Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 2 de abril del 2021, Viernes Santo, Semana Santa, presentado por el padre Jesús Higueras, en el cual se comenta el evangelio del día.
Evangelio: San Juan 18, 1-19, 42:
C. En aquel tiempo, salió
Jesús con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón, donde había un
huerto, y entraron allí él y sus discípulos. Judas, el que lo iba a entregar,
conocía también el sitio, porque Jesús se reunía a menudo allí con sus discípulos.
Judas entonces, tomando una cohorte y unos guardias de los sumos sacerdotes y
de los fariseos, entró allá con faroles, antorchas y armas. Jesús, sabiendo
todo lo que venía sobre él, se adelantó y les dijo:
+ – «¿A quién buscáis?»
C. Le contestaron:
S. – «A Jesús, el
Nazareno».
C. Les dijo Jesús:
+ – «Yo soy».
C. Estaba también con
ellos Judas, el que lo iba a entregar. Al decirles:«Yo soy», retrocedieron y
cayeron a tierra. Les preguntó otra vez:
+ – «¿A quién buscáis?»
C. Ellos dijeron:
S. – «A Jesús, el
Nazareno».
C. Jesús contestó:
+ – «Os he dicho que soy
yo. Si me buscáis a mi, dejad marchar a estos».
C. Y así se cumplió lo
que había dicho: «No he perdido a ninguno de los que me diste».
Entonces Simón Pedro, que
llevaba una espada, la sacó e hirió al criado del sumo sacerdote, cortándole la
oreja derecha. Este criado se llamaba Malco. Dijo entonces Jesús a Pedro:
+ – «Mete la espada en la
vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no lo voy a beber?».
Llevaron a Jesús primero
a Anás
C. La cohorte, el tribuno
y los guardias de los judíos prendieron a Jesús, lo ataron y lo llevaron
primero a Anás, porque era suegro de Caifás, sumo sacerdote aquel año; Caifás
era el que había dado a los judíos este consejo: «Conviene que muera un solo
hombre por el pueblo».
Simón Pedro y otro
discípulo seguían a Jesús. Este discípulo era conocido del sumo sacerdote y
entró con Jesús en el palacio del sumo sacerdote, mientras Pedro se quedó fuera
a la puerta. Salió el otro discípulo, el conocido del sumo sacerdote, habló a
la portera e hizo entrar a Pedro. La criada portera dijo entonces a Pedro:
S. – «¿No eres tú también
de los discípulos de ese hombre?».
C. Él dijo:
S. – «No lo soy».
C. Los criados y los
guardias habían encendido un brasero, porque hacia frío, y se calentaban.
También Pedro estaba con ellos de pie, calentándose.
El sumo sacerdote
interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su doctrina.
Jesús le contestó:
+ – «Yo he hablado
abiertamente al mundo; yo he enseñado continuamente en la sinagoga y en el
templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada a escondidas. ¿Por
qué me preguntas a mí? Pregunta a los que me han oído de qué les he hablado.
Ellos saben lo que yo he dicho».
C. Apenas dijo esto, uno
de los guardias que estaba allí le dio una bofetada a Jesús, diciendo:
S. – «¿Así contestas al
sumo sacerdote?».
C. Jesús respondió:
+ – «Si he faltado al
hablar, muestra en qué he faltado; pero si he hablado como se debe, ¿por qué me
pegas?»
C. Entonces Anás lo envió
atado a Caifás, sumo sacerdote.
¿No eres tú también de
sus discípulos? No lo soy
C. Simón Pedro estaba en
pie, calentándose, y le dijeron:
S. – «¿No eres tú también
de sus discípulos?»
C. Él lo negó, diciendo:
S. – «No lo soy».
C. Uno de los criados del
sumo sacerdote, pariente de aquel a quien Pedro le cortó la oreja, le dijo:
S. – «¿No te he visto yo
en el huerto con él?»
C. Pedro volvió a negar,
y enseguida cantó un gallo.
Mi reino no es de este
mundo
C. Llevaron a Jesús de
casa de Caifás al pretorio. Era el amanecer, y ellos no entraron en el pretorio
para no incurrir en impureza y poder así comer la Pascua. Salió Pilato afuera,
adonde estaban ellos, y dijo:
S. – «¿Qué acusación
presentáis contra este hombre?»
C. Le contestaron:
S. – «Si éste no fuera un
malhechor, no te lo entregaríamos».
C. Pilato les dijo:
S. – «Lleváoslo vosotros
y juzgadIo según vuestra ley».
C. Los judíos le dijeron:
S. – «No estamos
autorizados para dar muerte a nadie».
C. Y así se cumplió lo
que había dicho Jesús, indicando de qué muerte iba a morir.
Entró otra vez Pilato en
el pretorio, llamó a Jesús y le dijo:
S. – «¿Eres tú el rey de
los judíos?».
C. Jesús le contestó:
+ – «¿Dices eso por tu
cuenta o te lo han dicho otros de mi?».
C. Pilato replicó:
S. – «¿Acaso soy yo
judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿qué has hecho?».
C. Jesús le contestó:
+ – «Mi reino no es de
este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que
no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí».
C. Pilato le dijo:
S. – «Entonces, ¿tú eres
rey?»
C. Jesús le contestó:
+ – «Tú lo dices: soy
rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio
de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz».
C. Pilato le dijo:
«Y, ¿qué es la verdad?»
C. Dicho esto, salió otra
vez adonde estaban los judíos y les dijo:
S. – «Yo no encuentro en
él ninguna culpa. Es costumbre entre vosotros que por Pascua ponga a uno en
libertad. ¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?».
C. Volvieron a gritar:
S. – «A ése no, a
Barrabás».
C. El tal Barrabás era un
bandido.
¡Salve, rey de los
judíos!
C. Entonces Pilato tomó a
Jesús y lo mandó azotar. Y los soldados trenzaron una corona de espinas, se la
pusieron en la cabeza y le echaron por encima un manto color púrpura; y,
acercándose a él, le decían:
S. – «¡Salve, rey de los
judíos!».
C. Y le daban bofetadas.
Pilato salió otra vez
afuera y les dijo:
S. – «Mirad, os lo saco
afuera, para que sepáis que no encuentro en él ninguna culpa».
C. Y salió Jesús afuera,
llevando la corona de espinas y el manto color púrpura. Pilato les dijo:
S. – «He aquí al hombre».
C. Cuando lo vieron los
sumos sacerdotes y los guardias, gritaron:
S. – «¡Crucifícalo,
crucifícalo!»
C. Pilato les dijo:
S. – «Lleváoslo vosotros
y crucificadlo, porque yo no encuentro culpa en él».
C. Los judíos le contestaron:
S. – «Nosotros tenemos
una ley, y según esa ley tiene que morir, porque se ha hecho Hijo de Dios».
C. Cuando Pilato oyó
estas palabras, se asusto aún más. Entró otra vez en el pretorio y dijo a
Jesús:
S. – «¿De dónde eres
tú?».
C. Pero Jesús no le dio
respuesta.
Y Pilato le dijo:
S. – «¿A mi no me hablas?
¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y autoridad para crucificarte?».
C. Jesús le contestó:
+ – «No tendrías ninguna
autoridad sobre mi, si no te la hubieran dado de lo alto. Por eso el que me ha
entregado a ti tiene un pecado mayor».
¡Fuera, fuera;
crucifícalo!
C. Desde este momento
Pilato trataba de soltarlo, pero los judíos gritaban:
S. – «Si sueltas a ése,
no eres amigo del César. Todo el que se hace rey está contra el César».
C. Pilato entonces, al
oír estas palabras, sacó afuera a Jesús y se sentó en el tribunal, en el sitio
que llaman «el Enlosado» (en hebreo Gábbata). Era el día de la Preparación de
la Pascua, hacia el mediodía.
Y dijo Pilato a los
judíos:
S. – « He aquí a vuestro
rey».
C. Ellos gritaron:
S. – «¡Fuera, fuera;
crucifícalo!».
C. Pilato les dijo:
S. – «¿A vuestro rey voy
a crucificar?».
C. Contestaron los sumos
sacerdotes:
S. – «No tenemos más rey
que al César».
C. Entonces se lo entregó
para que lo crucificaran.
Lo crucificaron, y con él
a otros dos
C. Tomaron a Jesús, y
cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en
hebreo se dice Gólgota), donde lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a
cada lado, y en medio, Jesús. Y Pilato escribió un letrero y lo puso encima de
la cruz; en él estaba escrito: «Jesús, el Nazareno, el rey de los judíos».
Leyeron el letrero muchos
judíos, porque estaba cerca el lugar donde crucificaron a Jesús, y estaba
escrito en hebreo, latín y griego.
Entonces los sumos
sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato:
S. – «No escribas: “El
rey de los judíos”, sino: “Este ha dicho: Soy el rey de los judíos”».
C. Pilato les contestó:
S. – «Lo escrito, escrito
está».
Se repartieron mis ropas
C. Los soldados, cuando
crucificaron a Jesús, cogieron su ropa, haciendo cuatro partes, una para cada
soldado, y apartaron la túnica. Era una túnica sin costura, tejida toda de una
pieza de arriba abajo. Y se dijeron:
S. – «No la rasguemos,
sino echémosla a suerte, a ver a quién le toca».
C. Así se cumplió la
Escritura: «Se repartieron mis ropas y echaron a suerte mi túnica». Esto
hicieron los soldados.
Ahí tienes a tu hijo. Ahí
tienes a tu madre
C. Junto a la cruz de Jesús
estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la
Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo
a su madre:
+ – «Mujer, ahí tienes a
tu hijo».
C. Luego, dijo al
discípulo:
+ – «Ahí tienes a tu
madre».
C. Y desde aquella hora,
el discípulo la recibió en su casa.
Está cumplido
C. Después de esto,
sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura
dijo:
+ – «Tengo sed».
C. Había allí un jarro
lleno de vinagre. Y, sujetando una esponja empapada en vinagre a una caña de
hisopo, se la acercaron a la boca. Jesús, cuando tomó el vinagre, dijo:
+ – «Está cumplido».
C. E, inclinando la
cabeza, entregó el espíritu.
Todos se arrodillan, y se
hace una pausa.
Y al punto salió sangre y
agua
C. Los judíos entonces,
como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la
cruz el sábado, porque aquel sábado era un día grande, pidieron a Pilato que
les quebraran las piernas y que los quitaran, Fueron los soldados, le quebraron
las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al
llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino
que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió
sangre y agua. El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él
sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que
se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la
Escritura dice: «Mirarán al que traspasaron».
Envolvieron el cuerpo de
Jesús en los lienzos con los aromas
C. Después de esto, José
de Arimatea, que era discípulo de Jesús aunque oculto por miedo a los judíos,
pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús. Y Pilato lo autorizó.
Él fue entonces y se llevó el cuerpo. Llegó también Nícodemo, el que había ido
a verlo de noche, y trajo unas cien libras de una mixtura de mirra y áloe.
Tomaron el cuerpo de
Jesús y lo envolvieron en los lienzos con los aromas, según se acostumbra a
enterrar entre los judíos. Había un huerto en el sitio donde lo crucificaron, y
en el huerto, un sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado todavía. Y
como para los judíos era el día de la Preparación, y el sepulcro estaba cerca,
pusieron allí a Jesús.