* «El evangelio presenta al ciego Bartimeo como modelo del hombre caído que se convierte en discípulo de Jesús: Cree que Jesús puede salvarlo de la situación lamentable en que se encuentra y se pone a gritar con todas sus fuerzas: ‘Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí’. Es interesante notar lo que dice el evangelio a continuación: ‘Muchos lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más: Hijo de David, ten compasión de mí’. A lo largo de la historia –y quizá hoy más que nunca– los habitantes de Jericó han hecho todo lo posible por detener el impulso del hombre hacia Jesús, pero la persona verdaderamente audaz es capaz –como Bartimeo– de vencer esta resistencia y gritar todavía más fuerte: ‘Hijo de David, ten compasión de mí’»
Domingo XXX del tiempo ordinario – B:
Jeremías 31, 7-9 / Salmo 125 / Hebreos 5, 1-6 / Marcos 10, 46-52
P. José María Prats / Camino Católico.- Los Padres de la Iglesia, cuando interpretan alegóricamente la Escritura, ven representada en algunos pasajes la historia de la salvación. Éste es el caso, por ejemplo, de la parábola del Buen Samaritano o del relato de la curación del ciego Bartimeo que nos presenta el evangelio de hoy.
En ambos pasajes el simbolismo de las ciudades de Jerusalén y Jericó juega un papel muy importante. Jerusalén, situada a 740 metros sobre el nivel del mar y sede del Templo, representa la comunión con Dios, mientras que Jericó, situada junto al Mar Muerto a 250 metros por debajo del nivel del mar, bastión de los antiguos cananeos idólatras, representa el rechazo y alejamiento de Dios.
Aquel hombre de la parábola del Buen Samaritano que, yendo de Jerusalén a Jericó, fue atacado por unos bandidos que «lo desnudaron, lo apalearon y se marcharon dejándolo medio muerto» (Lc 10, 30) representa –como dice Orígenes– al ser humano que, seducido por Satanás, fue despojado de la gracia y quedó sometido al poder del pecado, en una situación lamentable.
Ese hombre apaleado aparece de nuevo en el evangelio de hoy bajo la figura del ciego Bartimeo: Habita en Jericó, lejos de Dios, a quien ha rechazado; privado de la luz de la gracia y sometido por el poder del pecado, es incapaz de ver el verdadero sentido de su existencia; y al no poder acceder al árbol de la vida de donde recibía de Dios todo cuanto necesitaba, tiene que vivir mendigando limosnas.
Pero vemos ahora que junto a este ciego pasa un camino por el que anda Jesús con sus discípulos (su Iglesia) en dirección a Jerusalén; (es importante notar que este pasaje se sitúa en el contexto del último viaje de Jesús, desde Cesarea de Filipo hasta Jerusalén). Si Adán recorrió el camino de Jerusalén a Jericó, Jesús es el Nuevo Adán que recorre ese mismo camino en sentido contrario para reabrir las puertas de la Ciudad Santa con su pasión, muerte y resurrección.
El evangelio presenta al ciego Bartimeo como modelo del hombre caído que se convierte en discípulo de Jesús: Cree que Jesús puede salvarlo de la situación lamentable en que se encuentra y se pone a gritar con todas sus fuerzas: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».
Es interesante notar lo que dice el evangelio a continuación: «Muchos lo regañaban para que se callara, pero él gritaba más: “Hijo de David, ten compasión de mí”». A lo largo de la historia –y quizá hoy más que nunca– los habitantes de Jericó han hecho todo lo posible por detener el impulso del hombre hacia Jesús, pero la persona verdaderamente audaz es capaz –como Bartimeo– de vencer esta resistencia y gritar todavía más fuerte: «Hijo de David, ten compasión de mí».
Y vemos cómo ante esta insistencia Jesús se detiene y dice a sus discípulos: «llamadlo». El encuentro con Jesús se establece por mediación de la Iglesia a la que el Señor ha enviado a todos los hombres para decirles: «Ánimo, levántate, que Jesús te llama». Y esta llamada despierta en Bartimeo y en todos los que responden a ella un dinamismo y unas energías insospechadas: «Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús»; era el manto con el que había cubierto su desnudez cuando fue despojado por Satanás del vestido blanco y radiante de la gracia.
Y cuando Jesús le pregunta «¿qué quieres que haga por ti?», Bartimeo no pide gloria, poder o riquezas sino capacidad para ver: «Maestro, que pueda ver». Pide capacidad para contemplar el mundo con los ojos de la fe y con el poder de la gracia, que vence sobre el egoísmo y las pasiones que esclavizan al hombre.
La curación de Bartimeo era entendida por los primeros cristianos como una figura del bautismo por medio del cual el hombre dejaba de ver el mundo con los ojos de la carne para pasar a contemplarlo con los ojos de la fe. Y por el bautismo se convertía en discípulo de Cristo y miembro de su Iglesia, es decir, del cortejo de los que siguen a Jesús en su camino de regreso a Jerusalén: «Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino».
Pidámosle al Señor que renueve hoy en nosotros el poder de esta visión y de esta gracia que un día recibimos por el bautismo y que nos tiene que llevar hasta la Ciudad Santa.
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino.
Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar:
«¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!».
Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más:
«¡Hijo de David, ten compasión de mí!».
Jesús se detuvo y dijo:
«Llamadle».
Llaman al ciego, diciéndole:
«¡Ánimo, levántate! Te llama».
Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús.
Jesús, dirigiéndose a él, le dijo:
«¿Qué quieres que te haga?».
El ciego le dijo:
«Rabbuní, ¡que vea!».
Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado».
Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.
Marcos 10, 46-52