“Entré. El templo estaba vacío. Mi mirada se fijó en el crucifijo del altar, muy grande. Me capturó la mirada de Jesús en el crucifijo. Sentí que esa mirada me traspasaba, que entraba en mi corazón y alma. Sentí dolor. Vi toda mi vida, mis pecados y suciedades, y me dolió. Yo no lloraba nunca: desde los 5 años me había cerrado a llorar. Pero el dique se rompió y empecé a llorar mucho. Sentí que esa Persona estaba en la cruz por mí. Sentí cuánto me amaba. Me di cuenta de que estaba de rodillas en un mar de lágrimas”
