«Empecé a rezar la estampita y me abandoné completamente. Por entonces tenía que hacerme las pruebas del preoperatorio, y comencé a caminar ya sin muletas. Fui mejorando día tras día, hasta que un día el médico me dijo: “No, ya no te operamos. ¿Qué es lo que has hecho?”. Y yo le dije: “¡Pues rezar!”…A raíz de ahí dio un vuelco mi vida. Veo al Señor donde antes no le veía. Entendí que no somos nosotros los que llevamos las riendas de nuestra vida. No me canso de hablar del amor de Dios, porque tenemos la responsabilidad de dar testimonio de Él. Estoy enamorada de Él, lo he sentido muy cerca. Ahora me abandono a su voluntad. Soy más libre. Sé que Dios existe y he experimentado su amor. Es la felicidad más plena y real»
