"He vuelto a la fe gracias al ejemplo de la gente que conozco. No son famosos ni santos, pero se han portado como amigos y han afrontado la vida y la muerte con la luz de la Resurrección”
13 de mayo de 2009.-Desde que Richard Dawkins y compañía comenzaron su particular cruzada para salvar al mundo de la creencia en Dios, las filas del ateísmo han sufrido algunas bajas importantes. Primero fue el filósofo inglés Antony Flew que, tras estudiar los recientes hallazgos científicos sobre el origen de la vida, llegó a aceptar la existencia de Dios. Ahora le ha seguido Andrew Norman Wilson, un novelista, biógrafo y articulista de renombre en la prensa británica.
(New Statesman / ACE) A diferencia de Flew, que no ha abrazado ninguna religión en particular, la conversión intelectual de A. N. Wilson ha sido una vuelta a casa. Nacido en 1950 y bautizado en la Iglesia de Inglaterra, perdió la fe a finales de los años ochenta. Por entonces escribió un panfleto incendiario titulado Against Religion. El pasado 2 de abril, tras un lento proceso de maduración interior, anunció su regreso a la fe cristiana en un artículo publicado en el New Statesman (2-04-2009).
En su etapa de ateo convencido, Wilson escribió una biografía sobre el célebre apologista cristiano C.S. Lewis. El libro aunaba la fascinación con la perplejidad. Wilson no entendía cómo un hombre con tanto talento podía perder el tiempo escribiendo sobre algo tan infantil como el cristianismo. A su juicio, había alguna causa psicológica oculta que había trastornado gravemente el alma de Lewis.
Hablando de su abandono de la fe, explica que “el sentido de la presencia de Dios en el mundo y la creencia en la existencia de un Dios misericordioso, chocó brutalmente con la concepción terrible que yo tenía del mundo”.
Por aquella época Wilson retomó la amistad con Richard Dawkins –al que conoció en Oxford– y con Christopher Hitchens, dos de los más vehementes ateos del mundo. Con tono bromista, Wilson recuerda su reencuentro con Hitchens, que le sometió a una dura prueba de catecismo ateo: “‘¿Así que ya no crees en Dios?’ ‘No’, contesté orgulloso. ‘¿Ni en la vida eterna ni en un más allá?’ ‘No’, volví a responder dócilmente”.
“¡Por fin podía unirme al credo que defendían tantos (¿tantos?) colegas míos del mundo occidental: que los hombres y las mujeres son pura materia (signifique esto lo que signifique), que no hay más que lo que vemos, y que Dios, Jesús y la religión no son más que tonterías. O peor aún: la causa de todos los problemas del mundo, desde Jerusalén hasta Belfast, desde Washington hasta Islamabad”.
Desencantando con el ateísmo
Wilson explica que su visión negativa del cristianismo comenzó a gestarse en un ambiente cargado de prejuicios. “Como mucha gente ilustrada de Gran Bretaña y del norte de Europa, crecí en una cultura que era abrumadoramente laicista y antirreligiosa. Las universidades, los presentadores de TV y los medios en general, no sólo eran indiferentes a la religión sino antirreligiosos”.
“Para vergüenza mía, reconozco que fue esto lo que me hizo perder la fe en mi juventud. Pensé que ser creyente era algo trasnochado. Con la mentalidad de un niño pequeño, sentía de forma visceral que ser religioso era algo tan poco atractivo como tener granos o pecas”.
Impregnado de esta mentalidad, Wilson comenzó a triunfar como escritor y articulista en diversos periódicos británicos (The Spectator, Evening Standard, Daily Mail, Daily Telegraph…). También cosechó premios con diversos ensayos, novelas y biografías. Aunque nunca planteó un ataque directo a la religión, algunas de sus obras desprenden cierto tufo antirreligioso.
La conversión de Wilson no fue nada abrupta. Se reencontró con la fe, dice, tras un lento proceso de desencanto con el ateísmo. La vida era demasiada rica y profunda, como para dejarlo todo en manos del materialismo. También atribuye su cambio a un crecimiento interior que le ha llevado a dejar a un lado los prejuicios.
“Mi regreso a la fe me ha sorprendido a mí más que a nadie. ¿Por qué volví? En parte, por la confianza que he ganado con la edad. En lugar de achicarme ante los detractores de la religión, he caído en la cuenta de que cuando profeso mi fe en Cristo resucitado estoy desafiando a todos esos listillos”.
“Pero hay algo más que eso. En buena medida, he vuelto a la fe gracias al ejemplo de la gente que conozco. No son famosos ni santos, pero se han portado como amigos y han afrontado la vida y la muerte con la luz de la Resurrección”.
“Lo que vivimos en la Pascua responde a las preguntas sobre la dimensión espiritual de las personas. Este mensaje cambia la vida porque ayuda a comprender que nosotros, como Cristo, somos seres espirituales”.
Tras su salida del ateísmo, Wilson reprocha la ceguera de sus antiguos compañeros de viaje: “Cuando pienso en mis amigos ateos, incluido mi padre, me parece que estoy ante personas que no tienen oído para la música, o que nunca han estado enamorados”.
“No han descubierto –como creen ellos– el tremendo engaño de la religión (…) El problema es que no se han dado cuenta de algo muy sencillo. Quizá es demasiado obvio para entenderlo; tan obvio como los amantes creen que deben estar juntos, o tan obvio como la decisión final del que se fuga”.
(New Statesman / ACE) A diferencia de Flew, que no ha abrazado ninguna religión en particular, la conversión intelectual de A. N. Wilson ha sido una vuelta a casa. Nacido en 1950 y bautizado en la Iglesia de Inglaterra, perdió la fe a finales de los años ochenta. Por entonces escribió un panfleto incendiario titulado Against Religion. El pasado 2 de abril, tras un lento proceso de maduración interior, anunció su regreso a la fe cristiana en un artículo publicado en el New Statesman (2-04-2009).
En su etapa de ateo convencido, Wilson escribió una biografía sobre el célebre apologista cristiano C.S. Lewis. El libro aunaba la fascinación con la perplejidad. Wilson no entendía cómo un hombre con tanto talento podía perder el tiempo escribiendo sobre algo tan infantil como el cristianismo. A su juicio, había alguna causa psicológica oculta que había trastornado gravemente el alma de Lewis.
Hablando de su abandono de la fe, explica que “el sentido de la presencia de Dios en el mundo y la creencia en la existencia de un Dios misericordioso, chocó brutalmente con la concepción terrible que yo tenía del mundo”.
Por aquella época Wilson retomó la amistad con Richard Dawkins –al que conoció en Oxford– y con Christopher Hitchens, dos de los más vehementes ateos del mundo. Con tono bromista, Wilson recuerda su reencuentro con Hitchens, que le sometió a una dura prueba de catecismo ateo: “‘¿Así que ya no crees en Dios?’ ‘No’, contesté orgulloso. ‘¿Ni en la vida eterna ni en un más allá?’ ‘No’, volví a responder dócilmente”.
“¡Por fin podía unirme al credo que defendían tantos (¿tantos?) colegas míos del mundo occidental: que los hombres y las mujeres son pura materia (signifique esto lo que signifique), que no hay más que lo que vemos, y que Dios, Jesús y la religión no son más que tonterías. O peor aún: la causa de todos los problemas del mundo, desde Jerusalén hasta Belfast, desde Washington hasta Islamabad”.
Desencantando con el ateísmo
Wilson explica que su visión negativa del cristianismo comenzó a gestarse en un ambiente cargado de prejuicios. “Como mucha gente ilustrada de Gran Bretaña y del norte de Europa, crecí en una cultura que era abrumadoramente laicista y antirreligiosa. Las universidades, los presentadores de TV y los medios en general, no sólo eran indiferentes a la religión sino antirreligiosos”.
“Para vergüenza mía, reconozco que fue esto lo que me hizo perder la fe en mi juventud. Pensé que ser creyente era algo trasnochado. Con la mentalidad de un niño pequeño, sentía de forma visceral que ser religioso era algo tan poco atractivo como tener granos o pecas”.
Impregnado de esta mentalidad, Wilson comenzó a triunfar como escritor y articulista en diversos periódicos británicos (The Spectator, Evening Standard, Daily Mail, Daily Telegraph…). También cosechó premios con diversos ensayos, novelas y biografías. Aunque nunca planteó un ataque directo a la religión, algunas de sus obras desprenden cierto tufo antirreligioso.
La conversión de Wilson no fue nada abrupta. Se reencontró con la fe, dice, tras un lento proceso de desencanto con el ateísmo. La vida era demasiada rica y profunda, como para dejarlo todo en manos del materialismo. También atribuye su cambio a un crecimiento interior que le ha llevado a dejar a un lado los prejuicios.
“Mi regreso a la fe me ha sorprendido a mí más que a nadie. ¿Por qué volví? En parte, por la confianza que he ganado con la edad. En lugar de achicarme ante los detractores de la religión, he caído en la cuenta de que cuando profeso mi fe en Cristo resucitado estoy desafiando a todos esos listillos”.
“Pero hay algo más que eso. En buena medida, he vuelto a la fe gracias al ejemplo de la gente que conozco. No son famosos ni santos, pero se han portado como amigos y han afrontado la vida y la muerte con la luz de la Resurrección”.
“Lo que vivimos en la Pascua responde a las preguntas sobre la dimensión espiritual de las personas. Este mensaje cambia la vida porque ayuda a comprender que nosotros, como Cristo, somos seres espirituales”.
Tras su salida del ateísmo, Wilson reprocha la ceguera de sus antiguos compañeros de viaje: “Cuando pienso en mis amigos ateos, incluido mi padre, me parece que estoy ante personas que no tienen oído para la música, o que nunca han estado enamorados”.
“No han descubierto –como creen ellos– el tremendo engaño de la religión (…) El problema es que no se han dado cuenta de algo muy sencillo. Quizá es demasiado obvio para entenderlo; tan obvio como los amantes creen que deben estar juntos, o tan obvio como la decisión final del que se fuga”.