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martes, 30 de septiembre de 2025

«Thérèse», la película de Alain Cavalier de 1986 sobre Santa Teresa de Lisieux


Camino Católico.- Película sobre la vida de Santa Teresa del Niño Jesús, «Thérèse», del director Alain Cavalier del año 1986.
A través de la figura de la monja francesa Teresa Martin (1873-1897), se plantea la posibilidad de la santidad en la vida cotidiana, sin necesidad de fenómenos sobrenaturales. Teresa Martin ingresó en la orden de las carmelitas de Lisieux, donde tomó el nombre de Teresa del Niño Jesús. Murió a los veinticuatro años de edad. Fue canonizada en 1925. (FILMAFFINITY)

Título original: Thérèse   Año: 1986  Duración: 94 min.  País: Francia Francia
Dirección: Alain Cavalier
Guion: Camille de Casabianca, Alain Cavalier
Música: Gabriel Fauré, Jacques Offenbach
Fotografía: Philippe Rousselot
Reparto:
Catherine Mouchet,
    Aurore Prieto,
      Sylvia Habault,
        Ghislaine Mona-Hefre,
          Helene Alexandridis,
            Clemence Massart,
              Jean Pelegri,
                Nathalie Bernart,
                  Beatrice DeVigan,
                    Noele Chantre
                    Productora:
                    AFC / Centre National de la Cinématographie (CNC) / Films A2
                    Género:
                      Drama | Religión. Biográfico
                    Premios:
                    1986: Premios César: 6 Premios incluyendo mejor película y director. 9 nominaciones
                    1986: Cannes: Premio del Jurado, Premio del Jurado Ecuménico: mención especial
                    1986: Premios David di Donatello: Nominada Mejor director y productor extranjero

                    Santa Teresita del Niño Jesús y su pequeño camino a la santidad – Película de Dibujos animados


                    Camino Católico.- “Santa Teresita del Niño Jesús y su pequeño camino a la santidad” es el capítulo de la serie “Mi familia católica” en dibujos animados que versa sobre la vida de la santa de Lisieux de EWTN.


                    Liza: «Profundamente sola y vacía, desde adolescente me drogué, sentía asco por el pecado, empecé a rezar el rosario y me invadió el amor más perfecto y la Virgen me llevó a la adoración, donde Cristo me recató»


                    Liza se encontraba buscando sentido a su vida en los lugares equivocados, hasta que conoció a Jesús / Foto: André Escaleira, Jr. - El Pueblo Católico

                    * «’¿Por qué ponen esto, que a mí me parece una tontería, en este círculo dorado?’, pensé confundida, cuando comenzó la adoración y todos se arrodillaron. Tuve un momento inexplicable en el que sentí que el Señor me hablaba profundamente al corazón… No tenía ni idea de lo que significaba la palabra ‘adoración’. Pero me di cuenta de que estaba hecha para esto. Esto es para lo que fui creada… Creo que es una gran gracia del Señor, porque Él sabe que no había otra forma de llegar a mí excepto de esta manera tan profunda» 

                     Camino Católico.- Desde pequeña, Liza experimentó lo que ella describe como una profunda sensación de vacío. Aunque desde fuera su infancia pareciera buena, recuerda sentir una soledad constante. «Siempre me sentí profundamente sola y vacía», comparte a Clare Kneusel-Nowak en El Pueblo Católico.

                    Sus padres se divorciaron cuando ella era niña, y su padre se mudó a otro estado. Aunque su mamá era cariñosa y protectora, Liza sufría mucho. En sexto grado recurrió a las drogas y al alcohol para llenar ese vacío. Fumar y beber era la única forma en que podía sentir algo. «Me hacía sentir bien», dice. 

                    Sus compañeros de secundaria les parecía cool porque sabía fumar, pero esa atención no podía sustituir el amor que anhelaba. Estaba intentando llenar un «vacío del tamaño de Dios» con sustancias y popularidad. Y en preparatoria empeoraron las cosas. 

                    «Persiguiendo al dragón» 

                    «Llegue a un punto en que probablemente bebía y fumaba marihuana cuatro veces por semana», cuenta. Liza se decía a sí misma que lo estaba manejando bien porque nadie sabía lo que hacía.

                    En primer año de preparatoria, se encontró con un grupo de jóvenes que fumaban, se saltaban clases y compartían sus gustos musicales. Rodeada de consumidores, los experimentos peligrosos de Liza se intensificaron rápidamente. «Me había consumido por completo el deseo de ‘perseguir al dragón’ —así le llaman cuando intentas revivir la primera experiencia de estar drogado», explica. 

                    Ese año, la marihuana y el alcohol ya no eran suficientes para Liza. «Nunca tuve miedo a nada, excepto a morir, pero eso se me quitó muy rápido. Estaba dispuesta a tomar la droga más fuerte que cualquiera pudiera darme. Me daba igual morir. Tomaba lo que fuera que me hiciera sentir bien». 

                    Probó psicodélicos, analgésicos y cualquier otra sustancia que pudiera conseguir. Su mamá eventualmente la forzó a entrar a un programa ambulatorio, pero Liza encontró formas de evadir las sesiones. Luego llegó la pandemia. 

                    Durante ese tiempo, Liza comenzó a vender contenido en línea a cambio de drogas y alcohol, y mantenía relaciones con hombres mucho mayores a través de internet. Su mamá la envió a otro centro de rehabilitación, pero Liza, que no tenía intención de cambiar, nunca permaneció sobria más de tres días fuera de ese entorno.

                    «No tenía ningún deseo de mejorar ni de dejar las drogas, ni de enmendar mi vida… No tenía una brújula moral», confiesa. «No sentía culpa ni remordimiento por lo que le estaba haciendo a mi mamá, a mi familia, ni siquiera por mí misma. No tenía ningún estándar moral… Me sentía completamente indiferente». 

                    Desesperada, su mamá la envió a vivir con su papá en Texas. Él la inscribió en una escuela en línea, pero ella no terminó. A pesar de no conocer a nadie, encontró la forma de seguir consumiendo drogas. «Un adicto siempre encuentra el modo», dice. 

                    El periodo más oscuro 

                    Ese mismo año regresó a Colorado, donde la esperaban viejos amigos y drogas más fuertes. En el penúltimo año de preparatoria ya consumía cocaína y metanfetaminas, y robaba para mantener sus hábitos. «Ese fue el peor periodo de mi vida», recuerda. 

                    Se sumergió en la subcultura de las drogas, rodeándose de personas que creía que podían darle lo que quería: atención, drogas y una sensación efímera de amor. «Quería atención y deseaba con desesperación ser amada. Le gritaba a cualquiera que me amara, que me prestara atención», asegura. 

                    A los 18 años, después de más intentos fallidos de rehabilitación, vivía con su tía. Incluso sus amigos que consumían drogas estaban preocupados. El comportamiento de Liza se volvía cada vez más peligroso. A veces impedía que sus amigos llamaran a una ambulancia, incluso cuando sabía que podía morir. Su tía le contó a su mamá, quien le dio un último ultimátum: rehabilitación o el albergue para personas sin hogar. «Acepté ir a rehabilitación de nuevo porque no quería estar en la calle. Planeaba fingir hasta que terminara el periodo de incomunicación», confiesa Liza.

                    El cristiano en abstinencia 

                    En ese centro, Liza conoció a un paciente que no soportaba: un cristiano lleno de una alegría inquebrantable. «Estaba completamente encendido por el amor de Cristo», dice sobre aquel hombre que, aunque había sido golpeado por la vida, siempre sonreía y se mostraba feliz de conversar con cualquiera o hablar de Jesús. «Recuerdo pensar: ‘Esto es tan molesto’. No soportaba estar cerca de ese tipo».

                    Durante la abstinencia, la mayoría de los adictos fingen estar bien hasta lograr estabilidad. Pero él no. A pesar de su sufrimiento, irradiaba una alegría sincera. «Pensaba: ‘Está bien, lo de Jesús está muy raro, pero si pudiera descubrir qué te hace tan feliz… Sé que no es realmente Jesús’”, decía. “Entonces, ¿qué es?». 

                    La alegría de él y de otros pacientes terminó convenciendo a Liza de quedarse. Por primera vez, se preguntó si realmente quería la sobriedad. Si él podía ser feliz en la sobriedad, quizá ella también. 

                    Cuando salió, siguió los 12 pasos. Nombró a Jesús como su “poder superior”, en gran parte para agradar a su madrina. «Estaba sobria físicamente, pero fumaba dos cajetillas de cigarros al día, me desvelaba y seguía siendo sexualmente activa», cuenta. «Incluso desde un punto de vista secular, no era una buena vida». 

                    Entonces una amiga la invitó a Arizona para comenzar de nuevo. En apariencia, su vida mejoró. Consiguió un auto, hizo nuevas amistades y se mantuvo sobria. Pero el vacío no desaparecía.  «Por las noches, cuando estaba sola, sentía el mismo vacío profundo que sentía de niña», dice. 

                    Tras un encuentro con la Santísima Virgen, Liza encontró el camino de vuelta a la Iglesia católica / Foto: André Escaleira, Jr. - El Pueblo Católico

                    Un último recurso

                    Llevaba dos meses viviendo en Arizona. Un día, recuerda, fue simplemente perfecto. «Todo lo que hubiera querido tener en un solo día», dice. «Le dije buenas noches a mi compañero, entré a mi cuarto… y sentí un vacío aplastante como nunca en mi vida. Fue peor que cualquier cosa que haya sentido bajo el efecto de las drogas, en cuanto a desesperación —peor que mis momentos más bajos, como cuando dormía en un coche a -15 grados. Jamás había sentido algo así». 

                    Sentada en su cama, Liza fue invadida por una tristeza insoportable y un dolor desgarrador. Comenzó a temblar, incapaz siquiera de llorar. Era como si todo el dolor acumulado durante años por fin saliera a la superficie. 

                    «Pensaba: ‘He hecho todo lo que se supone que debía hacer para ser feliz, pero no siento propósito, ni logros, ni felicidad, nada'», recuerda. 

                    Sintiendo un «asco por el pecado», miró a su mesita de noche y vio un rosario que le había regalado su mamá, que había pertenecido a sus abuelos —«la pareja italiana católica más perfecta», según las historias de su madre. 

                    Como último recurso, Liza tomó el rosario.  «Pensé: ‘Me voy a sentir tan tonta'», recuerda. «Nunca había rezado, pero sabía más o menos cómo se rezaba el rosario… Esto era literalmente una avemaría. No sabía qué más hacer, así que recé quizá medio misterio… Estaba totalmente consumida por la desesperación».

                    Liza rezó, y de pronto, totalmente por sorpresa, se envolvió en «la sensación más perfecta de amor que había sentido en mi vida… Era como si nunca antes hubiera conocido el amor, como si no supiera siquiera lo que significaba la palabra ‘amor’ hasta esa noche». 

                    Sintió, de forma real y concreta, «a la Virgen empujándome al Sagrado Corazón de Jesús». 

                    «Fue una intensidad de emoción que jamás había vivido», dice. «Lloraba a mares. No sé cuánto tiempo duró en realidad. Sentí como mucho tiempo, como si muchas cosas se purgaran dentro de mí de forma dolorosa, pero con el dolor más hermoso que se puede imaginar. Como lo que describe Teresa de Ávila —no en el mismo grado que ella, pero un dolor que no quieres que se detenga». 

                    Liza se arrodilló y rezó en voz alta: «No tengo idea de qué fue eso, pero te doy toda mi vida. Desde ahora, haré todo lo que me pidas. Incluso si estoy condenada al infierno por todo lo que he hecho, pasaré el resto de mi vida sirviéndote, y haré lo que tú quieras».

                    No recuerda haberse quedado dormida, pero a la mañana siguiente no dudó: tenía que encontrar una iglesia católica e ir a Misa, ya que había sentido profundamente el amor de la Santísima Madre.

                    No entendía lo que sucedía durante la Misa, pero sabía lo suficiente como para no recibir la Eucaristía. «Creo que me habría derretido o algo así», bromea.

                    Después de la Misa, la parroquia tenía adoración eucarística y, por impulso, Liza se quedó, aunque no sabía qué era la Eucaristía, ni mucho menos el cristianismo. «¿Por qué ponen esto, que a mí me parece una tontería, en este círculo dorado?, pensé confundida, cuando comenzó la adoración y todos se arrodillaron. Tuve un momento inexplicable en el que sentí que el Señor me hablaba profundamente al corazón… No tenía ni idea de lo que significaba la palabra ‘adoración’. Pero me di cuenta de que estaba hecha para esto. Esto es para lo que fui creada… Creo que es una gran gracia del Señor, porque Él sabe que no había otra forma de llegar a mí excepto de esta manera tan profunda».

                    Al día siguiente, Liza llamó a su madre y le dijo que había decidido convertirse al catolicismo y volver a casa.

                    «Creo… que estoy viviendo, en un sentido muy real, la historia de amor más grande jamás contada», dice Liza / Foto: André Escaleira, Jr. - El Pueblo Católico

                    Lo único que satisface

                    Por supuesto, había detalles que debían resolverse primero, como conseguir un trabajo. «No quería trabajar —solo quería estar en adoración eucarística por el resto de mi vida», comparte Liza. «Pero mi mamá me dijo: ‘Tienes que conseguir un trabajo'». 

                    Al principio, su familia no creía que su conversión fuera sincera o que duraría. «Fue un gran ejercicio de humildad para mí», dice. «Había decepcionado a mi familia muchas veces y les había dado falsas esperanzas de que estaba mejor… Creo que fue un verdadero impacto para ellos. Mi hermana dijo que ni siquiera me reconocía cuando me mudé de regreso —en el buen sentido». 

                    Liza comenzó a asistir a Misa diaria, aunque aún no podía recibir a Jesús en la Eucaristía. Dice que lo hacía especialmente por el momento de la consagración, cuando el sacerdote eleva la hostia —ese momento le llegaba profundamente al corazón. «Hubiera esperado mil años solo para cruzar la mirada con Jesús», asegura. 

                    Pasó dos años en el proceso de OICA (Orden de Iniciación Cristiana de Adultos, por sus siglas en inglés) y finalmente fue recibida en la Iglesia la pasada Vigilia Pascual. Aunque ninguno de ellos es católico, toda su familia asistió a su confirmación. 

                    Ya como católica, Liza comenzó a estudiar la vida de los santos —en especial a santa Teresa de Ávila, quien, según cuenta, le enseñó a orar y a través de quien Dios la llamó «a un amor más profundo por él». 

                    Desde aquel encuentro de conversión, el amor de Jesús en la Eucaristía la ha consumido. Confiesa tener “una fijación absoluta por el catolicismo” y quiere absorber “todos los podcasts de apologética, cada artículo católico, todas las lecturas espirituales” que pueda encontrar.  

                    “Paso al menos una hora diaria en adoración. Ahora yo soy esa persona que tanto detestaba en rehabilitación —la que mete a Jesús en literalmente cada conversación. Creo… que estoy viviendo, en un sentido muy real, la historia de amor más grande jamás contada. Me siento tan enamorada de una forma que nunca creí posible”.

                    Adam Biały tenía un melanoma metastásico: «Recé: ‘Jesús, confío en ti’ y pedí la intercesión de san Antonio de Padua; me sané y el médico dijo: ‘fue un milagro. Tenías uno de los tipos de cáncer más malignos’»


                    "Que la paz y la bondad te acompañen siempre y en todas partes", es lema de vida de Adam Biały, en la foto en el Santuario de San Antonio en Radecznica en Polonia

                    * «Un mecánico sólo puede arreglar algunas cosas en un coche, pero el ingeniero que lo diseñó lo conoce a la perfección. Por eso puede solucionar cualquier problema y sabe exactamente qué necesita. Lo mismo ocurre con las personas. Dios sabe mejor lo que necesitan. Y por eso vale la pena confiar en Él y descubrir su voluntad. Esto es lo que aprendí durante mi enfermedad» 

                    Camino Católico.- Una mancha roja en el hombro, luego metástasis. El diagnóstico sonaba a sentencia de muerte. Los médicos no le dieron muchas posibilidades a Adam; pero él rezó con insistencia... y su melanoma empezó a desaparecer. Años después, el médico lo miró con emoción: "Fue un milagro. Tenías uno de los tipos de cáncer más malignos". El testimonio de sanación lo publica Dorota Niedźwiecka en Aleteia.

                    El comienzo de la historia

                    Era finales de marzo de 2012. Adam Biały, entonces profesor de arte de 48 años de Rozkopaczew, cerca de Lublin, Polonia  notó una mancha roja en el pecho. Le picaba mucho y crecía cada día más rápido, dividiéndose y decolorándose. Cuando aparecieron manchas similares en la parte superior del pie, acudió a un médico de cabecera. 

                    – Por la expresión de su cara se notaba que el asunto era serio – comenta hoy Adam Biały. 

                    Juicio en la sombra

                    "Ese lunar es muy peligroso. Parece un melanoma", dijo un colega biólogo, contando la historia de un amigo que tuvo una lesión idéntica y falleció unas semanas antes. El cirujano oncólogo, considerado uno de los mejores especialistas en la zona, intentó no asustar demasiado a Adam y recomendó una cirugía lo antes posible. 

                    – Por la reacción de los médicos comprendí que no tenía muchas posibilidades – dice el hombre. 

                    Unos meses antes de su enfermedad, Adam, previamente involucrado en la Renovación Carismática, se unió a la Tercera Orden Seglar de san Francisco de Asís. Se conocieron en un lugar único: el santuario bernardino de San Antonio de Padua en Radecznica, cerca de Zamość. Este es el único lugar del mundo donde se apareció san Antonio de Padua que la Iglesia, tras una exhaustiva investigación, ha reconocido oficialmente como auténtico. 

                    "Señor Dios, me has encomendado tantas tareas. Mis seres queridos, mi comunidad... No creo que puedas cambiar de opinión, y no podré terminarlo en dos meses", suplicó con sinceridad. "No entiendo qué está pasando aquí, pero: Jesús, confío en ti". 

                    “Confío en Ti”, repetía cada día, librando una batalla espiritual. 

                    Guerra espiritual

                    "Este tiempo se convirtió en una prueba para mí, para determinar el estado de mi fe. ¿Veo el rostro de Dios en mí o he enterrado mi fe en nombre de la modernidad y una vida desinhibida?", dice Adam Biały. Día a día, intentaba aferrarse cada vez más a Cristo y confiar aún más en él.

                    Mientras esperaba la operación, junto con sus hermanos de la Tercera Orden Seglar de Radecznica, rezó por la intercesión de los santos franciscanos y, en una novena, confió todos sus dolores y temores a la intercesión del principal santo patrón del lugar, san Antonio de Padua. 

                    Sueño profético

                    Y entonces, algo extraordinario comenzó a suceder. Era el 27 de abril de 2012, y se dirigía a reunirse con María Vadia, una mujer carismática y fundadora de la comunidad "Magnificat", para hablar sobre una reunión en su parroquia. Sin embargo, todo pareció interferir. En el camino, sufrió un accidente de coche, y la culpa —de una manera extraña y completamente injusta— recayó directamente sobre él. "Perdón", dijo, reconociendo que era la mejor manera de responder a las injustas acusaciones. Tuvo que superar nuevos obstáculos para llegar a la reunión dos días después. 

                    La noche anterior, tuvo un sueño extraño. Durante la Misa en el santuario de Radecznica, comenzaba a leer un pasaje de la Escritura desde el púlpito cuando una sola palabra emergió del leccionario abierto: "volar". La leyó, y la congregación comenzó a cantar el "Magnificat". Todo a su alrededor se volvió dorado translúcido, como lleno de gracia. Al despertar, estaba seguro de que sanaría. 

                    ‘No hagas el ridículo. Solo te quedan unas semanas de vida y estás ocupado hablando de Dios’. El diablo sembraba malos pensamientos en su mente y hacía todo lo posible para que Adán se rindiera. Sin embargo, seguía concentrado en las palabras: "Jesús, en ti confío". 

                    Milagro 

                    Durante la reunión del 29 de abril, María Vadia colocó la mano sobre el melanoma y oró un momento. Adam sintió una sensación cálida y de hormigueo, seguida de alivio y alegría. 

                    Al día siguiente, durante su rutina matutina, notó algo inusual: el melanoma en su pecho había desaparecido. El anillo rojo que lo rodeaba también había desaparecido, y la picazón había cesado. Solo le quedaban unas pocas manchas grandes en la parte superior del pie izquierdo. Su médico de cabecera estaba encantado. 

                    El médico confirma: fue un milagro

                    “¿Puede desaparecer el melanoma?”, le preguntó al oncólogo durante la cita programada. 

                    – Imposible – respondió el especialista, animándolo a exponer la zona afectada. 

                    “Por favor, desabrocha tu camisa más abajo, no puedo ver”, le instó. 

                    —Pero eso es lo que es —respondió Adam, señalando la mancha descolorida.  

                    El médico se sentó. "Esta zona ni siquiera es apta para tratamiento dermatológico", susurró sorprendido.  

                    A pesar de esto, Adam decidió extirpar la mancha de cáncer que tenía en el pecho, aunque su médico le aconsejó no hacerlo, y examinar el tejido histopatológicamente. 

                    "Quería estar 100% seguro de que estaba curado", dice. "No tenía células cancerosas en ningún lugar del cuerpo"; los resultados fueron inequívocos. El médico que habló conmigo en ese momento me dijo que había recibido una nueva oportunidad de vida y me animó a aprovecharla al máximo. 

                    Una invitación de María

                    Algunas manchas en su pie persistieron por un tiempo. La última marca desapareció el 15 de agosto, festividad de la Asunción de la Santísima Virgen María. Adán supo que era una invitación especial de María. 

                    "Antes, me fascinaban las innovaciones protestantes; y las oraciones tradicionales de la Iglesia, como el rosario y las oraciones del Primero de Mayo, empezaron a molestarme", dice Adam. "Cuando la mancha desapareció, me di cuenta de que ya no debía defenderme de la presencia de María en mi vida, sino confiar en ella con todas mis fuerzas". 

                    Hoy, Adam sirve con esmero como superior de la Tercera Orden Secular en la región de Lublin. A menudo les cuenta a sus amigos alguna anécdota sobre el mecánico y el diseñador:

                    "Un mecánico solo puede arreglar algunas cosas en un coche, pero el ingeniero que lo diseñó lo conoce a la perfección. Por eso puede solucionar cualquier problema y sabe exactamente qué necesita", dice. "Lo mismo ocurre con las personas. Dios sabe mejor lo que necesitan. Y por eso vale la pena confiar en Él y descubrir su voluntad". 

                    – Esto es lo que aprendí durante mi enfermedad – añade.

                    Josamir Ulises Barrera es médico pese a que Dios lo llamaba a ser sacerdote, pero ya ha sido ordenado presbítero: «Dios no nos quita nada, pero nos da todo, nos da el sentido a nuestra vida real»


                    El P. Josamir Ulises Barrera Martínez el día de su ordenación en la Basílica de Guadalupe y el día de su graduación de medicina | Foto: Arquidiócesis Primada de México

                    * «Al graduarme como médico estaba súper contento porque era algo que yo deseaba y que quería hacer, pero  pensaba: ‘me falta algo’. Y en ese momento dije: ‘Señor, ahora te voy a dar la oportunidad a ti’... Ha sido un camino difícil y de pruebas y todo. No obstante ha sido un camino de mucho gozo» 

                     Camino Católico.- El médico panameño Josamir Ulises Barrera Martínez fue ordenado sacerdote el 22 de agosto de 2024 en la Basílica de Santa María de Guadalupe en la Ciudad de México, un lugar cargado de simbolismo para su vida pues allí, más de dos décadas atrás, sintió el llamado que transformó su destino.

                    En entrevista con ACI Prensa, asegura que su vocación nació el 31 de julio del 2002, cuando tenía apenas 14 años y veía por televisión, en casa de sus abuelos, la canonización del indio Juan Diego en la Basílica de Guadalupe, que presidió el Papa San Juan Pablo II.  

                    Además de la ceremonia, señala que le llamó la atención que, a pesar de la edad y las evidentes enfermedades del Papa, “la gente quedaba muy conmovida y hasta llorando cuando lo veía”. Admitió que se preguntaba “¿qué tiene ese hombre que causa tanta conmoción a la gente?”.

                    Asegura que ese día, a más de los 3.000 kilómetros que hay entre la provincia panameña de Colón y la Ciudad de México, recibió una respuesta junto con un llamado. “La respuesta era que en él [San Juan Pablo] estaba la presencia de Dios. Era Jesús irradiando a través de él y que por eso causaba tanta conmoción. Y al mismo tiempo yo sentía que Dios me estaba llamando al sacerdocio en ese momento”.

                    Una batalla interior

                    El P. Josamir Ulises recuerda que su reacción inicial “fue un no rotundo”, porque desde niño había soñado con ser médico, formar una familia y construir un futuro estable. Sin embargo, la semilla de la curiosidad por la vida sacerdotal había quedado sembrada. Sentía que “Dios en ese momento me estaba arruinando los planes, como que estaba agarrando mi hoja de vida y tirándola a un cesto de basura”.

                    Fiel a su plan inicial, aplicó a una beca y se trasladó a Venezuela para estudiar Medicina Integral Comunitaria, carrera que cursó durante siete años. Estaba convencido de que, con el tiempo, el llamado se apagaría. Pero dijo que “Dios siguió tocando la puerta”. 

                    En 2011, tras participar en la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid (España), vio el documental Madre Teresa: El legado (2007). Según cuenta, las palabras y el testimonio de la santa de Calcuta lo marcaron, en especial “la motivación de saciar la sed de Jesús en los pobres” que ella demostraba.

                    Se puso en contacto con los Padres Misioneros de la Caridad, quienes le recomendaron terminar primero sus estudios.

                    Santa Teresa de Calcuta junto a su amigo San Juan Pablo II | Foto: Vatican Media

                    El inicio de su camino 

                    En 2013 se graduó como médico, y aunque el P. Josamir Ulises recordó que “estaba súper contento porque era algo que yo deseaba y que quería hacer”, lo invadió el sentimiento de que “me falta algo”. Reconoció que en ese momento dijo: “Señor, ahora te voy a dar la oportunidad a ti”. Poco después viajó a Guadalajara (México) para vivir una experiencia con los Misioneros de la Caridad.

                    A partir de 2015 inició su formación en las casas que los misioneros tienen en México, Kenia e Italia. Finalmente, el 22 de agosto de 2024 fue ordenado sacerdote en la Basílica de Guadalupe, a los pies de la Virgen que había estado presente desde el inicio de su vocación.

                    El P. Josamir Ulises Barrera Martínez con religiosas Misioneras de la Caridad | Foto: Cortesía

                    Médico y sacerdote

                    El P. Josamir Ulises señala que su camino vocacional no estuvo libre de desafíos. “Ha sido un camino difícil y de pruebas y todo. No obstante ha sido un camino de mucho gozo”, asegura.

                    Explica que al inicio rechazó el llamado porque tenía su vida perfectamente planeada, pero con el tiempo entendió que al dejar actuar al Señor descubrió “la felicidad verdadera y la alegría y la paz. Entonces, Dios no nos quita nada, pero nos da todo, nos da el sentido a nuestra vida real”.

                    Por ello invita a otros a descubrir “esa vocación y esa misión, descubrimos nuestra paz y que hay una alegría profunda en estar haciendo lo que fuimos creados para hacer”. 

                    Cantamisa del P. Josamir Ulises Barrera Martínez en la Antigua Basílica de Guadalupe | Foto: Arquidiócesis Primada de México

                    Actualmente combina su ministerio sacerdotal con su formación médica, ámbitos que, afirmó, tienen coincidencias: “el que es médico tiene un llamado particular a las personas con gran amor y dedicación. Y también a estar muy cerca del sufrimiento humano”. Por su parte, los sacerdotes también están llamados “a ver el sufrimiento del hermano, pero también a vivirlo y a consolarlo”.

                    “Nosotros vemos el rostro de Cristo en los más pobres de los pobres. Tratamos de cubrir el rostro de Cristo en los más pobres de los pobres y servirlo”, añade.

                    A los pies de Guadalupe

                    Tras su ordenación, pasó unos días en Panamá antes de partir a su nueva misión en Guatemala. No ocultó su emoción al recordar que fue ordenado en el santuario guadalupano, un momento que describió como “un don completamente inmerecido y más porque yo creo que todo empezó por María y continuó siendo su culpa”. 

                    El P. Josamir Ulises Barrera Martínez el día de su ordenación | Foto: Arquidiócesis Primada de México

                    Si todo comenzó aquel 31 de julio de 2002, cuando un adolescente contemplaba por televisión la canonización de San Juan Diego, el vidente de la Virgen de Guadalupe que llevó al mundo el mensaje guadalupano en 1531, hoy el P. Josamir Ulises reconoce que todo “empezó por ella y que mi sacerdocio también empiece con ella y también espero que ella me ayude a terminarlo”.