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lunes, 31 de diciembre de 2007

Oración de acción de gracias al acabar el año 2007 / Autor: José Luis Elizalde

Queridos amigos: Paz y Bien!!!

El día último del año 2007 tiene que ser un Día de Acción de Gracias, por tanto bien recibido de su Misericordia Divina a lo largo del año.

Te damos gracias, Señor, por todas las cosas buenas que hemos vivido en este año.
Te damos gracias, Señor, porque has estado todos los días a nuestro lado.
Te damos gracias, Señor, por tu Iglesia que es UNA, SANTA, CATOLICA, APOSTOLICA Y MSIONERA y ha cuidado de nosotros.
Te damos gracias, Señor, por darnos a tu Madre, como Madre nuestra. nos ha cuidado. Te ddmos gracias, Señor, por tus siete Sacramentos y, sobre todo, por tu Eucaristía. Te damos gracias, Señor, por las nuevas familias y los nuevos nacimientos.

Te damos gracias, Señor, por todas la vocaciones sacerdotales, religiosas, de personas consagradas, familias cristianas y laicos.
Te damos gracias, Señor, por las personas que han entregado sus vidas por un mundo mejor.
Te damos gracias, Señor, por los que han conocido por primera vez la fe.
Te damos gracias, Señor, por los niños nacidos que han visto la luz amados y esperados por sus padres.
Te damos gracias, Señor, porque cada día se ha predicado tu Palabra y celebrado la Eucaristía.

Te damos gracias, Señor, porque tu retorno glorioso está más cerca.
Te damos gracias, Señor, por tu pasión y muerte, que nos salvó.
Te damos gracias, Señor, por todos tus misioneros y misioneras, por tus religiosos contemplativos que son la fuerza de tu Iglesia.
Te damos gracias, Señor, por el Papa Benedicto XVI, por los Cardenales y Obispos, Sacerdotes, Religiosos verdaderamente comprometidos.
Te damos gracias, Señor, por los hermanos, hijos y nietos que nos has dado.

Te damos gracias, Señor, por cuanto nos diste a lo largo y ancho de nuestras vidas. Te damos gracias, Señor, por nuestro trabajo, por nuestros amigos y conocidos.
Te damos gracias, Señor, por todas las personas que has puesto en nuestro camino y necesitan de nosotros.
Te damos gracias, Señor, por todos nuestros dolores y miserias, enfermedades y fracasos que nos han acercado más a tí.
Te damos gracias, Señor, por todo aquello que nos concediste y no lo sabíamos. GRACIAS, DIOS TRINO Y UNO GRACIAS, MADRE DE DIOS, POR TODOS TUS REGALOS

¡SEÑOR, que yo te ame hoy, aunque no sepa que te amo. Que nadie te ofenda hoy, por mi culpa, y que yo no ofenda a nadie. Dame ocasión de sacrificarme muchas veces por los demás, sin que se enteren. Mantenme siempre en el último lugar y haz que no me olvide nunca de que es el mío. Dame aquellas gracias que tu Corazón quiere dar y no encuentra quien las pida. Se hoy bueno, sin que nadie lo sepa... ni yo mismo. Un saludo cordial de ACCION DE GRACIAS al acabar este año 2007, en compañía de Jesús Eucaristía y en María nuestra Madre.

sábado, 29 de diciembre de 2007

FELIZ Y BENDECIDO 2008 !!!

Un año nuevo, no es cualquier cosa / Autor: P Mariano de Blas LC

Empezar un nuevo año, como si fuera cualquier cosa, es una enorme torpeza. Un año de vida es un regalo demasiado grande para echarlo a perder.

¿Alguna vez has sentido en lo más hondo de tu ser ese deseo profundo y enorme de mejorar o de cambiar? Si es así, no dejes que el deseo se escape, porque no todos los días lo sentirás. Si hoy sientes esa llamada a querer ser otro, a ser distinto, atrápala con fuerza y hazla realidad.

El inicio de un nuevo año es el momento para reunir las fuerzas y toda la ilusión para comenzar el mejor año de la vida, porque el que se proponga convertir éste en su mejor año, lo puede lograr.

El año nuevo es una oportunidad más para transformar la vida, el hogar, el trabajo en algo distinto. «Quiero algo diferente, voy a comenzar bien; así será más fácil seguir bien y terminar bien. Quizá el año pasado no fue mi mejor año, me dejó un mal sabor de boca. Éste va a ser distinto, quiero que así sea; es un deseo, es un propósito, y no lo voy a echar a perder.

Tengo otra oportunidad que no voy a desperdiciar, porque la vida es demasiado breve».

¿Quién es capaz de decir?: "Desde hoy, desde este primer día, todo será distinto" En mi hogar me voy a arrancar ese egoísmo que tantos males provoca; voy a estrenar un nuevo amor a mi cónyuge y a mi familia; seré mejor padre o madre. Seré también distinto en mi trabajo, no porque vaya a cambiar de trabajo, sino de humor. En él incluso voy a desempolvar mi fe, esa fe arrumbada y llena de polvo; voy a poner un poco más de oración, de cielo azul, de aire puro en mi jornada diaria. Ya me harté de vivir como he vivido, de ser egoísta, tracalero, injusto. Otro estilo de vida, otra forma de ser. ¿Por qué no intentarlo?”

En los ratos más negros y amargos, llenos de culpa, piensas: «¿Por qué no acabar con todo? Pero en esos mismos momentos se puede pensar otra cosa: ¿Por qué no comenzar de nuevo?».

Algunos ven que su vida pasada ha sido gris, vulgar y mediocre, y su gran argumento y razón para desesperarse es: «He sido un Don Nadie, ¿qué puedo hacer ya?» Pero otros sacan de ahí mismo el gran argumento, la gran razón para el cambio radical positivo: «No me resigno a ser vulgar; quiero resucitar a una vida mejor, quiero luchar, voy a trabajar, quiero volver a empezar».

Un año recién salido de las manos del autor de la vida es un año que aún no estrenas. ¿Qué vas a hacer con él? El año pasado ¿no te gustó?, ¿no diste la medida? Con éste ¿qué vas a hacer? Un nuevo año recién iniciado: todo comienza, si tú quieres; todo vuelve a empezar...

Yo me uno a los grandes insatisfechos, a los que reniegan de la mediocridad, a los que, aún conscientes de sus debilidades, confían y luchan por una vida mejor.

Todos desean a los demás y a sí mismos un buen año, pero pocos luchan por obtenerlo. Prefiero ser de los segundos.

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Fuente: Caholic.net

¿Un chip para eliminar los pecados? / Autor: Fernando Pascual

El sueño es tentador: desvelar todos los secretos del cerebro para llegar un día a controlar, con ayuda de la técnica, el comportamiento de cada ser humano.

Bastaría con pastillas, inyecciones hormonales o un chip en el cerebro, para que todos se comportasen bien.

Desaparecerían entonces los delitos. Ya no habría ladrones, mentirosos, violadores, terroristas, estafadores, trabajadores y políticos deshonestos, borrachos, asesinos.

¿Se trata de una meta posible? Quizá alguno piense que sí. Bastaría con analizar bien los mecanismos profundos que dirigen las decisiones humanas para luego desarrollar técnicas sumamente eficaces para el control de las acciones presentes y futuras.

Pero lo anterior supone una cosa terrible: haber “demostrado” que la supuesta libertad humana no existe; que los actos criminales son simplemente una consecuencia de errores evolutivos que podrían ser “corregidos” con la técnica.

Lo cual, hay que decirlo, es sinónimo de suprimir toda grandeza humana. Porque también los actos de altruismo y de generosidad serían, simplemente, resultado de un buen sistema hormonal y de un cerebro desarrollado convenientemente. Y porque los mal llamados delincuentes actuarían simplemente determinados por errores fisiológicos remediables en un futuro más o menos próximo.

A pesar de los esfuerzos técnicos, a pesar de los descubrimientos científicos, el hombre es mucho más que un circuito complicado de neuronas. Porque incluso el médico que cree poder eliminar las guerras a base de inyecciones sobre la gente no actúa simplemente “dirigido” por su fisiología biológica, sino por un deseo de bien que sólo se entiende desde el reconocimiento de su condición de espíritu encarnado.

El sueño de eliminar los pecados y las injusticias a base de sustancias químicas y de aparatos muy sofisticados es, simplemente, vano. O, a lo sumo, llegaría al control de los comportamientos a base de embrutecer al paciente o de acabar con su vida.

Ninguna técnica podrá suprimir el núcleo más profundo del hombre, la raíz de sus actos más sublimes o más egoístas: ese alma por la que vive abierto al amor y a la esperanza.

El camino más difícil, pero más completo, para erradicar el mal consiste en acoger ese misterio de la libertad humana y, desde ella, renunciar al egoísmo, caminar hacia el amor, tender la mano hacia quien lo necesita, y ofrecer un gesto de perdón a quienes nos hayan lastimado.

Existe en cada vida un misterio de miserias y de grandeza. Escoger el camino errado, o avanzar hacia la búsqueda de lo bueno, depende de la elección de las conciencias libres.

Hoy construyo un poco mi futuro. La decisión está en mis manos. Mi cuerpo sufre un desgaste continuo, mientras mi alma, con sus riquezas infinitas y su libertad profunda, puede acoger la mano bondadosa de Dios y ayudar también a quienes me piden un gesto de amistad sincera.

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Fuente: Catholic.net

jueves, 27 de diciembre de 2007

El Dios del Amor nos revela su identidad: un Niño! / Autora: Madre Elvira, fundadora de la Comunidad Cenáculo

“En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis
a uno de estos hermanos míos,
aun a los más pequeños, a mí lo hicisteis”
(Mt 25, 40)

En el silencio de una noche misteriosa, mientras tanta humanidad vive el drama de la soledad, de la enfermedad, del odio, del rencor, el Dios del Amor nos revela su identidad: un Niño!

En una gruta, Él ilumina las tinieblas que recubren la tierra de nuestra vida. Un niño viene a buscarnos; el Rey del universo ha nacido entre los humildes pastores. Ha venido al mundo Aquel que es el Salvador de cada hombre.
He aquí porque todos los neonatos son un inconmensurable tesoro que lleva la luz a un mundo envuelto con frecuencia, por las tinieblas del rechazo de la vida.
Dejémonos abrazar por este niño que nos invita a ser más humanos y más buenos.
Feliz Navidad a todos!

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Te recomendamos que conozcas el trabajo de la comunidad Cenáculo. Haz click AQUÍ y maravillate!!!!

¡Qué regalo! / Autor: P. Jesús Higueras

Después de la partida de los magos, el Ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: "Levántate, toma al niño y a su madre, huye a Egipto y permanece allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo".

José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.

Allí permaneció hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por medio del Profeta:
Desde Egipto llamé a mi hijo.

Mt 2, 13-15

Son muchas las cosas que no podemos elegir en la vida, y entre esas, está la familia en la que nacemos o en la que vivimos. Así, a fuerza de acostumbrarnos y a fuerza de vivir cada día en ella, podríamos dejar de dar importancia y valorar esta realidad tan maravillosa que es la familia. La familia que me ha sido dada, la mía, la que yo tengo que vivir. Tan importante es, que cuando Dios quiso venir a la tierra, quiso hacerlo a través de la familia, porque Él mismo – así lo dicen los teólogos hoy en día – es familia, porque la Trinidad es un misterio familiar de donación de vida.

En este domingo, dentro de la octava de Navidad, la Iglesia propone a todos los cristianos el modelo de la Sagrada Familia, para que nosotros nos veamos en ella, para que pensemos que no se trata de llegar a una situación de perfección, sino sobre todo comprobar cómo la Sagrada Familia en medio de tantas dificultades, persecuciones y problemas, supo estar cerca del Señor y estar muy unida a Él.

La familia es causa de gozo y dolor para todos nosotros, porque precisamente es donde las personas más queridas nos dan la alegría más grande, y también la pena más intensa. Precisamente por eso, porque les queremos, y muchas veces es en la familia donde se muestra con más claridad las fragilidades, las negligencias, las faltas de todos nosotros. Sin embargo, que escuela de vida tan maravillosa es la familia. El Papa la definía como “la comunidad de vida y de amor incondicional, donde el ser humano es amado por lo que es y no por lo que tiene”.

Es verdad que vivimos unos momentos en los cuales se nos valora por lo que tenemos, “tanto vales, cuanto tienes”, y sin embargo en la familia, a las personas no se las quiere por lo que tienen, sino por lo que son: porque eres mi hermano, mi hijo, mi padre y eso es una cosa que nunca podré renunciar a ello. Me ha sido dada, y agradezco éste don tan grande.

Hoy es un día para pensar, que esa familia que yo tengo, con sus defectos, sus deficiencias y sus limitaciones, es el lugar donde Dios ha querido que yo venga a la vida y donde ha querido que yo me santifique, madure y crezca, y es mi camino para ir al Cielo. Por eso tengo que bendecir a Dios por la familia que tengo. Todos conocemos el refrán: “En todas las casas se cuecen habas, y en la mía calderadas”, ya que todos pensamos a veces que nuestra familia puede ser la más difícil y la peor, la que tiene más dificultades, sobre todo si nos comparamos con las de alrededor, de las cuales sólo vemos la fachada, pero nunca el interior. Hay que luchar contra esa idea negativa de la familia, ya que es un lugar maravilloso donde el ser humano crece, donde se hace más humano, donde aprende a amar y a entregarse a los demás, incluso a pesar de las dificultades que éstos puedan poner. Por eso, que buen propósito sería en estos días navideños, valorar más nuestra familia, sabiendo que es la empresa más importante que tenemos que realizar en nuestra vida, y que hay que sacarla adelante con mucha más energía que todas las empresas que nos puedan aparecer, porque al final de la vida, sólo queda la familia y sólo importamos a la familia.

Intentemos luchar por sacarla adelante, intentemos entregarnos del todo a aquellos que nos han sido dados como parte de nuestra existencia, no cayendo en el error de dejar lo mejor de nosotros mismos para los de fuera, y lo peor para los de dentro.

¿Quieres tú contribuir a a la obra Salvadora de Cristo Jesús? / Autores: Conchi y Arturo

¡Lanza gritos de gozo, hija de Sión, lanza clamores, Israel, alégrate y exulta de todo corazón, hija de Jerusalén! Ha retirado Yahveh las sentencias contra ti, ha alejado a tu enemigo. ¡Yahveh, Rey de Israel, está en medio de ti, no temerás ya ningún mal! Aquel día se dirá a Jerusalén: ¡No tengas miedo, Sión, no desmayen tus manos! Yahveh tu Dios está en medio de ti, ¡un poderoso salvador!El exulta de gozo por ti, te renueva por su amor; danza por ti con gritos de júbilo, como en los días de fiesta. Yo quitaré de tu lado la desgracia, el oprobio que pesa sobre ti.
(Sofonías 3, 14-18)

Alégrate y exulta de todo corazón. Ese gozo no es como el que da el mundo. La alegría real, que produce felicidad auténtica, es la de contemplar y esperar siempre el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios. La tristeza proviene del espíritu del mundo, de las obras de la carne. Interioriza con Santa Teresa de Jesús que "sólo Dios basta". Ten claro que el Niño Jesús es quien más te ama, porque lo hace escuchando la voluntad de su Padre. Asume que el Señor te habla envuelto en pañales y te susurra: "Nadie te ama como yo. Dame tus debilidades, tus tristezas, tus desesperaciones y todo tu ser. Yo quiero nacer de nuevo cada segundo en ti para hacerte gozar de las primicias del Reino".

Hijo con el Hijo

Esa declaración de Amor está plasmada en palabras poéticas y de vida en el Cantar de los Cantares 2, 8-14:

¡La voz de mi amado!
Ahí viene, saltando por las montañas,
brincando por las colinas.

Mi amado es como una gacela,
como un ciervo joven.
Ahí está: se detiene
detrás de nuestro muro;
mira por la ventana,
espía por el enrejado.

Habla mi amado, y me dice:
"¡Levántate, amada mía,
y ven, hermosa mía!

Porque ya pasó el invierno,
cesaron y se fueron las lluvias.

Aparecieron las flores sobre la tierra,
llegó el tiempo de las canciones,
y se oye en nuestra tierra
el arrullo de la tórtola.

La higuera dio sus primeros frutos
y las viñas en flor exhalan su perfume.
¡Levántate, amada mía,
y ven, hermosa mía!

Paloma mía, que anidas
en las grietas de las rocas,
en lugares escarpados,
muéstrame tu rostro,
déjame oír tu voz;
porque tu voz es suave
y es hermoso tu semblante".


Tú. eres hermoso porque eres hijo con el Hijo, Jesucristo, de un Padre lleno de misericordia que desea llenar tu corazón de árboles de Amor enraizados en Él como Cedros del Líbano. Sé como el Niño Jesús y muéstrate desnudo, desposeido ante Papá Dios. Él quiere cobijarte, ser tu refugio, hacerte caminar por senderos de paz infinita.

La niña que compra milagros

Sólo así podrás creer que Dios estará contigo para siempre y desea acompañarte. Deja que guie tus pasos. Hazte como un niño. Una de las historias reales, que vuelan por internet y que nos ha hecho llegar Paulina Binyons. muestra que nada es imposible para Dios:

Era una niña precoz de 8 años. Un día escuchó a su madre y a su padre hablar acerca de su hermanito Andrew. Ella solo sabía que su hermano estaba muy enfermo y que su familia no tenía dinero.

Planeaban mudarse para un complejo de apartamentos el siguiente mes porque su padre no tenía el dinero para las facturas médicas y la hipoteca. Solo una operación costosísima podría salvar a Andrew.

La niña escuchó que su padre estaba gestionando un préstamo pero no lo conseguía.
Papá susurraba a su madre, quien tenía los ojos llenos de lágrimas: "Sólo un milagro puede salvarlo".

Tess fue a su cuarto y sacó un frasco de jalea que mantenía escondido. Vació todo su contenido en el suelo y lo contó cuidadosamente. Lo contó una segunda vez y una tercera. La cantidad tenía que ser perfecta. No había margen para errores. Luego colocó todas las monedas en el frasco nuevamente, lo tapó y se escabulló por la puerta trasera y caminó 6 bloques hasta la farmacia, que tenía el jefe indio color rojo pintado en el marco de la puerta. Esperó pacientemente su turno.

El farmacéutico parecía muy ocupado y no le prestaba atención. Tess movió su pie haciendo un ruido. Nada. Se aclaró la garganta con el peor sonido que pudo producir. Nada. Finalmente, sacó una moneda del frasco y golpeó el mostrador.

"¿Qué deseas?", le preguntó el farmacéutico en un tono bastante desagradable. Y le dijo sin esperar respuesta:

-"Estoy hablando con mi hermano que acaba de llegar de Chicago y no lo he visto en años".

-"Bueno, yo quiero hablarle acerca de mi hermano" le contestó Tess en el mismo tono que usara el farmacéutico. "Está muy enfermo y quiero comprar un milagro".

-"¿Qué dices?" dijo el farmacéutico.

-"Su nombre es Andrew y tiene algo creciéndole dentro de la cabeza y mi padre dice que solo un milagro lo puede salvar. Así que, ¿cuánto cuesta un milagro?"

-"Aquí no vendemos milagros, pequeña. Lo siento pero no te puedo ayudar" le contestó el farmacéutico; ahora en un tono más dulce.

-"Mire, yo tengo el dinero para pagarlo. Si no es suficiente, conseguiré el resto. Sólo dígame cuanto cuesta".

El hermano del farmacéutico era un hombre elegante. Se inclinó y le preguntó a la niña:

-"¿Qué clase de milagro necesita tu hermanito?"

-"No lo sé" contestó Tess con los ojos a punto de explotar. "Solo se que está bien enfermo y mi mami dice que necesita una operación. Pero mi papá no puede pagarla, así que yo quiero usar mi dinero".

-"¿Cuánto dinero tienes?" le preguntó el hombre de Chicago.

-"Un dólar con once centavos" contestó Tess en una voz que casi no se entendió. "Es todo el dinero que tengo pero puedo conseguir más si lo necesita".

-"Pues que coincidencia" dijo el hombre sonriendo. "Un dólar con once centavos, justo el precio de un milagro para hermanos menores".

Tomó el dinero en una mano y con la otra cogió a la niña del brazo y le dijo;
-"Llévame a tu casa. Quiero ver a tu hermano y conocer a tus padres.
Veamos si yo tengo el milagro que tú necesitas".


Ese hombre de buena apariencia era el Dr. Carlton Armstrong, un cirujano
especialista en neurocirugía.

La operación se efectuó sin cargos y en poco tiempo Andrew estaba de regreso a casa y en buena salud.

Los padres de Tess hablaban felices de las circunstancias que llevaron a este doctor hasta su puerta.

-"Esa cirugía" dijo la madre, "fue un verdadero milagro. Me pregunto cuanto habría costado".

Tess sonrió. Ella sabía exactamente cuanto costaba un milagro, un dólar con once centavos más la fe de una pequeña.

Colaborador de la Salvación

Quizás en tu mano esté hacer milagros en el nombre de Jesús engendrado por el Amor de Dios Padre en el seno de la Virgen María y San José. María y José fueron dos colaboradores decisivos para que se ejecutara la Salvación de toda la humanidad acogiendo como padres terrenales a Jesús. ¿Quieres tú contribuir a la obra Salvadora de Cristo Jesús?. Mira a los ojos al Niño Jesús del pesebre y dile: "Ven a mi corazón para que pueda hacerte presente en los demás de la manera que Tú deseas nacer en ellos. Haz que escuche tu voz y no endurezca mi corazón".

Oremos con el Salmo 32:

Aclamen, justos, al Señor:
es propio de los buenos alabarlo.

Alaben al Señor con la cítara,
toquen en su honor el arpa de diez cuerdas;
entonen para él un canto nuevo,
toquen con arte, profiriendo aclamaciones.

Porque la palabra del Señor es recta
y él obra siempre con lealtad;
él ama la justicia y el derecho,
y la tierra está llena de su amor.

La palabra del Señor hizo el cielo,
y el aliento de su boca, los ejércitos celestiales;
él encierra en un cántaro las aguas del mar
y pone en un depósito las olas del océano.

Que toda la tierra tema al Señor,
y tiemblen ante él los habitantes del mundo;
porque él lo dijo, y el mundo existió,
él dio una orden, y todo subsiste.

El Señor frustra el designio de las naciones
y deshace los planes de los pueblos,
pero el designio del Señor
permanece para siempre,
y sus planes, a lo largo de las generaciones.

¡Feliz la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él se eligió como herencia!

El Señor observa desde el cielo
y contempla a todos los hombres;
él mira desde su trono
a todos los habitantes de la tierra;
modela el corazón de cada uno
y conoce a fondo todas sus acciones.

El rey no vence por su mucha fuerza
ni se libra el guerrero por su gran vigor;
de nada sirven los caballos para la victoria:
a pesar de su fuerza no pueden salvar.
Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,
sobre los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y sustentarlos en el tiempo de indigencia.

Nuestra alma espera en el Señor:
él es nuestra ayuda y nuestro escudo.

Nuestro corazón se regocija en él:
nosotros confiamos en su santo Nombre.

Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,
conforme a la esperanza que tenemos en ti.


Dios desea permanecer en nuestros corazones e iluminar toda la tierra inundándola de la Gloria de su Amor. Es Navidad hoy y puede serlo siempre.

Despiértate, levántate y la Luz de Cristo brillará sobre ti / Autores: Conchi y Arturo

¿Alumbramos más que las luces de Navidad sembradas por las calles por comerciantes y ayuntamientos? ¿Guardamos en el corazón la perenne Navidad por obra y gracia del Espíritu Santo? Jesús que vino a salvarnos dijo a quienes le escuchaban en el sermón de las Bienaventuranzas:

"Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse la ciudad que está sobre la colina, ni los hombres encienden la luz para colocarla bajo el celemín, sino sobre el candelero, de manera que alumbre a todos los que están en casa. Que vuestra luz brille entre los hombres, de manera que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos". (Mt. 5, 14-16)

¿Si somos la luz del mundo porque nos sentimos inundados de tinieblas, tristeza y depresión?. En el Evangelio de Jn. 8,12 se afirma: "Jesús respondió diciendo: - Yo soy la Luz del mundo. Quien me sigue no anda en tinieblas, sino que tiene la Luz de la vida."

Se hizo Luz en nuestros corazones

El seguimiento de Jesús debe ser permanente. Cada fracción diminuta de tiempo debe ser fértil para engendrar al Hijo de Dios en nuestro corazón, para convertirnos en Luz del mundo. La Palabra de Dios nos dice en Mt.: "Vosotros sois la Luz del mundo". Por su parte el Evangelio de Jn. se refiere a Jesús proclamando: "Yo soy la Luz del mundo".

Parecen frases contradictorias, pero no lo son. Somos Luz del mundo en virtud de que Jesús nació en Belén, iluminó al mundo, murió en la Cruz para la salvación de todos, resucitó para darnos el Espíritu Santo prometido y morar en nosotros para siempre. En el corazón hay un lugar, como en Belén, donde sólo puede penetrar el Espíritu de Dios. Es el portal que Jesús se ha reservado para que podamos acogernos a la salvación. San Pablo lo concreta claramente en 2Co. 4,6:

"Por eso el mismo Dios que dijo: - Brilla la Luz en las tinieblas, se hizo Luz en nuestros corazones, para que la Gloria de Dios resplandezca como brilla en el rostro de Cristo".

El fruto de la Luz

La Luz de Cristo en Belén ilumina el Universo eternamente. El problema es que si llenos de la luminosidad del Salvador realizamos obras de las tinieblas el resultado es la oscuridad. Pablo explica en 2Co. 6,14:

"No pactéis alianzas incompatibles con los que no creen. ¿Podría pactar la justicia con la maldad? ¿O podría convivir la Luz con las tinieblas?"

Los frutos son los que disciernen el estado de nuestra vida. El apóstol de los gentiles lo escribe en Ef. 5,8-9:

"Hubo un tiempo en que estabais en la tinieblas, pero ahora sois Luz en el Señor. Caminad como hijos de la Luz, ya que el fruto de la Luz se halla en todo lo que es bueno, justo y verdadero".

Palabra de Luz

Cuando la Luz del pesebre de Jesús no brilla en nosotros es consecuencia de nuestras actitudes como se señala en Sa. 5,7:

"Es cierto que perdimos el camino de la Verdad. El Espíritu de Justicia no fue nuestra Luz y el Sol Verdadero no nos iluminó".

El aceite para mantener encendida la Luz de Cristo en el corazón es, como leemos al recitar el Sl. 119, 105 y 130:

"Tu Palabra es lámpara para mis pasos y Luz para mi sendero".

"La comprensión de tus palabras ilumina, da inteligencia al ignorante".


Cuando hacemos vida la Palabra de Dios escuchamos interiormente el anuncio de alegría perpetua de Is. 60,1:

"Levántate, brilla, porque tu Luz llega y la Gloria del Señor se alza sobre ti".

Querer acoger al Niño Dios

Vamos a fijar nuestra mirada en los avatares de la Sagrada Familia, en el momento del nacimiento de Jesús, para comprender como podemos engendrar continuamente al Hijo de Dios con obras, palabras y actitudes. Dios Padre busca posada para el nacimiento de Jesús, a través de José y María, los progenitores terrenales.

Dios llama a todos los corazones cada día como lo hizo en todas la puertas de Belén. En el pueblo estaba todo lleno. Todos estaban ocupados. No tenían ni espacio ni tiempo para acoger el nacimiento del Hijo de Dios.

El egocentrismo de la gente era el mismo con el que Dios se topa 2000 años después. Las puertas se cerraban al paso de José y María. Todos los que tenían las mejores casas y posesiones, la mayor comodidad, no quieren ser molestados por la presencia de la Virgen María que iba a traer al mundo la verdadera Luz: JESÚS.

Sólo unos humildes pastores les invitan a resguardarse en el único lugar que tienen: una cueva para los rebaños. El Hijo de Dios sólo necesita que deseemos acogerlo en el corazón con todo lo que tenemos en él, los talentos y las debilidades. Abre tu corazón a Jesús y Él será tu Luz y Salvación. Disipará toda tiniebla como leemos Jn. 1,14:

"Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad."

Vivir de la Providencia

En el portal de Belén, a diferencia de en las otras casas, la puerta estaba abierta. Es casi seguro que ni existía. Tener la puerta abierta de nuestro corazón a la Palabra del Verbo Encarnado, sin cerrarla nunca, es otra de las actitudes para que la Luz de Cristo no mengue.

Los pastores reciben el anuncio del nacimiento de Jesús estando a la intemperie. Son las personas con menos recursos materiales, pero con una profunda sabiduría de la vida adquirida en medio de la naturaleza, obra del Creador. Viven de la Providencia, buscan su alimento día a día, trabajan continuamente y viven con sencillez, sólo pendientes de sus rebaños y sus familias. Estamos llamados a vivir como los pastores, levantando la mirada al cielo para recibir el anuncio y el regalo de la Providencia de Dios para nuestra existencia.

Jesús cuando le preguntan en donde vive responde: "El Hijo del Hombre no tiene donde reposar su cabeza". Los pastores hacen una vida humana parecida a la del Hijo de Dios. No se quedan instalados en un lugar, sino que andan buscando los mejores pastos para sus rebaños. Tenemos que buscar la Luz de Dios cada día para poder amarnos personalmente y a los demás como Él lo hace.

Jesús viene al mundo y se proclama el Buen Pastor. Quiere iluminar nuestros caminos y llevarnos a los mejores pastos, a la tierra prometida que mana leche y miel. Cantemos con gozo lo que dice el Sal. 24 (23):

"Del Señor es la tierra y todo lo que hay en ella,
el mundo y todos sus habitantes,
porque él la fundó sobre los mares,
él la afirmó sobre las corrientes del océano.

¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor
y permanecer en su recinto sagrado?

El que tiene las manos limpias
y puro el corazón;
el que no rinde culto a los ídolos
ni jura falsamente:
él recibirá la bendición del Señor,
la recompensa de Dios, su salvador.

Así son los que buscan al Señor,
los que buscan tu rostro, Dios de Jacob".


Construir sobre roca

El portal de Belén es una cueva de piedra. Dios es la roca que salva. Acogernos al amor del Padre del Cielo, la Roca, es la única forma de poder modelar el corazón como un pesebre perenne. El Padre y Jesús son uno con el Espíritu Santo. Como Pedro, nosotros somos piedras sobre las que Dios quiere edificar su Iglesia. Interioricemos la Palabra del verdadero arquitecto: "Si el Señor no construye la casa en vano se cansa el albañil". Ser roca supone anhelar vivir en comunión con la Santísima Trinidad. Construyamos nuestra vida fundamentada en la Roca que salva: JESUCRISTO.

Ser un portal de Belén viviente, engendrar a Jesús, llevarlo en el corazón, implica tener la actitud de la Virgen María y de San José. Hay que llamar a la puerta de los corazones de todos cuantos se crucen en nuestra vida explicitando que Jesús es su Luz y Salvación. Hay que comunicar que el Hijo de Dios quiere morar en cada ser humano: nacer, crecer e iluminar. Sepamos que nos pueden contestar que no hay lugar ni para nosotros, ni para el Mesías.

Si nos cierran la puertas, no temamos. Jesucristo siempre nace y es Luz. Nació en Belén e iluminará el Universo por toda la eternidad. Él sólo desea que mostremos su rostro, no que lo impongamos, sino que lo propongamos. Dios quiere hacer del corazón de todos los hombres un pesebre para que engendren a Jesús. Él sólo espera de cada uno que le abramos el corazón.

Mi delicia eres Tú

El resplandor del nacimiento Cristo ilumina toda tiniebla por el don del Espíritu Santo que lo hace presente. Jesús te mira desde su cuna y te dice: "Aliméntate de mi Palabra y de mi Paz. Acógeme. Déjame crecer en ti y amar a los demás desde tu corazón, llevarles la verdadera felicidad que proviene de la Gloria de Dios Padre".

Canta nuevos himnos de alabanza al Señor. Adórale como hicieron los pastores, con sencillez y humildad, poniéndo a sus pies como presente toda tu vida, la de ayer, hoy y mañana.

Ponte ante el Salvador del mundo y ora con la nítida letra de una canción compuesta a partir de los salmos 16 y 19, por Yuan-Fuei Liao, titulada "Mi delicia", que forma parte del CD "DIOS DE VICTORIA" del ministerio de jóvenes de la Comunidad Siervos de Cristo Vivo:

Mi Delicia eres Tú,
mi gozo es contemplar
tu mirada de ternura, mi Jesús.

Mi Delicia eres Tú
mi alegría está en ti,
en tu presencia quiero ser adorador.

Tú destilas para mí
tu amor como la miel,
adorarte es mi pasión, Señor.

En tu humilde corazón
hoy quisiera entrar
para hacer tu voluntad, mi buen Jesús.


Cristo es tu Delicia: deléitate, regala paz y dulzura a tu alma. Las fiestas pasarán pero tu corazón debe permanecer abierto a acoger la Luz del Salvador del mundo infinitamente. Que la gracia de Dios Padre lo haga posible por el don del Espíritu Santo en Cristo Jesús Señor nuestro.

¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!

Santos niños inocentes de ayer y de hoy / Autor: P. Mariano de Blas

Santos niños inocentes de ayer y de hoy, rogad a Dios por los que hemos perdido la inocencia

La fiesta de los primeros niños que murieron inocentemente por Dios.
Entonces murieron después de haber nacido.
Y eran poquitos.

Hoy mueren antes de nacer.
Y son millones.

Si por cada niño muerto injustamente depositáramos una flor,
llenaríamos muchos estadios de flores.

Los primeros murieron porque estorbaban a Herodes.
Los de nuestro tiempo siguen estorbando.

El aborto es la nueva espada de Herodes que mata sin compasión.

A mi juicio, el 28 de Diciembre se deberían celebrar no sólo a los niños de Belén muertos a espada, sino los millones de inocentes que mueren por el aborto.

El único que conoce quiénes son y cuántos son es Dios,porque a cada uno le regaló un alma inmortal desde el seno de su madre.

Santos niños inocentes de ayer y de hoy;
los que mueren de hambre, de frío,
los que no pueden nacer,
todos los niños maltratados...
todos los niños inocentes,
rogad a Dios por los que hemos perdido la inocencia.

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Fuente: Catholic.net

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Juan apóstol, amigo de Cristo / Autor: P. Juan J. Ferrán

Juan era hijo de Zebedeo, pescador de Betsaida y de Salomé, una de las mujeres que estuvieron al servicio de Jesús. Era hermano de Santiago, a quienes se les designaba con el título de "hijos del trueno". Fue discípulo de Juan el Bautista de donde pasó a ser seguidor de Cristo, convirtiéndose en uno de sus apóstoles preferidos, el “discípulo amado". Parece ser que Juan vivió después de todo esto en Antioquía y en Efeso. Además de escribir el Evangelio, Juan escribió el Apocalipsis y tres cartas. Finalmente recordamos que fue el acompañante de María .

Entre todos los aspectos que podríamos señalar en S. Juan, vamos a quedarnos en esta meditación con esa realidad que le caracteriza tanto: su amor a Cristo.

En la vida de todo hombre están en disputa siempre una serie de valores que compiten entre sí por su primacía. Muchas veces en la esfera de la mente y de la razón se hace evidente para un cristiano que Dios es lo primero. Pero posteriormente en la esfera de lo existencial, de lo vital, del día a día, Dios se oscurece en la conciencia para dar paso a otras realidades que copan plenamente la energía, la atención, el pensamiento, la preocupación, hasta el punto de que se convierten así en las verdaderas razones de nuestro existir.

Es ésta una lucha constante y normal en nuestro interior. La realidad de Dios se ve frecuentemente vapuleada por otras realidades que la desplazan. Se termina teniendo tiempo para casi todo, pero no para Dios. Hay frases muy usadas y muy conocidas como “no tengo tiempo para el espíritu”, “me es imposible ir a misa”, “no encuentro tiempo para confesarme”, “ya quisiera tener un minuto para poder leer el Evangelio o algún libro formativo”. En el fondo de todo ello está la derrota del espíritu frente a la fuerza y empuje de lo material, de lo inmanente, de lo pasajero. A veces queremos reaccionar frente a esta situación, pero enseguida el tráfago de la vida y las ocupaciones nos apartan de nuestros propósitos.

Como consecuencia de todo ello, sentimos que el espíritu empieza a perder entusiasmo por Dios y nos encontramos cada vez más con un vacío que nos angustia y llena de culpabilidad. Es como si mascáramos el fracaso de una vida que, a medida que avanza, se siente más vacía. Y es que no podemos apagar la sed del espíritu, es que no podemos negar al corazón lo que el corazón necesita de veras, porque tras el olvido de Dios llega a continuación el poner en un lugar también secundario la familia, la esposa, los hijos, la honradez, la verdad. El fracaso del espíritu siempre arrastra tras sí a todo el hombre.

Todo ello hace comprender por qué Dios quiere ser Dios en nuestra vida o por qué el hombre no puede concebir una vida sin Dios. La medida de nuestra dicha, de nuestro gozo, de nuestra paz no puede ser otro que Dios. “Nos hiciste, Señor, para ti”. Son palabras que han tenido, tienen y seguirán teniendo una fuerza y una verdad incontestables. Por más que los hombres se empeñen en llenar el vacío de Dios con otras realidades, nunca lo lograrán. Ahí está el porqué Dios es el Señor de nuestras vidas. Sería un suicidio querer plantear una vida y un futuro lejos de Él.

Pero no basta que Dios sea Dios en nuestra vida. Desde su realidad de Dios, Dios debe ser vivido como Padre, Amigo, Compañero, Confidente. Un Dios en quien se crea, pero que no afecte cordialmente a mi vida, con quien yo no tenga una relación personal e íntima, que yo no sienta a mi lado, nunca terminaría convirtiéndose en mi vida en lo primero. Puedo creer en Dios, puedo respetar a Dios, puedo temer a Dios, pero esto necesariamente no es amor. Y realmente lo que necesito es amar a Dios, es decir, sentirlo como persona, sentirlo cercano, sentirlo necesario.

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Fuente: Catholic.net

Cinco hijos sacerdotes / Autor: Alfonso Aguiló

El ejemplo noble
hace fáciles
los hechos más difíciles.

Goethe

Juan Antonio Granados tiene veinte años. Es el segundo de siete hermanos. Ha conocido una Congregación religiosa que inició sus pasos hace poco en España, los Discípulos de los Corazones de Jesús y de María. Hace con ellos unos ejercicios espirituales. Se plantea qué quiere Dios de su vida y no halla respuesta clara. Si matrimonio, si sacerdocio. Ha empezado la carrera de Ingeniero de Caminos. "En segundo de carrera estaba yo ya un tanto inquieto. Todo iba bien, pero en mi vida faltaba algo. Visito un día un convento de carmelitas con unos amigos. Estamos charlando con las hermanas en el refectorio. Una de ellas lanza una pregunta: "¿Y usted qué estudia?". "Caminos", digo. La monjita se descara: "Deje los caminos de los hombres y siga los caminos de Dios". Nos reímos todos. Cosas de monjas, pienso. Pero en el fondo había quedado herido, como si aquellas palabras me tocasen hondo. "Señor, ¿qué quieres que haga?"".

Lo habla con un sacerdote amigo, que le fue aconsejando y que le señaló el camino de la oración, de los ejercicios espirituales, de los sacramentos. "Y sobre todo hice un descubrimiento fundamental: la vocación es amistad. El Señor, frente a ti, te fascina con su presencia, ofrece más que cualquier amor o pretensión humana: compartir su intimidad, su misión, siendo su discípulo... El Señor decía: "¿A quién enviaré, quién irá, quién les hablará?... ¡Si yo tengo mis brazos clavados...!". Tras muchos regateos, tras un largo tira y afloja, aposté todo, me la jugué a una carta: "Heme aquí, ¿qué quieres de mi?". Órdago a la grande. Dios vio mi órdago y me lo ganó. Cierto es que Él siempre tiene un as en la manga. Fue la mejor jugada porque en verdad ganamos los dos: dos vencedores, dos amigos, un proyecto común."

Dos vencedores

Juan Antonio no quería dar a sus padres la noticia de sopetón. Pensó prepararles. La decisión la había tomado en Semana Santa y tenía todavía tiempo, unos tres meses. Un día le dice a su madre: "Mamá, lee esto, a ver qué te parece". Es el libro con las cartas del Hermano Rafael, un joven arquitecto que ingresó en la Trapa de San Isidro de Dueñas. "Sobre todo esta parte". Y le señalaba dos o tres páginas en que el monje se despedía de su madre antes de marcharse de casa. ¡No hacía falta demasiada intuición femenina para entender de qué iba el asunto!

Su madre se lo cuenta a su padre. Juan Antonio quiere decírselo pronto, pero su padre se le adelanta. Están los tres comiendo en casa cuando su padre le pregunta: "¿Qué va a ser de ti el año que viene?". Juan Antonio habla entonces claro: será sacerdote. Se hace un silencio. Enseguida, el padre se levanta y le dice: "¡Dame un abrazo!".

Otro hermano

Luego vino su hermano mayor, José. "Mi vocación la llevaba en secreto. Era mejor así. Ni siquiera mis padres lo sabían. ¿Lo sospechaban? Desde cuarto de carrera tenía tomada la decisión. Dos o tres años de discernimiento me hacían ver claro que el Señor me llamaba a una vida de consagración total. No soy de los que tuvieron una iluminación prodigiosa. La luz se fue haciendo poco a poco. Me atraía la pobreza del Señor, su llamada a dejarlo todo. Había, claro, momentos de lucha, difíciles; quería esquivar una vía que implicaba renunciar a formar una familia. La luz fue viniendo poco a poco, hasta que en cuarto de carrera no había duda: había amanecido.

Llegó el último año, sexto. Tenía hechos mis planes. Mejor hablar con mis padres ya al final, hacia mayo. En agosto había pensado marchar al noviciado. Pero mi padre lo adelantó todo, porque me habló de la posibilidad de empezar a trabajar en su empresa, y tuve finalmente que decirle que ya tenía "otra oferta de trabajo". Me entendieron sin muchas explicaciones. Ellos ya tenían experiencia, mi hermano Juan Antonio les había dicho lo mismo hacía apenas un año. Tras el abrazo de rigor, mi padre reconoció, emocionado: "Ante un contrincante así, ¡qué se puede hacer!". Luego nos sentamos y les expliqué con más detalle el fraguarse de mi vocación. Mi padre permaneció un rato absorto y acordándose de Juan Antonio, pronunció unas palabras que luego se desvelarían proféticas: "¿No será una racha?".

Mal momento para decirlo

Y efectivamente lo era. Carlos vino después. Estudiaba por aquel entonces tercero de Caminos. Había seguido más o menos la misma formación que sus hermanos. "Toda vocación es un proceso largo: el mío había comenzado tiempo atrás, pero siempre como algo que se puede aplazar, como una de esas grandes decisiones lejanas que en el correr cotidiano de la vida no inquietan. Tres hechos vinieron a turbar esa aparente calma. El primero fue la entrada de mis hermanos Juan Antonio y José en el noviciado. Su respuesta era también una llamada dirigida a mí: aquella decisión eternamente dilatable, se transformaba ahora en algo cercano y que me interpelaba directamente.

El segundo fue el viaje a Manila con el Papa para participar en la Jornada Mundial de la Juventud. Fue en enero, en plenos exámenes parciales de tercero de Caminos. Recuerdo cómo me impresionó la llamada del Papa en la Vigilia del Luneta Park de Manila. Aquellas palabras me parecieron dirigidas a mí, eran como un fuego interior. A pesar de todo, todavía no se concretaron en nada: aquello fue un primer aldabonazo del Señor a entregarme de lleno.

El golpe tercero y definitivo fueron los ejercicios espirituales en Villaescusa, en concreto la vigilia de la noche del Viernes Santo. El Señor con toda claridad me hizo ver que me quería junto a Él. Era, como ya me había anunciado mi hermano Juan Antonio años atrás, haciendo de profeta, tan claro como un elefante que se pasea por una chatarrería. Aquella luz iluminaba toda la vida pasada, dejando ver la mano del Señor en cada pequeño acontecimiento. Ahora ya no hacía falta elegir nada, yo era el que había sido elegido.

"Faltaba dar mis padres la noticia. Una noche, en que vi que mis padres estaban aún despiertos, me acerqué a su cuarto y entré sin llamar. Mi padre leía en la cama y mi madre estaba de pie trayendo un vaso de agua de la cocina. No sabía cómo decirlo. Me miraron. Les miré. Y entonces mi madre comenzó a reírse. En fin, el caso es que comencé. Debo decir que mis padres ya eran expertos en vocaciones, con lo cual se conocían la situación. Abrazos, besos, risas de mi madre. Eran las siete de la mañana cuando me despertó la voz de mi padre. Habría pasado la noche pensando en ello (la verdad es que no elegí un buen momento para decírselo): "¿Estás seguro de lo que vas a hacer?". Luego he pensado muchas veces en estas palabras. Era la voz de mi padre, era la voz de mi madre también, era la voz de Dios que me invitaba a poner toda la seguridad en Él."

Cuando los amores no llenan

Eduardo fue el cuarto. Estudiaba Arquitectura. Veía a sus hermanos abandonar el hogar y pasaba él a ocupar la "primogenitura". "Comencé a salir con una chica pero había un reducto de mi corazón que se quedaba vacío. Cuando lo dejamos, la abuela dijo una de sus frases lapidarias que tenían un fondo de verdad: "Eduardo también se irá de sacerdote". Los últimos años de Arquitectura ya estaba haciendo un discernimiento vocacional. Fue un tiempo de muchas dudas. Esto no quitaba de mi interior la incertidumbre. Seguía enamorándome y desenamorándome. Pero, a pesar de todo, la voz interior era cada día más fuerte. Y responder a la llamada se convertía en la verdadera asignatura pendiente que yo tenía que cursar: "Dios mío, ¿qué quieres de mí? ¿Qué quieres Tú de mi vida?".

Mi madre notaba durante este año mi preocupación. Sabía que no era por estudios sino por algo más profundo. Muchas veces se acercaba a mí para indagar. Yo sentía su apoyo. Hablaba con ella de mi falta de claridad con respecto al futuro, incluso de mis amores y desamores. Pero nunca llegué a comentarle las dudas más hondas." Es entonces cuando Eduardo conoce en la Escuela de Arquitectura al nuevo capellán, un misionero colombiano de la fraternidad Verbum Dei. Se hacen amigos. Termina yendo a unos Ejercicios de tres días que dirige este sacerdote. Allí escucha claramente una llamada que le llena de paz. "Recuerdo cuando les dije a mis padres, en el coche, que me iba misionero y cómo había sido todo. Mi madre lloró y calló. Lágrimas y silencio. Dijo algo así como "Ya lo sabía yo...". Aunque las lágrimas me hacían ver que lo sabía pero no lo sabía..."

"La mejor nota"

La cosa sonaba a efecto dominó: cae una ficha, luego otra, y otra... hasta la última. Después de cuatro hermanos religiosos, ¿no está cantado el quinto? Luis, el pequeño, se resiste a ver así las cosas. Protesta. Insiste en que cada vocación es personal. Que no vale apropiarse de la llamada de otro. A decir verdad, si de alguien podía su madre sospechar una vocación, era de él. Fue el único que dio muestras de llamada precoz. En el colegio se hacían encuestas para orientar en la elección de carrera. Muy pequeño debía de ser cuando le dieron aquel cuestionario en que se le hacía una pregunta clásica: "¿Qué te gustaría ser de mayor?". Luis mostró tres preferencias: ingeniero (como su padre), profesor de matemáticas y... sacerdote.

Todos los niños sueñan siempre con una vocación fantástica, astronauta o piloto de Fórmula Uno. La cosa no pasó de ahí. Pero Luis lo debió ir viendo cada vez más claro, y los campos de trabajo en verano, los campamentos y Ejercicios Espirituales le mostraron su camino. Cuando su hermano Juan Antonio reúne a todos los hermanos en su habitación y empieza con un "tengo algo que deciros" (una frase que luego se haría célebre, a fuerza de repetirse), Luis tiene quince años y se le ponen ojos como platos porque su hermano se le ha adelantado en una vocación que él ya tenía clara. Cuando, año y pico después, su madre va al colegio a recoger las notas de Selectividad de Luis, el director le dice: "La mejor nota". A su madre le da un vuelco el corazón: "Dios mío, qué cosas tienes.

Salgo entre nubes, me dan ganas de saltar de alegría, de llorar. Porque él, Señor, Tú lo sabes, no necesita esa nota para la opción elegida: responder a tu llamada, seguirte. Es necesario mucho más, dejarlo todo, incluida la puntuación, la mejor, y lo que se divisa en el horizonte, para servirte en pobreza, castidad y obediencia. Pero, qué bonito, Dios mío, que sea para Ti, la mejor nota de Selectividad, que suba directa al Cielo como el sacrificio de Abel. Ayúdanos a presentarte los mejores frutos y desprendernos de ellos, ofrecértelos sin apegos, sin que nuestras manos se aferren a ellos. Gracias por todo, Señor, y también, por qué no, por la mejor nota de Selectividad, para Ti".

Primero los padres

"¿Quién sabe –concluía José– el dolor que costaba aquello a mi madre? Nunca me lo hizo ver. Si se le escapaba alguna vez, había que estar atento para percibirlo. Mi madre no pudo verme de sacerdote. Tampoco de diácono. El día de su muerte, 3 de junio de 1998, estaba yo en Roma, estudiante de tercer año de Teología. Entre un examen de Moral y otro de Derecho Canónico, tuve que correr al aeropuerto y volar a Madrid. Tiempo después, en la primera Misa de mi sacerdocio, tuve presente especialmente a mi madre. Tampoco vivió mi madre el sacerdocio primero, el de Juan Antonio. Pero toda la historia de nuestra vocación ha sido una racha de síes que fue precedida de muchos otros síes de mis padres".

Todo este relato me recuerda una carta de Juan Pablo II a los sacerdotes en 1995, en la que habla de la figura de la madre del sacerdote. "La madre es la mujer a la cual debemos la vida. Nos ha concebido en su seno, nos ha dado a luz en medio de los dolores de parto con los que cada mujer alumbra una nueva vida. Por la generación se establece un vínculo especial, casi sagrado, entre el ser humano y su madre. ¡Cuántos de nosotros deben también a la propia madre la vocación sacerdotal! La experiencia enseña que muchas veces la madre cultiva en el propio corazón por muchos años el deseo de la vocación sacerdotal para el hijo y la obtiene orando con insistente confianza y profunda humildad. Así, sin imponer la propia voluntad, ella favorece, con la eficacia típica de la fe, el inicio de la aspiración al sacerdocio en el alma de su hijo, aspiración que dará fruto en el momento oportuno."

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Fuente: Interrogantes.net

El hombre que no existe / Autor: Louis de Wohl

Oímos hablar –y con cierta frecuencia– de alguien que no cree en nada. Pero este alguien no existe. Es imposible que exista; pues si existiera, tampoco podría creer que no cree en nada. Sin embargo cree que no cree en nada. Eso –por lo menos– lo cree. En realidad cree muchísimo más. Cree que existe un país llamado Nueva Zelanda –sólo podría saberlo, si hubiese estado allí–. Es decir, que cree en su libro de geografía, en su atlas o a las personas que le han hablado de Nueva Zelanda. Cree que el tren de Zurich a Basilea sale a tal y tal hora. Es decir que cree en la guía de ferrocarriles. E incluso si hubiese estado tomando el tren a diario desde hace más de seis meses, tampoco sería suficiente motivo para que hoy volviera a salir a la misma hora. Cree que su mujer le es fiel. Cree que es el hijo del señor al que llamaba papá de niño –y de la señora a la que llamaba mamá–. ¡Es un saber que él no puede saber! Todo es pura cuestión de fe. También cree al maestro en la escuela.

Que cree más de lo que piensa

Incluso cree muy a menudo en cosas terriblemente inverosímiles; por ejemplo, que va a ganar a la lotería o que la Unión Soviética esta vez cumplirá su palabra. Sí, cree en una serie de cosas de las que sabe que no son ciertas: que el cielo está azul en un hermoso día de verano –a pesar de que esto es sólo una ilusión relacionada con la refracción de la luz–, que el sol sale en el este y se pone en el oeste, aunque ésta es también solo una ilusión originada por la rotación de la tierra. Vemos que cree en un montón de cosas. Sólo cuando se trata de Dios, entonces no cree en nada. Su propia existencia le parece natural y la del universo también. La religión está bien para las mujeres (que son débiles) y para los curas (que para eso les pagan). En realidad, generalmente las mujeres son todo menos débiles y los «curas» ganarían mucho más dinero en cualquier otra profesión. En realidad, el que afirma no creer en nada y cree tanto y en tantas cosas falsas, no sabe lo que es la fe. Que existen dos clases de fe: el conceder confianza a lo que se considera digno de ella, y la otra clase, que es de naturaleza sobrenatural y un don gratuito de Dios.

— ¡Acabáramos! Entonces yo no tengo la culpa de no tener fe. A mí Dios no me ha dado la fe.

— ¿Cuándo le ha pedido que se la dé?

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Fuente: ConoZe.com

VALENTÍ PUIG / ESCRITOR: "Dios practica un concepto muy fraterno de la igualdad" / Entrevista de Alfredo Urdaci

Los dos recordamos un primer almuerzo, hace ya unos años, y una conversación sobre Juan Pablo II. Le expresé mi certeza de haber conocido a un santo, de los pies a la cabeza. Valentí recuerda aquella conversación. Entiendo que tiene memoria para las sensaciones, pero quizá más para las ideas. Su libro lleva un subtítulo valiente: "Una reflexión católica para el siglo XXI".

¿La suya es la historia de una reconversión?

Lo mío ha sido un regreso a la fe. En mi juventud dejé de ser miembro de la Iglesia. Fue un acto de rebeldía absurdo. Fue un acto mimético.

¿Y cómo ha sido el regreso?

Con la experiencia de la vida me di cuenta de que estaba atraído por la fe de mis padres. Lo comparo a reconstruir una mina que se ha hundido.

¿Le ha influido alguien en ese retorno?

Claro. Por ejemplo Juan Pablo II. Para mí fue un pontificado luminoso. Lo percibí cuando fue elegido. Esa fuerza de sus manos cuando se asomó a la plaza. Los Beatles dijeron que tenían más seguidores que Cristo. Juan Pablo II tuvo más seguidores que los Beatles.

¡Hay que tener valor para escribir un libro así en estos tiempos!

Pues no está pensado como un acto de valentía. Unos cuentan sus divorcios, otros sus matrimonios, yo cuento mi vuelta a la fe. Y si sirve de algo, me daré por satisfecho.

Pero en este ambiente de laicismo militante, arcaico, no sé...

Lo noto en algunas entrevistas. Tenemos generaciones que entrarán en el Prado y no sabrán interpretar un cuadro con una crucifixión.

Se dice en público que la fe se debe vivir de una forma privada...

Algunos políticos han sido cautelosos en exceso a la hora de implicar su religión en la acción política. Europa reniega de sus raíces cristianas. Hemos llegado a una situación en que la fe parece un pólipo. Hay que decir que la fe y la razón son compatibles.

Algunos dicen que la Iglesia debe regresar a los orígenes.

Los conceptos de la Iglesia están en la verdad revelada, en la roca sobre la que se funda, están en el Credo, en el Padrenuestro, en el Catecismo. Eso sí, la Iglesia debe revitalizar su lenguaje. Dios está en los ordenadores, y la Iglesia está un poco distante de esas realidades.

EN LA BIBLIOTECA

Nació en Palma de Mallorca, en 1949. Su padre era un industrial, católico liberal, que anhelaba las reformas del Concilio, mientras que su madre, más tradicionalista, se expresaba en un amor incondicional. Se educó en los franciscanos. Tenía en casa una sólida biblioteca donde el hijo encontró su vocación, primero como lector, luego como escritor. Salió de casa para estudiar Filosofía y letras en Barcelona. Es un experto en la obra de Josep Pla, escribe en catalán y castellano ("de momento", precisa) y va por su libro número 20. Se titula 'La fe de nuestros padres' (Península).


¿Hace falta ser filósofo o escritor para llegar a Dios?

Creo que Dios practica un concepto de la igualdad muy fraterno. Un teólogo es igual que un carbonero, y la fe del carbonero es algo muy serio.

¿Qué opinión tiene de Ratzinger?

Es una de las inteligencias más esplendorosas de nuestro tiempo. y lo digo sin beatería.

¿Percibe alguna línea principal en su papado?

Será un papado de regreso a los principios y los valores básicos. En Europa se plantea un choque de estrategias entre una sociedad sin valores frente a lo que comenzó hace dos mil años.

¿Cómo es su Dios?

Es el Dios escondido de Pascal. Es el ser que nos hace más libres, que nos deja elegir, que nos quiere, que nos ama.

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Fuente: La Gaceta de los Negocios

Testimonio vocacional del P. Manuel Álvarez: Yo nací para ser tu amigo

“¿Padre yo? Si me encuentro en el mejor momento de mi vida, cuando más me estoy divirtiendo, cuando por fin puedo hacer lo que deseo con «total independencia»…” Así pensaba cuando me vino a la cabeza por primera vez la idea loca de ser padre. Era mi primera respuesta a la voz de Dios que se insinuaba en mi corazón a los 19 años.

Mi ambiente familiar lo puedo definir como el de una persona que en casa sólo recibió cariño y alegría. Soy el de en medio entre dos hermanas actualmente casadas. Siempre me inculcaron una visión positiva de la vida y el deseo de esforzarme por lograr las metas que me proponía. En todo esto Dios jugó un papel importante pese a que mi práctica de la fe se limitaba a la misa dominical y a rezar al inicio y al final del día si el sueño lo permitía…

Jugué fútbol en ligas desde los 6 años. A los 14 tuve la oportunidad de participar en un torneo internacional con 15 países del mundo, en Estados Unidos. Más adelante participé en la selección del estado de Michoacán y durante algún tiempo entrené en las reservas del equipo del Querétaro mientras estudiaba en la universidad. Al mismo tiempo practiqué el Tae Kwon Do durante 8 años obteniendo la cinta negra y ganando un campeonato nacional juvenil. El deporte me apasionaba y éste me mantuvo activo y lejos de vicios.

Conocí a un sacerdote diocesano

La juventud la pasé entre amigos, fiestas, estudio y novia. Dios me regaló un estupendo grupo de amigos que nos ayudó a todos a crecer y enriquecernos mutuamente en un ambiente muy sano.

A través de una amiga conocí a un sacerdote diocesano joven que predicaba muy bien y vivía cerca de casa. Nos hicimos buenos amigos. En torno a él, mi grupo de amigos de la escuela maduró; algunos se casaron, otro es hoy legionario de Cristo como yo. Las conferencias semanales, los retiros, las misiones, las vacaciones, las conversaciones y, sobre todo, el ejemplo de amor a Cristo de este sacerdote fueron los medios por los que Dios se fue abriendo paso por mi vida. Pero debo confesar que jamás pensé en ser sacerdote, ni me pasó por la cabeza.

Nunca fui indiferente al dolor humano y cuando fui representante de los alumnos de la escuela, además de fiestas y alguna huelga, también organizamos varias actividades de voluntariado, asistencia social, etc. Al acercarse el año anterior a la universidad no sabía bien qué carrera elegir, “todo y nada” me gustaba, y puedo decir que me iba bien en los estudios. En el fondo nada me llenaba del todo. Se presentaba la encrucijada: o dedicarme al fútbol de modo profesional aprovechando algunas posibilidades o seguir tranquilamente los estudios. No sabía qué hacer. En ese momento mi mejor amiga me dijo: “pídele a Dios por tu vocación”, naturalmente ella se refería a la carrera universitaria. Así lo empecé a hacer. Se presentó la oportunidad de estudiar en una universidad de prestigio viviendo a dos horas de casa, en un departamento con otros dos amigos. Fue realmente una experiencia muy divertida: coche, moto, muchas fiestas, nuevas amistades, más viajes, etc. Todo esto intentaba llenar mi vida, pero no obstante todo esto, seguía rezando por mi “vocación”.

¿Y si a mí Dios también me llamara?

Uno de mis amigos, con el que jugaba fútbol y con quien había decidido ir a probar suerte en el equipo de la ciudad, al final de la preparatoria decidió hacer la experiencia de un curso vocacional para “convencerse de que no tenía vocación al sacerdocio”. Todavía recuerdo el momento en que me dijeron que mi amigo se había ido. Estábamos en una discoteca y yo no lo creía, pero me quedé con la duda. Cuando mi amigo, antes de entrar al seminario, volvió para despedirse de su familia, yo ya traía la inquietud dentro: “¿Y si a mí Dios también me llamara?... Por cierto, este amigo es hoy el P. Xavier Castro, L.C., rector del centro de estudios de los legionarios de Cristo en Thornwood, cerca de Nueva York. Al día siguiente fuimos a tomar un café y me quemaba cada vez más la idea de que quizás Cristo me pedía a mí también dejarlo todo para seguirle. Nunca lo había pensado y por eso era duro aceptarlo. Luego de una noche, no sé cómo, no sé porqué, desperté con la certeza interior de que Dios me quería sacerdote, como si en esa noche Él me hubiera robado el corazón. Ahora vendría la necesidad de asimilarlo. No hubo grandes luchas interiores, fue una certeza tan clara y profunda que no me ha dejado lugar a dudas en estos años sucesivos, y ha sido la columna inamovible de mi vida legionaria.

Inmediatamente se lo dije a mi mamá y a mi novia por teléfono… Me urgía decirlo, comunicar a todos que sentía que ser sacerdote era lo mejor que podía hacer en mi vida, que mi vida valdría la pena si más personas se acercaban a Cristo, y que pudieran salvarse. Recuerdo bien que un día volviendo de una visita a unos tíos, íbamos mi mamá y yo solos en el coche y en un momento me preguntó: “¿Hijo, por qué te vas?” Y me vino tan natural responderle: “Porque he sido muy feliz y siento que debo corresponder a Dios que me ha dado tanto, siento que yo nací para ser su amigo”.

Hoy puedo decir que soy muy feliz, que Cristo ha llenado mi existencia, que ser legionario de Cristo es vivir apasionadamente el sacerdocio y que espero poder seguir el ejemplo de tantos hombres de la Iglesia que, con su testimonio, son un estímulo cotidiano a la entrega por la salvación de las almas que Dios quiera poner en el camino de mi sacerdocio.

El P. Manuel Álvarez Vorrath nació el 17 de mayo de 1974 en la Ciudad de México. Ingresó a la Legión de Cristo el 14 de septiembre de 1994 en el noviciado de Monterrey, México. Cursó sus estudios humanísticos en Salamanca, España, y obtuvo la licencia en filosofía y el bachillerato en teología en el Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma. Ha sido parte del equipo de formadores del noviciado de Sao Paolo y del centro de estudios superiores de Roma. Actualmente trabaja con grupos de jóvenes en Milán y Florencia, Italia.

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Fuente: Regnum Christi

martes, 25 de diciembre de 2007

Creo en un Niño pobre en el que podemos conocer a Dios / Autor: J.E.Ruiz de Galarreta

Yo creo en un niño pobre
que nació en una cuadra,
arropado sólo por el amor de sus padres
y la bondad de la gente más sencilla.
Yo creo en un hombre sin importancia,
austero, fiel, compasivo y valiente,
que hablaba con Dios como con su madre,
que hablaba de Dios como de su madre,
contando, llanamente, cuentos sencillos,
y por eso molestó a tanta genteque al final lo mataron.
Yo creo que está vivo, más que nadie,
y que en Él, más que en nadie,
podemos conocer a Dios y sabemos vivir mejor.
Y doy gracias al Padre porque Él nos regaló este Niño
que nos ha cambiado la vida,
y nos ha dada sentido y esperanza.
Yo creo en ese niño pobre,
y me gustaría parecerme a Él.

El cofre de marfil / Autora: Ana Ma. Pereira

"¿Qué me quieres dar?"

En una de sus narraciones, Tagore describe a un pordiosero que mendigaba de puerta en puerta, tocando en los corazones de amigos y desconocidos. Se le veía por las plazas, en los poblados, recorriendo caminos, exponiéndose al peligro de salteadores y alimañas.

Un buen día, a lo lejos, divisó una carroza de ensueño. La tiraban seis alazanes impetuosos. "¿Quién será ese gran señor que se acerca?" -se dijo para sus adentros. Entonces su esperanza cobró alas. El corazón le galopaba. Se puso a mitad del camino y aguardó. La comitiva, al toparse con un hombre arrodillado, se detuvo.

Se escuchó una orden. Se abrió una puerta decorada en jaspe y oro. Descendió un rey. Al instante se cruzaron dos miradas. Los vasallos, en silencio, contemplaron atónitos la escena. Era mediodía, pues el sol ya había levantado sus llamas. Olía a desierto encendido.

En un gesto de humildad, el rey se despojó de su turbante. Se inclinó a la altura del miserable, abrió su mano derecha y le suplicó: "Mendigo, ¿qué me quieres dar?". El pordiosero temblaba como una hoja. Por la mente del indigente se desgarraban las ilusiones. Comenzaron los espejismos. Sonaban gritos lejanos y risas burlonas. ¡Ah, qué escarnio es abrir una mano enjoyada y mendigar a un pobretón como yo!

Con desprecio, el mendigo hundió en la palma del rey un minúsculo grano de trigo. El Rey contestó con un gesto de benevolencia. Abrió un cofrecillo, guardó el grano y subió a la carroza. Un latigazo rompió el silencio y los alazanes apretaron el paso. La mirada del pordiosero persiguió en el horizonte la silueta dorada, envuelta en polvo. Quería llenarse los ojos del dorado metal.

Dando el día por perdido, regresó a su tienda. Vivía entre remiendos. La noche en el desierto siempre emana un suave y reconfortante aroma. Con un poco de leña, encendió un fuego. Sobre dos tablas que hacían de mesa arrojó los granos recolectados. Los amasaría, para después cocerlos y comer su pan.

Uno a uno los fue contando. Comparaba el tamaño, el grosor. Uno de ellos espejeaba. Algo anormal. ¿Otro espejismo? ¡Lo que hace el hambre y el rencor! Frotándolo contra sus harapos, lo acercó al fuego. Parecía un diminuto diente de oro, una uña de luz. Entonces...

Entonces se estremeció y comprendió. Un soplo ligero estremeció las llamas afiladas de la hoguera. ¡Si le hubiera dado al rey todo cuanto tenía! ¡Si por una vez en mi vida hubiera sido generoso! Ahora no poseería una insignificante mota de oro y un desierto inerme, sino un oasis y una vida
cuajada de felicidad.

Salió al camino. Quiso volver al pasado, a ese encuentro maravilloso que podía haber cambiado su existencia. Corrió. Le resultaba maravilloso sentir el péndulo del corazón en el pecho y la respiración anhelante. A cada paso la arena crujía bajo sus pies y las huellas se desdibujan, como manchas borrosas de tinta.

Volvió. Pero toda había pasado. Sería imposible revivir ese instante. Sus ojos, fijos como dos botones, buscaban entre las dunas huellas, signos, señales, cualquier indicio; al menos una pista. Pero nada. Todos habían pasado. Todo era pasado. ¡Pasado!

En algún lugar del mundo, encerrado en un cofrecillo de marfil, hay un grano de trigo. No vale nada. No pesa, pues se obsequió con rencor y egoísmo. No sirve. No alimenta. Está hueco, porque no se "invirtió".

Si alguna vez, en cualquier rincón de este mundo te encuentras con algún Rey, distingues la sombra de su carroza o escuchas el relincho de sus caballos, apresúrate. No dejes pasar la oportunidad. Dale todo. Todo. Invierte tu vida.

Se trata de tomar cada instante de tu tiempo como una oportunidad que Dios nos concede para hacer algo grande por Él y por el bien de los demás. Sé un mendigo negociante. Invierte todos tus granos en algo constructivo, en algo que sirva a los demás y reviente tus graneros eternos. No dejes pasar la oportunidad. ¿Cuántos granos has recogido? No te conformes con harapos.
¿Cuántos sacos de oro has contado hoy?

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Fuente: Catholic.net

Mensaje de Navidad de Benedicto XVI

25 de diciembre de 2007

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 25 diciembre 2007 .- Publicamos el mensaje de Navidad que ha proclamado Benedicto XVI a mediodía de esta Solemnidad desde el balcón principal la Basílica de San Pedro del Vaticano ante decenas de miles de peregrinos.

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«Nos ha amanecido un día sagrado:

venid, naciones, adorad al Señor, porque

hoy una gran luz ha bajado a la tierra»


(Misa del día de Navidad, Aclamación al Evangelio).

Queridos hermanos y hermanas: «Nos ha amanecido un día sagrado». Un día de gran esperanza: hoy el Salvador de la humanidad ha nacido. El nacimiento de un niño trae normalmente una luz de esperanza a quienes lo aguardan ansiosos. Cuando Jesús nació en la gruta de Belén, una «gran luz» apareció sobre la tierra; una gran esperanza entró en el corazón de cuantos lo esperaban: «lux magna», canta la liturgia de este día de Navidad. Ciertamente no fue «grande» según el mundo, porque, en un primer momento, sólo la vieron María, José y algunos pastores, luego los Magos, el anciano Simeón, la profetisa Ana: aquellos que Dios había escogido. Sin embargo, en lo recóndito y en el silencio de aquella noche santa se encendió para cada hombre una luz espléndida e imperecedera; ha venido al mundo la gran esperanza portadora de felicidad: «el Verbo se hizo carne y nosotros hemos visto su gloria» (Jn 1,14)

«Dios es luz -afirma san Juan- y en él no hay tinieblas» (1 Jn 1,5). En el Libro del Génesis leemos que cuando tuvo origen el universo, «la tierra era un caos informe; sobre la faz del Abismo, la tiniebla». «Y dijo Dios: "que exista la luz". Y la luz existió» (Gn 1,2-3). La Palabra creadora de Dios -Dabar en hebreo, Verbum en latín, Logos en griego- es Luz, fuente de la vida. Por medio del Logos se hizo todo y sin Él no se hizo nada de lo que se ha hecho (cf. Jn 1,3). Por eso todas las criaturas son fundamentalmente buenas y llevan en sí la huella de Dios, una chispa de su luz. Sin embargo, cuando Jesús nació de la Virgen María, la Luz misma vino al mundo: «Dios de Dios, Luz de Luz», profesamos en el Credo. En Jesús, Dios asumió lo que no era, permaneciendo en lo que era: «la omnipotencia entró en un cuerpo infantil y no se sustrajo al gobierno del universo» (cf. S. Agustín, Serm 184, 1 sobre la Navidad). Aquel que es el creador del hombre se hizo hombre para traer al mundo la paz. Por eso, en la noche de Navidad, el coro de los Ángeles canta: «Gloria a Dios en el cielo / y en la tierra paz a los hombres que Dios ama» (Lc 2,14).

«Hoy una gran luz ha bajado a la tierra». La Luz de Cristo es portadora de paz. En la Misa de la noche, la liturgia eucarística comenzó justamente con este canto: «Hoy, desde el cielo, ha descendido la paz sobre nosotros» (Antífona de entrada). Más aún, sólo la «gran» luz que aparece en Cristo puede dar a los hombres la «verdadera» paz. He aquí por qué cada generación está llamada a acogerla, a acoger al Dios que en Belén se ha hecho uno de nosotros.

La Navidad es esto: acontecimiento histórico y misterio de amor, que desde hace más de dos mil años interpela a los hombres y mujeres de todo tiempo y lugar. Es el día santo en el que brilla la «gran luz» de Cristo portadora de paz. Ciertamente, para reconocerla, para acogerla, se necesita fe, se necesita humildad. La humildad de María, que ha creído en la palabra del Señor, y que fue la primera que, inclinada ante el pesebre, adoró el Fruto de su vientre; la humildad de José, hombre justo, que tuvo la valentía de la fe y prefirió obedecer a Dios antes que proteger su propia reputación; la humildad de los pastores, de los pobres y anónimos pastores, que acogieron el anuncio del mensajero celestial y se apresuraron a ir a la gruta, donde encontraron al niño recién nacido y, llenos de asombro, lo adoraron alabando a Dios (cf. Lc 2,15-20). Los pequeños, los pobres en espíritu: éstos son los protagonistas de la Navidad, tanto ayer como hoy; los protagonistas de siempre de la historia de Dios, los constructores incansables de su Reino de justicia, de amor y de paz.

En el silencio de la noche de Belén Jesús nació y fue acogido por manos solícitas. Y ahora, en esta nuestra Navidad en la que sigue resonando el alegre anuncio de su nacimiento redentor, ¿quién está listo para abrirle las puertas del corazón? Hombres y mujeres de hoy, Cristo viene a traernos la luz también a nosotros, también a nosotros viene a darnos la paz. Pero ¿quién vela en la noche de la duda y la incertidumbre con el corazón despierto y orante? ¿Quién espera la aurora del nuevo día teniendo encendida la llama de la fe? ¿Quién tiene tiempo para escuchar su palabra y dejarse envolver por su amor fascinante? Sí, su mensaje de paz es para todos; viene para ofrecerse a sí mismo a todos como esperanza segura de salvación.

Que la luz de Cristo, que viene a iluminar a todo ser humano, brille por fin y sea consuelo para cuantos viven en las tinieblas de la miseria, de la injusticia, de la guerra; para aquellos que ven negadas aún sus legítimas aspiraciones a una subsistencia más segura, a la salud, a la educación, a un trabajo estable, a una participación más plena en las responsabilidades civiles y políticas, libres de toda opresión y al resguardo de situaciones que ofenden la dignidad humana. Las víctimas de sangrientos conflictos armados, del terrorismo y de todo tipo de violencia, que causan sufrimientos inauditos a poblaciones enteras, son especialmente las categorías más vulnerables, los niños, las mujeres y los ancianos. A su vez, las tensiones étnicas, religiosas y políticas, la inestabilidad, la rivalidad, las contraposiciones, las injusticias y las discriminaciones que laceran el tejido interno de muchos países, exasperan las relaciones internacionales. Y en el mundo crece cada vez más el número de emigrantes, refugiados y deportados, también por causa de frecuentes calamidades naturales, como consecuencia a veces de preocupantes desequilibrios ambientales.

En este día de paz, pensemos sobre todo en donde resuena el fragor de las armas: en las martirizadas tierras del Dafur, de Somalia y del norte de la República Democrática del Congo, en las fronteras de Eritrea y Etiopía, en todo el Medio Oriente, en particular en Irak, Líbano y Tierra Santa, en Afganistán, en Pakistán y en Sri Lanka, en las regiones de los Balcanes, y en tantas otras situaciones de crisis, desgraciadamente olvidadas con frecuencia. Que el Niño Jesús traiga consuelo a quien vive en la prueba e infunda a los responsables de los gobiernos sabiduría y fuerza para buscar y encontrar soluciones humanas, justas y estables. A la sed de sentido y de valores que hoy se percibe en el mundo; a la búsqueda de bienestar y paz que marca la vida de toda la humanidad; a las expectativas de los pobres, responde Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, con su Natividad. Que las personas y las naciones no teman reconocerlo y acogerlo: con Él, «una espléndida luz» alumbra el horizonte de la humanidad; con Él comienza «un día sagrado» que no conoce ocaso. Que esta Navidad sea realmente para todos un día de alegría, de esperanza y de paz.

«Venid, naciones, adorad al Señor». Con María, José y los pastores, con los magos y la muchedumbre innumerable de humildes adoradores del Niño recién nacido, que han acogido el misterio de la Navidad a lo largo de los siglos, dejemos también nosotros, hermanos y hermanas de todos los continentes, que la luz de este día se difunda por todas partes, que entre en nuestros corazones, alumbre y dé calor a nuestros hogares, lleve serenidad y esperanza a nuestras ciudades, y conceda al mundo la paz. Éste es mi deseo para quienes me escucháis. Un deseo que se hace oración humilde y confiada al Niño Jesús, para que su luz disipe las tinieblas de vuestra vida y os llene del amor y de la paz. El Señor, que ha hecho resplandecer en Cristo su rostro de misericordia, os colme con su felicidad y os haga mensajeros de su bondad. ¡Feliz Navidad!

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[Traducción del original italiano distribuida por la Santa Sede -

© Copyright 2006 - Libreria Editrice Vaticana]

lunes, 24 de diciembre de 2007

Belén: Homilía de Navidad pronunciada por el patriarca de Jerusalén Su Beatitud Michel Sabbah

BELÉN, martes, 25 diciembre 2007- Publicamos la homilía que pronunció el patriarca latino de Jerusalén, Su Beatitud Michel Sabbah, durante la misa de la noche de la Solemnidad del Nacimiento del Señor (Nochebuena), celebrada en la iglesia de santa Catalina en Belén, situada junto a la basílica de la Natividad.

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Homilía de Navidad 2007


Queridos Hermanos y Hermanas
¡Feliz y santa fiesta de Navidad!
Señor Presidente:


1. Rogamos por Usted en esta santa Noche,
por vuestra difícil labor, por la seguridad, por la unidad del pueblo y por la paz. Que Dios le de luz, sabiduría y fortaleza. Para los gobernantes de este país y para todos los gobernantes de Oriente Medio, rogamos que Dios les conceda a todos el poder realizar la paz y la estabilidad aquí y en toda la región.

2. Hermanos y Hermanas:


La gracia Dios ha aparecido.
El Verbo Eterno de Dios se ha hecho hombre. San Juan nos dice en términos claros, aunque supere la capacidad de comprender de muchos: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios" (Jn 1,1) y "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14). He aquí hermanos y hermanas el sentido de la Navidad, he aquí lo que celebramos, y aquello por lo que nos regocijamos. El profeta Isaías predijo: "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una grande luz... un hijo nos ha nacido, un niño se nos ha dado. Ha recibido el señorío sobre sus hombros, y será su nombre: «Maravilla de Consejero», «Dios Fuerte», «Padre Sempiterno», «Príncipe de la Paz»." (Is 9,1.5.). San León Magno, comentando este misterio, dice: "La naturaleza humana y la naturaleza divina se unen en una sola Persona, el Creador del tiempo nació en el tiempo y aquel por quien fueron hechas todas las cosas empezó a contarse entre las criaturas". (San León, Magno, Cartas, 31, 2-3; Oficio de Lectura, 17 de diciembre, 2da Lectura).

Jesús empezó a contarse entre las criaturas, aquí en Belén, para colmarnos de su gracia y para salvarnos del mal que tenemos que combatir cada día .San Juan nos dice, "de su plenitud hemos recibido gracia sobre gracia" (Jn 1,16). Luego San Juan agrega: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, venido del seno del Padre, Él lo ha contado". Esta palabra nos dice que en la Navidad, el Hijo único que sólo el Padre conoce, nacido aquí en Belén, nacido para llevar la vida a los hombres, nos ha hecho capaces, ¡a nosotros también! de conocer a Dios, y de entrar desde aquí abajo a la vida eterna. Una vida que será por medio de nosotros luz en cada esfuerzo de construcción humana o de lucha por la paz. Todos los desafíos, todas nuestras alegrías y nuestros sufrimientos, tenemos el poder de transformarlos en vida eterna -una vida con Dios, con su luz, su poder y su bondad-.

Navidad nos ha renovado "en el Espíritu Santo que derramó sobre nosotros con largueza por medio de Jesucristo nuestro Salvador" (Tito 3,6) a fin de heredar en la esperanza, la vida eterna. Con el poder de esta gracia, con la Navidad cada día en nosotros, trabajamos con ahínco en nuestra sociedad para llevar allí la paz de la Navidad. La vida aquí abajo, con toda su pobreza, todas sus debilidades, pero también con el poder de la gracia, tiene que ser en nosotros el comienzo de la vida eterna.

3. Con esta fe en Dios, con la gracia de la Navidad, meditamos el misterio de nuestra tierra que no llega a ver a Dios, y así, naturalmente, no llega aquí a encontrar la paz. Con la Navidad, con la bondad de Dios puesta por Él en cada persona humana, es necesario, ante todo, creer que somos capaces de la paz. Para ello, hay una mejora a realizar. Hace falta mirar al otro con la mirada de Dios, a fin de poseer la justicia para uno y para los otros.

Luego, hace falta comprender la vocación universal de esta tierra. Hace falta ver la voluntad de Dios sobre esta tierra; en las Escrituras; en la evolución de la historia de la cual, el mismo Dios es el Señor. Él nos ha reunido a todos aquí con el correr de los siglos, judíos, cristianos, musulmanes y drusos, constituyendo hoy dos pueblos, palestino e israelí. Comprender y aceptar la vocación universal, es acoger el plan de Dios para esta tierra y es llegar a ser capaz de establecer aquí la paz. Ningún exclusivismo que desecha al otro o que lo reduce a un estado de ocupación o de sumisión cualquiera puede armonizarse con la vocación de esta tierra. Tierra de Dios, no puede ser para unos una tierra de vida y para otros una tierra de muerte, de exclusión, de ocupación o de prisiones políticas. Todos aquellos que Dios, el Señor de la historia, ha reunido aquí tienen que encontrar en esta tierra vida, dignidad y seguridad.

Cada uno sabe cómo se hace la paz. Cada cual conoce aquello que le es debido a cada uno de los dos pueblos que habitan este país. No es el más débil quien debe someterse y seguir despojándose, sino los más fuertes que tienen todo en su mano son quienes deben desasirse y dar al más débil lo suyo propio, lo debido. Todas las cuestiones difíciles, con la voluntad firme de todos para hacer la paz, pueden encontrar entonces su solución.

4. Con todos los jefes religiosos de esta tierra, hemos recorrido el inicio del camino. Hemos querido preguntarnos a nosotros mismos, como creyentes delante de Dios, ¿Que es lo justo delante de Dios para cada uno de nosotros? Nuestro camino aún es largo, y difícil; pues se trata de librarse del sistema político, de sus visiones exclusivas, de sus miedos, a fin de llegar a ser capaces de decir y de llevar algo nuevo y bueno a todos.

La historia humana está llena de guerras, pero también está llena de Dios. Y Dios es amor. Él no es la tiranía de ciertos creyentes que se dicen creyentes, mientras que no cumplen la voluntad de Dios, sino la suya propia, musulmanes o judíos o cristianos. La violencia no puede ser solicitada desde ninguna religión. El extremismo, en toda religión, es la voluntad de apropiarse, de excluir, y de someter a los otros, no a una fe en Dios, sino a comportamientos humanos y hostiles contra los otros. Los jefes religiosos tienen un rol para educar a los creyentes, confirmarlos sobre las sendas de la justicia, del derecho, del perdón con la reclamación de los derechos, y de la colaboración con todos los hombres y las mujeres de buena voluntad.

5. Hermanos y Hermanas, podéis preguntaros cuál es nuestro papel como cristianos en la paz a construir y en el futuro de esta tierra. El Papa Benedicto XVI, en su última encíclica sobre la Esperanza, dice que la característica del "cristiano es el hecho que ellos tienen una esperanza y tener una esperanza es tener un futuro".

Eso se aplica a nosotros, cristianos de la Tierra Santa, como de todo Oriente Medio. Todo el mundo está preocupado por nuestra presencia cristiana aquí: tanto Israel como la Autoridad Palestina. El rey Abdala II de Jordania desde hace años ha llamado la atención sobre la gravedad del éxodo de los cristianos árabes. Numerosas voces musulmanas se levantan, por todas partes, para llamar la atención sobre el vacío que crearía el éxodo de los cristianos en el mundo árabe musulmán. El mundo cristiano por su parte también está preocupado por nuestra supervivencia o nuestra desaparición.

A vosotros, hermanos y hermanas, a cada uno de vosotros cristianos de esta tierra, tentados a emigrar, objeto de preocupación de todos, os digo ante todo aquello que Jesús nos dice: "no tengáis miedo". El cristiano no tiene derecho a tener miedo, ni a huir de las dificultades. Eso quiere decir compartir las preocupaciones de todos, construir la paz con todos y aceptar los sacrificios, la prisión, quizás la vida o las dificultades de la vida cotidiana, de la ocupación, del muro que separa, de la falta de libertad de movimiento: todo ello es el lote de todos, y todos juntos por nuestros sacrificios y nuestra generosidad, construiremos la paz para todos.

A aquellos tentados o movidos por las dificultades a dejar el país, les decimos: aquí tenéis un sitio y más que un sitio, tenéis una vocación: aquella de ser cristianos aquí, en la Tierra de Jesús, y no en otro lugar en el mundo. Aceptad vuestra vocación, aunque sea difícil. Nuestra presencia aquí permanecerá como un testimonio de la vocación universal de esta tierra, Tierra de Dios, y tierra para las tres religiones y los dos pueblos que la habitan. Escuchad la voz de vuestra vocación y escuchad la voz de todos aquellos que os quieren aquí presentes.

Porque no es solamente un conflicto en el que vivimos, sino una historia en la que Dios es el dueño. Una historia que Dios hace y que nos invita a hacerla con Él. Él es el Señor de toda la historia de la humanidad, desde sus principios lejanos, desde el tiempo de la historia sagrada hasta hoy. Es Él, el que era, que es y que será. Ninguna persona y ningún tiempo pueden evitarlo. Él es el Inevitable con quien y delante de quien vivimos, actuamos y existimos (cf. Hechos 17,28). Llenos de esperanza, libres del miedo, continuamos realizando nuestro camino.

6. Hermanos y Hermanas,


Os deseo una santa fiesta de Navidad. Rogamos en esta noche santa, aquí en Belén, por todos vosotros, en Palestina, Israel, Jordania y Chipre. Rogamos por aquellos que sufren, por los enfermos y por los prisioneros para que puedan gozar por fin de su libertad y dignidad. Rogamos por todos nuestros gobernantes, para que perciban la justicia, que regresen por los senderos de la paz, y que tengan el valor de darla a sus pueblos. A todo el mundo cristiano, desde Belén, os decimos: ¡Feliz y santa fiesta de Navidad! Amén.

+ Michel Sabbah, Patriarca

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[Traducción distribuida por el Patriarcado Latino de Jerusalén]