depresión, malas compañías y violencia de género.

Ayuso asegura estar viviendo una etapa completamente renovada. “En mi vida ahora mismo tengo una paz que me da Dios, que me permite hacer todo esto con muchísima ilusión”, ha confesado la artista, subrayando el contraste con su pasado artístico: “Yo vengo del reguetón y mis letras iban en contra de todo lo que dice Dios: apología a las drogas, alcohol, lujuria, todo lo que va en contra de la palabra de Dios.” 

La artista admite que el cambio ha sido tan radical que sólo puede atribuirlo a la acción divina. “Yo me siento completamente un milagro, soy testigo de la misericordia tan grande que tiene Dios, porque yo he sido muy perdonada”.

Preguntada por si en la actualidad encuentra espacios donde expresarse sin ser juzgada, Belén Ayuso reconoce avances, aunque también episodios incómodos: “Tengo espacios donde puedo hablar de mi fe con total libertad, pero hace un par de días, en una televisión nacional, pasé un mal trago que no te puedes imaginar”. 

Aun así, la cantante siente que el clima cultural ha cambiado y que cada vez más artistas hablan de espiritualidad sin complejos. En este sentido, afirma sentirse preparada: “Aunque tenga críticas, aunque muchas personas no lo entiendan, yo me siento muy fuerte y me da muchísima felicidad cantar para Dios”.

Belén Ayuso empezó a cantar reguetón y sumergirse en ambientes no adecuados

Reguetón, malas compañías, depresión y ansiedad 

La cantante ha explicado que empezó en el mundo del reguetón empujada por una adolescencia marcada por la rebeldía: “Yo era una pieza que no te puedes imaginar, me encantaba la fiesta, salir por la noche... Me junté con muy malas compañías, que me incitaban a salir, a beber, lo típico. En ese momento, me sentía muy perdida, con muy malos hábitos, y lo que quería era cantar reggaetón porque lo que me gustaba era bailar y salir de fiesta”. 

Su relación con su familia también se deterioró en esa etapa: “Yo era un toro desbocado, mis padres son muy tradicionales, trabajadores, con bases cristianas, y ver que su hija se tira al reggaetón con ese tipo de letras estaban escandalizados”.

Belén reconoce que “yo en ese momento estaba llena de pecado, llena de mal, en la oscuridad. Siempre digo que el infierno existe porque yo he estado en él. El infierno es un estado físico, mental, psicológico, espiritual, es como sentirte en una cárcel de la cual no puedes salir. Tenía mucha ansiedad, depresión, y estaba medicada: “Las pastillas me relajaban, pero no me daban la paz, sobrevivía”, ha recordado.


Así era la estética de Belén Ayuso antes de convertirse a Cristo

Sexo, alcohol y prácticas esotéricas

Reconoce que “mi espíritu no estaba en sintonía con el Señor, como estoy ahora, que canto para Dios y siento una paz, aunque tenga problemas, porque todos en este mundo tenemos problemas, pero la diferencia es que Dios te da una paz en medio de esos problemas que yo no quiero perderla por nada del mundo. Y le pregunto al Señor: ‘¿por qué me has dejado pasar por todo esto si Tú me amas?’  Y el Espíritu Santo me reveló que Dios me ha permitido pasar por toda esa oscuridad porque sabía perfectamente que el tocar tan bajo me iba a permitir mirarlo, acercarme al Señor, y que ya una vez que yo estuviera en esa presencia de Dios, yo ya nunca querría volver atrás”.

De hecho, “me había adentrado en el en sexo, alcohol... Todo lo que te puedas imaginar. Por eso, siempre digo que las oraciones nunca son en balde. Mi abuela, por ejemplo, rezaba muchísimo por mí en esa época y yo siempre le digo: ‘abuela, gracias a tus oraciones, me encontré con el Señor’.

En esa búsqueda de alivio, Belén Ayuso admite haber entrado en prácticas esotéricas: “Nosotros estamos diseñados para vivir en la presencia de Dios. Muchas veces intentamos llenar ese vacío que solo llena Dios con cosas que si tú estás lejos de Él no son las adecuadas. En mi caso fue con las cartas. Practicaba adivinación a través de cartas, me entró un espíritu de adivinación” relata la artista, precisando que llegó a acertar predicciones a sus amigas. Pero asegura que aquello abrió una puerta peligrosa: “Me empezaron a pasar muchas cosas en casa… caí muy enferma”.

Belén Ayuso sumergida en el esoterismo adivinaba con las cartas del taror

El encuentro con Dios y la sanación

Ese deterioro emocional y espiritual la llevó finalmente a una certeza: “Ni pastillas, ni psicólogos… nada. O acudía al más grande o de ahí no me sacaba nadie”, señala tajante.

Ella admite que “no tengo ni palabras para explicar cómo lo hizo el Señor. Entré en esa depresión tan mala, en esa ansiedad, y me rendí ante el Señor porque yo ya no quería vivir, sobrevía, Siempre he creído en Dios, pero no siempre lo obedecía. Yo estaba muy alejada de Dios. Pensaba que me iba a ir mejor vivir a mi manera. Vivía como si alguien me estuviera asfixiando, así. Todo el día cogiendo aire, muy mala”.

Y llegó el momento crucial: “Un día me rendí ante el Señor y le dije: ‘Señor, si tú existes, que sé que existes, por favor, te lo pido, sáname, porque yo así ya no quiero vivir. O me sanas o me llevas contigo. Yo te prometo que si tú me sanas, Señor, y me quitas toda esta enfermedad, todo este mal, yo te dedico mi vida y mi voz para siempre’. Y Dios me sanó”.

Belén Ayuso cantando a Dios después de que Él la sanara

Maltrato de género manipulando en nombre de Dios

Uno de los testimonios más duros de Belén Ayuso ha sido cuando ha compartido el maltrato que sufrió en una relación. “Ha sido el proceso más complicado y difícil de mi vida, cuando eres una mujer que sufres violencia de género, no quieres contarlo por no hacer sufrir a la familia”. 

La manipulación emocional marcó aquella etapa: “Entré en un bucle, él utilizaba mucho el tema de Dios para manipularme”. En medio de ese aislamiento, su fe se convirtió en refugio: “Una mujer maltratada suele estar muy sola, yo ahí necesité muchísimo del Señor”, apunta.


Belén Ayuso ahora evangeliza con la música y la Palabra de Dios

Tras su proceso de conversión, Ayuso describe una profunda renovación personal: “Dios ha cambiado mi manera de sentir, mi manera de pensar, mi manera de tratar a los demás”.

Pero admite que no fue fácil: “Las liberaciones son muy dolorosas, Dios tiene que destruir todo lo que tú eres para convertirte en lo que Él quiere que seas”. Esta reconstrucción afectó todos los ámbitos de su vida, incluida su relación con sus padres: “Ha cambiado muchísimo, nos ha llenado a todos de luz”, agradece.

El milagro con un suicida que llevó a San Juan Diego a los altares: «Morirá por el impacto», aseguraban los médicos, pero luego dijeron que «el caso es único, sorprendente, científicamente inexplicable»


San Juan Diego

Camino Católico.- Fue un 6 de mayo de 1990. Juan Pablo II se encontraba en Ciudad de México con motivo de la beatificación de Juan Diego, «el confidente de la dulce Señora del Tepeyac -la Virgen de Guadalupe-» en sus propias palabras, con miles de personas enfervorizadas de fe y devoción. Juan José Barragán Silva estaba muy lejos de aquel acontecimiento, física y espiritualmente, sin saber que sería el protagonista del milagro que haría llegar a San Juan Diego a los altares.

La historia del milagro del joven de 20 años comenzó tiempo atrás, durante la adolescencia de Juan José. Sus padres se habían separado y él no lograba  superarlo, cayendo en una profunda depresión, tal como explica el Boletín Guadalupano y que sintetiza José María Carrera en Cari Filii.

Deprimido y en las drogas con 15 años

Buscando paliar los estragos de la ruptura, Barragán decidió ir a buscar a su padre por su propia cuenta a Estados Unidos. Allí encontró a su progenitor con su nueva familia, pero no tuvo ni la bienvenida ni la respuesta que esperaba. Rechazado por su padre, comenzó a vivir como indigente, adentrándose en el consumo de alcohol y drogas desde los 15 años.

Cinco años después y de vuelta con su madre, Esperanza, el joven permanecía apático, sin ánimos de levantarse de la cama o salir de casa. La invitación de su madre para acompañarla al mercado aquel 3 de mayo logró hacerle cambiar de opinión. Al terminar, el joven decidió salir con un amigo, Manuel, para beber y fumar marihuana.

Al volver a casa, Esperanza notó que algo no iba bien. Su hijo Juan José estaba muy alterado, sin que los tranquilizantes que ella le daba pareciesen surtir efecto. La tensión llegó a su punto álgido cuando, al servirle la comida, el joven empezó a clavarse el cuchillo en la cabeza y el ojo.

«¡Ya no quiero vivir!»

«¡No seas tonto! ¿Hijo, por qué lo haces?», le gritaba su madre mientras trataba de quitarle los cuchillos.

«¡Yo ya no quiero vivir, ya no quiero vivir!», respondió Juan José, sangrando por la cara mientras abría la ventana de su casa. Esperanza corrió sin éxito para detener a su hijo, que cayó de cabeza e impactó contra el suelo de cemento a 10 metros de altura.

Tal y como recoge el portal de la basílica de Guadalupe en México, en el preciso instante en que el joven cayó al vacío, la madre ya encomendaba su vida a Dios y a la intercesión de Juan Diego, cuya beatificación estaba prevista para aquellos días, confiando en que el beato estaría más cerca de Dios. «Dame una prueba, ¡salva a mi hijo!», imploró al santo.

Al asomarse por el balcón, la señora Esperanza vio que Juan José estaba sentado sobre la acera, bajó corriendo y al llegar junto a su hijo este le dijo: «Mamá, ¡perdóname!», mientras brotaba sangre de la cabeza, ojos, nariz, boca y orejas.

El milagro que llevó a San Juan Diego a los altares

Unos 15 minutos después llegó la ambulancia que trasladó al moribundo y a la madre al sanatorio Durango, colonia Roma. El impacto fue según el informe empleado para la canonización, «dramático«, y los médicos aseguraban que la muerte del joven era cuestión de tiempo.

Pero esta, misteriosamente, se alejaba. Mientras, a pesar de los dictámenes, la sufrida madre no perdía la fe y la esperanza. Durante los cinco días que su hijo permaneció en cuidados intensivos, Esperanza pedía a la Virgen y a Juan Diego que enviasen su ayuda, mientras el joven mejoraba poco a poco y sin sentido alguno. Los especialistas definieron el caso como «único, sorprendente, inconcebible, científicamente inexplicable».

Finalmente, el martes 15 de mayo de 1990, Juan José fue dado de alta, presentando únicamente dificultad para parpadear del ojo izquierdo y con la boca algo desviada.

Un mes y medio después, madre e hijo estaban visitando a la Virgen de Guadalupe en la basílica construida años atrás en el cerro Tepeyac, donde tuvieron lugar las apariciones marianas y donde reposan los restos del santo que se recuerda cada 9 de diciembre.

San Juan Diego, «camino que lleva a la Virgen Morena»

Doce años después de su visita de beatificación, Juan Pablo II regresaba a Ciudad de México el 31 de julio de 2002 para canonizar al indígena ante cientos de miles de personas.

Juan Pablo II, durante su llegada a la basílica de la Virgen de Guadalupe el 31 de julio de 2002, donde tendría lugar la canonización que llevaría a San Juan Diego a los altares 

¡Dichoso Juan Diego, hombre fiel y verdadero!, exclamó el Papa, «bendice a las familias, fortalece a los esposos en su matrimonio, apoya los desvelos de los padres por educar cristianamente a sus hijos. Mira propicio el dolor de los que sufren en su cuerpo o en su espíritu, de cuantos padecen pobreza, soledad, marginación o ignorancia. Que todos, gobernantes y súbditos, actúen siempre según las exigencias de la justicia y el respeto de la dignidad de cada hombre, para que así se consolide la paz. ¡Amado Juan Diego, `el águila que habla´! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena del Tepeyac, para que Ella nos reciba en lo íntimo de su corazón, pues Ella es la Madre amorosa y compasiva que nos guía hasta el verdadero Dios».

Lucía Capapé se quedó viuda con 38 años y cinco hijos: «Cuando has trabajado mucho la confianza en Dios, el ir confiándole las cosas, cuando vienen golpes duelen y se llora, pero te hace sentirte en Sus manos»

Lucía Capapé en su casa de Madrid | Foto: Dani García - Misión

* «Pienso que en el Cielo nos vamos a encontrar con la gente que queremos, pero nos van a sobrar. Sé que puede sonar duro, pero me lo imagino como un fogonazo de mirada constante a la divinidad resplandeciente, donde no vamos a necesitar ni a nuestro marido ni a nuestros padres, que los vamos a tener, que nos va a dar alegría encontrárnoslos por ahí, sólo que la visión constante de Dios será la que nos llene»   

Camino Católico.-  Lucía Capapé se quedó viuda con 38 años y cinco hijos. Su marido Miguel falleció por ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) con 40 años, una enfermedad temida y para la que no hay cura. Lejos de rebelarse ante un sufrimiento terrible, esta familia ha dado en todo momento un testimonio de fe que muestra cómo con Dios de la mano se puede vivir y morir con la mirada puesta en el Cielo. 

Marzo de 2021. Miguel Pérez fallecía en Sevilla a los 40 años. Su caso se había viralizado en redes y había aparecido en medios de comunicación nacionales. Sufría ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), una enfermedad neurodegenerativa que afecta a las células nerviosas encargadas del control de los músculos.

Miguel y su esposa Lucía Capapé vivían felizmente junto a sus hijos Pelayo, Nicolás, Elías, Lucas y Miguel cuando llegó el diagnóstico de la ELA. Meses de fatiga y de movimientos torpes les llevaron al médico, pero nunca imaginaron que saldrían de la consulta con una “condena a muerte”. Aun así, decidieron vivir la vida en plenitud con una confianza total en Dios y preparándose para el momento culmen de su vida: el tránsito hacia la vida eterna. No habían pasado dos años cuando Miguel partió de este mundo y, a pesar del gran dolor por la pérdida, lo que abundó en su familia fue paz y una esperanza clara en la Resurrección.

El pater familias era un ingeniero que había decidido dejar un buen trabajo como consultor para dedicarse a algo que llenase su vida de sentido. Fue así como se convirtió en director de un colegio. Lucía, filóloga y docente, lo acompañaba en esta vocación de servicio. Y con este espíritu de entrega vivieron la enfermedad. Miguel decía habitualmente  –comenta su viuda– que creía que Dios lo llamaba para algo grande, y que vio con la ELA esa grandeza a la que era llamado.

Lucía recibe a Javier Lozano, que la entrevista en Misión. Lo hace en su casa de Madrid, ciudad a la que regresó tras la muerte de su marido, quien, confiesa, sigue presente diariamente en el hogar. Apoyada en una fe asentada en el Opus Dei, saca adelante una casa y a sus cinco hijos con la certeza clara de que sólo Dios sana los corazones. Por ello, no extraña verla tan alegre y llena de una vitalidad sobrenatural que transmite a sus hijos, a su entorno y a sus alumnos del centro de Bachillerato Fomento-Fundación de Madrid, del que es su directora. Porque, como destaca ella, “mi objetivo es llegar al Cielo”.

- Su amor por Miguel comenzó en la adolescencia.

- Efectivamente. Yo tenía 14 años y él 16 cuando empezamos a salir. Nos conocimos por mi hermano, que era amigo de Miguel. Nueve años después nos casamos. Yo sólo tenía 23 años.

- Y llegaron cinco hijos, todos varones.

- Tuvimos cinco niños, pero con mucha pena de no haber podido tener más porque soñábamos con una familia muy numerosa. Una limitación física nos impidió que llegaran más. Nos costó entenderlo. Yo le decía al Señor: “Tú necesitas soldados y yo te hubiera dado todos los que hubieras querido para recristianizar este mundo”. Pero con el paso de los años miras atrás y ves que Dios tenía sus planes. Igual si me hubiera quedado viuda con 10 hijos habría sido una locura.

- Su familia cambió Madrid por Sevilla, y su marido, la consultoría por la educación. ¿Demasiados cambios?

- Sí, pero tuvimos una vida muy feliz. Para mí los años de Sevilla con Miguel y los niños fueron los más felices de mi vida. Yo ya era docente, pero Miguel era ingeniero industrial, trabajaba en consultoría y cuando ya teníamos tres hijos, se dio cuenta de que su profesión le dificultaba mucho la vida familiar y que no le llenaba. Decía que la pasión que veía en los docentes era contagiosa. Eso le cautivó y Dios le cambió la vida. Él ya era una persona muy de Dios, pero yo gané un padre superimplicado y fue un hombre muy metido en la formación de los jóvenes.

- ¿Sintió una vocación de servicio?

- Totalmente. Además, toda su vida. Miguel me decía: “Dios me quiere para algo grande, tengo que descubrirlo”. Y cuando le diagnosticaron la enfermedad, me comentaba: “Creo que esto es para lo que Dios me ha elegido”. 

Lucía Capapé muestra una foto de su familia | Foto: Dani García - Misión

- ¿Cómo fue ese momento? 

- Muy duro. Recuerdo estar en la consulta con un médico que nos explicó con mucha claridad el tipo de enfermedad y la esperanza nula de curación. Sentí un dolor enorme en la boca del estómago, una falta de aire, pero a la vez mucha paz. Salimos de la consulta, los dos nos pusimos a llorar y nos abrazamos.

- ¿Cómo reaccionó Miguel? 

- Hasta con sentido del humor, que es lo que lo caracterizaba. Mandó un audio a la familia contando lo que le había dicho el médico, pero avisando de que todavía le quedaba dar mucha guerra.

- ¿Y usted cómo se lo tomó?

- Me pasé esos días en el trabajo en la capilla del colegio para estar en brazos del Señor. Lloraba y lloraba, pero lo vivimos con mucha confianza en la Providencia de Dios.

- ¿Cómo se lo dijeron a los niños?

- Con mucha veracidad. Preguntaban: “¿Se va a curar?”.  Y yo les decía: “No, no se va a curar.  Vamos a rezar todos los días para que si Dios quiere papá se cure, pero es una enfermedad que humanamente no tiene cura”. Hacerles vivir con la realidad muy presente creo que fue positivo, porque se les fue preparando desde el principio para un golpe muy duro.

Lucía Capapé y su familia vivieron con mucha confianza en la Providencia de Dios el momento en que le diagnosticaron ELA a su esposo  | Foto: Dani García - Misión

- ¿Miguel y usted le pidieron cuentas a Dios?

- No. Cuando has trabajado mucho la confianza en Dios, el ir confiándole las cosas, cuando vienen golpes duros, lógicamente duelen y se llora mucho, pero te hace sentirte en Sus manos.

- ¿Llegaron a sacar algo bueno?

- Estos momentos también fueron para ambos de muchísimo crecimiento en el trato con Dios, que ya lo teníamos muy entrenado por nuestra vocación al Opus Dei. Por eso no sentimos el abandono por parte de Dios, teníamos la garantía de que Su plan era mejor. 

- Y mientras tanto, la enfermedad avanzaba rápidamente.

- Fue durísimo porque Miguel en casa tenía un papel de una presencia brutal. Al tener cinco hijos varones hacía falta ahí un capitán general para gestionar la vitalidad de los niños. Ver cómo fue perdiendo esas cualidades, esos adornos de su vida: su voz, su andar, su presencia, esos adornos más exteriores de su personalidad, fue duro. Pero a la vez, como el amor que teníamos era muy profundo y muy asentado en lo importante, para mí fue delicioso poder cuidarlo.

- ¿Fue difícil de sobrellevar?

- A mí esta situación me fue haciendo crecer en una fortaleza y en un -aprender a llevar las riendas que nunca habría imaginado. A todo el mundo que pasa por algo doloroso siempre les recomiendo que pongan a la gente a rezar, porque yo notaba mucho los rezos de tanta gente que conocía o que ni he llegado a conocer.

- ¿Notó algún cambio en su interior?

- Sí, vi cómo en la enfermedad Dios le mimó para prepararlo para la muerte. Miguel  era una persona muy virtuosa y rezadora, pero en los últimos meses lo noté purificar muchas cosas, vivir de forma heroica tanto dolor, tantas angustias, tanto miedo. Él lloraba mucho, por ejemplo, pensando en los niños. Ese dolor purifica el alma y creo que se identificó muchísimo durante esos meses con el Señor.


Lucía Capapé recomienda en momentos dolorosos pedir a personas que oren e intercedan por la situación que se vive | Foto: Dani García - Misión

- ¿Destacaría algún momento?

- El último viaje que hicimos fue a Medjugorje. Ya estaba muy malito, iba en silla de ruedas, pero lo disfrutó muchísimo. No se soltaba de ese crucifijo que llevaba siempre. Los chicos de la comunidad del Cenáculo lo subieron a hombros hasta la Virgen y lo vivió todo como un gran regalo.

- ¿Tenían presente la eternidad?

- Teníamos muy presente la otra vida. Él me decía: “Qué pena que no te vaya a poder ayudar en esto”. Y yo le decía: “Miguel, desde el Cielo me vas a ayudar más”. Pero él luego me decía: “Voy a estar ahí, no os voy a dejar”. Y a día de hoy sentimos su presencia y apoyo constante. Siempre está en boca de todos en casa. Todos le pedimos cosas. Por ejemplo, el otro día uno de mis hijos me dijo que había perdido en el autobús el rosario de dedo de su padre. Y tres días después, tras habérselo pedido a él, subió al autobús y allí estaba el rosario. 

- ¿De dónde sacó la fuerza tras la partida de Miguel?

- Me sostuvieron las oraciones de tanta gente a mí alrededor. La comunión  de los santos en estas situaciones se hace muy palpable. Tienes que tirar para adelante por los niños, pero en cuanto se acostaban quería meterme en la cama a llorar. El apoyo de mi familia y también de la familia de la Obra fue para mí un bastón que me mantuvo en pie. 

- ¿Sus hijos cómo lo vivieron?

- Como estaba ya tan malito, el desprendimiento fue progresivo. No pasaron de estar jugando al fútbol con su padre a no tenerlo, sino a estar cuidándolo. Cuando falleció ya estaban muy preparados. A la vez, yo encontré muchísimo apoyo en los profesores del colegio, en los amigos… He intentado ejercer de madre y padre, pero con unas limitaciones evidentes, y más educando varones. Sus abuelos, sus tíos varones y los amigos de su padre han sido un referente para ellos. Lo fomento un montón porque creo que es el canal por el que su padre también les habla desde el punto de vista masculino.

- ¿Es muy duro vivir sin su marido? 

- Sí, muy duro. Es verdad que el matrimonio implica la elección de otro que te ayuda en tu camino hacia el Cielo. Me siento muy feliz de haber acompañado a Miguel en ese camino de santidad que él ya ha culminado, pero yo me he quedado a medias en ese proyecto. Ya no tengo a esa persona que me ayuda a salir de mí, a renunciar a mis comodidades… Lógicamente, mi camino de santidad no se ha difuminado ni esfumado. Tengo otras circunstancias que me toca santificar. Dios quiere para mí un poquito más de sacrificio. 

- ¿Qué hace para tirar hacia adelante?

- Dios es el que da la fuerza. Lo hablo mucho con los niños, ¡qué pena la gente que vive palos tan duros y no tiene fe para coger aire! Porque sin Dios esto es un dolor que no se aguanta. Mi objetivo es llegar al Cielo y, como decía san Josemaría, cada vez tengo más claro que la santidad en el Cielo es para los que saben vivir muy felices en la tierra.

Lucía Capapé dice que su objetivo es llegar al cielo | Foto: Dani García - Misión

- Y tiene motivos para ello.

- Muchos motivos. Tengo una familia estupenda, unos hijos maravillosos. Tengo unos amigos que me hacen vivir momentos de total alegría. Tengo un trabajo que me apasiona, en el que estoy relacionándome con niños y con gente joven todo el día, y puedo influir muchísimo en sus vidas. 

- Además de pedir intercesión a Miguel, ¿acude a algún santo especial?

- San Josemaría, que es el santo con el que he crecido desde muy pequeña y que compartía con Miguel y que me ha sacado de muchos atolladeros. Pero un santo que he descubierto en mi viudedad es san José. Es ahora mismo mi fortaleza, el que hace de marido, el que hace de padre de mis hijos. Lo he tomado de aliado y lo tengo en todas partes en mi casa y me ayuda un montón.

- ¿Piensa alguna vez en el Cielo? 

- Muchísimo. Pienso que en el Cielo nos vamos a encontrar con la gente que queremos, pero nos van a sobrar. Sé que puede sonar duro, pero me lo imagino como un fogonazo de mirada constante a la divinidad resplandeciente, donde no vamos a necesitar ni a nuestro marido ni a nuestros padres, que los vamos a tener, que nos va a dar alegría encontrárnoslos por ahí, sólo que la visión constante de Dios será la que nos llene.