* «Entré y me arrodillé con ambas rodillas, como había leído que era la etiqueta adecuada. Después me senté, y empecé a contar mi respiración, como me habían enseñado en el centro budista. Eso bastó para hacerme caer, no pude contar mucho. Es difícil explicar lo que sucedió, pero empecé a notar una sensación de amor intenso, casi como un peso aplastante. Algo me llamaba a estirarme boca abajo en el suelo, pero había más gente en la capilla y me daba vergüenza hacerlo. El sentimiento era tan fuerte que tenía que agarrarme con las manos al banco para sostenerme. Al mismo tiempo, resonaban una y otra vez unas palabras en mi cabeza, muy claramente: ‘Estoy contigo siempre, estoy contigo siempre‘. En mi mente recordaba las muchas veces que me sentí ‘perdida en la oscuridad exterior’, más allá de la Gracia de Dios. El mensaje que ahora oía era más bien: ‘nunca sucedió que no estuviera contigo, ni siquiera entonces’»