* «Hoy, como sociedad, nos hemos alejado de Dios, hemos abandonando su culto y sus mandamientos en ámbitos esenciales como el de la sexualidad, el respeto a la vida o el ejercicio honesto de la gestión pública y la actividad profesional, y de nuestros corazones así corrompidos salen las maldades que nos hacen impuros: «fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad». Pero también, como los escribas y fariseos, seguimos intentando encubrir esta impureza esencial con una apariencia de santidad. La exaltación de algunos valores como la tolerancia o la solidaridad a los que se pretende reducir la bondad y el amor es uno de esos mecanismos de defensa con los que aspiramos a “redimir” nuestra conciencia y nuestra imagen social»
Domingo XXII del tiempo ordinario – B:
Deuteronomio 4, 1-2.6-8 / Salmo 14 / Santiago 1, 17-18.21b-22.27 / Marcos 7, 1-8.14-15.21-23
P. José María Prats / Camino Católico.- Las lecturas de hoy nos ofrecen una reflexión sobre la palabra de Dios como fuente de vida cuando es acogida y obedecida fielmente y sobre los artificios con que a menudo la rechazamos.
Dios creó el mundo con su Palabra, la cual fue inscrita en la entraña de cada cosa y constituye su verdad y su sentido: cuando obramos en sintonía con ella, obramos según la verdad y el sentido de las cosas y estamos promoviendo la paz y la armonía de la creación. Por ello, en la lectura del Deuteronomio, Dios dice a su pueblo que esta palabra es «su sabiduría y su inteligencia», y la que le permitirá «entrar y tomar posesión de la tierra» que le va a dar y vivir feliz en ella.
Siendo, pues, el fundamento del bienestar y de la paz, la palabra de Dios debe ser obedecida fielmente y conservada en su integridad: «no añadáis nada a lo que os mando ni suprimáis nada».
Cuando, seducidos por el Maligno, rechazamos esta palabra, dejamos de vivir en la verdad, sembrando a nuestro alrededor injusticia y discordia. Esto es lo que les ha ocurrido a los escribas y fariseos que aparecen en el evangelio de hoy: «han dejado a un lado el mandamiento de Dios», y de su corazón corrompido «salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad» que los hacen impuros.
Pero es interesante notar que «el mandamiento de Dios» que han abandonado, lo han substituido por una doctrina que son «preceptos humanos». Cuando una persona o una sociedad rechaza la palabra de Dios, contradice su propia esencia, y en su interior surge un conflicto, consciente o inconsciente, que intenta superar o encubrir con mecanismos de defensa. Los escribas y fariseos, por ejemplo, enmascaraban su impureza interior con una pureza meramente externa consistente en lavar meticulosamente sus manos, «vasos, jarras y ollas», y encubrían su desobediencia a la palabra de Dios con el cumplimiento escrupuloso de preceptos de menor importancia: «¡ay de vosotros, fariseos, que pagáis el diezmo de la hierbabuena, de la ruda y de toda clase de hortalizas, mientras pasáis por alto el derecho y el amor de Dios!» (Lc 11,42).
Hoy, como sociedad, nos hemos alejado de Dios, hemos abandonando su culto y sus mandamientos en ámbitos esenciales como el de la sexualidad, el respeto a la vida o el ejercicio honesto de la gestión pública y la actividad profesional, y de nuestros corazones así corrompidos salen las maldades que nos hacen impuros: «fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad». Pero también, como los escribas y fariseos, seguimos intentando encubrir esta impureza esencial con una apariencia de santidad. La exaltación de algunos valores como la tolerancia o la solidaridad a los que se pretende reducir la bondad y el amor es uno de esos mecanismos de defensa con los que aspiramos a “redimir” nuestra conciencia y nuestra imagen social.
El Señor nos invita hoy a acoger íntegra e incondicionalmente la Palabra que nos creó y que está inscrita en nuestras entrañas. Sólo ella puede devolvernos la paz, el bienestar y la pureza verdadera.
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén, y vieron que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas. Es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas. Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan:
«¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?».
Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: ‘Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres’. Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres».
Llamó otra vez a la gente y les dijo:
«Oídme todos y entended. Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre».
Marcos 7, 1-8.14-15.21-23