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jueves, 29 de agosto de 2024

Palabra de Vida 29/8/2024: «Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan Bautista» / Por P. Jesús Higueras


Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 29 de agosto de 2024, jueves de la 21ª semana de Tiempo Ordinario, Martirio de San Juan Bautista, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.

Evangelio: San Marcos 6, 17-29:

En aquel tiempo, Herodes había mandado prender a Juan y lo había metido en la cárcel encadenado.

El motivo era que Herodes se había casado con Herodías, mujer de su hermano Filipo, y Juan le decía que no le era lícito tener a la mujer de su hermano.

Herodías aborrecía a Juan y quería matarlo, pero no podía, porque Herodes respetaba a Juan, sabiendo que era un hombre justo y santo, y lo defendía. Al escucharlo quedaba muy perplejo, aunque lo oía con gusto.

La ocasión llegó cuando Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey le dijo a la joven:

«Pídeme lo que quieras, que te lo daré».

Y le juró:

«Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino».

Ella salió a preguntarle a su madre:

«¿Qué le pido?».

La madre le contestó:

«La cabeza de Juan el Bautista».

Entró ella enseguida, a toda prisa, se acercó al rey y le pidió:

«Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan el Bautista».

El rey se puso muy triste; pero por el juramento y los convidados no quiso desairarla. Enseguida le mandó a uno de su guardia que trajese la cabeza de Juan.

Fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una bandeja y se la entregó a la joven; la joven se la entregó a su madre.

Al enterarse sus discípulos fueron a recoger el cadáver y lo pusieron en un sepulcro.

Adoración Eucarística con el P. Heliodoro Mira en la Basílica de la Concepción de Madrid, 29-8-2024

29 de agosto de 2024.- (Camino Católico) Adoración al Santísimo Sacramento con el P. Heliodoro Mira, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.


«No podéis servir a Dios y al dinero» / Por P. Carlos García Malo

 


miércoles, 28 de agosto de 2024

Papa Francisco en la Audiencia, 28-8-2024: «Repeler a los migrantes, a conciencia y con responsabilidad, es un pecado grave porque el Señor está con ellos»


* «Dios no permanece a distancia, no, comparte el drama de los emigrantes, Dios está con ellos, con los migrantes, sufre con ellos, con los migrantes, llora y espera con ellos, con los migrantes. Nos hará bien, hoy, pensar: El Señor está con nuestros migrantes en el mare nostrum, el Señor está con ellos, no con los que les rechazan»


Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa ha hecho en nuestro idioma

 * «Y quisiera reconocer y alabar los esfuerzos de tantos buenos samaritanos, que hacen todo lo posible por rescatar y salvar a los migrantes heridos y abandonados en las rutas de la esperanza desesperada, en los cinco continentes. Estos hombres y mujeres valientes son signo de una humanidad que no se deja contagiar por la malvada cultura de la indiferencia y el descarte: lo que mata a los migrantes es nuestra indiferencia y esa actitud de descartar. Unamos nuestros corazones y nuestras fuerzas, para que los mares y los desiertos no sean cementerios, sino espacios donde Dios pueda abrir caminos de libertad y fraternidad»

28 de agosto de 2024.- (Camino Católico)  Mar y desierto. Dos escenarios que se han convertido en fatales para muchos migrantes obligados a cruzarlos porque huyen de las guerras, la pobreza y la desesperación, en busca de seguridad y estabilidad. Sobre este «drama», este «dolor», se ha detenidoel Papa esta mañana durante la Audiencia General celebrada en la Plaza de San Pedro, en su reflexión y renovando un llamamiento que, de alguna manera, crea una pausa en el ciclo habitual de las catequesis semanales. Además, la actualidad presenta dramas cada vez más graves que podrían evitarse, señala Francisco: es un «pecado grave», advirtió, rechazar sistemáticamente a los migrantes por cualquier medio.


También, como de costumbre, finalizó la Audiencia General orando por la paz en el mundo, especialmente en Palestina, Israel, Ucrania y Myanmar. “Que el señor les dé el don de la paz”, concluyó el Santo Padre. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:



PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro

Miércoles, 28 de agosto de 2024

Catequesis. Mar y desierto


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!


Hoy, pospongo la catequesis habitual y quisiera detenerme con vosotros para pensar en las personas que – también en este momento – están atravesando mares y desiertos para llegar a una tierra donde puedan vivir en paz y seguridad.


Mar y desierto: estas dos palabras vuelven a aparecer en muchos testimonios que recibo, tanto de migrantes, como de personas que se comprometen a rescatarlos. Y cuando digo «mar», en el contexto de migración, también me refiero al océano, lago, río, todas las masas de agua traicioneras que tantos hermanos y hermanas de cualquier parte del mundo se ven obligados a cruzar para llegar a su destino. Y «desierto» no es solo el de arena y dunas, o el rocoso, sino también todos aquellos territorios inaccesibles y peligrosos como bosques, selvas, estepas, donde los migrantes caminan solos, abandonados a su suerte. Migrantes, mar y desierto. Las rutas migratorias actuales a menudo están marcadas por travesías de mares y desiertos, que, para muchas, demasiadas personas, - ¡demasiadas! -  son mortales. Por eso quiero detenerme en este drama, en este dolor. Algunas de estas rutas las conocemos mejor, porque suelen estar a menudo bajo los reflectores; otras, la mayoría, son poco conocidas, pero no por ello menos transitadas.


Del Mediterráneo he hablado muchas veces, porque soy Obispo de Roma y porque es emblemático: el mare nostrum, lugar de comunicación entre pueblos y civilizaciones, se ha convertido en un cementerio. Y la tragedia es que muchos, la mayoría de estos muertos, podrían haberse salvado. Hay que decirlo claramente: hay quienes trabajan sistemáticamente por todos los medios para repeler a los migrantes – para repeler a los migrantes. Y esto, cuando se hace con conciencia y con responsabilidad, es un pecado grave. No olvidemos lo que dice la Biblia: «No maltratarás ni oprimirás al emigrante» (Ex 22,20). El huérfano, la viuda y el forastero son los pobres por excelencia a los que Dios siempre defiende y pide defender.


También algunos desiertos, por desgracia, se convierten en cementerios de migrantes. A menudo, tampoco aquí se trata de muertes “naturales”. No. A veces los llevan al desierto y los abandonan allí. Todos conocemos la foto de la mujer y de la hija de Pato, muertas de hambre y de sed en el desierto. En la era de los satélites y de los drones, hay hombres, mujeres y niños migrantes que nadie debe ver: les esconden. Solo Dios los ve y escucha su clamor. Y esta es una crueldad de nuestra civilización.


De hecho, el mar y el desierto son también lugares bíblicos cargados de valor simbólico. Son escenarios muy importantes en la historia del éxodo, la gran migración del pueblo guiada por Dios a través de Moisés desde Egipto hasta la Tierra Prometida. Estos lugares son testigos del drama del pueblo que huye de la opresión y la esclavitud. Son lugares de sufrimiento, de miedo, de desesperación, pero al mismo tiempo son lugares de paso hacia la liberación, – y cuánta gente pasa por los mares y los desiertos para liberarse, hoy – son lugares de paso hacia la redención, hacia la libertad y el cumplimiento de las promesas de Dios (cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2024).


Hay un salmo que, dirigiéndose al Señor, dice: «Tú te abriste camino por las aguas, | un vado por las aguas caudalosas, | y no quedaba rastro de tus huellas» (77,20). Y otro canta así: «Guio por el desierto a su pueblo: | porque es eterna su misericordia» (136,16). Estas palabras santas nos dicen que, para acompañar al pueblo en el camino de la libertad, Dios mismo atraviesa el mar y el desierto; Dios no permanece a distancia, no, comparte el drama de los emigrantes, Dios está con ellos, con los migrantes, sufre con ellos, con los migrantes, llora y espera con ellos, con los migrantes. Nos hará bien, hoy, pensar: El Señor está con nuestros migrantes en el mare nostrum, el Señor está con ellos, no con los que les rechazan.


Hermanos y hermanas, en una cosa podremos estar todos de acuerdo: en esos mares y desiertos mortíferos, los migrantes de hoy no deberían estar – y están, desafortunadamente. Pero no es mediante leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no es mediante rechazos como lo conseguiremos. Por el contrario, lo conseguiremos ampliando las rutas de acceso seguras y las vías de acceso legales para los migrantes, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, de la violencia, de la persecución y de tantas calamidades; lo conseguiremos fomentando por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Y aunando esfuerzos para combatir el tráfico de seres humanos, para detener a los traficantes criminales que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena.


Queridos hermanos y hermanas, pensad en tantas tragedias de migrantes: Cuántos mueren en el Mediterráneo. Pensad en Lampedusa, en Crotone… Cuántas cosas feas y tristes. Y quisiera concluir reconociendo y alabando los esfuerzos de tantos buenos samaritanos, que hacen todo lo posible por rescatar y salvar a los migrantes heridos y abandonados en las rutas de la esperanza desesperada, en los cinco continentes. Estos hombres y mujeres valientes son signo de una humanidad que no se deja contagiar por la malvada cultura de la indiferencia y el descarte: lo que mata a los migrantes es nuestra indiferencia y esa actitud de descartar.  Y quienes no pueden estar como ellos «en primera línea», - pienso en tantos buenos que están ahí en primera línea, como Mediterranea Saving Humans y tantas otras asociaciones - no están excluidos de esta lucha por la civilización: nosotros no podemos estar en primera línea, pero no estamos excluidos; hay muchas formas de contribuir, ante todo la oración. Y os pregunto a vosotros: ¿Vosotros rezáis por los migrantes, por los que vienen en nuestras tierras para salvar la vida? Y “vosotros” queréis echarles.


Queridos hermanos y hermanas, unamos nuestros corazones y nuestras fuerzas, para que los mares y los desiertos no sean cementerios, sino espacios donde Dios pueda abrir caminos de libertad y fraternidad.



Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:


Queridos hermanos y hermanas:


Hoy he querido hacer un paréntesis en nuestro ciclo de catequesis habitual para que podamos reflexionar sobre la realidad de tantas personas que tienen que dejar su tierra buscando un lugar donde poder vivir en paz y con mayor seguridad. En los testimonios de migrantes que he escuchado se repiten con frecuencia las palabras “mar” y “desierto”. Lamentablemente, los mares y los desiertos de las rutas migratorias son lugares donde mueren muchas personas y, por eso, —como dije en otras ocasiones— se han convertido en cementerios. 


También en la Biblia el mar y el desierto son lugares de sufrimiento, de miedo, de desesperación; pero, al mismo tiempo, son pasajes que el pueblo debe atravesar para alcanzar la libertad y el cumplimiento de las promesas de Dios. Por eso, unamos nuestras fuerzas para que estos lugares sean “de paso” —sean siempre de paso— para los migrantes, es decir, que sean vías de acceso seguras, donde se combata la trata de personas y se construya un futuro de esperanza para toda la humanidad.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Señor por tantas personas que se ven obligadas a dejar sus hogares en busca de un porvenir, y por quienes los reciben y acompañan, devolviéndoles la esperanza y abriendo nuevos caminos de libertad y fraternidad. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa, Consuelo de los migrantes, los cuide. Muchas gracias.



En otras lenguas el Santo Padre ha manifestado:

Y pensemos en los países en guerra, en tantos países en guerra. Pensemos en Palestina, en Israel, en la atormentada Ucrania, pensemos en Myanmar, en Kivu del Norte. Tantos países en guerra. Que el Señor les conceda el don de la paz.

Por último, mi pensamiento se dirige a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los recién casados. A imitación de san Agustín, cuya memoria litúrgica celebramos hoy, tened sed de la verdadera sabiduría y buscad incesantemente al Señor, fuente viva del amor eterno.

¡Para todos mi bendición!

Francisco

Fotos: Vatican Media, 28-8-2024

Henar Zamora, profesora de Filología Clásica en la Universidad de Valladolid, desconfiaba de la Iglesia, estaba atrapada en la Nueva Era: leer a San Agustín le abrió los ojos

 


* «Comencé a asistir a un curso de control mental sin mucho interés, pero del que pronto penetraron en mi mente y en mi corazón, con toda su potencia engañosa, aquellas palabras sobre el potencial que tenemos dentro y sus posibilidades para curarnos, para no enfermar y para conseguir, sin límites, lo que deseamos para nosotros y nuestros seres queridos. Puedo decir que ese fue el momento en que, sin ser consciente de ello, quedaba atrapada por la red sutil de la llamada “Nueva Era”: no cabe duda de que yo era Eva tomando los frutos del Árbol Prohibido y ofreciéndolos a su esposo. En efecto, acabábamos de descubrir que podíamos ser como Dios y que la Iglesia siempre había querido ocultar esta capacidad para que el hombre no la descubriera y poder perpetuar el dominio sobre él. Cuando ahora reflexiono sobre los pasos que íbamos dando, no puedo evitar sentir vértigo por el peligroso camino en el que nos fuimos adentrando»


* «Desde que comenzó nuestra vuelta a la Iglesia en aquel verano de 2013, es como si se hubiera desatado una “sed insaciable” de Dios, por así decirlo; solo deseaba formarme, oír hablar de Cristo, de la Virgen, de la Iglesia, para poder amarlos incondicionalmente con fundamento y purificarme y protegerme, a mí y a mi familia, de tantas desviaciones y falsedades que había admitido y que continúan en el ambiente de nuestra sociedad»

Camino Católico.-    El curso 2017-2018 fue muy especial para Henar Zamora, profesora de Filología Clásica en la Universidad de Valladolid. El ingreso de su hijo Bernardo en el noviciado de los Dominicos en Sevilla, recién terminada la carrera de Físicas, le parece como el primer regalo de lo que ella llama “la vuelta a la Casa del Padre”, después de muchos años de alejamiento, de búsqueda y de vagar “por un camino estrecho y arriesgado, junto a un barranco, pensando que lo hacía por una explanada amplia y segura”. Henar Zamora explica su testimonio a Nati Fernandez en una entrevista en la web del arzobispado de Valladolid. 

– Hablas de alejamiento, y sin embargo nunca llegaste a abandonar la Iglesia ni la fe.

– No, nunca terminé de salir del todo, pero sí me alejé, y mucho, permitiendo que la tibieza y el relativismo se fueran apoderando de mi pensamiento (y mi corazón), que se volvía así cada vez más débil y expuesto a “novedades” espirituales y reinterpretaciones del cristianismo que prometían liberarme del lastre heredado y llevar una vida libre de prejuicios, en plenitud de felicidad, bienestar y éxito. Pero el alejamiento de la Verdad no produce conformidad en el corazón (cuánta razón tenía San Agustín cuando decía en sus Confesiones aquello de “nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”). Yo experimenté con vehemencia esa inquietud, sintiéndola sobre todo como desacuerdo más o menos velado con la vida, con los que me rodeaban, con la sociedad; al principio me llevó a extraviarme aún más, pero más tarde, gracias precisamente a ese libro de San Agustín, comenzó mi regreso.


– ¿Fue quizás la falta de formación la que propició esa deriva?

– No, pienso que más bien fue el miedo al compromiso de vivir la fe cristiana en comunidad y un progresivo alejamiento de la oración y los sacramentos. Porque lo cierto es que tuve el regalo de nacer en una familia cristiana católica, con unos padres creyentes sinceros y practicantes; mi madre, que era una maestra muy vocacional, desde pequeños nos inculcó respeto por la Iglesia y amor a Cristo y a la Virgen. Nos enseñó a rezar, historia sagrada y nos daba catequesis “doméstica” con la que complementábamos la que recibíamos en la parroquia para la preparación de nuestra Primera Comunión y la Confirmación. Después estudié en un colegio religioso, las Jesuitinas de Valladolid, que no solo contribuyeron a fortalecer mi formación en la fe católica, sino que a una de ellas, la madre Ángeles, le debo la vocación a la Filología Clásica y una profunda huella por su ejemplo de entereza y esperanza en medio de la enfermedad.

Y lo mismo ocurrió durante la adolescencia, con la pastoral activa de un grupo de sacerdotes jóvenes claretianos en mi parroquia del Sagrado Corazón de María; e incluso después, en la Universidad, donde conocí a mi esposo en unos grupos que organizó Jaime Brufau Prats, catedrático de Filosofía del Derecho recién venido a Valladolid, que era sacerdote y que veía la necesidad de que se conocieran chicos y chicas universitarios en un ambiente de buena formación. Él mismo nos casó después, y ya llevamos 31 años de matrimonio en los que hemos tenido cuatro hijos, somos abuelos de un primer nieto y estamos a la espera del segundo.

El problema comenzó durante nuestro noviazgo, ya que, a pesar de que nos embarcamos en la búsqueda de una vida más profunda –sentíamos que había mucha superficialidad en lo que la sociedad nos ofertaba-, tampoco teníamos muy claro lo que queríamos, y la seducción de una libertad mal entendida, que era lo que se abanderaba en el ambiente a finales de los setenta, nos fue presentando la pertenencia a la Iglesia como una limitación; y, por supuesto, quienes se mostraban como ejemplo evidente de ello eran aquellos de los que en secreta denuncia se decía: “mira, son del Opus Dei”; y a los que nosotros, efectivamente, mirábamos con compasión, porque no gozaban de la gran “libertad” de la que nosotros disfrutábamos.


La idea de que rezábamos e íbamos a Misa por una inercia adquirida y que eso no era “sincero” fue apoderándose de mí, y no digamos la práctica de la confesión, que era cosa “de otros tiempos”. De este modo, fui “liberándome” de estas obligaciones y sugiriendo lo mismo a mi esposo, argumentando que debíamos hacerlo solo cuando lo “sintiéramos” de verdad.

– ¿Y dónde encontraste el camino de vuelta y las fuerzas para emprenderlo?

Eso aún tardaría en llegar. Todavía faltaban, en ese camino desviado en que nos habíamos metido, dos experiencias demoledoras para mi fe. La primera fue un ciclo de conferencias impartidas por un sacerdote catedrático de filología neotestamentaria  (el tema del Nuevo Testamento me interesaba mucho como filóloga griega; para entonces ya era profesora en el Departamento de Filología Clásica de la Universidad de Valladolid). El ponente, con un discurso constante de reprobación y crítica negativa a la tradición de la Iglesia, a la doctrina, a la jerarquía, basando lo que afirmaba en que todo habían sido interpretaciones erróneas de los textos originales griegos, los cuales mostraba manejar con amplio conocimiento y soltura, me iba convenciendo en cada sesión de que lo que hasta ahora había aprendido en mi familia, en el colegio o en la parroquia había sido todo doctrina errónea, transmitida por personas sin ninguna capacidad crítica, que ahora era desenmascarada gracias al estudio filológico de buenos especialistas como el que me estaba “abriendo los ojos”.

La repercusión fue inmediata. Pasé a tener por principal tema de conversación con mi esposo “el engaño” en el que habíamos estado hasta ahora, y esto inevitablemente conllevaba cierto resentimiento hacia quienes se habían encargado de nuestra formación. La Iglesia católica pasó a ser sospechosa, y nuestro alejamiento de ella quedaba justificado desde las altas instancias de la ciencia filológica.


La segunda fue un curso de control mental, al que comencé a asistir sin mucho interés, pero del que pronto penetraron en mi mente y en mi corazón, con toda su potencia engañosa, aquellas palabras sobre el potencial que tenemos dentro y sus posibilidades para curarnos, para no enfermar y para conseguir, sin límites, lo que deseamos para nosotros y nuestros seres queridos. Puedo decir que ese fue el momento en que, sin ser consciente de ello, quedaba atrapada por la red sutil de la llamada “Nueva Era”: no cabe duda de que yo era Eva tomando los frutos del Árbol Prohibido y ofreciéndolos a su esposo. En efecto, acabábamos de descubrir que podíamos ser como Dios y que la Iglesia siempre había querido ocultar esta capacidad para que el hombre no la descubriera y poder perpetuar el dominio sobre él. Cuando ahora reflexiono sobre los pasos que íbamos dando, no puedo evitar sentir vértigo por el peligroso camino en el que nos fuimos adentrando.

– Antes has comentado que las Confesiones de San Agustín tuvieron una influencia decisiva en el cambio de rumbo. ¿Cómo las descubriste?

– Yo creo que el secreto está en que Cristo y la Virgen nunca nos dejaron solos. Entre nuestros amigos, había dos matrimonios, Manolo y Sonsoles, y Felisa y Mariano, en los que encontrábamos algo especial, atractivo, sin duda relacionado con el hecho de que ambos “eran creyentes” con una coherencia que no nos dejaba indiferentes. A pesar de lo errático de nuestro caminar en ese laberinto de espiritualidades de la “Nueva Era”, cuando nos relacionábamos con estos amigos, nos encontrábamos como si no nos hubiéramos alejado nunca de la Iglesia, con una sintonía solo posible porque Dios cuidaba la semilla de nuestra formación católica.


Y, así, ese vínculo con la Iglesia, que nunca llegó a romperse, comenzó a tirar de mí. Empezó a atraerme la lectura de la vida de algún santo; las
Confesiones de san Agustín frecuentaban mi mesa de trabajo y leía todos los días algunas hojas. Recuerdo con especial fuerza el momento en que el santo describe lo absurdo de haber aceptado el maniqueísmo frente a la verdad evangélica. Por unos momentos cerré el libro y sentí de forma muy inquietante la pregunta de si a mí no me estaría pasando como a él.

La lectura de la biografía de Edith Stein, santa Teresa Benedicta de la Cruz, que no sé por qué compré sin dudarlo al verla casualmente en un escaparate, fue también un aldabonazo para empezar a salir de la confusión espiritual en la que estaba. La filósofa judía agnóstica que se convierte al catolicismo tras leer toda una noche el libro de La Vida de santa Teresa, es un referente que me acompaña desde entonces.

Y otros mensajeros me iba enviando el Señor. Un buen día, en octubre o noviembre de 2012, empecé a oír Radio María (alguien me lo había aconsejado unos meses antes, pero lo había olvidado), al principio a escondidas, a las 8 de la mañana, momento en que el obispo de San Sebastián, Monseñor Ignacio Munilla, explicaba el catecismo de la Iglesia católica. Me quedé gratamente interesada por lo que allí se decía, de manera que poco a poco la fuimos escuchando todos los de casa, ya sin cerrar las ventanas con precaución.


Fue entonces cuando volvieron a aparecer una vez más en nuestras vidas esos dos matrimonios que conocíamos desde hace tantos años, pero cuyo encuentro en esta ocasión resultó especial. Con Manolo y Sonsoles nos reunimos en el verano de 2013 en una cena íntima y preciosa en la que la conversación se mantuvo durante varias horas y todo giró en torno a la necesidad que mi esposo y yo sentíamos de volver a la Iglesia, de vivir la fe como ellos. Y, poco tiempo después, el veintitantos de septiembre, otra “casualidad” preparada por Dios me hizo coincidir con Felisa (llevábamos años sin vernos) a la salida de la Casa del Estudiante. Allí, de pie, en la calle, mantuvimos una larga conversación, que recuerdo con todos sus detalles porque fue el comienzo de mi recorrido para llegar a ser del Opus Dei, y que me impactó por ser un testimonio de vida cristiana coherente y por la valentía de su comportamiento profesional como médico de familia.

Desde que comenzó nuestra vuelta a la Iglesia en aquel verano de 2013, es como si se hubiera desatado una “sed insaciable” de Dios, por así decirlo; solo deseaba formarme, oír hablar de Cristo, de la Virgen, de la Iglesia, para poder amarlos incondicionalmente con fundamento y purificarme y protegerme (a mí y a mi familia) de tantas desviaciones y falsedades que había admitido y que continúan en el ambiente de nuestra sociedad.

En septiembre de 2015, Felisa me sugirió la posibilidad de “ser supernumeraria como ella”, aquello me provocó un vuelco en el corazón, pues debo reconocer que hasta ese momento no me había atrevido a plantear esa decisión a mí misma con claridad. Hablaba con mi esposo, quien veía natural el camino que estaba siguiendo y me animaba a culminarlo. Ya solo había una cosa: “Con qué cara me presentaba yo ahora siendo del Opus Dei”, “qué dirían de mí en la Facultad, incluso en la familia, donde no todos iban a comprender esta decisión…”. Pero estos prejuicios se fueron disolviendo, y el 11 de diciembre di el paso y pedí la Admisión como Supernumeraria del Opus Dei. Si alguna duda o miedo quedaba, desaparecieron del todo. Siento plena seguridad de que estoy en el sitio en que debo estar y una gran paz, alegría y gratitud por ello.

A Vincent la muerte de su padre le alejó de Dios, se «refugió» en la droga y el alcohol, pero encontró una grabación en la que su papá decía: «Sé un hijo en quien vive Jesús»

 


* «Papá me había hablado muchas veces de religión. Decidí ir a ver a un sacerdote para hablar con él. Le confié todo lo que guardaba en mi corazón, todo aquello que lamentaba. Al final, en nombre de Jesús, me perdonó todo. Me sentí como liberado… Comprendí que la única persona -no la droga y el alcohol- que podía llenar mi corazón era Jesús. Cogí la poca droga que me quedaba en la habitación, me fui a la calle y busqué una alcantarilla. Dije en mi corazón: «Señor, hago esto por Ti». Y lo tiré. Luego fui a ver a mis amigos para poner fin a unas relaciones nefastas que me estaban hundiendo. Fue así como, de un día para otro, dejé la droga»

Camino Católico.- Vincent nació en una familia católica practicante: iban a misa los domingos y a diario procuraban rezar juntos por la noche. Hasta que algo vino a turbar esa paz familiar y la propia fe del joven.

El adiós y el regreso de papá

«Cuando tenía 14 años perdí a mi padre por un cáncer. En ese momento me rebelé. Dios es quien da la vida y quien la quita. Entonces, ¿por qué yo? ¿Por qué mi padre? ¿Por qué ahora? ¿Qué he hecho para merecer esto?», se torturaba pensando.

Ese rechazo provocó que cada vez le costase más rezar: «Pero cuanto menos rezaba, más vacío sentía mi corazón. Y entonces, para colmar ese vacío, me drogaba y bebía alcohol, porque era la única solución que veía».

Sabía que hacía mal, pero «había perdido la esperanza«, confiesa a Découvrir Dieu: «Me hallaba en el fondo de un pozo. Intentaba huir de una realidad que no comprendía, y en situaciones como esa uno sigue dentro de la droga porque no ve salida posible ni imaginable».

Un día, cuando tenía 16 años, trasteando entre cosas viejas de la casa encontró en un mueble una vieja grabadora: «Antes de su segunda operación, papá había grabado en ella sus últimas voluntades para el caso de que saliese mal. Esa grabación se dirigía a mí: «Vincent, lo único, lo más importante para mí, es que sigas siendo un hijo de la Luz» (cf Lc 16, 8), es decir, un hijo en quien vive Jesús. En ese momento sentí una gran culpabilidad, porque yo estaba muy lejos de ser un amigo de Jesús, dado que me drogaba y bebía».

Yo te absuelvo de tus pecados…

La semilla sembrada por quien le hablaba ahora desde el otro mundo seguía plantada en el corazón de Vincent, así que sabía lo que tenía que hacer: «Papá me había hablado muchas veces de religión. Decidí ir a ver a un sacerdote para hablar con él. Le confié todo lo que guardaba en mi corazón, todo aquello que lamentaba. Al final, en nombre de Jesús, me perdonó todo».

«Me sentí como liberado», recuerda Vincent, quien aún recibió un buen consejo de quien acababa de absolver sus pecados: «Vincent, ahora tienes que saber que Dios está presente y Dios te ama, pero tienes que luchar”.

Salió del templo dispuesto a hacerlo: «Comprendí que la única persona -no la droga y el alcohol- que podía llenar mi corazón era Jesús. Cogí la poca droga que me quedaba en la habitación, me fui a la calle y busqué una alcantarilla. Dije en mi corazón: «Señor, hago esto por Ti». Y lo tiré. Luego fui a ver a mis amigos para poner fin a unas relaciones nefastas que me estaban hundiendo. Fue así como, de un día para otro, dejé la droga».

No muchos años después, Vincent conoció en la parroquia a una estudiante que le invitó a una reunión de jóvenes cristianos.

Un versículo y un anuncio

Una vez allí, llegó el momento de una vigilia de Adoración, y en las escaleras que subían hasta el lugar del encuentro había unas cestas llenas de unas tarjetas con frases de la Biblia. Cogió la suya: «Cuando empecé a rezar, leí la frase y era de la Epístola a los Romanos, capítulo 12, versículo 18: «En la medida de lo posible y en lo que dependa de vosotros, manteneos en paz con todo el mundo». Pensé en aquellos viejos amigos con quienes me drogaba y en mi corazón me planteé una pregunta: «Señor, ¿qué quieres que haga?»»

En ese momento, una señora tomó el micrófono y dijo: «Entre estos dos mil jóvenes hay uno de unos veinte años que, ante el Santísimo Sacramento, se está preguntando qué hacer. Y Jesús simplemente le dice: «Quiero quedarme contigo»»

Vincent se sintió abrumado: «Comprendí que esas palabras estaban inspiradas por Dios y que Dios, a través de esa señora, se dirigía a mí para unirse a lo que yo había vivido, a mi sufrimiento«.

Y esta vez sí, Jesús se quedó habitando en él, convirtiéndole, según los deseos de su padre, en un hijo de la Luz: «Jesús se ha convertido en un amigo, un verdadero amigo en quien encuentro mi fuerza. Sigo sufriendo por mi padre, pero ahora hay Alguien con quien puedo contar«.