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domingo, 7 de diciembre de 2025

Papa León XIV en el Ángelus, 7-12-2025: «Cada uno puede ser una pequeña luz, si acoge a Jesús, brote de un mundo nuevo; aprendamos a hacerlo como María, nuestra Madre, mujer que aguarda con confianza y esperanza»

* «Nada es imposible para Dios. Preparémonos para su Reino, acojámoslo. El más pequeño, Jesús de Nazaret, nos guiará. Él, que se puso en nuestras manos, desde la noche de su nacimiento hasta la hora oscura de su muerte en la cruz, resplandece en nuestra historia como el sol naciente. Ha comenzado un nuevo día: ¡despertemos y caminemos en su luz!» 

   

Vídeo completo de la transmisión en directo de Vatican News traducido al español con las palabras del Papa en el Ángelus

* «Queridos hermanos y hermanas, lo que ha sucedido en los últimos días en Türkiye y Líbano nos enseña que la paz es posible y que los cristianos, en diálogo con hombres y mujeres de otras religiones y culturas, pueden contribuir a construirla. No olvidemos que la paz es posible. Estoy cerca de los pueblos del sur y sudeste asiático, duramente golpeados por los recientes desastres naturales. Rezo por las víctimas, por las familias que lloran a sus seres queridos y por quienes prestan socorro. Exhorto a la comunidad internacional y a todas las personas de buena voluntad a que apoyen con gestos de solidaridad a los hermanos y hermanas de esas regiones» 

7 de diciembre de 2025.- (Camino Católico)  "Cada uno de nosotros puede ser una pequeña luz, si acoge a Jesús, brote de un mundo nuevo. Aprendamos a hacerlo como María, nuestra Madre, mujer que aguarda con confianza y esperanza", ha reflexionado el Papa León XIV, ante las decenas de miles de fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro, en este segundo domingo de Adviento, donde ha ofrecido un mensaje profundamente esperanzador y a la vez desafiante para los creyentes. Inspirado en el Evangelio de Mateo (3,1-12), el llamado central fue claro: la llegada del Reino de Dios está cerca, y su inminencia exige preparación interior, conversión y apertura al cambio.

En sus saludos después del rezo mariano del Ángelus, el Papa León XIV compartió sus impresiones sobre su reciente viaje apostólico, subrayando cómo la fe puede ser un motor de diálogo, unidad y esperanza incluso en contextos de desafío y fragilidad. El mensaje del Papa, cargado de esperanza y realismo, invita a todos los cristianos a renovar su compromiso con la unidad y a asumir la fe como motor de diálogo y servicio. Su viaje confirma que, incluso en contextos complejos, la presencia de la Iglesia y la acción de sus fieles pueden transformar la realidad, dando testimonio de que la esperanza y la paz son posibles. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la meditación del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente: 

PAPA LEÓN XIV

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro

II Domingo de Adviento,  7 de diciembre de 2025

Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz domingo!

El Evangelio de este segundo domingo de Adviento nos anuncia la llegada del Reino de Dios (cf. Mt 3,1-12). Antes de Jesús, aparece en escena su precursor, Juan el Bautista. Él predicaba en el desierto de Judea diciendo: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca» (Mt 3,1).

En la oración del “Padre nuestro”, pedimos cada día: «Venga tu reino». Jesús mismo nos lo enseñó. Y con esta invocación nos orientamos hacia lo nuevo que Dios tiene reservado para nosotros, reconocemos que el curso de la historia no está ya escrito por los poderosos de este mundo. Ponemos nuestros pensamientos y energías al servicio de un Dios que viene a reinar no para dominarnos, sino para liberarnos. Es un “evangelio”, una auténtica buena noticia, que nos motiva y nos involucra.

Ciertamente, el tono del Bautista es severo, pero el pueblo lo escucha porque en sus palabras resuena la llamada de Dios a no jugar con la vida, a aprovechar el momento presente para prepararse al encuentro con Aquel que no juzga por las apariencias, sino por las obras y las intenciones del corazón.

El mismo Juan será sorprendido por la forma en que el Reino de Dios se manifestará en Jesucristo, en la mansedumbre y la misericordia. El profeta Isaías lo compara con un renuevo: una imagen que no es de poder o destrucción, sino de nacimiento y novedad. Sobre ese brote, que surge de un tronco aparentemente muerto, comienza a soplar el Espíritu Santo con sus dones (cf. Is 11,1-10). Todos tenemos el recuerdo de una sorpresa parecida que nos ha ocurrido en la vida.

Es la experiencia que vivió la Iglesia en el Concilio Vaticano II, que concluía precisamente hace sesenta años; una experiencia que se renueva cuando caminamos juntos hacia el Reino de Dios, todos dispuestos a acogerlo y servirlo. Entonces no sólo florecen realidades que parecían débiles o marginales, sino que se realiza lo que humanamente se consideraría imposible, como en las imágenes del profeta: «El lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá» (Is 11,6).

Hermanas y hermanos, ¡cuánto necesita el mundo esta esperanza! Nada es imposible para Dios. Preparémonos para su Reino, acojámoslo. El más pequeño, Jesús de Nazaret, nos guiará. Él, que se puso en nuestras manos, desde la noche de su nacimiento hasta la hora oscura de su muerte en la cruz, resplandece en nuestra historia como el sol naciente. Ha comenzado un nuevo día: ¡despertemos y caminemos en su luz!

He aquí la espiritualidad del Adviento, tan luminosa y concreta. Las luces a lo largo de las calles nos recuerdan que cada uno de nosotros puede ser una pequeña luz, si acoge a Jesús, brote de un mundo nuevo. Aprendamos a hacerlo como María, nuestra Madre, mujer que aguarda con confianza y esperanza.

Oración del Ángelus:  

Angelus Dómini nuntiávit Mariæ.

Et concépit de Spíritu Sancto.

Ave Maria…


Ecce ancílla Dómini.

Fiat mihi secúndum verbum tuum.

Ave Maria…


Et Verbum caro factum est.

Et habitávit in nobis.

Ave Maria…


Ora pro nobis, sancta Dei génetrix.

Ut digni efficiámur promissiónibus Christi.


Orémus.

Grátiam tuam, quǽsumus, Dómine,

méntibus nostris infunde;

ut qui, Ángelo nuntiánte, Christi Fílii tui incarnatiónem cognóvimus, per passiónem eius et crucem, ad resurrectiónis glóriam perducámur. Per eúndem Christum Dóminum nostrum.


Amen.


Gloria Patri… (ter)

Requiem aeternam…


Benedictio Apostolica seu Papalis


Dominus vobiscum.Et cum spiritu tuo.

Sit nomen Benedicat vos omnipotens Deus,

Pa ter, et Fi lius, et Spiritus Sanctus.


Amen.



Después de la oración mariana del Ángelus el Papa ha dicho:


¡Queridos hermanos y hermanas!


Hace unos días regresé de mi primer viaje apostólico, a Türkiye y Líbano. Junto con mi querido hermano Bartolomé, Patriarca Ecuménico de Constantinopla, y los representantes de otras confesiones cristianas, nos reunimos para orar juntos en İznik, la antigua Nicea, donde hace 1700 años se celebró el primer Concilio ecuménico. Hoy se cumple precisamente el 60º aniversario de la Declaración conjunta entre Pablo VI y el Patriarca Atenágoras, que puso fin a las excomuniones recíprocas. Demos gracias a Dios y renovemos nuestro compromiso en el camino hacia la plena unidad visible de todos los cristianos. En Türkiye he tenido el gozo de encontrar la comunidad católica. A través del diálogo paciente y el servicio a los que sufren, esta comunidad da testimonio del Evangelio del amor y de la lógica de Dios que se manifiesta en la pequeñez.


El Líbano sigue siendo un mosaico de convivencia y me ha reconfortado escuchar tantos testimonios en este sentido. He encontrado personas que anuncian el Evangelio acogiendo a los desplazados, visitando a los presos, compartiendo el pan con los necesitados. Me ha reconfortado ver a tanta gente en la calle saludándome y me ha conmovido el encuentro con los familiares de las víctimas de la explosión en el puerto de Beirut. Los libaneses esperaban una palabra y una presencia de consuelo, ¡pero fueron ellos quienes me consolaron con su fe y su entusiasmo! ¡Agradezco a todos los que me han acompañado con sus oraciones! Queridos hermanos y hermanas, lo que ha sucedido en los últimos días en Türkiye y Líbano nos enseña que la paz es posible y que los cristianos, en diálogo con hombres y mujeres de otras religiones y culturas, pueden contribuir a construirla. No olvidemos que la paz es posible.


Estoy cerca de los pueblos del sur y sudeste asiático, duramente golpeados por los recientes desastres naturales. Rezo por las víctimas, por las familias que lloran a sus seres queridos y por quienes prestan socorro. Exhorto a la comunidad internacional y a todas las personas de buena voluntad a que apoyen con gestos de solidaridad a los hermanos y hermanas de esas regiones.


Saludo con afecto a todos ustedes, romanos y peregrinos. Saludo a todos los que han vendido de otras partes del mundo, en particular a los fieles peruanos de Pisco, Cusco y Lima; los polacos, recordando también la Jornada de oración y apoyo material a la Iglesia del Este; y también al grupo de estudiantes portugueses.


Saludo también a los grupos parroquiales de Lentiai, Manerbio, Santa Cesarea Terme, Cerfignano, Roverchiara y Roverchiaretta; a los jóvenes de Marostica y Pianezze, a los confirmandos de Cavaion Veronese, a los jóvenes del Oratorio de Mezzocorona, al grupo de monaguillos de Bolonia y a los socios de la Mutua Madonna del Granato.


Les deseo a todos un feliz domingo y un buen camino de Adviento.


Papa León XIV


Fotos: Vatican Media, 7-12-2025

Homilía del evangelio: La Inmaculada Concepción de María es abogada de gracia y ejemplo de santidad / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

* «La liturgia habla de María Inmaculada como de un ‘modelo de santidad’. La imagen es justa, a condición de que superemos las analogías humanas. La Virgen no es como las modelos humanas que posan, inmóviles, para dejarse pintar por el artista. Ella es un modelo que obra con nosotros y dentro de nosotros, que nos lleva la mano al representar las líneas del modelo por excelencia, suyo y nuestro, que es Jesucristo, para hacernos ‘conformes a su imagen’ (Rm 8, 29). Es de hecho ‘abogada de gracia’ antes aún que modelo de santidad. La devoción a María, cuando es iluminada y eclesial, en verdad no desvía a los creyentes del único Mediador, sino que les lleva hacia Él. Quien ha tenido la experiencia auténtica de la presencia de María en la propia vida sabe que ésta se determina por entero en una experiencia de Evangelio y en un conocimiento más profundo de Cristo. Ella está idealmente ante todo el pueblo cristiano repitiendo siempre lo que dijo en Caná: ‘Haced lo que Él os diga’»

Elegidos para ser santos e inmaculados  

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María

Génesis 3, 9-15.20  /  Salmo 97  /  Efesios 1, 3-6.11-12  / San Lucas 1, 26-38

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.-  Para que la solemnidad de la Inmaculada Concepción no se quede en mera celebración de los «privilegios» de María, sino que nos toque y nos implique profundamente, debemos comprenderla a la luz de las palabras de Pablo en la segunda lectura: «Dios Padre nos ha elegido en Jesucristo antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor». Todos, por lo tanto, estamos llamados a ser santos e inmaculados; es nuestro verdadero destino; es el proyecto de Dios sobre nosotros. Poco más adelante, en la misma Carta a los Efesios, Pablo contempla este plan de Dios refiriéndolo no ya a los hombres singularmente considerados, cada uno por su cuenta, sino a la Iglesia Universal esposa de Cristo: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificarla mediante el bautismo y la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5, 25-27).

Una humanidad de santos e inmaculados: he aquí el gran proyecto de Dios al crear la Iglesia. Una humanidad que pueda, por fin, comparecer ante Él, que ya no tenga que huir de su presencia, con el rostro lleno de vergüenza como Adán y Eva tras el pecado. Una humanidad, sobre todo, que Él pueda amar y estrechar en comunión consigo, mediante Su Hijo, en el Espíritu Santo.

¿Que representa, en este proyecto universal de Dios, la Inmaculada Concepción de María que celebramos? La liturgia responde a esta pregunta en el prefacio de la Misa del día, cuando dirigiéndose a Dios canta: En Ella has señalado el «comienzo de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura... Entre todos los hombres es abogada de gracia y ejemplo de santidad». He aquí, entonces, lo que celebramos en esta solemnidad en María: el inicio de la Iglesia, la primera realización del proyecto de Dios, en la que existe como la promesa y la garantía de que todo el plan irá hacia su cumplimiento: «¡Nada es imposible para Dios!». María es la prueba de ello. En Ella brilla ya todo el esplendor futuro de la Iglesia, como en una gota de rocío, en una mañana serena, se refleja la bóveda azul del cielo. También y sobre todo por esto María es llamada «madre de la Iglesia».

María no se presenta, en cambio, sólo como aquella que está detrás de nosotros, al comienzo de la Iglesia, sino también como quien está ante nosotros «como modelo de santidad para el pueblo de Dios». Nosotros no hemos nacido inmaculados como, por singular privilegio de Dios, nació Ella; es más, el mal anida en nosotros en todas las fibras y en todas las formas. Estamos llenos de «arrugas» que hay que estirar y de «manchas» que hay que lavar. Es en esta labor de purificación y de recuperación de la imagen de Dios en la que María está ante nosotros como poderosa llamada.

La liturgia habla de Ella como de un «modelo de santidad». La imagen es justa, a condición de que superemos las analogías humanas. La Virgen no es como las modelos humanas que posan, inmóviles, para dejarse pintar por el artista. Ella es un modelo que obra con nosotros y dentro de nosotros, que nos lleva la mano al representar las líneas del modelo por excelencia, suyo y nuestro, que es Jesucristo, para hacernos «conformes a su imagen» (Rm 8, 29). Es de hecho «abogada de gracia» antes aún que modelo de santidad. La devoción a María, cuando es iluminada y eclesial, en verdad no desvía a los creyentes del único Mediador, sino que les lleva hacia Él. Quien ha tenido la experiencia auténtica de la presencia de María en la propia vida sabe que ésta se determina por entero en una experiencia de Evangelio y en un conocimiento más profundo de Cristo. Ella está idealmente ante todo el pueblo cristiano repitiendo siempre lo que dijo en Caná: «Haced lo que Él os diga». 

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

 

Evangelio

En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

El ángel, entrando en su presencia, dijo:

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».

Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.

El ángel le dijo:

«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».

Y María dijo al ángel:

«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».

El ángel le contestó:

«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».

María contestó:

«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

Y el ángel se retiró.

San Lucas 1, 26-38

Homilía del evangelio: Dios cumple su designio eterno por mediación de la Inmaculada Concepción de María cuya descendencia aplastará la cabeza de la serpiente, liberando así de su poder a la humanidad / Por P. José María Prats

* «Por generaciones, la figura de María Inmaculada ha sido una fuente poderosísima de inspiración para muchas mujeres que la han tomado como modelo de vida, repitiendo con Ella las palabras que hemos escuchado en el Evangelio: ‘He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra’. Consagradas así a Dios por María, se constituyeron también en fuentes puras y cristalinas que engendraron familias santas, llenas de luz y de gracia, donde la oscuridad del pecado no pudo penetrar»

Inmaculada Concepción de la Virgen María


Génesis 3, 9-15.20 / Salmo 97  /  Efesios 1, 3-6.11-12 / San Lucas 1 ,26-38

P. José María Prats / Camino Católico.-   La solemnidad de la Inmaculada Concepción de María que estamos celebrando en el corazón del Adviento constituye un compendio de la historia de la salvación que reviviremos a lo largo del año litúrgico que acabamos de iniciar.

La segunda lectura nos presenta el designio eterno de Dios: «Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor». Pero este designio, como narra la primera lectura, quedó ensombrecido por el pecado de nuestros primeros padres, que dejó a la humanidad sometida al poder de las fuerzas del mal.

Dios, sin embargo, anuncia inmediatamente que su designio eterno se cumplirá por mediación de una mujer cuya descendencia aplastará la cabeza de la serpiente, liberando así de su poder a la humanidad. Esta mujer es María, la Nueva Eva, y su descendencia es Jesucristo, el Nuevo Adán, y su Iglesia.

En María, por tanto, se inicia la victoria sobre el poder del mal. El dogma de la Inmaculada Concepción afirma que Ella, por una especial gracia de Dios, fue redimida anticipadamente por el sacrificio de Cristo, permaneciendo ajena al pecado desde el mismo instante de su concepción. Su nacimiento supone la aparición, en un mundo oscurecido y deformado por el poder del pecado, de una fuente pura y cristalina de la que nacerá una humanidad nueva y victoriosa.

Por generaciones, la figura de María Inmaculada ha sido una fuente poderosísima de inspiración para muchas mujeres que la han tomado como modelo de vida, repitiendo con Ella las palabras que hemos escuchado en el Evangelio: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Consagradas así a Dios por María, se constituyeron también en fuentes puras y cristalinas que engendraron familias santas, llenas de luz y de gracia, donde la oscuridad del pecado no pudo penetrar.

De hecho, nuestro país ha sido especialmente sensible a lo largo de su historia a este misterio tan poderoso de la Inmaculada Concepción que la Iglesia no definiría solemnemente como dogma hasta el año 1854. Desde el siglo VII los reinos cristianos de la Península celebraban su fiesta, y muy pronto los reyes hicieron suyo el fervor popular. En el XI Concilio de Toledo el rey Wamba recibía ya el título de “Defensor de la Purísima Concepción de María”. Fernando III el Santo y Jaime I el Conquistador fueron fieles devotos de la Inmaculada y portaron su estandarte en sus campañas militares. Felipe II, en 1604, hizo obligatorio el juramento de defender el concepto de la Inmaculada Concepción en las universidades y en otros estamentos civiles y militares del reino. Más tarde, en 1760, a instancias de Carlos III y de sus Cortes, el papa Clemente XIII confirmó este patronazgo de María en todos los dominios de España. 

Pidámosle hoy a María Inmaculada, nuestra patrona, que renueve en nosotros este espíritu que a lo largo de los siglos ha mantenido encendida en nuestras familias e instituciones la llama de la fe, la pureza y la santidad.

P. José María Prats

Evangelio: 


En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.


El ángel, entrando en su presencia, dijo:


«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo».


Ella se turbó grandemente ante estas palabras y se preguntaba qué saludo era aquel.


El ángel le dijo:


«No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».


Y María dijo al ángel:


«¿Cómo será eso, pues no conozco varón?».


El ángel le contestó:


«El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer será llamado Hijo de Dios. También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, “porque para Dios nada hay imposible”».


María contestó:


«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».


Y el ángel se retiró.

San Lucas 1, 26-38

Que María Inmaculada nos enseñe a decir “sí” con confianza, a rechazar todo pecado y a caminar cada día con la certeza de que la gracia divina puede hacer nuevas todas las cosas / Por P. Carlos García Malo

 


Lucía Capapé se quedó viuda con 38 años y cinco hijos: «Cuando has trabajado mucho la confianza en Dios, el ir confiándole las cosas, cuando vienen golpes duelen y se llora, pero te hace sentirte en Sus manos»

Lucía Capapé en su casa de Madrid | Foto: Dani García - Misión

* «Pienso que en el Cielo nos vamos a encontrar con la gente que queremos, pero nos van a sobrar. Sé que puede sonar duro, pero me lo imagino como un fogonazo de mirada constante a la divinidad resplandeciente, donde no vamos a necesitar ni a nuestro marido ni a nuestros padres, que los vamos a tener, que nos va a dar alegría encontrárnoslos por ahí, sólo que la visión constante de Dios será la que nos llene»   

Camino Católico.-  Lucía Capapé se quedó viuda con 38 años y cinco hijos. Su marido Miguel falleció por ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica) con 40 años, una enfermedad temida y para la que no hay cura. Lejos de rebelarse ante un sufrimiento terrible, esta familia ha dado en todo momento un testimonio de fe que muestra cómo con Dios de la mano se puede vivir y morir con la mirada puesta en el Cielo. 

Marzo de 2021. Miguel Pérez fallecía en Sevilla a los 40 años. Su caso se había viralizado en redes y había aparecido en medios de comunicación nacionales. Sufría ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica), una enfermedad neurodegenerativa que afecta a las células nerviosas encargadas del control de los músculos.

Miguel y su esposa Lucía Capapé vivían felizmente junto a sus hijos Pelayo, Nicolás, Elías, Lucas y Miguel cuando llegó el diagnóstico de la ELA. Meses de fatiga y de movimientos torpes les llevaron al médico, pero nunca imaginaron que saldrían de la consulta con una “condena a muerte”. Aun así, decidieron vivir la vida en plenitud con una confianza total en Dios y preparándose para el momento culmen de su vida: el tránsito hacia la vida eterna. No habían pasado dos años cuando Miguel partió de este mundo y, a pesar del gran dolor por la pérdida, lo que abundó en su familia fue paz y una esperanza clara en la Resurrección.

El pater familias era un ingeniero que había decidido dejar un buen trabajo como consultor para dedicarse a algo que llenase su vida de sentido. Fue así como se convirtió en director de un colegio. Lucía, filóloga y docente, lo acompañaba en esta vocación de servicio. Y con este espíritu de entrega vivieron la enfermedad. Miguel decía habitualmente  –comenta su viuda– que creía que Dios lo llamaba para algo grande, y que vio con la ELA esa grandeza a la que era llamado.

Lucía recibe a Javier Lozano, que la entrevista en Misión. Lo hace en su casa de Madrid, ciudad a la que regresó tras la muerte de su marido, quien, confiesa, sigue presente diariamente en el hogar. Apoyada en una fe asentada en el Opus Dei, saca adelante una casa y a sus cinco hijos con la certeza clara de que sólo Dios sana los corazones. Por ello, no extraña verla tan alegre y llena de una vitalidad sobrenatural que transmite a sus hijos, a su entorno y a sus alumnos del centro de Bachillerato Fomento-Fundación de Madrid, del que es su directora. Porque, como destaca ella, “mi objetivo es llegar al Cielo”.

- Su amor por Miguel comenzó en la adolescencia.

- Efectivamente. Yo tenía 14 años y él 16 cuando empezamos a salir. Nos conocimos por mi hermano, que era amigo de Miguel. Nueve años después nos casamos. Yo sólo tenía 23 años.

- Y llegaron cinco hijos, todos varones.

- Tuvimos cinco niños, pero con mucha pena de no haber podido tener más porque soñábamos con una familia muy numerosa. Una limitación física nos impidió que llegaran más. Nos costó entenderlo. Yo le decía al Señor: “Tú necesitas soldados y yo te hubiera dado todos los que hubieras querido para recristianizar este mundo”. Pero con el paso de los años miras atrás y ves que Dios tenía sus planes. Igual si me hubiera quedado viuda con 10 hijos habría sido una locura.

- Su familia cambió Madrid por Sevilla, y su marido, la consultoría por la educación. ¿Demasiados cambios?

- Sí, pero tuvimos una vida muy feliz. Para mí los años de Sevilla con Miguel y los niños fueron los más felices de mi vida. Yo ya era docente, pero Miguel era ingeniero industrial, trabajaba en consultoría y cuando ya teníamos tres hijos, se dio cuenta de que su profesión le dificultaba mucho la vida familiar y que no le llenaba. Decía que la pasión que veía en los docentes era contagiosa. Eso le cautivó y Dios le cambió la vida. Él ya era una persona muy de Dios, pero yo gané un padre superimplicado y fue un hombre muy metido en la formación de los jóvenes.

- ¿Sintió una vocación de servicio?

- Totalmente. Además, toda su vida. Miguel me decía: “Dios me quiere para algo grande, tengo que descubrirlo”. Y cuando le diagnosticaron la enfermedad, me comentaba: “Creo que esto es para lo que Dios me ha elegido”. 

Lucía Capapé muestra una foto de su familia | Foto: Dani García - Misión

- ¿Cómo fue ese momento? 

- Muy duro. Recuerdo estar en la consulta con un médico que nos explicó con mucha claridad el tipo de enfermedad y la esperanza nula de curación. Sentí un dolor enorme en la boca del estómago, una falta de aire, pero a la vez mucha paz. Salimos de la consulta, los dos nos pusimos a llorar y nos abrazamos.

- ¿Cómo reaccionó Miguel? 

- Hasta con sentido del humor, que es lo que lo caracterizaba. Mandó un audio a la familia contando lo que le había dicho el médico, pero avisando de que todavía le quedaba dar mucha guerra.

- ¿Y usted cómo se lo tomó?

- Me pasé esos días en el trabajo en la capilla del colegio para estar en brazos del Señor. Lloraba y lloraba, pero lo vivimos con mucha confianza en la Providencia de Dios.

- ¿Cómo se lo dijeron a los niños?

- Con mucha veracidad. Preguntaban: “¿Se va a curar?”.  Y yo les decía: “No, no se va a curar.  Vamos a rezar todos los días para que si Dios quiere papá se cure, pero es una enfermedad que humanamente no tiene cura”. Hacerles vivir con la realidad muy presente creo que fue positivo, porque se les fue preparando desde el principio para un golpe muy duro.

Lucía Capapé y su familia vivieron con mucha confianza en la Providencia de Dios el momento en que le diagnosticaron ELA a su esposo  | Foto: Dani García - Misión

- ¿Miguel y usted le pidieron cuentas a Dios?

- No. Cuando has trabajado mucho la confianza en Dios, el ir confiándole las cosas, cuando vienen golpes duros, lógicamente duelen y se llora mucho, pero te hace sentirte en Sus manos.

- ¿Llegaron a sacar algo bueno?

- Estos momentos también fueron para ambos de muchísimo crecimiento en el trato con Dios, que ya lo teníamos muy entrenado por nuestra vocación al Opus Dei. Por eso no sentimos el abandono por parte de Dios, teníamos la garantía de que Su plan era mejor. 

- Y mientras tanto, la enfermedad avanzaba rápidamente.

- Fue durísimo porque Miguel en casa tenía un papel de una presencia brutal. Al tener cinco hijos varones hacía falta ahí un capitán general para gestionar la vitalidad de los niños. Ver cómo fue perdiendo esas cualidades, esos adornos de su vida: su voz, su andar, su presencia, esos adornos más exteriores de su personalidad, fue duro. Pero a la vez, como el amor que teníamos era muy profundo y muy asentado en lo importante, para mí fue delicioso poder cuidarlo.

- ¿Fue difícil de sobrellevar?

- A mí esta situación me fue haciendo crecer en una fortaleza y en un -aprender a llevar las riendas que nunca habría imaginado. A todo el mundo que pasa por algo doloroso siempre les recomiendo que pongan a la gente a rezar, porque yo notaba mucho los rezos de tanta gente que conocía o que ni he llegado a conocer.

- ¿Notó algún cambio en su interior?

- Sí, vi cómo en la enfermedad Dios le mimó para prepararlo para la muerte. Miguel  era una persona muy virtuosa y rezadora, pero en los últimos meses lo noté purificar muchas cosas, vivir de forma heroica tanto dolor, tantas angustias, tanto miedo. Él lloraba mucho, por ejemplo, pensando en los niños. Ese dolor purifica el alma y creo que se identificó muchísimo durante esos meses con el Señor.


Lucía Capapé recomienda en momentos dolorosos pedir a personas que oren e intercedan por la situación que se vive | Foto: Dani García - Misión

- ¿Destacaría algún momento?

- El último viaje que hicimos fue a Medjugorje. Ya estaba muy malito, iba en silla de ruedas, pero lo disfrutó muchísimo. No se soltaba de ese crucifijo que llevaba siempre. Los chicos de la comunidad del Cenáculo lo subieron a hombros hasta la Virgen y lo vivió todo como un gran regalo.

- ¿Tenían presente la eternidad?

- Teníamos muy presente la otra vida. Él me decía: “Qué pena que no te vaya a poder ayudar en esto”. Y yo le decía: “Miguel, desde el Cielo me vas a ayudar más”. Pero él luego me decía: “Voy a estar ahí, no os voy a dejar”. Y a día de hoy sentimos su presencia y apoyo constante. Siempre está en boca de todos en casa. Todos le pedimos cosas. Por ejemplo, el otro día uno de mis hijos me dijo que había perdido en el autobús el rosario de dedo de su padre. Y tres días después, tras habérselo pedido a él, subió al autobús y allí estaba el rosario. 

- ¿De dónde sacó la fuerza tras la partida de Miguel?

- Me sostuvieron las oraciones de tanta gente a mí alrededor. La comunión  de los santos en estas situaciones se hace muy palpable. Tienes que tirar para adelante por los niños, pero en cuanto se acostaban quería meterme en la cama a llorar. El apoyo de mi familia y también de la familia de la Obra fue para mí un bastón que me mantuvo en pie. 

- ¿Sus hijos cómo lo vivieron?

- Como estaba ya tan malito, el desprendimiento fue progresivo. No pasaron de estar jugando al fútbol con su padre a no tenerlo, sino a estar cuidándolo. Cuando falleció ya estaban muy preparados. A la vez, yo encontré muchísimo apoyo en los profesores del colegio, en los amigos… He intentado ejercer de madre y padre, pero con unas limitaciones evidentes, y más educando varones. Sus abuelos, sus tíos varones y los amigos de su padre han sido un referente para ellos. Lo fomento un montón porque creo que es el canal por el que su padre también les habla desde el punto de vista masculino.

- ¿Es muy duro vivir sin su marido? 

- Sí, muy duro. Es verdad que el matrimonio implica la elección de otro que te ayuda en tu camino hacia el Cielo. Me siento muy feliz de haber acompañado a Miguel en ese camino de santidad que él ya ha culminado, pero yo me he quedado a medias en ese proyecto. Ya no tengo a esa persona que me ayuda a salir de mí, a renunciar a mis comodidades… Lógicamente, mi camino de santidad no se ha difuminado ni esfumado. Tengo otras circunstancias que me toca santificar. Dios quiere para mí un poquito más de sacrificio. 

- ¿Qué hace para tirar hacia adelante?

- Dios es el que da la fuerza. Lo hablo mucho con los niños, ¡qué pena la gente que vive palos tan duros y no tiene fe para coger aire! Porque sin Dios esto es un dolor que no se aguanta. Mi objetivo es llegar al Cielo y, como decía san Josemaría, cada vez tengo más claro que la santidad en el Cielo es para los que saben vivir muy felices en la tierra.

Lucía Capapé dice que su objetivo es llegar al cielo | Foto: Dani García - Misión

- Y tiene motivos para ello.

- Muchos motivos. Tengo una familia estupenda, unos hijos maravillosos. Tengo unos amigos que me hacen vivir momentos de total alegría. Tengo un trabajo que me apasiona, en el que estoy relacionándome con niños y con gente joven todo el día, y puedo influir muchísimo en sus vidas. 

- Además de pedir intercesión a Miguel, ¿acude a algún santo especial?

- San Josemaría, que es el santo con el que he crecido desde muy pequeña y que compartía con Miguel y que me ha sacado de muchos atolladeros. Pero un santo que he descubierto en mi viudedad es san José. Es ahora mismo mi fortaleza, el que hace de marido, el que hace de padre de mis hijos. Lo he tomado de aliado y lo tengo en todas partes en mi casa y me ayuda un montón.

- ¿Piensa alguna vez en el Cielo? 

- Muchísimo. Pienso que en el Cielo nos vamos a encontrar con la gente que queremos, pero nos van a sobrar. Sé que puede sonar duro, pero me lo imagino como un fogonazo de mirada constante a la divinidad resplandeciente, donde no vamos a necesitar ni a nuestro marido ni a nuestros padres, que los vamos a tener, que nos va a dar alegría encontrárnoslos por ahí, sólo que la visión constante de Dios será la que nos llene.