* «Nos encargaron que leyéramos ¡el Evangelio de Lucas! Era una asignatura que incluía, entre otras cosas, Historia de las Religiones. Un compañero y yo nos sentamos en la residencia estudiantil y mientras tomábamos té lo leíamos en voz alta, por turnos. Lo comentábamos y cada vez estábamos más asombrados por el poder de lo que leíamos. De vez en cuando salíamos a fumar. Y pensábamos: ‘Qué bueno sería si todo esto fuera verdad’. No pudimos evitar sorprendernos por la personalidad de Jesucristo, compasivo y lleno de amor. Parecía un ideal que uno querría creer, por el que esforzarse. Cuando lo terminamos de leer, fumando en el balcón, decidimos que ese domingo iríamos al culto a la iglesia católica más cercana»