“No conocía a mi padre, nunca había oído nada sobre él, ni había visto una fotografía suya. Mi madre nunca me habló de él porque no tenía ninguna pista sobre quién era”.
15 de julio de 2009.-Katrina Clark es una de las miles de personas nacidas en EE.UU. por inseminación artificial. Y que, debido a las leyes que garantizan el anonimato al donante de semen, creció hasta los 17 años sin saber quién era su padre. Pero sentía una crisis de identidad y empezó a buscar a su padre biológico. Así lo contaba en un artículo publicado hace algún tiempo en The Washington Post (17-12-2006), cuando tenía 18 años.
(ACE) Katrina se manifiesta enfadada por el hecho de que las leyes sobre fecundación artificial se elaboraran pensando solo en los deseos de los adultos y sin tener en cuenta los derechos de las personas concebidas de ese modo.
“Me molesta que todo lo relativo a la donación de gametos se centre solo en ‘los padres’, es decir, los adultos que pueden tomar decisiones sobre nuestras vidas. Se simpatiza con la madre por querer tener un hijo. El donante consigue garantía de anonimato, así como exención de cualquier responsabilidad sobre el hijo nacido de su donación. Mientras estos adultos sean felices, la concepción por donación es un éxito, ¿no?”.
No es así de simple, contesta ella misma, para recordar acto seguido que los nacidos de manera artificial también son personas. Por eso lucha para que se reconozca su derecho a saber quiénes son sus padres.
Desde el punto de vista emocional –sigue explicando–, muchas de las personas así nacidas sufren en esta situación. “No pedimos nacer de este modo, con las limitaciones y la confusión que implica. Es hipócrita que tanto padres como médicos supongan que a los ‘productos’ del banco de semen no les interesa conocer sus raíces biológicas, cuando es el vehemente deseo de tener descendentes biológicos lo que hace que los clientes recurran a la inseminación artificial”.
La madre de Katrina tuvo que hacer muchos sacrificios para sacar adelante a su hija. Pero las penurias que pasaron juntas las han unido mucho. “Nunca me he enfadado con ella”, afirma Katrina. “Ella me explicó cuando era sólo una cría que yo nunca había tenido un papá, sino tan sólo un padre biológico”, el desconocido donante de semen. A Katrina, al principio no le importaba no tener un padre. Solo de vez en cuando, reconoce, “cuando era pequeña me gustaba soñar con un hombre alto y delgado que me cogía y me balanceaba dando vueltas en el patio, un hombre varonil que estaba encantado con su niña”.
La búsqueda del padre
En su artículo, Katrina explica distintos sucesos que le hicieron añorar la figura de un padre que la cuidase y protegiera. Muchas veces sentía celos de sus amigos que tenían una familia con padre y madre y hermanos. Incluso cuando los padres de sus amigos se divorciaban, ella sentía celos por el cariño y la comprensión que recibían por parte de todos. “A mi nadie me ofreció ese tipo de apoyo y comprensión”.
Finalmente su madre se casó. Un día, su padrastro regañó a Katrina y la madre perdió los nervios. Le empezó a gritar que él no tenía autoridad sobre ella porque no era su padre, porque ella no tenía padre. “En ese momento fue cuando la sensación de vacío cayó sobre mí. Me di cuenta de que, en cierto sentido, era rara. Verdaderamente nunca tendría un padre. Por fin entendí lo que significaba ser concebida por un donante; y lo odié”.
Al cabo de un año vio un programa de televisión sobre una mujer que murió de un ataque al corazón a causa de una enfermedad genética. Sin embargo, la mujer ignoraba su predisposición porque había sido adoptada cuando era pequeña e ignoraba la historia médica de sus padres. Este hecho golpeó a Katrina y la animó a buscar a su padre.
Así que empezó a investigar en Fairfax Cryobank, el banco de esperma de Virginia donde su madre fue inseminada. Con la limitada información que tenía su madre sobre el donante (raza, algunas características físicas, peso, nivel de estudios) fue haciendo averiguaciones. Y tuvo mucha suerte. Solo al cabo de un mes de e-mails y búsquedas en Internet, encontró un donante que podía ser su padre y que aceptó hacerse una prueba de ADN. Los resultados confirmaron que era su padre biológico. “Mi vida cambió desde entonces”, comenta la propia Katrina.
Al poco tiempo de estar en contacto con él, “me di cuenta de que su entusiasmo por desarrollar nuestras relaciones parecía desvanecerse. Cuando le manifesté mis sospechas, me confirmó que estaba un poco cansado de toda aquella historia del donante de semen”. A pesar de todo, Katrina no quiere perderlo. “Todavía hay mucho que quiero saber. Quiero conocerle. Quiero conocer a su familia. Estoy segura de que no se da cuenta del papel tan grande que ha tenido en mi vida a pesar de su ausencia, o precisamente por su ausencia. Si no puedo estar demasiado apegada a él como padre, siempre podré estar apegada al sentimiento de que tengo un padre”.
Katrina piensa también en los sentimientos de otros concebidos por donación de gametos. “Cuando leo lo que dicen algunas mujeres sobre su opción de maternidad, me siento degradada a poco más que una ampolla de semen congelado. Me parece que la mayoría de estas madres y de los donantes apenas piensan en los sentimientos de los hijos que nacerán de sus acciones. No es que sean insensibles, pero no tienen en cuenta lo que pueden pensar sus hijos cuando sean mayores”.
Los nacidos por donación de esperma, concluye Katrina, “llegaremos a ser adultos y a formar nuestra opinión acerca de la decisión de traernos al mundo de un modo que nos priva del derecho básico a saber de dónde venimos, cuál es nuestra historia y quiénes son nuestros dos padres”.
“Naciste de una madre sustituta”
En Estados Unidos ya han nacido muchos niños gestados en un “útero de alquiler” (aunque no necesariamente hay pago). Como no se lleva registro, no se sabe exactamente cuántos. La American Society for Reproductive Medicine (ASRM) calcula que han sido de 400 a 600 anuales entre 2003 y 2007; otras organizaciones interesadas en el asunto dicen que son muchos más.
En todo caso, son ya un número bastante grande y ha pasado bastante tiempo para que el problema de cómo descubrirles la verdad haya alcanzado dimensiones de fenómeno social. La periodista Sara Rimer, que le ha dedicado un breve reportaje en el New York Times (13-07-2009), ha encontrado una asistente social especializada en asesorar a los padres implicados.
Que hay algo raro es evidente para los hijos nacidos así y que luego ven llegar un hermanito concebido del mismo modo. Pero aun los hijos únicos pueden darse cuenta. El reportaje refiere el caso de una niña de 6 años que estaba viendo una película con su madre (subrogada) en la televisión. La protagonista espera un hijo, y la niña preguntó a su madre: “¿Cómo es que eres la única mamá que no puede quedarse embarazada?”. “Hablaremos de esto luego”, respondió la madre. Si la mujer que prestó el útero es a la vez la donante del óvulo, el niño puede notar que no se parece a su madre y a raíz de ello plantear preguntas incómodas.
En Estados Unidos ya han nacido muchos niños gestados en un “útero de alquiler” (aunque no necesariamente hay pago). Como no se lleva registro, no se sabe exactamente cuántos. La American Society for Reproductive Medicine (ASRM) calcula que han sido de 400 a 600 anuales entre 2003 y 2007; otras organizaciones interesadas en el asunto dicen que son muchos más.
En todo caso, son ya un número bastante grande y ha pasado bastante tiempo para que el problema de cómo descubrirles la verdad haya alcanzado dimensiones de fenómeno social. La periodista Sara Rimer, que le ha dedicado un breve reportaje en el New York Times (13-07-2009), ha encontrado una asistente social especializada en asesorar a los padres implicados.
Que hay algo raro es evidente para los hijos nacidos así y que luego ven llegar un hermanito concebido del mismo modo. Pero aun los hijos únicos pueden darse cuenta. El reportaje refiere el caso de una niña de 6 años que estaba viendo una película con su madre (subrogada) en la televisión. La protagonista espera un hijo, y la niña preguntó a su madre: “¿Cómo es que eres la única mamá que no puede quedarse embarazada?”. “Hablaremos de esto luego”, respondió la madre. Si la mujer que prestó el útero es a la vez la donante del óvulo, el niño puede notar que no se parece a su madre y a raíz de ello plantear preguntas incómodas.
La recomendación de la asistente social, Judith Kottick, es revelar la verdad gradualmente, empezando muy pronto. Aconseja ir preparando a los niños con libros infantiles de un nuevo género pensado justamente para eso, como “Hope y Will tienen un bebé: El don de la subrogación”, de Irene Celcer. (Forma parte de una serie, obra de la misma autora, sobre cinco formas no naturales de tener un hijo; las otras son la donación de óvulos, la de esperma, la de embriones, y la adopción. La serie cuenta con el respaldo oficial de la ASRM.)
Según Kottick, los padres implicados han de tener en cuenta el principio siguiente: “Lo que los niños quieren saber es que están en la familia que les corresponde: que son de su mamá y su papá”. El problema es darles esa seguridad si, como tienen que llegar a saber, la fecundación artificial ha debilitado y hecho indirecto el vínculo natural con los padres.
Algunas madres subrogadas tienen preparada la explicación con mucho tiempo de adelanto. Una lo dijo así a su hija de pocos años: “El doctor tomó un pedacito de papá y un pedacito de mamá y los puso dentro de otra persona porque mi tripita estaba rota”. Otra inventó una metáfora: “Es como si no pudiéramos hacer magdalenas en nuestro horno porque se nos ha estropeado. Entonces usamos el horno del vecino”. Hay quien prefiere ser más claro y directo: “El doctor te hizo en un platillo”.
Hay quienes no mantienen en secreto la identidad de la madre sustituta, sino que la consideran parte de la familia. La de Sarah, de cinco años, y de su hermana Rachel, de 3, vive cerca y las visita con regularidad. Cuando llega, es anunciada por la madre con una forma familiar del término surrogate mother (madre sustituta): “Sarah, your surro’s here”.
El reportaje describe el problema y cómo lo afrontan algunos padres, pero no dice qué consecuencias experimentan los niños. Ya se sabe que algunos concebidos por fecundación artificial, pero sin “útero de alquiler”, llegada la adolescencia sufren por la conciencia de haber vivido separados de su padre o su madre natural o por no conocerle.
De todas formas, pese a los intentos de presentar la subrogación como normal, la periodista Rimer da alguna indicación de las dificultades que pueden surgir. Lily, otra chica nacida de esta forma, está acostumbrada desde pequeña a tratar a Natalie, la mujer que aportó el vientre y el óvulo, y algunos de cuyos rasgos heredó. Un día, cuando Lily contaba 9 años, dijo a su madre: “Mamá, me he dado cuenta de que no vengo de tus óvulos. Y creo que papá y Natalie forman muy buena pareja”. “Mira, Lily –contestó la madre–, Natalie y papá nunca fueron pareja. Es solo que fuiste creada en la consulta del doctor porque yo iba a ser tu madre. ¿Te gustaría ver tu certificado de nacimiento? Porque yo seré tu madre para siempre”.
Según Kottick, los padres implicados han de tener en cuenta el principio siguiente: “Lo que los niños quieren saber es que están en la familia que les corresponde: que son de su mamá y su papá”. El problema es darles esa seguridad si, como tienen que llegar a saber, la fecundación artificial ha debilitado y hecho indirecto el vínculo natural con los padres.
Algunas madres subrogadas tienen preparada la explicación con mucho tiempo de adelanto. Una lo dijo así a su hija de pocos años: “El doctor tomó un pedacito de papá y un pedacito de mamá y los puso dentro de otra persona porque mi tripita estaba rota”. Otra inventó una metáfora: “Es como si no pudiéramos hacer magdalenas en nuestro horno porque se nos ha estropeado. Entonces usamos el horno del vecino”. Hay quien prefiere ser más claro y directo: “El doctor te hizo en un platillo”.
Hay quienes no mantienen en secreto la identidad de la madre sustituta, sino que la consideran parte de la familia. La de Sarah, de cinco años, y de su hermana Rachel, de 3, vive cerca y las visita con regularidad. Cuando llega, es anunciada por la madre con una forma familiar del término surrogate mother (madre sustituta): “Sarah, your surro’s here”.
El reportaje describe el problema y cómo lo afrontan algunos padres, pero no dice qué consecuencias experimentan los niños. Ya se sabe que algunos concebidos por fecundación artificial, pero sin “útero de alquiler”, llegada la adolescencia sufren por la conciencia de haber vivido separados de su padre o su madre natural o por no conocerle.
De todas formas, pese a los intentos de presentar la subrogación como normal, la periodista Rimer da alguna indicación de las dificultades que pueden surgir. Lily, otra chica nacida de esta forma, está acostumbrada desde pequeña a tratar a Natalie, la mujer que aportó el vientre y el óvulo, y algunos de cuyos rasgos heredó. Un día, cuando Lily contaba 9 años, dijo a su madre: “Mamá, me he dado cuenta de que no vengo de tus óvulos. Y creo que papá y Natalie forman muy buena pareja”. “Mira, Lily –contestó la madre–, Natalie y papá nunca fueron pareja. Es solo que fuiste creada en la consulta del doctor porque yo iba a ser tu madre. ¿Te gustaría ver tu certificado de nacimiento? Porque yo seré tu madre para siempre”.