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jueves, 20 de junio de 2019

Doctora Gloria Polo, atravesada por un rayo quedó en paro cardiaco: “El purgatorio y el infierno existen, yo estuve allí”

sábado, 19 de diciembre de 2015

El padre Steven Scheier condenado por Cristo al infierno y salvado por la intercesión de la Virgen María en una experiencia cercana a la muerte


* En ese instante el sacerdote cuenta que escuchó una voz femenina intervenir: «Hijo, por favor, ¿puedes perdonar su vida y su alma inmortal?» Y el Señor Jesús contestó: «Él ha sido sacerdote por doce años para sí mismo y no para Mí. Dejemos que coseche el castigo que merece». Acto seguido, aquella dulce voz femenina replicó: «Pero Hijo, si le damos gracias especiales, entonces veamos si da frutos; si no, Hágase Tu Voluntad». Aún recuerda el sacerdote cuánto sintió el amor Misericordioso de Dios mientras escuchaba al Señor contestar: «Madre, es tuyo»

19 de diciembre de 2015.- (PortaLuz Camino católicoEl P. Steven Scheier sabe de primera mano lo difícil que es hacer una buena confesión. En su caso, lo que le reveló la gravedad del estado de su alma y la importancia de una verdadera contrición al confesarse fue una experiencia cercana a la muerte tras un accidente de coche en 1985, en la que sufrió una fractura del cuello y un corte cerebral. Fue entrevistado por la Madre Angélica en la EWTN el de 15 de abril de 1997 y durante su intervención da testimonio de lo que le sucedió. En el vídeo doblado al español se visualiza la entrevista completa.


viernes, 18 de septiembre de 2015

Katja Giammona, exitosa actriz alemana, lo deja todo y se consagra a Dios como eremita tras experimentar el infierno


* “Cristo me quería para Él, y quería que viviera y trabajara solo para Él y no para tener fama, para la tele y para el infierno”

* “Yo era una pecadora que ni siquiera se daba cuenta de serlo. Porque el mundo te repite que el pecado no existe”

* “Hay que estar preparados para dejarlo todo si Cristo llama como llamó al joven rico. Hay que dejar atrás lo viejo para enfrentar lo nuevo”

martes, 16 de octubre de 2012

Doce testimonios meditan el Credo de los apóstoles en el inicio del Año de la Fe y explican sus vivencias de relación con Dios en la vida cotidiana

16 de octubre de 2012.- (Alfa y Omega / Camino Católico) En medio del desierto espiritual -decía el Papa, al inaugurar el Año de la Fe-, «se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza»,personas comprometidas «en hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo».Ése es precisamente el sentido del testimonio de estas 12 personas, que comentan, que nos hablan del Creo en sus propias vidas:
Javier Igea, Ignacio Carbajosa y Eduardo Toraño, sacerdotes, Eduard Forcada, seminarista, Jesús Calvillo, Hermano Mayor de Nuestra Señora de las Mercedes de Puerta Real (Sevilla), Jesús García, periodista de Ayuda a la Iglesia Necesitada, Susana Parra, filóloga, Mónica Vidal Liy, economista, Gema Martínez, administrativa, Gonzalo Ochoa, comercial, Irene Sánchez-Prieto, madre de familia, y Teresa Plaza, Cuidados Paliativos a Domicilio Hospital Centro de Cuidados Laguna.

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jueves, 10 de septiembre de 2009

Cielo e infierno / Autora: Rebeca Reynaud

10 de septiembre de 2009.-Mientras yo viva, Dios tiene misericordia, una vez que yo muera, encuentro la justicia del Señor. Lo que realmente importa es llegar al Cielo y ser felices por la eternidad; para ello hay que pasar por trabajos, tribulaciones y pruebas ya que no estamos en el paraíso terrenal sino en pleno campo de batalla. El libro del Apocalipsis dice que los que están delante del Cordero, esto es, de Jesús “son los que han venido de una tribulación grande, y lavaron sus vestiduras y las blanquearon con la sangre del Cordero” (Apoc 7,14); es decir, los que confesaron sus pecados con verdadero arrepentimiento. Leer más...

lunes, 2 de febrero de 2009

El demonio como instrumento de santificación
/ Autor: P. José Antonio Fortea
2 de febrero de 2009.-
Conferencia del P. José Antonio Fortea, (Barbastro, España, 1968) sacerdote y teólogo especializado en demonología. Este video es una edición de un podcast (audio para escuchar en linea), en el cual nos habla del demonio, el infierno, la posesión, el exorcismo y el mal in genere. El Padre Fortea es autor de varios libros sobre posesión y exorcismo. Ver vídeo-audio..

viernes, 14 de marzo de 2008

El infierno es estar solo / Autor: Joseph Ratzinger

Texto inédito de Benedicto XVI

El infierno son los otros: la conocida frase de Sartre resume como pocas el vacío y el nihilismo modernos. En 1968, en la época en que el autor francés desarrolló su obra, un joven teólogo alemán, Joseph Ratzinger, pronunciaba en Munich una conferencia en la que defendía lo contrario: El infierno es estar solo. Ahora, sus palabras forman parte del libro Perché siamo ancora nella Chiesa (Por qué estamos aún en la Iglesia), recién publicado en Italia, con lecciones y textos inéditos de Benedicto XVI.

El artículo del Credo sobre el descenso del Señor a los infiernos nos recuerda que, de la revelación cristiana, forma parte no sólo el hablar de Dios, sino también su callar. Dios no sólo es la palabra comprensible, que se acerca a nosotros; también es la causa callada e inaccesible, incomprendida e incomprensible, huidiza. Ciertamente, en el cristianismo hay una primacía del logos, de la palabra con respecto al silencio: Dios ha hablado, Dios es la Palabra. Pero tampoco debemos olvidarnos del verdadero escondimiento de Dios. Sólo cuando lo hemos conocido como silencio, podemos esperar oír también su hablar, que emana de su silencio. La cristolog ía culmina en la Cruz, el momento de la tangibilidad del amor divino, en la muerte, en el silencio y en la oscuridad. En el grito de muerte de Jesús: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?", el secreto de Su descenso a los infiernos se hace visible como una lámpara en medio de la noche. No debemos olvidar que esta frase del Crucificado es el verso inicial de una oración de Israel, en la cual se resume de modo impresionante la necesidad y la esperanza del pueblo elegido de Dios, en apariencia profundamente abandonado por Él. Esta oración presentada como un grito en medio de la oscuridad de Dios acaba con una exaltación de Su grandeza.

El más terrible miedo y el más tremendo sufrimiento para el hombre

Se ha dicho que, en este artículo de fe, el término infierno sería sólo una traducción errónea de sheol (en griego: hades), palabra con la cual el hebreo definía aquella condición más allá de la muerte, que se imaginaba de un modo muy vago, como una especie de existencia en la sombra, más un no-ser que un ser. Por tanto, la frase habría significado originalmente que Jesús entró en el sheol, o sea que murió. Puede que esto sea verdad. Pero permanece la cuestión de qué es verdaderamente la muerte y qué sucede después, cuando alguien muere y penetra en el destino de la muerte. Todos nosotros debemos admitir nuestro embarazo ante esta pregunta. Pero quizá podríamos intentar un acercamiento partiendo del grito de Jesús. En esta última oración, así como en la escena del Monte de los Olivos, parece que el núcleo más profundo de su Pasión no es el dolor físico, sino su soledad radical, su completo abandono. En este punto aparece verdaderamente el abismo de la soledad del hombre como tal, del hombre que en lo más íntimo está solo. Esta soledad, que por lo general es cubierta de muchos modos, significa al mismo tiempo la más profunda contradicción en la esencia del ser humano, que no puede permanecer solo, sino que tiene necesidad de comunión. Por tanto, la soledad es la esfera del miedo. Aclarémoslo con un ejemplo. Si un niño debe caminar solo por un bosque en mitad de la noche, tiene miedo, también aunque se le haya demostrado que no tiene nada de lo que temer. En el momento en que está solo en la oscuridad y siente la soledad de manera radical, surge el miedo, el verdadero miedo del hombre, que no es miedo de algo, sino un miedo en sí mismo. El temor hacia algo determinado es, a fin de cuentas, algo inocuo; puede ser exorcizado alejando el objeto en cuestión. Lo que aquí tenemos es algo más profundo: el hecho de que el hombre, cuando encara la soledad definitiva, no tiene miedo de algo determinado, sino que tiene miedo de la soledad, de la inquietud y de la suspensión de la propia esencia, algo que no puede ser superado racionalmente. Es el estar a solas con la muerte, la siniestra sensación de la soledad en sí misma.

Cristo y la muerte

Debemos preguntarnos cómo puede ser superado un miedo así. El niño perderá su miedo en el momento en que haya una mano que lo tome y lo conduzca. También aquel que esté a solas con la muerte sentirá decrecer el impulso del miedo si alguien está con él. Debemos ir un poco más allá. Si existiese una soledad tal que ninguna palabra de otro pudiese llegar y tener un efecto transformante; si hubiese una suspensión de la existencia tan grave que en ese lugar no pudiera haber ningún tú, entonces tendría lugar esa verdadera y total soledad que el teólogo llama infierno. Lo que significa este término podemos definirlo precisamente así: una soledad en la cual no puede penetrar la palabra del amor, y que significa la verdadera suspensión de la existencia. En este contexto, es preciso recordar que los poetas y los filósofos de nuestro tiempo están convencidos de que todos los encuentros entre los hombres permanecen, sustancialmente, en la superficie; nadie tendría acceso a la verdadera profundidad del otro. Todo encuentro, aunque pueda parecer bello, a fin de cuentas no haría otra cosa que narcotizar la incurable herida de la soledad. En lo más íntimo y profundo de cada uno de nosotros habitaría el infierno, la desesperación, la soledad, que es tan indefinible como terrible. Sartre ha constituido su antropología sobre esta idea.

De hecho, una cosa es cierta. Hay una noche a cuyo abandono no llega ninguna voz; hay una puerta que podemos atravesar sólo en soledad: la puerta de la muerte. La muerte es la soledad por antonomasia. Pero aquella soledad en la cual el amor no puede penetrar es el infierno. Con esto nos situamos de nuevo en nuestro punto de partida. Cristo ha atravesado la puerta de nuestra última soledad; en su Pasión ha entrado en el abismo de nuestro ser abandonado. Allí donde no se puede escuchar ninguna voz, allí está Él. De este modo, el infierno está superado; o mejor: la muerte, que antes era el infierno, ya no lo es más. Ambas cosas no son ya lo mismo, porque en el corazón de la muerte está la vida, porque el amor habita en su corazón. El infierno es, o una clausura voluntaria o, como dice la Biblia, la segunda muerte.

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Fuente: Alfa y Omega

sábado, 9 de febrero de 2008

Lo que verdaderamente dijo el Papa sobre el Infierno / Autor: Sandro Magister


VATICANO, 11 Feb. 08 / 08:58 am (ACI).- Diversos medios de prensa recogieron versiones parciales de las respuestas que el Papa Benedicto XVI dio a los párrocos de Roma, uno de los cuales preguntó sobre el juicio final y la posibilidad del infierno.

En respuesta a los recuentos periodísticos parciales, incluso algunos de ellos estableciendo una supuesta "contradicción" entre las enseñanzas de Benedicto XVI y Juan Pablo II sobre este tema, el Vaticanista del diario L'Espresso, Sandro Magister ha reproducido textualmente lo que el Pontífice respondió a cada una de las preguntas.

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También este año el Papa Benedicto XVI se ha reunido con los sacerdotes y diáconos de Roma para la tradicional cita de comienzo de Cuaresma.

Y también esta vez ha respondido, improvisando, a sus preguntas.

El encuentro se ha llevado a cabo a puertas cerradas, la mañana del jueves 7 de febrero en el Aula de las Bendiciones, que se encuentra debajo de la entrada a la Basílica del Vaticano. Diez han sido las preguntas que le fueron formuladas, sobre la misma cantidad de argumentos.

Por ejemplo, un sacerdote de la India que volverá pronto a su patria, le preguntó al Papa por qué y cómo evangelizar a los indios, si ya "el Concilio Vaticano II dice que hay una semilla de luz también en las otras confesiones".

Otro sacerdote ha preguntado: “'Cómo educar para la investigación y para la contemplación de esa verdadera belleza que, como afirmaba Dostoievsky, salvará al mundo?".

Otro ha denunciado el silencio que hay en torno a las verdades últimas: el juicio, el infierno, el paraíso. Ha lamentado que "en los catecismos de la Conferencia Episcopal italiana, utilizados para la enseñanza de nuestra fe a los jóvenes, no se habla más del infierno, tampoco del purgatorio, una sola vez del paraíso, una sola vez del pecado, pero sólo en referencia al pecado original". Y ha preguntado: "Al faltar estas partes esenciales del Credo, 'no Le parece que se destruye el dogma dela redención de Cristo?".

También otro, que había ido a Loreto con los jóvenes de su parroquia, para la vigilia y la Misa con Benedicto XVI, ha dicho que ha encontrado "una cierta distancia entre el Papa y los jóvenes" y una separación todavía más pronunciada entre la solemnidad de la Misa y el sentimiento de participación de los centenares de miles de jóvenes allí reunidos. Concluyó con la pregunta: "'Cómo conciliar el tesoro de la liturgia en toda su solemnidad, con el sentimiento, el afecto y la emotividad de las masas de jóvenes llamados a participar en ella?".

A continuación publicamos el texto integro de dos de las diez respuestas del Papa.

La de la verdad olvidada respecto al juicio final, al infierno y al paraíso.

Y la de los problemas planteados por las Misas celebradas con grandes multitudes.

Al igual que en anteriores ocasiones similares, al improvisar sus respuestas Benedicto XVI hace aflorar en forma de lo más transparente sus pensamientos y sentimientos personales.


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Juicio final, infierno, paraíso. Las verdades que hay que retomar

P. – ¿Al faltar estas partes esenciales del Credo, 'no Le parece que se derrumba el dogma de la redención de Cristo?

R. – Usted ha mencionado justamente temas fundamentales de la fe que, lamentablemente, aparecen raras veces en nuestra predicación. En la encíclica "Spe salvi" he querido hablar también del juicio último y universal, y en este contexto también del purgatorio, del infierno y del paraíso. Pienso que todos nosotros estamos golpeados todavía por la objeción de los marxistas, según la cual los cristianos solamente han hablado del más allá y han descuidado la tierra. Por eso queremos demostrar que realmente nos esforzamos por las cosas de la tierra y no somos personas que hablan de realidades lejanas que no ayudan a resolver los problemas de la tierra.

Ahora bien, si bien es justo mostrar que los cristianos trabajan por la tierra — y todos nosotros estamos llamados a trabajar para que esta tierra sea realmente una ciudad para Dios y de Dios —, no debemos olvidar la otra dimensión. Si no la tenemos en cuenta, no trabajamos bien para la tierra.

Mostrar esto ha sido para mí una de las metas fundamentales al escribir la encíclica. Cuando no se conoce el juicio de Dios, cuando no se conoce la posibilidad del infierno, del fracaso radical y definitivo de la vida, no se conoce la posibilidad y la necesidad de la purificación. Entonces el hombre no trabaja bien para la tierra, porque en definitiva pierde los criterios, no se conoce más a sí mismo al no conocer a Dios, y destruye la tierra. Todas las grandes ideologías han prometido: tomaremos las cosas en nuestras manos, no descuidaremos más la tierra, crearemos el mundo nuevo, justo, correcto y fraterno. Pero por el contrario, han destruido el mundo. Lo vemos con el nazismo, lo vemos también con el comunismo, los que han prometido construir el mundo tal como debería haber sido y que, por el contrario, han destruido el mundo.

En las visitas "ad limina" de los obispos de los países ex-comunistas, veo siempre de nuevo como en esas tierras han quedado destruidos no sólo el planeta y la ecología, sino sobre todo y más gravemente las almas. Reencontrar la conciencia verdaderamente humana, iluminada por la presencia de Dios, es el primer trabajo de reedificación de la tierra. Ésta es la experiencia común de esos países. La reedificación de la tierra, respetando el grito de sufrimiento de este planeta, se puede realizar solamente reencontrando a Dios en el alma, con los ojos abiertos hacia Dios.

Por eso, usted tiene razón: debemos hablar de todo esto, precisamente por la responsabilidad que tenemos respecto a la tierra y respecto a los hombres que hoy viven en ella. Debemos hablar también y precisamente del pecado como posibilidad de destruirnos a nosotros mismos y de este modo a todas las otras cosas de la tierra.

En la encíclica he buscado demostrar que justamente el juicio último de Dios garantiza la justicia. Todos queremos un mundo justo, pero no podemos reparar todas las destrucciones del pasado, todas las personas injustamente atormentadas y asesinadas. Sólo Dios mismo puede crear la justicia, la cual debe ser justicia para todos, también para los muertos. Y, como dice Adorno, un gran marxista, sólo la resurrección de la carne – a la que él considera irreal – podría crear justicia. Nosotros creemos en esta resurrección de la carne, en la que no todos serán iguales.

Hoy se ha tornado habitual pensar: 'qué es el pecado? Dios es grande, nos conoce, en consecuencia el pecado no cuenta, al final Dios será bueno con todos. Ésta es una bella esperanza, pero existe la justicia y existe la culpa verdadera. Los que han destruido al hombre y a la tierra no pueden sentarse imprevistamente en la mesa de Dios, junto con sus víctimas.

Dios crea justicia. Debemos tenerlo presente. Por eso me pareció importante escribir en la encíclica también sobre el purgatorio, que para mí es una verdad tan obvia, tan evidente y también tan necesaria y consoladora, que no puede faltar.

He intentado decir: quizás no sean tantos los que se han destruido de este modo y que son insanables para siempre, quienes no tienen más algún elemento sobre el que pueda apoyarse el amor de Dios, ya que no tienen más en sí mismos un mínimo de capacidad para amar. Esto sería el infierno.

Por otra parte, son ciertamente pocos – o mejor dicho, no demasiados – los que son tan puros como para poder entrar inmediatamente en comunión con Dios.

Muchísimos de nosotros esperamos que haya algo sanable en nosotros, que haya en nosotros una voluntad última de servir a Dios y de servir a los hombres, de vivir como Dios quiere. Pero hay tantas y tantas heridas, tanta inmundicia. Tenemos necesidad de estar preparados, de ser purificados. Ésta es nuestra esperanza: a pesar de la inmundicia que haya en nuestra alma, al final el Señor nos da la posibilidad, nos lava finalmente con su bondad, la cual viene de su cruz. De este modo, nos hace capaces de estar eternamente con Él.

En este sentido, el paraíso es la esperanza, es la justicia finalmente realizada. Y nos da también los criterios para vivir, para que este tiempo sea de alguna manera el paraíso, o bien que sea una primera luz del paraíso. Donde los hombres viven según estos criterios, aparece un poco del paraíso en el mundo, lo cual es visible.

Me parece también una demostración de la verdad de la fe, de la necesidad de seguir la senda de los mandamientos, de los cuales debemos hablar más. Éstos son realmente indicadores del camino y nos muestran cómo vivir bien, cómo elegir la vida. Por eso debemos hablar también del pecado y del sacramento del perdón y de la reconciliación. Un hombre sincero sabe que es culpable, que debería recomenzar, que debería ser purificado. Ésta es la realidad maravillosa que nos ofrece el Señor:hay una posibilidad de renovación, de ser [hombres] nuevos. El Señor comienza con nosotros de nuevo, y de este modo nosotros podemos recomenzar también con los otros en nuestra vida.

Este aspecto de la renovación, de la restitución de nuestro ser después de tantas equivocaciones, después de tantos pecados, es la gran promesa y el gran don que ofrece la Iglesia, y que la psicoterapia, por ejemplo, no puede ofrecer. La psicoterapia está hoy tan difundida y es también tan necesaria frente a tantas psiquis destruidas o gravemente heridas. Pero las posibilidades de la psicoterapia son muy limitadas: solamente puede buscar equilibrar un poco al alma desequilibrada, pero no puede ofrecer una verdadera renovación, una superación de estas graves enfermedades del alma. Por eso permanece siempre como una solución provisoria, jamás es definitiva.

El sacramento de la penitencia nos da la ocasión de renovarnos a fondo con la fuerza de Dios — "ego te absolvo" — que es posible porque Cristo ha cargado sobre sus espaldas estos pecados y estas culpas. Me parece que esto es hoy justamente una gran necesidad: que podamos ser sanados nuevamente. Las almas que están heridas y enfermas, como lo constata la experiencia de todos, tienen necesidad no sólo de consejos, sino de una verdadera renovación que sólo puede venir del poder de Dios, del poder del Amor crucificado. Me parece que éste es el gran nexo de los misterios que en definitiva inciden realmente en nuestra vida. Nosotros mismos debemos volver a meditarlos y, de este modo, hacerlos llegar de nuevo a nuestra gente
.

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Las misas celebradas con grandes multitudes. Los pro y los contra


P. – ¿Cómo conciliar el tesoro de la liturgia en toda su solemnidad, con el sentimiento, el afecto y la emotividad de las masas de jóvenes llamados a participar en ella?


R. – Es un gran problema el de las liturgias en las que participan numerosísimas personas. Recuerdo que en 1960, durante el Gran Congreso Eucarístico internacional de Münich, se intentó dar una nueva fisonomía a los congresos eucarísticos, los que hasta entonces habían sido solamente actos de adoración. Se quería poner en el centro la celebración de la Eucaristía como acto de la presencia del misterio celebrado.

Pero inmediatamente surgió la pregunta respecto a de qué modo era posible hacerlo de esa manera. Se decía que adorar se puede hacerlo también a la distancia, pero para celebrar es necesaria una comunidad limitada que pueda interactuar con el misterio, es decir, una comunidad que debe ser asamblea en torno a la celebración del misterio.

Muchos eran contrarios a la celebración de la Eucaristía a cielo abierto, con cientos de miles de personas. Decían que no era posible, justamente por la estructura misma de la Eucaristía, que exige la comunidad para la comunión. También había grandes personalidades, muy respetables, que eran contrarias a esta solución.

Pero luego el profesor Jungmann, gran liturgista, uno de los grandes arquitectos de la reforma litúrgica, creó el concepto de "statio orbis", es decir, se volvió hacia la "statio Romae", donde precisamente en el tiempo de Cuaresma los fieles se reunían en un punto, la "statio", como soldados de Cristo, y luego iban juntos a la Eucaristía. Él ha dicho que si aquélla era la "statio" de la ciudad de Roma, el lugar donde se reunía la ciudad de Roma, entonces la Eucaristía es la "statio orbis", el lugar en el que se reúne el mundo.

Es desde ese momento que tenemos las celebraciones eucarísticas con la participación multitudinaria. Debo decir que para mí subsiste un problema, porque la comunión concreta en la celebración es fundamental, en consecuencia no veo que se haya encontrado realmente la respuesta definitiva. También en el Sínodo pasado he hecho suscitar esta pregunta, a la que todavía no le he encontrado respuesta.

También he hecho otra pregunta, sobre la concelebración masiva: por qué, por ejemplo, concelebran miles de sacerdotes, si no se sabe si ésa es la estructura querida por el Señor. Éstas son preguntas. Así se le ha presentado a usted, en Loreto, la dificultad para participar en una celebración masiva durante la cual no es posible que todos participen de la misma manera. En consecuencia, se debe elegir un cierto estilo para conservar esa dignidad que es siempre necesaria para la Eucaristía; la comunidad no es uniforme y la experiencia de la participación en el acontecimiento es diferente; para algunos es ciertamente insuficiente. Pero en Loreto la cosa no ha dependido de mí, sino más que nada de los que se han ocupado de la preparación.

Es por eso que debe reflexionar bien sobre qué es lo que hay que hacer en estas situaciones [...]. Subsiste el problema fundamental, pero me parece que si se sabe qué es la Eucaristía, aunque no se tenga la posibilidad de una actividad exterior que se desearía para sentirse copartícipe, si se ingresa en ella con el corazón, tal como afirma el antiguo imperativo de la Iglesia, formulado quizás justamente para los que estaban detrás de la basílica: “¡Arriba los corazones! Ahora todos salimos de nosotros mismos, así todos estamos con el Señor y estamos juntos”. No niego el problema, pero si hacemos realidad esta frase - "Arriba los corazones" – todos encontraremos la verdadera participación activa, también en las situaciones difíciles y a veces discutibles.


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Traducción en español de José Arturo Quarracino, Buenos Aires, Argentina.

viernes, 8 de febrero de 2008

Falta hablar más del cielo y del infierno, recuerda el Papa

VATICANO, 08 Feb. 08 / (ACI).- Durante el encuentro sostenido con los sacerdotes de la Diócesis de Roma ayer por la mañana, el Papa Benedicto XVI señaló que las prédicas sobre la realidad del Cielo y del infierno deberían retomarse para bien de los fieles.

En la parte abierta a preguntas y respuestas sostenida con los párrocos romanos en el Aula de las Bendiciones, el Pontífice respondió a diez preguntas relacionadas con la juventud, la evangelización y el desafío educativo.

El Santo Padre habló de la importancia de los "Novísimos" –el campo de la teología que trata de las "cosas últimas": Muerte, juicio, cielo, infierno y purgatorio- y reconoció que "quizá hoy en la Iglesia se habla demasiado poco del pecado, del Paraíso y del Infierno".
"También por este motivo, he querido tocar el tema del Juicio Universal en la encíclica
Spe salvi". agregó.

"Quien no conoce el Juicio definitivo no conoce la posibilidad del fracaso y la necesidad de la redención. Quien no trabaja buscando el Paraíso, no trabaja siquiera para el bien de los hombres en la tierra".A este respecto, el Papa subrayó que "el nazismo y el comunismo afirmaron que solo querían cambiar el mundo y sin embargo lo destruyeron".

domingo, 27 de enero de 2008

El infierno esta cerrado por dentro / Autor: Louis de Wohl

Durante mucho tiempo me ha resultado difícil creer en la existencia del infierno. Dios es la bondad misma. Dios es el Amor. ¿Cómo podía compaginarse con esto la existencia del infierno, la existencia de un lugar de castigo eterno? Incluso la justicia humana, a la que no puede atribuirse precisamente clemencia, libera a un condenado a cadena perpetua a los quince o veinte años por su buena conducta. Por lo menos así se viene haciendo en muchos países. ¿Y hemos de creer que Dios nos guarda rencor eterno, que no nos perdona jamás, a pesar de habernos ordenado por boca de Cristo perdonar setenta veces siete? ¿No existe ya una injusticia de base en el hecho de que un delito limitado en el tiempo reciba un castigo eterno?

Me dirigí a un teólogo anciano y sabio. «No puedo ayudarle», me dijo. «El propio Cristo habla del infierno constantemente –entre otras varias veces en el Sermón de la Montaña–. Existe, pues, la posibilidad de la condenación absoluta. Pero no tenemos derecho a suponer de nadie que se halla en el infierno, ni siquiera de Judas. Sería incluso posible que el infierno estuviese vacío».

Pero, por lo menos en teoría, es muy posible que un hombre no se arrepienta jamás ni por un momento de una vida llena de maldades, que hasta el final cause a sus semejantes todo el daño de que es capaz y encima se burle de ellos, que hasta el final blasfeme y maldiga a Dios. ¿Acaso un hombre así debe llegar a la «contemplación» de Dios? Dios es el Amor. El amor no puede forzarse ni ser forzado. El rechazo del Amor debe respetar el amor, y quien no quiere llegar hasta Dios, no llegará hasta Dios. Se queda «fuera», encerrado en su propio odio, su propio dios diminuto, rígido, petrificado; es juzgado por ser como él mismo quiere ser. Su voluntad está petrificada, él mismo la ha dejado petrificarse. Ya no puede arrepentirse, ya no puede volverse «atrás» y tampoco puede ya «salirse». Se ha quedado dentro de su propia barricada. El infierno está cerrado por dentro.

No tiene sentido la objeción de que los delitos «temporales» no pueden ser castigados eternamente. Quien no quiere a Dios tendrá que arreglárselas sin El. Eso es el infierno, y sus ramificaciones alcanzan a nuestra vida terrena, lo mismo que las del cielo. Pueden percibirse. La elección es asunto nuestro.

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Traducción: Carmen Shàd de Caneda
ConoZe.com