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jueves, 18 de septiembre de 2025

Palabra de Vida 18/9/2025: «Sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho» / Por P. Jesús Higueras

Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 18 de septiembre de 2025, jueves de la 24ª semana de Tiempo Ordinario, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.

Evangelio: San Lucas 7, 36-50:

En aquel tiempo, un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él, entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. En esto, una mujer que había en la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino trayendo un frasco de alabastro lleno de perfume y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se puso a regarle los pies con las lágrimas, se los enjugaba con los cabellos de su cabeza, los cubría de besos y se los ungía con el perfume. Al ver esto, el fariseo que lo había invitado se dijo:

«Si este fuera profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, pues es una pecadora».

Jesús respondió y le dijo:

«Simón, tengo algo que decirte».

Él contestó:

«Dímelo, maestro».

Jesús le dijo:

«Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos le mostrará más amor?»

Respondió Simón y dijo:

«Supongo que aquel a quien le perdonó más».

Le dijo Jesús:

«Has juzgado rectamente».

Y, volviéndose a la mujer, dijo a Simón:

«¿Ves a esta mujer? He entrado en tu casa y no me has dado agua para los pies; ella, en cambio, me ha regado los pies con sus lágrimas y me los ha enjugado con sus cabellos. Tú no mediste el beso de paz; ella, en cambio, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con ungüento; ella, en cambio, me ha ungido los pies con perfume. Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco».

Y a ella le dijo:

«Han quedado perdonados tus pecados».

Los demás convidados empezaron a decir entre ellos:

«¿Quién es este, que hasta perdona pecados?».

Pero él dijo a la mujer:

«Tu fe te ha salvado, vete en paz».

Adoración Eucarística con el P. José Aurelio Martín en la Basílica de la Concepción de Madrid, 18-9-2025

18 de septiembre de 2025.- (Camino Católico) Adoración al Santísimo Sacramento con el P. José Aurelio Martín Jiménez, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.

Oración a San José de Cupertino para que dejemos a Dios ser Dios y que Él lo haga todo en nosotros / Por P. Carlos García Malo

* «San José de Cupertino, franciscano torpe e inútil para los demás, hombre distraído y mal ataviado, "Fray asno", como te llamabas a ti mismo. Repudiado desde la infancia por los tuyos. Por puro designio de Dios y, a pesar de tu incapacidad intelectual, llegaste a ser ordenado sacerdote, el buen Señor te regaló innumerables dones y carísimas. Las gentes te buscaban pidiendo tu intercesión y arrancaste al cielo muchos milagros. Taumaturgo de Dios, hombre dispuesto a sufrir y ofrecerle los sacrificios a la siempre Virgen María de la que eras un enamorado. Fray José de Cupertino, ayúdanos a ser como tú. A no pretender nada de nosotros mismos sino a dejar a Dios ser Dios y que Él lo haga todo»

P. Carlos García Malo / Camino Católico.-  Cada 18 de septiembre la Iglesia celebra a San José de Cupertino, patrono de estudiantes con problemas. “Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el Cielo es de bronce. Todo el que le pide, recibe”, afirmaba San José de Cupertino, el franciscano que no era bueno en los estudios, pero que llegó a ser el patrono de los estudiantes.

Este santo nació en 1603 en el pueblo llamado Cupertino (Italia) en una familia muy pobre. Cuando tenía 17 años pidió ser admitido en la orden franciscana, pero lo rechazaron. Entonces solicitó ingresar a los capuchinos, donde entró como hermano lego.  Después de unos meses fue expulsado por ser muy distraído. Dejaba caer los platos que llevaba al comedor, se olvidaba los encargos asignados y parecía que siempre estaba pensando en otra cosa.


San José de Cupertino buscó refugio en la casa de un familiar rico que también lo echó a la calle, porque dijo que el joven no era bueno para nada. Ante esto, su madre le rogó a un pariente franciscano que recibiera al muchacho como mandadero en un convento. Los frailes lo aceptaron como obrero, lo pusieron a trabajar en el establo y el joven empezó a desempeñarse con gran destreza en todos los oficios que le encomendaban.

Con su humildad, amabilidad, espíritu de penitencia y de oración se ganó rápidamente el aprecio de los religiosos, quienes en 1625 por votación unánime lo admitieron como uno de sus miembros. Lo pusieron a estudiar para que fuera ordenado sacerdote, sin embargo en los exámenes San José de Cupertino se trababa y no era capaz de responder. Llegó una de las pruebas finales y la única frase del Evangelio que el fraile sabía explicar era: “Bendito el fruto de tu vientre Jesús”.

El examinador dijo que abriría la Biblia y leería una frase al azar para escuchar la interpretación. José estaba asustadísimo y la Providencia quiso que el pasaje escogido fuera el único que era capaz de explicar.

Además, en el examen definitivo para que las autoridades decidieran quiénes serían ordenados sacerdotes, el obispo examinó a los diez primeros. Ellos respondieron tan maravillosamente que el prelado no vio necesario seguir examinando a los demás. De esta manera San José, que era el siguiente en la lista, se libró de la prueba. Por ello este santo es considerado patrón de los estudiantes, especialmente de los que encuentran dificultades en los estudios como él.

Fue ordenado sacerdote el 18 de marzo de 1628, pero consciente de que no tenía cualidades especiales para predicar y enseñar, se dedicó a ofrecer penitencias y oraciones por los pecadores. Por su intercesión en vida, Dios obró muchos milagros y con ellos logró la conversión de muchos. Partió a la Casa del Padre el 18 de septiembre de 1663. Fue beatificado en 1753 por Benedicto XIV y canonizado en 1767 por Clemente XIII.

Pidamos a San José de Cupertino no pretender nada de nosotros mismos sino dejar a Dios ser Dios y que Él lo haga todo en nuestra vida:


Cuerpo de José de Cupertino, en la cripta de la basílica que lleva su nombre, en Osimo

San José de Cupertino, franciscano torpe e inútil para los demás, hombre distraído y mal ataviado, "Fray asno", como te llamabas a ti mismo.

Repudiado desde la infancia por los tuyos, rechazado por tus vecinos, expulsado de varios conventos por tu torpeza y despistes constantes; la providencia que siempre mira más allá tenía sobre ti designios de misericordia.

Por puro designio de Dios y, a pesar de tu incapacidad intelectual, llegaste a ser ordenado sacerdote, el buen Señor te regaló innumerables dones y carísimas.

Tus éxtasis y levitaciones no sólo causaron admiración y te dieron fama, también la envidia provocó en tu vida no pocos sufrimientos.

Las gentes te buscaban pidiendo tu intercesión y arrancaste al cielo muchos milagros.

Taumaturgo de Dios, hombre dispuesto a sufrir y ofrecerle los sacrificios a la siempre Virgen María de la que eras un enamorado.

Así en esa humillación constante sin pedir nada a cambio y esa devoción a las cosas divinas, el cielo se abrió sobre ti y te concedió gracias abundantes que repartías entre los humildes en curaciones, liberaciones y milagros.

Fray José de Cupertino, ayúdanos a ser como tú.

A no pretender nada de nosotros mismos  sino a dejar a Dios ser Dios y que Él lo haga todo.

Amén.

San José de Cupertino, ruega por nosotros.

P. Carlos García Malo

Nos encomendamos a la Virgen del Rosario y San Miguel Arcángel con la seguridad de que bajo su amparo e intercesión no nos faltará el favor de Dios / Por P. Carlos García Malo



miércoles, 17 de septiembre de 2025

Papa León XIV en la Audiencia General, 17-9-2025: «A veces buscamos respuestas rápidas, soluciones inmediatas, pero Dios trabaja en lo profundo, en el tiempo lento de la confianza»

* «Si sabemos acoger con gratitud aquello acontecido, descubriremos que, justamente en la pequeñez, y en el silencio, Dios ama transfigurar la realidad haciendo nuevas todas las cosas con la fidelidad de su amor. La verdadera alegría nace de la espera habitada, de la fe paciente, de la esperanza que cuanto ha vivido en el amor, ciertamente, resurgirá a la vida eterna»

 

Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa León XIV ha hecho en nuestro idioma

* «Expreso mi profunda cercanía al pueblo palestino en Gaza, que continúa viviendo en el miedo y sobreviviendo en condiciones inaceptables, obligado a la fuerza -una vez más- a desplazarse de sus propias tierras. Ante el Señor Omnipotente, que ha ordenado ‘No matarás’ y frente a la entera historia humana, toda persona tiene siempre una dignidad inviolable, que se debe respetar y custodiar. Renuevo el llamamiento al alto el fuego, a la liberación de los rehenes, a la solución diplomática negociada, al respeto integral del derecho humanitario internacional. Invito a todos a unirse a mi encarecida oración, para que pronto surja un amanecer de paz y de justicia»

 

17 de septiembre de 2025.- (Camino Católico).- “A veces buscamos respuestas rápidas, soluciones inmediatas, pero Dios trabaja en lo profundo, en el tiempo lento de la confianza” ha afirmado el Papa León XIV en la catequesis hoy, 17 de septiembre, día en que la iglesia celebra a San Roberto Belarmino, onomástica del Pontífice nacido como Robert Francis.  Festiva ha sido la acogida que le dispensaron al Papa las 35.000 personas reunidas en la Plaza de San Pedro para la cita del miércoles. El Papa León ha saludado a todos con una larga vuelta en el papamóvil antes de iniciar su meditación.

Continuando con las catequesis sobre “Jesús esperanza nuestra”, el Obispo de Roma ha reflexionado hoy sobre el misterio del Sábado Santo. “Es el día del gran silencio – recuerda– pero es justamente allí que se cumple el misterio más profundo de la fe cristiana”.

León XIV observa que en el sepulcro, Jesús, “Palabra viviente del Padre, calla” y en aquel silencio “la vida nueva inicia a fermentar”. “Dios no tiene miedo del tiempo que pasa, porque es Señor también de la espera”: “Así, también nuestro tiempo ‘no útil’, aquel de las pausas, de los vacíos, de los momentos estériles, puede convertirse en vientre de resurrección. Todo silencio acogido puede ser la premisa de una Palabra nueva. Todo tiempo detenido puede convertirse en tiempo de gracia, si lo ofrecemos a Dios”.

Tras la catequesis de la Audiencia General de este miércoles, el Papa ha lamentado que la población de Gaza haya sido obligada “por la fuerza a abandonar una vez más sus tierras”. León XIV expresa su profunda solidaridad con el pueblo palestino de Gaza, “que sigue viviendo con miedo y sobreviviendo en condiciones inaceptables, obligado por la fuerza a abandonar una vez más sus tierras. Ante el Señor Todopoderoso, que ha ordenado ‘No matarás’, y ante toda la historia de la humanidad, cada persona tiene siempre una dignidad inviolable que debe respetarse y protegerse”, asevera.  Asimismo, renueva su llamamiento “al alto el fuego, a la liberación de los rehenes, a una solución diplomática negociada y al pleno respeto del derecho internacional humanitario. Invito a todos a unirse a mi ferviente oración, para que pronto amanezca una paz y una justicia justas”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

LEÓN XIV

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro

Miércoles, 17 de septiembre de 2025

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 7. La muerte. «Un sepulcro nuevo, en el que nadie había sido depositado aún» (Jn 19,40-41)

Queridos hermanos y hermanas,

en nuestro camino de las catequesis sobre Jesús esperanza nuestra, hoy contemplamos el misterio del Sábado Santo. El Hijo de Dios yace en la tumba. Pero esta su “ausencia” no es un vacío: es espera, plenitud contenida, promesa custodiada en la oscuridad. Es el día del gran silencio, en el que el cielo parece mudo y la tierra inmóvil, pero es justamente allí que se cumple el misterio más profundo de la fe cristiana. Es un silencio grávido de sentido, como el vientre de una madre que custodia al hijo todavía no nacido, pero ya vivo.

El cuerpo de Jesús, bajado de la cruz, fue envuelto con cuidado, como se hace con aquello que es valioso.  El evangelista Juan nos dice que fue sepultado en un jardín, dentro «una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado» (Jn 19,41). Nada es dejado a la casualidad. Aquel jardín recuerda al Edén perdido, el lugar en el que Dios y el hombre estaban unidos. Y aquella tumba nunca antes usada habla de algo que todavía debe suceder: es un umbral, no un final. En el inicio de la creación Dios había plantado un jardín, ahora también la nueva creación toma forma en un jardín: con una tumba cerrada que pronto se abrirá.

El Sábado Santo es también un día de descanso. Según la ley judía, el séptimo día no se debe trabajar: de hecho, luego de seis días de creación, Dios descansó (cfr Gen 2,2). Ahora, también el Hijo, luego de haber completado su obra de salvación, descansa. No porque está cansado, sino porque ha concluido su trabajo. No porque se ha rendido, sino porque ha amado hasta el final. No hay nada más que agregar. Este descanso es el sello de la obra cumplida, es la confirmación de aquello que tenía que hacerse y que ha sido completado. Es un descanso lleno de la presencia oculta del Señor.

Fatigamos en detenernos y descansar. Vivimos como si la vida nunca fuese suficiente. Corremos por producir, por demostrar, por no perder terreno. Pero el Evangelio nos enseña que saber detenerse es un gesto de confianza que tenemos que aprender a cumplir. El Sábado Santo nos invita a descubrir que la vida no depende siempre de aquello que hacemos, sino también de cómo sabemos desistir de cuanto hemos podido hacer.

En el sepulcro, Jesús, la Palabra viviente del Padre, calla. Pero es justamente en aquel silencio que la vida nueva inicia a fermentar. Como una semilla en la tierra, como la oscuridad antes del amanecer. Dios no tiene miedo del tiempo que pasa, porque es Señor también de la espera. Así, también nuestro tiempo “no útil”, aquel de las pausas, de los vacíos, de los momentos estériles, puede convertirse en vientre de resurrección. Todo silencio acogido puede ser la premisa de una Palabra nueva. Todo tiempo detenido puede convertirse en tiempo de gracia, si lo ofrecemos a Dios.

Jesús, sepultado en la tierra, es el rostro mansueto de un Dios que no ocupa todo el espacio. Es el Dios que deja hacer, que espera, que se retira para dejarnos la libertad. Es el Dios que se fía, también cuando todo parece terminado. Y nosotros, en ese sábado detenido, aprendemos que no tenemos que tener prisa de resurgir: más es necesario descansar, acoger el silencio, dejarse abrazar por el límite. A veces buscamos respuestas rápidas, soluciones inmediatas. Pero Dios trabaja en lo profundo, en el tiempo lento de la confianza. El sábado de la sepultura se convierte así en las entrañas de las que pueden brotar las fuerzas de una luz invencible, aquella de la Pascua.

Queridos amigos, la esperanza cristiana no nace en el ruido, sino en el silencio de una espera habitada por el amor. No es hija de la euforia, sino de un confiado abandono. Nos lo enseña la virgen María: ella encarna esta espera, esta esperanza. Cuando nos parezca que todo está detenido, que la vida es un camino interrumpido, acordémonos del Sábado Santo. También en la tumba, Dios está preparando la sorpresa más grande. Y si sabemos acoger con gratitud aquello acontecido, descubriremos que, justamente en la pequeñez, y en el silencio, Dios ama transfigurar la realidad haciendo nuevas todas las cosas con la fidelidad de su amor. La verdadera alegría nace de la espera habitada, de la fe paciente, de la esperanza que cuanto ha vivido en el amor, ciertamente, resurgirá a la vida eterna.   

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis contemplamos el misterio del Sábado Santo. La “ausencia” de Cristo en el sepulcro no es un vacío; es promesa, es espera, es un silencio cargado de sentido, como el de una madre que custodia en el vientre a su hijo aún no nacido, pero ya vivo. El cuerpo de Jesús es bajado de la cruz para ser sepultado en un jardín, el cual evoca aquel del Edén, en el que Dios y el hombre estaban unidos. El silencio de Cristo no es estéril, es signo de que se está gestando algo nuevo, Cristo está reestableciendo la relación entre Dios y el hombre.

El Sábado Santo es también el día del descanso, según la ley judía. Jesús, después de haber contemplado su obra de salvación, reposa. No lo hace por estar cansado o por haberse rendido, es más bien la confirmación de que lo que había que hacer se ha llevado a cabo. A veces nos cuesta descansar, vivimos de prisa para producir, para demostrar, para no perder terreno. Sin embargo, así como el Sábado Santo nos enseña que cada silencio puede ser el preámbulo de una palabra nueva, también cada pausa puede convertirse en un tiempo de gracia.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en modo particular a los grupos provenientes de España de México, de Perú, de toda América Latina. En medio del ruido y de la prisa en que a veces nos encontramos, pidamos la intercesión de la Virgen María para que nos enseñe, como ella, a vivir el Sábado Santo descubriendo el sentido del silencio y de la contemplación. Que el Señor los bendiga. Muchas gracias.

Además, en otras lenguas el Pontífice ha dicho: 

Expreso mi profunda cercanía al pueblo palestino en Gaza, que continúa viviendo en el miedo y sobreviviendo en condiciones inaceptables, obligado a la fuerza -una vez más- a desplazarse de sus propias tierras.

Ante el Señor Omnipotente, que ha ordenado “No matarás” y frente a la entera historia humana, toda persona tiene siempre una dignidad inviolable, que se debe respetar y custodiar.

Renuevo el llamamiento al alto el fuego, a la liberación de los rehenes, a la solución diplomática negociada, al respeto integral del derecho humanitario internacional.

Invito a todos a unirse a mi encarecida oración, para que pronto surja un amanecer de paz y de justicia. 

Finalmente, mi pensamiento va para los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Sean siempre fieles al ideal evangélico y vívanlo en sus actividades diarias.

Y, antes de terminar, quiero agradecerles a todos sus buenos deseos en este, mi onomástico. ¡Muchísimas gracias!

¡Mis bendiciones para todos!

Papa León XIV






Fotos: Vatican Media, 17-9-2025

Liliana Valverde, fue a la tumba de Acutis a pedir que sanara a su hija, que podía morir, y obrara el milagro que le ha hecho santo: «Oré: ‘Carlo, quiero que me devuelvan a mi hija tal como me la dio Dios, sana y salva’»



Valeria Vargas Valverde, la joven protagonista del milagro de Carlo Acutis, junto a su madre Liliana Valverde, quien cuenta cómo sucedió el milagro / Foto: Cedida por Liliana Valverde 

* «La enfermera me sentó, me tomó las manos y me dijo: ‘La lesión que tiene es mortal’... Los médicos italianos explicaron la situación a mi hermano, que es doctor y que estaba en Costa Rica. Él me dijo: ‘Liliana, tenemos que rezar y agradecerle a Dios los 21 años que nos ha dado con ella’. Me explicó que la lesión era letal, que no creía que fuera a sobrevivir…Unos cinco días después de mi visita a Asís, llegué al hospital a la una de la tarde y escuché mucho alboroto. Los doctores y enfermeras lloraban. No podían creerlo. Decían: ‘Esto es un milagro’. Yo la abracé. Los médicos no daban crédito. Yo sí porque estaba segura de que se iba a sanar» 

 Vídeo del programa 'Ecclesia' de 13 TV en el que Liliana Valverde cuenta su testimonio

Camino Católico.- «Cuando conocí a la mamá de Carlo Acutis, la abracé y la abracé», relata Liliana Valverde. La curación completa en menos de diez días de su hija Valeria, a la que tras un accidente solo pronosticaban la muerte o graves secuelas, hizo posible la canonización del primer santo milenial el pasado domingo, 7 de septiembre. «Ahora para mí, Carlo es como un tercer hijo»

El 2 de julio de 2022 Valeria Vargas Valverde, estudiante costarricense de 21 años, sufrió un accidente en bicicleta que le provocó un daño cerebral irreversible. En aquel entonces estudiaba en Florencia (Italia). Tres días antes había llegado a la ciudad su madre, Liliana, con la idea de emprender juntas un viaje por Europa. «Gracias a Dios yo estaba allí en ese momento, porque si no… no sé qué habría pasado». En conversación con Alfa y Omega, explica cómo esta trágica historia dio lugar al milagro que ha permitido la canonización de Carlo Acutis. 

—¿Cómo ocurrió el accidente?

—Fue el 2 de julio, a las tres de la madrugada. Mi hija había quedado con una amiga que aún no se había ido de vacaciones. Se despidieron y Valeria siguió con la bicicleta eléctrica. Cayó y quedó inconsciente. Sufrió un trauma craneoencefálico.

Pasaban las horas y me extrañaba que no llegara, porque al día siguiente teníamos que ir a Milán, era nuestro primer destino. Entonces me llamó una mujer: «Soy de la Policía». Me explicó que mi hija había sufrido un accidente y respondí: «No estoy para bromas, es muy tarde, ponme a mi hija». Y ella insistió: «Tu hija no puede atenderte, está inconsciente. La están llevando a emergencias». Me preguntó dónde estaba y la Policía vino al apartamento para llevarme al hospital. 

—¿Qué pasó allí?

—Estuve unas dos o tres horas sin saber de qué emergencia se trataba. Pensaba que se había lastimado una mano o un pie, jamás imaginé que fuera algo tan grave. La agente con la que había hablado por teléfono llegó al hospital y me entregó sus pertenencias. Le pregunté qué había pasado y me advirtió: «No serán buenas noticias». Dijo que, por protocolo, no podía decirme nada; que pronto vendría la enfermera y me explicaría la situación.

—Y llegó la enfermera.

—Me sentó, me tomó las manos y me dijo: «La lesión que tiene es mortal». «¡Dios mío!», pensé… Me dijo que había sufrido un trauma craneoencefálico, que estaba muy mal. Estaban llamando al neurocirujano, pero que no sabían si iba a sobrevivir. En ese momento le estaban colocando un drenaje en el cráneo, porque tenía presión cerebral incompatible con la vida. Me dijeron que había ingresado en estado de premuerte, prácticamente ya sin signos vitales. Entró en coma y tuvieron que inducírselo nuevamente. No podía respirar por sí misma.

—¿Se consultó con otros doctores?

—Sí. Los médicos italianos explicaron la situación a mi hermano, que es doctor y que estaba en Costa Rica. Él me dijo: «Liliana, tenemos que rezar y agradecerle a Dios los 21 años que nos ha dado con ella». Me explicó que la lesión era letal, que no creía que fuera a sobrevivir. Otro médico me advirtió de que, si sobrevivía, tendría secuelas: lesiones físicas permanentes o semipermanentes, y probablemente cognitivas.

—¿Cómo entra Carlo Acutis en esta historia?

—Unos días después del accidente, me llamó mi asistente y mientras hablábamos de cosas de la oficina me preguntó si recordaba a Carlo Acutis. Le respondí que sí. Cuando lo beatificaron vimos la ceremonia por televisión. Nos llamó la atención que fuera tan joven, tan lindo, de clase alta y que hubiera hecho tanto por los pobres. Nos conmovió su historia. «¿Sabe que su cuerpo está en Asís?», me dijo. «Voy a ir a verlo», respondí. 

Fui el 8 o 9 de julio de 2022, justo una semana después del accidente. Salí temprano del hospital, tomé el último tren de Florencia a Asís y fui a un hotel cerca del santuario. Por la mañana pregunté por la iglesia donde está enterrado Carlo y el recepcionista me dijo que estaba muy cerca, pero me recomendó visitar primero la tumba de san Francisco y de santa Clara. Le respondí: «No. Yo vengo única y exclusivamente para ver a Carlo Acutis». Se quedó sorprendido y dijo que era raro ver turistas levantarse tan temprano. Pero yo lo tenía claro.

—¿Qué pasó cuando llegó a la tumba?

—Desde que entré en esa iglesia sentí una paz inmensa; que se me quitaba un peso enorme de encima. Y ese fue el primer milagro de Carlo: devolverme la fe. Yo era una católica de nombre. Mi hija estaba bautizada, confirmada. Yo también. Íbamos a Misa cuando tocaba, pero nada más. Ese día fui al santuario y llegué directamente a la tumba de Carlo. No había nadie. Estuve ahí desde las ocho de la mañana hasta el mediodía. 

—¿Qué milagro pidió?

—Me habían dicho que uno debía pedirle a Dios tal como un niño le pide a sus padres, describiendo con detalle lo que desea. Y eso hice. Le dije: «Carlo, quiero que intercedas para que me devuelvan a mi hija tal como me la dio Dios hace 21 años. Sana, salva, bien física y mentalmente. Totalmente intacta». Escribí la primera de muchas cartas a Carlo, que se dejan en el santuario. Estuve ahí, llorando, pidiendo, contemplando. Al salir de la iglesia mandé un WhatsApp a una amiga: «No me vas a creer, pero estoy saliendo de la iglesia donde está el cuerpo de Carlo. Estoy completamente segura de que Dios y Carlo van a hacer el milagro. Valeria se va a sanar completamente». Ese mensaje está ahí, con fecha y hora. Yo lo sentía con total certeza.

—¿Qué pasó cuando regresó a Florencia?

—Cuando volví, Valeria ya había superado el momento más crítico. Se movía mucho y como estaba estable, decidieron retirarle algunas máquinas y hacerle una traqueotomía. Nos explicaron que necesitaría terapia física, cognitiva, de lenguaje… todo. Tendría que volver a aprender a caminar, a hablar, hacer todo desde cero. A la vez, empecé a ver cosas sorprendentes. Yo le preguntaba al doctor: «¿Es posible que esté deglutiendo por sí misma? ¿Que esté aspirando sus secreciones?». Y me decía: «Pues sí, señora. Lo que observa es cierto». 

—La oración ya daba frutos.

—Unos cinco días después de mi visita a Asís, llegué al hospital a la una de la tarde y escuché mucho alboroto y también una voz que gritaba: «¡Mami! ¡Mami!». Era Valeria. Le habían quitado la traqueotomía, estaba en silla de ruedas, amarrada porque quería salir corriendo. Los doctores y enfermeras lloraban. No podían creerlo. Decían: «Esto es un milagro». Yo la abracé. «¡Mami, te amo! ¡Sácame de aquí!», me dijo. Los médicos no daban crédito. Yo sí porque estaba segura de que se iba a sanar.

—¿Cómo reaccionaron los doctores?

—Habían dicho que necesitaría entre nueve meses y un año para que desapareciera la inflamación del cerebro, pero en un TAC del 18 de julio vieron que estaba completamente desinflamado. Fue una noticia maravillosa. 

—¿Pudo retormar los estudios?

—Los retomó desde que comenzó el curso, a distancia desde Costa Roca. Y regresó a Florencia para terminar su carrera. No le dio miedo. Fue impresionante.

—¿Le impresionó que el Vaticano haya aprobado el milagro para la canonización?

—Cuando conocí a la mamá de Carlo, la abracé y la abracé. Ahora para mí, Carlo es como un tercer hijo. Tengo un sobrino que es como mi hijo, y Carlo… Carlo está en mi corazón. Lo más cercano que tengo a él es su madre. Y poder decirle «gracias» fue muy profundo.

—¿Qué ha cambiado en su vida?

—Bueno… Ahora voy cada 8 y 9 de julio a Asís, a dar las gracias a Carlo por el milagro. Para mí, es un día de celebración.