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domingo, 27 de octubre de 2024

Belén Perales tras ser abusada dejó de creer en Dios, pero «visitando la tumba de San Juan Pablo II me doy cuenta de que Él existe. Mis heridas han sanado con adoración y sacramentos. Soy una fan de la confesión»


Belén Perales se convirtió al catolicismo al visitar la tumba de San Juan Pablo II / Foto: Cortesía de Belén Perales

* «Yo seguía cabezota pensando que no podía volver a la Iglesia, que estaba excomulgada. Yo pensaba: ‘Mejor no me confieso, porque me van a echar de aquí’. Un día escuché desde adentro que Dios me decía: ‘¿Qué esperas?’. Bajé a la parroquia, dejé a mis hijas en un banco y me metí en el primer confesionario que vi. Le dije al sacerdote: ‘Mira, yo me llamo Belén, he hecho de todo menos robar y matar’. Y él me respondió: ‘Aleluya, hoy es fiesta en el cielo’”. El sacerdote tenía un cuadro del hijo pródigo y me explicó: ‘Ahora mismo Dios te está abrazando’. No conocía la misericordia de Dios. Cuando volví a la Iglesia, fue como un abrazo que nunca antes había sentido»

 

Vídeo del año 2002 de El Rosario de las 11 PM en el que Belén Perales cuenta su testimonio

Camino Católico.- Belén Perales, una mujer española de 60 años, vivió durante 35 años como atea, alejándose de la fe católica en la adolescencia tras una serie de experiencias traumáticas. Sin embargo, su vida cambió drásticamente en una visita a la tumba de San Juan Pablo II en el Vaticano, donde, según ella, tuvo una revelación profunda que la trajo nuevamente a casa. Cuenta su testimonio en El Rosario de las 11 PM, su propia plataforma de evangelización, en un vídeo de 2022.

Una vida marcada por el dolor y la rebeldía

Belén nació en el seno de una familia católica, la mayor de cuatro hermanos, pero desde pequeña sintió una profunda sensación de abandono. “Siempre tenía una sensación de que nadie me quería”, confiesa actualmente en una entrevista concedida a  ACI Prensa.

Belén junto a sus padres y hermanas / Foto: Cortesía de Belén Perales

La constante mudanza de ciudad a causa del trabajo de su padre alimentó estas inseguridades, generando una herida emocional profunda. “Desarrollé una especie de herida de abandono”, recuerda, y aunque esto la hizo más adaptable, también alimentó su resentimiento.

Su fe empezó a tambalearse en la adolescencia, tras ser víctima de abuso durante una estancia en un internado. Este episodio marcó un punto de ruptura en su relación con Dios y con su madre. “Salí del colegio muy enfadada contra el mundo... ese verano dejé de creer en Dios”, relató Belén. A partir de ese momento, comenzó a alejarse de la Iglesia y de la fe que había conocido de niña.

Día en el que los padres de Belén consagraron a su hermana Paloma y a ella a la Virgen del Pilar / Foto: Cortesía de Belén Perales

El largo camino en la oscuridad

Durante los siguientes 35 años, Belén vivió sumida en la confusión, buscando en relaciones fallidas y en el éxito profesional una paz que nunca lograba encontrar. Se casó varias veces y sufrió engaños y malos tratos en sus relaciones.

“Mi primer marido me estafó... cuando fui a hacer lo del divorcio, resultó que yo no estaba ni casada; era un estafador profesional que me había engañado”, recuerda con resignación.

“Después de lo del hombre aquel, mi primer marido, fui de mal en peor.  Conocí al padre de mi hija mayor; en fin, fue aquello una relación muy tortuosa. Fueron siete años muy duros. Yo lo pasé fatal. Conseguí salir de esa casa con mi hija y empezamos de cero otra vez. Yo arruinada otra vez”, recordó.

En 1996, cuando Internet estaba comenzando, compró un kit y decidió montar su empresa en línea. Comenzó a vender a través de esa plataforma y, para su sorpresa, el proyecto fue todo un éxito. A partir de ese momento, empezó a generar importantes ingresos gracias a su iniciativa empresarial en el mundo digital. A pesar de tener una carrera exitosa en los negocios, su vida personal seguía siendo un caos. “Seguí con otros novios... me volví a casar, pero salió mal igual”.

“Me fui a vivir con otra persona que resulta que tenía unas adicciones que yo no sabía, era un médico psiquiatra y era drogadicto. Luego me volví a casar, por la iglesia esta vez. Y salió mal igual porque esa persona tenía problemas, y yo también. Tuve dos hijas, mis dos hijas pequeñas con esa persona. Ahí ya me quedo sola con mis hijas, las dos pequeñas”, relató.

Belén junto a sus tres hijas / Foto: Cortesía de Belén Perales

Durante estos años, su vida estuvo marcada por la desesperanza y vivió alejada completamente de la fe. “Yo era atea, no creía en Dios, nada, cero”, afirma categóricamente.

El reencuentro inesperado con Dios

Todo cambió en el verano de 2012 durante un viaje a Roma con sus hijas. Aunque su intención inicial era visitar el Coliseo Romano, su hija Gabriela insistió en visitar el Vaticano. “Yo quería ir al Coliseo, pero mi hija quería ir al Vaticano. Al final, cedí”, cuenta. Lo que ocurrió dentro de la Basílica de San Pedro cambió su vida para siempre.

“Cuando entramos al Vaticano, yo estaba enfadada. Pensaba: ‘¿Qué hacemos aquí? ¡Qué horror!’”. Mientras tomaba fotos a sus hijas, Belén empezó a sentir algo inexplicable: “De repente, empiezo a sentir algo físico, no espiritual. Algo que entraba de repente... y automáticamente me doy cuenta de que Dios existe, y que si moría, me iría al infierno”.

El impacto fue tan grande que comenzó a llorar sin control. “Mis ojos soltaban lágrimas como si fueran dos grifos abiertos”, recuerda.

Belén Perales / Foto: Cortesía de Belén Perales

Frente a la tumba de San Juan Pablo II, sintió que estaba fuera de la Iglesia, separada de su “madre”, como llama a la Iglesia Católica, y que había rechazado a Dios durante todos esos años. “Sentí el dolor de estar fuera de la Iglesia, dándome cuenta de que Dios existía y que yo lo había rechazado”.

“Sentí ese dolor de estar fuera de la Iglesia, dándome cuenta de que Dios existía, que no era una mentira, y que yo lo había rechazado. Mi alma estaba sucia, llena de pecados. Pasaban por mi mente los pecados”, sostiene.

Al ver la tumba de San Juan Pablo II, dijo de pronto: "Niñas, vamos a rezar". Luego, se arrodilló en el tercer banco de la mano izquierda mientras sus lágrimas seguían cayendo. “Mi hija pequeña sacó pañuelos de papel y me limpiaba la cara. Yo quería rezar, pero no me acordaba ni del Padre Nuestro, porque hacía 35 años que no rezaba. Tenía 48 años y llevaba sin rezar desde los 13”.

Al salir de lugar, Belén pensó para sí misma: "Me he vuelto loca. Esto es producto de estar sola con mis hijas y cansada".

El regreso a casa

Tras esa experiencia, Belén volvió a Madrid, pero el proceso de regresar a la fe no fue fácil. Aún se sentía alejada de la Iglesia y pensaba que no podría ser aceptada de nuevo. “Yo seguía cabezota pensando que no podía volver a la Iglesia, que estaba excomulgada”, confiesa. Durante un año, asistió a Misa los domingos, pero no se atrevía a confesarse. “Yo pensaba: ‘Mejor no me confieso, porque me van a echar de aquí’”.

Finalmente, un día, sintió un llamado interno. “Escuché desde adentro que Dios me decía: ‘¿Qué esperas?’”. Esa fue la señal que necesitaba para dar el paso. “Bajé a la parroquia, dejé a mis hijas en un banco y me metí en el primer confesionario que vi”.

Allí encontró a un sacerdote joven que la acogió con alegría. “Le dije: ‘Mira, yo me llamo Belén, he hecho de todo menos robar y matar’. Y él me respondió: ‘Aleluya, hoy es fiesta en el cielo’”. El sacerdote tenía consigo un cuadro del hijo pródigo y le explicó: “Ahora mismo Dios te está abrazando”.

Esa confesión fue el comienzo de su reconciliación con Dios y con la Iglesia Católica. “No conocía la misericordia de Dios. Cuando volví a la Iglesia, fue como un abrazo que nunca antes había sentido”, admite.

Una vida de evangelización

Desde entonces, Belén ha dedicado su vida a evangelizar y a compartir su historia con quienes la rodean. “Le dije a Jesús: ‘A partir de ahora, soy tu unidad de marketing. Donde vaya, te llevaré conmigo’”. Y así lo ha hecho. A lo largo de los años, ha llevado a varias amigas al confesionario y ha repartido rosarios a quienes se cruzan en su camino.

“Mis heridas han sanado a golpe de adoración y sacramentos. Soy una fan de la confesión”, afirma con una sonrisa.

Además, Belén fundó el canal 'El Rosario de las 11 PM' en YouTube, con el que difunde el rezo del Santo Rosario todas las noches y comparte testimonios de conversión, como el de ella: “El canal ha dado muchísimos frutos, desde conversiones interminables hasta gente que ha decidido ir al seminario para ser sacerdote, vocaciones... en fin, un poco de todo”.

Lo que más le sorprende, aunque reconoce que no debería, es la cantidad de milagros y conversiones que se han dado gracias al canal. Reflexionó sobre este hecho citando a Jesús: “Donde dos o más se reúnan en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”. Para Belén, estos acontecimientos son una prueba de que Jesús sigue vivo.

Además, expresa su compromiso con el proyecto: le ha prometido a la Virgen y a Jesús que estará al frente del canal “hasta el último día de su vida, o hasta que me fallen las fuerzas”.  

“Quiero darle gusto a mi madre, la Virgen, quien nos pide rezar el rosario. Estoy obedeciendo. Además, muchas personas en Internet no conocen a Dios, pero si lo conocieran, se enamorarían de Jesús como yo lo he hecho. YouTube permite que la gente, incluso sin buscar a Dios, pueda encontrarse con Él de forma inesperada. Me ilusiona saber que mis videos pueden llegar a los alejados, aquellos que más necesitan de este mensaje de esperanza y amor que Jesús nos da”, asegura.

Hoy, Belén vive una vida plena en la fe, agradecida por haber reencontrado a Dios después de tantos años de oscuridad. “Jesús me rescató cuando menos lo esperaba, y ahora quiero que todos sepan que Él está ahí, esperándonos”, concluye.

José Eduardo, guerrillero ateo converso en el Camino Neocatecumenal: «Iba a misa con pistola, granadas y la Biblia; vi el amor de mis hermanos de comunidad, pero ese día escuché que Dios me quería como era»


Con solo 14 años, José Eduardo pasó a integrar las filas del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional en la guerrilla de El Salvador, pero Dios le salvó la vida y le llevó a encontrar su lugar en el Camino Neocatecumenal

* «El milagro moral es que ahí había una comunidad queriéndote permanentemente, y tú a ellos. No me sentí juzgado y todos sabían dónde estaba. Ahí empezó otra etapa. El Señor me había acogido. Para mí, todo ha sido un regalo y una bendición. Mis hijos, mi matrimonio, mi comunidad, estar en la Iglesia… Sin la Iglesia no estaría vivo y sin ella no puedo vivir.  Si soy feliz, no es por haber pasado del tercer al primer mundo o por estar ahora relativamente bien, sino porque me he encontrado con Jesucristo»

Vídeo de  Gospa Arts en el que José Eduardo cuenta su testimonio

Camino Católico.- José Eduardo, salvadoreño de 60 años, está casado desde hace 31, tiene dos hijos y desde que tiene 14 pertenece al Camino Neocatecumenal. Pero su involucración en el movimiento no fue nada convencional. Como ha relatado recientemente en el podcast No tengo ni idea, del canal Gospa Arts, los únicos recuerdos que tiene de su infancia y primera adolescencia son los más crudos de una Guerra Fría que, en cierta forma, protagonizó como guerrillero revolucionario. La Iglesia y la comunidad, dice, "me salvaron la vida". J.M.C. sintetiza el testimonio del podcast en Religión en Libertad.

La guerra, que dejó como cómputo unos 75.000 muertos entre 1979 y 1991 estaba cerca de estallar cuando José Eduardo, con solo 13 años, asistió a los primeros conatos del conflicto. Como hijo de un acérrimo militante comunista, acostumbraba a acompañar a su padre a las reuniones del partido. No tardó en quedar fascinado por los llamados "campamentos de concienciación", donde miles de jóvenes empezaban a recibir el adiestramiento doctrinal, físico y militar para la revolución.

En la revolución: "Creía que estaba haciendo justicia"

Testigo de la pobreza generalizada y tras haber visto morir a niños y vecinos por la escasez, admite que nadie tenía que convencerle de nada. Inscrito en los "campamentos", fue formado para integrar la guerrilla contra el gobierno y pronto comenzó a participar en escaramuzas y sabotajes, o como lo llamaban, "los preparativos para la guerra popular". "Estaba convencido de estar haciendo justicia", remarca. 

Tendría 14 años cuando recibió su primera herida de guerra, cuando vio morir a su novia de un tiro en sus brazos y cuando, al fin, participó en la guerra contra el gobierno, muy diferente a las escaramuzas que conocía.

"Recuerdo el miedo, toda la noche cayendo las ramas por donde pasaban las balas como luces, pasar toda una noche bajo la raíz de un árbol y las balas y los tiros por todos lados", relata. En los campamentos había recibido instrucción para controlar el pánico, pero mirar la muerte a la cara era diferente.

Finalmente, la ayuda militar proveniente de Estados Unidos llevó al ejército gubernamental a imponerse sobre los primeros sofocos. El campamento del joven salvadoreño quedó destruido, los guerrilleros quedaron dispersos y sin darse cuenta, cruzó la frontera a Honduras huyendo de la muerte.


Milicias del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, a las que pertenecía José Eduardo con solo 14 años 

"Totalmente ateo", salvado por un sacerdote

"Llegamos a una parroquia y el cura nos acogió. Nos metió en unos camiones y gracias a él volvimos a San Salvador. Lo primero que hice fue ponerme en contacto con el Partido y me mandaron con una familia, cerca de la parroquia salesiana María Auxiliadora, sin poder salir de la casa", relata.

Pasaban los días y José Eduardo y sus dos compañeros tan solo salían a hacer algo de gimnasia de madrugada, cuando nadie podía preguntarse quienes eran. Su tiempo de ejercicio terminaba con el comienzo de las clases en el colegio más cercano, pero también con la primera misa de la parroquia, que captó su atención.

Criado sin más formación religiosa que la impartida por su abuela a cambio de alguna paga, admite que "no tenía ningún deseo de trascendencia" y que era "totalmente ateo". Pero el tedio de las largas horas encerrados en el "piso franco" del partido acabó pesando más y preguntó a Antonio, el hombre del Partido que custodiaba la casa, si podían aceptar la invitación del párroco e ir a misa como lectores.

En misa con la "uzi", granadas y pistolas

"Haced lo que queráis, pero id armados", les dijo. La orden del Partido era "morir matando", y debían estar preparados para cualquier cosa. Así que el guerrillero empezó a ir a misa cada domingo, acompañado siempre de una mochila con una magnum, un par de granadas, cargadores y el icónico subfusil uzi.

A las misas pronto se sumó su asistencia a catequesis, justo en el momento en que se fundaba precisamente en su parroquia la primera comunidad del Camino Neocatecumenal. "Id donde queráis siempre que vayáis armados y no salgáis de la zona", le respondieron de nuevo. Lo mismo ocurrió con la primera convivencia a la que le invitaron, de tres días de duración.

El guerrillero fue testigo directo de un suceso que marcó la historia del país. Quedaba solo un día para concluir la catequesis y dar paso a la "entrega de la Palabra", una ceremonia en la que el obispo de la diócesis entrega una Biblia a los catecúmenos. Era un 24 de marzo de 1980, y estaba previsto que presidiese la ceremonia el obispo Óscar Arnulfo Romero, cuando llegó el sacristán entre lágrimas. "Lo han matado", anunció.

Aquel día es por muchos considerado como el inicio formal de la guerra civil en El Salvador.

Conociendo el Camino: "El amor fue lo que me atrajo"

Rememorando su primera convivencia en el Camino, recuerda que, como en misa, también llevó todo su arsenal. Tenía 15 años y seguía "sin creer en nada" pero, sin darse cuenta, empezaba a ser considerado un miembro de pleno derecho en la comunidad cristiana.

"Algo empezó a entrar en mi corazón, sin darme cuenta. Fue el amor entre los hermanos. No tenía amigos, mi familia era muy desestructurada y no tenía una figura materna, solo a los compañeros de la guerrilla. Por eso, al no conocer el calor de la familia o de la madre, ahí sentí un cariño especial", relata.

Recuerda una imagen, cuando en plena misa se le cayó la pistola, como ejemplo del "milagro moral" que protagonizó. "Mis hermanos lo veían y no me decían nada. Me querían tal y como era. El amor fue lo que me atrajo. El milagro moral es que ahí había una comunidad queriéndote permanentemente, y tú a ellos. No me sentí juzgado y todos sabían donde estaba. Ahí empezó otra etapa. El Señor me había acogido", comenta.

Tras un complejo proceso de "desintoxicación" ideológica, el guerrillero volvió a ser llamado al combate. Recuerda un profundo conflicto interior, "no porque me hubiese convertido, sino por el sentimiento, por haber tenido una relación con ellos, un cariño especial".

Pero volvió a la guerra, y en esta ocasión fue más cruda que nunca. Ahora los guerrilleros tenían nuevos y mejores armamentos, la M16 o tanques entre otros, pero el gobierno también contaba con ayuda.

"Una bestia" rescatada: entre balazos, cadáveres y tripas

Recuerda aquella nueva guerra como el momento que más miedo pasó. Ahora el conflicto era "una guerra convencional", viendo caer a guerrilleros a su lado o a los enemigos a los que disparaba, empezando a ser consciente de "hasta qué punto se pierde el concepto de persona" en la guerra.

"Ya no tienes ni miedo, y mucho menos escrúpulos. Te daba igual. Perdía hasta los sentimientos al recoger a mis compañeros, a veces las tripas o trozos colgando de las bombas. Si sales de ahí sin nada que te ablande, eres una bestia", explica.

Pero a él le esperaban. Gracias a Dios, dice, "el Señor me rescató y ablandó el corazón". Tras cuatro meses en la guerrilla, derrotados pero vivo de nuevo, José Eduardo volvió a su comunidad. Sintiéndose parte de ella, recuerda que continuaba sin creer tras su regreso. Hasta que un día, en una catequesis, y aún sin poder explicarlo por completo, experimentó un torrente de fe que compara al fluir del agua en una presa totalmente abierta.

"Sin la Iglesia no estaría vivo"

"Entendí sin entender. Se me abrió un panorama en el que no podía unir el puzle, pero lo entendí. Experimenté la conversión a través de una palabra. Había visto los signos, el amor entre hermanos, la forma en que me acogió la Iglesia, pero ese día fue mi conversión. Escuché que Dios me quería como era", explica.

El momento decisivo fue la primera confesión en su vida, sin saber acusarse de mucho más que de haber acudido a la guerra de forma voluntaria o haberse dejado llevar por el "odio y ansia de matar". Aún recuerda entre lágrimas la respuesta del sacerdote: "Tú no tienes ningún pecado, porque eras un niño. Has sido víctima de la historia y tú eres de los inocentes. No ha sido tu culpa".

Aquella confesión sería el cambio definitivo en una vida que continuó primero en el exilio en Panamá y después al casarse, hace ya 31 años, y tener sus dos hijos.

"Para mí, todo ha sido un regalo y una bendición. Mis hijos, mi matrimonio, mi comunidad, estar en la Iglesia… Sin la Iglesia no estaría vivo y sin ella no puedo vivir.  Si soy feliz, no es por haber pasado del tercer al primer mundo o por estar ahora relativamente bien, sino porque me he encontrado con Jesucristo", concluye.

Misterios Gloriosos del Santo Rosario desde el Santuario de Lourdes, 27-10-2024

27 de octubre de 2024.- (Camino Católico).- Rezo de los Misterios Gloriosos del Santo Rosario, correspondientes a hoy domingo, desde la Gruta de Massabielle, en el Santuario de Lourdes, en el que se intercede por el mundo entero.

Homilía del P. Alfonso Guillamón de los Reyes y lecturas de la Misa de hoy, XXX Domingo de Tiempo Ordinario, 27-10-2024

27 de octubre de 2024.-  (Camino Católico) Homilía del P. Alfonso Guillamón de los Reyes García y lecturas de hoy, XXII Domingo de Tiempo Ordinario emitida por 13 TV desde la Catedral de Murcia.


Santa Misa de hoy, XXX Domingo de Tiempo Ordinario, en la Catedral de Murcia, 27-10-2024

27 de octubre de 2024.-  (Camino Católico)  Celebración de la Santa Misa de hoy, XXX Domingo de Tiempo Ordinario, presidida por el P. Alfonso Guillamón de los Reyes García, emitida por 13 TV desde la Catedral de Murcia.

Palabra de Vida 27/10/2024: «'Rabbuni', haz que recobre la vista» / Por P. Jesús Higueras

Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 27 de octubre de 2024, domingo de la 30ª semana de Tiempo Ordinario, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.

Evangelio: San Marcos 10, 46-52:

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino, pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:

«Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí.»

Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más:

«Hijo de David, ten compasión de mí».

Jesús se detuvo y dijo:

«Llamadlo».

Llamaron al ciego, diciéndole:

«Ánimo, levántate, que te llama».

Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.

Jesús le dijo:

«¿Qué quieres que te haga?».

El ciego le contestó:

«Rabbuni, que recobre la vista».

Jesús le dijo:

«Anda, tu fe te ha salvado».

Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Homilía del Evangelio del Domingo: El sacerdote es sólo un «instrumento» de misericordia al servicio de los fieles / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

 


* «Tomado de entre los hombres, el sacerdote es además ‘constituido para los hombres’, esto es, devuelto a ellos, puesto a su servicio. Un servicio que afecta a la dimensión más profunda del hombre, su destino eterno. San Pablo resume el ministerio sacerdotal con una frase: ‘Que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios’ (1 Co 4,1). Esto no significa que el sacerdote se desinterese de las necesidades también humanas de la gente, sino que se ocupa también de éstas con un espíritu diferente al de los sociólogos o políticos. Frecuentemente la parroquia es el punto más fuerte de agregación, incluso social, en la vida de un pueblo o de un barrio. La que hemos trazado es una visión positiva de la figura del sacerdote. No siempre, lo sabemos, es así. De vez en cuando las crónicas nos recuerdan que existe también otra realidad, hecha de debilidad e infidelidad… De ella la Iglesia no puede hacer más que pedir perdón. Pero hay una verdad que hay que recordar para cierto consuelo de la gente. Como hombre, el sacerdote puede errar, pero los gestos que realiza como sacerdote, en el altar o en el confesionario, no resultan por ello inválidos o ineficaces. El pueblo no es privado de la gracia de Dios a causa de la indignidad del sacerdote. Es Cristo quien bautiza, celebra, perdona; el sacerdote es sólo el instrumento»

Tomado de entre los hombres y constituido para los hombres: 

Domingo XXX del tiempo ordinario – B:

Jeremías 31, 7-9 / Salmo 125 / Hebreos 5, 1-6 / Marcos 10, 46-52

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.- El pasaje del Evangelio relata la curación del ciego de Jericó, Bartimeo... Bartimeo es alguien que no deja escapar la ocasión. Oyó que pasaba Jesús, entendió que era la oportunidad de su vida y actuó con rapidez. La reacción de los presentes («le gritaban para que se callara») pone en evidencia la inconfesada pretensión de los «acomodados» de todos los tiempos: que la miseria permanezca oculta, que no se muestre, que no perturbe la vista y los sueños de quien está bien. 

El término «ciego» se ha cargado de tantos sentidos negativos que es justo reservarlo, como se tiende a hacer hoy, a la ceguera moral de la ignorancia y de la insensibilidad. Bartimeo no es ciego; es sólo invidente. Con el corazón ve mejor que muchos otros de su entorno, porque tiene la fe y alimenta la esperanza. Más aún, es esta visión interior de la fe la que le ayuda a recuperar también la exterior de las cosas. «Tu fe te ha salvado», le dice Jesús. 

Me detengo aquí en la explicación del Evangelio porque me apremia desarrollar un tema presente en la segunda lectura de este domingo, relativa a la figura y al papel del sacerdote. Del sacerdote se dice ante todo que es «tomado de entre los hombres». No es, por lo tanto, un ser desarraigado o caído del cielo, sino un ser humano que tiene a sus espaldas una familia y una historia como todos los demás. «Tomado de entre los hombres» significa también que el sacerdote está hecho de la misma pasta que cualquier otra criatura humana: con los deseos, los afectos, las luchas, las dudas y las debilidades de todos. La Escritura ve en esto un beneficio para los demás hombres, no un motivo de escándalo. De esta forma, de hecho, estará más preparado para tener compasión, estando también él revestido de debilidad. 

Tomado de entre los hombres, el sacerdote es además «constituido para los hombres», esto es, devuelto a ellos, puesto a su servicio. Un servicio que afecta a la dimensión más profunda del hombre, su destino eterno. San Pablo resume el ministerio sacerdotal con una frase: «Que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios» (1 Co 4,1). Esto no significa que el sacerdote se desinterese de las necesidades también humanas de la gente, sino que se ocupa también de éstas con un espíritu diferente al de los sociólogos o políticos. Frecuentemente la parroquia es el punto más fuerte de agregación, incluso social, en la vida de un pueblo o de un barrio. 

La que hemos trazado es una visión positiva de la figura del sacerdote. No siempre, lo sabemos, es así. De vez en cuando las crónicas nos recuerdan que existe también otra realidad, hecha de debilidad e infidelidad... De ella la Iglesia no puede hacer más que pedir perdón. Pero hay una verdad que hay que recordar para cierto consuelo de la gente. Como hombre, el sacerdote puede errar, pero los gestos que realiza como sacerdote, en el altar o en el confesionario, no resultan por ello inválidos o ineficaces. El pueblo no es privado de la gracia de Dios a causa de la indignidad del sacerdote. Es Cristo quien bautiza, celebra, perdona; el sacerdote es sólo el instrumento. 

Me gusta recordar, al respecto, las palabras que pronuncia antes de morir el «cura rural» de Bernanos: «Todo es gracia». Hasta la miseria de su alcoholismo le parece gracia, porque le ha hecho más misericordioso hacia la gente. A Dios no le importa tanto que sus representantes en la tierra sean perfectos, cuanto que sean misericordiosos.

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

En aquel tiempo, cuando Jesús salía de Jericó, acompañado de sus discípulos y de una gran muchedumbre, el hijo de Timeo (Bartimeo), un mendigo ciego, estaba sentado junto al camino.

 Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar:

 «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!».

Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más:

«¡Hijo de David, ten compasión de mí!». 

Jesús se detuvo y dijo:

«Llamadle». 

Llaman al ciego, diciéndole: 

«¡Ánimo, levántate! Te llama». 

Y él, arrojando su manto, dio un brinco y vino donde Jesús. 

Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: 

«¿Qué quieres que te haga?».

El ciego le dijo: 

«Rabbuní, ¡que vea!». 

Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado». 

Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.

Marcos 10, 46-52