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miércoles, 5 de noviembre de 2025

Carolina Martínez Soto: «Quería casarme, tener hijos, comencé a rezar cursando Derecho, quería que Dios fuera lo primero en mi vida y Él quería algo para mí y soy monja carmelita descalza desde 2014»

Carolina Martínez Soto en el convento de las Carmelitas Descalzas de Zarautz, el pasado 13 de octubre de 2025 / Foto: JOSE CARLOS CORDOVILLA - Diario de Navarra 

* «Siempre me ha gustado el voluntariado y un verano estuve en Kenia, estando allí hicimos una visita a las Misioneras de la Caridad, y me quedé impresionada. No me había dado cuenta hasta entonces de qué es la entrega total a los demás. Lo más conocido para mí en ese momento eran las Misioneras de la Caridad, pero no quiero estar en un sitio concreto ayudando a unas personas concretas, quiero que todo el mundo se acerque a Dios. No me sentía llamada a ayudar en una misión concreta, aunque por ejemplo me gustan mucho los niños... Quiero hacer algo para que este mundo sea mejor y creo que desde la clausura llegas a todas partes, es más expansivo, aunque toda vida entregada lo es» 

 Camino Católico.- Carolina Martínez Soto es la cuarta de cinco hermanos y entró en el monasterio de las Carmelitas Descalzas de Zarautz el 2 de agosto de 2014. Entonces tenía 21 años y ahora 31. Antes de entrar en el convento, lo único que Carolina conocía de Zarautz era el camping. Graduada en Derecho, en la familia y en el colegio siempre le habían educado en la fe. “Pero nunca me planteé esto, quería casarme, tener hijos... Al empezar la carrera me planteé si esa fe que había recibido formaba realmente parte de mí, ¿De verdad creo en Dios? ¿Tiene sentido que busque un sacerdote para confesar?, ¿Que busque ratos para ir a misa? Vi que sí, que quería cuidar eso, mantener ese don. Aunque en la adolescencia había estado más a mi bola, ya en la universidad empecé a buscar ratos de oración, a rezar el Rosario a diario”, condensa risueña al otro lado de la escueta ventana enrejada tras la que reciben a las visitas al Diario de Navarra .

“Ahora, entonces no, veo que en esos cuatro años yo no quería hacer mi vida pensando en lo que yo quería y a mí me salía, sino que Dios quería algo para mí y eso me llenaba de alegría. De primeras se me pasó: monja de clausura, pero no hice caso, porque no conocía monjas y era algo... raro”, sonríe.

“Sí quería que Dios fuera lo primero en mi vida. No tenía una dirección espiritual, pero se lo comenté a un sacerdote porque me parecía algo irreal y yo me planteaba ya mi planning de trabajo, hacer la tesis y demás”, explica. Al “hablarlo” con el sacerdote lo vio “cada vez más claro”.

¿Por qué de clausura? “Siempre me ha gustado el voluntariado y un verano estuve en Kenia, estando allí hicimos una visita a las Misioneras de la Caridad, y me quedé impresionada. No me había dado cuenta hasta entonces de qué es la entrega total a los demás. Lo más conocido para mí en ese momento eran las Misioneras de la Caridad, pero no quiero estar en un sitio concreto ayudando a unas personas concretas, quiero que todo el mundo se acerque a Dios. No me sentía llamada a ayudar en una misión concreta, aunque por ejemplo me gustan mucho los niños... Quiero hacer algo para que este mundo sea mejor y creo que desde la clausura llegas a todas partes, es más expansivo, aunque toda vida entregada lo es”, reflexiona.

Aún le faltaba encontrar el camino. “Y pensé, a ver cómo me entero yo de esto. A través del sacerdote fui a ver a las monjas de Iesu Communio (instituto fundado en 2010 que reúne a 200 religiosas jóvenes en dos conventos de Burgos y Valencia), pero vi claro que no era mi sitio. Eran muy majas, me acogieron súper bien, pero dije no”.

Carolina Martínez Soto, en el año 2014, antes de ingresar en el convento de las Carmelitas Descalzas de Zarautz / Foto: LUIS CARMONA - Diario de Navarra 

Luego Carolina cuenta que “lo hablé con una chica de mi clase que iba a ser carmelita. A mí eso no me sonaba nada. Varías circunstancias me llevaron a conocer mejor a Santa Teresa de Jesús, y descarte cualquier otra opción. La ubicación geográfica me daba igual. Me explicó la vida del Carmelo, ella conocía el convento de Zarautz, estábamos de exámenes, era un convento cercano, así que vine un día y en mi interior lo vi. No había visto nunca una reja. La hermana Purificación (la que atiende la portería) me dijo que avisaba a la madre y pensé: vendrá al otro lado, no aquí conmigo, me impresionó, pero lo que más me impresionó fue la naturalidad y en la comunidad lo mismo, la alegría”, describe resuelta. 

“Volví muy contenta, decidí entrar y le dije al director de tesis que no podía comprometerme cuatro años. Salí del despacho tan contenta que pensé: esto no puede ser más que de Dios. Siempre he querido hacer mi plan de vida, así que hablé con mi madre y se lo conté”, recuerda que en su casa lo aceptaron bien, tanto su madre, como su padre y sus cuatro hermanos. ¿Mis amigos? “No puedo evitar alegrarme por ti, me dicen al verme tan contenta y tan feliz, aunque les parezca muy fuerte”.

En el convento prescinden del teléfono móvil. “El primer día, por inercia, haces el gesto de sacar el teléfono y contar a tus amigas lo que has hecho durante el día y ya no lo tienes, pero es liberador desprenderse de él”. Pueden recibir visitas una vez al mes, aunque Carolina afirma que “este tiempo se alarga conforme las amigas se casan y en la familia cada uno emprende su camino”. “Es algo natural, aunque no les vea, estamos muy cerca”, afirma convencida.

Las carmelitas de Zarautz se levantan a las 6.30 horas. Rezan la liturgia de las horas, siete rezos a lo largo de la jornada y también tienen ratos de oración en silencio. El trabajo en la huerta, las plantas medicinales, el cuidado de las gallinas y los patos, la cocina o el mantenimiento de la casa les ocupa buena parte de la mañana y un rato por la tarde. Tras la comida y después de cenar es cuando comparten, conversan, hablan. “El resto del día procuramos estar en silencio”, añade Carolina Martínez. Concede ella que no sabía ni cómo era una aguja de ganchillo, ni había cogido nunca una azada. Las labores y la huerta son ahora parte de su rutina. Como lo es la albañilería, la electricidad o la fontanería. “Nos apañamos nosotras para el mantenimiento de la casa, casi para todo”, añade la madre superiora. 

Apenas salen para ir a votar o a renovar el carné de identidad. Es una ocasión para saludarlas en la calle. O para un abrazo. “Yo no lo necesito realmente. Sé que estamos unidos, y eso familia y amigos lo entienden, cuando tienen fe, si no ya es otro asunto, captan la unión que se da a través de la oración, yo no me siento lejos de mi familia y ellos me dicen lo mismo”, comparte la hermana Carolina.

Raúl Martínez: «Mi esposa y yo íbamos a divorciarnos y mi cuñado falleció de cáncer, contacté con un sacerdote, crecimos en la fe y Dios me llamó a ser diácono; al entregarnos por completo, Dios nos llena de nuevo»

A la izquierda, el diácono Raúl Martínez  y su familia / Foto: Cortesía de Raúl Martínez

* «Mi esposa y yo hemos cargado con nuestras propias cruces y a través de ellas, Dios nos ha dado corazones que comprenden el dolor de los demás. Me siento honrado de que Dios me permita servir a su pueblo y compartir su esperanza, alegrías, dolor y luchas. Y a través de todo esto, he aprendido que cuanto más me entrego, más me llena Dios de gratitud, fe y alegría… Ya sea sirviendo en el altar, acompañando a parejas que se preparan para el matrimonio, visitando a los enfermos o caminando con familias en duelo, he encontrado a Cristo en cada rostro. El diaconado me ha enseñado a ver más allá de las apariencias, a escuchar más de lo que hablo, a amar más de lo que juzgo y a estar presente donde más se necesita a Cristo» 

Camino Católico.- A veces, la llamada de Dios a servir llega como un suave susurro, y a menudo cuando menos lo esperamos. Para el diácono Raúl Martínez, ese susurro llegó durante uno de los capítulos más difíciles de su vida. Lo que comenzó con una profunda tristeza se convirtió en un camino de fe, renovación y servicio, que transformó al diácono Martínez, a su esposa, Linda Martínez, a su familia y a la comunidad parroquial de la parroquia de Santa Teresa en Frederick de la arquidiócesis de Denver, en Colorado, Estados Unidos.

“No fui mucho a la iglesia durante mi infancia. Cuando mi esposa y yo nos casamos, ella era una feligresa devota, pero después de mudarnos de nuestra ciudad natal, poco a poco dejamos que el mundo nos absorbiera. Caímos en la trampa de pensar que Dios no necesitaba estar en el centro de nuestras vidas, que simplemente podía estar al margen 'por si acaso'”, explica el diácono Martínez a Caitlin Burm en el Denver Catholic.

“Unos cinco años después, todo empezó a desmoronarse”, añade. “Mi esposa y yo estábamos al borde del divorcio, y a mi joven cuñado le diagnosticaron cáncer y falleció. Recuerdo preguntarme: ‘¿Qué está pasando? He hecho todo lo que el mundo decía que me haría feliz, ¿por qué me siento tan vacío?’”.

En ese momento de desesperación, se puso en contacto con, el padre Hernán Flórez Albarracín; una decisión que lo cambiaría todo. “Desde nuestro primer encuentro”, recuerda el diácono Martínez, “sentí algo que nunca antes había experimentado: un amor inmenso, una profunda sensación de esperanza y una paz que llenó el vacío que sentía en mi interior”.

El diácono Martínez comparte que, gracias a la guía del padre Hernán, él y su esposa, Linda, crecieron en su fe, sirviendo como catequistas, ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión y lectores. A través de ese servicio, el diácono Martínez sintió que su corazón se acercaba al Señor de una manera nueva.

“Mientras meditaba en las Escrituras”, comparte, “me encontré con la historia de Isaac diciéndole a su padre: ‘Átame, para que no me resista’. Sentí esas palabras profundamente en mi alma; Dios me llamaba a unirme a él, tal como había hecho un pacto con mi esposa. Sentí el llamado a hacer ese mismo pacto con Cristo”.

Así pues, en 2015, el diácono Martínez inició su formación diaconal. En aquel momento, su familia estaba creciendo, con tres hijos de entre 2 y 17 años, y un cuarto en camino. Conciliar su vida familiar, su formación y su trabajo resultó todo un reto.

“Tras mi primer año, el diácono St. Louis, nuestro formador, tuvo una conversación muy difícil conmigo y decidí retirarme”, recuerda. “Me sentí destrozado y como si hubiera defraudado a todos, especialmente a Dios, que había sido tan misericordioso conmigo. Sin embargo, el llamado de Dios no se desvaneció. Continuó, no con relámpagos ni truenos, sino en un suave susurro”.

“Años después, desperté con una profunda sensación de estar listo para regresar a la formación”, añade. “Ese mismo día, supe que el diácono St. Louis había fallecido. Creo firmemente que fue su último impulso desde el Cielo, instándome a responder una vez más al llamado de Dios”.

Servir con un corazón transformado

A través de cada bendición, duda y lucha, el diácono Martínez dice que ha aprendido que “el llamado de Dios es paciente, persistente y lleno de misericordia”.

“El diaconado no es algo que se hace”, reflexiona. “Es algo en lo que uno se convierte: una invitación continua a acercarse a Cristo Siervo y a dejar que su corazón transforme el nuestro”.

Su ministerio también ha influido en su familia. Su hija le dijo una vez que su formación le enseñó que la verdadera caridad debe estar arraigada en el sacrificio personal. “Ella me vio entregarme incluso cuando el tiempo y la energía eran limitados”, dice. “Pero también vio cómo esa entrega me transformó”.

El diácono Martínez dice que su esposa e hijos no solo han apoyado su vocación; sino que también han crecido en su propia fe a través de ella, viendo ese servicio como una bendición. “Al dar, recibimos, y al entregarnos por completo, Dios nos llena de nuevo”, afirma.

El diácono Raúl Martínez recibe el Libro de los Evangelios durante su ordenación diaconal /Foto: Neil McDonough - El Pueblo Católico

Dentro de su comunidad parroquial, el ministerio del diácono Martínez también ha profundizado las relaciones de maneras que nunca hubiera podido imaginar. 

“Ya sea sirviendo en el altar, acompañando a parejas que se preparan para el matrimonio, visitando a los enfermos o caminando con familias en duelo, he encontrado a Cristo en cada rostro. El diaconado me ha enseñado a ver más allá de las apariencias, a escuchar más de lo que hablo, a amar más de lo que juzgo y a estar presente donde más se necesita a Cristo.”

A través de esta vocación, su fe se ha convertido en algo más que una creencia; se ha convertido en una forma de vida. 

Un “sí” para toda la vida

Aunque no hay dos días iguales, cada uno le presenta al diácono Martínez una nueva oportunidad de encontrarse con Cristo.

“Los fines de semana participo en cada misa, asistiendo en el altar; ese es, sin duda, el corazón de mi ministerio”, dice. “Mi mayor alegría es estar en el altar durante la consagración. En ese momento, soy profundamente consciente del privilegio de servir tan cerca del misterio de nuestra salvación”.

Más allá del altar, acompaña a parejas que se preparan para el matrimonio, a padres que se preparan para los sacramentos de sus hijos y a familias que atraviesan una pérdida. 

“Mi esposa y yo hemos cargado con nuestras propias cruces”, dice, “y a través de ellas, Dios nos ha dado corazones que comprenden el dolor de los demás”.

Añadió que, en general, como diácono, “me siento honrado de que Dios me permita servir a su pueblo y compartir su esperanza, alegrías, dolor y luchas. Y a través de todo esto, he aprendido que cuanto más me entrego, más me llena Dios de gratitud, fe y alegría”.

¿Sientes el llamado a servir?

Para aquellos que disciernen su vocación, el diácono Martínez ofreció un consejo sencillo: “No tengan miedo”, dice, haciéndose eco de las palabras del Papa San Juan Pablo II. 

“Cuando Dios te llama al corazón, a menudo es un susurro, un suave tirón que no desaparece”, señala. “Dios no llama a los perfectos; llama a los dispuestos”.

Su consejo es empezar poco a poco: orar, escuchar e involucrarse. 

“Participen como lectores, catequistas o voluntarios”, dice. “Dejen que Dios hable a través de esos momentos”.

Porque, como ha aprendido el diácono Martínez, el llamado a servir rara vez llega de repente. Se va desvelando, un “sí” fiel a la vez.

Trini Cortés descubrió a Dios en un Hogar Don Orione: «Ves al Señor en cada uno de los discapacitados; con ellos, tan débiles, era con quienes más me acercaba a Cristo; peinándoles, sentía que estaba peinando a Jesús»

Trini Cortés tuvo su encuentro con Dios haciendo prácticas en un Hogar Don Orione que acoge a discapacitados / Foto: Cortesía de Trini Cortés

* «Miraba a los discapacitados y recordaba: 'todo lo que hicisteis por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicisteis'En el Hogar, se acababan mis problemas (familiares, del trabajo, angustias, miedos,…), había entrado en el cielo y muchas veces salía llorando de alegría”, destaca. Atender a estas personas no me da asco, me produce ternura.  Ellas dependen de ti, algunas no se pueden mover, otras comen por la barriguilla, gritan,… pero su existencia cambia los corazones de los que les conocen» 

Camino Católico.- Trini Cortés es Doctora en Geografía y trabaja en la Universidad Internacional de la Rioja desde hace 11 años. Pero un día se sintió llamada a formarse para cuidar a sus padres y estudió la FP de auxiliar de enfermería.

En el segundo año, tenía que trabajar en prácticas cuatro meses. Buscó un lugar que le quedara cerca de casa y encontró “un lugar lleno de alegría y amor”: el Hogar Don Orione de Pozuelo de Alarcón, en Madrid.

“Es lo más bonito que he hecho en mi vida -explica a Patricia Navas en Aleteia-. La labor de los orionistas con personas discapacitadas es impresionante”.

Respeto a todo ser humano

Trini se incorporó a una gran familia en la que se cuida a cada persona con un gran respeto a su dignidad.

“Muchos piensan que esas personas totalmente dependientes no sirven para nada, a algunas no las dejan ni nacer”, lamenta.

“Pero hay toda una congregación inspirada por san Luis Orione que se encarga de acogerlas -añade-. Y las cuidan con unos valores que transmiten a los trabajadores de sus centros”.

“Ves a Dios en cada uno de los discapacitados -asegura Trini Cortés-. Con ellos, tan débiles, era con quienes más me acercaba a Cristo”.

"Peinándoles, sentía que estaba peinando a Jesús; les miraba y recordaba: 'todo lo que hicisteis por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicisteis'", relata.

Y comparte una anécdota que le enseñó una gran lección: “Estaba cambiando el pañal a un señor en la enfermería y de repente un trabajador cerró la puerta”, recuerda. 

“Yo no había caído en que ese hombre no tenía por qué estar expuesto a que le viera cualquiera”, reconoce. 

“Ese trabajador me enseñó que toda persona tiene su dignidad, y que hay que respetar su intimidad -agradece. Y cuando está aseado, abrimos la puerta; son detalles que van calando en los hogares”. 

“En el Hogar, se acababan mis problemas (familiares, del trabajo, angustias, miedos,…), había entrado en el cielo y muchas veces salía llorando de alegría”, destaca.

“Atender a estas personas no me da asco, me produce ternura -subraya-.  Ellas dependen de ti, algunas no se pueden mover, otras comen por la barriguilla, gritan,… pero su existencia cambia los corazones de los que les conocen”. 

Una devoción “de facto”

Aunque no habla con Don Orione, Trini lo reconoce como uno de los santos que más le ha impactado. 

“Él ya se ha metido en mi corazón a través de los hechos y me ha llevado a vivir su carisma -afirma-. Y sin conocerlo en persona ni rezarle, su experiencia de vida ha calado en mi corazón”. 

“A veces descubres la maravilla de un santo a través de sus acciones -apunta-. He visto documentales y un libro sobre su vida pero lo que he vivido en el hogar con su gente es lo que me ha marcado, su legado está supervivo”.

Michael Iskander, actor que interpreta al rey David: «Entré en la Catedral de San Patricio y pensé: ‘Aquí está la Eucaristía’, lloré una hora y sentía que no había nadie más ahí, solo Dios y yo, y me convertí al catolicismo»

El actor católico Michael Iskander, quien interpreta al rey David en la serie "House of David" de Prime Video

* «Dios eligió a David por su corazón humilde. Y un corazón humilde es aquel que está dispuesto a seguir a Dios, a escucharlo y a hacer lo que Él manda. Un corazón orgulloso elige mis deseos, mis necesidades, mis anhelos egoístas por encima de Él. Un corazón egoísta se pone al mismo nivel que Dios, como hizo Saúl, y por eso fue rechazado. Cuando entendí eso, me di cuenta de que no se trata de mí, sino de Él. Debo seguirlo, escuchar sus mandamientos y dejar de pensar solo en mí mismo. Y eso, en realidad, libera. Es algo liberador dejarte a un lado y vivir para Cristo. Creo que eso es lo más hermoso: dejar de centrarnos en nosotros y vivir para Él. Pensar en eso y comprenderlo me ha enseñado que solo necesito seguir a Dios, sus mandamientos y su voluntad para mí» 

Camino Católico.- Michael Iskander, el actor que interpreta al rey David en la exitosa serie de Prime Video House of David, anunció a comienzos de este año que se había convertido al catolicismo. Nacido y criado como copto ortodoxo, no considera su conversión como un rechazo a sus raíces, sino como “responder a un llamado de Dios”.

El actor de 24 años, nacido en Egipto pero residente en Estados Unidos desde niño, concedió una entrevista exclusiva a CNA—agencia en inglés de EWTN News— en octubre, en la que habló con sinceridad sobre su reciente conversión y su fe.

El camino de Iskander hacia el catolicismo comenzó hace varios años, cuando, por casualidad, entró en la Catedral de San Patricio en Manhattan. Aunque el templo estaba lleno de turistas, Iskander se sentó en un banco, inclinó la cabeza y sintió “como si nada más existiera”.

“Miré al altar sabiendo que ahí está la Eucaristía y pensé: ‘Quiero la Eucaristía’. Recuerdo haber sentido un momento de extrema santidad”, relató. “Pensé: ‘Aquí está la Eucaristía’. Bajé la cabeza y empecé a llorar durante una hora entera —sin rezar, sin decir nada, solo llorando—. Sentía que no había nadie más ahí, solo Dios y yo”.

Aquel día, dice, plantó la semilla de su interés por el catolicismo. Desde entonces empezó a asistir a misa. Y mientras se preparaba para interpretar al rey David en la serie, ese interés —que pronto se convirtió en un llamado— fue creciendo.

“Sentía que este era mi hogar, que Dios me estaba llamando aquí, y esa voz se hacía cada vez más fuerte”, explica.

Cuando terminó de filmar la segunda temporada de House of David, Iskander se puso en contacto con un sacerdote de su zona para resolver las dudas que tenía sobre la fe católica. Tras casi dos horas de conversación, le dijo al sacerdote que quería convertirse.

El actor Michael Iskander se ha convertido al catolicismo

Como la Iglesia católica reconoce los sacramentos de la Iglesia copta ortodoxa como válidos, Iskander participó en una profesión de fe durante una misa celebrada para él el 21 de agosto.

Hubo un momento de la misa que lo marcó especialmente: cuando el sacerdote leyó el salmo responsorial, que era el Salmo 89, con los versículos que hablan de la unción de David.

“Él estaba leyendo eso y yo pensé: ‘Padre, gracias por preparar eso, qué amable’. Y luego, al comenzar la homilía, dijo: ‘Por si te lo preguntas, Michael, no elegí esta lectura para ti. Simplemente escogiste el día en que este salmo toca… así que creo que Dios quiere hablarte y decirte que estás en casa’”, recuerda.

Iskander añade: “Fue un día hermoso. Sentí que estaba en casa… como el hijo pródigo que regresa y es recibido por su padre con los brazos abiertos”.

El actor señala que interpretar a David ha impactado su fe “en todos los sentidos”, ya que leer las Escrituras influye directamente en cómo encarna al rey judío.

“Todo lo que sé sobre David lo saco de la Escritura, viendo no solo sus grandes momentos, sino también sus dificultades”, dice.

“Cuanto más lees sobre él, más lo entiendes; cuanto más reflexionas sobre sus acciones, más comprendes su corazón. Era un hombre que amaba a Dios con todo su ser”, añade Iskander. “Y como todos nosotros, cayó y se equivocó, pero fue alguien que regresó, reconoció sus errores y pecados ante Dios, pidió perdón y se arrepintió”.

El actor explica que una de las principales enseñanzas que ha recibido de su fe es comprender por qué Dios eligió a David y rechazó a Saúl: por el corazón humilde de uno y el corazón orgulloso del otro.

“Dios eligió a David por su corazón humilde. Y un corazón humilde es aquel que está dispuesto a seguir a Dios, a escucharlo y a hacer lo que Él manda. Un corazón orgulloso elige mis deseos, mis necesidades, mis anhelos egoístas por encima de Él. Un corazón egoísta se pone al mismo nivel que Dios, como hizo Saúl, y por eso fue rechazado”, dice.

Iskander concluye: “Cuando entendí eso, me di cuenta de que no se trata de mí, sino de Él. Debo seguirlo, escuchar sus mandamientos y dejar de pensar solo en mí mismo. Y eso, en realidad, libera. Es algo liberador dejarte a un lado y vivir para Cristo”.

“Creo que eso es lo más hermoso: dejar de centrarnos en nosotros y vivir para Él. Pensar en eso y comprenderlo me ha enseñado que solo necesito seguir a Dios, sus mandamientos y su voluntad para mí”, afirma.

La segunda temporada de House of David ya está disponible en Prime Video con una suscripción a Wonder Project.

San Martín de Porres / Película de Dibujos animados




Eufrosina Goyda, pediatra y abadesa, cuida a los huérfanos bajo las bombas en Ucrania: «Veo cómo Dios obra en la vida humana; no siempre actúa como deseamos, sino como es necesario para la salvación»


La Madre Eufrosina, superiora de las Hermanas de la Sagrada Familia, explica su experiencia de vocación / Foto: UGCC.UA

* «Para mí, estas no son dos vocaciones diferentes, sino un solo camino. La oración, la vida monástica y la profesión médica se fusionaron en armonía. Hay dos amores que, unidos, obran milagros: el amor de Dios y el de una madre. Lo veo todos los días en el hospital. Más de una vez tuve que presenciar algo difícil de explicar científicamente. Por ejemplo, cuando a una niña le dieron una semana de vida y todos se preparaban para despedirse. Y no solo sobrevivió, sino que se desarrolló mucho mejor de lo que predijeron los médicos» 

Camino Católico.- "Siempre digo que tengo dos vocaciones de las que nunca he dudado: la medicina y la vida monástica. En el hospital, atiendo a niños y padres, veo su dolor y sus victorias. Y como abadesa, tengo la oportunidad de dedicarme más a la comunidad y a otras áreas de servicio", explica Eufrosina Goyda en el portal de la Iglesia Católica de rito griego en Ucrania.

Eufrosina Goyda es la superiora de las Hermanas de la Sagrada Familia, una congregación que cuida a huérfanos y niños vulnerables, fundada hace un siglo en la Galitzia ucraniana (una región bastante católica, que antaño perteneció al Imperio Austrohúngaro). Explica a Khrystyna Potereyko algo de su experiencia de vocación y también del esfuerzo de servir hoy a los huérfanos de guerra y los niños desplazados por la invasión rusa.

La religiosas de la Sagrada Familia miran a su historia fundacional en 1911: mujeres jóvenes católicas comprometidas a servir a los enfermos y a los niños, bajo el impulso de Teresa Teklia Józefiv, que había sido ella misma una huérfana acogida por un sacerdote. Crearon unos orfanatos con enfoque a la vez monástico y maternal. Como tantas iniciativas católicas en Ucrania, fueron arrasados por la persecución comunista que duró décadas. Pero las religiosas  volvieron: hoy sirven en escuelas y hospitales, en un orfanato y en parroquias, participan en emprendimientos sociales, apoyan a familias y ayudan a los militares. También rezan a Dios a diario por la paz en Ucrania.

"Es inherente al monacato oriental: un monasterio es un lugar donde la hermana, ante todo, transforma su vida, se libera del pecado y aprende a vivir con Dios en oración. Y solo entonces, ya transformada, es capaz de ir al encuentro de la gente y cumplir su misión", explica la Madre Eufrosina. Ellas trabajan con huérfanos, con familias y en la educación de niños y jóvenes.

Vocación en el oficio médico

Eufrosina Goyda habla de su vocación monástica, entrelazada con la sanitaria.

"Crecí en una familia cristiana practicante. Incluso en la clandestinidad, mis padres traían sacerdotes, rezábamos en las casas y, desde niña, viví la fe. De niña le contaba todo a Dios con sinceridad en oración, con gran confianza", explica.

"De joven, soñaba con ser médico. Aunque mis padres se oponían, con la ayuda de Dios entré en la facultad de medicina. Fue allí donde un sentimiento aún más profundo comenzó a resonar en mi corazón: Dios me llamaba a un ministerio especial. En mi residencia estudiantil me encantaba ir a la iglesia y orar todos los días. Dios me inspiró para leer las Sagradas Escrituras y comulgar con frecuencia. Trabajé como enfermera en un hospital infantil. Nació en mi corazón el deseo de comprender y amar a todos, de hacer el bien desinteresadamente. Esta fue la base de mi vocación".

"Mientras me preparaba para ingresar a la Academia de Medicina, con muchos amigos, no me faltaba nada en el aspecto humano, pero sentía un vacío en el corazón, sobre todo después de las fiestas. Una vez incluso lloré y oré diciéndole al Señor que, si Él quisiera, estaría dispuesta a servirle, que me mostrara qué debía hacer. Y Él me condujo a la Congregación de las Hermanas de la Sagrada Familia, donde ya no me falta nada y me siento feliz", añade. Las conoció por un folleto que habían difundido ellas con una oración por las familias.

Eufrosina, como estudiante de medicina y ya religiosa; hoy es pediatra y abadesa Foto: UGCC.UA

"Al mismo tiempo, sentí que la medicina también era mi camino. Después de la escuela, trabajé como enfermera y luego ingresé en una Academia de Medicina, donde elegí la especialidad de Pediatría. Hice prácticas en Donetsk y Kiev. Vivía en un monasterio y, al mismo tiempo, me formaba como médico. Y para mí, estas no son dos vocaciones diferentes, sino un solo camino. La oración, la vida monástica y la profesión médica se fusionaron en armonía".

"Hay dos amores que, unidos, obran milagros: el amor de Dios y el de una madre. Lo veo todos los días en el hospital", asegura hoy.

Enfermos que mejoran de forma sorprendente

Como muchos otros médicos con fe, la Madre Eufrosina ha visto signos asombrosos de la acción de Dios en el hospital.

"Más de una vez tuve que presenciar algo difícil de explicar científicamente. Por ejemplo, cuando a una niña le dieron una semana de vida y todos se preparaban para despedirse. Y no solo sobrevivió, sino que se desarrolló mucho mejor de lo que predijeron los médicos", comenta.

Le impresionó un ejemplo de amor familiar que da vida. Una mujer que no conseguía quedar embarazada, cuando por fin lo consiguió, tuvo que pasar 9 meses en el hospital, monitorizada, siempre bajo amenaza de aborto y complicaciones. "El bebé nació con discapacidades del desarrollo e inmediatamente terminó en cuidados intensivos. Y entonces comenzó un año de su amor abnegado. La madre no dejó a su hijo ni un instante: día y noche, en una pequeña sala, entre operaciones, crisis e incertidumbre. Estaba agotada, a veces lloraba, pero no se quejaba. Todas las noches, después del trabajo, venía su esposo. Era la lealtad familiar lo que mantenía unidos, tanto al niño como a nosotros, los médicos. Han pasado varios años, y cada vez que veo a esta familia, a su hijo que corre y ríe, quiero abrazarlos como a las personas más cercanas. Para mí, son un ejemplo de amor incondicional que da vida a pesar de todo".

"A través de la medicina veo aún más profundamente cómo Dios obra en la vida humana. No siempre actúa como deseamos, sino siempre como es necesario para la salvación. Y mi gratitud reside en poder ser su colaborador: sanar no solo el cuerpo, sino también tocar las heridas del alma", explica.

La Madre Eufrosina disfruta como pediatra y ve a Dios actuar en los hospitales y el amor maternal / Foto: UGCC.UA

El trabajo con las familias

Su congregación, con comunidades en Leópolis, Kiev, Hoshev, Chortkiv, Ternopil y una oficina en Francia, dedican mucho esfuerzo a la catequesis de niños y jóvenes y a la organización de grupos de fe y retiros, con muchos campamentos cuando llega el buen tiempo. "No tenemos vacaciones en verano, porque trabajamos todo el verano", dicen ellas con una sonrisa.

Antes de la guerra, organizaban encuentros para familias, para que los esposos pasaran un rato juntos, aprendiendo herramientas de matrimonio y familia, con los niños a mano. Pero con la guerra estos encuentros casi han desaparecido. Muchos monasterios están llenos de desplazados, casi siempre mujeres solas con niños o ancianos. Los hombres están en el frente o trabajan duro en retaguardia: es difícil reunir a las familias. Pero en cuanto puedan, quieren retomar esos encuentro: fortalecer las familias es fortalecer la sociedad.

La catequesis y los campamentos tienen sus gastos, y muchos niños, especialmente los de campo, son muy pobres para cubrirlos. Por eso, las religiosas pusieron en marcha una empresa social: producción de pasta artesana para comer y cultivo de champiñones y setas. No fue fácil empezar, pero hoy ambas iniciativas son estables y sustentan un gran monasterio y una casa de retiro. Eso implica pagar también el transporte a los pueblos, ayudar a familias en apuros y, con la guerra, tratar de ayudar a militares heridos o en circunstancias precarias.

"Hay familias a las que ayudamos regularmente y otras que reciben apoyo puntual. Durante la guerra, la asistencia a los militares adquirió un enfoque especial: les proporcionamos ropa de alta calidad, alimentos y el equipo necesario, y también participamos en el tratamiento de los heridos. Nuestra ayuda no se basa en solicitudes formales. Las hermanas simplemente comparten lo que conocen durante su ministerio pastoral, y nosotras intentamos responder", detalla la Madre Eufrosina.

En el orfanato

Desde 2007 la congregación mantiene un pequeño orfanato en Bibrka. "Oficialmente, el número de residentes no debería superar los 10, pero en la práctica puede variar. El estado proporciona alojamiento a los graduados, pero las hermanas suelen apoyarlos incluso después de que se marchan de casa", explica.

Las religiosas de la Sagrada Familia en Ucrania trabajan con huérfanos y niños en general / Foto: UGCC.UA

"Los niños viven con las religiosas como una familia normal: van a la escuela, tienen responsabilidades y asisten a clubes. La comunidad cuenta con atención de enfermería y apoyo de sacerdotes y residentes locales. Los niños más pequeños suelen tener entre 3 y 8 años. Los grupos son mixtos: niños y niñas de diferentes edades". De nuevo, tienen un coste económico, pero "personas anónimas traen comida u otros artículos necesarios".

La congregación, con tantas tareas distintas, sabe que la oración es la base que lo unifica todo. "Las hermanas desempeñan diferentes tareas, pero todas son fruto de la oración, el amor a Dios y el apoyo mutuo en la comunidad. Una buena gestión también es fundamental: cada ministerio principal cuenta con una hermana de apoyo, de modo que, si es necesario, otra hermana pueda reemplazarla, ya sea temporalmente o incluso por un período más largo. Gracias al ambiente de confianza, amor y comprensión mutua, estos reemplazos se realizan con facilidad, ya que las hermanas siempre comparten su experiencia y conocimientos".

Los retos de la guerra

La guerra ha afectado todos los ámbitos de la vida de la comunidad. La abadesa, como superiora, debe tomar decisiones difíciles: si dejar a las hermanas en lugares peligrosos o reubicarlas, pues se trata de su seguridad y de su vida. El mayor reto es acompañar a las personas en su dolor y pérdida, compartir el sufrimiento y, al mismo tiempo, mantener la fe y la confianza en Dios.

Vocación: cómo servir a Dios

A los jóvenes que buscan su camino en la vida les dice: "No hay que temer a los caminos difíciles. La vida es un regalo, pero solo se abre cuando uno está dispuesto a aprender, trabajar, crecer y asumir responsabilidades. Es importante construirla sobre valores sólidos, sobre Dios. La vida cristiana no limita, sino que abre la profundidad y la verdadera libertad. Quien ora, busca y aprende a amar, encuentra su felicidad".

A quienes exploran la posibilidad de una vocación monástica les explica: "El miedo a lo desconocido es natural, pero no debes dejar que te detenga. Si el Señor te llama, debes dar el paso. No tenía todas las respuestas a mis veinte años, pero sentí el llamado y fui. Algunas dificultades pasan, otras se pueden aprender a superar. Lo principal es confiar en Dios".

En el caso de su congregación, "cada hermana tiene espacio para desarrollarse: en la educación, el servicio o la profesión, incluyendo la medicina. Aquí se enseña a no temer a los errores y a ser paciente en el camino hacia la meta".