Esperar en el Señor en toda situación y acontecimiento de nuestra vida es engendrar al Hijo de Dios en el corazón. Conservar la esperanza y hacerla crecer cuando las dificultades y la contrariedades salen a nuestro encuentro es a veces muy cansado y erosionante.
El sufrimiento y el dolor pueden desalentarnos, deprimirnos y hacernos vivir en una oscuridad que nos desoriente y nos haga caminar como ovejas sin pastor. Es una sensación de vacío, en la cual no comprendemos porque vivimos esta experiencia si hemos querido ser fieles al Señor.
Dejarnos llevar al desierto
Nos sentimos abandonados y desolados. Es como si hubiéramos sido ubicados de repente en medio de un desierto sin caminos, sin nada para subsistir y nadie a quien acudir. El desierto es el lugar de la conversión, de hacer frente al mal, de llenarse de Dios para abrir caminos que lleven la Buena Noticia del Reino.
Juan el Bautista se va al desierto ha hacer una vida austera. Es allí donde empieza a anunciar que hay que arrepentirse de los pecados. Lo hace encontrando a Dios en el silencio y la soledad. Jesús es conducido por el Espíritu Santo al desierto, para ser tentado por el Diablo que utiliza fragmentos de la Palabra de Dios. Nosotros también somos llevados a desierto por el Señor para hacernos crecer en conversión y fidelidad a Él.
Cada día debemos mantener relaciones familiares, laborales y sociales. Antes de empezar la jornada es necesario dejarnos llevar al desierto por el Señor pidiendo desde el fondo del corazón la conversión de los pecados y las faltas del día anterior y de toda la vida. En la medida que tomemos consciencia que nuestras acciones y actitudes son desiertos sin caminos si no son iluminados por Dios podremos crecer en gracia, sabiduría, misericordia y santidad.
La conversión de los pecados durará toda la vida pero seremos llenados por la gracia de Dios proporcionalmente al arrepentimiento real, al perdón y a la necesidad vital que tengamos de la Santísima Trinidad. Sólo levantarnos debemos declararnos pobres de espíritu y débiles, mirando en nuestro interior, pero muy sedientos de la presencia y la luz del Altísimo.
La historia de la aguja y el alfiler
A veces somos purificados y probados por el Señor para consolidar en nuestro corazón su voluntad. El sufrimiento y el dolor son reacciones humanas a las dificultades y al mal, pero no son el MAL. Dios no quiere que seamos afectados por el mal y cuando nos alcanza, por nuestros actos y pecados o por los de los demás, el Padre del Cielo desea rescatarnos haciendo concurrir todo para nuestro bien. Dios es el único que ha vencido el mal con el nacimiento de Cristo, su muerte y su resurrección. De nuestros actos de muerte el Señor sólo anhela darnos nueva vida. En ocasiones debemos sentirnos débiles para acogernos al crecimiento que Dios quiere regalarnos. Nos pasa como a la aguja y al alfiler de la siguiente historia:
Un alfiler y una aguja encontrándose en una cesta de labores y no teniendo nada qué hacer, empezaron a reñir, entablándose la siguiente disputa:
¿De qué utilidad eres tú? Dijo el alfiler a la aguja; y ¿cómo piensas pasar la vida sin cabeza?
-Y a ti respondió la aguja con tono agudo, ¿de qué te sirve la cabeza si no tienes ojo?
-¿Y de qué te sirve un ojo si siempre tienes algo en él?
-Pues yo, con algo en mi ojo puedo hacer mucho más que tú.
-Sí; pero tu vida será muy corta pues depende de tu hilo.
Mientras hablaban así el alfiler y la aguja, entró una niña deseando coser. Tomó la aguja y echó mano a la obra por algunos momentos; pero tuvo la mala suerte de que se rompiera el ojo de la aguja. Después cogió el alfiler, y atándole el hilo a la cabeza procuró acabar su labor; pero tal fue la fuerza empleada que le arrancó la cabeza y disgustada lo echo con la aguja en la cesta y se fue.
Aquí estamos de nuevo se dijeron, parece que el infortunio nos ha hecho comprender nuestra pequeñez; no tenemos ya motivo para reñir. ¡Cómo nos asemejamos a los seres humanos que disputan acerca de sus dones y aptitudes hasta que los pierden, y luego… echados en el polvo, como nosotros, descubren que son hermanos!
El pecado: pozo, cueva y oscuridad
La cesta de la aguja y el alfiler equivalen a los pozos, cuevas y oscuridades en los que nos vemos hundidos como consecuencia del pecado y de todo lo que hacemos sin contar con la gracia de Dios. A diferencia de la Aguja y del Alfiler, que son dejados en la cesta, nosotros tenemos la posibilidad de ser rescatados por el Señor. Sólo necesitamos arrepentirnos y reconocer que sin el Altísimo nada podemos. En Flp 4, 13 se confirma: "Todo lo puedo en Aquel que me conforta". Pablo en 2 Cor 4, 7 nos define como caminamos en medio del espíritu del mundo peregrinando hacia el corazón de Dios: "Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros."
El profeta Isaias nos habla de acogernos a la Salvación de Cristo en Is. 55, 6-11:
"¡Busquen al Señor mientras se deja encontrar,
llámenlo mientras está cerca!
Que el malvado abandone su camino
y el hombre perverso, sus pensamientos;
que vuelva al Señor, y Él le tendrá compasión,
a nuestro Dios, que es generoso en perdonar.
Porque los pensamientos de ustedes no son los míos,
ni los caminos de ustedes son mis caminos
–oráculo del Señor–.
Como el cielo se alza por encima de la tierra,
así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos
a los caminos y a los pensamientos de ustedes.
Así como la lluvia y la nieve descienden del cielo
y no vuelven a él sin haber empapado la tierra,
sin haberla fecundado y hecho germinar,
para que dé la semilla al sembrador
y el pan al que come,
así sucede con la palabra que sale de mi boca:
ella no vuelve a mí estéril,
sino que realiza todo lo que yo quiero
y cumple la misión que yo le encomendé."
La esperanza y la escucha son actitudes activas
Cada instante que respiramos tenemos que dejar a Dios que nos guíe por sus caminos. Preguntemos al Señor con asiduidad manifiesta: ¿qué quieres que haga ante este suceso, dificultad o persona?. Para abrir caminos y allanar las sendas hacia la vida perdurable produciendo frutos que permanezcan, hay que tener la humildad de decir siempre: "habla Señor que tu siervo escucha".
La esperanza y la escucha son dos actitudes de fe cristiana activas y no pasivas. La esperanza es creer que Dios es fiel, nos ama profundamente como hijos suyos y seres únicos irrepetibles. Esperamos vivir en la presencia de Dios, rescatados del pecado por la muerte de Cristo. Esa salvación ya ha sido realizada. Si creemos que Dios nos creó de la nada para vivir eternamente y que Cristo murió y resucitó no podemos sentirnos abandonados por quien entregó a su Hijo por el perdón de nuestros pecados. La esperanza es acogernos a la salvación de Jesucristo renunciando al pecado y a la muerte. Como explicó el ángel a José y se narra en Mt. 1, 21: " Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará a su Pueblo de todos sus pecados".
Acogernos a la gracia de Dios para renunciar al pecado
Instaurar el Reino, acoger al Mesías, a Emmanuel, a Dios con nosotros, supone renunciar a todo pecado. Tomar conciencia de nuestras debilidades no consiste en sentirnos acusados por Dios. Todo lo contrario, supone acogernos a su gracia para que nos libre de todo pecado como se afirma en 1ª Jn. 1,7-9: "Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado. Si decimos: "No tenemos pecado", nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia."
El camino real lo señala el Bautista cuando en Jn. 1,29 proclama:
"Al día siguiente ve a Jesús venir hacia él y dice: "He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo."
En la carta a los Romanos S. Pablo se refiere al pecado:
* "todos pecaron y están privados de la gloria de Dios y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien exhibió Dios como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia, habiendo pasado por alto los pecados cometidos anteriormente, en el tiempo de la paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para ser él justo y justificador del que cree en Jesús." (Rom. 3,23-26)
* "En efecto, si por el delito de uno solo reinó la muerte por un solo hombre ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia, reinarán en la vida por un solo, por Jesucristo!" (Rom. 5,17)
* "¿Qué diremos, pues? ¿Que debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique? ¡De ningún modo! Los que hemos muerto al pecado ¿cómo seguir viviendo en él? " (Rom. 6,1-2)
* "Pues el salario del pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro." (Rom. 6,23)
En 1 Pe. 2, 20-25 se muestra como andar detrás del Mesías:
"¿Pues qué gloria hay en soportar los golpes cuando habéis faltado? Pero si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas. El que no cometió pecado, y en cuya boca no se halló engaño; el que, al ser insultado, no respondía con insultos; al padecer, no amenazaba, sino que se ponía en manos de Aquel que juzga con justicia; el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados. Erais como ovejas descarriadas, pero ahora habéis vuelto al pastor y guardián de vuestras almas."
El perdón y la reconciliación con Dios
El hombre viejo debe dejar paso al hombre nuevo. Sí cambia nuestro corazón también tendremos otras maneras de actuar. Pablo lo explica en Ef. 4, 25-32:
"Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos de los otros. Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al Diablo. El que robaba, que ya no robe, sino que trabaje con sus manos, haciendo algo útil para que pueda hacer partícipe al que se halle en necesidad. No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen. No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención. Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo."
El sacramento de la reconciliación debe ser una práctica de esperanza y salvación en nuestra vida, no un sacrificio. Cuando recibimos la gracia de Dios, el perdón de los pecados, estamos cumpliendo su voluntad. Él está contra el pecado y el mal pero no puede de ninguna manera rechazar y querer humillar a sus hijos amados. Dios abomina el pecado y el mal, pero siempre quiere rescatar, a quienes pecamos, de toda consecuencia negativa que hayamos podido sufrir al cometer nuestras faltas. S. Pablo lo escribe en su carta 2ª Co. 5, 18-21:
"Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él."
Discernir los pecados propios
La esperanza se alimenta con la escucha de la Palabra de Dios para poder hacerla vida y cerrar las cicatrices emocionales y espirituales provocadas por el pecado. La interiorización de la Palabra de Dios y de nuestras debilidades poniéndolas una frente a las otras, hará que nuestras heridas de muerte se conviertan por la sangre de Jesucristo en llagas luminosas de amor como las del Señor resucitado. Esas heridas cicatrizadas deben servir para curar, imitando al samaritano. Nuestras llagas han de mostrar el rostro de Cristo a quienes están tirados al borde del camino, para que los habilite y le puedan seguir.
El problema que tenemos en nuestro crecimiento espiritual es discernir a veces los pecados propios. Nos es muy fácil detectar la brizna en el ojo ajeno y no ver la viga en el nuestro. Pidamos continuamente al Espíritu Santo que nos haga presentes nuestros pecados ocultos, aquellos que justificamos como actos hechos con buena intención. Todos cometemos pecados de falta de amor, fe, esperanza, orgullo, egoísmo, vanidad, pereza, soberbia, juicios y críticas, ira y mal genio, mentiras, palabrotas, resentimientos, gula, impaciencia...
Juzgamos a los demás sin interiorizar la mirada que Jesús tuvo con la adúltera. Muchas veces incluso somos muy rápidos y nos creemos con méritos para lanzar piedras contra el hermano pecador creyéndonos superiores. También protagonizamos pecados ocultos de omisión. Estamos convencidos que cuando una persona tiene un problema en la vida seguramente se lo habrá buscado. En lugar de ofrecerle la mano de Cristo amorosa que habita en nuestro corazón nos desentendemos totalmente.
Abre la cortina de tu corazón
"¿Dónde está Dios?" nos preguntamos muy a menudo. Aquí mismo. Dios está dentro de tu corazón, a tu lado. La única razón por la cual puedes no estar experimentando todo el poder de la Luz de Dios es porque se encuentra escondida detrás de una cortina. El ser ruin, odioso, interesado, egoísta... es una cortina. Afortunadamente, cada vez que actúas de acuerdo con la voluntad de Dios, de una forma tolerante, considerada, sin egoísmo, la cortina se corre. Mantén en mente que la Luz de Dios nunca cambia. Permanece constante. Tienes el libre albedrío de eliminar la cortina que envuelve tu corazón y atraer más Luz de Dios a tu mundo, o mantener cerrada la cortina y aumentar la oscuridad.
Hoy, revela toda la intensidad de la luminosidad del Señor. Haz algo por alguien sin ninguna razón. Sirve a otros antes de servirte a ti mismo. Tómate a ti mismo un poco menos en serio y un poco más a los demás.
Dios no toma en cuenta las veces que caemos, sino las que nos levantamos. Su amor arropa el dolor de su pueblo. El escucha nuestra oración, nos sana y nos guía al camino correcto.
El fin no justifica los medios
Nuestra vida cotidiana, llena de ocupaciones, nos hace vivir a un ritmo frenético aun en la rutina. Creemos en Dios y queremos dejarnos guiar por su Palabra, pero nuestro egoísmo nos lleva a faltar continuamente, sin ser conscientes, contra el primer mandamiento: "Amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas". Muchas veces no tenemos en cuenta al Señor asumiendo pragmáticamente que la paz consiste en solucionar problemas de la forma más ágil posible. Todos nuestros actos tienen consecuencias y si los realizamos sin orar y con la ausencia de la mirada de Dios conseguimos "hacer el mal que no quiero y dejar de hacer el bien que deseaba" como explicaba S. Pablo a las primeras comunidades cristianas.
La Virgen María en la Anunciación nos enseña con su actitud que el fin no justifica los medios. Al recibir el anuncio del ángel ella no responde de inmediato. Como persona de fe de su tiempo pregunta: "¿cómo será esto?". Sólo al recibir la respuesta de parte de Dios da su "SI". Si hubiera discernido que la forma en que debía cumplirse lo anunciado contradecía la Palabra de Dios y sus mandamientos no habría aceptado.
Aprende a besar con la mirada de Dios
El camino adecuado lo podremos abrir a los demás en su desierto particular si dejamos primero al Señor que nos alimente de su Palabra de Vida en nuestra soledad. Entonces iremos aprendiendo a besar nuestra alma y la de nuestros semejantes con la mirada de Dios:
El alma se nutre de la Palabra de Dios, como el cuerpo de la comida. El alma necesita ser alimentada la fortaleza del Amor para cumplir la misión para la cual hemos sido creados: Amar. Besar el alma es saber tener paciencia, comprensión, y nunca juzgar a nadie, simplemente aceptar Las personas como son ...Sólo Dios puede enseñarnos.
Besar el alma es abrazarse cuando hay soledad, cuando se está triste ... Sin decir nada, solo sostenerse con ese abrazo de apoyo. Dios está siempre con nosotros y nos enseña como acompañar.
Besar el alma, es sentarse juntos cuando no hay necesidad de hablar, cuando solo hace falta el silencio , el no hacer preguntas ....Dios habla en el silencio del desierto: aprendamos su lenguaje de Amor. Dejemonos enseñar a comunicarnos con su mirada y a escuchar a los demás.
Besar el alma, es sentir otras manos que dan apoyo fortaleciendo esa esperanza de vida y de compañía. Dios tiene siempre las manos abiertas para acogernos y fortalecernos. Deposita la fortaleza que recibes del Altísimo en el corazón débil del hermano.
Besar el alma, es decir un te quiero con la mirada ...Dios te creó de la nada con una mirada de amor y te ama eternamente. Muestra el rostro de el Padre acogiendo al Hijo Pródigo.
Besar el alma.... Es fácil , solo basta que decidamos bajar del pedestal del orgullo que muchas veces nos rodea y nos consume. Apoyemonos en la promesa de Jesús: "Estaré con vosotros hasta el fin del mundo."
Besar el alma...¡¡¡ Cuantos de nosotros necesitamos de ese beso en el alma que Dios desea darte cada instante de tu vida. Abrazate a su Amor!!!
Por eso debemos comprender que :
Exactamente, la Felicidad es :
ESTAR EN PAZ CON DIOS!
ESTAR EN PAZ CONTIGO!
ESTAR EN PAZ CON TODO EL MUNDO!
Oremos:
Te doy gracias, Dios mío, por haberme creado, redimido,
hecho cristiano y conservado la vida.
Te ofrezco mis pensamientos, palabras y obras de este día.
No permitas que Te ofenda y dame fortaleza para huir de las ocasiones de pecar.
Haz que crezca mi amor hacia Ti y hacia los demás.
Quisiera
armar en estos
días
un árbol dentro de mi
corazón.
Y colgar en cada rama
los nombres
de todos mis amigos. Los de cerca
y los de lejos. Los de siempre y los de
ahora.
Los que veo cada día, y los que raramente
encuentro.
Los de siempre recordados y los que a veces se me
olvidan.
Los constantes y los inconstantes. Los de las horas
difíciles, y los de las horas alegres. A los que sin querer
herí y sin querer me hirieron. Aquellos a quienes conozco
profundamente, y aquellos a quienes conozco apenas por sus
apariencias.
Los que me deben y a quienes debo mucho. Mis amigos humildes
y mis amigos importantes. Los nombro a todos y a los que pasaron
por mi vida.
Un árbol de raíces profundas para que sus nombres nunca sean arrancados
de mi corazón, y que al florecer en un tiempo traiga esperanza, amor y paz.
Y que siempre, Señor, nos podamos encontrar para compartir
esperanza,
derramando un poco
de felicidad en aquellos
que todo lo han perdido.
Que Dios en su infinita Misericordia derrame sobre nosotros una lluvia de bendiciones! Que Jesús reparta abundamentemente las gracias que necesitemos! El Espíritu Santo nos fortalezca para la lucha diaria y haga de este día un eterno descubrir el Amor del Padre en todas las dimensiones de nuestras vidas! Y nuestra amada madre la Santísima Virgen María nos cobije con su manto maternal y nos forme en su vientre purísimo así como lo hizo con Jesús!
"El verdadero secreto de la felicidad"
Para poder profundizar más en este tema te invitamos a ver el programa de la EWTN "De corazón a corazón" en el cual la hermana Gabriella aborda el tema de "el verdadero secreto de la felicidad".
Vídeo 1
Vídeo 2
Vídeo 3