El Gobierno ha visto incrementarse desmesuradamente el número de extranjeros que van a morir al país alpino; el presidente de los médicos ingleses avisa sobre los riesgos del suicidio asistido
23 de julio de 2009.-Los fiscales de la región de Zurich (Suiza) han establecido normas más estrictas destinadas a frenar el creciente problema del ‘turismo del suicidio’. Se cifran en muchos los casos de los extranjeros que los últimos años viajan al país alpino para suicidarse.
(Forum Libertas / ACE) Suiza está empezando a observar como crece el comercio en su país del suicidio provocando la preocupación de funcionarios suizos que ven como su país se está viendo representado en el resto del mundo por la posibilidad de poder matarse a uno mismo en él.
A finales del año pasado, alrededor de 100 residentes en el Reino Unido se había suicidado con la ayuda del grupo suizo Dignitas, aunque numerosas personas de otros países también han utilizado los ‘servicios’ de esta empresa. Los fiscales suizos han informado que las nuevas normas propiciarán importantes restricciones en el proceso de obtención de ayudas de los grupos empresarios que cometen suicidios.
El nuevo reglamento llega después de que hace tres años los políticos reformaran la legislación existente sobre el tema para abordar el creciente problema. El ministro de Justicia, Christoph Blocar afirmó en junio de 2006 que “el gabinete ha llegado a la conclusión de que [la nueva legislación] no era necesaria”. Al mismo tiempo, el ministro admitía que se carecía de medios para vigilar la aplicación de la eutanasia en Dignitas y los otros grupos y lo justificaba explicando que se crearía demasiada “burocracia”.
El nuevo reglamento exigirá que los futuros ‘clientes’ vayan a una consejería habilitada para tal efecto para asesorarse a lo largo de un periodo que puede llegar a meses. El reglamento también pone límites a los profesionales que se encargan de hacer efectivo el suicidio y regula cómo debe ser la inspección del médico al ‘paciente’.
El actual ministro de Justicia, Markus Notter, dijo en la presentación de la nueva norma que “los viajes para suicidarse en Suiza no van a ser prohibidos, pero habrá controles más estrictos para los llamados ‘suicidios rápidos’ que realizan extranjeros”.
Voces disidentes desde la medicina
El presidente del Colegio Real de Médicos Generales de Gran Bretaña, Steve Field, ha escrito recientemente un artículo en The Guardian en el que opinaba que no creía que “el suicidio tenga cabida en el Reino Unido”.
“Si los médicos asumen la función adicional de acabar con la vida al mismo tiempo que se trata al paciente y se protege su vida, se socavaría nuestra credibilidad, la confianza entre el paciente y el médico, y afectaría negativamente a esa relación mutua”, afirmaba el experto.
Field dice entender “los argumentos a favor del suicidio asistido”, pero, añade “después de haber escuchado esos argumentos, creo que todos los pacientes merecen tener acceso a cuidados paliativos de alta calidad y que, si existen, no habría razones para el suicidio asistido”.
El presidente de los médicos ingleses reconoce que los actuales servicios de cuidados socio-sanitarios en Inglaterra “están mal preparados y desprevenidos para satisfacer plenamente las necesidades de la mayoría de las personas que se hallan al final de su vida”, aunque también cree que “el suicidio asistido no es la respuesta a los males de nuestro sistema de salud”. Field concluye afirmando que su preocupación es “que el Servicio Nacional de Salud vea incentivos para negar el tratamiento a personas que considere demasiado costosas”.
Dignitas: la falsa dignidad del suicidio
A propósito de la muerte del director de orquesta Edward Downes (en la fotografia de la derecha) y de su mujer, asistidos por la asociación Dignitas, Times Online ha recuperado un reportaje de su corresponsal en Zurich, Roger Boyes, en donde se descubren algunos particulares sobre el modo de operar de esta que algunos medios llaman, faltando a la exactitud, “clínica”.
La aparición de restos óseos en el lago de Zurich, en la llamada Costa Dorada, produjo el año pasado intranquilidad entre las autoridades y entre los acomodados vecinos de la zona. Aunque la policía no encontró evidencias para incriminar a nadie por estos restos, el Departamento de Recogida de Basuras, Agua y Energía envió a Dignitas una comunicación previniéndole de que el exceso de desechos provenientes de cadáveres humanos podría contravenir la normativa ambiental de la región. “Las encuestas de opinión suelen mostrar que el 60% o más de los ciudadanos suizos aprueban el suicidio asistido para los que sufren enfermedades terminales o serios impedimentos, pero la aprobación se disuelve rápidamente si aquél se realiza frente a sus casas”, concluye Boyes.
Soraya Wernli (en la fotografia de la derecha), antigua secretaria general de Dignitas que renunció por razones éticas y económicas, calcula que en los últimos años han ido a parar al lago los restos de cerca de 300 clientes de la organización. El reportaje de Times Online explica que, tras la muerte asistida, la policía y un médico se personan en el lugar para retirar el vídeo que obligatoriamente debe hacerse de los momentos finales del fallecido, para confirmar que ha procedido por propia voluntad; simultáneamente, una ambulancia retira el cuerpo y lo traslada al Instituto Forense de Zurich y de seguidas al lugar donde se procede a la cremación. “Son los restos que no reclaman ni la familia ni los amigos los que se cree que Dignitas tira”, precisa el artículo.
Dura agonía
Según el texto, el suicidio asistido no es tan sereno como parece. El año pasado Dignitas tuvo dificultades para conseguir las dosis de 15 gramos de pentobarbital de sodio que administraba a sus clientes para lograr una muerte rápida, y recurrió en consecuencia a inhalaciones de helio. Al examinar los vídeos de los fallecidos por este sistema, la policía y la fiscalía suiza quedaron impresionadas por la agonía que se prolongaba cerca de una hora entre estertores y espasmos de los pacientes.
Por otro lado, y aunque la ley suiza exige que quien decide recurrir al suicidio asistido debe haber sido visitado al menos en un par de ocasiones por un médico, Wernli revela que no siempre las cosas funcionan así. “Algunos extranjeros –alemanes e ingleses– podrían haber llegado a Zurich en la mañana, haber sido llevados ante el médico y a media tarde estar ya muertos”, relata la ex directiva de Dignitas. Junto a esto, el caso del joven Daniel James, un jugador de rugby de 23 años que quedó paralizado tras un accidente, introdujo el precedente de poner el suicidio asistido a disposición de enfermos no terminales.
Un “nuevo Caronte”
La figura de Ludwig Minelli (en la fotografia el primero por la derecha), director de Dignitas, despierta muchas suspicacias a las que se refiere el reportaje de Times Online. Al contrario de lo que pudiera creerse, Minelli no es médico, sino un periodista y abogado retirado, de 75 años, que dice no tener fines de lucro, aunque admite llevar la organización con la firmeza de un “dictador benigno”.
No todos afirman el desinterés del trabajo de Minelli: Gerhard Fischer, del Partido Evangélico (una influyente fuerza política de la Suiza germanoparlante), ha declarado que “esto se ha salido de control. Soy granjero y para inyectar a un becerro debo hacer primero un curso, y sin embargo no se pide nada para mandar a un ser humano a la muerte. Se ha convertido todo en un negocio”.
Boyes sostiene que la experiencia de Minelli como periodista le ha servido para neutralizar la atención de los medios indeseados —y así, por ejemplo, sólo concede entrevistas cuando está seguro de que no averiguarán más de la cuenta—, pero que es sobre todo su destreza como abogado la que le ha servido para vadear los obstáculos legales y dar siempre una apariencia de respetar las normas.
Lo cierto, sin embargo, es que Dignitas no publica cifras desde 2004, aduciendo el respeto a la privacidad de sus clientes y el derecho que tienen a decidir sobre su propia muerte. Wernli ha acusado a Minelli de cobrar a cada suicida 3.500 euros, cifra que representa una notable ganancia respecto de los 5 euros que cuesta la dosis de pentobarbital. Sin embargo, el reportaje de Boyes parece concederle su falta de interés por enriquecerse, y aventura la tesis de que “la reticencia de Minelli a ser transparente con el dinero derive probablemente de su deseo de controlarlo todo”. Boyes llama en su apoyo el testimonio de un médico suizo que no identifica: “Este hombre no está por el dinero: se trata, en cambio, de tener poder sobre la vida y la muerte. Es como el mítico barquero de la laguna Estigia, transportando a las personas a la otra orilla. ¿Y con qué se le pagaba a aquel barquero? Sólo con una moneda”.
El reportaje de Times puede verse en: http://www.timesonline.co.uk/tol/life_and_style/health/article5006805.ece
La aparición de restos óseos en el lago de Zurich, en la llamada Costa Dorada, produjo el año pasado intranquilidad entre las autoridades y entre los acomodados vecinos de la zona. Aunque la policía no encontró evidencias para incriminar a nadie por estos restos, el Departamento de Recogida de Basuras, Agua y Energía envió a Dignitas una comunicación previniéndole de que el exceso de desechos provenientes de cadáveres humanos podría contravenir la normativa ambiental de la región. “Las encuestas de opinión suelen mostrar que el 60% o más de los ciudadanos suizos aprueban el suicidio asistido para los que sufren enfermedades terminales o serios impedimentos, pero la aprobación se disuelve rápidamente si aquél se realiza frente a sus casas”, concluye Boyes.
Soraya Wernli (en la fotografia de la derecha), antigua secretaria general de Dignitas que renunció por razones éticas y económicas, calcula que en los últimos años han ido a parar al lago los restos de cerca de 300 clientes de la organización. El reportaje de Times Online explica que, tras la muerte asistida, la policía y un médico se personan en el lugar para retirar el vídeo que obligatoriamente debe hacerse de los momentos finales del fallecido, para confirmar que ha procedido por propia voluntad; simultáneamente, una ambulancia retira el cuerpo y lo traslada al Instituto Forense de Zurich y de seguidas al lugar donde se procede a la cremación. “Son los restos que no reclaman ni la familia ni los amigos los que se cree que Dignitas tira”, precisa el artículo.
Dura agonía
Según el texto, el suicidio asistido no es tan sereno como parece. El año pasado Dignitas tuvo dificultades para conseguir las dosis de 15 gramos de pentobarbital de sodio que administraba a sus clientes para lograr una muerte rápida, y recurrió en consecuencia a inhalaciones de helio. Al examinar los vídeos de los fallecidos por este sistema, la policía y la fiscalía suiza quedaron impresionadas por la agonía que se prolongaba cerca de una hora entre estertores y espasmos de los pacientes.
Por otro lado, y aunque la ley suiza exige que quien decide recurrir al suicidio asistido debe haber sido visitado al menos en un par de ocasiones por un médico, Wernli revela que no siempre las cosas funcionan así. “Algunos extranjeros –alemanes e ingleses– podrían haber llegado a Zurich en la mañana, haber sido llevados ante el médico y a media tarde estar ya muertos”, relata la ex directiva de Dignitas. Junto a esto, el caso del joven Daniel James, un jugador de rugby de 23 años que quedó paralizado tras un accidente, introdujo el precedente de poner el suicidio asistido a disposición de enfermos no terminales.
Un “nuevo Caronte”
La figura de Ludwig Minelli (en la fotografia el primero por la derecha), director de Dignitas, despierta muchas suspicacias a las que se refiere el reportaje de Times Online. Al contrario de lo que pudiera creerse, Minelli no es médico, sino un periodista y abogado retirado, de 75 años, que dice no tener fines de lucro, aunque admite llevar la organización con la firmeza de un “dictador benigno”.
No todos afirman el desinterés del trabajo de Minelli: Gerhard Fischer, del Partido Evangélico (una influyente fuerza política de la Suiza germanoparlante), ha declarado que “esto se ha salido de control. Soy granjero y para inyectar a un becerro debo hacer primero un curso, y sin embargo no se pide nada para mandar a un ser humano a la muerte. Se ha convertido todo en un negocio”.
Boyes sostiene que la experiencia de Minelli como periodista le ha servido para neutralizar la atención de los medios indeseados —y así, por ejemplo, sólo concede entrevistas cuando está seguro de que no averiguarán más de la cuenta—, pero que es sobre todo su destreza como abogado la que le ha servido para vadear los obstáculos legales y dar siempre una apariencia de respetar las normas.
Lo cierto, sin embargo, es que Dignitas no publica cifras desde 2004, aduciendo el respeto a la privacidad de sus clientes y el derecho que tienen a decidir sobre su propia muerte. Wernli ha acusado a Minelli de cobrar a cada suicida 3.500 euros, cifra que representa una notable ganancia respecto de los 5 euros que cuesta la dosis de pentobarbital. Sin embargo, el reportaje de Boyes parece concederle su falta de interés por enriquecerse, y aventura la tesis de que “la reticencia de Minelli a ser transparente con el dinero derive probablemente de su deseo de controlarlo todo”. Boyes llama en su apoyo el testimonio de un médico suizo que no identifica: “Este hombre no está por el dinero: se trata, en cambio, de tener poder sobre la vida y la muerte. Es como el mítico barquero de la laguna Estigia, transportando a las personas a la otra orilla. ¿Y con qué se le pagaba a aquel barquero? Sólo con una moneda”.
El reportaje de Times puede verse en: http://www.timesonline.co.uk/tol/life_and_style/health/article5006805.ece