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lunes, 21 de octubre de 2024

Estefanía Siles, pediatra: «Los cuidados paliativos son una caricia de Dios, en los que nosotros somos instrumentos, pero quien hace el trabajo es Él: consuela a las familias y muestra su amor incondicional infinito»


Estefanía Siles, pediatra de cuidados paliativos

* «En el hospital hay una Capilla y yo empiezo y termino mi jornada siempre en ella. Voy a veces allí, peleo con Dios y le alego respecto a lo que vivo. Y en general le digo: ‘yo hice lo que pude y el resto es tuyo y te lo pongo en tus manos’. Porque obviamente el dolor y que estos niños sufran es un misterio enorme, que no lo vamos a entender nunca, solo cuando estemos en el cielo lo comprenderemos. Por tanto, uno tiene que abandonarse en Dios y pensar que todo pasa por algo y que Él tiene, para estos niños y estas familias, un plan mucho mayor que nosotros no entendemos. Y debemos asumir que somos un instrumento que les damos un poco de paz y consuelo terrenal»

Vídeo del  Opus Dei en el que Estefania Siles cuenta su testimonio

Camino Católico.- “Me llamo Estefanía Siles, soy pediatra, trabajo en un hospital pediátrico público y me dedico a los cuidados paliativos. Específicamente yo estoy a cargo de los niños que tienen enfermedades no oncológicas, que son dos tercios los niños que se mueren y no tienen cáncer. Yo creo que los cuidados paliativos son una caricia de Dios, en los que nosotros somos instrumentos, pero quien hace el trabajo es Él. Yo doy todo lo que está en mí y hago todo lo humano, pero el resto se lo entrego a Dios y Él es el que hace el trabajo real: consuela a las familias, muestra su amor incondicional infinito a través de los médicos, de los equipos que hacemos cuidados paliativos”. Así de concreta es  esta joven chilena de 38 años en un vídeo testimonial del  Opus Dei, en el que cuenta cómo puede realizar su trabajo, en medio del dolor y el sufrimiento, poniendo al Señor en el centro de su vida.

Estefania, además del hospital público chileno en el que trabaja, visita a sus pacientes en Casa de Luz, de la Fundación Casa Familia. Este lugar es el primer hospice pediátrico de Sudamérica, es decir, la primera casa asistida para recibir a niños con enfermedades sin tratamiento curativo, junto a sus familias, y brindarles, con un equipo interdisciplinario, los cuidados paliativos que requieren. Por otro lado, es docente del departamento de pediatría de la Universidad de los Andes, donde busca desarrollar la pediatría social, que se centra en el bienestar integral de los niños.

El día a día en los cuidados paliativos es impredecible, con días tranquilos y otros de intensa actividad. La experiencia acumulada en este campo le ha dejado profundas reflexiones sobre la vida y el dolor. "He aprendido que la dignidad y el valor de un ser humano no dependen de sus capacidades", menciona. Para Estefanía, el dolor, aunque difícil de aceptar, tiene un sentido profundo: "nos recuerda nuestra fragilidad y nos invita a confiar más plenamente en Dios".

En este sentido relata que “en el hospital hay una Capilla y yo empiezo y termino mi jornada siempre en ella. Voy a veces allí, peleo con Dios y le alego respecto a lo que vivo. Y en general le digo: ‘yo hice lo que pude y el resto es tuyo y te lo pongo en tus manos’. Porque obviamente el dolor y que estos niños sufran es un misterio enorme, que no lo vamos a entender nunca, solo cuando estemos en el cielo lo comprenderemos. Por tanto, uno tiene que abandonarse en Dios y pensar que todo pasa por algo y que Él tiene, para estos niños y estas familias, un plan mucho mayor que nosotros no entendemos. Y debemos asumir que somos un instrumento que les damos un poco de paz y consuelo terrenal”. 

Para Estefanía “es fundamental la vida espiritual, tener una visión sobrenatural, de que  la vida de estos niños tiene un sentido, que son niños valiosísimos y que están hechos para el cielo. Podemos aliviarles un poco el sufrimiento acá en la tierra pero después se van a ir al cielo y van a estar mejor que todos nosotros. Entonces, eso también consuela y nos permite seguir. 

Estefanía, supernumeraria del Opus Dei, encuentra su fortaleza en el autocuidado y en la fe. Le gusta mucho la danza como una forma de liberar tensiones, pero lo más importante para ella es cuidar su vida espiritual.

- ¿Hay alguna reflexión personal sobre el sentido del dolor que te gustaría compartir?

- Creo que el dolor, aunque difícil de comprender y aceptar, tiene un profundo sentido en la vida del ser humano. En primer lugar, creo que nos recuerda nuestra fragilidad y nos invita a confiar más plenamente en Dios. Además, el dolor nos permite desarrollar una empatía más profunda hacia los demás. Al experimentar el sufrimiento, somos capaces de empatizar, acompañar y consolar a quienes también lo padecen, creando lazos de solidaridad y compasión que nos enriquecen como seres humanos.

En paliativos se habla de dolor total, pues el dolor no es sólo físico. Somos seres espirituales, con cuerpo y alma, insertos en una familia, en una comunidad. Esto se entiende muy bien en cuidados paliativos.

Desde la fe, el dolor es una participación en el sufrimiento de Cristo, una oportunidad para crecer en fe y amor, nunca un castigo.

Como decía Cicely Saunders, pionera mundial en cuidados paliativos, “el dolor solo es insoportable cuando a nadie le interesa”.


Estefanía Siles atendiendo a uno de los niños con enfermedad terminal y a su padre

- ¿Qué papel juega el equipo médico y de enfermería en la creación de un entorno de apoyo para los pacientes?

- Es fundamental crear un entorno de apoyo para los pacientes y sus familias. Por eso el enfoque es integral y multidisciplinario. Coordinamos la atención con otros especialistas, con las distintas unidades del hospital y con otros sectores de la salud. Contamos con la imprescindible colaboración de psicólogos y trabajadoras sociales, de voluntarias y de fundaciones que nos ayudan muchísimo.

- ¿Cómo encuentras inspiración en medio de situaciones tan difíciles?

- Como dice un gran paliativista, cuando trabajas para aliviar el sufrimiento, sin otro interés, y se tiene actitud de servir, se siente el gozo de cuidar y acompañar. Y es cierto. Me inspira ver la entrega y el amor con que las familias cuidan a sus niños.

Inspira ver que realmente podemos aliviar el sufrimiento y que podemos ser un canal a través del cual Dios muestra su amor y su consuelo. Jesús muestra claramente en varias ocasiones su predilección por los niños, los pobres, los enfermos y los que sufren, ¡así que trabajo con los favoritos de Dios!

- ¿Cómo logras transmitir esperanza o consuelo especialmente cuando saben que el final está cerca?

- Al contrario de lo que se piensa, cuidados paliativos no es igual a “no hay nada que hacer”. Tal vez no hay esperanzas en un tratamiento curativo, pero sí hay otras esperanzas: la esperanza de vivir el tiempo restante de la mejor manera posible; la esperanza de una muerte tranquila, en paz; la esperanza de salir adelante como papás y como familia; la esperanza de encontrarle un significado a lo que se está viviendo; la esperanza de una vida después de la muerte.

Transmitir esperanza y consuelo a mis pacientes y sus familias es una parte esencial de mi trabajo, respetando siempre las creencias y valores de cada familia.


Estefanía Siles acompaña a Katherine, madre de uno de sus pacientes, en el hospice pediátrico Casa de Luz (Fundación Casa Familia)

- ¿Qué crees que las personas fuera del hospital deberían saber sobre los cuidados paliativos?

- Las personas fuera del hospital deberían saber que los cuidados paliativos tratan sobre la vida, no sobre la muerte. No se trata solo de aliviar el dolor físico, sino también de abordar las necesidades emocionales, sociales y espirituales. Los cuidados paliativos no son sólo para los últimos días, sino desde el diagnóstico de una enfermedad.

- ¿Cuáles son las principales barreras o desafíos que ves en el ejercicio de cuidados paliativos?

- A los médicos nos forman para curar y salvar vidas. La muerte es vista como un fracaso. Nadie quiere que un niño se muera, pero no podemos negar que hay enfermedades incurables. Cambiar esa mirada no es fácil. Cuando no es posible curar, nuestro deber es cuidar y acompañar.

Tenemos que aprender a centrarnos en la persona, no en la enfermedad, y entender que el éxito no siempre está en alargar la vida a cualquier precio, sino en vivir lo mejor posible y en morir bien.

Es más difícil tener esperanza si no crees en un Dios que te ama, que tiene un plan maravilloso y que esto no acaba acá, que hay una vida después de la muerte.

- ¿Qué te llevó a trabajar en el área de cuidados paliativos?

- La verdad es que yo no lo busqué mucho. Después de finalizar la especialidad en pediatría, me ofrecieron trabajar en oncología. Después de unos años allí, trabajé con pacientes NANEA, que son los niños con necesidades especiales en salud. Y después, en octubre del 2022, cuando salió la Ley de Cuidados Paliativos Universales en mi país, (hasta entonces sólo acogía pacientes oncológicos) en el hospital me ofrecieron empezar esta nueva unidad de cuidados paliativos universales.


Estefanía Siles, pediatra de cuidados paliativos, en Casa de Luz, de la Fundación Casa Familia, es el primer hospice pediátrico de Sudamérica

- ¿Cómo describirías tú día a día acompañando a pacientes y sus familias en momentos tan delicados?

- Nosotros estamos disponibles 24 horas al día, siete días a la semana, los 365 días del año. El día a día es muy variable.

Intentamos que los niños estén en su casa en la medida de lo posible, así que entrenamos a los papás para manejar todo lo posible en casa y hacemos todas las visitas domiciliarias y videollamadas que necesiten. También tenemos pacientes hospitalizados, pacientes en hospice Casa de Luz y algunos en residencias de menores. Nos movemos mucho.

A grandes rasgos, nuestro trabajo consiste en dos cosas: manejo de síntomas (físicos y emocionales) y acompañamiento emocional-espiritual a los niños y sus familias. Aseguramos que nuestros niños tengan la mejor calidad de vida posible y que los papás sepan que no están solos en esto.

- ¿Hay alguna experiencia o paciente que te haya marcado profundamente?

- Todos mis pacientes me han marcado en algún sentido. Cada niño y su familia tienen una historia especial que marca el alma. Historias de mucho dolor, pero también de lucha, de resiliencia, de entrega, de amor incondicional. Con la gran mayoría de las familias llegamos a tener una relación íntima y profunda, que se prolonga también durante el duelo.

Algunas de las historias que más me han impresionado son las de guagüitas (bebés) que, con diagnósticos prenatales de patologías “incompatibles” con la vida, gracias a Dios no fueron abortadas, y que, a veces meses después, fallecen en los brazos de sus mamás, rodeados de amor.

- ¿Cómo manejas el desafío emocional que implica tu trabajo? ¿Qué te ayuda a seguir adelante?

- Soy “hípersensible”, pero creo que es una ventaja porque me permite conectar mejor con los papás, y la conexión es esencial para tener un buen vínculo y así poder ayudarles más y mejor.

Me consuela ver que mi trabajo hace esta etapa un poco menos dura para los niños y sus familias. Mi consuelo principal es que sé que esto no termina acá, que estos niños están hechos para el cielo y que se van directo para allá, donde no hay penas ni sufrimiento.

Sin embargo, sí he tenido algunos episodios de burnout que me han hecho aprender que, para cuidar a otros, tengo que cuidarme a mí también. Aprendí que es importante el autocuidado, pero lo más importante para hacer bien mi trabajo es cuidar mi vida espiritual. Trato de empezar y terminar la jornada laboral en la capilla del hospital, con un rato de oración. Somos sólo un instrumento; Dios hace la pega (el trabajo).


Estefanía Siles, pediatra de cuidados paliativos, junto a un paciente

- ¿Cómo ves el impacto de tu trabajo en las vidas de los pacientes y sus seres queridos?

-Creo que nuestro trabajo tiene un gran impacto. Les ayudamos a poder disfrutar de momentos significativos con sus seres queridos en sus casas.

Por otro lado, perder a un hijo o a un hermano es de las cosas más dolorosas que le puede pasar a alguien, y creo que logramos hacer de esto un proceso un poco más fácil. Para los padres, saber que pueden llamarnos en cualquier momento es un alivio de su carga y estrés. Pueden contactarnos ante emergencias, especialmente en la última etapa de vida, o escribirnos para consultas menos urgentes.

Además, les damos herramientas y recursos para enfrentar el progreso de la enfermedad, y al final, la muerte, con dignidad y amor.

Antes, estos pequeños se morían hospitalizados o en el servicio de urgencia. Gracias a nuestro programa, pueden fallecer en sus casas, sin sufrir, rodeados de sus seres queridos. Esto también permite que los familiares tengan un mejor duelo.

- ¿Algunos aprendizajes de estos años?

- He aprendido muchísimo de mis pacientes y sus familias. Tal vez son cosas que sabía en la teoría, pero que ahora he visto en carne y hueso. He aprendido que la dignidad y el valor de un ser humano no dependen de sus capacidades, o de su “utilidad” para los demás. Todas las vidas merecen ser vividas; no hay vidas más importantes que otras.

Estos niños son una fuente inmensa de amor. También he aprendido que el ser humano es capaz de un amor y de una entrega impresionante, sacrificada y realmente incondicionales.

La mayoría de las familias quiere y puede cuidar a sus niños enfermos, pero es una tarea muy difícil y sacrificada y no pueden hacerlo solas. Necesitan recursos, pero sobre todo mucho apoyo y compañía, cosas aún insuficientes en la mayoría de los casos de nuestro país.

domingo, 20 de octubre de 2024

Carlos Abia y Cristina Merino tienen 17 hijos, entre biológicos, discapacitados y enfermos en acogida: «Esta vocación ha sido un regalo de Dios. El Señor ha estado grande con nosotros»

Carlos Abia y Cristina Merino ante una foto de su hijo Pedrito, que vivió enfermo siete años, y que transformó la vida de su familia hasta llevarlos a acoger a niños enfermos y discapacitados como un regalo de Dios / Fotografía: Dani García- Revista Misión

* «Siempre crees que no tienes fe o que tu fe es muy pequeña, pero la fe cuando realmente hace falta sale. Siendo como somos muy pecadores, Dios nos concedió fe en cuando nació Pedrito y le diagnosticaron la enfermedad. Tras el susto, dices: ‘esto va a ser bueno para nosotros’, puesto que Dios no nos puede mandar nada malo. Dios es nuestro Padre y esto seguro que es bueno para nosotros. Y desde esa convicción interior del corazón afrontamos todo sin problema y con alegría. Nosotros pertenecemos al Camino Neocatecumenal y teníamos rezando a toda nuestra comunidad y además a cualquier persona que veíamos con fe la parábamos y le decíamos: ‘tenemos a un niño en esta situación, por favor reza por él’. Por Pedro y nuestra familia han rezado desde los cinco continentes y eso se nota al cien por cien. Nosotros somos de carne y hueso y si hemos podido permanecer y vivir esto tan bien y con tanta alegría ha sido por la oración, fruto de la cual hemos visto muchos milagros en la vida de Pedro» 

Testimonio de Carlos Abia y Cristina Merino en el programa 'Ecclesia, es domingo' de 13 TV

Camino Católico.- Carlos Abia y Cristina Merino formaron una familia numerosa como otra cualquiera, pero el nacimiento de su octavo hijo, Pedrito, revolucionó su vida para siempre, porque estaba enfermo y murió a los 7 años. De cuidar a su hijo nació la vocación como familia de acogida de niños enfermos y con discapacidad, con lo que han criado a 17 hijos.  Carlos asegura que “esto ha servido para ver el amor que Dios nos tiene. Somos unos mimados. La historia de Pedro y luego este amor que nos ha dado hacia esta vocación, no nos la hemos ganado nosotros, ha sido un regalo de Dios”. Y Cristina añade: “El Señor ha estado grande con nosotros”. Cuentan su testimonio en el programa 'Ecclesia, es domingo' de 13 TV.

El pasado 10 de octubre, este matrimonio recogió el premio de la  Revista Misión con el que se “reconoce el trabajo oculto y callado de tantos padres que custodian la vida hasta límites insospechados”. “Hay 17.000 niños en España que viven en centros de acogida donde no conocen el amor de unos padres. Por eso los cristianos que hemos conocido el amor de Dios estamos destinados a dar ese amor”, aseguraron Carlos y Cristina al recoger su galardón, que recordaron que al final “el Señor hace obras inmensas, nos da su gracia todos los días y siempre desborda”.

“Pedro tuvo una vida feliz”

“El embarazo de Pedrito fue un embarazo normal, todo iba bien y no supimos nada hasta que lo tuvimos en brazos”, cuenta Cristina. Pedrito llegó a este mundo con muchísimos problemas: sus ojos apenas se habían formado, y sus pulmones y su estómago no funcionaban correctamente. Los médicos fueron rotundos:  “El niño lo va a pasar muy mal y vivirá pocas semanas”.

Para Carlos y Cristina fue un mazazo durísimo, pero se pusieron manos a la obra. Carlos decidió pedir una excedencia para cuidar de su hijo el tiempo que hiciese falta: “Me salió el médico frustrado que llevo dentro (ríe). Me formé y me convertí en su cuidador”. 

Pedrito era un niño abocado a pasar largos periodos en el hospital, pero si su padre aprendía a cuidar de él en casa, los ingresos en la UCI se reducirían muchísimo.  Y así fue: “Nos dijeron que moriría pronto, pero las semanas se convirtieron en años”, recuerda Carlos. Así se distribuyeron: Cristina seguía trabajando como abogada y Carlos cuidaba del pequeño. Necesitaba atención casi todo el día, pero era increíble ver cómo iba evolucionando.

Sus siete hermanos también tuvieron un papel fundamental: jugaban con él durante muchas horas. “He visto a mi hijo reírse a carcajada limpia a pesar de todos sus problemas. Todos esos años que Pedrito estuvo con nosotros fueron un regalo”. Carlos habla en pasado porque su hijo murió con siete añitos, pero lo tiene muy claro:  “Pedro tuvo una vida feliz”.

 Carlos Abia y Cristina Merino contando su testimonio en el en el programa 'Ecclesia, es domingo' de 13 TV

Dios, la oración por Pedro y la familia 

Carlos explica la profundidad de cómo pudieran afrontar los años con Pedrito: “Siempre crees que no tienes fe o que tu fe es muy pequeña, pero la fe cuando realmente hace falta sale. Siendo como somos muy pecadores, Dios nos concedió fe en ese momento. Tras el susto, dices: ‘esto va a ser bueno para nosotros’, puesto que Dios no nos puede mandar nada malo. Dios es nuestro Padre y esto seguro que es bueno para nosotros. Y desde esa convicción interior del corazón afrontamos todo sin problema y con alegría”.

El mismo Carlos añade: “Nosotros pertenecemos al Camino Neocatecumenal y teníamos rezando a toda nuestra comunidad y además a cualquier persona que veíamos con fe la parábamos y le decíamos: ‘tenemos a un niño en esta situación, por favor reza por él’. Por Pedro y nuestra familia han rezado desde los cinco continentes y eso se nota al cien por cien. Nosotros somos de carne y hueso y si hemos podido permanecer y vivir esto tan bien y con tanta alegría ha sido por la oración, fruto de la cual hemos visto muchos milagros en la vida de Pedro”.

Este matrimonio también ha hecho un esfuerzo por cuidar de su relación. A pesar de la carga emocional que supone cuidar a un hijo enfermo, han encontrado momentos para estar juntos, salir a caminar o disfrutar de una cena. "Es fundamental que, como pareja, sigamos apoyándonos. No podemos olvidar que también somos un equipo", dice Cristina. Además, Carlos y Cristina han encontrado en grupos de apoyo un espacio seguro donde compartir sus experiencias y conectar con otros padres en situaciones similares. "Hablar con otros nos ha ayudado a sentirnos comprendidos y menos solos en este camino", señalaron.

Una nueva vocación familiar regalo de Dios

A Carlos y Cristina los ingresos en el hospital les despertaron una gran vocación: “Entendimos que la muerte de Pedrito llegó para que pudiésemos mimar y cuidar a otros niños”. En uno de esos ingresos conocieron a Elvis, un niño con síndrome de Down y apenas unos meses de vida.

Elvis tenía problemas de corazón y mientras ellos estaban con Pedrito en la UCI, el niño estaba solo. Así que, cuando a Elvis le subieron a planta, decidieron dividirse. Uno de ellos seguiría con Pedrito, mientras que el otro daba cariño al pequeño que apenas conocían. 

Imagínate a un bebé, en una cuna solo todo el día… esto era algo imposible de soportar. Ellos le cogían como si fuese su hijo, le daban besos, y pasaban las horas con él.  “Su mirada te atravesaba, era de agradecimiento total”, cuenta Carlos, emocionado. Sus caminos acabaron separándose, pero el recuerdo quedó grabado como un sello. 

Al morir Pedrito, quisieron continuar ese camino. Así que un año después llegó Pablo, de solo dos añitos. Vino con muchos problemas y se pensaba que nunca podría andar, tiene un síndrome extraño y al principio le daba miedo todo, estaba como paralizado. Lo acogieron permanentemente. ¡Para toda la vida!  “Es alucinante el cambio que hemos visto en Pablo, ahora es un niño alegre, movido y está a punto de cumplir ocho años”, asegura Carlos. 


Carlos Abia y Cristina Merino tras recoger el premio de la Revista Misión por el que se “reconoce el trabajo oculto y callado de tantos padres que custodian la vida hasta límites insospechados” / Fotografía: Revista Misión

“El Señor capacita al que elige”

Cristina reflexiona que “así es como el Señor hace las cosas y así empezamos. Nosotros sentimos que la llamada a la acogida y a la adopción es universal. Se derrama el Espíritu Santo sobre toda carne, por lo que animo a cualquier cristiano a que abra su casa y su corazón a esta experiencia. El Señor capacita al que elige y acogiendo o adoptando se cumple el mandato evangelico de ‘quien recibe a uno de estos en mi nombre, me recibe a mi’. El Señor ha estado grande con nosotros”.

Pero el caso de esta familia es especial porque la acogida de Pablito se ha ido alternando con muchas otras. Por ejemplo Carla, que estuvo con ellos solo una semana, pero les demostró que se puede querer en muy poco tiempo.

Su situación se complicó y falleció solo una semana después de llegar:  “Nos dolió no haberle podido transmitir todo el cariño que teníamos guardado para ella, pero nos confirmó, ya definitivamente, nuestra vocación de acogida, también temporal”. 

Luego llegó Mateo, un gran prematuro en el que descubrieron que el  “piel con piel”  hace milagros. Más tarde apareció Susana, que en seis meses cambió los llantos desgarradores por una sonrisa. El mismo día que se fue Susana llegó Sara, de origen chino y con síndrome de Down. Todo el mundo que la ve dice  “yo me la quedaría”, por eso a Carlos le extraña que “solo nazcan uno de cada 10”. 

La experiencia de Carlos y Cristina es atípica: una familia numerosa que ha encontrado en las acogidas múltiples de niños con problemas su forma de vida. Están convencidos de que  “el amor es capaz de sanar dolores físicos”.

Los médicos les dan la razón y explican que, al margen de los tratamientos, los niños que se sienten queridos viven más tiempo, aunque estén en la UCI con la misma patología que otros pequeños. 

Este matrimonio considera que los niños que están enfermos no te quitan nada, te lo dan todo, y es mucho más fácil entregarse a ellos.  “Igual no te han dejado dormir en toda la noche, pero es mucho más sencillo dar la vida por ellos que por un hijo adolescente que te pone una mala cara. Esa es la verdad y yo vivo los dos casos”, afirma Carlos. 

“Mucha gente nos dice que somos un ejemplo de familia, pero de verdad te digo que no tenemos mérito en esto. Hemos visto que Dios nos acompaña en todo momento; poder verlo en medio del sufrimiento es un sello del Señor en nuestra vida. Es mejor sufrir por algo tan bueno como esto, que porque el jefe te tenga machacado”, sentencia Carlos.