10 de junio de 2009.-Samar Sahhar procede de una familia cristiana de Palestina. Sus padres iniciaron un pequeño proyecto para acoger a los niños huérfanos de la zona de Betania en los años 70, proyecto que hoy ha crecido y se ha convertido en la gran esperanza para niños y niñas palestinos sin hogar.
(A. Llamas Palacios / Alfa y Omega) «Nuestra historia en Betania empieza el 1 de mayo de 1971». Éste es el comienzo de un relato que nos lleva hasta Oriente Medio. No son Las Mil y una Noches, aunque también en esta historia suceden cosas extraordinarias.
Samar, en el centro, con algunas de las niñas del Hogar Lázaro de Betania, y una trabajadora del mismo
Samar Sahhar vive en Betania, territorio palestino, y allí lleva a cabo una labor que comenzaron sus padres, de los pocos cristianos del lugar, hace ahora 38 años, cuando llegaron desde Jerusalén, y se encontraron con una población destrozada.
La zona estaba llena de huérfanos, abandonados en las calles, y los padres de Samar decidieron acomodar una habitación para acoger a 10 niños. En poco tiempo, el pequeño proyecto fue aumentando, y cada vez llegaban más niños enviados por los Servicios Sociales. En esta tierra, bendecida por Dios y castigada por los hombres, ni siquiera comprar una parcela es cosa sencilla para una familia cristiana, aplastante minoría. La tierra en territorios palestinos pasa de padres a hijos, por tradición, y se cuidan muy mucho de que otra cultura y religión se haga con un terreno. Quien posee la tierra allí posee muchas cosas, muchas más que en otros lugares del mundo. Por eso, conseguir una parcela, para Samar y sus padres, fue como un milagro. Mucho más cuando vieron que en el registro de la propiedad había unas palabras escritas en árabe: Tierra de Jesús. En este caso, la parcela se encontraba colindando a un convento ortodoxo, donde la tradición decía que Jesús había estado con Marta y María de Betania.
Un paso más, con niñas
Construir allí también les costó lo suyo, pero lo cierto es que hoy hay dos grandes edificios: una residencia para huérfanos, donde ya viven unos 800 chicos, y un gran colegio. Sin embargo, había un paso más que dar, y ni a Samar ni a sus padres se les escapaba. Lo dio Samar hace 12 años: «Nos sentíamos culpables porque aceptábamos a los chicos y rechazábamos a las chicas, pues la cultura árabe no permite que niños y niñas puedan estar viviendo juntos. Así que alquilé un piso, y comencé un proyecto para mujeres y para niñas».
Un paso más, con niñas
Construir allí también les costó lo suyo, pero lo cierto es que hoy hay dos grandes edificios: una residencia para huérfanos, donde ya viven unos 800 chicos, y un gran colegio. Sin embargo, había un paso más que dar, y ni a Samar ni a sus padres se les escapaba. Lo dio Samar hace 12 años: «Nos sentíamos culpables porque aceptábamos a los chicos y rechazábamos a las chicas, pues la cultura árabe no permite que niños y niñas puedan estar viviendo juntos. Así que alquilé un piso, y comencé un proyecto para mujeres y para niñas».
En el caso de las mujeres, se trataba de una urgencia social que Samar veía claramente que había que abordar. En Palestina hay un buen número de mujeres que viven en prisión sin haber cometido ningún delito a los ojos de la justicia, pero sí a los ojos de sus familias, o de otras personas. Son mujeres que han sufrido abusos, o que han deshonrado a su familia de alguna manera: su vida corre peligro, y como no tienen ningún lugar a dónde ir, acaban en prisión como única manera de protegerlas. Samar puso en marcha el primer proyecto en Palestina para acoger a este tipo de mujeres: «Tenía muchas llamadas de los Servicios Sociales para acoger y ayudar a estas mujeres. Fui poco a poco acogiéndolas, y les daba trabajo en el hogar de los niños. No está bien visto que se ayude a estas mujeres que han deshonrado a su familia, o que no se han comportado de acuerdo a las costumbres morales. Pero yo siento que el Señor me pide esto, no los seres humanos, así que, si no es bien aceptado, no me preocupa. Yo digo: Si las personas me dais permiso, muy bien. Pero si no me lo dais, da igual, yo tengo el permiso de Dios, y eso es lo único que me importa. No voy a dejar de ayudar a estas mujeres, pase lo que pase».
La historia de las niñas no es menos espeluznante. Samar creó el Hogar Lázaro para niñas, a imitación del orfanato para niños que habían creado sus padres. Allí viven niñas ilegítimas (no reconocidas), procedentes de divorcios (cuando los padres se casan por tercera vez, los niños anteriores no entran en el nuevo matrimonio), o abandonadas.
Las historias están llenas de dolor, como la de la última niña que ha entrado en el hogar. «Tiene tres años -explica- y fue encontrada por la policía abandonada en medio de la carretera, el pasado mes de noviembre. Habían abusado de ella, la habían maltratado. Es el ángel más bonito que he visto nunca, no se puede creer cómo hay gente que pueda hacer esto a los niños -dice Samar, emocionada-. Gracias a Dios fue salvada, pues podía haber sido asesinada, podía haber sido arrollada por un coche, si no fuera porque estaba en manos del Señor».
Respecto al Hogar Lázaro, Samar dice tener dos objetivos muy claros para las niñas: «El primero es la educación. Hay un dicho árabe que dice: Quien educa a una madre, educa a una nación. Creo que la educación es la llave para el futuro, y el hecho de que estas niñas hayan sido maltratadas, no significa que sean menos inteligentes. Tengo la esperanza de que la próxima Presidenta de Palestina sea una de estas niñas -dice muy seria-. El otro objetivo es que vivan en un hogar. No quiero crear para ellas una institución más. Ya hay suficiente tristeza en este mundo. Quiero crear un hogar, donde vivan en familia».
No son los cuentos de Las Mil y una Noches, pero la historia tiene lugar en Oriente, y desde luego que la realidad del amor y la voluntad movida por la fe supera con creces la ficción.
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La ONG Construyendo Puentes está en contacto directo con Samar Sahhar. Pueden encontrar más información en http://www.construyendopuentes.org , o en el teléfono: 915358442.