* «Sentí como si Dios me hablara y me dijera: ‘Sé que no estás convencida del paño ensangrentado, pero ¿dudas de la vida de estas personas y de lo que estás experimentando, de la experiencia del amor del Cuerpo de Cristo como Iglesia? ¿Dudas de lo que pasa en el altar, y de lo que está pasando aquí, ahora mismo, de la acogida que has encontrado?’. Me di cuenta de que sí creía. Creía que Cristo está presente en la Iglesia. Y que es a través de la Eucaristía que podemos ser hermanos, ser uno en todo el mundo»