Entrevista con Michael D. O’Brien, autor de novelas como “Father Elijah” y de un libro sumamente crítico sobre la paganización de la cultura infantil, “Un paisaje con dragones: la batalla por la mente de tu hijo”, ambos publicados por Ignatius Press en Estados Unidos.
(ZENIT.org) Muchos critican los libros de Harry Potter porque afirman que es peligroso exponer a los niños a la brujería y a lo oculto. Usted, ¿qué opina?
He leído los cuatro volúmenes de la colección de Harry Potter tres veces, y después de cada lectura he podido percibir con más claridad sus importantes defectos.
El problema más obvio es el uso que hace el autor del mundo simbólico de lo oculto como su metáfora primaria, y las actividades ocultistas como motor dramático de los argumentos. Esto se presenta al pequeño lector a través de modelos atractivos, como Harry y Herminone, que son estudiantes de brujería y hechicería. Esto tiene el potencial de levantar la guardia del niño –tanto subconsciente como espiritualmente– para hacer real las actividades ocultas, que hoy están por todas partes y no dejan de aumentar.
Racionalmente, los niños saben que el elemento fantástico de los libros no es “real”. Pero emocional y subconscientemente, el joven lector lo absorbe como si fuera real. Esto es bastante fácil por el hecho de que en el mundo que nos rodea existen muchas oportunidades para que los jóvenes entren en las subculturas de lo oculto, donde algunos de los poderes de Harry son presentados como reales.
Los críticos de Harry Potter ven una gran diferencia entre autores como Tolkien y C. S. Lewis que, según ellos, usan elementos mágicos de modo cristiano, y los libros de J. K. Rowling, donde lo mágico aparece con la fascinación gnóstica y pagana.
Las diferencias son grandes, yo diría que de fondo. El parecido entre las obras de los escritores cristianos de fantasía y Rowling es sólo superficial. Sí, hay “magia” en ambos. Tolkien y Lewis en repetidas ocasiones advirtieron ante el peligro de lo mágico presente en sus novelas.
Tolkien es especialmente claro en esto. En su gran novela “El Señor de los Anillos”, y en su obra inicial, “Silmarillion”, muestra que los poderes que no pertenecen al hombre siempre tienen una corrupta influencia en el hombre. Solamente los rangos más altos de las criaturas de su mundo imaginario ejercitan poderes sobrenaturales, y esto solamente como un don de Dios.
Los personajes malvados del cuento han corrompido estos dones, o también –en el caso de los humanos– han intentado aprovecharse de ellos como posesiones personales, para quedar defraudados y finalmente ser destruidos por ellos. Además, lo “mágico” en la creación de Tolkien no tiene parecido alguno con prácticas mágicas en el mundo real. Él se esforzó en explicar esto en sus cartas, donde expresa cierta preocupación de que su intención pudiera ser malinterpretada por los lectores.
En su colección fantástica para niños, “Las Crónicas de Narnia”, y en trilogía cósmica para adultos, C. S. Lewis demuestra repetidamente el carácter seductor de los poderes que no son propios del hombre, especialmente cuando se toman como una forma de búsqueda gnóstica del poder.
Estos dos escritores cristianos subrayan con fuerza el hecho de que vencer la maldad de raíz depende de la humildad, el coraje, el amor, el autosacrificio; en resumen, de nuestras virtudes humanas naturales.
¿En qué se diferencian de esto los libros de Harry Potter?
El mundo de Potter desarrollado por Rowling es fundamentalmente gnóstico. Lo mágico se presenta como una facultad inherente a la naturaleza humana que sólo necesita ser despertada y cierta formación a través de la búsqueda del conocimiento esotérico y el poder.
No hay ni siquiera un soplo de presencia divina, mientras que los mundos de Tolkien y Lewis se muestran radiantes con esta presencia nunca mencionada. En el mundo de Potter, lo mágico se presenta como un poder moral neutral, que en manos de los personajes “buenos” sirve al bien, y en manos de los personajes negativos al mal.
Cuando la guerra entre el bien y el mal se describe como en suspense y con gran carga emocional, el pequeño lector se empapa profundamente del mensaje sobre el camino seguido por los personajes “buenos” para vencer al mal.
El personaje central de Tolkien, Frodo, derrota al mal con la fidelidad a la verdad, con el rechazo del poder ilícito y perseverando en un estado de debilidad. El personaje central de Rowling derrota al mal reuniendo suficiente poder como para superar a su enemigo, con lo que este poder resulta ser el mismo que el de su oponente.
Decir que los libros de Potter muestran simplemente el bien tan bien como el mal, no es suficiente defensa. Rowling ha borrado radicalmente la línea entre el bien y el mal, redefiniéndolos a ambos. El verdadero problema reside en cuál es la naturaleza del bien y del mal que se presenta, y cómo se muestra en la película.
Hay otros que ven en las historias de Potter un cuento clásico de niños, si bien con elementos mágicos en la lucha del bien contra el mal. ¿Qué elementos positivos hay para los lectores en estos libros?
Pienso que hay pocas obras culturales, sin tener en cuenta su imperfección, que no contengan algunos elementos positivos. Pero éste no es un argumento para poner a disposición de nuestros niños material gravemente trastocado.
En los libros de Potter se da el intento de presentar el coraje y la lealtad en los personajes “buenos”. Pero el coraje y la lealtad se puede encontrar en todo el mundo, incluso en quienes se encuentran envueltos en las peores formas de paganismo.
Es importante resaltar que los niños leen ficción de manera diferente a los adultos. Esto es algo que ha sido pasado por alto por aquellos líderes cristianos que han escrito comentarios a favor de Potter. Olvidan que los niños están en estado de formación, que su entendimiento de la realidad se está forjando a cada momento.
La fantasía saludable, independientemente de lo imaginativa que pueda ser, refuerza el orden moral del universo en la mente de un niño. La fantasía corrupta lo mina. El mundo de Potter es fantasía corrupta con un poco de cosmética. La cosmética está en los “valores” que el autor entreteje en el cuento.
La cultura moderna ha logrado que nos acostumbremos a comer una cierta cantidad de veneno en nuestra dieta, hasta el punto de que muchos de nosotros ya no percibimos el veneno. Creo que esto explica los motivos por los que muchos educadores y padres de familia simplemente no se dan cuenta del alcance del problema de los libros de Potter.
Entonces ¿los elementos de brujería y hechicería son el único defecto de los libros de Potter?
En estos libros hay otros problemas serios, entre los que destacan la cuestión de la autoridad y la obediencia.
Las faltas de Harry raramente son castigadas, y lo hacen en general las figuras negativas con autoridad del cuento. Las figuras con autoridad positiva recompensan a Harry por su desobediencia si ésta trae como resultado algún bien perceptible. Sus mentiras, sus actos de venganza, y el mal uso de sus poderes son ignorados con frecuencia. El mensaje de “el fin justifica los medios” está presente.
De labios para fuera hace referencia a un código ético –nunca puesto de relieve– pero, de hecho, el desprecio de esta ética se agudiza en cada ocasión. Otro problema consiste en el uso de detalles repulsivos, que relajan la aversión instintiva del niño hacia lo horrible y lo grotesco.
Por ejemplo, en una clase los estudiantes aprenden a cortar raíces de mandrágora, que son parecidas a bebés humanos, para usarlas en una poción. Al final, esto puede causar una inconsciente insensibilización hacia el aborto.
En los últimos años se está dando un resurgir del interés por temas relacionados con lo oculto. ¿Por qué?
El fenómeno del resurgir del interés por las “espiritualidades” ocultas es un síntoma de la quiebra del secularismo. En la naturaleza humana, hay un hambre innata por lo sagrado y trascendente, por lo sagrado, donde el hombre encuentra su verdadera identidad y dignidad. Cuando esto se pone en entredicho, se abre un vacío en su interior.
Si nuestras iglesias particulares no ofrecen la plenitud de la fe católica a la generación venidera, si no damos a los jóvenes una auténtica y vital vida espiritual, ellos buscarán en otros sitios –y la esfera del pseudo-misticismo, que con frecuencia está conectada a lo diabólico, les estará esperando a la vuelta de la esquina–.
Los libros de Potter abren una puerta a este mundo. Han ido apareciendo, desde hace más de un año, artículos, tanto en periódicos laicos como publicaciones religiosas, que aportan evidencias de que estos libros hacen de puente entre los niños normales y el mundo del ocultismo.
Con la llegada al cine del primer volumen –y esta película promete ser una de las más taquilleras de todos los tiempos– se añade una nueva dimensión de influencia psicológica.
Cualquier estudioso serio de los modernos medios reconoce el poder del cine para entrar en el subconsciente. Usando técnicas evidentes y subliminales, puede pasar por encima de la facultad natural de juzgar de la mente. Es interesante notar que, incluso en los libros, el uso hecho por Rowling de la imagen y el ritmo deriva de las técnicas de los medios audiovisuales.
¿El interés por lo oculto entre los jóvenes es un signo de la falta de influencia del cristianismo en la cultura moderna?
Es cierto que la falta de una cultura verdaderamente cristiana es parte del problema. Nunca es fácil salvaguardar a nuestros hijos de influencias malsanas. El primer paso es darles alimento sano para la imaginación, dándoles oportunidades de enamorarse de la gran aventura de la existencia.
Pero a la larga, la cultura moderna ha reemplazado el esplendor y maravilla de la existencia con emociones baratas. Los libros de Potter son una completa orgía de sensaciones baratas, bañadas con un poco de pseudo-moralidad. La moral es débil; los mensajes corruptos, tanto los evidentes como los subliminales, invaden todo.
Pero el fenómeno Potter debe ser analizado en un contexto más amplio, no solamente desde las confusiones ideológicas de la actual era socio-histórica, y el poder sin precedentes de la nueva cultura de los mass-media que rehace nuestra comprensión de la realidad.
De manera urgente, debemos darnos cuenta de que la naturaleza de la guerra espiritual en que estamos inmersos está cambiando rápidamente, entrando en una nueva fase de intensidad.
¿Qué deberían hacer los padres para guiar a sus hijos a través de los riesgos de la cultura moderna?
Ante todo, los padres necesitan darse cuenta de que existe un problema. La mayor parte de nuestros padres de familia católicos todavía no han despertado ante el asalto espiritual que se da principalmente a través de la cultura.
La cultura nos define a nosotros mismos, nos dice qué es lo que tiene valor, lo que es inofensivo o peligroso, cuál es el significado real de la existencia. Debemos darnos cuenta de que los tiempos en que vivimos son únicos; el bombardeo que nuestras mentes con poderosas imágenes y mensajes no tiene paralelo en la historia humana.
Las vidas de nuestros hijos soportan una constante envestida de adoctrinamiento a través de películas, vídeos, libros, música y otras formas de comunicación social –la presión sin par que está en cada uno de ellos. Los padres necesitan tener ellos mismos familiaridad con lo que realmente ocurre en la cultura juvenil.
El volumen y complejidad de este material, además, hace imposible que se acceda a todo. Por esta razón, necesitamos pedir diariamente la protección espiritual para nuestras familias, y pedir a Dios los dones extraordinarios de la sabiduría y el discernimiento.
También necesitamos pedir al Espíritu Santo el desarrollo de nuestro barómetro interior, de nuestro radar, que dispare la señal de alarma dentro de nosotros cuando las malas influencias entren en la familia. Y por último, pero no menos importante, necesitamos el don del coraje, coraje para resistir firmemente a la invasión.
Una consecuencia de los libros de Harry Potter ha sido el incremento del interés por la lectura entre los niños. ¿Es un signo positivo? Aunque es verdad que los libros de Potter han enganchado a una generación a la lectura, debo decir que se trata de un débil argumento a su favor. ¿Se volverán hacia Tolkien y Dickens y Twain, los 100 millones de jóvenes fans de Harry?
¿O irán a la búsqueda de más sensaciones para las que Rowling les ha abierto el apetito? Por ahí fuera hay un montón de literatura corrupta, obras bien escritas que estimulan en verdad un hábito literario, a la vez que aceleran la degeneración de la conciencia moral.
Entonces, ¿la literatura no tiene mayor importancia en el desarrollo sano de un niño?
Una literatura selecta –la verdadera literatura– es de grandísima importancia en la formación de un niño. Pero la literatura no lo es todo. ¿Puede ser considerado como un valor importante el apetito por las lecturas de ficción en la formación moral de un niño? ¿Es mejor leer un libro que no leer ninguno? ¿Daríamos un plato de estofado a nuestros hijos en el que hubiera una dosis de veneno, simplemente porque la receta está hecha con otros buenos ingredientes? Seguro que no. Siempre es necesario el discernimiento al escoger qué es lo que damos a nuestros hijos. ¿Por qué descartamos esta comprensión básica cuando tiene que ver con material cultural malsano?
Unos padres cristianos razonables no permiten que sus hijos lean libros cautivadores en los que se describen a jóvenes metidos en la droga, sumergidos en relaciones prematrimoniales, o en la tortura. No deberíamos dar a nuestros hijos literatura en la que un grupo de “buenos fornicadores” luchan contra otro de “malos fornicadores”.
No deberíamos justificar la lectura de estos libros por parte de nuestros hijos simplemente por que los personajes tienen otras cualidades buenas. ¿Por qué entonces aceptamos una serie de libros en los que se llenan de seducción y se presentan como algo normal actividades ligadas al ocultismo?
lunes, 24 de marzo de 2008
Despilfarro pseudo-humanitario en Afganistán: el 40% de la ayuda son gastos de "asesoría"
Ya lo decía Caritas en el 2005: un asesor pagado por ONGs y gobiernos cobraba como 150 maestros locales; ahora un informe denuncia el derroche.
Afganistán no levanta cabeza. Y hay al menos dos razones importantes para ello: no se ha entregado la ayuda prometida para reconstruir el país; y además, la que se ha entregado, se malgasta: hasta el 40% se pierde en asesores occidentales que cobran hasta 1.000 dólares al día por "aconsejar" o "entrenar" instituciones gubernamentales.
Intermón está difundiendo en España los resultados de un informe de ACBAR,la alianza de organizaciones internacionales de cooperación que trabajan en Afganistán. Según este informe, los países occidentales deben 10.000 millones de dólares de los que se comprometieron a entregar en el 2001. En aquel año, se prometieron 25.000 millones de dólares: sólo se han distribuido 15.000 millones.
España es uno de los países que prometió y no cumplió: bajo el Gobierno Aznar prometió 63 millones de dólares. Siete años después, incluyendo 4 años de "alianza de las civilizaciones" de gobierno Zapatero, sólo ha distribuido 26 millones.
Por supuesto, el mayor moroso es quien más prometió: Estados Unidos. Entre el 2002 y el 2008, EEUU entregó sólo la mitad de los 10.400 millones a los que se comprometieron. La Comisión Europea y Alemania han repartido menos de dos terceras partes de los 1.700 millones y 1.200 millones a los que se comprometieron. Y el Banco Mundial ha distribuido algo más de la mitad de sus 1.600 millones comprometidos. Quien más ha cumplido es el Reino Unido: se comprometió con 1.450 millones de dólares y ha distribuido 1.300.
España es uno de los países que prometió y no cumplió: bajo el Gobierno Aznar prometió 63 millones de dólares. Siete años después, incluyendo 4 años de "alianza de las civilizaciones" de gobierno Zapatero, sólo ha distribuido 26 millones.
Por supuesto, el mayor moroso es quien más prometió: Estados Unidos. Entre el 2002 y el 2008, EEUU entregó sólo la mitad de los 10.400 millones a los que se comprometieron. La Comisión Europea y Alemania han repartido menos de dos terceras partes de los 1.700 millones y 1.200 millones a los que se comprometieron. Y el Banco Mundial ha distribuido algo más de la mitad de sus 1.600 millones comprometidos. Quien más ha cumplido es el Reino Unido: se comprometió con 1.450 millones de dólares y ha distribuido 1.300.
La población local y los occidentales ostentosos
Una ayuda mal dosificada no sólo es un despilfarro, sino que distorsiona toda la sociedad y economía del país. En el 2005, Mario Ragazzi, representante de Caritas Italia en Kabul, denunciaba en AsiaNews.it que los despilfarros creaban frustración y resentimiento en la población local: Occidente hacía promesas, la gente de la calle no veía resultados, pero sí veían algunos occidentales trabajando en "agencias humanitarias" viviendo con lujos y haciendo ostentación de sueldos desorbitados.
Mario Ragazzi explicaba ya entonces que los "consultores privados" (contratados por Occidente -gobiernos, bancos para el desarrollo- para "asesorar" al nuevo gobierno y reconstruir el país) cobraban hasta 1.000 euros al día, "el equivalente a 150 maestros afganos".
También el padre Giusseppe Moretti, veterano de décadas en Afganistán y el "superior" de la Iglesia católica en el país (al no haber obispo, él es desde 2002 el superior de la "missio sui iuris" en el país) denunciaba el despilfarro ostentoso: "los supermercados llenos de bienes, coches de 50.000 dólares y las fiestas privadas [de los occidentales] generan una envidia peligrosa en la población local, que quieren lo mismo y sólo pueden conseguirlo sumándose al crimen organizado", explicaba. "Hay un frenesí alocado por el dinero; si antes los niños te pedían un bolígrafo ahora te piden un dólar; está creciendo el abismo entre los que tienen y los que no".
El 40% de la ayuda, vuelve a los donantes
Según el informe ACBAR, el 40% del dinero "para reconstruir el país" vuelve a los países donantes vía beneficios corporativos, sueldos de consultores y otros gastos. Además, los precios del país suben. Y más cuando hay dinero occidental por medio. La carretera entre el centro de Kabul y el aeropuerto internacional costó a Estados Unidos más de 2,3 millones de dólares, cuatro veces más de lo que debería haber costado según los precios medios afganos.
"Los donantes no han podido cumplir con sus promesas. Se está perdiendo gran parte de la ayuda que proviene de los países ricos, resulta ineficaz y está descoordinada, " ha declarado el autor del informe, Matt Waldman, consejero en incidencia política de Oxfam Internacional (Intermón Oxfam en España).
Cada día las entidades donantes gastan 7 millones de dólares en ayudas humanitarias a Afganistán. Parece una cantidad digna, hasta que se compara con los 100 millones de dólares diarios que gasta EEUU en sus operaciones militares en el país, según Waldman.
Las recomendaciones principales de ACBAR son:
- Incrementar el volumen de la ayuda, particularmente en las áreas rurales
- Asegurar la transparencia por parte de los donantes y mejores flujos de información con el gobierno afgano
- Mejorar los instrumentos de evaluación del impacto, la eficacia y la importancia de la ayuda
- La constitución de una comisión independiente en efectividad de la ayuda que monitorice la actuación de los donantes
- Una coordinación efectiva entre los donantes y el gobierno afgano.
El papel de la Iglesia católica
Una ayuda mal dosificada no sólo es un despilfarro, sino que distorsiona toda la sociedad y economía del país. En el 2005, Mario Ragazzi, representante de Caritas Italia en Kabul, denunciaba en AsiaNews.it que los despilfarros creaban frustración y resentimiento en la población local: Occidente hacía promesas, la gente de la calle no veía resultados, pero sí veían algunos occidentales trabajando en "agencias humanitarias" viviendo con lujos y haciendo ostentación de sueldos desorbitados.
Mario Ragazzi explicaba ya entonces que los "consultores privados" (contratados por Occidente -gobiernos, bancos para el desarrollo- para "asesorar" al nuevo gobierno y reconstruir el país) cobraban hasta 1.000 euros al día, "el equivalente a 150 maestros afganos".
También el padre Giusseppe Moretti, veterano de décadas en Afganistán y el "superior" de la Iglesia católica en el país (al no haber obispo, él es desde 2002 el superior de la "missio sui iuris" en el país) denunciaba el despilfarro ostentoso: "los supermercados llenos de bienes, coches de 50.000 dólares y las fiestas privadas [de los occidentales] generan una envidia peligrosa en la población local, que quieren lo mismo y sólo pueden conseguirlo sumándose al crimen organizado", explicaba. "Hay un frenesí alocado por el dinero; si antes los niños te pedían un bolígrafo ahora te piden un dólar; está creciendo el abismo entre los que tienen y los que no".
El 40% de la ayuda, vuelve a los donantes
Según el informe ACBAR, el 40% del dinero "para reconstruir el país" vuelve a los países donantes vía beneficios corporativos, sueldos de consultores y otros gastos. Además, los precios del país suben. Y más cuando hay dinero occidental por medio. La carretera entre el centro de Kabul y el aeropuerto internacional costó a Estados Unidos más de 2,3 millones de dólares, cuatro veces más de lo que debería haber costado según los precios medios afganos.
"Los donantes no han podido cumplir con sus promesas. Se está perdiendo gran parte de la ayuda que proviene de los países ricos, resulta ineficaz y está descoordinada, " ha declarado el autor del informe, Matt Waldman, consejero en incidencia política de Oxfam Internacional (Intermón Oxfam en España).
Cada día las entidades donantes gastan 7 millones de dólares en ayudas humanitarias a Afganistán. Parece una cantidad digna, hasta que se compara con los 100 millones de dólares diarios que gasta EEUU en sus operaciones militares en el país, según Waldman.
Las recomendaciones principales de ACBAR son:
- Incrementar el volumen de la ayuda, particularmente en las áreas rurales
- Asegurar la transparencia por parte de los donantes y mejores flujos de información con el gobierno afgano
- Mejorar los instrumentos de evaluación del impacto, la eficacia y la importancia de la ayuda
- La constitución de una comisión independiente en efectividad de la ayuda que monitorice la actuación de los donantes
- Una coordinación efectiva entre los donantes y el gobierno afgano.
El papel de la Iglesia católica
La Iglesia católica en Afganistán es diminuta: a la capilla en la embajada italiana en Kabul van, como máximo, unas cien personas en la misa dominical, todas ellas extranjeras. Pero la presencia humanitaria católica en este país de evangelización improbable es altísima. Desde 2005, tres Misioneras Dominicas de Santa Catalina trabajan con niños con minusvalía mental. Vestidas "de civil", son el núcleo de la "Asociación por los Niños de Kabul". Enseñan a los padres y familias a cuidar a estos niños. Una de ellas es polaca, otras dos son paquistaníes. Llegaron allí siguiendo un llamado de Juan Pablo II en el que pedía ayudar a los niños de Afganistán.
El Servicio Jesuita para los Refugiados abrió una escuela técnica en la ciudad de Herat. Costó 146.000 dólares (de donantes de Austria, Alemania y Suiza) y tiene 500 estudiantes, incluyendo 120 chicas. También llegaron hace pocos años las Misioneras de la Caridad, que decidieron vestir sus tradicionales hábitos blancos y azules, y han visto que eran respetadas por la población. Desde hace más de 50 años están trabajando en el país -en todo tipo de circunstancias- las Hermanitas de Jesús. También están presentes las Franciscanas Misioneras de María.
En un país donde la evangelización directa es complicada (por decirlo suavemente) estas órdenes dan testimonio servicio a los pobres, mediante la educación y la asistencia. También trabajan en el país Caritas Internationalis (coordinando desde su sede en Roma), junto con sus agencias hermanas Trociare (la Caritas irlandesa), Cordaid (la Caritas holandesa), Caritas Alemania y el equivalente norteamericano, Catholic Relief Service (CRS). Mediante CRS los católicos norteamericanos desarrollan proyectos humanitarios en el país por valor de 6,5 millones de dólares.
ONGs como la canadiense "Development and Peace", que denuncia el despilfarro de las grandes agencias internacionales y su desprecio al trabajo con los líderes locales, prefieren trabajar con las agencias católicas -entre otras- por su implantación sobre el terreno y capacidad para crear equipos de trabajo eficaces y perdurables. Así, parte de los 2,1 millones de dólares canadienses que esta entidad ha invertido en Afganistán ha sido en colaboración directa con las entidades católicas: Caritas Austria, Caritas Alemania, Caritas Pakistán, CRS–Afghanistan, Cordaid y la International Catholic Migration Commission.
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Fuente: Forum Libertas
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Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe, y también aquellos que han muerto en Cristo se han perdido. Si tenemos esperanza en Él solamente para esta vida, somos los más desgraciados de todos los hombres». Tal es el célebre escrito de Pablo a la comunidad de Corinto.
No es casualidad que la Pascua sea el centro del calendario cristiano: toda la fe está en vilo sobre el sepulcro de Jerusalén. Todo el edificio cristiano se desmoronaría como las Torres Gemelas si desaparecieran los cimientos, es decir, la convicción de que al tercer día el Crucificado salió de aquella tumba transfigurado por la luz de la resurrección.
El cristianismo no es un esquema ideológico independiente de los hechos concretos. Por el contrario, es el anuncio de un preciso acontecimiento histórico: «Aquel Jesús que acabó vergonzosamente sobre la cruz de los esclavos, sepultado en una tumba que le prestaron por caridad, salió de ella habiendo vencido a la muerte y mostrando de ese modo que era el Mesías anunciado por los profetas de Israel».
Tampoco es casualidad que Evangelio signifique «noticia», la «buena noticia» por excelencia: informa de hecho que ha sucedido algo que nos atañe directamente, porque ese Resucitado nos ha abierto el camino de la vida inmortal.
De aquí tanto la fuerza como la vulnerabilidad del cristianismo: dudar de la verdad histórica de aquel hecho significa despedirse de la fe. Si realmente los historiadores pudieran convencernos de que el evento de Pascua es solamente un mito, una leyenda, una ilusión, sería el fin de las Iglesias cristianas, digan lo que quieran ciertos teólogos actuales que querrían desvincular la fe de los datos de la historia.
Y digan lo que digan ciertas sabidurías new age, interesadas por lo cósmico y alérgicas a la crónica. Ésta es la simple y en el fondo dramática realidad: si el sepulcro de José de Arimatea se quedó cerrado, o vacío sólo porque el cadáver se lo llevaron los discípulos, el Evangelio queda degradado de Palabra de Dios a curioso testimonio de la literatura popular judeo-helenística.
Puesto que la fe no es una propuesta intelectual que haya de ser examinada con objetividad aséptica, sino que es una realidad que interpela a cada uno en lo profundo, es preciso hablar aquí en primera persona.
Aunque cueste hacerlo, aquí es necesario decir «yo». Por lo que diré que, para mí, sería particularmente hipócrita fingir una mesurada neutralidad. Hace ya más de treinta años que reflexionando sobre las razones de la fe no hago más que investigar precisamente sobre la verdad del acontecimiento pascual. Le he dedicado gruesos libros, pero en el fondo, en casi todo lo que he escrito me he preguntado sobre la posibilidad de aceptar ese fundamento de la fe.
El pasado domingo, la madre de cualquier otro domingo, recité con particular emoción con quienes estaban a mi lado el versículo del Credo sobre el que se funda todo: « murió y fue sepultado. Y resucitó al tercer día según las Escrituras ».
Desde luego que no son pocos los que me preguntan cómo puede tomarse en serio una afirmación del género, un hombre que tiene algunos estudios, que no ha dado signos visibles de desequilibrio mental, que incluso ha mostrado que no carece de un sentido crítico normal. No me sorprendo. Es más, comprendo bien una perplejidad que yo también tuve. Todavía ahora no hay una Misa en la que, al llegar al Credo, no me pregunte: pero en el fondo, ¿de verdad lo creo?
Por supuesto que sí, lo digo con claridad, con la humildad de quien sabe bien que no tiene en ello ningún mérito, con el temor de quien sabe que «lleva tesoros en vasos de barro», con la conciencia dolorosa de quien mide la distancia entre su fe y su vida.
Desde luego que sí, me atreveré a decirlo: al igual que cualquiera que se diga cristiano, estoy convencido de que cuanto refieren los evangelios coincide con lo que sucedió, que Jesús había muerto realmente y que realmente salió vivo del sepulcro, pasando luego cuarenta días con los discípulos antes de ascender al Cielo.
Yo también estoy entre los extravagantes que comparten una certeza que ahora parece minoritaria: la Pascua no conmemora un mito sino que recuerda un hecho.
Todos saben que para intentar motivar semejante convicción, existen enormes bibliotecas. Pero, ¿cómo responder a quien forzando las cosas quisiera obligar a una síntesis extrema? Puesto con la espalda en la pared, cada creyente tendría sus respuestas. Por lo que a mí respecta, aventuraría la «prueba de la vida».
Al inicio del Evangelio de Juan, a quienes le preguntan quién es, Jesús no les responde con un «manifiesto» ideológico sino que, pragmático, les replica: «Venid y veréis». Como puede confirmar cualquiera que haya aceptado la invitación, seguirle puede significar el descubrimiento de una luz que arroja significado sobre cualquier circunstancia de la existencia.
Por eso no hay cotidianidad de creyente que no esté atravesada, al menos a ráfagas, por el gozo de quien intuye el sentido de lo que de otro modo permanece dolorosamente inexplicable, y por la alegría de quien descubre que es amado, perdonado y esperado en una eternidad que sólo con que se quiera puede ser infinitamente feliz.
Igual que el movimiento se muestra simplemente caminando, la verdad del Evangelio se constata con la misma simplicidad, viviéndolo: la profundidad insondable de una enseñanza expresada con palabras tan elementales no tiene mejor verificación que la de la vida. A esta «prueba» existencial se refería Pablo al constatar «sé en quién he creído».
Siguiendo sobre el mismo nivel de lo concreto, tampoco he olvidado lo que me dijo una vez el cardenal Ratzinger: «No hay argumento apologético más eficaz que la santidad y el arte: la belleza de las almas y la belleza de las cosas que la fe ha plasmado, sin interrupciones, desde hace ya veinte siglos. Ahí está, créamelo, la fuerza misteriosa del Resucitado».
Pero como es obvio, añadiría a estas que, parafraseando a Pascal, llamaría «razones del corazón», las «razones de la razón» hacia las que, sobre todo, he dirigido mi investigación. ¿Cómo reducir a la médula las infinitas argumentaciones que, página tras página, he tratado de acumular? Como un policía inglés podría pasar revista a todas las posibles respuestas a la pregunta «si excluimos la hipótesis de los creyentes, ¿qué otra cosa pudo suceder en Jerusalén aquel 9 de abril del año 793 de la fundación de Roma, el año 30 según el calendario cristiano?».
Podría hacerlo, llegando a la conclusión imprevista de que, al final, lo más razonable podría ser la aceptación de un misterio que supera a la razón pero sin contradecirla. Podría recordar que, a diferencia del fundador de cualquier otra religión, «Jesús, desde el inicio de la Historia, ha sido anunciado o adorado»: y es que, en efecto, la anomalía del cristianismo reside en ser la aceptación de un Mesías, fundada sobre el anuncio de ese mismo Mesías.
El árbol cristiano no sea apoya en el vacío, sino que hunde sus profundas raíces en el antiguo Israel. Podría mostrar cómo las mismas travesías que marcan la historia de la Iglesia pueden, paradójicamente, mostrar la filigrana de la presencia y la asistencia del espíritu del Resucitado. Incluso podría lanzarme a analizar la extraordinaria reserva de lo milgaroso que, desde siempre, acompaña la marcha de la fe a lo largo de la historia, y que sólo el prejuicio puede rechazar a priori.
Podría hacer todo esto. Por lo demás, es lo que he intentado hacer siempre. Aunque sin ilusionarme con convencer a todos. Sea cual sea la calidad y la cantidad de las razones puestas sobre la mesa, el creyente siempre chocará con la incredulidad. ¿Motivo para dudar de la fuerza de las argumentaciones de la fe? Todo lo contrario, un motivo de confirmación: en Jerusalén todo vieron al Crucificado, pero sólo los discípulos vieron al Resucitado.
La tutela de la libertad del hombre ha quedado confiada al claroscuro en el que Jesús envolvió su Pascua, admitiendo por decirlo de nuevo con Pascal «suficiente luz para creer», pero dejando «suficiente sombra para poder dudar». El resplandor de la mañana de Pascua puede iluminar el camino de quien esté dispuesto a dejarse guiar. El corazón del Evangelio no es un autoritario «tú debes», sino un afectuoso «si tú quieres».
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Fuente: Forum Libertas
Si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe, y también aquellos que han muerto en Cristo se han perdido. Si tenemos esperanza en Él solamente para esta vida, somos los más desgraciados de todos los hombres». Tal es el célebre escrito de Pablo a la comunidad de Corinto.
No es casualidad que la Pascua sea el centro del calendario cristiano: toda la fe está en vilo sobre el sepulcro de Jerusalén. Todo el edificio cristiano se desmoronaría como las Torres Gemelas si desaparecieran los cimientos, es decir, la convicción de que al tercer día el Crucificado salió de aquella tumba transfigurado por la luz de la resurrección.
El cristianismo no es un esquema ideológico independiente de los hechos concretos. Por el contrario, es el anuncio de un preciso acontecimiento histórico: «Aquel Jesús que acabó vergonzosamente sobre la cruz de los esclavos, sepultado en una tumba que le prestaron por caridad, salió de ella habiendo vencido a la muerte y mostrando de ese modo que era el Mesías anunciado por los profetas de Israel».
Tampoco es casualidad que Evangelio signifique «noticia», la «buena noticia» por excelencia: informa de hecho que ha sucedido algo que nos atañe directamente, porque ese Resucitado nos ha abierto el camino de la vida inmortal.
De aquí tanto la fuerza como la vulnerabilidad del cristianismo: dudar de la verdad histórica de aquel hecho significa despedirse de la fe. Si realmente los historiadores pudieran convencernos de que el evento de Pascua es solamente un mito, una leyenda, una ilusión, sería el fin de las Iglesias cristianas, digan lo que quieran ciertos teólogos actuales que querrían desvincular la fe de los datos de la historia.
Y digan lo que digan ciertas sabidurías new age, interesadas por lo cósmico y alérgicas a la crónica. Ésta es la simple y en el fondo dramática realidad: si el sepulcro de José de Arimatea se quedó cerrado, o vacío sólo porque el cadáver se lo llevaron los discípulos, el Evangelio queda degradado de Palabra de Dios a curioso testimonio de la literatura popular judeo-helenística.
Puesto que la fe no es una propuesta intelectual que haya de ser examinada con objetividad aséptica, sino que es una realidad que interpela a cada uno en lo profundo, es preciso hablar aquí en primera persona.
Aunque cueste hacerlo, aquí es necesario decir «yo». Por lo que diré que, para mí, sería particularmente hipócrita fingir una mesurada neutralidad. Hace ya más de treinta años que reflexionando sobre las razones de la fe no hago más que investigar precisamente sobre la verdad del acontecimiento pascual. Le he dedicado gruesos libros, pero en el fondo, en casi todo lo que he escrito me he preguntado sobre la posibilidad de aceptar ese fundamento de la fe.
El pasado domingo, la madre de cualquier otro domingo, recité con particular emoción con quienes estaban a mi lado el versículo del Credo sobre el que se funda todo: « murió y fue sepultado. Y resucitó al tercer día según las Escrituras ».
Desde luego que no son pocos los que me preguntan cómo puede tomarse en serio una afirmación del género, un hombre que tiene algunos estudios, que no ha dado signos visibles de desequilibrio mental, que incluso ha mostrado que no carece de un sentido crítico normal. No me sorprendo. Es más, comprendo bien una perplejidad que yo también tuve. Todavía ahora no hay una Misa en la que, al llegar al Credo, no me pregunte: pero en el fondo, ¿de verdad lo creo?
Por supuesto que sí, lo digo con claridad, con la humildad de quien sabe bien que no tiene en ello ningún mérito, con el temor de quien sabe que «lleva tesoros en vasos de barro», con la conciencia dolorosa de quien mide la distancia entre su fe y su vida.
Desde luego que sí, me atreveré a decirlo: al igual que cualquiera que se diga cristiano, estoy convencido de que cuanto refieren los evangelios coincide con lo que sucedió, que Jesús había muerto realmente y que realmente salió vivo del sepulcro, pasando luego cuarenta días con los discípulos antes de ascender al Cielo.
Yo también estoy entre los extravagantes que comparten una certeza que ahora parece minoritaria: la Pascua no conmemora un mito sino que recuerda un hecho.
Todos saben que para intentar motivar semejante convicción, existen enormes bibliotecas. Pero, ¿cómo responder a quien forzando las cosas quisiera obligar a una síntesis extrema? Puesto con la espalda en la pared, cada creyente tendría sus respuestas. Por lo que a mí respecta, aventuraría la «prueba de la vida».
Al inicio del Evangelio de Juan, a quienes le preguntan quién es, Jesús no les responde con un «manifiesto» ideológico sino que, pragmático, les replica: «Venid y veréis». Como puede confirmar cualquiera que haya aceptado la invitación, seguirle puede significar el descubrimiento de una luz que arroja significado sobre cualquier circunstancia de la existencia.
Por eso no hay cotidianidad de creyente que no esté atravesada, al menos a ráfagas, por el gozo de quien intuye el sentido de lo que de otro modo permanece dolorosamente inexplicable, y por la alegría de quien descubre que es amado, perdonado y esperado en una eternidad que sólo con que se quiera puede ser infinitamente feliz.
Igual que el movimiento se muestra simplemente caminando, la verdad del Evangelio se constata con la misma simplicidad, viviéndolo: la profundidad insondable de una enseñanza expresada con palabras tan elementales no tiene mejor verificación que la de la vida. A esta «prueba» existencial se refería Pablo al constatar «sé en quién he creído».
Siguiendo sobre el mismo nivel de lo concreto, tampoco he olvidado lo que me dijo una vez el cardenal Ratzinger: «No hay argumento apologético más eficaz que la santidad y el arte: la belleza de las almas y la belleza de las cosas que la fe ha plasmado, sin interrupciones, desde hace ya veinte siglos. Ahí está, créamelo, la fuerza misteriosa del Resucitado».
Pero como es obvio, añadiría a estas que, parafraseando a Pascal, llamaría «razones del corazón», las «razones de la razón» hacia las que, sobre todo, he dirigido mi investigación. ¿Cómo reducir a la médula las infinitas argumentaciones que, página tras página, he tratado de acumular? Como un policía inglés podría pasar revista a todas las posibles respuestas a la pregunta «si excluimos la hipótesis de los creyentes, ¿qué otra cosa pudo suceder en Jerusalén aquel 9 de abril del año 793 de la fundación de Roma, el año 30 según el calendario cristiano?».
Podría hacerlo, llegando a la conclusión imprevista de que, al final, lo más razonable podría ser la aceptación de un misterio que supera a la razón pero sin contradecirla. Podría recordar que, a diferencia del fundador de cualquier otra religión, «Jesús, desde el inicio de la Historia, ha sido anunciado o adorado»: y es que, en efecto, la anomalía del cristianismo reside en ser la aceptación de un Mesías, fundada sobre el anuncio de ese mismo Mesías.
El árbol cristiano no sea apoya en el vacío, sino que hunde sus profundas raíces en el antiguo Israel. Podría mostrar cómo las mismas travesías que marcan la historia de la Iglesia pueden, paradójicamente, mostrar la filigrana de la presencia y la asistencia del espíritu del Resucitado. Incluso podría lanzarme a analizar la extraordinaria reserva de lo milgaroso que, desde siempre, acompaña la marcha de la fe a lo largo de la historia, y que sólo el prejuicio puede rechazar a priori.
Podría hacer todo esto. Por lo demás, es lo que he intentado hacer siempre. Aunque sin ilusionarme con convencer a todos. Sea cual sea la calidad y la cantidad de las razones puestas sobre la mesa, el creyente siempre chocará con la incredulidad. ¿Motivo para dudar de la fuerza de las argumentaciones de la fe? Todo lo contrario, un motivo de confirmación: en Jerusalén todo vieron al Crucificado, pero sólo los discípulos vieron al Resucitado.
La tutela de la libertad del hombre ha quedado confiada al claroscuro en el que Jesús envolvió su Pascua, admitiendo por decirlo de nuevo con Pascal «suficiente luz para creer», pero dejando «suficiente sombra para poder dudar». El resplandor de la mañana de Pascua puede iluminar el camino de quien esté dispuesto a dejarse guiar. El corazón del Evangelio no es un autoritario «tú debes», sino un afectuoso «si tú quieres».
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Fuente: Forum Libertas
Intercesión Profética por las naciones / Autor: Padre Roger de la Comunidad Canción Nueve
La Iglesia quiere presentar al mundo la resurrección
Hermano, Dios te dio una vocación. La palabra de Dios nos remite a esa verdad.
“Vosotros sabéis lo sucedido en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo; cómo Dios a Jesús de Nazaret, le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,37-38).
Después que Jesús fue bautizado en el río Jordán, la Palabra nos revela, que el Espíritu Santo bajó sobre Él para que actuara con unción y poder. El mismo poder que ungió a Jesús de Nazaret está sobre ti. Eres ungido por el Espíritu Santo y por el poder. Y dijo el apóstol Pedro que Jesús estuvo por toda parte haciendo el bien. Dios está sobre ti bendiciéndote. Hoy, hace falta que tomes pose de esa gracia. Nosotros precisamos tomar pose de esa Palabra. Nosotros fuimos bautizados en nombre de Jesús.
Tú eres profeta, sacerdote y rey por el bautismo que has recibido, y vas a reinar con Jesús, te sentarás en el trono de la gloria si perseveras hasta el fin.
Mi hermano, Dios te llama para vivir las cosas de lo alto, porque tú no eres de esta tierra, estás de paso por aquí.
Cristo resucitó para que tomáramos pose de la gracia, las puertas del cielo están abiertas. La cruz y la resurrección abrieron las puertas del Cielo.
Por el bautismo morimos para las cosas de la tierra y nacimos para las cosas de lo alto. La Iglesia está llamando discípulos y misioneros. Dios te necesita en tu ciudad. Dios quiere que seas misionero en tu ciudad.
Tu experiencia con la resurrección no es para que escondas, sino para testimonies que Jesús está vivo y que experimentaste la resurrección. Dios quiere hacer de ti profeta de la resurrección.
Hace falta que resurja en medio de nosotros “Marías Magdalenas”, mujeres que tengan coraje de testimoniar la resurrección.
La resurrección es osadía del Espíritu. Señor, necesitamos de hombres profetas. Derrama tu unción sobre nosotros. Dios resurge hombres y mujeres de la resurrección.
La tumba está vacía y hace falta anunciar eso.
La Iglesia quiere presentar al mundo la resurrección y tú tienes que estar junto con la Iglesia. La Iglesia está resucitada con Cristo y yo estoy con ella.
Empiece a profetizar y prosperaremos. Dios está llamando hombres y mujeres para ser profetas.
Después que Jesús fue bautizado en el río Jordán, la Palabra nos revela, que el Espíritu Santo bajó sobre Él para que actuara con unción y poder. El mismo poder que ungió a Jesús de Nazaret está sobre ti. Eres ungido por el Espíritu Santo y por el poder. Y dijo el apóstol Pedro que Jesús estuvo por toda parte haciendo el bien. Dios está sobre ti bendiciéndote. Hoy, hace falta que tomes pose de esa gracia. Nosotros precisamos tomar pose de esa Palabra. Nosotros fuimos bautizados en nombre de Jesús.
Tú eres profeta, sacerdote y rey por el bautismo que has recibido, y vas a reinar con Jesús, te sentarás en el trono de la gloria si perseveras hasta el fin.
Mi hermano, Dios te llama para vivir las cosas de lo alto, porque tú no eres de esta tierra, estás de paso por aquí.
Cristo resucitó para que tomáramos pose de la gracia, las puertas del cielo están abiertas. La cruz y la resurrección abrieron las puertas del Cielo.
Por el bautismo morimos para las cosas de la tierra y nacimos para las cosas de lo alto. La Iglesia está llamando discípulos y misioneros. Dios te necesita en tu ciudad. Dios quiere que seas misionero en tu ciudad.
Tu experiencia con la resurrección no es para que escondas, sino para testimonies que Jesús está vivo y que experimentaste la resurrección. Dios quiere hacer de ti profeta de la resurrección.
Hace falta que resurja en medio de nosotros “Marías Magdalenas”, mujeres que tengan coraje de testimoniar la resurrección.
La resurrección es osadía del Espíritu. Señor, necesitamos de hombres profetas. Derrama tu unción sobre nosotros. Dios resurge hombres y mujeres de la resurrección.
La tumba está vacía y hace falta anunciar eso.
La Iglesia quiere presentar al mundo la resurrección y tú tienes que estar junto con la Iglesia. La Iglesia está resucitada con Cristo y yo estoy con ella.
Empiece a profetizar y prosperaremos. Dios está llamando hombres y mujeres para ser profetas.
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Fuente: Comunidad Canción Nueva
sábado, 22 de marzo de 2008
viernes, 21 de marzo de 2008
No está aquí: HA RESUCITADO! / Autores: Madre Elvira y toda la Comunidad Cenáculo
Pascua de Resurrección 2008
“Jesús, Dios lo ha resucitado
y nosotros somos testigos”
(At 2,32)
…sí, también nosotros somos testigos después de estos cuarenta días
de pequeñas y grandes cruces cotidianas: cada día de la vida
Jesús renace dentro de nosotros cuando como Él permanecemos en
silencio delante de la cruz, continuando a confiar que Dios nuestro Padre,
como no ha abandonado a Jesús, nunca abandona a ninguno de nosotros.
Entonces testimoniemos estas resurrecciones cotidianas los unos a los otros,
para contemplar y encontrar la presencia de Jesús vivo hoy y siempre en medio nuestro.
Deseamos con la alegría de nuestra vida, un tiempo muerta y ahora resucitada, desearles
FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN, de esperanza, de confianza, de amor, de paz… y de todas las cosas hermosas que deseen!
Gracias por vuestra amistad y generosidad con nosotros!
ALELUYA, ALELUYA, ALELUYA!
ALEGRÍA MIA, CRISTO HA RESUCITADO!
SÍ VERDADERAMENTE HA RESUCITADO!
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Fuente: Comunidad Cenáculo
“Jesús, Dios lo ha resucitado
y nosotros somos testigos”
(At 2,32)
…sí, también nosotros somos testigos después de estos cuarenta días
de pequeñas y grandes cruces cotidianas: cada día de la vida
Jesús renace dentro de nosotros cuando como Él permanecemos en
silencio delante de la cruz, continuando a confiar que Dios nuestro Padre,
como no ha abandonado a Jesús, nunca abandona a ninguno de nosotros.
Entonces testimoniemos estas resurrecciones cotidianas los unos a los otros,
para contemplar y encontrar la presencia de Jesús vivo hoy y siempre en medio nuestro.
Deseamos con la alegría de nuestra vida, un tiempo muerta y ahora resucitada, desearles
FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN, de esperanza, de confianza, de amor, de paz… y de todas las cosas hermosas que deseen!
Gracias por vuestra amistad y generosidad con nosotros!
ALELUYA, ALELUYA, ALELUYA!
ALEGRÍA MIA, CRISTO HA RESUCITADO!
SÍ VERDADERAMENTE HA RESUCITADO!
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Fuente: Comunidad Cenáculo
«He resucitado, estoy siempre contigo» / Autor: Benedicto XVI
Mensaje de Pascua de Benedicto XVI
Publicamos el mensaje de Pascua que pronunció Benedicto XVI a mediodía de este Domingo de Resurrección desde la plaza de San Pedro del Vaticano.
* * *
Resurrexi, et adhuc tecum sum. Alleluia! He resucitado, estoy siempre contigo. ¡Aleluya! Queridos hermanos y hermanas, Jesús, crucificado y resucitado, nos repite hoy este anuncio gozoso: es el anuncio pascual. Acojámoslo con íntimo asombro y gratitud.
"Resurrexi et adhuc tecum sum". "He resucitado y aún y siempre estoy contigo". Estas palabras, entresacadas de una antigua versión del Salmo 138 (v.18b), resuenan al comienzo de la Santa Misa de hoy. En ellas, al surgir el sol de la Pascua, la Iglesia reconoce la voz misma de Jesús que, resucitando de la muerte, colmado de felicidad y amor, se dirige al Padre y exclama: Padre mío, ¡heme aquí! He resucitado, todavía estoy contigo y lo estaré siempre; tu Espíritu no me ha abandonado nunca. Así también podemos comprender de modo nuevo otras expresiones del Salmo: "Si escalo al cielo, allí estás tú, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro... Porque ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día; para ti las tinieblas son como luz" (Sal 138, 8.12). Es verdad: en la solemne vigilia de Pascua las tinieblas se convierten en luz, la noche cede el paso al día que no conoce ocaso. La muerte y resurrección del Verbo de Dios encarnado es un acontecimiento de amor insuperable, es la victoria del Amor que nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte. Ha cambiado el curso de la historia, infundiendo un indeleble y renovado sentido y valor a la vida del hombre.
"He resucitado y estoy aún y siempre contigo". Estas palabras nos invitan a contemplar a Cristo resucitado, haciendo resonar en nuestro corazón su voz. Con su sacrificio redentor Jesús de Nazaret nos ha hecho hijos adoptivos de Dios, de modo que ahora podemos introducirnos también nosotros en el diálogo misterioso entre Él y el Padre. Viene a la mente lo que un día dijo a sus oyentes: "Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). En esta perspectiva, advertimos que la afirmación dirigida hoy por Jesús resucitado al Padre, - "Estoy aún y siempre contigo" - nos concierne también a nosotros, que somos hijos de Dios y coherederos con Cristo, si realmente participamos en sus sufrimientos para participar en su gloria (cf. Rm 8,17). Gracias a la muerte y resurrección de Cristo, también nosotros resucitamos hoy a la vida nueva, y uniendo nuestra voz a la suya proclamamos nuestro deseo de permanecer para siempre con Dios, nuestro Padre infinitamente bueno y misericordioso.
Entramos así en la profundidad del misterio pascual. El acontecimiento sorprendente de la resurrección de Jesús es esencialmente un acontecimiento de amor: amor del Padre que entrega al Hijo para la salvación del mundo; amor del Hijo que se abandona en la voluntad del Padre por todos nosotros; amor del Espíritu que resucita a Jesús de entre los muertos con su cuerpo transfigurado. Y todavía nás: amor del Padre que "vuelve a abrazar" al Hijo envolviéndolo en su gloria; amor del Hijo que con la fuerza del Espíritu vuelve al Padre revestido de nuestra humanidad transfigurada. Esta solemnidad, que nos hace revivir la experiencia absoluta y única de la resurrección de Jesús, es un llamamiento a convertirnos al Amor; una invitación a vivir rechazando el odio y el egoísmo y a seguir dócilmente las huellas del Cordero inmolado por nuestra salvación, a imitar al Redentor "manso y humilde de corazón", que es descanso para nuestras almas (cf. Mt 11,29).
Hermanas y hermanos cristianos de todos los rincones del mundo, hombres y mujeres de espíritu sinceramente abierto a la verdad: que nadie cierre el corazón a la omnipotencia de este amor redentor. Jesucristo ha muerto y resucitado por todos: ¡Él es nuestra esperanza! Esperanza verdadera para cada ser humano. Hoy, como hizo en Galilea con sus discípulos antes de volver al Padre, Jesús resucitado nos envía también a todas partes como testigos de su esperanza y nos garantiza: Yo estoy siempre con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20). Fijando la mirada del alma en las llagas gloriosas de su cuerpo transfigurado, podemos entender el sentido y el valor del sufrimiento, podemos aliviar las múltiples heridas que siguen ensangrentando a la humanidad, también en nuestros días. En sus llagas gloriosas reconocemos los signos indelebles de la misericordia infinita del Dios del que habla al profeta: Él es quien cura las heridas de los corazones desgarrados, quien defiende a los débiles y proclama la libertad a los esclavos, quien consuela a todos los afligidos y ofrece su aceite de alegría en lugar del vestido de luto, un canto de alabanza en lugar de un corazón triste (cf. Is 61,1.2.3). Si nos acercamos a Él con humilde confianza, encontraremos en su mirada la respuesta al anhelo más profundo de nuestro corazón: conocer a Dios y entablar con Él una relación vital en una auténtica comunión de amor, que colme de su mismo amor nuestra existencia y nuestras relaciones interpersonales y sociales. Para esto la humanidad necesita a Cristo: en Él, nuestra esperanza, "fuimos salvados" (cf. Rm 8,24)
Cuántas veces las relaciones entre personas, grupos y pueblos, están marcadas por el egoísmo, la injusticia, el odio, la violencia, en vez de estarlo por el amor. Son las llagas de la humanidad, abiertas y dolientes en todos los rincones del planeta, aunque a veces ignoradas e intencionadamente escondidas; llagas que desgarran el alma y el cuerpo de innumerables hermanos y hermanas nuestros. Éstas esperan obtener alivio y ser curadas por las llagas gloriosas del Señor resucitado (cf. 1 P 2, 24-25) y por la solidaridad de cuantos, siguiendo sus huellas y en su nombre, realizan gestos de amor, se comprometen activamente en favor de la justicia y difunden en su alrededor signos luminosos de esperanza en los lugares ensangrentados por los conflictos y dondequiera que la dignidad de la persona humana continúe siendo denigrada y vulnerada. El anhelo es que precisamente allí se multipliquen los testimonios de benignidad y de perdón.
Queridos hermanos y hermanas, dejémonos iluminar por la luz deslumbrante de este Día solemne; abrámonos con sincera confianza a Cristo resucitado, para que la fuerza renovadora del Misterio pascual se manifieste en cada uno de nosotros, en nuestras familias y nuestros Países. Se manifieste en todas las partes del mundo. No podemos dejar de pensar en este momento, de modo particular, en algunas regiones africanas, como Dafur y Somalia, en el martirizado Oriente Medio, especialmente en Tierra Santa, en Irak, en Líbano y, finalmente, en Tibet, regiones para las cuales aliento la búsqueda de soluciones que salvaguarden el bien y la paz. Invoquemos la plenitud de los dones pascuales por intercesión de María que, tras haber compartido los sufrimientos de la Pasión y crucifixión de su Hijo inocente, ha experimentado también la alegría inefable de su resurrección. Que, al estar asociada a la gloria de Cristo, sea Ella quien nos proteja y nos guíe por el camino de la solidaridad fraterna y de la paz. Éstos son mis anhelos pascuales, que transmito a los que estáis aquí presentes y a los hombres y mujeres de cada nación y continente unidos con nosotros a través de la radio y de la televisión. ¡Feliz Pascua!
[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
El mensaje pascual "Urbi et orbe" en video
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Publicamos el mensaje de Pascua que pronunció Benedicto XVI a mediodía de este Domingo de Resurrección desde la plaza de San Pedro del Vaticano.
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Resurrexi, et adhuc tecum sum. Alleluia! He resucitado, estoy siempre contigo. ¡Aleluya! Queridos hermanos y hermanas, Jesús, crucificado y resucitado, nos repite hoy este anuncio gozoso: es el anuncio pascual. Acojámoslo con íntimo asombro y gratitud.
"Resurrexi et adhuc tecum sum". "He resucitado y aún y siempre estoy contigo". Estas palabras, entresacadas de una antigua versión del Salmo 138 (v.18b), resuenan al comienzo de la Santa Misa de hoy. En ellas, al surgir el sol de la Pascua, la Iglesia reconoce la voz misma de Jesús que, resucitando de la muerte, colmado de felicidad y amor, se dirige al Padre y exclama: Padre mío, ¡heme aquí! He resucitado, todavía estoy contigo y lo estaré siempre; tu Espíritu no me ha abandonado nunca. Así también podemos comprender de modo nuevo otras expresiones del Salmo: "Si escalo al cielo, allí estás tú, si me acuesto en el abismo, allí te encuentro... Porque ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es clara como el día; para ti las tinieblas son como luz" (Sal 138, 8.12). Es verdad: en la solemne vigilia de Pascua las tinieblas se convierten en luz, la noche cede el paso al día que no conoce ocaso. La muerte y resurrección del Verbo de Dios encarnado es un acontecimiento de amor insuperable, es la victoria del Amor que nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte. Ha cambiado el curso de la historia, infundiendo un indeleble y renovado sentido y valor a la vida del hombre.
"He resucitado y estoy aún y siempre contigo". Estas palabras nos invitan a contemplar a Cristo resucitado, haciendo resonar en nuestro corazón su voz. Con su sacrificio redentor Jesús de Nazaret nos ha hecho hijos adoptivos de Dios, de modo que ahora podemos introducirnos también nosotros en el diálogo misterioso entre Él y el Padre. Viene a la mente lo que un día dijo a sus oyentes: "Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). En esta perspectiva, advertimos que la afirmación dirigida hoy por Jesús resucitado al Padre, - "Estoy aún y siempre contigo" - nos concierne también a nosotros, que somos hijos de Dios y coherederos con Cristo, si realmente participamos en sus sufrimientos para participar en su gloria (cf. Rm 8,17). Gracias a la muerte y resurrección de Cristo, también nosotros resucitamos hoy a la vida nueva, y uniendo nuestra voz a la suya proclamamos nuestro deseo de permanecer para siempre con Dios, nuestro Padre infinitamente bueno y misericordioso.
Entramos así en la profundidad del misterio pascual. El acontecimiento sorprendente de la resurrección de Jesús es esencialmente un acontecimiento de amor: amor del Padre que entrega al Hijo para la salvación del mundo; amor del Hijo que se abandona en la voluntad del Padre por todos nosotros; amor del Espíritu que resucita a Jesús de entre los muertos con su cuerpo transfigurado. Y todavía nás: amor del Padre que "vuelve a abrazar" al Hijo envolviéndolo en su gloria; amor del Hijo que con la fuerza del Espíritu vuelve al Padre revestido de nuestra humanidad transfigurada. Esta solemnidad, que nos hace revivir la experiencia absoluta y única de la resurrección de Jesús, es un llamamiento a convertirnos al Amor; una invitación a vivir rechazando el odio y el egoísmo y a seguir dócilmente las huellas del Cordero inmolado por nuestra salvación, a imitar al Redentor "manso y humilde de corazón", que es descanso para nuestras almas (cf. Mt 11,29).
Hermanas y hermanos cristianos de todos los rincones del mundo, hombres y mujeres de espíritu sinceramente abierto a la verdad: que nadie cierre el corazón a la omnipotencia de este amor redentor. Jesucristo ha muerto y resucitado por todos: ¡Él es nuestra esperanza! Esperanza verdadera para cada ser humano. Hoy, como hizo en Galilea con sus discípulos antes de volver al Padre, Jesús resucitado nos envía también a todas partes como testigos de su esperanza y nos garantiza: Yo estoy siempre con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo (cf. Mt 28,20). Fijando la mirada del alma en las llagas gloriosas de su cuerpo transfigurado, podemos entender el sentido y el valor del sufrimiento, podemos aliviar las múltiples heridas que siguen ensangrentando a la humanidad, también en nuestros días. En sus llagas gloriosas reconocemos los signos indelebles de la misericordia infinita del Dios del que habla al profeta: Él es quien cura las heridas de los corazones desgarrados, quien defiende a los débiles y proclama la libertad a los esclavos, quien consuela a todos los afligidos y ofrece su aceite de alegría en lugar del vestido de luto, un canto de alabanza en lugar de un corazón triste (cf. Is 61,1.2.3). Si nos acercamos a Él con humilde confianza, encontraremos en su mirada la respuesta al anhelo más profundo de nuestro corazón: conocer a Dios y entablar con Él una relación vital en una auténtica comunión de amor, que colme de su mismo amor nuestra existencia y nuestras relaciones interpersonales y sociales. Para esto la humanidad necesita a Cristo: en Él, nuestra esperanza, "fuimos salvados" (cf. Rm 8,24)
Cuántas veces las relaciones entre personas, grupos y pueblos, están marcadas por el egoísmo, la injusticia, el odio, la violencia, en vez de estarlo por el amor. Son las llagas de la humanidad, abiertas y dolientes en todos los rincones del planeta, aunque a veces ignoradas e intencionadamente escondidas; llagas que desgarran el alma y el cuerpo de innumerables hermanos y hermanas nuestros. Éstas esperan obtener alivio y ser curadas por las llagas gloriosas del Señor resucitado (cf. 1 P 2, 24-25) y por la solidaridad de cuantos, siguiendo sus huellas y en su nombre, realizan gestos de amor, se comprometen activamente en favor de la justicia y difunden en su alrededor signos luminosos de esperanza en los lugares ensangrentados por los conflictos y dondequiera que la dignidad de la persona humana continúe siendo denigrada y vulnerada. El anhelo es que precisamente allí se multipliquen los testimonios de benignidad y de perdón.
Queridos hermanos y hermanas, dejémonos iluminar por la luz deslumbrante de este Día solemne; abrámonos con sincera confianza a Cristo resucitado, para que la fuerza renovadora del Misterio pascual se manifieste en cada uno de nosotros, en nuestras familias y nuestros Países. Se manifieste en todas las partes del mundo. No podemos dejar de pensar en este momento, de modo particular, en algunas regiones africanas, como Dafur y Somalia, en el martirizado Oriente Medio, especialmente en Tierra Santa, en Irak, en Líbano y, finalmente, en Tibet, regiones para las cuales aliento la búsqueda de soluciones que salvaguarden el bien y la paz. Invoquemos la plenitud de los dones pascuales por intercesión de María que, tras haber compartido los sufrimientos de la Pasión y crucifixión de su Hijo inocente, ha experimentado también la alegría inefable de su resurrección. Que, al estar asociada a la gloria de Cristo, sea Ella quien nos proteja y nos guíe por el camino de la solidaridad fraterna y de la paz. Éstos son mis anhelos pascuales, que transmito a los que estáis aquí presentes y a los hombres y mujeres de cada nación y continente unidos con nosotros a través de la radio y de la televisión. ¡Feliz Pascua!
[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
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El verdadero culto a Dios consiste en servir y curar con la bondad / Autor: Benedicto XVI
Homilía en el Domingo de Ramos
Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en el Domingo de Ramos, XXIII Jornada Mundial de la Juventud.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
Año tras año el pasaje evangélico del domingo de Ramos nos relata la entrada de Jesús en Jerusalén. Junto con sus discípulos y con una multitud creciente de peregrinos, había subido desde la llanura de Galilea hacia la ciudad santa. Como peldaños de esta subida, los evangelistas nos han transmitido tres anuncios de Jesús relativos a su Pasión, aludiendo así, al mismo tiempo, a la subida interior que se estaba realizando en esa peregrinación. Jesús está en camino hacia el templo, hacia el lugar donde Dios, como dice el Deuteronomio, había querido "fijar la morada" de su nombre (cf. Dt 12, 11; 14, 23).
El Dios que creó el cielo y la tierra se dio un nombre, se hizo invocable; más aún, se hizo casi palpable por los hombres. Ningún lugar puede contenerlo y, sin embargo, o precisamente por eso, él mismo se da un lugar y un nombre, para que él personalmente, el verdadero Dios, pueda ser venerado allí como Dios en medio de nosotros.
Por el relato sobre Jesús a la edad de doce años sabemos que amaba el templo como la casa de su Padre, como su casa paterna. Ahora, va de nuevo a ese templo, pero su recorrido va más allá: la última meta de su subida es la cruz. Es la subida que la carta a los Hebreos describe como la subida hacia una tienda no fabricada por mano de hombre, hasta la presencia de Dios. La subida hasta la presencia de Dios pasa por la cruz. Es la subida hacia "el amor hasta el extremo" (cf. Jn 13, 1), que es el verdadero monte de Dios, el lugar definitivo del contacto entre Dios y el hombre.
Durante la entrada en Jerusalén, la gente rinde homenaje a Jesús como Hijo de David con las palabras del Salmo 118 de los peregrinos: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!" (Mt 21, 9). Después, llega al templo. Pero en el espacio donde debía realizarse el encuentro entre Dios y el hombre halla a vendedores de palomas y cambistas que ocupan con sus negocios el lugar de oración.
Ciertamente, los animales que se vendían allí estaban destinados a los sacrificios para inmolar en el templo. Y puesto que en el templo no se podían usar las monedas en las que estaban representados los emperadores romanos, que estaban en contraste con el Dios verdadero, era necesario cambiarlas por monedas que no tuvieran imágenes idolátricas. Pero todo esto se podía hacer en otro lugar: el espacio donde se hacía entonces debía ser, de acuerdo con su destino, el atrio de los paganos.
En efecto, el Dios de Israel era precisamente el único Dios de todos los pueblos. Y aunque los paganos no entraban, por decirlo así, en el interior de la Revelación, sin embargo en el atrio de la fe podían asociarse a la oración al único Dios. El Dios de Israel, el Dios de todos los hombres, siempre esperaba también su oración, su búsqueda, su invocación.
En cambio, entonces predominaban allí los negocios, legalizados por la autoridad competente que, a su vez, participaba en las ganancias de los mercaderes. Los vendedores actuaban correctamente según el ordenamiento vigente, pero el ordenamiento mismo estaba corrompido. "La codicia es idolatría", dice la carta a los Colosenses (cf. Col 3, 5). Esta es la idolatría que Jesús encuentra y ante la cual cita a Isaías: "Mi casa será llamada casa de oración" (Mt 21, 13; cf. Is 56, 7), y a Jeremías: "Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de ladrones" (Mt 21, 13; cf. Jr 7, 11). Contra el orden mal interpretado Jesús, con su gesto profético, defiende el orden verdadero que se encuentra en la Ley y en los Profetas.
Todo esto también nos debe hacer pensar a los cristianos de hoy: ¿nuestra fe es lo suficientemente pura y abierta como para que, gracias a ella también los "paganos", las personas que hoy están en búsqueda y tienen sus interrogantes, puedan vislumbrar la luz del único Dios, se asocien en los atrios de la fe a nuestra oración y con sus interrogantes también ellas quizá se conviertan en adoradores? La convicción de que la codicia es idolatría, ¿llega también a nuestro corazón y a nuestro estilo de vida? ¿No dejamos entrar, de diversos modos, a los ídolos también en el mundo de nuestra fe? ¿Estamos dispuestos a dejarnos purificar continuamente por el Señor, permitiéndole arrojar de nosotros y de la Iglesia todo lo que es contrario a él?
Sin embargo, en la purificación del templo se trata de algo más que de la lucha contra los abusos. Se anuncia una nueva hora de la historia. Ahora está comenzando lo que Jesús había anunciado a la samaritana a propósito de su pregunta sobre la verdadera adoración: "Llega la hora -ya estamos en ella- en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren" (Jn 4, 23). Ha terminado el tiempo en el que a Dios se inmolaban animales. Desde siempre los sacrificios de animales habían sido sólo una sustitución, un gesto de nostalgia del verdadero modo de adorar a Dios.
Sobre la vida y la obra de Jesús, la carta a los Hebreos puso como lema una frase del salmo 40: "No quisiste sacrificio ni oblación; pero me has formado un cuerpo" (Hb 10, 5). En lugar de los sacrificios cruentos y de las ofrendas de alimentos se pone el cuerpo de Cristo, se pone él mismo. Sólo "el amor hasta el extremo", sólo el amor que por los hombres se entrega totalmente a Dios, es el verdadero culto, el verdadero sacrificio. Adorar en espíritu y en verdad significa adorar en comunión con Aquel que es la verdad; adorar en comunión con su Cuerpo, en el que el Espíritu Santo nos reúne.
Los evangelistas nos relatan que, en el proceso contra Jesús, se presentaron falsos testigos y afirmaron que Jesús había dicho: "Yo puedo destruir el templo de Dios y en tres días reconstruirlo" (Mt 26, 61). Ante Cristo colgado de la cruz, algunos de los que se burlaban de él aluden a esas palabras, gritando: "Tú que destruyes el templo y en tres días lo reconstruyes, sálvate a ti mismo" (Mt 27, 40).
La versión exacta de las palabras, tal como salieron de labios de Jesús mismo, nos la transmitió san Juan en su relato de la purificación del templo. Ante la petición de un signo con el que Jesús debía legitimar esa acción, el Señor respondió: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré" (Jn 2, 18 s). San Juan añade que, recordando ese acontecimiento después de la Resurrección, los discípulos comprendieron que Jesús había hablado del templo de su cuerpo (cf. Jn 2, 21s).
No es Jesús quien destruye el templo; el templo es abandonado a su destrucción por la actitud de aquellos que, de lugar de encuentro de todos los pueblos con Dios, lo transformaron en "cueva de ladrones", en lugar de negocios. Pero, como siempre desde la caída de Adán, el fracaso de los hombres se convierte en ocasión para un esfuerzo aún mayor del amor de Dios en favor de nosotros.
La hora del templo de piedra, la hora de los sacrificios de animales, había quedado superada: si el Señor ahora expulsa a los mercaderes no sólo para impedir un abuso, sino también para indicar el nuevo modo de actuar de Dios. Se forma el nuevo templo: Jesucristo mismo, en el que el amor de Dios se derrama sobre los hombres. Él, en su vida, es el templo nuevo y vivo. Él, que pasó por la cruz y resucitó, es el espacio vivo de espíritu y vida, en el que se realiza la adoración correcta. Así, la purificación del templo, como culmen de la entrada solemne de Jesús en Jerusalén, es al mismo tiempo el signo de la ruina inminente del edificio y de la promesa del nuevo templo; promesa del reino de la reconciliación y del amor que, en la comunión con Cristo, se instaura más allá de toda frontera.
Al final del relato del domingo de Ramos, tras la purificación del templo, san Mateo, cuyo evangelio escuchamos este año, refiere también dos pequeños hechos que tienen asimismo un carácter profético y nos aclaran una vez más la auténtica voluntad de Jesús. Inmediatamente después de las palabras de Jesús sobre la casa de oración de todos los pueblos, el evangelista continúa así: "En el templo se acercaron a él algunos ciegos y cojos, y los curó". Además, san Mateo no s dice que algunos niños repetían en el templo la aclamación que los peregrinos habían hecho a su entrada de la ciudad: "¡Hosanna al Hijo de David!" (Mt 21, 14s).
Al comercio de animales y a los negocios con dinero Jesús contrapone su bondad sanadora. Es la verdadera purificación del templo. Él no viene para destruir; no viene con la espada del revolucionario. Viene con el don de la curación. Se dedica a quienes, a causa de su enfermedad, son impulsados a los extremos de su vida y al margen de la sociedad. Jesús muestra a Dios como el que ama, y su poder como el poder del amor. Así nos dice qué es lo que formará parte para siempre del verdadero culto a Dios: curar, servir, la bondad que sana.
Y están, además, los niños que rinden homenaje a Jesús como Hijo de David y exclaman "¡Hosanna!". Jesús había dicho a sus discípulos que, para entrar en el reino de Dios, deberían hacerse como niños. Él mismo, que abraza al mundo entero, se hizo niño para salir a nuestro encuentro, para llevarnos hacia Dios. Para reconocer a Dios debemos abandonar la soberbia que nos ciega, que quiere impulsarnos lejos de Dios, como si Dios fuera nuestro competidor. Para encontrar a Dios es necesario ser capaces de ver con el corazón. Debemos aprender a ver con un corazón de niño, con un corazón joven, al que los prejuicios no obstaculizan y los intereses no deslumbran. Así, en los niños que con ese corazón libre y abierto lo reconocen a él la Iglesia ha visto la imagen de los creyentes de todos los tiempos, su propia imagen.
Queridos amigos, ahora nos asociamos a la procesión de los jóvenes de entonces, una procesión que atraviesa toda la historia. Juntamente con los jóvenes de todo el mundo, vamos al encuentro de Jesús. Dejémonos guiar por él hacia Dios, para aprender de Dios mismo el modo correcto de ser hombres. Con él demos gracias a Dios porque con Jesús, el Hijo de David, nos ha dado un espacio de paz y de reconciliación que, con la sagrada Eucaristía, abraza al mundo. Invoquémoslo para que también nosotros lleguemos a ser con él, y a partir de él, mensajeros de su paz, adoradores en espíritu y en verdad, a fin de que en nosotros y a nuestro alrededor crezca su reino. Amén.
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[Trascripción distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en el Domingo de Ramos, XXIII Jornada Mundial de la Juventud.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
Año tras año el pasaje evangélico del domingo de Ramos nos relata la entrada de Jesús en Jerusalén. Junto con sus discípulos y con una multitud creciente de peregrinos, había subido desde la llanura de Galilea hacia la ciudad santa. Como peldaños de esta subida, los evangelistas nos han transmitido tres anuncios de Jesús relativos a su Pasión, aludiendo así, al mismo tiempo, a la subida interior que se estaba realizando en esa peregrinación. Jesús está en camino hacia el templo, hacia el lugar donde Dios, como dice el Deuteronomio, había querido "fijar la morada" de su nombre (cf. Dt 12, 11; 14, 23).
El Dios que creó el cielo y la tierra se dio un nombre, se hizo invocable; más aún, se hizo casi palpable por los hombres. Ningún lugar puede contenerlo y, sin embargo, o precisamente por eso, él mismo se da un lugar y un nombre, para que él personalmente, el verdadero Dios, pueda ser venerado allí como Dios en medio de nosotros.
Por el relato sobre Jesús a la edad de doce años sabemos que amaba el templo como la casa de su Padre, como su casa paterna. Ahora, va de nuevo a ese templo, pero su recorrido va más allá: la última meta de su subida es la cruz. Es la subida que la carta a los Hebreos describe como la subida hacia una tienda no fabricada por mano de hombre, hasta la presencia de Dios. La subida hasta la presencia de Dios pasa por la cruz. Es la subida hacia "el amor hasta el extremo" (cf. Jn 13, 1), que es el verdadero monte de Dios, el lugar definitivo del contacto entre Dios y el hombre.
Durante la entrada en Jerusalén, la gente rinde homenaje a Jesús como Hijo de David con las palabras del Salmo 118 de los peregrinos: "¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en el cielo!" (Mt 21, 9). Después, llega al templo. Pero en el espacio donde debía realizarse el encuentro entre Dios y el hombre halla a vendedores de palomas y cambistas que ocupan con sus negocios el lugar de oración.
Ciertamente, los animales que se vendían allí estaban destinados a los sacrificios para inmolar en el templo. Y puesto que en el templo no se podían usar las monedas en las que estaban representados los emperadores romanos, que estaban en contraste con el Dios verdadero, era necesario cambiarlas por monedas que no tuvieran imágenes idolátricas. Pero todo esto se podía hacer en otro lugar: el espacio donde se hacía entonces debía ser, de acuerdo con su destino, el atrio de los paganos.
En efecto, el Dios de Israel era precisamente el único Dios de todos los pueblos. Y aunque los paganos no entraban, por decirlo así, en el interior de la Revelación, sin embargo en el atrio de la fe podían asociarse a la oración al único Dios. El Dios de Israel, el Dios de todos los hombres, siempre esperaba también su oración, su búsqueda, su invocación.
En cambio, entonces predominaban allí los negocios, legalizados por la autoridad competente que, a su vez, participaba en las ganancias de los mercaderes. Los vendedores actuaban correctamente según el ordenamiento vigente, pero el ordenamiento mismo estaba corrompido. "La codicia es idolatría", dice la carta a los Colosenses (cf. Col 3, 5). Esta es la idolatría que Jesús encuentra y ante la cual cita a Isaías: "Mi casa será llamada casa de oración" (Mt 21, 13; cf. Is 56, 7), y a Jeremías: "Pero vosotros estáis haciendo de ella una cueva de ladrones" (Mt 21, 13; cf. Jr 7, 11). Contra el orden mal interpretado Jesús, con su gesto profético, defiende el orden verdadero que se encuentra en la Ley y en los Profetas.
Todo esto también nos debe hacer pensar a los cristianos de hoy: ¿nuestra fe es lo suficientemente pura y abierta como para que, gracias a ella también los "paganos", las personas que hoy están en búsqueda y tienen sus interrogantes, puedan vislumbrar la luz del único Dios, se asocien en los atrios de la fe a nuestra oración y con sus interrogantes también ellas quizá se conviertan en adoradores? La convicción de que la codicia es idolatría, ¿llega también a nuestro corazón y a nuestro estilo de vida? ¿No dejamos entrar, de diversos modos, a los ídolos también en el mundo de nuestra fe? ¿Estamos dispuestos a dejarnos purificar continuamente por el Señor, permitiéndole arrojar de nosotros y de la Iglesia todo lo que es contrario a él?
Sin embargo, en la purificación del templo se trata de algo más que de la lucha contra los abusos. Se anuncia una nueva hora de la historia. Ahora está comenzando lo que Jesús había anunciado a la samaritana a propósito de su pregunta sobre la verdadera adoración: "Llega la hora -ya estamos en ella- en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren" (Jn 4, 23). Ha terminado el tiempo en el que a Dios se inmolaban animales. Desde siempre los sacrificios de animales habían sido sólo una sustitución, un gesto de nostalgia del verdadero modo de adorar a Dios.
Sobre la vida y la obra de Jesús, la carta a los Hebreos puso como lema una frase del salmo 40: "No quisiste sacrificio ni oblación; pero me has formado un cuerpo" (Hb 10, 5). En lugar de los sacrificios cruentos y de las ofrendas de alimentos se pone el cuerpo de Cristo, se pone él mismo. Sólo "el amor hasta el extremo", sólo el amor que por los hombres se entrega totalmente a Dios, es el verdadero culto, el verdadero sacrificio. Adorar en espíritu y en verdad significa adorar en comunión con Aquel que es la verdad; adorar en comunión con su Cuerpo, en el que el Espíritu Santo nos reúne.
Los evangelistas nos relatan que, en el proceso contra Jesús, se presentaron falsos testigos y afirmaron que Jesús había dicho: "Yo puedo destruir el templo de Dios y en tres días reconstruirlo" (Mt 26, 61). Ante Cristo colgado de la cruz, algunos de los que se burlaban de él aluden a esas palabras, gritando: "Tú que destruyes el templo y en tres días lo reconstruyes, sálvate a ti mismo" (Mt 27, 40).
La versión exacta de las palabras, tal como salieron de labios de Jesús mismo, nos la transmitió san Juan en su relato de la purificación del templo. Ante la petición de un signo con el que Jesús debía legitimar esa acción, el Señor respondió: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré" (Jn 2, 18 s). San Juan añade que, recordando ese acontecimiento después de la Resurrección, los discípulos comprendieron que Jesús había hablado del templo de su cuerpo (cf. Jn 2, 21s).
No es Jesús quien destruye el templo; el templo es abandonado a su destrucción por la actitud de aquellos que, de lugar de encuentro de todos los pueblos con Dios, lo transformaron en "cueva de ladrones", en lugar de negocios. Pero, como siempre desde la caída de Adán, el fracaso de los hombres se convierte en ocasión para un esfuerzo aún mayor del amor de Dios en favor de nosotros.
La hora del templo de piedra, la hora de los sacrificios de animales, había quedado superada: si el Señor ahora expulsa a los mercaderes no sólo para impedir un abuso, sino también para indicar el nuevo modo de actuar de Dios. Se forma el nuevo templo: Jesucristo mismo, en el que el amor de Dios se derrama sobre los hombres. Él, en su vida, es el templo nuevo y vivo. Él, que pasó por la cruz y resucitó, es el espacio vivo de espíritu y vida, en el que se realiza la adoración correcta. Así, la purificación del templo, como culmen de la entrada solemne de Jesús en Jerusalén, es al mismo tiempo el signo de la ruina inminente del edificio y de la promesa del nuevo templo; promesa del reino de la reconciliación y del amor que, en la comunión con Cristo, se instaura más allá de toda frontera.
Al final del relato del domingo de Ramos, tras la purificación del templo, san Mateo, cuyo evangelio escuchamos este año, refiere también dos pequeños hechos que tienen asimismo un carácter profético y nos aclaran una vez más la auténtica voluntad de Jesús. Inmediatamente después de las palabras de Jesús sobre la casa de oración de todos los pueblos, el evangelista continúa así: "En el templo se acercaron a él algunos ciegos y cojos, y los curó". Además, san Mateo no s dice que algunos niños repetían en el templo la aclamación que los peregrinos habían hecho a su entrada de la ciudad: "¡Hosanna al Hijo de David!" (Mt 21, 14s).
Al comercio de animales y a los negocios con dinero Jesús contrapone su bondad sanadora. Es la verdadera purificación del templo. Él no viene para destruir; no viene con la espada del revolucionario. Viene con el don de la curación. Se dedica a quienes, a causa de su enfermedad, son impulsados a los extremos de su vida y al margen de la sociedad. Jesús muestra a Dios como el que ama, y su poder como el poder del amor. Así nos dice qué es lo que formará parte para siempre del verdadero culto a Dios: curar, servir, la bondad que sana.
Y están, además, los niños que rinden homenaje a Jesús como Hijo de David y exclaman "¡Hosanna!". Jesús había dicho a sus discípulos que, para entrar en el reino de Dios, deberían hacerse como niños. Él mismo, que abraza al mundo entero, se hizo niño para salir a nuestro encuentro, para llevarnos hacia Dios. Para reconocer a Dios debemos abandonar la soberbia que nos ciega, que quiere impulsarnos lejos de Dios, como si Dios fuera nuestro competidor. Para encontrar a Dios es necesario ser capaces de ver con el corazón. Debemos aprender a ver con un corazón de niño, con un corazón joven, al que los prejuicios no obstaculizan y los intereses no deslumbran. Así, en los niños que con ese corazón libre y abierto lo reconocen a él la Iglesia ha visto la imagen de los creyentes de todos los tiempos, su propia imagen.
Queridos amigos, ahora nos asociamos a la procesión de los jóvenes de entonces, una procesión que atraviesa toda la historia. Juntamente con los jóvenes de todo el mundo, vamos al encuentro de Jesús. Dejémonos guiar por él hacia Dios, para aprender de Dios mismo el modo correcto de ser hombres. Con él demos gracias a Dios porque con Jesús, el Hijo de David, nos ha dado un espacio de paz y de reconciliación que, con la sagrada Eucaristía, abraza al mundo. Invoquémoslo para que también nosotros lleguemos a ser con él, y a partir de él, mensajeros de su paz, adoradores en espíritu y en verdad, a fin de que en nosotros y a nuestro alrededor crezca su reino. Amén.
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[Trascripción distribuida por la Santa Sede
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Jóvenes sonrisa de Dios / Autora: Madre Elvira, fundadora Comunidad Cenáculo
Se comienza a dar la vida con una sonrisa, ¡sonriamos a la vida!
Si no nos sonreímos a nosotros mismos, si no amamos y hacemos bailar nuestra vida, les damos muerte a nuestros hijos: la tristeza es muerte dentro del corazón de los jóvenes. Cuántas “caras tristes” se ven hoy en las
familias, que les hacen un gran mal a los niños. ¡No les hagamos pagar a ellos nuestras cargas! Ellos buscan en el rostro de quien lo acompaña la confirmación de la belleza, de la alegría de la vida. Darles una sonrisa es decirles: “¡La vida es un don, vale la pena existir!”
“Amor”es la palabra que llena el universo: cada criatura lleva adentro este deseo, este anhelo, de amar y ser amada. Jesús le dice a toda la humanidad: “Ámense, ámense como yo los he amado,” y si Jesús lo ha dicho, si este ha sido el mandamiento que nos ha dejado, significa que que lo podemos hacer porquefuimos creados para el amor. Quien no desarrolla la entrega, se empobrece,siempre pedirá limosna, un poco de compasión, de conmiseración, de falsapiedad a su alrededor. Sin embargo, Dios ha puesto la plenitud del amor verdadero dentro de nosotros. Comencemos a amar con el acto de la voluntad quees una sonrisa. No siempre surge espontáneamente, no es siempre fácil, perouna sonrisa te enciende una luz en el corazón. Lo decidimos nosotros, porque
Dios no sólo nos ha dado los sentimientos, los afectos, sino también la voluntad,
la determinación. Parece solo un esfuerzo exterior, pero luego te enciende el
corazón, lo inflama, lo hace vibrar, comienza la fiesta dentro de tu vida.
La sonrisa es la expresión de la alegría verdadera que no nace de la conveniencia sino con frecuencia del dolor, de aquella pequeña espina de tu corazón porque has visto o sufrido una injusticia, que en el perdón sabes transformar en paz. Nosotros hemos nacido de la fuente que es Dios Amor, Dios Misericordia, Dios Paz, Dios Belleza, Dios Diálogo… aprendamos a vivir nuestra identidad: somos hijos amados, capaces de sacrificio, de sufrir para madurar un amor más verdadero, el amor que nace de la Cruz de Cristo y que se abre al perdón. El que no perdona no puede vivir la alegría y está siempre triste, porque espera que sea el otro el que dé el primer paso, pretende. Siempre les digo a mis colaboradores: “Nada pretender, por nada ofenderse”. ¿Por qué nosotros, que somos tan afortunados por conocer y experimentar la bondad de Dios, deberíamos ofendernos? Se ha comprobado que muchos males radican en la tristeza, en la rabia, en “estar silenciosos” en un mutismo negativo, que anula la comunicación, el diálogo, que cierra la existencia en una calle ciega donde muere la luz, la esperanza.
Todo esto genera rencor, venganza, destruye la misma vida. Por otro lado ha sido demostrado que la alegría, el baile, el perdón, la misericordia, la generosidad, el altruismo, todo lo que es bien, paz, belleza auténtica, da salud al cuerpo y paz al espíritu. ¡La sonrisa es la verdadera juventud de la vida! En estos meses he encontrado muchos jóvenes con el deseo de esperanza en los ojos, las ganas de una vida nueva, la dedicación seria para construir un futuro distinto. He sentido vibrar el corazón en la certeza de que los jóvenes son la sonrisa de Dios. Aunque los años pasan, cada vez que sonrío también yo me siento joven.
¡Una sonrisa enciende la vida y hace concreto el amor!
------------------------------------------------
Fuente: Revista Resurrección de la Comunidad Cenáculo
Si no nos sonreímos a nosotros mismos, si no amamos y hacemos bailar nuestra vida, les damos muerte a nuestros hijos: la tristeza es muerte dentro del corazón de los jóvenes. Cuántas “caras tristes” se ven hoy en las
familias, que les hacen un gran mal a los niños. ¡No les hagamos pagar a ellos nuestras cargas! Ellos buscan en el rostro de quien lo acompaña la confirmación de la belleza, de la alegría de la vida. Darles una sonrisa es decirles: “¡La vida es un don, vale la pena existir!”
“Amor”es la palabra que llena el universo: cada criatura lleva adentro este deseo, este anhelo, de amar y ser amada. Jesús le dice a toda la humanidad: “Ámense, ámense como yo los he amado,” y si Jesús lo ha dicho, si este ha sido el mandamiento que nos ha dejado, significa que que lo podemos hacer porquefuimos creados para el amor. Quien no desarrolla la entrega, se empobrece,siempre pedirá limosna, un poco de compasión, de conmiseración, de falsapiedad a su alrededor. Sin embargo, Dios ha puesto la plenitud del amor verdadero dentro de nosotros. Comencemos a amar con el acto de la voluntad quees una sonrisa. No siempre surge espontáneamente, no es siempre fácil, perouna sonrisa te enciende una luz en el corazón. Lo decidimos nosotros, porque
Dios no sólo nos ha dado los sentimientos, los afectos, sino también la voluntad,
la determinación. Parece solo un esfuerzo exterior, pero luego te enciende el
corazón, lo inflama, lo hace vibrar, comienza la fiesta dentro de tu vida.
La sonrisa es la expresión de la alegría verdadera que no nace de la conveniencia sino con frecuencia del dolor, de aquella pequeña espina de tu corazón porque has visto o sufrido una injusticia, que en el perdón sabes transformar en paz. Nosotros hemos nacido de la fuente que es Dios Amor, Dios Misericordia, Dios Paz, Dios Belleza, Dios Diálogo… aprendamos a vivir nuestra identidad: somos hijos amados, capaces de sacrificio, de sufrir para madurar un amor más verdadero, el amor que nace de la Cruz de Cristo y que se abre al perdón. El que no perdona no puede vivir la alegría y está siempre triste, porque espera que sea el otro el que dé el primer paso, pretende. Siempre les digo a mis colaboradores: “Nada pretender, por nada ofenderse”. ¿Por qué nosotros, que somos tan afortunados por conocer y experimentar la bondad de Dios, deberíamos ofendernos? Se ha comprobado que muchos males radican en la tristeza, en la rabia, en “estar silenciosos” en un mutismo negativo, que anula la comunicación, el diálogo, que cierra la existencia en una calle ciega donde muere la luz, la esperanza.
Todo esto genera rencor, venganza, destruye la misma vida. Por otro lado ha sido demostrado que la alegría, el baile, el perdón, la misericordia, la generosidad, el altruismo, todo lo que es bien, paz, belleza auténtica, da salud al cuerpo y paz al espíritu. ¡La sonrisa es la verdadera juventud de la vida! En estos meses he encontrado muchos jóvenes con el deseo de esperanza en los ojos, las ganas de una vida nueva, la dedicación seria para construir un futuro distinto. He sentido vibrar el corazón en la certeza de que los jóvenes son la sonrisa de Dios. Aunque los años pasan, cada vez que sonrío también yo me siento joven.
¡Una sonrisa enciende la vida y hace concreto el amor!
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Fuente: Revista Resurrección de la Comunidad Cenáculo
Benedicto XVI bautiza en la Vigilia de Pascua a un famoso convertido del islam
Magdi Allam ha encontrado en el catolicismo «la certezza della verità»
CIUDAD DEL VATICANO, (ZENIT.org).- Benedicto XVI bautizó en la Vigilia de la Noche a siete personas, cinco mujeres y dos hombres de diferentes países, entre los que se encontraba el famoso periodista de origen egipcio Magdi Allam, convertido del islam.
«Siempre hemos de ser "convertidos", dirigir toda la vida a Dios. Y siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente hacia lo alto: en la verdad y el amor», dijo el Papa en la homilía dirigiéndose a todo bautizado.
La Vigilia, el momento más importante del año litúrgico, en la que se revive la resurrección de Jesús, comenzó en el atrio de la Basílica de San Pedro con la sugerente bendición del fuego y la iluminación del cirio pascual.
Como es tradición, en esta noche el Papa administró el Bautismo y los otros dos sacramentos de la iniciación cristiana (Confirmación y Comunión) a adultos de diferentes nacionalidades y condición, que han realizado el necesario camino de preparación espiritual y catequística, que en la tradición cristiana se llama «catecumenado».
Las siete personas que en esta ocasión han recibido el Bautismo proceden de Italia, Camerún, China, Estados Unidos, y Perú.
Magdi Allam, subdirector de «Il Corriere della Sera», el diario de mayor tirada en Italia, de 55 años, quien vive en Italia desde hace 35, recibe protección policial desde hace un lustro por las amenazas recibidas a causa de sus críticas al islamismo radical violento.
Explicando los motivos que han llevado al Papa a administrar en esta ocasión el bautismo al periodista, el padre Federico Lombardi S.I., director de la Oficina de Información de la Santa Sede, ha aclarado que «para la Iglesia católica toda persona que recibe el Bautismo, tras una profunda búsqueda personal, una decisión plenamente libre y una adecuada preparación, tiene el derecho a recibirlo».
«El Santo Padre administra el Bautismo en el curso de la liturgia pascual a los catecúmenos que le han sido presentados, sin hacer "acepción de personas", es decir, considerándolos a todos igualmente importantes ante el amor de Dios y bienvenidos en la comunidad de la Iglesia», añade el portavoz vaticano.
En una carta escrita este domingo en «Il Corriere della Sera», Allam, que como bautizado ha tomado el nombre de «Cristiano», explica que en su conversión han desempeñado un papel decisivo los testimonios de católicos que «poco a poco se han convertido en un punto de referencia a nivel de la certeza de la verdad y de la solidez de los valores».
Entre ellos cita al presidente del movimiento eclesial Comunión y Liberación, don Julián Carrón; al rector mayor de los salesianos, don Pascual Chávez Villanueva; al cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado; y al obispo Rino Fisichella, rector de la Pontificia Universidad Lateranense, quien le ha «seguido personalmente en el camino espiritual de aceptación de la fe cristiana».
Pero reconoce que quizá el papel más decisivo lo ha desempeñado Benedicto XVI, «a quien he admirado y defendido como musulmán por su maestría para plantear el lazo indisoluble entre fe y razón como fundamento de la auténtica religión y de la civilización humana, al que adhiero plenamente como cristiano para inspirarme con nueva luz en el cumplimiento de la misión que Dios me ha reservado».
«Para mí es el día más bello de mi vida», reconoce.
En su homilía el Papa explicó que la conversión no es sólo la decisión de un día, sino una actitud de fondo que debe realizarse diariamente.
La conversión, aclaró, consiste en «dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera».
Es levantar «el corazón, fuera de la maraña de todas nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción».
Convertirse, añadió, significa que «siempre debemos apartarnos de los caminos equivocados, en los que tan a menudo nos movemos con nuestro pensamiento y obras».
El Santo Padre concluyó su meditación con esta plegaria: «Sí, Señor, haz que nos convirtamos en personas pascuales, hombres y mujeres de la luz, colmados del fuego de tu amor».
Homilía de Benedicto XVI en la Vigilia de la Noche de Pascua
Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la Vigilia de la Noche de Pascua.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
En su discurso de despedida, Jesús anunció a los discípulos su inminente muerte y resurrección con una frase misteriosa: "Me voy y vuelvo a vuestro lado" (Jn 14,28). Morir es partir. Aunque el cuerpo del difunto aún permanece, él personalmente se marchó hacia lo desconocido y nosotros no podemos seguirlo (cf. Jn 13,36). Pero en el caso de Jesús existe una novedad única que cambia el mundo. En nuestra muerte el partir es una cosa definitiva, no hay retorno. Jesús, en cambio, dice de su muerte: "Me voy y vuelvo a vuestro lado". Justamente en su irse, él regresa. Su marcha inaugura un modo totalmente nuevo y más grande de su presencia. Con su muerte entra en el amor del Padre. Su muerte es un acto de amor. Ahora bien, el amor es inmortal. Por este motivo su partida se transforma en un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo y no acaba nunca. En su vida terrena Jesús, como todos nosotros, estaba sujeto a las condiciones externas de la existencia corpórea: a un determinado lugar y a un determinado tiempo. La corporeidad pone límites a nuestra existencia. No podemos estar contemporáneamente en dos lugares diferentes. Nuestro tiempo está destinado a acabarse. Entre el yo y el tú está el muro de la alteridad. Ciertamente, amando podemos entrar, de algún modo, en la existencia del otro. Queda, sin embargo, la barrera infranqueable del ser diversos. Jesús, en cambio, que a través del amor ha sido transformado totalmente, está libre de tales barreras y límites. Es capaz de atravesar no sólo las puertas exteriores cerradas, como nos narran los Evangelios (cf. Jn 20, 19). Puede atravesar la puerta interior entre el yo y el tú, la puerta cerrada entre el ayer y el hoy, entre el pasado y el porvenir. Cuando, en el día de su entrada solemne en Jerusalén, un grupo de griegos pidió verlo, Jesús contestó con la parábola del grano de trigo que, para dar mucho fruto, tiene que morir. Con eso predijo su propio destino: no se limitó simplemente a hablar unos minutos con este o aquel griego. A través de su Cruz, de su partida, de su muerte como el grano de trigo, llegaría realmente a los griegos, de modo que ellos pudieran verlo y tocarlo en la fe. Su partida se convierte en un venir en el modo universal de la presencia del Resucitado, en el cual Él está presente ayer, hoy y siempre; en el cual abraza todos los tiempos y todos los lugares. Ahora puede superar también el muro de la alteridad que separa el yo del tú. Esto sucedió con Pablo, quien describe el proceso de su conversión y Bautismo con las palabras: "vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Mediante la llegada del Resucitado, Pablo ha obtenido una identidad nueva. Su yo cerrado se ha abierto. Ahora vive en comunión con Jesucristo, en el gran yo de los creyentes que se han convertido -como él define- en "uno en Cristo" (Ga 3, 28).
Queridos amigos, se pone así de manifiesto, que las palabras misteriosas de Jesús en el Cenáculo ahora -mediante el Bautismo- se hacen de nuevo presentes para vosotros. Por el Bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta de vuestro corazón. Nosotros no estamos ya uno junto al otro o uno contra el otro. Él atraviesa todas estas puertas.Ésta es la realidad del Bautismo: Él, el Resucitado, viene, viene a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor. Formáis una unidad, sí, una sola cosa con Él, y de este modo una sola cosa entre vosotros. En un primer momento esto puede parecer muy teórico y poco realista. Pero cuanto más viváis la vida de bautizados, tanto más podréis experimentar la verdad de esta palabra. Las personas bautizadas y creyentes no son nunca realmente ajenas las unas para las otras. Pueden separarnos continentes, culturas, estructuras sociales o también acontecimientos históricos. Pero cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo amor, que nos conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestras vidas es el mismo. Experimentamos que en lo más profundo de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias. Los creyentes no son nunca totalmente extraños el uno para el otro. Estamos en comunión a causa de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros. Así la fe es una fuerza de paz y reconciliación en el mundo: la lejanía ha sido superada, estamos unidos en el Señor (cf. Ef 2, 13).
Esta naturaleza íntima del Bautismo, como don de una nueva identidad, está representada por la Iglesia en el Sacramento a través de elementos sensibles. El elemento fundamental del Bautismo es el agua; junto a ella está, en segundo lugar, la luz que, en la Liturgia de la Vigilia Pascual, destaca con gran eficacia. Echemos solamente una mirada a estos dos elementos. En el último capítulo de la Carta a los Hebreos se encuentra una afirmación sobre Cristo, en la que el agua no aparece directamente, pero que, por su relación con el Antiguo Testamento, deja sin embargo traslucir el misterio del agua y su sentido simbólico. Allí se lee: "El Dios de la paz, hizo subir de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna" (cf. 13, 20). En esta frase resuena una palabra del Libro de Isaías, en la que Moisés es calificado como el pastor que el Señor ha hecho salir del agua, del mar (cf. 63, 11). Jesús aparece como el nuevo y definitivo Pastor que lleva a cabo lo que Moisés hizo: nos saca de las aguas letales del mar, de las aguas de la muerte. En este contexto podemos recordar que Moisés fue colocado por su madre en una cesta en el Nilo. Luego, por providencia divina, fue sacado de las aguas, llevado de la muerte a la vida, y así -salvado él mismo de las aguas de la muerte- pudo conducir a los demás haciéndolos pasar a través del mar de la muerte. Jesús ha descendido por nosotros a las aguas oscuras de la muerte. Pero en virtud de su sangre, nos dice la Carta a los Hebreos, ha sido arrancado de la muerte: su amor se ha unido al del Padre y así desde la profundidad de la muerte ha podido subir a la vida. Ahora nos eleva de la muerte a la vida verdadera. Sí, esto es lo que ocurre en el Bautismo: Él nos atrae hacía sí, nos atrae a la vida verdadera. Nos conduce por el mar de la historia a menudo tan oscuro, en cuyas confusiones y peligros corremos el riesgo de hundirnos frecuentemente. En el Bautismo nos toma como de la mano, nos conduce por el camino que atraviesa el Mar Rojo de este tiempo y nos introduce en la vida eterna, en aquella verdadera y justa. ¡Apretemos su mano! Pase lo que pase, ¡no soltemos su mano! De este modo caminamos sobre la senda que conduce a la vida.
En segundo lugar está el símbolo de la luz y del fuego. Gregorio de Tours narra la costumbre, que se ha mantenido durante mucho tiempo en ciertas partes, de encender el fuego para la celebración de la Vigilia Pascual directamente con el sol a través de un cristal: se recibía, por así decir, la luz y el fuego nuevamente del cielo para encender luego todas las luces y fuegos del año. Esto es un símbolo de lo que celebramos en la Vigilia Pascual. Con la radicalidad de su amor, en el que el corazón de Dios y el corazón del hombre se han entrelazado, Jesucristo ha tomado verdaderamente la luz del cielo y la ha traído a la tierra -la luz de la verdad y el fuego del amor que transforma el ser del hombre. Él ha traído la luz, y ahora sabemos quién es Dios y cómo es Dios. Así también sabemos cómo están las cosas respecto al hombre; qué somos y para qué existimos. Ser bautizados significa que el fuego de esta luz ha penetrado hasta lo más íntimo de nosotros mismos. Por esto, en la Iglesia antigua se llamaba también al Bautismo el Sacramento de la iluminación: la luz de Dios entra en nosotros; así nos convertimos nosotros mismos en hijos de la luz. No queremos dejar que se apague esta luz de la verdad que nos indica el camino. Queremos preservarla de todas las fuerzas que pretenden extinguirla para arrojarnos en la oscuridad sobre Dios y sobre nosotros mismos. La oscuridad, de vez en cuando, puede parecer cómoda. Puedo esconderme y pasar mi vida durmiendo. Pero nosotros no hemos sido llamados a las tinieblas, sino a la luz. En las promesas bautismales encendemos, por así decir, nuevamente, año tras año esta luz: sí, creo que el mundo y mi vida no provienen del azar, sino de la Razón eterna y del Amor eterno; han sido creados por Dios omnipotente. Sí, creo que en Jesucristo, en su encarnación, en su cruz y resurrección se ha manifestado el Rostro de Dios; que en Él Dios está presente entre nosotros, nos une y nos conduce hacia nuestra meta, hacia el Amor eterno. Sí, creo que el Espíritu Santo nos da la Palabra verdadera e ilumina nuestro corazón; creo que en la comunión de la Iglesia nos convertimos todos en un solo Cuerpo con el Señor y así caminamos hacia la resurrección y la vida eterna. El Señor nos ha dado la luz de la verdad. Esta luz es también al mismo tiempo fuego, fuerza de Dios, una fuerza que no destruye, sino que quiere transformar nuestros corazones, para que nosotros seamos realmente hombres de Dios y para que su paz actúe en este mundo.
En la Iglesia antigua existía la costumbre de que el Obispo o el sacerdote después de la homilía exhortara a los creyentes exclamando: "Conversi ad Dominum" -volveos ahora hacia el Señor. Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el Este -en la dirección del sol naciente como señal del retorno de Cristo, a cuyo encuentro vamos en la celebración de la Eucaristía. Donde, por alguna razón, eso no era posible, dirigían su mirada a la imagen de Cristo en el ábside o a la Cruz, para orientarse interiormente hacia el Señor. Porque, en definitiva, se trataba de este hecho interior: de la conversio, de dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera. A esto se unía también otra exclamación que aún hoy, antes del Canon, se dirige a la comunidad creyente: "Sursum corda" -levantemos el corazón, fuera de la maraña de todas nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción- levantad vuestros corazones, vuestra interioridad. Con ambas exclamaciones se nos exhorta de alguna manera a renovar nuestro Bautismo: Conversi ad Dominum -siempre debemos apartarnos de los caminos equivocados, en los que tan a menudo nos movemos con nuestro pensamiento y obras. Siempre tenemos que dirigirnos a Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Siempre hemos de ser "convertidos", dirigir toda la vida a Dios. Y siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente hacia lo alto: en la verdad y el amor. En esta hora damos gracias al Señor, porque en virtud de la fuerza de su palabra y de los santos Sacramentos nos indica el itinerario justo y atrae hacia lo alto nuestro corazón. Y lo pedimos así: Sí, Señor, haz que nos convirtamos en personas pascuales, hombres y mujeres de la luz, colmados del fuego de tu amor. Amén.
[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
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CIUDAD DEL VATICANO, (ZENIT.org).- Benedicto XVI bautizó en la Vigilia de la Noche a siete personas, cinco mujeres y dos hombres de diferentes países, entre los que se encontraba el famoso periodista de origen egipcio Magdi Allam, convertido del islam.
«Siempre hemos de ser "convertidos", dirigir toda la vida a Dios. Y siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente hacia lo alto: en la verdad y el amor», dijo el Papa en la homilía dirigiéndose a todo bautizado.
La Vigilia, el momento más importante del año litúrgico, en la que se revive la resurrección de Jesús, comenzó en el atrio de la Basílica de San Pedro con la sugerente bendición del fuego y la iluminación del cirio pascual.
Como es tradición, en esta noche el Papa administró el Bautismo y los otros dos sacramentos de la iniciación cristiana (Confirmación y Comunión) a adultos de diferentes nacionalidades y condición, que han realizado el necesario camino de preparación espiritual y catequística, que en la tradición cristiana se llama «catecumenado».
Las siete personas que en esta ocasión han recibido el Bautismo proceden de Italia, Camerún, China, Estados Unidos, y Perú.
Magdi Allam, subdirector de «Il Corriere della Sera», el diario de mayor tirada en Italia, de 55 años, quien vive en Italia desde hace 35, recibe protección policial desde hace un lustro por las amenazas recibidas a causa de sus críticas al islamismo radical violento.
Explicando los motivos que han llevado al Papa a administrar en esta ocasión el bautismo al periodista, el padre Federico Lombardi S.I., director de la Oficina de Información de la Santa Sede, ha aclarado que «para la Iglesia católica toda persona que recibe el Bautismo, tras una profunda búsqueda personal, una decisión plenamente libre y una adecuada preparación, tiene el derecho a recibirlo».
«El Santo Padre administra el Bautismo en el curso de la liturgia pascual a los catecúmenos que le han sido presentados, sin hacer "acepción de personas", es decir, considerándolos a todos igualmente importantes ante el amor de Dios y bienvenidos en la comunidad de la Iglesia», añade el portavoz vaticano.
En una carta escrita este domingo en «Il Corriere della Sera», Allam, que como bautizado ha tomado el nombre de «Cristiano», explica que en su conversión han desempeñado un papel decisivo los testimonios de católicos que «poco a poco se han convertido en un punto de referencia a nivel de la certeza de la verdad y de la solidez de los valores».
Entre ellos cita al presidente del movimiento eclesial Comunión y Liberación, don Julián Carrón; al rector mayor de los salesianos, don Pascual Chávez Villanueva; al cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado; y al obispo Rino Fisichella, rector de la Pontificia Universidad Lateranense, quien le ha «seguido personalmente en el camino espiritual de aceptación de la fe cristiana».
Pero reconoce que quizá el papel más decisivo lo ha desempeñado Benedicto XVI, «a quien he admirado y defendido como musulmán por su maestría para plantear el lazo indisoluble entre fe y razón como fundamento de la auténtica religión y de la civilización humana, al que adhiero plenamente como cristiano para inspirarme con nueva luz en el cumplimiento de la misión que Dios me ha reservado».
«Para mí es el día más bello de mi vida», reconoce.
En su homilía el Papa explicó que la conversión no es sólo la decisión de un día, sino una actitud de fondo que debe realizarse diariamente.
La conversión, aclaró, consiste en «dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera».
Es levantar «el corazón, fuera de la maraña de todas nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción».
Convertirse, añadió, significa que «siempre debemos apartarnos de los caminos equivocados, en los que tan a menudo nos movemos con nuestro pensamiento y obras».
El Santo Padre concluyó su meditación con esta plegaria: «Sí, Señor, haz que nos convirtamos en personas pascuales, hombres y mujeres de la luz, colmados del fuego de tu amor».
Homilía de Benedicto XVI en la Vigilia de la Noche de Pascua
Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI en la Vigilia de la Noche de Pascua.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
En su discurso de despedida, Jesús anunció a los discípulos su inminente muerte y resurrección con una frase misteriosa: "Me voy y vuelvo a vuestro lado" (Jn 14,28). Morir es partir. Aunque el cuerpo del difunto aún permanece, él personalmente se marchó hacia lo desconocido y nosotros no podemos seguirlo (cf. Jn 13,36). Pero en el caso de Jesús existe una novedad única que cambia el mundo. En nuestra muerte el partir es una cosa definitiva, no hay retorno. Jesús, en cambio, dice de su muerte: "Me voy y vuelvo a vuestro lado". Justamente en su irse, él regresa. Su marcha inaugura un modo totalmente nuevo y más grande de su presencia. Con su muerte entra en el amor del Padre. Su muerte es un acto de amor. Ahora bien, el amor es inmortal. Por este motivo su partida se transforma en un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo y no acaba nunca. En su vida terrena Jesús, como todos nosotros, estaba sujeto a las condiciones externas de la existencia corpórea: a un determinado lugar y a un determinado tiempo. La corporeidad pone límites a nuestra existencia. No podemos estar contemporáneamente en dos lugares diferentes. Nuestro tiempo está destinado a acabarse. Entre el yo y el tú está el muro de la alteridad. Ciertamente, amando podemos entrar, de algún modo, en la existencia del otro. Queda, sin embargo, la barrera infranqueable del ser diversos. Jesús, en cambio, que a través del amor ha sido transformado totalmente, está libre de tales barreras y límites. Es capaz de atravesar no sólo las puertas exteriores cerradas, como nos narran los Evangelios (cf. Jn 20, 19). Puede atravesar la puerta interior entre el yo y el tú, la puerta cerrada entre el ayer y el hoy, entre el pasado y el porvenir. Cuando, en el día de su entrada solemne en Jerusalén, un grupo de griegos pidió verlo, Jesús contestó con la parábola del grano de trigo que, para dar mucho fruto, tiene que morir. Con eso predijo su propio destino: no se limitó simplemente a hablar unos minutos con este o aquel griego. A través de su Cruz, de su partida, de su muerte como el grano de trigo, llegaría realmente a los griegos, de modo que ellos pudieran verlo y tocarlo en la fe. Su partida se convierte en un venir en el modo universal de la presencia del Resucitado, en el cual Él está presente ayer, hoy y siempre; en el cual abraza todos los tiempos y todos los lugares. Ahora puede superar también el muro de la alteridad que separa el yo del tú. Esto sucedió con Pablo, quien describe el proceso de su conversión y Bautismo con las palabras: "vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Mediante la llegada del Resucitado, Pablo ha obtenido una identidad nueva. Su yo cerrado se ha abierto. Ahora vive en comunión con Jesucristo, en el gran yo de los creyentes que se han convertido -como él define- en "uno en Cristo" (Ga 3, 28).
Queridos amigos, se pone así de manifiesto, que las palabras misteriosas de Jesús en el Cenáculo ahora -mediante el Bautismo- se hacen de nuevo presentes para vosotros. Por el Bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta de vuestro corazón. Nosotros no estamos ya uno junto al otro o uno contra el otro. Él atraviesa todas estas puertas.Ésta es la realidad del Bautismo: Él, el Resucitado, viene, viene a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor. Formáis una unidad, sí, una sola cosa con Él, y de este modo una sola cosa entre vosotros. En un primer momento esto puede parecer muy teórico y poco realista. Pero cuanto más viváis la vida de bautizados, tanto más podréis experimentar la verdad de esta palabra. Las personas bautizadas y creyentes no son nunca realmente ajenas las unas para las otras. Pueden separarnos continentes, culturas, estructuras sociales o también acontecimientos históricos. Pero cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo amor, que nos conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestras vidas es el mismo. Experimentamos que en lo más profundo de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias. Los creyentes no son nunca totalmente extraños el uno para el otro. Estamos en comunión a causa de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros. Así la fe es una fuerza de paz y reconciliación en el mundo: la lejanía ha sido superada, estamos unidos en el Señor (cf. Ef 2, 13).
Esta naturaleza íntima del Bautismo, como don de una nueva identidad, está representada por la Iglesia en el Sacramento a través de elementos sensibles. El elemento fundamental del Bautismo es el agua; junto a ella está, en segundo lugar, la luz que, en la Liturgia de la Vigilia Pascual, destaca con gran eficacia. Echemos solamente una mirada a estos dos elementos. En el último capítulo de la Carta a los Hebreos se encuentra una afirmación sobre Cristo, en la que el agua no aparece directamente, pero que, por su relación con el Antiguo Testamento, deja sin embargo traslucir el misterio del agua y su sentido simbólico. Allí se lee: "El Dios de la paz, hizo subir de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna" (cf. 13, 20). En esta frase resuena una palabra del Libro de Isaías, en la que Moisés es calificado como el pastor que el Señor ha hecho salir del agua, del mar (cf. 63, 11). Jesús aparece como el nuevo y definitivo Pastor que lleva a cabo lo que Moisés hizo: nos saca de las aguas letales del mar, de las aguas de la muerte. En este contexto podemos recordar que Moisés fue colocado por su madre en una cesta en el Nilo. Luego, por providencia divina, fue sacado de las aguas, llevado de la muerte a la vida, y así -salvado él mismo de las aguas de la muerte- pudo conducir a los demás haciéndolos pasar a través del mar de la muerte. Jesús ha descendido por nosotros a las aguas oscuras de la muerte. Pero en virtud de su sangre, nos dice la Carta a los Hebreos, ha sido arrancado de la muerte: su amor se ha unido al del Padre y así desde la profundidad de la muerte ha podido subir a la vida. Ahora nos eleva de la muerte a la vida verdadera. Sí, esto es lo que ocurre en el Bautismo: Él nos atrae hacía sí, nos atrae a la vida verdadera. Nos conduce por el mar de la historia a menudo tan oscuro, en cuyas confusiones y peligros corremos el riesgo de hundirnos frecuentemente. En el Bautismo nos toma como de la mano, nos conduce por el camino que atraviesa el Mar Rojo de este tiempo y nos introduce en la vida eterna, en aquella verdadera y justa. ¡Apretemos su mano! Pase lo que pase, ¡no soltemos su mano! De este modo caminamos sobre la senda que conduce a la vida.
En segundo lugar está el símbolo de la luz y del fuego. Gregorio de Tours narra la costumbre, que se ha mantenido durante mucho tiempo en ciertas partes, de encender el fuego para la celebración de la Vigilia Pascual directamente con el sol a través de un cristal: se recibía, por así decir, la luz y el fuego nuevamente del cielo para encender luego todas las luces y fuegos del año. Esto es un símbolo de lo que celebramos en la Vigilia Pascual. Con la radicalidad de su amor, en el que el corazón de Dios y el corazón del hombre se han entrelazado, Jesucristo ha tomado verdaderamente la luz del cielo y la ha traído a la tierra -la luz de la verdad y el fuego del amor que transforma el ser del hombre. Él ha traído la luz, y ahora sabemos quién es Dios y cómo es Dios. Así también sabemos cómo están las cosas respecto al hombre; qué somos y para qué existimos. Ser bautizados significa que el fuego de esta luz ha penetrado hasta lo más íntimo de nosotros mismos. Por esto, en la Iglesia antigua se llamaba también al Bautismo el Sacramento de la iluminación: la luz de Dios entra en nosotros; así nos convertimos nosotros mismos en hijos de la luz. No queremos dejar que se apague esta luz de la verdad que nos indica el camino. Queremos preservarla de todas las fuerzas que pretenden extinguirla para arrojarnos en la oscuridad sobre Dios y sobre nosotros mismos. La oscuridad, de vez en cuando, puede parecer cómoda. Puedo esconderme y pasar mi vida durmiendo. Pero nosotros no hemos sido llamados a las tinieblas, sino a la luz. En las promesas bautismales encendemos, por así decir, nuevamente, año tras año esta luz: sí, creo que el mundo y mi vida no provienen del azar, sino de la Razón eterna y del Amor eterno; han sido creados por Dios omnipotente. Sí, creo que en Jesucristo, en su encarnación, en su cruz y resurrección se ha manifestado el Rostro de Dios; que en Él Dios está presente entre nosotros, nos une y nos conduce hacia nuestra meta, hacia el Amor eterno. Sí, creo que el Espíritu Santo nos da la Palabra verdadera e ilumina nuestro corazón; creo que en la comunión de la Iglesia nos convertimos todos en un solo Cuerpo con el Señor y así caminamos hacia la resurrección y la vida eterna. El Señor nos ha dado la luz de la verdad. Esta luz es también al mismo tiempo fuego, fuerza de Dios, una fuerza que no destruye, sino que quiere transformar nuestros corazones, para que nosotros seamos realmente hombres de Dios y para que su paz actúe en este mundo.
En la Iglesia antigua existía la costumbre de que el Obispo o el sacerdote después de la homilía exhortara a los creyentes exclamando: "Conversi ad Dominum" -volveos ahora hacia el Señor. Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el Este -en la dirección del sol naciente como señal del retorno de Cristo, a cuyo encuentro vamos en la celebración de la Eucaristía. Donde, por alguna razón, eso no era posible, dirigían su mirada a la imagen de Cristo en el ábside o a la Cruz, para orientarse interiormente hacia el Señor. Porque, en definitiva, se trataba de este hecho interior: de la conversio, de dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera. A esto se unía también otra exclamación que aún hoy, antes del Canon, se dirige a la comunidad creyente: "Sursum corda" -levantemos el corazón, fuera de la maraña de todas nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción- levantad vuestros corazones, vuestra interioridad. Con ambas exclamaciones se nos exhorta de alguna manera a renovar nuestro Bautismo: Conversi ad Dominum -siempre debemos apartarnos de los caminos equivocados, en los que tan a menudo nos movemos con nuestro pensamiento y obras. Siempre tenemos que dirigirnos a Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Siempre hemos de ser "convertidos", dirigir toda la vida a Dios. Y siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente hacia lo alto: en la verdad y el amor. En esta hora damos gracias al Señor, porque en virtud de la fuerza de su palabra y de los santos Sacramentos nos indica el itinerario justo y atrae hacia lo alto nuestro corazón. Y lo pedimos así: Sí, Señor, haz que nos convirtamos en personas pascuales, hombres y mujeres de la luz, colmados del fuego de tu amor. Amén.
[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
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miércoles, 19 de marzo de 2008
El Obispo Agustí Cortés Soriano preside el funeral de Ana Cifuentes Rus, madre de nuestro parroco
"Ana ya ha vivido las Bienaventuranzas aquí entre nosotros" proclama el Obispo de Sant Feliu
La Misa funeral celebrada el martes 18 de marzo, a las 5 de la tarde, en la Parróquia de la Inmaculada Concepción de Vilanova i la Geltrú, ha sido presidida por Agustí Cortés Soriano, Obispo de la Diocesis de Sant Feliu, y concelebrada por 20 sacerdotes y 2 diáconos.
Las más de 400 personas que han llenado el templo han vivido una ceremonia sencilla y ungida, a lo que ha contribuido la comunión entre celebrantes y fieles, que han asistido con un silencio orante lleno de amor, devoción y paz, que ha propiciado un recogimiento muy particular.
El Obispo Agustí Cortés Soriano ha centrado su homilia en el Evangelio de las Bienaventuranzas. "Ana ya ha vivido las Bienaventuranzas aquí entre nosotros" ha proclamado Agustí Cortés glosando la vida sencilla, su honestidad, su capacidad de sacrificio, su corazón límpio y la dedicación total a su familia y a la misma iglesia, que ha visto como fruto el trabajo de su hijo sacerdote. "Ana ha gastado su vida y ha dado vida. Su familia es la prueba. Ella con sacrificio constante la ha hecho crecer sola en tiempos difíciles" dijo el Obispo.
Al final, dos de las nietas de Ana Cifuentes subieron al altar para testimoniar que su abuela "era muy buena cocinera, pero la mejor receta que nos ha dejado en herencia es su forma de vivir". Destacaron su honestidad, su capacidad de sacrificio y de entrega al afrontar todas las situaciones de la vida. Antes de concluir la ceremonia el padre Rafael Maroto Cifuentes, hijo de la difunta, que también concelebró, agradeció a todos los asistentes su presencia en nombre de la familia.
Sigamos orando por la difunta Ana Cifuentes Rus y su familia
Ha fallecido Ana Cifuentes Rus, de 90 años, madre del padre Rafael Maroto Cifuentes, parroco de la Inmaculada Concepción de Vilanova i la Geltrú, la parroquia de los autores de este blog.
En nombre de la familia agradecemos las oraciones y Eucaristias que se han ofrecido en estos momentos de dolor y esperanza. Sigamos orando por la difunta Ana Cifuentes y por su familia para que puedan agradecer a Dios, en medio del dolor, el gran amor de una mujer que ha vivido dedicada a los suyos. Podemos hacerlo ahora mismo interiorizando la siguiente plegaria:
"En tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma de nuestra hermana Ana; nos sostiene la esperanza de que resucitará con Cristo en el último día con todos los que en Cristo han muerto. Te damos gracias, Señor, por los beneficios derramados sobre tu sierva en su vida mortal, signo de tu bondad y manifestación de la comunión de tus santos. Escucha nuestras oraciones, Dios de misericordia, para que se abran a tu sierva las puertas del paraíso, y nosotros, los que aún permanecemos en este mundo, nos consolemos mutuamente con palabras de fe hasta que salgamos todos al encuentro de Cristo, y así, con nuestro hermana, gocemos en tu presencia. Por Jesucristo nuestro Señor."
(De la oración de despedida del cuerpo en la Iglesia).
La Misa funeral celebrada el martes 18 de marzo, a las 5 de la tarde, en la Parróquia de la Inmaculada Concepción de Vilanova i la Geltrú, ha sido presidida por Agustí Cortés Soriano, Obispo de la Diocesis de Sant Feliu, y concelebrada por 20 sacerdotes y 2 diáconos.
Las más de 400 personas que han llenado el templo han vivido una ceremonia sencilla y ungida, a lo que ha contribuido la comunión entre celebrantes y fieles, que han asistido con un silencio orante lleno de amor, devoción y paz, que ha propiciado un recogimiento muy particular.
El Obispo Agustí Cortés Soriano ha centrado su homilia en el Evangelio de las Bienaventuranzas. "Ana ya ha vivido las Bienaventuranzas aquí entre nosotros" ha proclamado Agustí Cortés glosando la vida sencilla, su honestidad, su capacidad de sacrificio, su corazón límpio y la dedicación total a su familia y a la misma iglesia, que ha visto como fruto el trabajo de su hijo sacerdote. "Ana ha gastado su vida y ha dado vida. Su familia es la prueba. Ella con sacrificio constante la ha hecho crecer sola en tiempos difíciles" dijo el Obispo.
Al final, dos de las nietas de Ana Cifuentes subieron al altar para testimoniar que su abuela "era muy buena cocinera, pero la mejor receta que nos ha dejado en herencia es su forma de vivir". Destacaron su honestidad, su capacidad de sacrificio y de entrega al afrontar todas las situaciones de la vida. Antes de concluir la ceremonia el padre Rafael Maroto Cifuentes, hijo de la difunta, que también concelebró, agradeció a todos los asistentes su presencia en nombre de la familia.
Sigamos orando por la difunta Ana Cifuentes Rus y su familia
Ha fallecido Ana Cifuentes Rus, de 90 años, madre del padre Rafael Maroto Cifuentes, parroco de la Inmaculada Concepción de Vilanova i la Geltrú, la parroquia de los autores de este blog.
En nombre de la familia agradecemos las oraciones y Eucaristias que se han ofrecido en estos momentos de dolor y esperanza. Sigamos orando por la difunta Ana Cifuentes y por su familia para que puedan agradecer a Dios, en medio del dolor, el gran amor de una mujer que ha vivido dedicada a los suyos. Podemos hacerlo ahora mismo interiorizando la siguiente plegaria:
"En tus manos, Padre de bondad, encomendamos el alma de nuestra hermana Ana; nos sostiene la esperanza de que resucitará con Cristo en el último día con todos los que en Cristo han muerto. Te damos gracias, Señor, por los beneficios derramados sobre tu sierva en su vida mortal, signo de tu bondad y manifestación de la comunión de tus santos. Escucha nuestras oraciones, Dios de misericordia, para que se abran a tu sierva las puertas del paraíso, y nosotros, los que aún permanecemos en este mundo, nos consolemos mutuamente con palabras de fe hasta que salgamos todos al encuentro de Cristo, y así, con nuestro hermana, gocemos en tu presencia. Por Jesucristo nuestro Señor."
(De la oración de despedida del cuerpo en la Iglesia).
«La Cruz nos hace hermanos y hermanas» / Autor: Benedicto XVI
Palabras de Benedicto XVI al final del Vía Crucis en el Coliseo
ROMA, viernes, 21 marzo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI en la noche de este Viernes Santo al final del Vía Crucis que presidió en el Coliseo de Roma.
* * *
Queridos hermanos y hermanas:
También en este año hemos recorrido el camino de la cruz, el Vía Crucis, volviendo a evocar con fe las etapas de la pasión de Cristo. Nuestros ojos han vuelto a contemplar los sufrimientos y la angustia que nuestro Redentor tuvo que soportar en la hora del gran dolor, que supuso la cumbre de su misión terrena. Jesús muere en la cruz y yace en el sepulcro. El día del Viernes Santo, tan impregnado de tristeza humana y de religioso silencio, se cierra en el silencio de la meditación y de la oración. Al volver a casa, también nosotros, como quienes asistieron al sacrificio de Jesús, nos golpeamos el pecho, evocando lo que sucedió. ¿Es posible permanecer indiferentes ante la muerte del Señor, del Hijo de Dios? Por nosotros, por nuestra salvación se hizo hombre, para poder sufrir y morir.
Hermanos y hermanas: dirijamos hoy a Cristo nuestras miradas, con frecuencia distraídas por disipados y efímeros intereses terrenos. Detengámonos a contemplar su cruz. La cruz, manantial de vida y escuela de justicia y de paz, es patrimonio universal de perdón y de misericordia. Es prueba permanente de un amor oblativo e infinito que llevó a Dios a hacerse hombre, vulnerable como nosotros, hasta morir crucificado.
A través del camino doloroso de la cruz, los hombres de todas las épocas, reconciliados y redimidos por la sangre de Cristo, se han convertido en amigos de Dios, hijos del Padre celestial. «Amigo», así llama Jesús a Judas y le dirige el último y dramático llamamiento a la conversión. «Amigo», llama a cada uno de nosotros, porque es auténtico amigo de todos nosotros. Por desgracia, no siempre logramos percibir la profundidad de este amor sin fronteras que Dios nos tiene. Para Él no hay diferencia de raza y cultura. Jesucristo murió para liberar a la antigua humanidad de la ignorancia de Dios, del círculo de odio y violencia, de la esclavitud del pecado. La Cruz nos hace hermanos y hermanas.
Pero preguntémonos, en este momento, qué hemos hecho con este don, qué hemos hecho con la revelación del rostro de Dios en Cristo, con la revelación del amor de Dios que vence al odio. Muchos, también en nuestra época, no conocen a Dios y no pueden encontrarlo en el Cristo crucificado. Muchos están en búsqueda de un amor o de una libertad que excluya a Dios. Muchos creen que no tienen necesidad de Dios.
Queridos amigos: Tras haber vivido juntos la pasión de Jesús, dejemos que en esta noche nos interpele su sacrificio en la cruz. Permitámosle que ponga en crisis nuestras certezas humanas. Abrámosle el corazón. Jesús es la verdad que nos hace libres para amar. No tengamos miedo: al morir, el Señor destruyó el pecado y salvó a los pecadores, es decir, a todos nosotros. El apóstol Pedro escribe: «sobre el madero llevó nuestros pecados en su cuerpo a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia» (I Pedro 2, 24). Esta es la verdad del Viernes Santo: en la cruz, el Redentor nos ha hecho hijos adoptivos de Dios, que nos creó a su imagen y semejanza. Permanezcamos, por tanto, en adoración ante la cruz.
Cristo, danos la paz que buscamos, la alegría que anhelamos, el amor que llene nuestro corazón sediento de infinito. Esta es nuestra oración en esta noche, Jesús, Hijo de Dios, muerto por nosotros en la cruz y resucitado al tercer día. Amén.
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[Trascripción realizada por Zenit. Traducción del original italiano de Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
Las imagenes y la sintesis del Viacrucis del Coliseo en video
ROMA, viernes, 21 marzo 2008 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI en la noche de este Viernes Santo al final del Vía Crucis que presidió en el Coliseo de Roma.
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Queridos hermanos y hermanas:
También en este año hemos recorrido el camino de la cruz, el Vía Crucis, volviendo a evocar con fe las etapas de la pasión de Cristo. Nuestros ojos han vuelto a contemplar los sufrimientos y la angustia que nuestro Redentor tuvo que soportar en la hora del gran dolor, que supuso la cumbre de su misión terrena. Jesús muere en la cruz y yace en el sepulcro. El día del Viernes Santo, tan impregnado de tristeza humana y de religioso silencio, se cierra en el silencio de la meditación y de la oración. Al volver a casa, también nosotros, como quienes asistieron al sacrificio de Jesús, nos golpeamos el pecho, evocando lo que sucedió. ¿Es posible permanecer indiferentes ante la muerte del Señor, del Hijo de Dios? Por nosotros, por nuestra salvación se hizo hombre, para poder sufrir y morir.
Hermanos y hermanas: dirijamos hoy a Cristo nuestras miradas, con frecuencia distraídas por disipados y efímeros intereses terrenos. Detengámonos a contemplar su cruz. La cruz, manantial de vida y escuela de justicia y de paz, es patrimonio universal de perdón y de misericordia. Es prueba permanente de un amor oblativo e infinito que llevó a Dios a hacerse hombre, vulnerable como nosotros, hasta morir crucificado.
A través del camino doloroso de la cruz, los hombres de todas las épocas, reconciliados y redimidos por la sangre de Cristo, se han convertido en amigos de Dios, hijos del Padre celestial. «Amigo», así llama Jesús a Judas y le dirige el último y dramático llamamiento a la conversión. «Amigo», llama a cada uno de nosotros, porque es auténtico amigo de todos nosotros. Por desgracia, no siempre logramos percibir la profundidad de este amor sin fronteras que Dios nos tiene. Para Él no hay diferencia de raza y cultura. Jesucristo murió para liberar a la antigua humanidad de la ignorancia de Dios, del círculo de odio y violencia, de la esclavitud del pecado. La Cruz nos hace hermanos y hermanas.
Pero preguntémonos, en este momento, qué hemos hecho con este don, qué hemos hecho con la revelación del rostro de Dios en Cristo, con la revelación del amor de Dios que vence al odio. Muchos, también en nuestra época, no conocen a Dios y no pueden encontrarlo en el Cristo crucificado. Muchos están en búsqueda de un amor o de una libertad que excluya a Dios. Muchos creen que no tienen necesidad de Dios.
Queridos amigos: Tras haber vivido juntos la pasión de Jesús, dejemos que en esta noche nos interpele su sacrificio en la cruz. Permitámosle que ponga en crisis nuestras certezas humanas. Abrámosle el corazón. Jesús es la verdad que nos hace libres para amar. No tengamos miedo: al morir, el Señor destruyó el pecado y salvó a los pecadores, es decir, a todos nosotros. El apóstol Pedro escribe: «sobre el madero llevó nuestros pecados en su cuerpo a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia» (I Pedro 2, 24). Esta es la verdad del Viernes Santo: en la cruz, el Redentor nos ha hecho hijos adoptivos de Dios, que nos creó a su imagen y semejanza. Permanezcamos, por tanto, en adoración ante la cruz.
Cristo, danos la paz que buscamos, la alegría que anhelamos, el amor que llene nuestro corazón sediento de infinito. Esta es nuestra oración en esta noche, Jesús, Hijo de Dios, muerto por nosotros en la cruz y resucitado al tercer día. Amén.
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[Trascripción realizada por Zenit. Traducción del original italiano de Jesús Colina
© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]
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