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lunes, 31 de marzo de 2008

Una palabra para Juan Pablo II

Mil radicales abortistas agreden contra un mitin pro-vida en Bolonia: 15 personas con contusiones

El periodista pro-vida Giuliano Ferrara sale escoltado por antidisturbios mientras los violentos tiran monedas, huevos, tomates y sillas de bar.
Giuliano Ferrara, el periodista excomunista y agnóstico que promueve la Moratoria Mundial contra el Aborto, acudió a Bolonia a apoyar el mitin de su lista de candidatos que se presentan a las próximas y cercanas elecciones italianas, la fuerza pro-vida "Aborto? No, grazie" (programa y lista de candidatos en: http://www.ilfoglio.it/lista .

Al mitin vino una manifestación pro-aborto de unas mil personas, la mayoría jóvenes, que silbaban y abucheaban y gritaban lemas abortistas y del feminismo radical, impidiendo hablar a los candidatos.

Cuando se dio el paso a la intervención de Ferrara los manifestantes ganaron en violencia, empezaron a presionar al cordón policial y arrojaron huevos y tomates contra los pro-vida.

Según el diario La Reppublica, mientras Ferrara lamentaba el aborto con voz potente ("el aborto es una cosa arcaica, escuálida, miserable y ancestral") "de la plaza volaban huevos, monedas, botellas de agua". A Ferrara le alcanzó un huevo: "lo tomo como una medalla", dijo el periodista. Incluso recogió algún tomate y lo devolvió a los agresores.


Los candidatos pro-vida finalmente decidieron dejar el estrado y en ese momento los violentos cargaron contra la estructura y contra el mismo Ferrara, que era protegido por la policía. En este momento volaron sillas de un bar cercano y hubo empujones y golpes. La policía empleó las porras contra la muchedumbre violenta que parecía querer linchar al periodista pro-vida.

El coche en el que marchó fue agredido y le rompieron un faro y provocaron abolladuras. El saldo de la acción violenta, por suerte, fue de tan sólo unas 15 personas con contusiones poco importantes.

Un video filmado desde la perspectiva de los agresores está colgado en YouTube y permite ver en parte cómo se desarrollaron los hechos. Dura 4 minutos y la violencia se acelera en el minuto tres.

Puede verse aquí haciendo click sobre las imagenes:



"Mientras los carabineros estén ahí para frenar a los extremistas de la izquierda cuando intentan linchar a los del otro bando, este será un país democrático. Si se hubieran salido con la suya lo miraría de otra forma, pero no lo consiguieron", comentó Ferrara al diario digital Affaritaliani.it.

De hecho, si Ferrara ya salía bastante en televisión (es un tertuliano popular desde hace muchos años), este acontecimiento ha dado más relevancia aún a su lista pro-vida, que por las características del sistema electoral italiano, favorables a los partidos pequeños, tiene posibilidades de obtener representación parlamentaria.


La policía al final tuvo que recurrir a las porras
ante el empuje de la muchedumbre violenta


El alcalde de Bolonia, el comunista Sergio Cofferati, pidió perdón a Ferrara y lo lamentó: "esto que ha pasado hoy en Bolonia es un daño objetivo para la ciudad y su historia de democracia y tolerancia", recriminó a los manifestantes violentos.

Menos educado fue el europarlamentario izquierdista Achille Occhetto, al definir como "insoportable" la "violencia de las palabras" usadas por Giuliano Ferrara. Aunque condenó el ataque de los radicales violentos aprovechó para protestar por lo que más le duele: pidió que se calculase el tiempo que las televisiones están dedicando a la campaña de Ferrara y que "se le restituya a las mujeres y las asociaciones que están mudas".

Excepto por Occhetto, los comentarios que ha recibido Ferrara han sido de apoyo y de condena a la violencia de los manifestantes pro-aborto. El presidente del Consejo, Romano Prodi, ha escrito a Ferrara: "la agresión de la que has sido objeto me ofende por partida doble: como hombre de gobierno, que siempre debe vigilar estos fenómenos con ojos atentos para evitar derivas violentas en la sociedad y como ciudadano boloñés".

En España aún no se han dado casos de manifestaciones abortistas con agresiones a pro-vida. Tampoco es común ver gente joven en las manifestaciones pro-aborto, que en España reúnen sobre todo a señoras de cincuenta años y feministas radicales de edad avanzada.


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Otros artículos relacionados:

Giuliano Ferrara, un agnóstico ex-comunista, dirige la Moratoria Mundial contra el Aborto

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=10336

Lenin Raghavarshi, ateo y activista de derechos humanos, apoya en la India la Moratoria Mundial contra el aborto

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=10024

En España las manifestaciones pro-aborto también son groseras e insultantes:

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=10077

800 homicidios y 7.000 delitos de activistas pro-aborto desde 1965

http://www.forumlibertas.com/frontend/forumlibertas/noticia.php?id_noticia=6475

Informe completo en inglés sobre la violencia del movimiento abortista está aquí:

http://abortionviolence.com/

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Fuente: Forum Libertas

domingo, 30 de marzo de 2008

Juan Pablo II: Del temor a la esperanza

Video 1


Video 2


Video 3


Video 4


Video 5

Juan Pablo II no nos ha dejado nunca solos



Se cumplen tres años de la muerte de Juan Pablo II: sucedió el 2 de abril de 2005 a las 21: 37 p.m.


Casi una autobiografía de Juan Pablo II


Benedicto XVI: una excepcional capacidad mística caracterizó a Juan Pablo II

Palabras para vivir en y con Cristo Resucitado / Video-reflexiones: P. Jesús Higueras

"El más pequeño es el más importante"


"Maestro te seguiré a donde quiera que vayas"


"Nadie enciende un candil y lo tapa"


"Venid que ya está preparado el banquete"


"Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen"


"Dad limosna de lo de dentro y tendreis todo limpio"


"He venido a prender fuego en el mundo"

miércoles, 26 de marzo de 2008

Difundir la esperanza, la misión de los monjes de Taizé

Primera iglesia católica en Qatar inaugurada con la presencia de 6000 fieles

Juan Pablo II y Faustina Kowalska, apóstoles de la Divina Misericordia / Autor:Benedicto XVI

Intervención con motivo del Regina Caeli

Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI este domingo al rezar la oración mariana del Regina Caeli junto a miles de peregrinos congregados en el patio de la residencia pontificia de Castel Gandolfo.

* * *


Queridos hermanos y hermanas:

Durante el Jubileo del año 2000, el querido siervo de Dios Juan Pablo II estableció que en toda la Iglesia el domingo después de Pascua, además de domingo in Albis, fuera denominado domingo de la Divina Misericordia. Lo hizo en concomitancia con la canonización de Faustina Kowalska, humilde religiosa polaca, nacida en 1905 y fallecida en 1938, celosa mensajera de Jesús misericordioso.

La misericordia es en realidad el núcleo central del mensaje evangélico, es el nombre mismo de Dios, el rostro con el que Él se ha revelado en la antigua Alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del Amor creador y redentor. Este amor de misericordia ilumina también el rostro de la Iglesia, y se manifiesta ya sea a través de los sacramentos, en particular el de la Reconciliación, ya sea con obras de caridad, comunitarias e individuales.

Todo lo que dice y hace la Iglesia manifiesta la misericordia que Dios siente por el hombre. Cuando la Iglesia tiene que recordar una verdad descuidada, o un bien traicionado, lo hace siempre movida por el amor misericordioso, para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia (Cf. Juan 10, 10). De la misericordia divina, que pacifica los corazones, surge, además, la auténtica paz en el mundo, la paz entre los pueblos, culturas y religiones.

Al igual que sor Faustina, Juan Pablo II se convirtió a su vez en apóstol de la Divina Misericordia. En la noche del inolvidable sábado 2 de abril de 20005, cuando cerró los ojos a este mundo, se celebraba precisamente la vigilia del segundo domingo de Pascua, y muchos observaron la singular coincidencia, que unía en sí la dimensión mariana --primer sábado del mes-- y la de la Divina Misericordia.

De hecho, su largo y multiforme pontificado encuentra aquí su núcleo central; toda su misión al servicio de la verdad sobre Dios y sobre el hombre y de la paz en el mundo se resume en este anuncio, como él mismo dijo en Cracovia-Lagiewniki en 2002, al inaugurar el gran Santuario de la Divina Misericordia: «Fuera de la misericordia de Dios no hay otra fuete de esperanza para los seres humanos». Su mensaje, como el de santa Faustina, presenta el rostro de Cristo, revelación suprema de la Misericordia de Dios. Contemplar constantemente ese Rostro: esta es la herencia que nos ha dejado, que acogemos con alegría y hacemos nuestra.

Sobre la Divina Misericordia se reflexionará de manera especial en los próximos días, con motivo del primer Congreso Apostólico Mundial de la Divina Misericordia, que tendrá lugar en Roma y se inaugurará con la santa misa que, si Dios quiere, presidiré en la mañana del miércoles 2 de abril en el tercer aniversario del fallecimiento del siervo de Dios, Juan Pablo II. Pongamos el Congreso bajo la celestial protección de María santísima, Mater Misericordiae. Le encomendamos la gran causa de la paz en el mundo para que la Misericordia de Dios realice lo que es imposible hacer únicamente con las fuerzas humanas, e infunda la valentía del diálogo y de la reconciliación.

[Al final de la oración mariana el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas. En italiano dijo:]

Ante todo, dirijo un cordial saludo a los numerosos peregrinos que en este momento están reunidos en la plaza de San Pedro, de manera especial a quienes han participado en la santa misa celebrada en la iglesia del Espíritu Santo de Saxia por el cardenal Tarcisio Bertone, con motivo de la fiesta de la Divina Misericordia. Queridos hermanos y hermanas: que la intercesión de santa Faustina y del siervo de Dios Juan Pablo II os ayuden a ser auténticos testigos del amor misericordioso. Como ejemplo a imitar, me complace indicar hoy a la madre Celestina Donati, fundadora de la Congregación de las Hijas Pobres de San José de Calasanz, que será proclamada beata hoy en Florencia.

[En español, dijo:]

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. Queridos hermanos: En este domingo dedicado a la Divina Misericordia, agradezcamos a Dios Padre el amor que nos ha manifestado en la muerte y resurrección de su propio Hijo, y pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros para que sepamos reconocer en Cristo resucitado la fuente de la esperanza y de la alegría verdadera. Feliz domingo.

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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

Enfadarse hace mal a la salud

El Papa pide implicar a las familias en pastoral juvenil

La maldición convertida en bendición / Autor: Jean Vanier

Publicamos la carta de Jean Vanier escrita en Enero de 2008, como colofón al tiempo de Navidad. Sin embargo, la unción, la sabiduría y la escucha de Dios del fundador de las Comunidades del Arca, la hacen actual. Cristo ha resucitado y quiere hacerlo todo nuevo. Quiere convertir nuestro lamento en danza.

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Queridos amigos,
En octubre pasado, durante un retiro que daba en Lituania para los grupos de Fe y Luz y para los que desean integrarse al Arca, una mamá dio un testimonio muy conmovedor. Cuando su hija nació, con discapacidad, creyó que era una maldición. Hubo momentos en que deseó ya no vivir más cuando las observaban a ella y a su hija con curiosidad y a veces con repulsión en el transporte público. Pero un día, entró en una iglesia donde vio a un grupo de personas felices, algunas de ellas discapacitadas, que se reían y bailaban. Era una de las comunidades de Fe y Luz.

Poco después decidió unirse a Fe y Luz y lo que en algún momento le pareció una maldición, se convirtió en una bendición. Para muchos padres, la discapacidad de sus hijos les parece una maldición. Para muchas personas en nuestro mundo la vida puede parecer una maldición. ¿Qué se necesita para que una maldición se convierta en una bendición? ¿No esacaso la pregunta que nos hacemos cada uno de nosotros?¿Cómo podemos ayudar a la creación de comunidades que puedan convertirse en fuente de bendición para quienes sienten que son presa de la maldición?

Escuchamos hablar cada vez más de las maldiciones que corren el riesgo de afectar a nuestro planeta: maldiciones ecológicas y climáticas, terrorismo y guerras. Parece que estos riesgos siguen en aumento con el desarrollo industrial de China, de la India y de muchos otros países que quieren recuperar el atraso económico. Van a necesitar mucho petróleo (¡China está creando 40 aeropuertos nuevos!) Y todo ese petróleo va a producir cada vez más gas carb
ónico... existe una especie de carrera desenfrenada por el desarrollo que corre el riesgo de llevar a la humanidad a la peor crisis que jamás haya vivido... ¿una maldición?

¡Hélène Elsida, profesora de Economía y Teología, decía recientemente en una conferencia pública que esta crisis podría ser una gran oportunidad para la humanidad! Que esta maldición podría convertirse en una bendición. Ella decía que la carrera por tener “más”: más energía, más dinero, más fuerza, más competencia, más producción, nos va a llevar “directo a la ruina”. La solución no consiste en buscar “menos”: menos producción, menos salarios etc., sino en encontrar juntos soluciones nuevas para lograr más humanidad. No sabemos cuáles serán estas soluciones, pero es seguro que no serán fijadas con anterioridad por gente poderosa. Será algo completamente nuevo, nacerán de un diálogo donde ninguno buscará defender sus propios intereses sino únicamente el bien de la humanidad. Juntos, sin buscar la competencia ni la lucha, sino el diálogo y la búsqueda en común, encontraremos las soluciones... las soluciones de paz.

Esta solución implicará menos rapidez y movilidad, y más interioridad; menos consumo y más relaciones; menos técnica y más humanidad; menos dispersión y más unidad; menos competencia y más comunidad; menos individualismo y más sentido de compartir y de vida juntos.
Un nuevo año comienza. Es un tiempo en el que queremos vivir la paz. Celebramos el nacimiento de un niño, el nacimiento del Niño. El niño tan débil, tan vulnerable, sin sistema de defensa, pero amado y protegido por el amor de sus padres. Es necesario escuchar a este niño que se maravilla y contempla, que nos enseña a jugar, a reír, a celebrar, a bailar, a relajarnos, a amarnos, a hacernos regalos, a abrazarnos. Nos enseña la ternura y la confianza, nos enseña la humildad. Creemos juntos un mundo de niños y por los niños donde exista menos competencia y más celebración y baile. Jesús nos dice que para entrar en el Reino de los Cielos debemos ser como los niños. Nos dice también que si acogemos a un niño en su nombre, acogemos a Dios mismo. ¡Sí, los niños tienen mucho que enseñarnos! Formemos parte del juego de los niños, entremos en su baile para contemplar, amarnos y rogar juntos por nuestro Padre de los Cielos.

Hélèna Elsida decía: menos movilidad onsumo y más relaciones. Me siento feliz de estar en El Arca en mi hogar, de celebrar la vida juntos. Ya hace más de 43 años que vivo en Trosly: es mi lugar, mi tierra, mi comunidad, aunque haya viajado mucho durante toda mi vida. Sin duda, muchas cosas han cambiado externamente en El Arca. Vivimos en un mundo que valoriza el cambio, siempre es necesario renovar: nuevas máquinas, algunas veces (socios) parejas nuevas, nuevo..., nuevo... nos aburrimos con lo viejo.
Pero la parte fundamental de la comunidad perdura: la alegría de las relaciones que continúa desde hace 20, 30, 40 años. El Arca es un lugar de alianza, de fidelidad, de celebración, de vida juntos. ¿No es ahí donde se encuentra la bendición?
Dios se esconde en los niños, en esas relaciones de ternura y fidelidad, y en la comunidad que celebra. Es tan vulnerable, tan amoroso, tan humilde ante nuestra libertad. Dios es siempre nuevo, Él todo lo crea.
Me llenan de satisfacción las comunidades del Arca y Fe y Luz y muchas otras comunidades que se interesan con amor en las personas diferentes y frágiles. Que este año sea para todos un año de bendición.
Me gusta citar este pequeño extracto de Tagore y quisiera que sea verdadero para mí.

Te agradezco Señor porque mi recompensa es estar con los excluidos que sufren y que cargan con el peso del poder y ocultan sus caras, acallando sus sollozos en la oscuridad. Ya que cada latido de su dolor ha palpitado en la profundidad secreta de la noche y cada insulto ha sido contenido en tu gran silencio.

Y el mañana les pertenece.

¡Oh! Sol eleva sobre ti los corazones que sangran, y que broten en flor de la mañana.

(Tagore, “canasta de flores”)

Doy gracias por la bendición de mi vida, doy gracias por esta comunión entre nosotros que me da vida y esperanza. Me siento inmensamente feliz en el Arca y Fe y Luz. Gracias por sus deseos, gracias por sus oraciones y por esta comunión que me ayudan y me llenan de alegría.

Oren por mí, para que pueda continuar por este camino que Jesús me ofrece.
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Fuente: Comunidades del Arca

Tu vocación: consolar el corazón de Dios / Autor: Dr. Philippe Madre

“Llegaron a un lugar llamado Getsemaní y dijo a sus discípulos: ‘Quedaos aquí mientras oro’.
Entonces tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y empezó a sentir miedo y abatimiento, y les dijo:
‘Me muero de tristeza; quedaos aquí y velad’. Se adelantó un trozo, se dejó caer en tierra, y oraba diciendo que si era posible se alejara de Él aquella hora, y decía: ‘Abba, Padre, todo te es posible; aleja de Mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya’. Entonces fue donde los discípulos, y los encontró durmiendo, y dijo a Pedro: ‘Simón, ¿duermes? ¡No has sido capaz de
velar una hora! Velad y orad para que no caigáis en tentación. El espíritu está listo, pero la carne es débil’. Se marchó otra vez y oró con las mismas palabras. Volvió y los encontró durmiendo, porque les pesaban los ojos. Volvió a orar por tercera vez, y les dijo: ‘Dormid y descansad ya, porque es demasiado tarde. Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre será entregado en las manos de los
pecadores’”.

Fue en Getsemaní donde Jesús tuvo la mayor tentación, y fue en Getsemaní donde Jesús aceptó vivir, tomar sobre Él el mayor de los dramas del corazón humano. El drama del corazón humano es cuando el hombre dice “no” al amor de Dios. Jesús ya había sido tentado al principio de su vida pública con las tres famosas tentaciones del desierto. Cuando Jesús venció allí a! tentador, ya estaba escrito que el diablo se alejaría de Jesús hasta el momento favorable. Getsemaní fue ese
momento favorable. El diablo se abalanzó sobre Jesús, porque Éste aceptó asumir, por amor, todos los rechazos de amor del corazón del hombre, los rechazos que todos llevamos.


Durante su vida Jesús sólo estuvo angustiado en el momento de Getsemaní (incluso en la institución de !a Eucaristía Jesús no estuvo angustiado). En otra parte del Evangelio se nos dice que “empezó a entrar en angustia al momento de entrar en Getsemaní”. Al día siguiente, Viernes Santo, día de !a Pasión, no dice el Evangelio nada que haga referencia a que tuviese angustia, aunque sí padecimiento.

Fue en Getsemaní donde tuvo lugar la prueba más grande para Cristo, porque la posibilidad de decirle “no” al amor de Dios existía, posibilidad que esconde todo corazón humano. Pero también existía otra posibilidad: la de abrirse al amor, lanzarse en los brazos del amor, y en Getsemaní tuvo lugar esta última.

Es importante sondear las Escrituras respecto a Getsemaní, ya que en aquel lugar Dios nos interpela, nos pide, nos suplica, como Jesús suplicó a sus discípulos. Cuando pidió a Pedro, Santiago y Juan, cuando les suplicó lleno de pavor y “con el alma triste hasta la muerte”. Esto nos hace intuir un poco la terrible angustia de muerte que asumió Jesús. Pues bien, Jesús pidió, suplicó a sus tres discípulos predilectos, a los que asistieron a su transfiguración en el Monte Tabor, y
quizá por eso es por lo que les pide lo que les pide: “Quedaos aquí”. Eso quiere decir: Quedaos conmigo, cerca de Mí, y velad. Vivid conmigo lo que tengo que vivir, participad de lo que estoy viviendo, ayudadme, no me dejéis solo en esta prueba terrible.


Esto tuvo tugar en Getsemaní, y ya este nombre de Getsemaní es evocador. Getsemaní significa “prensador de aceite”. Este nombre no es fortuito. Este lugar elegido por Jesús, y del que en otro Evangelio se nos dice que “tenía costumbre de ir”, es el prensador de aceite, el lugar desde donde Dios nos llama, desde donde Dios nos manifiesta que tiene necesidad de nosotros, desde donde Dios espera que participemos en su obra de Redención. Es el lugar donde Dios espera ser
consolado por los hombres; es el mismo lugar donde Dios esperaba ser consolado por Pedro, Santiago y Juan.

Este Getsemaní, “prensador de aceite”, evoca una magnífica profecía de Isaías (Is 63, 2-5)

“¿Cómo está, pues, roto tu vestido y tus ropas como las del que pisa en el lagar?”. “He pisado en el lagar Yo sólo, y no había nadie conmigo. Los he pisado en mi furor, y los he ollado en mi ira, y su jugo ha salpicado mis vestidos y manchado toda mi ropa, porque estaba en mi corazón el día de la venganza, y llegaba el año de mis redimidos. Miré, y no había quien ayudara; me maravillé de que
no hubiera quien me ayudara, me maravillé de que no hubiera quien me apoyase.”


“Del que ha pisado el prensador y de Aquel cuyos vestidos están rojos” adivinamos de quién habla el profeta. Ahora podemos adivinarlo, captarlo, y nos encontramos de cara con un misterio: el misterio de la sorpresa de Dios. Dios viene a la tierra, asume nuestra condición humana, toma sobre Él nuestros sufrimientos, y el peor de los sufrimientos que es posible: el “no” al amor. Él los
asume en sus afectos sobre la naturaleza humana e invita a ayudarle a sus amigos, a aquéllos a quienes ha hablado, a quienes ha enseñado el Reino que está por venir, a aquéllos a quienes ha desvelado el amor del Padre. Y para Dios es como una evidencia el que el hombre puede ayudarle. No se le puede ocurrir, aunque parezca paradójico, que el hombre pudiera rehusarle, rehusar el
amor, rehusar amar y ayudar al Amor.


Yo diría que la mirada de Dios es “virgen” en lo relativo al mal, al “no” que el hombre puede oponer al Amor. Jesús en Getsemaní espera que sus discípulos preferidos lo consuelen, es decir, que lo ayuden. Al mismo tiempo Él sabe que tiene que sufrir por la salvación del mundo, pero tiene necesidad de ser confortado, aunque no sea más que con una presencia, una oración, un apoyo,
una palabra de amor.

Y Dios se queda sorprendido porque está solo. “El pisador”, “el lagarero” está solo. Se queda parado. “Mi alma está triste hasta morir. Quedaos aquí, y velad”. Y sin embargo, un poco más tarde tiene que decir: “Simón, ¿duermes?” ¡La sorpresa de Dios! “Simón, ¿duermes? ¿No has podido velar una hora?” “¡No te pedía nada
más que una hora! ¡Mi prueba sólo tenía que durar una hora!” En efecto, duró una hora, pero tres veces seguidas. Y, en cada una de estas horas, Jesús viene buscando la consolación de sus discípulos, y no la encontrará. Ellos se han dormido. Es cierto que no hay que tirarles piedras; están enfrentados a una prueba que es un misterio tan grande...

Por otro lado, Isaías había profetizado que no tendría apariencia humana. Y es verdad que Jesús no debía tener apariencia humana cuando, al salir de la prueba, se presentó a los suyos pálido de angustia, cubierto de la sangre que le había producido la transpiración y la angustia.

Sí; Jesús vino al lado de los suyos, buscando un gesto de consolación, de presencia consoladora para el mismísimo Hijo de Dios y, para su gran sorpresa, se los encontró dormidos...

¡Hubiera sido tan fácil para los suyos consolar a Dios! Getsemaní es el sitio de la soledad terrible de Dios; es el lugar de la sorpresa de Dios, pero también del derramamiento, del desahogo, de la ternura y misericordia de Dios a través de esta prueba terrible. Leed los Evangelios. Sólo en Getsemaní, en el “summum” de la angustia, Jesús grita: “Abba, Padre querido, Papá!” Es una palabra que, utilizada fuera de contexto, es aberrante.

Es la aberración del amor que se ve entregado, dado para comunicarse. Este amor infantil es nuestro equivalente a “papá” y es absolutamente impensable para la mentalidad judía de la época.

Esta palabra no existía, para Dios, ni en el Antiguo Testamento ni en las oraciones sinagogales antiguas. Esta palabra hubiera parecido, en el Antiguo Testamento o en las oraciones sinagogales, una tontería o una irreverencia de cara a Dios y, sin embargo, Jesús en el colmo de la angustia grita esta palabra: “Abba! ¡Papá”. Y mientras necesita ser consolado, Jesús libera el secreto de su corazón, que es todo su amor al Padre.

Hermanos y hermanas, cuando nos aproximamos a Getsemaní nos aproximamos al corazón de Dios, al corazón dolorido de nuestro Padre, a la ternura del Padre, a la misericordia del Padre, y nos aproximamos a la urgencia que hay de consolar a Dios. La costumbre de oír hablar de consuelos de cara a los hombres, -a los más desheredados-, de tener piedad de ellos, -de los más pobres, de los hambrientos-, nos hace olvidar que el más hambriento de amor es Dios. Y Él viene a gritárnoslo a nuestra mustia vida, que se olvida de todos sus dones.

Debemos aprender a consolar a Dios, y en la medida en que consolemos a Dios, entraremos en el misterio del corazón de Dios. Sí; LA VOCACIÓN SUPREMA DEL CRISTIANO ES LA DE CONSOLAR A DIOS. Es verdad que consolamos a Dios, consolando a los pobres, ayudándolos de una manera u otra, pero demasiado a menudo se consuela a los pobres, olvidándonos de consolar a Dios a través de ellos.

Jesús está en agonía hasta el fin de los tiempos. Dicho de otra manera, Jesús tiene necesidad. Él, el Resucitado, el que ha Resucitado y está glorificado por la salvación de toda la humanidad, para liberarla de todas sus angustias y males, prolonga su agonía hasta el final de los tiempos en su Iglesia; y particularmente los más pobres tienen necesidad de ser consolados. Esto puede parecer una locura; es la locura del amor de Dios, la locura que hace gritar de una manera
paradójica: “¡Abba, papá, querido papá!”. Decir “papá” a Dios ¿no os parece un poco loco?; ¿no es un poco ridículo? ¿Nos sentimos molestos? Y sin embargo ¿quién lo dijo primero? Jesús desde lo más profundo de la angustia. Él, que había tenido tantas dificultades para encontrar consuelo entre los suyos; y nosotros somos los suyos. No somos apóstoles, pero el consolar a Dios no está reservado a los apóstoles. Está reservado a todos aquellos que dicen “ser de Dios”. Así, pues, nos corresponde a nosotros.


Raramente se nos ha hablado de “consolar a Dios”. Se nos habla del mundo, de sus dramas, de nuestra vida, de nuestras heridas, de nuestras pruebas,… y decimos que tenemos necesidad de ser consolados por Dios. Y es verdad. Dios no pide nada más que consolarnos en la medida en que nosotros acojamos la consolación divina, cuando se presenta en nuestra vida, siempre y cuando no queramos someter la consolación de Dios a nuestra propia voluntad, como si Dios tuviese que manifestarse en nosotros cuando nosotros queremos, y no en cualquier otro momento.

Pero Dios tiene necesidad de ser Él mismo consolado. Y nosotros lo vemos en la Pasión y, particularmente, en Getsemaní. Es un Dios debilidad en extremo, que viene a salvarnos. Es debilidad, porque sigue siendo débil y tiene necesidad de ser consolado. No. Esto no es algo demasiado bonito, para ser de verdad, sino la realidad de la misericordia divina que viene a llamar a la puerta de nuestros corazones endurecidos, buscando consuelo, -al cual Dios tiene ciertamente derecho-. Pero Él no lo manifiesta como tal sino como una súplica, como niño que ha venido a invitar a otros niños... Pero ¿los otros niños lo han aceptado? ¿Han querido alegrarse con este primer niño, el más hermoso de todos los niños de los hombres? No; no es locura el pensar que podemos consolar a Dios, el pensar que
podemos ser su alegría.

Y atención: ¡No tenemos ninguna necesidad de inventarnos sacrificios terribles, o hacer dolorosas pruebas con angustia y miedo, para ser juzgados dignos de poder consolar un poco a Dios! Eso es falso; es una mala comprensión de su amor. Es suficiente con un pequeño detalle, posible a todo hombre o mujer, sea lo que sea. Una pequeña cosa, ofrecida al Corazón de Dios, le produce un inmenso consuelo que hará sus delicias; y esta delicia nos la manifestará delante de los ángeles y de los santos en el momento del gran encuentro, del cara a cara con Él.


Esta alegría escatológica nos la mostrará Dios, cuando nos acoja, diciéndonos: “Tú has consolado mi Corazón herido, olvidando o tratando de olvidar que tú también tenías necesidad de ser consolado, olvidándote de rebelarte, prefiriendo consolarme a rebelarte. Por todo eso te doy gracias; entra en mi alegría. Hoy, delante de todas mis criaturas, te alabo porque te lo has merecido. Sea como haya sido tu pecado, te has ganado bien el que te haga una alabanza, y te haga partícipe de mi alegría, ya que tú has querido participar de mi sufrimiento, aceptando consolarme en tu medida”.

Pero entonces, ¿cómo consolar a Dios, ya que ésta es la verdad de nuestra llamada, la vocación de todo cristiano? Esta es la vocación de todo cristiano, sea cual fuere su estado o condición de vida, su estado, su forma de consagración o su historia pasada, sus heridas personales, sus enfermedades...


Tu vocación es consolar el Corazón de Dios y esto es mucho más fácil de lo que tú crees. Y para tratar de introducirnos en esta consolación, o más precisamente en cómo consolar a tu Dios, vamos a meditar la enseñanza de una gran santa que se llama Gertrudis de Efta, no muy conocida, pero que sin embargo por lo que yo conozco, es una de los primeros santos a quienes les ha sido revelado el Corazón Sagrado de Jesús. Es una santa enamorada de la misericordia de nuestro
Dios, y es una santa a la que Dios se manifestaba muy frecuentemente para buscar en ella consuelo.


GERTRUDIS DE EFTA
vivió en el siglo XIII en un convento de monjas benedictinas. Era monja y no se sabe cómo llegó a parar al convento de Eftá, en Baviera, a la edad de cinco años. Nunca salió del convento, y murió en el mismo a los cuarenta y cinco años. Era una joven muy viva, fuerte, que quería darse del todo a Jesús, pero que, a veces, tenía conciencia de sus incapacidades, de sus infidelidades. Era una jovencita negligente, (lo dice ella misma) particularmente de cara a Dios, o bien de cara al amor fraterno. Ella siempre se veía mal, y pedía perdón por una negligencia, por una pereza -que decía ella- que la atormentaban.
Esta joven tuvo, místicamente, frecuentes visitas del Señor, pero esto no nos tiene que hacer verla como un ser un poco aparte, ya que vamos a tomarla un poco como modelo. No tenemos que decirnos: “Para ella era fácil, ya que Jesús se le manifestaba frecuentemente!”. Estas manifestaciones, estas comunicaciones de orden místico del Señor a Sor Gertrudis, no facilitaban los actos que Gertrudis tenía que hacer para consolar a su Dios. En todo caso, servirían para
iluminar algunos de sus actos, que es también la finalidad de nuestro propósito de hoy en la enseñanza sobre Gertrudis: que nosotros mismos seamos iluminados sobre cómo consolar a Dios.

Aunque no me gusta decirlo así, yo diría que Gertrudis tuvo que pagar un poco el precio de esta intimidad que disfrutaba con el Señor. Muy a menudo estaba enferma; las tres cuartas partes de su vida las pasó en la enfermería; y podía frecuentar, participar muy poco, sobre todo en los dos últimos decenios de su vida, en los oficios y liturgias que tanto le gustaban, a causa de sus enfermedades. Su corazón estaba debilitado un poco por todo, pero su deseo de hacer la voluntad de Dios estaba siempre íntegro.

Como he dicho con anterioridad, a veces ella tenía una conciencia dolorosa de ser negligente y, finalmente, de no saber cómo comportarse de cara al amor de Jesús. Ella presentía que Jesús la amaba, pero no sabía cómo corresponderle; y corresponder, aunque sólo sea de una manera pequeña al principio, es ya consolar a Dios.


Así pues, parece que Gertrudis, a medida que pasaba su vida, fue introducida en el misterio del amor, del amor ofrecido, que es misterio del Corazón de Jesús. Pero, si fue introducida en él, fue porque vivió el aprendizaje de la consolación de cara a Dios. Jesús le enseñó cómo consolarlo en su sufrimiento en Getsemaní, por ejemplo; y Gertrudis hizo este inmenso descubrimiento que es algo que está al alcance de todo el mundo. Consolar a Dios, dar alegría a Dios, esto no está
reservado a los grandes santos, aparentemente tan inaccesibles con sus austeridades, sus sacrificios más o menos duros, ásperos, con un heroísmo de virtudes que hace que verdaderamente para nosotros parezcan imposibles. No.
Gertrudis fue realmente una mujer virtuosa, pero ella comprendió que el nacimiento de una virtud no depende sino solamente de Dios y un poco, podríamos decir, de la disposición que uno ponga. Pero, ¿qué disposición es más grande que ésta que consiste en buscar el consolar el Corazón de Dios antes que nada?


Así pues, he sacado de su enseñanza como una especie de recetas (aunque no me gusta decir esta palabra de cara al amor, pero somos tan ignorantes, tan torpes, tan inhibidos por nuestros miedos, que necesitamos tener pequeños medios. He sacado de su enseñanza nueve pequeños medios, nueve pequeños caminos para comenzar a consolar el Corazón de Dios. Y los quiero compartir con vosotros, aunque hay muchos más. Voy a compartir estos nueve, para que nos percatemos de que todos estamos llamados a ser consoladores de Dios, y también para que nos llenemos de este deseo de querer consolarlo, a pesar de nuestras debilidades, las
limitaciones de nuestra vida,…


El primer camino es un descubrimiento que Gertrudis hizo progresivamente, dándose cuenta de que ella no podría hacer grandes sacrificios, (un poco como Santa Teresa del Niño Jesús, pero seis siglos antes). Gertrudis no se sentía capaz de hacer grandes sacrificios, de darse disciplinas, por ejemplo, como otros grandes santos o grandes monjes o ciertos Padres del desierto. No; ella no se sentía capaz. Se sentía frágil, pero, en lugar de lamentarse y decirse: “todo eso no es para mí, yo estaré al margen del amor de Dios...”, se decía: “tiene que haber algo, yo quiero consolar a Dios de todas formas”.

Jesús se le aparece en una especie de visión, y le enseña algo importante, que es como una perla preciosa de la vida espiritual y de la consolación de Dios. Y es que Dios no pide grandes sacrificios que nos parezcan arduos, inhumanos, duros... Dios nos pide, primero que le ofrezcamos las cosas pequeñas, que no pensamos en ofrecérselas porque nos parece algo demasiado pequeño, demasiado indigno. Y Jesús añade: “La ofrenda de las cosas pequeñas me es de un gran valor, y aún más porque es tan raro...”

Efectivamente, pensamos tan raramente a lo largo de nuestra jornada en ofrecerte cosas pequeñas (como penas, dificultades, ansiedades, incomprensiones por parte de los otros, juicios que sabemos nos hacen, y
que nos hacen daño interiormente...), incluso afectos naturales que sabemos que no están en su sitio, que no son del todo sanos, pero que no alcanzamos a quitárnoslos de encima, a segarlos; son pequeñas cosas que nos molestan en nuestra vida cotidiana, y que asfixian un poco el desarrollo de nuestra vida espiritual, el desarrollo del amor en nosotros.


Y por tanto, estas son las cosas que Cristo nos invita a que se las ofrezcamos y, simplemente ofreciéndoselas, consolamos el Corazón herido de Dios. Al principio no hay que hacer grandes sacrificios; puede que llegue la hora de hacer un gran sacrificio, pero esa hora no vendrá si no tiene que venir, no vendrá hasta que
no estemos preparados. Entonces podremos acogerle con gran paz, incluso si también llega el dolor. Consolemos a Dios con el ofrecimiento de las cosas pequeñas. ¡Es tan raro para Dios! Podríamos llegar a hacerlo frecuentemente si estuviésemos un poco atentos y vigilantes. Éste es el primer camino: La ofrenda de las cosas pequeñas.


El segundo camino es que Gertrudis estaba inquieta un día, porque se sentía un poco indiferente de cara a Dios. Estaba de cara a Él, y creía en Él, pero su corazón estaba frío e indiferente. No tenía la impresión de amarlo, no tenía la sensación de desearlo, aunque fuera sólo un poco. Se descubrió un corazón de piedra, pero de piedra fría. ¡Cuántos de nosotros nos descubrimos un corazón de piedra fría! A menudo quisiéramos estar animados por un santo y ardiente deseo de Dios, quisiéramos amarlo en nuestro corazón, y nos sentimos fríos, indiferentes. Gertrudis, inquieta por sentirse tan indiferente de cara a su Señor, al que querría servir y amar a pesar de todo, le pregunta al Señor, preocupada por no tener un deseo mayor, tal y como convendría al amor que Dios tiene por ella. Y Dios le responde (Cito la explicación que recibió del Espíritu Santo): “Dios está totalmente satisfecho cuando el hombre, sin poder darse cuenta, está en la voluntad de tener grandes deseos, tan grandes como quiera tenerlos, pues tan grandes son ante Dios”.

Así pues, no es esencial, importante, tener grandes deseos sensibles en el alma, en el corazón, para amar a Dios. Pero sí es preciso querer desearlo. Y en la medida de esta voluntad, incluso si esta voluntad te pone el corazón tibio o indiferente, en esa misma medida el verdadero deseo toma su verdadera amplitud.


Querer desear es ya consolar a Dios. Y si no nos es posible por nuestra propia voluntad el estar llenos de un deseo ardiente de amor por Dios y por los hermanos, por contra sí nos es posible querer frecuentemente, por no
decir constantemente, querer desear a Dios, desear amar a Dios.

Continúo la revelación hecha a Gertrudis citando: “En un corazón lleno de este deseo de desear querer el deseo, Dios encuentra más delicias en quedarse que el hombre en el florecimiento de la más fresca primavera”.

Es un vocabulario un poco lírico, de acuerdo con la época en que este texto está redactado, al dictado de la propia Gertrudis.

Otro medio de consolar a Dios es aprender a ser fiel en la práctica de querer desear velar en el deseo. No esperéis a sentir en vosotros un deseo que queme, un deseo ardoroso, auténtico, sensible, por no decir sentimental, para comenzar a creer que podéis empezar a consolar a Dios. Velad en el deseo de amarlo, y empezaréis a consolarlo. Él espera este acto de voluntad por parte vuestra, como Jesús esperaba ser consolado por los suyos en Getsemaní.

Un tercer camino es el propósito de una mirada que Gertrudis puso un día sobre un crucifijo. Cierto que Gertrudis no puso solamente una mirada sobre el crucifijo sino que además descubrió que, a veces, era una mirada negligente, rutinaria podríamos decir, y no sacaba ningún fruto de mirar el crucifijo. Lo miraba como podía mirar cualquier cosa; y en otros momentos lo miraba con mucha devoción, como con atención de corazón.

Un día, en que estaba mirando un crucifijo rutinariamente, Jesús te habló y le dijo cuánto esperaba las miradas. Pero no sólo las de Gertrudis sino las de todos los hombres sobre el crucifijo, es decir, sobre Él, crucificado por amor. ¡Cuánto lo esperaba! Porque cuando alguna mirada se posaba sobre una cruz, sobre un crucifijo, era un gran consuelo para Él.

Y Gertrudis añadió: “Nunca -sin una gracia de Dios- nuestra mirada encuentra un crucifijo”. Esto quiere decir dos cosas: Nuestra mirada no encuentra nunca por azar un crucifijo en un momento dado; es decir, que Dios ha organizado este encuentro entre el crucifijo y nuestra mirada. No es por azar, no es accidental. Él espera esto.

¿Cómo miramos nosotros al crucifijo? La otra cosa es que, cada vez que nosotros posamos nuestra mirada sobre un crucifijo, es un momento de gracia intensa, (un poco análogo al momento de la eternidad, lejos en el tiempo, que fue la agonía del Buen Ladrón al lado de Jesús crucificado. El Buen Ladrón, al posar su mirada sobre Jesús, de una manera inexpresable, comprendió y se hizo santo en sólo unos minutos).

El tiempo y el acontecimiento estaban cargados de una intensidad de gracia extraordinaria, y cabe creer que hay la misma intensidad de gracia cada vez que ponemos nuestra mirada sobre el crucifijo, sobre una cruz, sea como sea; claro que “no cualquier mirada” sino precisamente “una mirada que se convierte en consolación para Dios”.

Aprendamos a poner nuestra mirada sobre el crucifijo o sobre todo lo que evoca el amor de Dios, una pequeña imagen, por ejemplo, una imagen que nos recuerde el amor de Dios crucificado por nosotros. Mirémosla como una señal del amor de Dios por nosotros y consolemos a nuestro Dios con la mirada.


El cuarto camino, entre muchos otros, es una enseñanza que Jesús dio a Gertrudis un día en el que ella estaba particularmente abrumada por el peso de sus defectos. Deseaba avanzar, aproximarse al amor de Dios, responderle…, y he aquí que sus defectos parecían obstáculos infranqueables, y estaba profundamente afligida. Jesús le quiso hacer comprender que su misericordia no miraba los defectos como un obstáculo, sino que somos nosotros quienes vemos los obstáculos que están -sin duda-, pero que el Dios de misericordia -que no
se deja desarmar por nuestras debilidades- los conoce demasiado bien. Estos defectos los transforma Él, o mejor dicho, los mira de otra forma antes de transformados. Jesús quiso hacer comprender a Gertrudis que la misericordia hace que lo que nosotros tenemos por defectos sean más bien ocasiones de gran progreso para el alma, y permiten evitar el orgullo y la vanagloria.

Cito a Gertrudis quien, a su vez, cita a Jesús en esta comunicación mística. Jesús habla refiriéndose a Gertrudis: “Por cada uno de estos defectos, Yo la enriquezco con un don que la rescata plenamente a mis ojos; pero en el tiempo oportuno. Yo los cambiaré completamente en virtud, y su alma brillará entonces con una luz
resplandeciente”. Nosotros también somos enriquecidos con un don paralelo a nuestros defectos, el don de la misericordia, un don que hace que Jesús mire menos nuestros defectos que el don, que nos será concedido por Su mirada. Entendemos por “defectos”: debilidades; tendencias que están en nosotros, y que tenemos dificultad para resolverlas; inhibiciones; bloqueos, que hacen que tengamos dificultades para amar a Dios y para amar a nuestros hermanos.


No hay que confundir defecto y pecado. Aquí es cuestión de defectos, de debilidades de Gertrudis y nuestras; y Dios, en su misericordia, se complace en emparejar nuestros defectos con dones que rescatan, dando a estos defectos un valor cierto que hace que, con el tiempo, los defectos sean transformados en fuerza; que estas debilidades sean transformadas en virtudes.
Hermanos y hermanas, nosotros consolamos a Dios cuando comenzamos a aceptar nuestros defectos no con complacencia, no admitiendo todo, ni diciendo: “Todo está permitido, hagamos lo que está permitido, y vivamos como queramos”. No es eso. Es mirar nuestros defectos como Dios los mira, es decir, emparejados con un don que viene de Dios mismo. He de mirar mis defectos en la fe, ver cómo están adornados de un don de Dios que los hace amables para Dios, y que también los tiene que hacer amables para mí.


Consuelo a Dios cuando comienzo a amarme a través de mis debilidades. Este es un pequeño medio ¡que es tan grande a tos ojos de Dios! Pero a menudo tropiezo y me rebelo contra Dios y contra mí mismo a causa de los defectos, que me importunan casi permanentemente. Cuando no es “uno” es “el otro”; no acepto el ser como soy; no acepto ser una persona débil y portadora de defectos. Pero soy así, y Dios me ama tal y como soy.


De todas formas es necesario que cambie, pero por mí mismo no puedo hacer nada por cambiar mis defectos; puedo disminuirlos a veces, -cuando tengo un suficiente dominio sobre mí mismo-, pero mis raíces están siempre en mí. Mis defectos se transforman en fuerza en la medida en que yo consuelo a Dios.
Ved cómo Dios, aún esperando ser consolado, prepara nuestra curación; es decir, la purificación de nuestras debilidades, el fortalecimiento del corazón contra las debilidades.

Otro camino es el que atrae el perdón. Dios está impaciente por perdonarnos y, si comprendiésemos por qué, nos precipitaríamos al Sacramento de la Reconciliación con mucha frecuencia, y nos perdonaríamos mutuamente los unos a los otros, entre hermanos, también con mucha frecuencia, incluso en los conflictos más graves.

Un día Gertrudis se sorprendió de que personas que había en su convento, a las que Gertrudis conocía bien, y que han sido después canonizadas por la Iglesia, como Santa Matilde, que era una gran mística y educadora de Santa Gertrudis, tenían defectos. Y más que defectos: pecados, errores... Pecados en personas
que, desde el punto de vista de Gertrudis, tenían que tener un comportamiento de santas; ella las veía santas..., la veía santa. Todos nosotros somos un poco así con la gente a la que concedemos una gran confianza, sobre todo en el terreno de las cosas de Dios..., porque tenemos dificultad en soportar el que sean débiles... Y los juzgamos rápidamente, cuando nos damos cuenta de que se han equivocado y que, incluso, han pecado. (Bueno, seguramente no pecados grandes, sino simplemente pecados, como pasa a todo hombre, incluso a los más santos).

Gertrudis estaba sorprendida y le preguntó al Señor: “Señor, pero ¿por qué a una persona, que manifiestamente está en una gran intimidad contigo, le permites que caiga, que peque, como ella acaba de hacerlo?”. Y Jesús le podía haber dicho: “Escucha, Gertrudis, te amo mucho, ¿eh?, pero, primero de todo, eso es un juicio, y después no es algo de lo que tú te tengas que ocupar. Déjame hacer a mí, soy yo quien juzga y sondea las entrañas y el corazón”.


Por el contrario, Jesús aprovecha la ocasión para darte una enseñanza, que es muy importante. Él tomó la imagen de una persona que tenía una mancha, una suciedad en la mano, y que se lava las manos. Y le dijo a Gertrudis: “¿Ves? Esta persona, cuando se haya lavado las manos, no sólo la suciedad por la que se preocupaba, que era la primera razón por la que ella se lavaba las manos, sino que toda la superficie de sus manos habrá quedado limpia. Es toda la superficie de la mano la que será lavada, la que será blanqueada, y Yo, el Señor, permito que personas que son ya mis íntimos, que ya han respondido a mi amor de una manera fuerte, intensa, pequen, para poderlas no solamente perdonar (porque ellas me vienen a pedir perdón, mi perdón), sino que aprovecho para lavarlas en los lugares de su ser en los que ellas no sospechan siquiera que son pecadoras; en
esas cosas en que están heridas o debilitadas; para eso es el Sacramento de la Reconciliación.”

El perdón hace que una pequeña mancha sea quitada, pero la obra de Dios no queda ahí. Él aprovecha para lavarnos rincones profundos de nuestro ser, que ni siquiera sospechamos que existen. Y para nosotros es suficiente consolar a Dios, dejándonos lavar en el océano de su amor, no sólo allí donde nos sentimos sucios, sino allí donde no sabemos que lo estamos, y que Dios quiere también curar y purificar.

Consuela a Dios el que le dejemos actuar en nosotros por su Sangre. Consolemos a Dios dando el paso para una más profunda y frecuente reconciliación (primero sacramentalmente, sin duda), pero también de unos con otros allí donde dejamos que tantas situaciones nos inmovilicen, nos endurezcan, (por causa de una
amargura, de una decepción, de un juicio... Sí; ¡cuántas ocasiones tenemos cada día de consolar a Dios pidiendo perdón!


Otro camino es la Eucaristía, la Misa. Un día el Señor mostraba a Gertrudis hasta qué punto su mirada, la mirada del Padre, posa como fascinada sobre la Sagrada Forma que es elevada por las manos del sacerdote, y en la cual Él ve a su Hijo amado, en el que ha puesto todas sus complacencias. Sí. Es como el éxtasis del Padre en la contemplación de su Hijo, que se da por amor sobre el altar, prolongando el sacrificio de la cruz.

Y Jesús le comentaba que sobre aquél que asiste a la Eucaristía con un poco de devoción, con un poco de deseo o de preparación, si se quiere, es decir, no yendo a la Eucaristía como el que va a jugar a una máquina distribuidora de caramelos sino verdaderamente teniendo un poco de conciencia de lo que pasa por acoger el
Santo Sacrificio de Cristo sobre el altar entre las manos del sacerdote; que sobre aquél que asiste a Misa con una disponibilidad mínima de corazón la mirada del Padre, el éxtasis del Padre, se posa sobre él con igual intensidad y de la misma manera que sobre la Sagrada Forma.

Yo soy mirado por Dios con un amor loco, en la medida en que yo vivo la Eucaristía con un mínimo deseo de corazón, con un mínimo deseo de querer desear, como decíamos en uno de los caminos precedentes. Consolar a Dios aquí es sencillamente dejarse mirar, dejar al Padre mirarnos. Pero cuando asistimos a una Eucaristía con un corazón frío, indiferente, o con ganas de marchar ya, es
como si rehusáramos que la mirada del Padre se pose sobre nosotros, lo cual no impide que el Santo Sacrificio tenga lugar sobre el altar

.
Consolamos a Dios aceptando su mirada puesta sobre nosotros. Y es verdad que siempre está sobre nosotros en todo lugar y en toda ocasión. Pero está de una manera culminante en la Eucaristía. Que el Señor nos ayude a comprender hasta qué punto está ávido de poner su mirada sobre cada uno de nosotros, y hasta qué punto es una consolación para Él que aceptemos que esta mirada divina se pose sobre nosotros.

Sabéis, sin duda, que la palabra “Dios” viene del griego “Teos”, y que la palabra griega “Teos” viene sin duda de “Teas Taf” que quiere decir “El que ve”. Lo que ve Dios no es en el sentido del que ve con “vigilancia”, del que nos vigila que no hagamos tonterías. Es Aquél que no deja de mirarnos, porque su Corazón no nos deja nunca. ¡Que la mirada de Dios se pose sobre nosotros y que así Dios sea consolado” .

Otro Camino es enseñado por Gertrudis. Gertrudis era monja contemplativa, pero tenía como todos los santos una gran preocupación por los más pobres: los afligidos, los enfermos, los heridos de toda clase,... Pero ella no podía salir de clausura para ir a servirlos de una forma u otra, y les ayudaba a su manera, es decir, llevándolos en la intercesión. Y a todos aquellos enfermos, a todos aquellos pobres, a todos aquellos perdidos, a todos aquellos pecadores, también los llevaba a su intercesión cotidiana.

Y el Señor le mostraba hasta qué punto era una consolación para Él esta oración intensa y fiel de su intercesión; incluso osaba orar a Dios por cosas sencillas, osaba pedir a Dios cosas que encontraríamos un poco difíciles de ser dignas de ser presentadas a Dios o no bastante dolorosas... Pero Dios se preocupa de todas
nuestras necesidades, de todas nuestras penas -pequeñas o no pequeñas-, de todas nuestras dificultades más o menos grandes, y Él mira siempre con un gran aprecio esta intercesión fiel y perseverante que no reemplaza su voluntad por una voluntad humana.

Gertrudis pedía con insistencia cosas pequeñas o grandes y siempre era escuchada, pero no siempre como ella quería. Pero comprendió que no se tenía que decir a Dios lo que tenía que hacer, que uno no tiene que ser su consejero... Sabía que Él espera nuestra oración, aunque muchas veces tarda en responder. Pero, cuando la respuesta parece tardar, es para crecimiento de la paciencia y la humildad, y también para que el tiempo nos encuentre maduros para la respuesta.

Dios es consolado por todas las oraciones de intercesión, de petición, que nosotros podamos hacerle, en la medida en que estas oraciones sean fieles y no quieran imponer la voluntad humana a la voluntad de Dios. Dios espera estas oraciones. Le hacen falta intercesiones nuestras. Él las espera para dar, según su Sabiduría, a aquéllos que le son presentados. Pero también espera nuestras oraciones de intercesión para enriquecer a los intercesores con dones espirituales que les serán necesarios. Dicho de otra manera, Dios escucha nuestra oración de intercesión, si es fiel y humilde, pero igualmente Él se nos da también a rebosar.

Hermanos y hermanas, la intercesión es una consolación inmensa para el Corazón de Dios. Y, si nuestro estado de vida lo permite, aquélla tiene que poder abrirse a los otros, a los pobres, -no a todos los pobres, no a todos los desheredados, no a todos los que son objeto de injusticia, persecución, hambre u otras cosas-... sino que el Señor nos señala nuestros pobres para que se los presentemos y, si podemos, les sirvamos, les sostengamos, les ayudemos. Esto también es una consolación para Dios.


El octavo camino es una consolación muy bonita que os voy a contar. Un día Gertrudis fue sorprendida o, mejor aún, conmovida por la grandeza de la bondad de Dios en el momento de la Eucaristía. Entonces Jesús aprovechó la ocasión para hablarle del sacrificio, de la ascesis, de su misericordia. Y le dijo estas palabras:
“¿No ves tú que el sacerdote que presenta la Sagrada Forma ha tenido cuidado de subirse las mangas del alba en el momento de la elevación, y sostiene mi Cuerpo con sus manos desnudas? Comprende, pues, que Yo miro en mi amor todos los ejercicios hechos por mi gloria, tales como las oraciones, los ayunos, las vigilias,… Incluso si uno no se da lo suficiente también cuenta, es un movimiento de gran misericordia en el que Yo me aproximo a los míos, cuando por la experiencia de la fragilidad humana los impulso y se refugian en mi ternura. Eso es lo que te enseña aquí la mano del sacerdote que está más próxima en el ornamento”.

Sí, hermanos y hermanas. Este ornamento prefigura la ascesis, los sacrificios que nosotros podemos hacer, y que ciertamente el Espíritu Santo nos invita a hacer por penitencia, por deseo de reparación, o por intercesión para llevar la enfermedad, o la dificultad que otro nos ha confiado.

Ciertamente esta ascesis es de un precio importante a los ojos de Dios y Él la mira con mucho amor, la recibe con mucho amor. Son consolaciones para Dios en la medida en que son ascesis equilibradas. Si no yo diría que son orgullosas o individuales, es decir, cuando no son aconsejadas por la opinión de un director espiritual.

Pero esta consolación es menor que la gran consolación que consiste en refugiarse cerca del Corazón de Jesús cuando nosotros experimentamos nuestra fragilidad, nuestras debilidades; cuando nos damos cuenta de que nosotros mismos no podemos hacer nada. Y querríamos preocuparnos, obstinarnos, pero eso no serviría de nada. Y refugiándonos en el Corazón de Dios nosotros le consolamos también a Él. Le consolaremos más que si hiciésemos cantidad de ejercicios de ascesis, de sacrificios, hechos de una manera o de otra, pero hechos para
sentimos más dignos de ser amados de Dios.

No hay ninguna dignidad para ser amados. Por eso, cuando somos débiles como un niño que ha hecho una tontería, y se acerca a su Padre, y le dice: “Papá, he hecho esto”, y estira los brazos llorando para que su padre lo coja...; cuando nos sabemos así de débiles, repito, Dios siempre es nuestro refugio. Lancémonos a los brazos de Dios cuando nos sintamos débiles y pecadores, y así le consolaremos.

Y el último camino que propongo para vuestra meditación es una visión, una entre muchas de las que Gertrudis tuvo. En una visión se encontraba transportada a un bonito jardín, un gran jardín donde había toda clase
de árboles frutales y frutos; el sitio era precioso y evocaba el jardín místico, el de “El Cantar de los Cantares”. Y de pronto se le manifestó Jesús no como un adulto sino como un adolescente, y le pidió frutas. Gertrudis reaccionó y le dijo: “¿Cómo?” (Sabía que era Jesús, aunque se presentaba en la forma de un adolescente). “¿Cómo te puedo dar yo a Tí frutas, si Tú puedes conseguir todo lo que te apetezca, todo lo que prefieras?” Le dijo esto con un aire de querer decir: “Hazlo sólo; no es que no lo quiera hacer yo, pero estaría mejor hecho, si lo haces Tú!” Y Jesús le dijo: “Sí; pero harías un acto de amor dándome esos frutos, dándome nueces; yo quisiera nueces” .


Y claro, Gertrudis, ávida de querer manifestar su amor por Jesús, fue enseguida a recoger nueces y se las dio. Pero Jesús adolescente estaba como apesadumbrado. Gertrudis inquieta le dijo: “¿Por qué estás así? ¡Me has pedido nueces y yo no sólo te he dicho que te las daba, sino que lo he hecho!”. “Sí, ¡pero me hubiera gustado
tanto que tú misma hubieras cascado las nueces, y me las dieras para que me las pudiera comer enseguida!”.


Gertrudis de momento no comprendió. Y Jesús le explicó el sentido de esta visión diciéndole que Él estaba ávido de los actos de amor que pudieran hacerle los hombres, pero que muy a menudo estos actos de amor son limitados. Es decir, que a menudo es también nuestro caso. El hombre espera la ocasión para hacer un acto de caridad, espera que la ocasión se presente para manifestar su amor de cara a Cristo o de cara a los pobres, sea cual sea su pobreza.

Todos los pobres son especialmente habitados por Cristo. El hombre espera la ocasión sencillamente.

Dicho de otra manera, cuando no viene esta ocasión se considera satisfecho y no se mueve, mientras que Jesús espera que las nueces estén cascadas, cuando se las demos. Es decir, que el mismo hombre busque la ocasión de amar, que cree él mismo las circunstancias en las cuales podrá manifestar su amor. Este es el sentido del rompimiento de las cáscaras de nuez, para que el Señor se las pueda comer enseguida. Nosotros consolamos a Dios, rompiendo las cáscaras de nuez que nosotros queremos ofrecerle, pero se las ofrecemos a menudo cerradas, enteras, tan mal...

Hermanos y hermanas, consolemos a Dios buscando las ocasiones y, si hace falta, provoquémoslas para manifestar el amor particularmente de cara a aquéllos a los que les falta. Vayamos adelante, lancémonos, busquemos el amar, busquemos no sólo con la voluntad sino con una especie de celo. Creemos las circunstancias que nos permitan manifestar nuestro amor, y este nuevo camino, entre muchos otros, nos será accesible, y nos permitirá consolar el Corazón de nuestro Dios.

No tengamos miedo de tomar estos caminos, sabiendo que Jesús está en agonía hasta el final de los tiempos, y ¡tiene tanta necesidad de no quedarse solo, de recibir de nosotros un poco de fuerza, un poco de consuelo para continuar salvando al mundo,…! Amén.

La resurrección de Cristo, clave de bóveda del cristianismo / Autor: Benedicto XVI

Intervención en la audiencia general del 26 de marzo

Publicamos la intervención que pronunció Benedicto XVI el pasado miércoles 26 de marzo, durante la audiencia general concedida en la plaza de San Pedro del Vaticano.

* * *
Queridos hermanos y hermanas:

«Et resurrexit tertia die secundum Scripturas», «Resucitó al tercer día según las Escrituras». Cada domingo, en el Credo, renovamos nuestra profesión de fe en la resurrección de Cristo, acontecimiento sorprendente que constituye la clave de bóveda del cristianismo. En la Iglesia todo se comprende a partir de este gran misterio, que ha cambiado el curso de la historia y se hace actual en cada celebración eucarística.

Sin embargo, existe un tiempo litúrgico en el que esta realidad central de la fe cristiana se propone a los fieles de un modo más intenso en su riqueza doctrinal e inagotable vitalidad, para que la redescubran cada vez más y la vivan cada vez con mayor fidelidad: es el tiempo pascual. Cada año, en el «santísimo Triduo de Cristo crucificado, muerto y resucitado», como lo llama san Agustín, la Iglesia recorre, en un clima de oración y penitencia, las etapas conclusivas de la vida terrena de Jesús: su condena a muerte, la subida al Calvario llevando la cruz, su sacrificio por nuestra salvación y su sepultura. Luego, al «tercer día», la Iglesia revive su resurrección: es la Pascua, el paso de Jesús de la muerte a la vida, en el que se realizan en plenitud las antiguas profecías. Toda la liturgia del tiempo pascual canta la certeza y la alegría de la resurrección de Cristo.

Queridos hermanos y hermanas, debemos renovar constantemente nuestra adhesión a Cristo muerto y resucitado por nosotros: su Pascua es también nuestra Pascua, porque en Cristo resucitado se nos da la certeza de nuestra resurrección. La noticia de su resurrección de entre los muertos no envejece y Jesús está siempre vivo; y también sigue vivo su Evangelio.

«La fe de los cristianos -afirma san Agustín- es la resurrección de Cristo». Los Hechos de los Apóstoles lo explican claramente: «Dios dio a todos los hombres una prueba segura sobre Jesús al resucitarlo de entre los muertos» (Hch 17, 31). En efecto, no era suficiente la muerte para demostrar que Jesús es verdaderamente el Hijo de Dios, el Mesías esperado. ¡Cuántos, en el decurso de la historia, han consagrado su vida a una causa considerada justa y han muerto! Y han permanecido muertos.

La muerte del Señor demuestra el inmenso amor con el que nos ha amado hasta sacrificarse por nosotros; pero sólo su resurrección es «prueba segura», es certeza de que lo que afirma es verdad, que vale también para nosotros, para todos los tiempos. Al resucitarlo, el Padre lo glorificó. San Pablo escribe en la carta a los Romanos: «Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rm 10, 9).

Es importante reafirmar esta verdad fundamental de nuestra fe, cuya verdad histórica está ampliamente documentada, aunque hoy, como en el pasado, no faltan quienes de formas diversas la ponen en duda o incluso la niegan. El debilitamiento de la fe en la resurrección de Jesús debilita, como consecuencia, el testimonio de los creyentes. En efecto, si falla en la Iglesia la fe en la Resurrección, todo se paraliza, todo se derrumba. Por el contrario, la adhesión de corazón y de mente a Cristo muerto y resucitado cambia la vida e ilumina la existencia de las personas y de los pueblos.

¿No es la certeza de que Cristo resucitó la que ha infundido valentía, audacia profética y perseverancia a los mártires de todas las épocas? ¿No es el encuentro con Jesús vivo el que ha convertido y fascinado a tantos hombres y mujeres, que desde los inicios del cristianismo siguen dejándolo todo para seguirlo y poniendo su vida al servicio del Evangelio? «Si Cristo no resucitó, -decía el apóstol san Pablo- es vana nuestra predicación y es vana también nuestra fe» (1Co 15, 14). Pero ¡resucitó!

El anuncio que en estos días volvemos a escuchar sin cesar es precisamente este: ¡Jesús ha resucitado! Es «el que vive» (Ap 1, 18), y nosotros podemos encontrarnos con él, como se encontraron con él las mujeres que, al alba del tercer día, el día siguiente al sábado, se habían dirigido al sepulcro; como se encontraron con él los discípulos, sorprendidos y desconcertados por lo que les habían referido las mujeres; y como se encontraron con él muchos otros testigos en los días que siguieron a su resurrección.

Incluso después de su Ascensión, Jesús siguió estando presente entre sus amigos, como por lo demás había prometido: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). El Señor está con nosotros, con su Iglesia, hasta el fin de los tiempos. Los miembros de la Iglesia primitiva, iluminados por el Espíritu Santo, comenzaron a proclamar el anuncio pascual abiertamente y sin miedo. Y este anuncio, transmitiéndose de generación en generación, ha llegado hasta nosotros y resuena cada año en Pascua con una fuerza siempre nueva.

De modo especial en esta octava de Pascua, la liturgia nos invita a encontrarnos personalmente con el Resucitado y a reconocer su acción vivificadora en los acontecimientos de la historia y de nuestra vida diaria. Por ejemplo, hoy, miércoles, nos propone el episodio conmovedor de los dos discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 13-35). Después de la crucifixión de Jesús, invadidos por la tristeza y la decepción, volvían a casa desconsolados. Durante el camino conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado en aquellos días en Jerusalén; entonces se les acercó Jesús, se puso a conversar con ellos y a enseñarles: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» (Lc 24, 25-26). Luego, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.

La enseñanza de Jesús -la explicación de las profecías- fue para los discípulos de Emaús como una revelación inesperada, luminosa y consoladora. Jesús daba una nueva clave de lectura de la Biblia y ahora todo quedaba claro, precisamente orientado hacia este momento. Conquistados por las palabras del caminante desconocido, le pidieron que se quedara a cenar con ellos. Y él aceptó y se sentó a la mesa con ellos. El evangelista san Lucas refiere: «Sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando» (Lc 24, 30). Fue precisamente en ese momento cuando se abrieron los ojos de los dos discípulos y lo reconocieron, «pero él desapareció de su lado» (Lc 24, 31). Y ellos, llenos de asombro y alegría, comentaron: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Lc 24, 32).

En todo el año litúrgico, y de modo especial en la Semana santa y en la semana de Pascua, el Señor está en camino con nosotros y nos explica las Escrituras, nos hace comprender este misterio: todo habla de él. Esto también debería hacer arder nuestro corazón, de forma que se abran igualmente nuestros ojos. El Señor está con nosotros, nos muestra el camino verdadero. Como los dos discípulos reconocieron a Jesús al partir el pan, así hoy, al partir el pan, también nosotros reconocemos su presencia. Los discípulos de Emaús lo reconocieron y se acordaron de los momentos en que Jesús había partido el pan. Y este partir el pan nos hace pensar precisamente en la primera Eucaristía, celebrada en el contexto de la última Cena, donde Jesús partió el pan y así anticipó su muerte y su resurrección, dándose a sí mismo a los discípulos.

Jesús parte el pan también con nosotros y para nosotros, se hace presente con nosotros en la santa Eucaristía, se nos da a sí mismo y abre nuestro corazón. En la santa Eucaristía, en el encuentro con su Palabra, también nosotros podemos encontrar y conocer a Jesús en la mesa de la Palabra y en la mesa del Pan y del Vino consagrados. Cada domingo la comunidad revive así la Pascua del Señor y recibe del Salvador su testamento de amor y de servicio fraterno.

Queridos hermanos y hermanas, que la alegría de estos días afiance aún más nuestra adhesión fiel a Cristo crucificado y resucitado. Sobre todo, dejémonos conquistar por la fascinación de su resurrección. Que María nos ayude a ser mensajeros de la luz y de la alegría de la Pascua para muchos hermanos nuestros.

De nuevo os deseo a todos una feliz Pascua.

[Al final de la audiencia el Papa saludó en varios idiomas a los peregrinos. En español, dijo:]

Saludo cordialmente a los visitantes de lengua española. En particular, a los alumnos del seminario mayor iberoamericano de los Padres de Schönstatt. Saludo también a los distintos grupos de estudiantes y peregrinos venidos de Argentina, El Salvador, España, México, Puerto Rico, y de otros países latinoamericanos. Que la alegría de la resurrección de Cristo haga más profunda y fiel vuestra vida cristiana, al mismo tiempo que os animo a ser, con la ayuda de María, mensajeros de la luz y la alegría de la Pascua para todos vuestros hermanos. ¡Felices Pascuas!

[En italiano]

Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Queridos jóvenes y especialmente vosotros, muchachos y muchachas que habéis venido en tan gran número de parroquias y oratorios de la archidiócesis de Milán, sed protagonistas entusiastas en la Iglesia y en la sociedad. Vosotros, que hacéis este año la «profesión de fe», empeñaos en construir la civilización del amor, fundada en Cristo, que murió y resucitó por todos. Queridos enfermos, que la luz de la Resurrección ilumine y sostenga vuestro sufrimiento diario, haciéndolo fecundo en beneficio de toda la humanidad. Y vosotros, queridos recién casados, sacad cada día del misterio pascual la fuerza para un amor sincero e inagotable.

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[Traducción distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]


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Ante la caída de un ángel de la fachada de la parroquia de los autores del blog / Autores: Conchi y Arturo

En la madrugada del pasado miércoles al Jueves Santo, cayó un ángel de la fachada de la Parroquia de la Inmaculada Concepción de Vilanova i la Geltrú, la de los autores de este blog, del conjunto monumental de la Virgen, que preside la entrada.

Lo positivo: ningún herido.

Lo negativo: desde hace años en que se celebró el 150 aniversario de la colocación de la primera piedra de la parroquia, se colocó una red para proteger el peligro real de desprendimientos en la fachada. Desde entonces, por falta de recursos y de colaboración franca de las instituciones, nadie ha intentado paliar el problema. Claro que, todos lo consideran Patrimonio Cultural -PERO ANTE LA MIRADA PASIVA DE VER QUE SE DETERIORA.

La verdad es que la Parroquia de la Inmaculada Concepción fue construida con materiales muy primarios, era un barrio de pescadores de familias pobres. Sigue el peligro de que se vayan desprendiendo del conjunto monumental más trozos, puesto que está muy deteriorado al ser de tierra y arcilla.

El nuevo párroco, Rafael Maroto, que tomó posesión hace una veintena de meses, ha emprendido varias reformas en este tiempo: vigas, sacristía, iluminación, fachada de la casa parroquial... También tenía previsto hacer frente a la restauración de la fachada de la iglesia, pero ha sufrido ésta incidencia. Como afirma en el video: "Todo estaba muy deteriorado".

Actualmente a la parroquia acuden centenares de peronas, con una media de edad avanzada, superior a los 60 en su mayoría, por tanto jubiladas que cobran bajas pensiones. A partir de esa premisa es muy evidente suponer que los recursos económicos son limitados y que se hace difícil asumir muchas reformas a la vez.

Sin embargo, miles de personas han debido soportar ésta Semana Santa la entrada por una puerta lateral muy estrecha, con escaleras y revueltas para participar en los actos litúrgicos, puesto que la Policía precintó la entrada principal ante el inminente peligro.

A día de hoy parece que el problema de acceder por la puerta principal sigue sin solucionarse, porque el Concejal de la Vía Pública ha dicho que se busque la parroquia un técnico y se haga lo que él diga.

La única petición que se ha hecho a las autoridades municipales es que ayudaran a tomar las medidas técnicas necesarias para poder reabrir la puerta principal pero parece, que ni en eso desean colaborar, para poder permitir a los ciudadanos un acceso normal. Es evidente que tiene prioridad el responsabilizar sólo a la Parroquia del deterioro de lo que dicen es "Patrimonio Cultural de todos". La Parroquia no ha renunciado a su responsabilidad y está dispuesta a restaurar lo que sea necesario.

Ni hemos dicho, ni lo vamos a hacer que partidos políticos gobiernan la ciudad de Vilanova i la Geltrú y cuales están en la oposición. Eso no es importante. En los últimos 30 años democráticos han formado parte del gobierno casi todas las fuerzas políticas. Todas han presenciado el deterioro de la fachada y han participado sus concejales y alcaldes en las fiestas patronales del barrio, San Pedro y en otros muchos actos.

Los bomberos dijeron que para poder acceder a la Parroquia debía instalarse un andamio protector, lo que se hizo el Jueves Santo, con un alto coste económico para los fieles. Por falta de ajuste, el Concejal de Vía Pública dijo que no se podía permitir el paso de personas y que el martes, al volver de las vacaciones, ya se estudiaría técnicamente. La respuesta del martes a última hora fue "busquen un técnico y hagan lo que les digan". La respuesta es legal pero falta de sentido común. Si existiera franca colaboración un técnico municipal, que ya cobra su sueldo de los ciudadanos, que pagan sus impuestos y van a la iglesia, hubiera podido colaborar en acelerar la apertura de la puerta principal.

No hemos citado nombres de partidos y de personas porque no atribuimos este hecho a una persecución política contra los creyentes, sino más bien a una inercia de funcionamiento administrativo que contraviene toda celeridad lógica y efectiva inmediata.

Estamos en época de comuniones, bautizos, bodas y todo el año hay entierros. A esas ceremonias acuden miles de ciudadanos, que pagan sus impuestos, pero que en muchas ocasiones no son prácticantes ni tampoco creyentes. Además hay un problema de seguridad ciudadana, porque hay niños que saltan los precintos de la Policía jugando, en algunas ocasiones incluso ante sus padres.

Por si fuera poco, lo que convierte en total sin sentido esta situación es que la Parroquia colabora desinteresadamente con las entidades ciudadanas y el Ayuntamiento dejando el Templo y los locales, para hacer conciertos y actos. O sea, no hay mala relación entre la Parroquia y los políticos.

Esperemos que la prioridad de abrir la puerta principal de la Parroquia puede ejecutarse en breve tiempo, pero de momento facilidades no se están encontrando muchas. Bueno, en realidad: Ninguna.