sábado, 9 de febrero de 2008
Solemnidad de la dedicación de la Basílica de Montserrat / Autor: P. Abad Josep M. Soler
Publicamos la homilia del Abad del Monasterio de Montserrat, Josep M. Soler, peronunciada el domingo 3 de febrero, en la cual se disiente del documento publicado por el episcopado español ante las elecciones.
Homilía del P. Abad Josep M. Soler
3 de febrero de 2008
Is 56, 1-6; Heb 12, 18-19; Lc 2, 22-40
Cuando el peregrino ha subido la montaña -como vosotros hoy, queridos hermanos y hermanas- y llega a la plaza de Santa María, contempla la fachada de nuestro monasterio y en lo alto se encuentra con una frase latina: "Urbs Jerusalem Beata, dicta pacis visio"; es decir: "Ciudad santa de Jerusalén, llamada «visión de paz»". Esta frase corresponde a la liturgia de la dedicación de una iglesia; por lo tanto, a la liturgia del aniversario de la dedicación de esta basílica de Montserrat.
El peregrino que viene a visitar a Santa María en este santuario suyo es invitado, pues, a entrar en la basílica como si entrara en Jerusalén. De hecho, la experiencia de los peregrinos al llegar a este lugar es parecida a la descrita en el salmo: ¡Qué alegría! ...Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén (Ps 121, 1-2). La referencia a la "ciudad santa de Jerusalén" de la frase de nuestra fachada, tiene que ser entendida con un triple significado. Por una parte, evoca la Jerusalén bíblica, la capital histórica del pueblo de Israel, en la cual estaba el templo que hacía presente la gloria de Dios. Allí, los peregrinos subían, y suben todavía hoy, llenos de alegría para alabar el nombre del Señor, deseando la paz dentro de sus muros (cf. Ps 121, 4.8). La Jerusalén de la tierra, sin embargo, no es la definitiva. Hay otra Jerusalén, la del cielo, donde está la plenitud de la paz y de la luz sin ocaso porque la llena de claridad la gloria de Dios, Jesucristo es la lámpara que la ilumina (cf. Ap 21, 23). Es a esta Jerusalén sin oscuridad, ni luto, ni llanto, ni muerte porque Dios estará con ellos y enjugará las lágrimas de los ojos (cf. Ap 21, 4), a la que apunta la frase de nuestra fachada. Entre las dos realidades, entre los dos significados de la frase, hay otro. La Jerusalén futura es anticipada, en favor de los que hacemos camino hacia ella, en los lugares donde se reúne la comunidad cristiana para escuchar la Palabra de Dios y celebrar los sacramentos; es decir, en las iglesias. En esta basílica, también.
Por eso, el peregrino de Montserrat, una vez ha atravesado los arcos de entrada al recinto y ha tomado conciencia de que en la basílica encontrará la gloria de Dios en la Palabra proclamada y en la celebración de los sacramentos, es invitado por una
inscripción que hay en el centro del atrio a alimentarse de Jesucristo, el hijo de la Virgen María, con el fin de poder continuar su camino de la vida hacia la Jerusalén del cielo. Hacerse peregrino de Santa María es tomar conciencia de que toda la vida es una peregrinación para encontrarse con su Hijo divino en la plenitud de la ciudad de la paz.
La salvación que, según el evangelio que hemos escuchado, Jesús llevó a la casa de Zaqueo y que motivó su conversión y su compromiso hacia los otros, se hace realidad, también, en esta basílica. El Señor entró el día de la dedicación, hoy hace 416 años, y aquí anuncia día tras día su Evangelio. Aquí se deja encontrar por los que lo buscan sinceramente, aunque su vida no haya sido muy digna. Aquí les ofrece la posibilidad de conversión y el perdón, junto con la alegría profunda de la salvación; les da la gracia para tener un trato justo, equitativo y lleno de amor a los otros. Aquí él se hace presente en la mesa eucarística para ser alimento en nuestro camino, a veces pesado pero siempre sostenido por él y animado por la mirada serena de la Imagen Morena de su Madre.
El camino de la vida, lo hacemos junto con mucha otra gente, y son numerosos los que no comparten nuestra fe. En la escuela de la Iglesia, iluminada por el magisterio del concilio Vaticano II, hemos aprendido que los cristianos, respetando las
conciencias de las personas y la autonomía de la comunidad política, tenemos que ser, al estilo de Jesús, servidores de la sociedad de la cual formamos parte. Sabemos que ningún proyecto contingente, de carácter sociológico o político, puede pretender tener la exclusividad de representar el Evangelio. En nuestra sociedad plural, los miembros de la Iglesia no podemos pretender tener ningún monopolio; tenemos que proponer de una manera serena, atrayente y esperanzada, sin imposiciones, la luz que nos viene del Evangelio sobre la persona humana y la convivencia en sociedad. Lo tenemos que hacer a través del diálogo y de la misericordia, y no de la confrontación. Este diálogo tiene que partir de la convicción profunda de la propia identidad cristiana y tiene que aceptar respetuosamente a los otros que no tienen en la Iglesia su hogar espiritual (cf. Obispos de Cataluña, "Creer en el Evangelio...", n. 7), con voluntad de convivencia y de construir juntos una sociedad más humana, más justa, más respetuosa de la dignidad y de los derechos de cada persona; eso nos pide trabajar por la paz con todos los medios éticamente legítimos. Estas convicciones nos tienen que guiar en nuestro camino de la ciudad terrenal a la ciudad del cielo.
Hoy, nosotros -los peregrinos de Montserrat y los que participáis en esta celebración por medio de la radio y la televisión- somos invitados, no sólo a vivir en esta basílica la alabanza y la plegaria como anticipación de la Jerusalén celestial, sino también a descubrir nuestro misterio interior de bautizados. No sólo la basílica es un templo. También lo es el cristiano. Lo diremos en el canto que acompañará la comunión, repitiendo unas palabras de san Pablo: sois templos de Dios y el Espíritu de Dios habita en vosotros. El templo de Dios es santo: ese templo sois vosotros (1Cor 3, 16-17). A partir de estas palabras entendemos mejor el significado de esta basílica y de todas las iglesias y capillas del mundo. La gloria de Dios está presente en esos lugares y Jesucristo actuando junto con el Espíritu Santo para que nosotros seamos templos de Dios y el Espíritu habite en nuestro interior. Ésta es, por gracia, nuestra dignidad. Y a esta dignidad misma es llamada la humanidad entera. Por eso cada persona es sagrada y merece el mayor respeto.
Peregrinos de Santa María como somos, celebramos con gozo y con agradecimiento el aniversario de la dedicación de esta basílica, casa solariega de nuestro pueblo, y acogemos la salvación que nos es ofrecida.
¿El Aconcagua o el amor? / Autor: Gabriel Rodríguez, L.C.
A seis mil metros de altura, Toño Jr. no puede más. Sus jóvenes pulmones ya no oxigenan y su cuerpo no responde. Es el momento de tomar una decisión y faltan trescientos metros para la cima. El padre se pregunta si llevarlo arriba o dejarlo acompañado en el campamento y subir por su cuenta a registrar un triunfo más.
Era otro sueño más en la vida. Además, su hijo comprendería que no lo dejaría más que un poco de tiempo… y volvería a su lado. ¡Son sólo trescientos metros! No queda absolutamente nada.
Parecería un dilema, pero la decisión, aunque no fácil, fue sencilla, porque se trataba “simplemente” de discernir qué era más importante: el Aconcagua o su hijo. Unas horas más tarde estaban los dos en un campamento más abajo y con la mirada hacia arriba, contemplando la cumbre que les hizo descubrir una cumbre aún más alta: la del amor.
¡Qué gran testimonio de un padre que ve, en el amor a sus hijos, el mayor de sus éxitos! Qué duro es sacrificar un triunfo por el bien ajeno, pero cuánta paz y cuánta libertad se experimenta cuando se llega a la cima del amor. De ahí, todo se ve mejor. Se nos abre el panorama de otra vida (la eterna) que vale más; y la certeza de que entre la cima y el cielo, sólo hay un paso más: la mano de Dios que nos alza y nos lleva a Él.
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Fuente: Buenas noicias
Confirman que es posible crear células madre de la piel, sin destruir embriones humanos
Según la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, los científicos confirmaron los dos estudios anunciados en noviembre pasado por los investigadores Shinya Yamanaka, de la Universidad de Kioto (Japón), y James Thompson, de la Universidad de Wisconsin.
Los científicos, liderados por los neurólogos Kathrin Plath y William Lowry, mediante cuatro reguladores aplicaron la alteración genética "para revertir el reloj" de las células dérmicas y crear unidades virtualmente iguales a las células madre embrionarias.
Los reguladores activan o desactivan los genes y con ello las células resultantes no sólo fueron funcionalmente idénticas a las pluripotentes sino que también tuvieron una estructura biológica idéntica expresada en genes que podían dar origen a células madre embrionarias, señalaron.
Según los científicos de la Universidad de California, con la conversión de las células de la piel en células madre embrionarias se podría generar una fuente inagotable de células diferenciables.
"Nuestras células dérmicas reprogramadas fueron virtualmente iguales a las células madre embrionarias", indicó Plath y consideró que los resultados de esta investigación "son un importante paso hacia la manipulación de células humanas diferenciadas con el objetivo de generar una cantidad ilimitada de células pluripotentes y específicas para un paciente".
Estas nuevas técnicas para desarrollar células madre podrían sustituir los medios polémicos para reprogramar las células, como la llamada clonación terapéutica o la destrucción de embriones engendrados con este fin.
Una mentalidad machista ignora la novedad del cristianismo / Autor: Benedicto XVI
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Queridos hermanos y hermanas:
Ciertamente se necesita una renovada investigación antropológica que, basándose en la gran tradición cristiana, incorpore los nuevos progresos de la ciencia y las actuales sensibilidades culturales, contribuyendo de este modo a profundizar no sólo en la identidad femenina, sino también en la masculina, que con frecuencia también es objeto de reflexiones parciales e ideológicas.
Ante corrientes culturales y políticas que tratan de eliminar, o al menos de ofuscar y confundir, las diferencias sexuales inscritas en la naturaleza humana considerándolas como una construcción cultural, es necesario recordar el designio de Dios que ha creado al ser humano varón y mujer, con una unidad y al mismo tiempo una diferencia originaria y complementaria. La naturaleza humana y la dimensión cultural se integran en un proceso amplio y complejo que constituye la formación de la propia identidad, en la que ambas dimensiones, la femenina y la masculina, se corresponden y complementan.
Al inaugurar las sesiones de trabajo de la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en mayo pasado en Brasil, quise recordar que todavía hoy persiste una mentalidad machista, que ignora la novedad del cristianismo, que reconoce y proclama la igual dignidad y responsabilidad de la mujer con respecto al hombre. Hay lugares y culturas en los que la mujer es discriminada y minusvalorada sólo por el hecho de ser mujer, en los que se recurre incluso a argumentos religiosos y a presiones familiares, sociales y culturales para defender la disparidad de los sexos, en los que se perpetran actos de violencia contra la mujer, haciendo de ella objeto de malos tratos o de abusos en la publicidad y en la industria del consumo y de la diversión.
Ante fenómenos tan graves y persistentes parece más urgente todavía el compromiso de los cristianos para que se conviertan por doquier en promotores de una cultura que reconozca a la mujer la dignidad que le compete, en el derecho y en la realidad concreta.
Dios encomienda al hombre y a la mujer, según sus peculiaridades, una vocación específica y una misión en la Iglesia y en el mundo. Pienso en estos momentos en la familia, comunidad de amor abierto a la vida, célula fundamental de la sociedad. En ella, la mujer y el hombre, gracias al don de la maternidad y de la paternidad, desempeñan juntos un papel insustituible en relación con la vida.
Desde su concepción, los hijos tienen el derecho de poder contar con un padre y una madre para que les cuiden y les acompañen en su crecimiento. El Estado, por su parte, tiene que apoyar con políticas sociales adecuadas todo lo que promueve la estabilidad y la unidad del matrimonio, la dignidad y la responsabilidad de los cónyuges, su derecho y tarea insustituible como educadores de lo hijos. Además, es necesario que se le permita a la mujer colaborar en la construcción de la sociedad, valorando su típico «genio femenino».
Queridos hermanos y hermanas: os doy las gracias una vez más por vuestra visita y, deseando pleno éxito para vuestro congreso, os aseguro un recuerdo en la oración, invocando la materna intercesión de María para que ayude a las mujeres de nuestro tiempo a realizar su vocación y su misión en la comunidad eclesial y civil. Con estos deseos, os imparto a cuantos estáis aquí presentes y a vuestros seres queridos una especial bendición apostólica.
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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina
© Copyright 2007 - Libreria Editrice Vaticana]
Benedicto XVI: Dimensión y visibilidad del diaconado
ROMA, lunes, 11 febrero 2008 (ZENIT.org).- Como es tradicional a inicios de Cuaresma, Benedicto XVI se reunió con los párrocos y el clero de la diócesis de Roma el pasado 7 de febrero. El encuentro se desarrolló en forma de diálogo, entre el Santo Padre y los participantes. Publicamos la primera de las preguntas y respuestas que dio el Papa espontáneamente.
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[Giuseppe Corona, diácono:]
Santo Padre: desearía expresar ante todo mi gratitud y la de mis hermanos diáconos por el ministerio que tan providencialmente la Iglesia ha retomado con el Concilio (*), ministerio que nos permite dar plena expresión a nuestra vocación. Estamos comprometidos en una gran variedad de tareas que desarrollamos en ámbitos muy diferentes: la familia, el trabajo, la parroquia, la sociedad, también en las misiones en África y América Latina, entornos que usted ya indicó en la audiencia que nos concedió con ocasión del veinticinco aniversario del diaconado romano. Ahora nuestro número ha aumentado: somos 108. Y nos gustaría que nos indicara una iniciativa pastoral que pueda convertirse en signo de una presencia más incisiva del diaconado permanente en la ciudad de Roma, como sucedió en los primeros siglos de la Iglesia romana. De hecho, compartir un objetivo significativo, común, por un lado incrementaría la cohesión de la fraternidad diaconal, por otro daría mayor visibilidad a nuestro servicio en esta ciudad. Le presentamos, Santo Padre, el deseo de que nos indique una iniciativa que podamos compartir en los modos y en las formas que desee señalar. En nombre de todos los diáconos le saludo, Santo Padre, con filial afecto.
[Benedicto XVI:]
Gracias por este testimonio de uno de los más de cien diáconos de Roma. Desearía también yo expresar mi alegría y mi gratitud al Concilio, porque repuso este importante ministerio en la Iglesia universal. Debo decir que cuando era arzobispo de Munich no encontré tal vez más que a tres o cuatro diáconos y favorecí mucho este ministerio porque me parece que pertenece a la riqueza del ministerio sacramental en la Iglesia. Al mismo tiempo, puede ser igualmente un vínculo entre el mundo laico, el mundo profesional y el mundo del ministerio sacerdotal --dado que muchos diáconos continúan desenvolviendo sus profesiones y mantiene sus posiciones, importantes o también de vida sencilla, mientras que sábado y domingo trabajan en la Iglesia--. De esta forma testimonian en el mundo de hoy, asimismo en el mundo laboral, la presencia de la fe, el ministerio sacramental y la dimensión diaconal del sacramento del Orden. Esto me parece muy importante: la visibilidad de la dimensión diaconal.
Naturalmente asimismo todo sacerdote sigue siendo diácono y debe siempre pensar en esta dimensión, porque el Señor mismo se hizo nuestro ministro, nuestro diácono. Pensamos en el gesto del lavatorio de los pies, con el que explícitamente se muestra que el Maestro, el Señor, actúa como diácono y quiere que cuantos le siguen sean diáconos, que desempeñen este ministerio para la humanidad, hasta el punto de ayudar también a lavar los pies ensuciados de los hombres confiados a nosotros. Esta dimensión me parece de gran importancia.
En esta ocasión traigo a la memoria --aunque a lo mejor no es inmediatamente inherente al tema-- una pequeña experiencia que apuntó Pablo VI. Cada día del Concilio se entronizó el Evangelio. Y el Pontífice dijo a los ceremonieros que una vez habría deseado realizar él mismo esta entronización del Evangelio. Le dijeron: no, ésta es tarea de los diáconos, no del Papa. Él escribió en su diario: pero también yo soy diácono, sigo siendo diácono y desearía también ejercer este ministerio del diaconado poniendo en el trono la Palabra de Dios. Por lo tanto esto nos concierne a todos. Los sacerdotes siguen siendo diáconos y los diáconos explicitan en la Iglesia y en el mundo esta dimensión diaconal de nuestro ministerio. Esta entronización litúrgica de la Palabra de Dios cada día durante el Concilio era siempre para nosotros un gesto de gran importancia: nos decía quién era el verdadero Señor de aquella asamblea, nos decía que sobre el trono está la Palabra de Dios y que nosotros ejercemos el ministerio para escuchar y para interpretar, para ofrecer a los demás esta Palabra. Es ampliamente significativo para todo cuanto hacemos: entronizar en el mundo la Palabra de Dios, la Palabra viva, Cristo. Que realmente sea Él quien gobierne nuestra vida personal y nuestra vida en las parroquias.
Además usted me hace una pregunta que, debo decir, excede un poco mis fuerzas: cuáles serían las tareas propias de los diáconos en Roma. Sé que el cardenal vicario conoce mucho mejor que yo las situaciones reales de la ciudad, de la comunidad diocesana de Roma. Pienso que una característica del ministerio de los diáconos es precisamente la multiplicidad de las aplicaciones del diaconado. En la Comisión Teológica Internacional, hace algunos años, estudiamos largamente el diaconado en la historia y también en el presente de la Iglesia. Y descubrimos justamente esto: no existe un perfil único. Cuánto se debe hacer, varía según la preparación de las personas, de las situaciones en las que se encuentran. Puede haber aplicaciones y concreciones muy diferentes, siempre en comunión con el obispo y con la parroquia, naturalmente. En las distintas situaciones se muestran varias posibilidades, también dependiendo de la preparación profesional que eventualmente tengan estos diáconos: podrían estar comprometidos en el sector cultural, tan importante hoy, o podrían tener una voz y un puesto significativo en el sector educativo. Pensamos este año precisamente en el problema de la educación como central para nuestro futuro, para el futuro de la humanidad.
Ciertamente el sector de la caridad era en Roma el sector originario, porque los títulos presbiterales y las diaconías eran centros de la caridad cristiana. Éste era desde el inicio en la ciudad de Roma un sector fundamental. En mi Encíclica Deus caritas est mostré que no sólo la predicación y la liturgia son esenciales para la Iglesia y para el ministerio de la Iglesia, sino que lo es igualmente el servicio de la caritas --en sus múltiples dimensiones-- por los pobres, por los necesitados. Así que espero que en todo tiempo, en toda diócesis, si bien con situaciones distintas, ésta siga siendo una dimensión fundamental y también prioritaria para el compromiso de los diáconos, si bien no la única, como nos muestra también la Iglesia primitiva, donde los siete diáconos fueron elegidos precisamente para permitir a los apóstoles dedicarse a la oración, a la liturgia, a la predicación. También después Esteban se encuentra en la situación de tener que predicar a los helénicos, a los judíos de lengua griega, y así se amplía el campo de la predicación. Él está condicionado, digamos, por las situaciones culturales, donde tiene voz para hacer presente en dicho sector la Palabra de Dios y así hace más posible la universalidad del testimonio cristiano, abriendo las puertas a san Pablo, que fue testigo de su lapidación y posteriormente, en cierto sentido, su sucesor en la universalización de la Palabra de Dios. No sé si el cardenal vicario desea añadir una palabra; yo no estoy tan próximo a las situaciones concretas.
[Cardenal Camillo Ruini, vicario del Papa para la diócesis de Roma:]
Santo Padre: sólo puedo confirmar, como usted decía, que también en Roma en concreto los diáconos trabajan en muchos ámbitos, en su mayor parte en las parroquias, donde se ocupan de la pastoral de la caridad, pero por ejemplo muchos también están en la pastoral de la familia. Al estar casados casi todos los diáconos, preparan al matrimonio, siguen a los jóvenes parejas, y labores por el estilo. Además brindan una contribución significativa a la pastoral sanitaria, ayudan también en el Vicariato --donde algunos trabajan-- y, como escuchó antes, en las misiones. Existe alguna presencia misionera de diáconos. Creo que, naturalmente, en el plano numérico el compromiso de amplitud más relevante es en las parroquias, pero existen igualmente otros ámbitos que se están abriendo y precisamente por esto tenemos ya más de un centenar de diáconos permanentes.
[*Ndt: de los documentos del Concilio Vaticano II, la Constitución Dogmática Lumen gentium sobre la Iglesia, firmada por Pablo VI el 21 de noviembre de 1964, establece, sobre los diáconos: «En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de manos no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio. Así confortados con la gracia sacramental en comunión con el Obispo y su presbiterio, sirven al Pueblo de Dios en el ministerio de la liturgia, de la palabra y de la caridad. Es oficio propio del diácono, según la autoridad competente se lo indicare, la administración solemne del bautismo, el conservar y distribuir la Eucaristía, el asistir en nombre de la Iglesia y bendecir los matrimonios, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y oración de los fieles, administrar los sacramentales, presidir los ritos de funerales y sepelios. Dedicados a los oficios de caridad y administración, recuerden los diáconos el aviso de San Policarpo: "Misericordiosos, diligentes, procedan en su conducta conforme a la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos". Teniendo en cuenta que, según la disciplina actualmente vigente en la Iglesia latina, en muchas regiones no hay quien fácilmente desempeñe estas funciones tan necesarias para la vida de la Iglesia, se podrá restablecer en adelante el diaconado como grado propio y permanente en la jerarquía. Tocará a las distintas conferencias episcopales el decidir, oportuno para la atención de los fieles, y en dónde, el establecer estos diáconos. Con el consentimiento del Romano Pontífice, este diaconado se podrá conferir a hombres de edad madura, aunque estén casados, o también a jóvenes idóneos; pero para éstos debe mantenerse firme la ley del celibato (n.29).]
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Traducción del original italiano por Marta Lago
Benedicto XVI: La formación del corazón en lo esencial
CIUDAD DEL VATICANO, martes, 12 febrero 2008 (ZENIT.org).- Como es tradicional a inicios de Cuaresma, Benedicto XVI se reunió con los párrocos y el clero de la diócesis de Roma el pasado jueves. El encuentro se desarrolló en forma de diálogo, entre el Santo Padre y los participantes. Proseguimos con la publicación de las preguntas y de las respuestas que brindó espontáneamente el Papa.
Se procura ofrecer las diez intervenciones agrupadas temáticamente, pues no siguieron un orden determinado. La parte I (Dimensión y visibilidad del diaconado) de este encuentro está disponible en Zenit, 11 de febrero de 2008.
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[Padre Graziano Bonfitto, vicario parroquial de la parroquia de Ognissanti:]
Santo Padre: soy originario de un pueblo de la provincia de Foggia, San Marco in Lamis. Soy un religioso de Don Orione y sacerdote desde hace año y medio, actualmente vice-párroco en la parroquia de Ognissanti, en el barrio Appio. No le oculto mi emoción, y también la increíble alegría que tengo en este momento, para mí tan privilegiado. Usted es el obispo y el pastor de nuestra Iglesia diocesana, pero es siempre el Papa y por lo tanto el pastor de la Iglesia universal. Por ello la emoción se multiplica irremediablemente. Desearía en primer lugar expresarle mi agradecimiento por todo lo que, día tras día, hace no sólo por nuestra diócesis de Roma, sino por la Iglesia entera. Sus palabras y sus gestos, sus atenciones hacia nosotros, pueblo de Dios, son signo del amor y de la cercanía que usted alimenta por todos y cada uno. Mi apostolado sacerdotal se ejerce en particular entre los jóvenes. Es precisamente en nombre de ellos que desearía darle hoy las gracias. Mi santo fundador, san Luigi Orione, decía que los jóvenes son el sol o la tempestad del mañana. Creo que en este momento histórico en que nos encontramos los jóvenes son tanto el sol como la tempestad, no del mañana, sino de ahora. Los jóvenes sentimos actualmente, más que nunca, la fuerte necesidad de tener certezas. Deseamos sinceridad, libertad, justicia, paz. Deseamos contar con personas que caminen con nosotros, que nos escuchen. Exactamente como Jesús con los discípulos de Emaús. La juventud desea personas capaces de indicar el camino de la libertad, de la responsabilidad, del amor, de la verdad. O sea, los jóvenes hoy tienen una inagotable se de Cristo. Una sed de testigos gozosos que hayan encontrado a Jesús y hayan apostado por Él toda su existencia. Los jóvenes quieren una Iglesia siempre en el terreno y cada vez más próxima a sus exigencias. La quieren presente en sus opciones de vida, aunque persista en ellos cierta sensación de indiferencia respecto a la Iglesia misma. El joven busca una esperanza fidedigna -como usted escribió en la última carta que nos dirigió a los fieles de Roma-- para evitar vivir sin Dios. Santo Padre -permítame llamarle «papá»--, qué difícil es vivir en Dios, con Dios y por Dios. La juventud se siente insidiada por muchos frentes. Son tantos los falsos profetas, los vendedores de ilusiones. Demasiados los insinuadores de falsas verdades e ideales innobles. Con todo, la juventud que cree hoy, aún sintiéndose acorralada, está convencida de que Dios es la esperanza que resiste a todas las desilusiones, que sólo su amor no puede ser destruido por la muerte, aunque la mayor parte de las veces no es fácil encontrar espacio y valor para ser testigos. ¿Qué hacer entonces? ¿Cómo comportarse? ¿Vale efectivamente la pena seguir apostando la propia vida por Cristo? La vida, la familia, el amor, el gozo, la justicia, el respeto de las opiniones ajenas, la libertad, la oración y la caridad, ¿son todavía valores que hay que defender? La vida de los santos, que se mide por las bienaventuranzas, ¿es una vida idónea para el hombre, el joven del tercer milenio? Mil gracias por su atención, por su afecto y su premura por los jóvenes. La juventud está con usted: le estima, le quiere y le escucha. Siga siempre cerca, indíquenos cada vez con más fuerza la vía que lleva a Cristo, camino, verdad y vida. Ayúdenos a volar alto. Cada vez más alto. Y ruegue siempre por nosotros. Gracias.
[Benedicto XVI:]
Gracias por este bello testimonio de un joven sacerdote que está con los jóvenes, les acompaña y, como ha dicho, les ayuda a caminar con Cristo, con Jesús. ¿Qué decir? Todos sabemos lo difícil que es para un joven de hoy vivir como cristiano. El contexto cultural, el contexto mediático, aporta todo lo contrario del camino hacia Cristo. Parece precisamente que hace imposible ver a Cristo como centro de la vida y vivir la vida como Jesús la muestra. Sin embargo, me parece también que muchos sienten cada vez más la insuficiencia de todas estas ofertas, de este estilo de vida que al final deja vacío.
En este sentido me parece que justamente las lecturas de la liturgia de hoy, la del Deuteronomio (30, 15-20) y el pasaje evangélico de Lucas (9, 22-25), responden a cuanto, en sustancia, deberíamos decir a los jóvenes y siempre a nosotros mismos. Como usted ha mencionado, la sinceridad es fundamental. Los jóvenes deben percibir que no decimos palabras que no vivamos nosotros mismos, sino que hablamos porque hemos encontrado y buscamos encontrar cada día la verdad como verdad para mi vida. Sólo si estamos en este camino, si procuramos asimilar nosotros mismos esta vida y asociar nuestra vida a la del Señor, entonces también las palabras pueden ser creíbles y tener una lógica visible y convincente. Insisto: hoy ésta es la gran regla fundamental no sólo para la Cuaresma, sino para toda la vida cristiana: elige la vida. Ante ti tienes muerte y vida: elige la vida. Y me parece que la respuesta es natural. Son sólo pocos los que alimentan en lo profundo una voluntad de destrucción, de muerte, de no querer ya la existencia, la vida, porque todo es contradictorio para ellos. Lamentablemente, en cambio, se trata de un fenómeno que se amplía. Con todas las contradicciones, las falsas promesas, al final la vida parece contradictoria, ya no es un don, sino una condena y así hay quien desea más la muerte que la vida. Pero normalmente el hombre responde: sí, quiero la vida.
La cuestión sigue siendo cómo encontrar la vida, qué elegir, cómo elegir la vida. Y las ofertas que normalmente se hacen las conocemos: ir a la discoteca, conseguir todo lo posible, considerar la libertad como hacer todo lo que se quiera, todo lo que se ocurra en un momento determinado. Pero sabemos en cambio -y podemos mostrarlo-- que éste es un camino de falsedad, porque al final no se encuentra la vida, sino realmente el abismo de la nada. Elige la vida. La misma lectura dice: Dios es tu vida, has elegido la vida y has hecho la elección: Dios. Esto me parece fundamental. Sólo así nuestro horizonte es lo suficientemente amplio y sólo así permanecemos en la fuente de la vida, que es más fuerte que la muerte, que todas las amenazas de la muerte. Así que la elección fundamental es ésta que se indica: elige a Dios. Es necesario entender que quien emprende el camino sin Dios al final se encuentra en la oscuridad, aunque pueda haber momentos en los que parezca que se ha hallado la vida.
Un paso más es cómo encontrar a Dios, como elegir a Dios. Aquí llegamos al Evangelio: Dios no es un desconocido, una hipótesis del primer inicio del cosmos. Dios tiene carne y hueso. Es uno de nosotros. Le conocemos con su rostro, con su nombre. Es Jesucristo, quien nos habla en el Evangelio. Es hombre y es Dios. Y siendo Dios, eligió al hombre para hacernos posible la elección de Dios. Así que es necesario entrar en el conocimiento y después en la amistad de Jesús para caminar con Él.
Considero que éste es el punto fundamental de nuestra atención pastoral de los jóvenes, para todos, pero sobre todo para los jóvenes: atraer la atención sobre la elección de Dios, que es la vida. Sobre el hecho de que Dios existe. Y existe de modo muy concreto. Y enseñar la amistad con Jesucristo.
Hay también un tercer paso. Esta amistad con Jesús no es una amistad con una persona irreal, con alguien que pertenece al pasado o que está lejos de los hombres, a la diestra de Dios. Él está presente en su cuerpo, que sigue siendo un cuerpo de carne y hueso: es la Iglesia, la comunión de la Iglesia. Debemos construir y hacer comunidades más accesibles que reflejen la gran comunidad de la Iglesia vital. Es un todo: la experiencia vital de la comunidad, con todas las debilidades humanas, pero sin embargo real, con un camino claro y una vida sacramental sólida en la que podemos tocar también lo que puede parecernos tan lejano, la presencia del Señor. De esta manera podemos igualmente aprender los mandamientos -por volver al Deuteronomio, del que partí. Porque la lectura dice: elegir a Dios quiere decir elegir según su Palabra, vivir según la Palabra. Por un momento esto parece casi positivista: son imperativos. Pero lo primero es el don: su amistad. Después podemos entender que los indicadores del camino son explicaciones de la realidad de esta amistad nuestra.
Podemos decir que ésta es una visión general, que brota del contacto con la Sagrada Escritura y la vida de la Iglesia de cada día. Después se traduce paso a paso en los encuentros concretos con los jóvenes: guiarles al diálogo con Jesús en la oración, en la lectura de la Sagrada Escritura -la lectura común, sobre todo, pero también personal-- y en la vida sacramental. Son todos pasos para hacer presentes estas experiencias en la vida profesional, aunque el contexto esté marcado frecuentemente por la plena ausencia de Dios y por la aparente imposibilidad de verle presente. Pero justamente entonces, a través de nuestra vida y de nuestra experiencia de Dios, debemos intentar que entre en este mundo lejano de Dios la presencia de Cristo.
La sed de Dios existe. Hace poco recibió la visita ad limina de obispos de un país en el que más del cincuenta por ciento se declara ateo o agnóstico. Pero me dijeron: en realidad todos tienen sed de Dios. Escondidamente existe esta sed. Por ello empecemos antes nosotros, con los jóvenes que podamos encontrar. Formemos comunidades en las que se refleje la Iglesia, aprendamos la amistad con Jesús. Y así, llenos de esta alegría y de esta experiencia, podemos también hoy hacer presente a Dios en este mundo nuestro.
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[Don Paolo Tammi, párroco de San Pío X; profesor de religión:]
Deseo expresarle sólo uno de los muchos agradecimientos por el esfuerzo y la pasión con que ha escrito su libro sobre Jesús de Nazaret, un texto que, como usted mismo ha dicho, no es un acto de magisterio, sino fruto de su búsqueda personal del rostro de Dios. Ha contribuido a poner en el centro del cristianismo la persona de Jesucristo y con seguridad está contribuyendo y seguirá haciéndolo en una paciente justicia de las visiones parciales del acontecimiento cristiano, como la visión política en la que se desarrolló la mayor parte de mi adolescencia y la de mis coetáneos, o la moralista, demasiado insistente -en mi opinión-- en la predicación católica, o finalmente la que ama definirse desmitificadora de la figura de Jesucristo, como la ciertos maestros del pensamiento laico que, con poca sorpresa, la verdad, de golpe se ocupan hoy del Fundador del cristianismo y de su aventura humana para negar su historicidad o para atribuir su divinidad a una fantasía de la Iglesia apostólica. Usted en cambio no deja de enseñarnos, Santidad, que Jesús es verdaderamente todo; que de Él, hombre y Dios, sólo es posible enamorarse, que no es precisamente lo mismo que tener carné de partido, suponiendo que existiera, o llenarse de él la boca sólo para salvar una identidad cultural. Me limito a añadir que en un ambiente laico como la escuela, donde las motivaciones históricas y filosóficas a favor o en contra de la religión obviamente tienen su legítimo espacio, veo cada día a los chavales mantener una gran distancia emotiva, mientras que he visto a otros conmoverse en Asís, donde les llevé hace algunos días, al escuchar un apasionado testimonio de un joven fraile menor. Le pregunto: ¿cómo puede la vida de un sacerdote apasionarse cada vez más en lo esencial, que es el esposo Jesús? Y también: ¿en qué se ve que un sacerdote está enamorado de Jesús? Sé que ha respondido varias veces, pero es cierto que la respuesta puede ayudarnos a corregirnos, a retomar esperanza. Le ruego que lo haga otra vez con sus sacerdotes.
[Benedicto XVI:]
¡Cómo puedo corregir a los párrocos, que trabajan tan bien! Podemos sólo ayudarnos recíprocamente. Así que usted conoce este ambiente laico con distancia no sólo intelectual, sino sobre todo emotiva de la fe. Y debemos, según las circunstancias, buscar la forma de crear puentes. Me parece que las situaciones son difíciles, pero usted tiene razón. Debemos pensar siempre: qué es lo esencial, si bien después puede ser distinto el punto en el que es posible enlazar el kerigma, el contexto, el modo de actuar. Pero la cuestión debe ser siempre: ¿qué es esencial? ¿Qué es necesario descubrir? ¿Qué desearía dar? Y aquí repito siempre: lo esencial es Dios. Si no hablamos de Dios, si no se descubre a Dios, nos quedamos siempre en las cosas secundarias. Por lo tanto me parecería fundamental que al menos naciera la pregunta: ¿existe Dios? Y ¿cómo podría vivir sin Dios? ¿Es Dios verdaderamente una realidad importante para mí?
Me sigue pareciendo impresionante que el [Concilio] Vaticano I quisiera precisamente entablar este diálogo, entender con la razón a Dios -si bien en la situación histórica en la que nos encontramos necesitamos que Dios nos ayude y purifique nuestra razón. Me parece que ya se está buscando responder a este desafío del ambiente laico respecto a Dios como la cuestión fundamental, y después respecto a Jesucristo como la respuesta de Dios. Naturalmente diría que existen los preambula fidei, que tal vez constituyen el primer paso para dejar abierto el corazón y la mente hacia Dios: las virtudes naturales. Estos días he recibido la visita de un jefe de Estado, quien me dijo: no soy religioso, el fundamento de mi vida es la ética aristotélica. Es ya algo muy bueno, y nos sitúa junto a santo Tomás, en camino hacia la síntesis de Tomás. Y por lo tanto puede ser éste un punto de contacto: aprender y hacer compresible la importancia para la convivencia humana de esta ética racional, que después se abre interiormente -si se vive consecuentemente-- a la cuestión de Dios, a la responsabilidad ante Dios.
Así que me parece que, por un lado, debemos tener claro ante nosotros qué es lo esencial que queremos y debemos transmitir a los demás y cuáles son los preambula en las situaciones en las que podemos dar los primeros pasos: en verdad precisamente hoy una primera educación ética es un paso fundamental. Es lo que hizo también el cristianismo antiguo. Cipriano, por ejemplo, nos dice que antes su vida era totalmente disoluta; después, viviendo en la comunidad catecumenal, aprendió una ética fundamental y de tal modo se abrió el camino hacia Dios. También san Ambrosio en la vigilia pascual dice: hasta ahora hemos hablado de la moral, ahora vayamos a los misterios. Habían hecho el camino de los preambula fidei con una educación ética fundamental, que creaba la disponibilidad para comprender el misterio de Dios. Por lo tanto diría que tal vez debemos realizar una interacción entre educación ética -hoy tan importante-- por un lado, también con su evidencia pragmática, y al mismo tiempo no omitir la cuestión de Dios. Y en este entrelazamiento de dos caminos me parece que tal vez un poco conseguimos abrirnos a ese Dios que sólo puede dar la luz.
* * *
[Don Daniele Salera, vicario parroquial en Santa María Madre del Redentor en Tor Bella Monaca; profesor de religión:]
Santidad: soy don Daniele Salera, sacerdote desde hace 6 años, vicario parroquial en Tor Bella Monaca; allí enseño religión. Al leer su carta sobre la tarea urgente de la educación he tomado nota de algunos aspectos para mí significativos y de los que me gustaría dialogar con usted. Ante todo encuentro importante su orientación para la diócesis y la ciudad. Esta distinción da razón de las distintas identidades que la componen e interpela, en la libertad a la que usted, Santidad, alude, también a los no creyentes. Desearía transmitirle es estos pocos instantes la belleza de trabajar en la escuela con colegas que por diversos motivos ya no tienen una fe viva o no se reconocen en la Iglesia; sin embargo, me dan ejemplo en la pasión educativa y en la recuperación de adolescentes que tienen una vida marcada por el crimen y la degradación. Percibo en muchas personas con las que trabajo en Tor Bella Monaca una auténtica ansia misionera. Por caminos distintos, pero convergentes, luchamos contra esa crisis de esperanza que siempre se agazapa cuando, a diario, se tiene relación con chavales que parecen interiormente muertos, sin deseos de futuro o tan profundamente envueltos por el mal que no logran percibir el bien que se les desea o las ocasiones de libertad y de redención que en cualquier caso existen en su camino. Frente a tal emergencia humana no hay espacio para las divisiones; me repito frecuentemente una frase del Papa Roncalli, quien decía: «Buscaré siempre lo que une, más que lo que separa». Santidad, esta experiencia me permite vivir cotidianamente con jóvenes y adultos que jamás habría encontrado si me hubiera concentrado sólo en las actividades internas de la parroquia, y observo que es cierto: muchos educadores están renunciando a la ética en nombre de una afectividad que no da certezas y crea dependencia. Otros temen defender las reglas de la convivencia civil porque piensan que aquellas no dan razón de las necesidades, de las dificultades y de la identidad de los jóvenes. Con un eslogan, diría que, a nivel educativo, vivimos en una cultura del «sí, siempre» y del «no, jamás». Pero es el «no» pronunciado con amorosa pasión por el hombre y su futuro el que a menudo traza la línea entre el bien y el mal; límite que en la edad evolutiva es fundamental para la construcción de una identidad personal sólida. Por una parte estoy convencido de que, ante la emergencia las diversidades se atenúan, y por lo tanto en el plano educativo podemos verdaderamente encontrar una mesa común con quien libremente no se declara creyente en sentido propio; por otra, me pregunto, ¿por qué nosotros, Iglesia, que tanto hemos escrito, pensado y vivido acerca de la educación como formación en el recto uso de la libertad -como usted dice--, no logramos transmitir este objetivo educativo? ¿Por qué parecemos, en término medio, tan poco liberados y liberadores?
* * *
[Benedicto XVI:]
Gracias por este reflejo de sus experiencias en la escuela actual, de los jóvenes de hoy, también por estas preguntas de autocrítica para nosotros. En este momento sólo puedo confirmar que me parece muy importante que la Iglesia esté presente también en la escuela, porque una educación que no es a la vez educación con Dios y presencia de Dios, una educación que no transmite los grandes valores éticos que han aparecido en la luz de Cristo, no es educación. Jamás basta una formación profesional sin formación del corazón. Y el corazón no puede formarse sin, al menos, el desafío de la presencia de Dios. Sabemos que muchos jóvenes viven en ambientes, en situaciones que les hacen inaccesibles la luz y la Palabra de Dios; están en situaciones de vida que representan una verdadera esclavitud, no sólo exterior, sino que provoca una esclavitud intelectual que oscurece en verdad el corazón y la mente. Intentemos con cuanto está al alcance de la Iglesia ofrecerles también a ellos una posibilidad de salida. Pero, en cualquier caso, hagamos que en este variado ambiente de la escuela -donde se va desde los creyentes hasta las situaciones más tristes-- esté presente la Palabra de Dios. Es lo que hemos dicho de san Pablo, que quería hacer llegar el Evangelio a todos. Este imperativo del Señor -el Evangelio debe ser anunciado a todos-- no es un imperativo diacrónico, no es un imperativo continental, de que en todas las culturas se anuncie en primera línea; sino un imperativo interior, en el sentido de entrar en los distintos matices y dimensiones de una sociedad para hacer más accesible, al menos un poco, la luz del Evangelio; que se anuncie realmente a todos el Evangelio.
Y me parece también un aspecto de la formación cultural hoy. Conocer qué es la fe cristiana que ha formado este continente y que es una luz para todos los continentes. Los modos en que se puede hacer presente y accesible al máximo esta luz son diversos y soy consciente de que no tengo una receta para esto; pero la necesidad de ofrecerse a esta aventura, bella y difícil, es realmente un elemento del imperativo del Evangelio mismo. Roguemos para que el Señor nos ayude a responder a este imperativo de hacer que llegue a todas las dimensiones de nuestra sociedad su conocimiento, el conocimiento de su rostro.
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Traducción del original italiano por Marta Lago
Testimonio: Ser toda tuya, y sólo tuya, Señor / Autora: Soledad Pérez de Ayala Becerril
Vive su vida cristiana como congregante mariana de la Congregación Mariana “Mater Salvatoris”.
Ser toda tuya y sólo tuya
Yo buscaba: buscaba la Verdad, en la Eucaristía, en todo lo que es de Él, en la Iglesia, en los sacerdotes, en mi Congregación Mariana. En realidad , le buscaba sólo a Él, a Cristo. Empecé a decirle que quería ser toda suya, y sólo suya. No del mundo, no de la vanidad. Esto es fácil de desear, pero difícil de llevar a cabo porque el mundo te arrastra. Pero a través de la enfermedad, que me obligó a renunciar a tantas cosas –mi imagen, mi trabajo, mis fuerzas- me fui haciendo más a Él. A medida que yo renunciaba a alguna criatura, Él se hacía más fuerte en mi corazón.
Con la ayuda del Señor, de la Virgen María y de toda mi familia, fui encajando el sufrimiento de la debilidad, las llagas, el hospital, y todas las molestias derivadas de la medicación. Al principio tenía miedo a la Cruz, y ese miedo me hacía sufrir más que la propia enfermedad. A menudo me había preguntado, antes de la enfermedad, por qué tantos hombres y mujeres padecen en el mundo, haciéndose partícipes de la Cruz, y yo tenía una vida cómoda. Al entrar a formar parte de los que sufren, me sentí parte del Pueblo del Señor.
Siendo débil en el Señor, notaba más su fortaleza en mí. Entonces se me pasó el miedo. El sufrimiento es superado por el Amor, y al sufrir con Cristo, nos hacemos partícipes de su Amor. Yo le decía al Señor que si me daba fuerzas, saldría de mí misma, le amaría más y también a mi gente. Al mismo tiempo, en el amor de los otros hacia mí, sobre todo en el de mi marido, descubrí el Amor desbordante del Señor. Mi familia se volcó conmigo. Mucha gente me llamó para decirme que rezaba por mí. Yo ofrecía mis dificultades por todos ellos. Así se formó un círculo de oración y de gracia. En los momentos más duros, sólo mi Madre del cielo me ha podido ayudar. Ella, María, me ha aligerado esa carga que cae pesadísima sobre los hombros; Ella sola me ha deshecho el nudo de la garganta, y me ha hecho ver que esto es un encuentro con su Hijo, gracias al cual yo también puedo entonar mi pequeño Magnificat.
El Señor cuenta con nosotros
En Febrero de 2007 me dieron de alta –no definitiva, pero muy esperanzadora- por lo que hicimos planes nuevos. En Junio me detectaron una metástasis en los huesos. La cosa estaba clara: el Señor quería seguir contando conmigo. Mis planes de trabajo y estudio se cayeron. Los planes del Señor, sin embargo, siguieron adelante. Y me hice la siguiente reflexión: ¿qué vida es mejor: la que yo había pensado o la que me impone la enfermedad? La respuesta es que una no es mejor que la otra, pues la bondad no está en lo que se haga, sino en cómo se haga, y sobre todo de Quién vayas acompañado. He visto que de mis cuarenta años, el último ha sido especialmente dulce porque he contado de una forma sorprendente con la presencia de Cristo en mi vida diaria. Y he llegado a preguntarme si debo desear sanar, pues la dulzura de estar con Él me hace pensar en la vida eterna. En la enfermedad siento que el Maestro está conmigo, viviendo los momentos difíciles, y yo con Él participando así de su Cruz. Por eso, la enfermedad es dulce, pues le tengo a Él, le he descubierto a Él en mí. Y yo empiezo a vivir aquí en la tierra, sin mérito mío, las dulzuras de estar con Él en el cielo.
Alegría y ganas de vivir
Yo pensaba, antes de la enfermedad, que la vida era un valle de lágrimas. Desde que estoy enferma, me han entrado unas ansias irresistibles de vivir, de transmitir la alegría que me da sentirme amada por el mismo Dios. Claro que ahora vivo de otra manera, pues tengo al Maestro más cerca. Le pido al Señor que me enseñe a vivir el día, sabiendo que no sé si cuento con el mañana. La respuesta, como siempre, está en el amor. Después de tantos años de ejercicios espirituales, de meditar el Principio y fundamento, me han tenido que atar a una camilla de hospital para entender que un minuto de cansancio extremo, o de simplemente mirar el horizonte, dan gloria a Dios si se ofrecen por amor; que el objetivo de la vida no es ganar dinero, ni una vida exitosa, sino amar, amar, amar, y dejarme amar, dejarme amar, dejarme amar. Y confiar, vivir el día, vivir en cristiano, y transmitir a mi gente, en esta sociedad occidental tan triste y materializada, la alegría del Crucificado (por eso sonríe el Cristo de Javier).
Vivir la enfermedad cerca de la Trinidad
A lo largo de estos meses, he descubierto cómo cada una de las Personas Divinas de la Santísima Trinidad me cobija, me quiere, en la enfermedad de una forma distinta. Entre ellas cubren unas funciones de forma amorosa, y si las escucho a las Tres, la angustia desaparece y se abren camino la paz y la alegría. En Dios Padre, vivo la confianza de saber que Él es mi Padre, que me ha creado, que es todo Poder, todo Saber y todo Bondad, y que por lo tanto no puede haber ningún resquicio de vida ni circunstancia familiar que Él no haya previsto en sus planes de Amor. En Cristo, tengo el único y mejor Maestro de vida, con el que me encuentro a diario en la Eucaristía. Él me va enseñando el camino. En el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, pongo la esperanza de que me sostendrá y me inspirará, como lo viene haciendo, la paz y la alegría de saberme Hija de Dios. A mi Dios, Uno y Trino, por intercesión de la Virgen María, Madre del Salvador, le pido me dé fuerzas, me sostenga y me ayude a ser humilde ante Él.
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Fuente: Magnificat del día 11 de febrero de 2008
Revelan cómo Pío IX decidió proclamar dogma de la Inmaculada Concepción
VATICANO, 12 Feb. 08 /(ACI).- El experto en la vida del Beato Papa Pío IX, Francesco Guglietta, reveló en un artículo publicado por L'Osservatore Romano, cómo el Pontífice decidió consultar a los obispos del mundo para proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción el 8 de diciembre de 1854.
Guglietta señala que la revolución que terminó con la proclamación de la "República Romana" en 1848 y forzó al Papa a refugiarse durante nueve meses en Gaeta –la ciudad marítima entre Roma y Nápoles-, tuvo un efecto profundo en el Pontífice, que como el Cardenal Giovanni Maria Mastai Ferretti, había simpatizado abiertamente con los movimientos revolucionarios europeos.
"En este lapso de tiempo, en efecto, Pío IX perdió progresivamente confianza en los procesos de 'revolución' que tenían lugar en Europa y tomó distancia del ambiente católico liberal, comenzando a ver en el movimiento de insurrección, así como en la 'modernidad' de entonces, una peligrosa insidia para la vida de la Iglesia", escribe Guglietta.
El experto señala que "comprender lo que aconteció en la forma de pensar de Pío IX en Gaeta tiene una relevancia histórica notable", que sigue siendo "una investigación aún poco explorada".
Sin embargo, dice el historiador, sí consta que el tiempo del Papa en Gaeta fue fundamental para la decisión de proclamar el dogma mariano de la Inmaculada Concepción.
"De manera un poco romántica en Gaeta, la tradición oral narra que fue la prolongada oración del Beato Pío IX frente a la imagen de la Inmaculada Concepción de Scipione Pulzone conservada en la espléndida Capilla de Oro del complejo de la 'Annunziata', la que lo convenció de la bondad y fundamento del dogma mariano", dice Guglietta.
Sin embargo, más relevante históricamente es un episodio relatado por el historiador y catedrático francés Louis Baunard.
Baunard "narra de Pío IX que contemplando el mar agitado de Gaeta escuchó y meditó las palabras del Cardenal Luigi Lambruschini: 'Beatísimo Padre, Usted no podrá curar el mundo sino con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Solo esta definición dogmática podrá restablecer el sentido de las verdades cristianas y retraer las inteligencias de las sendas del naturalismo en las que se pierden'".
Según Guglietta, el tema del naturalismo, que despreciaba toda verdad sobrenatural, podría considerarse como "la cuestión de fondo" que impulsó al Papa a la proclamación del dogma. "La afirmación de la Concepción Inmaculada de la Virgen ponía sólidas bases para afirmar y consolidar la certeza de la primacía de la gracia y de la obra de la Providencia en la vida de los hombres".
El historiador señala que Pío IX, pese a su entusiasmo, acogió la idea de realizar una consulta con el episcopado mundial, que expresó su parecer positivo, y llevó finalmente a la proclamación del dogma.
Lo que verdaderamente dijo el Papa sobre el Infierno / Autor: Sandro Magister
VATICANO, 11 Feb. 08 / 08:58 am (ACI).- Diversos medios de prensa recogieron versiones parciales de las respuestas que el Papa Benedicto XVI dio a los párrocos de Roma, uno de los cuales preguntó sobre el juicio final y la posibilidad del infierno.
En respuesta a los recuentos periodísticos parciales, incluso algunos de ellos estableciendo una supuesta "contradicción" entre las enseñanzas de Benedicto XVI y Juan Pablo II sobre este tema, el Vaticanista del diario L'Espresso, Sandro Magister ha reproducido textualmente lo que el Pontífice respondió a cada una de las preguntas.
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También este año el Papa Benedicto XVI se ha reunido con los sacerdotes y diáconos de Roma para la tradicional cita de comienzo de Cuaresma.
Y también esta vez ha respondido, improvisando, a sus preguntas.
El encuentro se ha llevado a cabo a puertas cerradas, la mañana del jueves 7 de febrero en el Aula de las Bendiciones, que se encuentra debajo de la entrada a la Basílica del Vaticano. Diez han sido las preguntas que le fueron formuladas, sobre la misma cantidad de argumentos.
Por ejemplo, un sacerdote de la India que volverá pronto a su patria, le preguntó al Papa por qué y cómo evangelizar a los indios, si ya "el Concilio Vaticano II dice que hay una semilla de luz también en las otras confesiones".
Otro sacerdote ha preguntado: “'Cómo educar para la investigación y para la contemplación de esa verdadera belleza que, como afirmaba Dostoievsky, salvará al mundo?".
Otro ha denunciado el silencio que hay en torno a las verdades últimas: el juicio, el infierno, el paraíso. Ha lamentado que "en los catecismos de la Conferencia Episcopal italiana, utilizados para la enseñanza de nuestra fe a los jóvenes, no se habla más del infierno, tampoco del purgatorio, una sola vez del paraíso, una sola vez del pecado, pero sólo en referencia al pecado original". Y ha preguntado: "Al faltar estas partes esenciales del Credo, 'no Le parece que se destruye el dogma dela redención de Cristo?".
También otro, que había ido a Loreto con los jóvenes de su parroquia, para la vigilia y la Misa con Benedicto XVI, ha dicho que ha encontrado "una cierta distancia entre el Papa y los jóvenes" y una separación todavía más pronunciada entre la solemnidad de la Misa y el sentimiento de participación de los centenares de miles de jóvenes allí reunidos. Concluyó con la pregunta: "'Cómo conciliar el tesoro de la liturgia en toda su solemnidad, con el sentimiento, el afecto y la emotividad de las masas de jóvenes llamados a participar en ella?".
A continuación publicamos el texto integro de dos de las diez respuestas del Papa.
La de la verdad olvidada respecto al juicio final, al infierno y al paraíso.
Y la de los problemas planteados por las Misas celebradas con grandes multitudes.
Al igual que en anteriores ocasiones similares, al improvisar sus respuestas Benedicto XVI hace aflorar en forma de lo más transparente sus pensamientos y sentimientos personales.
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Juicio final, infierno, paraíso. Las verdades que hay que retomar
P. – ¿Al faltar estas partes esenciales del Credo, 'no Le parece que se derrumba el dogma de la redención de Cristo?
R. – Usted ha mencionado justamente temas fundamentales de la fe que, lamentablemente, aparecen raras veces en nuestra predicación. En la encíclica "Spe salvi" he querido hablar también del juicio último y universal, y en este contexto también del purgatorio, del infierno y del paraíso. Pienso que todos nosotros estamos golpeados todavía por la objeción de los marxistas, según la cual los cristianos solamente han hablado del más allá y han descuidado la tierra. Por eso queremos demostrar que realmente nos esforzamos por las cosas de la tierra y no somos personas que hablan de realidades lejanas que no ayudan a resolver los problemas de la tierra.
Ahora bien, si bien es justo mostrar que los cristianos trabajan por la tierra — y todos nosotros estamos llamados a trabajar para que esta tierra sea realmente una ciudad para Dios y de Dios —, no debemos olvidar la otra dimensión. Si no la tenemos en cuenta, no trabajamos bien para la tierra.
Mostrar esto ha sido para mí una de las metas fundamentales al escribir la encíclica. Cuando no se conoce el juicio de Dios, cuando no se conoce la posibilidad del infierno, del fracaso radical y definitivo de la vida, no se conoce la posibilidad y la necesidad de la purificación. Entonces el hombre no trabaja bien para la tierra, porque en definitiva pierde los criterios, no se conoce más a sí mismo al no conocer a Dios, y destruye la tierra. Todas las grandes ideologías han prometido: tomaremos las cosas en nuestras manos, no descuidaremos más la tierra, crearemos el mundo nuevo, justo, correcto y fraterno. Pero por el contrario, han destruido el mundo. Lo vemos con el nazismo, lo vemos también con el comunismo, los que han prometido construir el mundo tal como debería haber sido y que, por el contrario, han destruido el mundo.
En las visitas "ad limina" de los obispos de los países ex-comunistas, veo siempre de nuevo como en esas tierras han quedado destruidos no sólo el planeta y la ecología, sino sobre todo y más gravemente las almas. Reencontrar la conciencia verdaderamente humana, iluminada por la presencia de Dios, es el primer trabajo de reedificación de la tierra. Ésta es la experiencia común de esos países. La reedificación de la tierra, respetando el grito de sufrimiento de este planeta, se puede realizar solamente reencontrando a Dios en el alma, con los ojos abiertos hacia Dios.
Por eso, usted tiene razón: debemos hablar de todo esto, precisamente por la responsabilidad que tenemos respecto a la tierra y respecto a los hombres que hoy viven en ella. Debemos hablar también y precisamente del pecado como posibilidad de destruirnos a nosotros mismos y de este modo a todas las otras cosas de la tierra.
En la encíclica he buscado demostrar que justamente el juicio último de Dios garantiza la justicia. Todos queremos un mundo justo, pero no podemos reparar todas las destrucciones del pasado, todas las personas injustamente atormentadas y asesinadas. Sólo Dios mismo puede crear la justicia, la cual debe ser justicia para todos, también para los muertos. Y, como dice Adorno, un gran marxista, sólo la resurrección de la carne – a la que él considera irreal – podría crear justicia. Nosotros creemos en esta resurrección de la carne, en la que no todos serán iguales.
Hoy se ha tornado habitual pensar: 'qué es el pecado? Dios es grande, nos conoce, en consecuencia el pecado no cuenta, al final Dios será bueno con todos. Ésta es una bella esperanza, pero existe la justicia y existe la culpa verdadera. Los que han destruido al hombre y a la tierra no pueden sentarse imprevistamente en la mesa de Dios, junto con sus víctimas.
Dios crea justicia. Debemos tenerlo presente. Por eso me pareció importante escribir en la encíclica también sobre el purgatorio, que para mí es una verdad tan obvia, tan evidente y también tan necesaria y consoladora, que no puede faltar.
He intentado decir: quizás no sean tantos los que se han destruido de este modo y que son insanables para siempre, quienes no tienen más algún elemento sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios, ya que no tienen más en sí mismos un mínimo de capacidad para amar. Esto sería el infierno.
Por otra parte, son ciertamente pocos – o mejor dicho, no demasiados – los que son tan puros como para poder entrar inmediatamente en comunión con Dios.
Muchísimos de nosotros esperamos que haya algo sanable en nosotros, que haya en nosotros una voluntad última de servir a Dios y de servir a los hombres, de vivir como Dios quiere. Pero hay tantas y tantas heridas, tanta inmundicia. Tenemos necesidad de estar preparados, de ser purificados. Ésta es nuestra esperanza: a pesar de la inmundicia que haya en nuestra alma, al final el Señor nos da la posibilidad, nos lava finalmente con su bondad, la cual viene de su cruz. De este modo, nos hace capaces de estar eternamente con Él.
En este sentido, el paraíso es la esperanza, es la justicia finalmente realizada. Y nos da también los criterios para vivir, para que este tiempo sea de alguna manera el paraíso, o bien que sea una primera luz del paraíso. Donde los hombres viven según estos criterios, aparece un poco del paraíso en el mundo, lo cual es visible.
Me parece también una demostración de la verdad de la fe, de la necesidad de seguir la senda de los mandamientos, de los cuales debemos hablar más. Éstos son realmente indicadores del camino y nos muestran cómo vivir bien, cómo elegir la vida. Por eso debemos hablar también del pecado y del sacramento del perdón y de la reconciliación. Un hombre sincero sabe que es culpable, que debería recomenzar, que debería ser purificado. Ésta es la realidad maravillosa que nos ofrece el Señor:hay una posibilidad de renovación, de ser [hombres] nuevos. El Señor comienza con nosotros de nuevo, y de este modo nosotros podemos recomenzar también con los otros en nuestra vida.
Este aspecto de la renovación, de la restitución de nuestro ser después de tantas equivocaciones, después de tantos pecados, es la gran promesa y el gran don que ofrece la Iglesia, y que la psicoterapia, por ejemplo, no puede ofrecer. La psicoterapia está hoy tan difundida y es también tan necesaria frente a tantas psiquis destruidas o gravemente heridas. Pero las posibilidades de la psicoterapia son muy limitadas: solamente puede buscar equilibrar un poco al alma desequilibrada, pero no puede ofrecer una verdadera renovación, una superación de estas graves enfermedades del alma. Por eso permanece siempre como una solución provisoria, jamás es definitiva.
El sacramento de la penitencia nos da la ocasión de renovarnos a fondo con la fuerza de Dios — "ego te absolvo" — que es posible porque Cristo ha cargado sobre sus espaldas estos pecados y estas culpas. Me parece que esto es hoy justamente una gran necesidad: que podamos ser sanados nuevamente. Las almas que están heridas y enfermas, como lo constata la experiencia de todos, tienen necesidad no sólo de consejos, sino de una verdadera renovación que sólo puede venir del poder de Dios, del poder del Amor crucificado. Me parece que éste es el gran nexo de los misterios que en definitiva inciden realmente en nuestra vida. Nosotros mismos debemos volver a meditarlos y, de este modo, hacerlos llegar de nuevo a nuestra gente.
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Las misas celebradas con grandes multitudes. Los pro y los contra
P. – ¿Cómo conciliar el tesoro de la liturgia en toda su solemnidad, con el sentimiento, el afecto y la emotividad de las masas de jóvenes llamados a participar en ella?
R. – Es un gran problema el de las liturgias en las que participan numerosísimas personas. Recuerdo que en 1960, durante el Gran Congreso Eucarístico internacional de Münich, se intentó dar una nueva fisonomía a los congresos eucarísticos, los que hasta entonces habían sido solamente actos de adoración. Se quería poner en el centro la celebración de la Eucaristía como acto de la presencia del misterio celebrado.
Pero inmediatamente surgió la pregunta respecto a de qué modo era posible hacerlo de esa manera. Se decía que adorar se puede hacerlo también a la distancia, pero para celebrar es necesaria una comunidad limitada que pueda interactuar con el misterio, es decir, una comunidad que debe ser asamblea en torno a la celebración del misterio.
Muchos eran contrarios a la celebración de la Eucaristía a cielo abierto, con cientos de miles de personas. Decían que no era posible, justamente por la estructura misma de la Eucaristía, que exige la comunidad para la comunión. También había grandes personalidades, muy respetables, que eran contrarias a esta solución.
Pero luego el profesor Jungmann, gran liturgista, uno de los grandes arquitectos de la reforma litúrgica, creó el concepto de "statio orbis", es decir, se volvió hacia la "statio Romae", donde precisamente en el tiempo de Cuaresma los fieles se reunían en un punto, la "statio", como soldados de Cristo, y luego iban juntos a la Eucaristía. Él ha dicho que si aquélla era la "statio" de la ciudad de Roma, el lugar donde se reunía la ciudad de Roma, entonces la Eucaristía es la "statio orbis", el lugar en el que se reúne el mundo.
Es desde ese momento que tenemos las celebraciones eucarísticas con la participación multitudinaria. Debo decir que para mí subsiste un problema, porque la comunión concreta en la celebración es fundamental, en consecuencia no veo que se haya encontrado realmente la respuesta definitiva. También en el Sínodo pasado he hecho suscitar esta pregunta, a la que todavía no le he encontrado respuesta.
También he hecho otra pregunta, sobre la concelebración masiva: por qué, por ejemplo, concelebran miles de sacerdotes, si no se sabe si ésa es la estructura querida por el Señor. Éstas son preguntas. Así se le ha presentado a usted, en Loreto, la dificultad para participar en una celebración masiva durante la cual no es posible que todos participen de la misma manera. En consecuencia, se debe elegir un cierto estilo para conservar esa dignidad que es siempre necesaria para la Eucaristía; la comunidad no es uniforme y la experiencia de la participación en el acontecimiento es diferente; para algunos es ciertamente insuficiente. Pero en Loreto la cosa no ha dependido de mí, sino más que nada de los que se han ocupado de la preparación.
Es por eso que debe reflexionar bien sobre qué es lo que hay que hacer en estas situaciones [...]. Subsiste el problema fundamental, pero me parece que si se sabe qué es la Eucaristía, aunque no se tenga la posibilidad de una actividad exterior que se desearía para sentirse copartícipe, si se ingresa en ella con el corazón, tal como afirma el antiguo imperativo de la Iglesia, formulado quizás justamente para los que estaban detrás de la basílica: “¡Arriba los corazones! Ahora todos salimos de nosotros mismos, así todos estamos con el Señor y estamos juntos”. No niego el problema, pero si hacemos realidad esta frase - "Arriba los corazones" – todos encontraremos la verdadera participación activa, también en las situaciones difíciles y a veces discutibles.
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Traducción en español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina.
Dominicas en Cuba: La oración libera / Autor: Eduardo Quiñones García
El convento se fundó el 29 de abril de 1688, en La Habana. Las primeras monjas no fueron extranjeras, sino nacidas en Cuba. Quisieron ser religiosas, pero no había cupo en el único monasterio existente. Fundaron un monasterio bajo la advocación de Santa Catalina de Siena, en la Orden de Monjas Dominicas. Cuando la Habana se hizo muy bulliciosa se trasladó a El Vedado. Desde 1984, están en el edificio actual, en una de las zonas de expansión de La Habana.
En él residen siete monjas: dos cubanas, dos mexicanas y tres colombianas. Además de la vida de oración, se dedican a confeccionar y bordar objetos y ornamentos litúrgicos.
--Una joven que llega al convento, ¿tiene entre sus propósitos alcanzar la contemplación?
--Sor Yolanda: Sí. Pero esto no es como alcanzar un grado académico. Es sólo deshacerse de todo para ponerse a disposición de Dios, que da, ilumina y transforma. El da la fuerza y entonces es como un vaciarse de todo para que el Señor lo llene.
Santo Domingo no nos amarró a ningún método. Propuso un camino muy sencillo de oración. El decía: primero leer sobre las Sagradas Escrituras, el Oficio Divino, o lo que tuviera. De la lectura a la oración; de la oración a la meditación; y de la meditación a la contemplación. Ese fue el único método que nos dejó. Entonces, ahí se inicia la muchacha para que lea, profundice y haga sus peticiones, sus oraciones; que reflexione y así el Señor se le manifieste. La contemplación uno no la adquiere, sino que el Señor da la luz.
--Cuando alguna de ustedes siente el llamado espontáneo a hacer oración, a la contemplación ¿no interrumpe su labor?
--Sor Ofelia: No se interrumpe. Cuando uno vive en esa unión con Dios puede seguir con el trabajo, pero unido firmemente a Él. Yo puedo coser, limpiar, hacer todo lo que sea, pero no me voy de esa unión con Dios, que se vive en cada instante...
--Sor Yolanda: No es un momento para guardar en una gaveta; se debe vivir en ambiente de contemplación. ¡Y a veces el Señor habla más cuando estamos trabajando que cuando estamos orando...!
--Podemos decir entonces que no neutralizan ese llamado al recogimiento, sino que tratan de llevar una oración continua...
--Sor Ofelia: Así es. Una oración continua que se vive en cada momento, y en todo lo que se hace está Dios presente. Eso lo puedo decir por experiencia, que yo puedo estar limpiando o cocinando y siento al Señor ahí. ¡Todo lo que se hace es por amor a Dios!
--Sabemos que las palabras son insuficientes para explicar qué es la contemplación. ¿Cómo la describirían de acuerdo con su propia experiencia?
--Sor Ofelia: ¡Esa experiencia con Dios es algo tan personal! ¡Ese encuentro que es entre Dios y uno mismo, que se pierde uno en aquel silencio, en aquel tiempo, digamos, que Dios entra en nuestra alma, en nuestro corazón, para que Él haga lo que Él desea, y nosotros dejarnos en ese amor divino! Sin embargo, esa experiencia, esa contemplación, siempre he visto que... ¡no sólo se queda en mí, sino que hago partícipe a los demás, a mi propia comunidad, a todos los fieles, a todas las personas que conozco, que quiero y que no conozco; porque soy consciente de que esa experiencia llega a todo oído; porque lo he visto, lo he comprobado en el momento en que uno se deja amar por Dios! ¡Y ese amor divino no se puede expresar con palabras!
--Sor Yolanda: Cuando uno se inicia en el camino de la vida de oración, de lo primero que debemos darnos cuenta es de quién es uno: ¡un pecador! Que por sí mismo no puede nada y debe convencerse de eso. Porque siempre hay personas muy autosuficientes que se creen capaces de muchas cosas. Y el Señor les hace ver que uno no es nada; que todo lo tiene por Él. Entonces, ya una vez que uno está en esa entrega y búsqueda del Señor, ¡Él es quien se hace encontrar! Y se nos manifiesta de distintas maneras. Es decir, Dios es amor. Y cuando uno dice Dios es bueno, esto nos lleva a disfrutar del Señor sin abusar con presunción de la gracia de Dios. Yo creo que es un carácter de la espiritualidad dominicana el no quedarse disfrutando sólo de Dios. O sea, al entrar en contacto con Dios, entramos en contacto también con la humanidad, y sentimos ese deseo de que todos amen al Señor y se lo pedimos: ¡que todos lo adoren y alaben!
--Ustedes en la clausura se encuentran alejadas del mundo, pero ¡cuán cerca de él y del ser humano están, de sus dolores y esperanzas! ¿Qué testimonio pueden darnos de ello?
--Sor Yolanda: El Santo Padre Pablo VI, hablando de esa unión que tenemos las monjas espiritualmente con el mundo, decía que en los monasterios vibran en su más alta tensión todos los sentimientos, pasiones, deseos y necesidades de la humanidad. Yo creo que eso va en nuestra oración: vibramos lo más intensamente posible. Por eso es que somos generadores de la vida y de la gracia con la ayuda del Señor...
--¿Qué recomendarían a las jóvenes cristianas sin vocación para la vida conventual pero que sienten un vivo deseo de crecer en el espíritu y de amar a Dios en profundidad?
--Sor Yolanda: Pues que dediquen cada día un rato a su oración personal. Eso las va introduciendo en la vida de la virtud y las hace personas libres y dignas, que en realidad es la vocación cristiana: la dignidad suprema en Cristo.
--¿Cómo definirían sus vidas de clausura y la motivación para permanecer en ella? ¿Se sienten felices?
--Sor Ofelia: Yo me siento feliz en mi vocación; es como si fuera por primera vez. Para mí la vida en la clausura no es una rutina: es un amanecer diferente pues cada día tiene sus alegrías, tristezas y preocupaciones. Pero hay más felicidad. Cuando uno se entrega más a Dios y pasan los años -lo digo por experiencia- la clausura, la vida contemplativa ¡es un regalo de Dios!
--Sor Yolanda: Pienso igualmente que es un gran regalo de Dios la vida contemplativa, y que cada día es algo nuevo. No hay lugar para la rutina como creen las personas, porque diariamente hay cosas nuevas desde el encuentro con el Señor hasta lo que pueda suceder más adelante. También su presencia es novedad, es obra de su misericordia y amor infinitos en el mundo y entre nosotras... ¡Sí, puedo decirlo: soy también muy feliz...!