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jueves, 24 de enero de 2008

Las puertas del cielo y del infierno / Envidado por Carmen Rubio










Cierto día un hombre santo estaba teniendo una conversación con el Señor
y dijo: "Señor, me gustaría saber como son el Cielo y el Infierno.'

El Señor llevó al hombre santo hacia dos puertas.

Él abrió una de las puertas y el hombre santo miró dentro y en medio del cuarto había una gran mesa redonda. En medio de la mesa había una gran olla de guisado que olía tan delicioso que hizo agua la boca del hombre santo. La gente sentada alrededor de la mesa estaba delgada y enferma y parecían hambrientos. Ellos estaban sosteniendo cucharas con mangos muy largos que estaban atados a sus brazos, así que cada uno fue capaz de meter la mano en el pote de guisado y tomar una cucharada, pero por causa de que el mango era más largo que sus brazos, no podían poner las cucharas dentro de sus bocas.

El hombre santo se estremeció ante semejante cuadro de miseria y sufrimiento.

El Señor le dijo: "Has visto el Infierno".

Luego fueron y abrieron la siguiente puerta. Era exactamente igual como el primer cuarto. Había gran mesa redonda con el gran pote de guisado que hizo agua la boca del hombre santo. La gente estaba equipada con las mismas cucharas de mangos largos, pero aquí la gente estaba bien alimentada y llena de salud, riéndose y hablando.

El hombre santo dijo: ¡No entiendo........!
-"Es simple' dijo el Señor:
"Esto requiere de una habilidad.......'
".....Mira: Ellos han aprendido a alimentarse el uno al otro, mientras
que los avaros piensan solamente en ellos mismos'.

El verdadero sentido del amor es dar.

Jesús murió para darte todo.... por amor.

Reflexión: Antes de pensar: "Señor... ¿que tienes para mi vida el día de hoy?' pregúntale: "Padre... ¿que puedo dar a otros de lo mucho que ya me has dado?

Cuándo Jesús murió en la cruz él estaba pensando en todos nosotros.

Totalitarismo democrático / Autor: Pablo Y. González Cuéllar

El problema de fondo de la democracia actual es que está patinando sobre una capa de hielo de poco espesor

No es raro ver a profesores que tienen delante de sí una masa enardecida de niños inquietos y dispuestos a no obedecer. Cuando cargado de valor, el educador se atreve a insinuar una indicación, rápidamente se hace sentir el desconcierto general. Las protestas se levantan y el espacio aéreo se llena al instante de misiles de papel. Una salida fácil para estos casos sería una “votación democrática” sobre lo que se ha de hacer.

Uno de los orgullos más grandes del mundo occidental es la conquista de la democracia. ¡Es verdad! Gracias a ella, la convivencia ha sido más pacífica, el diálogo más franco y las soluciones diplomáticas se buscan antes que la guerra. No cabe duda, es un gran avance.

El problema de fondo de la democracia actual es que está patinando sobre una capa de hielo de poco espesor. Tarde o temprano esta capa se estrellará y se romperá. El resultado será la congelación y muerte de las sociedades que sobre ella patinaban tan seguras.

En nuestros días, la democracia ha penetrado esferas insospechadas. Lo que surgió como una forma de gobierno se ha convertido en una forma de vida social. El problema no es la democracia, sino los valores que la sostienen y sobre los cuales se debe construir la sociedad. Si esa base que la sostiene es débil, se romperá. Si no hay principios morales y antropológicos firmes, la resquebrajadura es sólo cuestión de tiempo.

Hemos llegado a vivir en una especie de totalitarismo democrático donde todo se lleva a votación. Esto no puede ser. Hay cosas que no pueden ser llevadas a referéndum, valores que no pueden ser subyugados por este totalitarismo. Principios cuya vida no puede depender de las mayorías. ¿Es una cuestión de urnas decidir la vida o la muerte de un niño o de un anciano? ¿En qué se basa la democracia? ¿En un puro “tirar para delante” todos juntos, sin importar lo que sea, con tal de estar de acuerdo?

Lo ideal de la democracia sería que el gobierno del pueblo se dirigiera sobre la base de unos principios firmes. No sobre sistemas utilitarios y pragmáticos. En el hombre hay recintos sagrados donde la democracia no puede y no debe tocar la puerta: la vida, la dignidad, la religión…

Muchas veces la democracia se ha convertido en esa salida fácil de emergencia para no afrontar problemas. Si se descuida este punto la sociedad caerá en aguas congeladas. Si no queremos que se convierta en un totalitarismo subyugante, al centro de la democracia debe estar el hombre y, como fin, su realización integral. De hecho, si el educador del que hablamos al inicio hubiera dicho: “Bueno, escojan entre irse de fiesta o estudiar…”, no sería digno del título que le hemos dado. La salida fácil no siempre es la mejor. La democracia no tiene derecho a violar la integridad del hombre. La democracia no debe ser un dictador, sino un educador.

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Fuente: arcol.org

Papa: el secularismo materialista, más insidioso que el marxismo

Católicos vietnamitas sufren violenta represión policíaca

El discurso que el Papa no pudo leer en la Universidad la «Sapienza» / Autor: Benedicto XVI

Publicamos el discurso que Benedicto XVI iba a pronunciar durante su visita a la Universidad la «Sapienza» de Roma, prevista para el 17 de enero y previamente cancelada ante las protestas de profesores y alumnos.

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Rector magnífico;
autoridades políticas y civiles;
ilustres profesores y personal técnico administrativo;
queridos jóvenes estudiantes:


Para mí es motivo de profunda alegría encontrarme con la comunidad de la "Sapienza, Universidad de Roma" con ocasión de la inauguración del año académico. Ya desde hace siglos esta universidad marca el camino y la vida de la ciudad de Roma, haciendo fructificar las mejores energías intelectuales en todos los campos del saber. Tanto en el tiempo en que, después de su fundación impulsada por el Papa Bonifacio VIII, la institución dependía directamente de la autoridad eclesiástica, como sucesivamente, cuando el Studium Urbis se desarrolló como institución del Estado italiano, vuestra comunidad académica ha conservado un gran nivel científico y cultural, que la sitúa entre las universidades más prestigiosas del mundo. Desde siempre la Iglesia de Roma mira con simpatía y admiración este centro universitario, reconociendo su compromiso, a veces arduo y fatigoso, por la investigación y la formación de las nuevas generaciones. En estos últimos años no han faltado momentos significativos de colaboración y de diálogo. Quiero recordar, en particular, el Encuentro mundial de rectores con ocasión del Jubileo de las Universidades, en el que vuestra comunidad no sólo se encargó de la acogida y la organización, sino sobre todo de la profética y compleja propuesta de elaborar un "nuevo humanismo para el tercer milenio".

En esta circunstancia deseo expresar mi gratitud por la invitación que se me ha hecho a venir a vuestra universidad para pronunciar una conferencia. Desde esta perspectiva, me planteé ante todo la pregunta: ¿Qué puede y debe decir un Papa en una ocasión como esta? En mi conferencia en Ratisbona hablé ciertamente como Papa, pero hablé sobre todo en calidad de ex profesor de esa universidad, mi universidad, tratando de unir recuerdos y actualidad. En la universidad "Sapienza", la antigua universidad de Roma, sin embargo, he sido invitado precisamente como Obispo de Roma; por eso, debo hablar como tal. Es cierto que en otros tiempos la "Sapienza" era la universidad del Papa; pero hoy es una universidad laica, con la autonomía que, sobre la base de su mismo concepto fundacional, siempre ha formado parte de su naturaleza de universidad, la cual debe estar vinculada exclusivamente a la autoridad de la verdad. En su libertad frente a autoridades políticas y eclesiásticas la universidad encuentra su función particular, precisamente también para la sociedad moderna, que necesita una institución de este tipo.

Vuelvo a mi pregunta inicial: ¿Qué puede y debe decir el Papa en el encuentro con la universidad de su ciudad? Reflexionando sobre esta pregunta, me pareció que incluía otras dos, cuyo esclarecimiento debería llevar de por sí a la respuesta. En efecto, es necesario preguntarse: ¿Cuál es la naturaleza y la misión del Papado? Y también, ¿cuál es la naturaleza y la misión de la universidad? En este lugar no quisiera entretenerme y entreteneros con largas disquisiciones sobre la naturaleza del Papado. Baste una breve alusión. El Papa es, ante todo, Obispo de Roma y, como tal, en virtud de la sucesión del apóstol san Pedro, tiene una responsabilidad episcopal con respecto a toda la Iglesia católica. La palabra "obispo" -episkopos-, que en su significado inmediato se puede traducir por "vigilante", se fundió ya en el Nuevo Testamento con el concepto bíblico de Pastor: es aquel que, desde un puesto de observación más elevado, contempla el conjunto, cuidándose de elegir el camino correcto y mantener la cohesión de todos sus componentes. En este sentido, esa designación de la tarea orienta la mirada, ante todo, hacia el interior de la comunidad creyente. El Obispo -el Pastor- es el hombre que cuida de esa comunidad; el que la conserva unida, manteniéndola en el camino hacia Dios, indicado por Jesús según la fe cristiana; y no sólo indicado, pues Él mismo es para nosotros el camino. Pero esta comunidad, de la que cuida el Obispo, sea grande o pequeña, vive en el mundo. Las condiciones en que se encuentra, su camino, su ejemplo y su palabra influyen inevitablemente en todo el resto de la comunidad humana en su conjunto. Cuanto más grande sea, tanto más repercutirán en la humanidad entera sus buenas condiciones o su posible degradación. Hoy vemos con mucha claridad cómo las condiciones de las religiones y la situación de la Iglesia -sus crisis y sus renovaciones- repercuten en el conjunto de la humanidad. Por eso el Papa, precisamente como Pastor de su comunidad, se ha convertido cada vez más también en una voz de la razón ética de la humanidad.

Aquí, sin embargo, surge inmediatamente la objeción según la cual el Papa, de hecho, no hablaría verdaderamente basándose en la razón ética, sino que sus afirmaciones procederían de la fe y por eso no podría pretender que valgan para quienes no comparten esta fe. Deberemos volver más adelante sobre este tema, porque aquí se plantea la cuestión absolutamente fundamental: ¿Qué es la razón? ¿Cómo puede una afirmación -sobre todo una norma moral- demostrarse "razonable"? En este punto, por el momento, sólo quiero poner de relieve brevemente que John Rawls, aun negando a doctrinas religiosas globales el carácter de la razón "pública", ve sin embargo en su razón "no pública" al menos una razón que no podría, en nombre de una racionalidad endurecida desde el punto de vista secularista, ser simplemente desconocida por quienes la sostienen. Ve un criterio de esta racionalidad, entre otras cosas, en el hecho de que esas doctrinas derivan de una tradición responsable y motivada, en la que en el decurso de largos tiempos se han desarrollado argumentaciones suficientemente buenas como para sostener su respectiva doctrina. En esta afirmación me parece importante el reconocimiento de que la experiencia y la demostración a lo largo de generaciones, el fondo histórico de la sabiduría humana, son también un signo de su racionalidad y de su significado duradero. Frente a una razón a-histórica que trata de construirse a sí misma sólo en una racionalidad a-histórica, la sabiduría de la humanidad como tal -la sabiduría de las grandes tradiciones religiosas- se debe valorar como una realidad que no se puede impunemente tirar a la papelera de la historia de las ideas.

Volvemos a la pregunta inicial. El Papa habla como representante de una comunidad creyente, en la cual durante los siglos de su existencia ha madurado una determinada sabiduría de vida. Habla como representante de una comunidad que custodia en sí un tesoro de conocimiento y de experiencia éticos, que resulta importante para toda la humanidad. En este sentido habla como representante de una razón ética.

Pero ahora debemos preguntarnos: ¿Y qué es la universidad?, ¿cuál es su tarea? Es una pregunta de enorme alcance, a la cual, una vez más, sólo puedo tratar de responder de una forma casi telegráfica con algunas observaciones. Creo que se puede decir que el verdadero e íntimo origen de la universidad está en el afán de conocimiento, que es propio del hombre. Quiere saber qué es todo lo que le rodea. Quiere la verdad. En este sentido, se puede decir que el impulso del que nació la universidad occidental fue el cuestionamiento de Sócrates. Pienso, por ejemplo -por mencionar sólo un texto-, en la disputa con Eutifrón, el cual defiende ante Sócrates la religión mítica y su devoción. A eso, Sócrates contrapone la pregunta: "¿Tú crees que existe realmente entre los dioses una guerra mutua y terribles enemistades y combates...? Eutifrón, ¿debemos decir que todo eso es efectivamente verdadero?" (6 b c). En esta pregunta, aparentemente poco devota -pero que en Sócrates se debía a una religiosidad más profunda y más pura, de la búsqueda del Dios verdaderamente divino-, los cristianos de los primeros siglos se reconocieron a sí mismos y su camino. Acogieron su fe no de modo positivista, o como una vía de escape para deseos insatisfechos. La comprendieron como la disipación de la niebla de la religión mítica para dejar paso al descubrimiento de aquel Dios que es Razón creadora y al mismo tiempo Razón-Amor. Por eso, el interrogarse de la razón sobre el Dios más grande, así como sobre la verdadera naturaleza y el verdadero sentido del ser humano, no era para ellos una forma problemática de falta de religiosidad, sino que era parte esencial de su modo de ser religiosos. Por consiguiente, no necesitaban resolver o dejar a un lado el interrogante socrático, sino que podían, más aún, debían acogerlo y reconocer como parte de su propia identidad la búsqueda fatigosa de la razón para alcanzar el conocimiento de la verdad íntegra. Así, en el ámbito de la fe cristiana, en el mundo cristiano, podía, más aún, debía nacer la universidad.

Es necesario dar un paso más. El hombre quiere conocer, quiere encontrar la verdad. La verdad es ante todo algo del ver, del comprender, de la theoría, como la llama la tradición griega. Pero la verdad nunca es sólo teórica. San Agustín, al establecer una correlación entre las Bienaventuranzas del Sermón de la montaña y los dones del Espíritu que se mencionan en Isaías 11, habló de una reciprocidad entre "scientia" y "tristitia": el simple saber -dice- produce tristeza. Y, en efecto, quien sólo ve y percibe todo lo que sucede en el mundo acaba por entristecerse. Pero la verdad significa algo más que el saber: el conocimiento de la verdad tiene como finalidad el conocimiento del bien. Este es también el sentido del interrogante socrático: ¿Cuál es el bien que nos hace verdaderos? La verdad nos hace buenos, y la bondad es verdadera: este es el optimismo que reina en la fe cristiana, porque a ella se le concedió la visión del Logos, de la Razón creadora que, en la encarnación de Dios, se reveló al mismo tiempo como el Bien, como la Bondad misma.

En la teología medieval hubo una discusión a fondo sobre la relación entre teoría y praxis, sobre la correcta relación entre conocer y obrar, una disputa que aquí no podemos desarrollar. De hecho, la universidad medieval, con sus cuatro Facultades, presenta esta correlación. Comencemos por la Facultad que, según la concepción de entonces, era la cuarta: la de medicina. Aunque era considerada más como "arte" que como ciencia, sin embargo, su inserción en el cosmos de la universitas significaba claramente que se la situaba en el ámbito de la racionalidad, que el arte de curar estaba bajo la guía de la razón, liberándola del ámbito de la magia. Curar es una tarea que requiere cada vez más simplemente la razón, pero precisamente por eso necesita la conexión entre saber y poder, necesita pertenecer a la esfera de la ratio. En la Facultad de derecho se plantea inevitablemente la cuestión de la relación entre praxis y teoría, entre conocimiento y obrar. Se trata de dar su justa forma a la libertad humana, que es siempre libertad en la comunión recíproca: el derecho es el presupuesto de la libertad, no su antagonista. Pero aquí surge inmediatamente la pregunta: ¿Cómo se establecen los criterios de justicia que hacen posible una libertad vivida conjuntamente y sirven al hombre para ser bueno? En este punto, se impone un salto al presente: es la cuestión de cómo se puede encontrar una normativa jurídica que constituya un ordenamiento de la libertad, de la dignidad humana y de los derechos del hombre.Es la cuestión que nos ocupa hoy en los procesos democráticos de formación de la opinión y que, al mismo tiempo, nos angustia como cuestión de la que depende el futuro de la humanidad. Jürgen Habermas expresa, a mi parecer, un amplio consenso del pensamiento actual cuando dice que la legitimidad de la Constitución de un país, como presupuesto de la legalidad, derivaría de dos fuentes: de la participación política igualitaria de todos los ciudadanos y de la forma razonable en que se resuelven las divergencias políticas. Con respecto a esta "forma razonable", afirma que no puede ser sólo una lucha por mayorías aritméticas, sino que debe caracterizarse como un "proceso de argumentación sensible a la verdad" (wahrheitssensibles Argumentationsverfahren). Está bien dicho, pero es muy difícil transformarlo en una praxis política. Como sabemos, los representantes de ese "proceso de argumentación" público son principalmente los partidos en cuanto responsables de la formación de la voluntad política. De hecho, sin duda buscarán sobre todo la consecución de mayorías y así se ocuparán casi inevitablemente de los intereses que prometen satisfacer. Ahora bien, esos intereses a menudo son particulares y no están verdaderamente al servicio del conjunto. La sensibilidad por la verdad se ve siempre arrollada de nuevo por la sensibilidad por los intereses. Yo considero significativo el hecho de que Habermas hable de la sensibilidad por la verdad como un elemento necesario en el proceso de argumentación política, volviendo a insertar así el concepto de verdad en el debate filosófico y en el político.

Pero entonces se hace inevitable la pregunta de Pilato: ¿Qué es la verdad? Y ¿cómo se la reconoce? Si para esto se remite a la "razón pública", como hace Rawls, se plantea necesariamente otra pregunta: ¿qué es razonable? ¿Cómo demuestra una razón que es razón verdadera? En cualquier caso, según eso, resulta evidente que, en la búsqueda del derecho de la libertad, de la verdad de la justa convivencia, se debe escuchar a instancias diferentes de los partidos y de los grupos de interés, sin que ello implique en modo alguno querer restarles importancia. Así volvemos a la estructura de la universidad medieval. Juntamente con la Facultad de derecho estaban las Facultades de filosofía y de teología, a las que se encomendaba la búsqueda sobre el ser hombre en su totalidad y, con ello, la tarea de mantener despierta la sensibilidad por la verdad. Se podría decir incluso que este es el sentido permanente y verdadero de ambas Facultades: ser guardianes de la sensibilidad por la verdad, no permitir que el hombre se aparte de la búsqueda de la verdad. Pero, ¿cómo pueden dichas Facultades cumplir esa tarea? Esta pregunta exige un esfuerzo permanente y nunca se plantea ni se resuelve de manera definitiva. En este punto, pues, tampoco yo puedo dar propiamente una respuesta. Sólo puedo hacer una invitación a mantenerse en camino con esta pregunta, en camino con los grandes que a lo largo de toda la historia han luchado y buscado, con sus respuestas y con su inquietud por la verdad, que remite continuamente más allá de cualquier respuesta particular.

De este modo, la teología y la filosofía forman una peculiar pareja de gemelos, en la que ninguna de las dos puede separarse totalmente de la otra y, sin embargo, cada una debe conservar su propia tarea y su propia identidad. Históricamente, es mérito de santo Tomás de Aquino -ante la diferente respuesta de los Padres a causa de su contexto histórico- el haber puesto de manifiesto la autonomía de la filosofía y, con ello, el derecho y la responsabilidad propios de la razón que se interroga basándose en sus propias fuerzas. Los Padres, diferenciándose de las filosofías neoplatónicas, en las que la religión y la filosofía estaban unidas de manera inseparable, habían presentado la fe cristiana como la verdadera filosofía, subrayando también que esta fe corresponde a las exigencias de la razón que busca la verdad; que la fe es el "sí" a la verdad, con respecto a las religiones míticas, que se habían convertido en mera costumbre. Pero luego, en el momento del nacimiento de la universidad, en Occidente ya no existían esas religiones, sino sólo el cristianismo; por eso, era necesario subrayar de modo nuevo la responsabilidad propia de la razón, que no queda absorbida por la fe.A santo Tomás le tocó vivir en un momento privilegiado: por primera vez, los escritos filosóficos de Aristóteles eran accesibles en su integridad; estaban presentes las filosofías judías y árabes, como apropiaciones y continuaciones específicas de la filosofía griega. Por eso el cristianismo, en un nuevo diálogo con la razón de los demás, con quienes se venía encontrando, tuvo que luchar por su propia racionalidad. La Facultad de filosofía que, como "Facultad de los artistas" -así se llamaba-, hasta aquel momento había sido sólo propedéutica con respecto a la teología, se convirtió entonces en una verdadera Facultad, en un interlocutor autónomo de la teología y de la fe reflejada en ella. Aquí no podemos detenernos en la interesante confrontación que se derivó de ello. Yo diría que la idea de santo Tomás sobre la relación entre la filosofía y la teología podría expresarse en la fórmula que encontró el concilio de Calcedonia para la cristología: la filosofía y la teología deben relacionarse entre sí "sin confusión y sin separación". "Sin confusión" quiere decir que cada una de las dos debe conservar su identidad propia. La filosofía debe seguir siendo verdaderamente una búsqueda de la razón con su propia libertad y su propia responsabilidad; debe ver sus límites y precisamente así también su grandeza y amplitud. La teología debe seguir sacando de un tesoro de conocimiento que ella misma no ha inventado, que siempre la supera y que, al no ser totalmente agotable mediante la reflexión, precisamente por eso siempre suscita de nuevo el pensamiento. Junto con el "sin confusión" está también el "sin separación": la filosofía no vuelve a comenzar cada vez desde el punto cero del sujeto pensante de modo aislado, sino que se inserta en el gran diálogo de la sabiduría histórica, que acoge y desarrolla una y otra vez de forma crítica y a la vez dócil; pero tampoco debe cerrarse ante lo que las religiones, y en particular la fe cristiana, han recibido y dado a la humanidad como indicación del camino. La historia ha demostrado que varias cosas dichas por teólogos en el decurso de la historia, o también llevadas a la práctica por las autoridades eclesiales, eran falsas y hoy nos confunden. Pero, al mismo tiempo, es verdad que la historia de los santos, la historia del humanismo desarrollado sobre la base de la fe cristiana, demuestra la verdad de esta fe en su núcleo esencial, convirtiéndola así también en una instancia para la razón pública. Ciertamente, mucho de lo que dicen la teología y la fe sólo se puede hacer propio dentro de la fe y, por tanto, no puede presentarse como exigencia para aquellos a quienes esta fe sigue siendo inaccesible. Al mismo tiempo, sin embargo, es verdad que el mensaje de la fe cristiana nunca es solamente una "comprehensive religious doctrine" en el sentido de Rawls, sino una fuerza purificadora para la razón misma, que la ayuda a ser más ella misma. El mensaje cristiano, en virtud de su origen, debería ser siempre un estímulo hacia la verdad y, así, una fuerza contra la presión del poder y de los intereses.

Bien; hasta ahora he hablado sólo de la universidad medieval, pero tratando de aclarar la naturaleza permanente de la universidad y de su tarea. En los tiempos modernos se han abierto nuevas dimensiones del saber, que en la universidad se valoran sobre todo en dos grandes ámbitos: ante todo, en el de las ciencias naturales, que se han desarrollado sobre la base de la conexión entre experimentación y presupuesta racionalidad de la materia; en segundo lugar, en el de las ciencias históricas y humanísticas, en las que el hombre, escrutando el espejo de su historia y aclarando las dimensiones de su naturaleza, trata de comprenderse mejor a sí mismo. En este desarrollo no sólo se ha abierto a la humanidad una cantidad inmensa de saber y de poder; también han crecido el conocimiento y el reconocimiento de los derechos y de la dignidad del hombre, y de esto no podemos por menos de estar agradecidos. Pero nunca puede decirse que el camino del hombre se haya completado del todo y que el peligro de caer en la inhumanidad haya quedado totalmente descartado, como vemos en el panorama de la historia actual. Hoy, el peligro del mundo occidental -por hablar sólo de éste- es que el hombre, precisamente teniendo en cuenta la grandeza de su saber y de su poder, se rinda ante la cuestión de la verdad. Y eso significa al mismo tiempo que la razón, al final, se doblega ante la presión de los intereses y ante el atractivo de la utilidad, y se ve forzada a reconocerla como criterio último. Dicho desde el punto de vista de la estructura de la universidad: existe el peligro de que la filosofía, al no sentirse ya capaz de cumplir su verdadera tarea, degenere en positivismo; que la teología, con su mensaje dirigido a la razón, quede confinada a la esfera privada de un grupo más o menos grande. Sin embargo, si la razón, celosa de su presunta pureza, se hace sorda al gran mensaje que le viene de la fe cristiana y de su sabiduría, se seca como un árbol cuyas raíces no reciben ya las aguas que le dan vida. Pierde la valentía por la verdad y así no se hace más grande, sino más pequeña. Eso, aplicado a nuestra cultura europea, significa: si quiere sólo construirse a sí misma sobre la base del círculo de sus propias argumentaciones y de lo que en el momento la convence, y, preocupada por su laicidad, se aleja de las raíces de las que vive, entonces ya no se hace más razonable y más pura, sino que se descompone y se fragmenta.

Con esto vuelvo al punto de partida. ¿Qué tiene que hacer o qué tiene que decir el Papa en la universidad? Seguramente no debe tratar de imponer a otros de modo autoritario la fe, que sólo puede ser donada en libertad. Más allá de su ministerio de Pastor en la Iglesia, y de acuerdo con la naturaleza intrínseca de este ministerio pastoral, tiene la misión de mantener despierta la sensibilidad por la verdad; invitar una y otra vez a la razón a buscar la verdad, a buscar el bien, a buscar a Dios; y, en este camino, estimularla a descubrir las útiles luces que han surgido a lo largo de la historia de la fe cristiana y a percibir así a Jesucristo como la Luz que ilumina la historia y ayuda a encontrar el camino hacia el futuro.

Vaticano, 17 de enero de 2008

BENEDICTO XVI

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[Traducción distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

Detienen a sospechoso de robar el corazón de Esquiú

BUENOS AIRES, 24 Ene. 08 / 11:43 am (ACI).- La policía de Catamarca detuvo el miércoles por la noche a un ciudadano sospechoso de haber robado el corazón de Fray Mamerto Esquiú de una urna ubicada en el Convento de San Francisco en la ciudad de Catamarca (Argentina).

El hombre, identificado como Jeremías Cacini, tiene 50 años y fue detenido por la policía luego que fuera reconocido por una colaboradora del Convento de San Francisco, donde se guarda la reliquia, durante una rueda de presos.

En efecto, Liliana Andrada identificó a Cacini como el hombre que escapó corriendo a las 6:30 p.m. del martes, minutos antes de que se descubriera el robo del corazón.

Mientras tanto, el gobernador Eduardo Brizuela del Moral se reunió con el subsecretario de Seguridad, Luis Baracat, y el jefe de la Policía de la provincia, comisario mayor Néstor Ortiz, para dar seguimiento al caso y reforzar la seguridad del convento.

Por su parte, el Administrador de la Iglesia San Francisco, Fray Jorge Martínez, descartó que "este robo a toda la feligresía catamarqueña tenga fines económicos" y consideró que "se trata de un fanático".

Fray Mamerto Esquiú, fue un celoso misionero consagrado Obispo en 1880, que como sacerdote pronunció célebres sermones en favor de la Constitución Nacional de 1853 en los que llamaba a la unión de los argentinos. Tras la proclamación de la heroicidad de sus virtudes, un reciente posible milagro lo ha puesto muy cerca de la beatificación.

Día: 24 / Tienes un mensaje: Evangelio y reflexión de hoy

Día 24: Buenos días, Señor: Oración para seguir al Señor

Roban corazón incorrupto de Fray Mamerto Esquiú

Meditación para el séptimo día de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Durante el Octavario, meditaremos cada día los temas propuestos por el Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos, uniéndonos en oración con toda la Iglesia.

Tradicionalmente, la Semana de oración por la unidad de los cristianos se celebra del 18 al 25 de enero.
Son unos días de súplica a la Santísima Trinidad pidiendo el pleno cumplimiento de las palabras del Señor en la Última Cena: “Padre Santo, guarda en tu nombre a aquellos que me has dado, para que sean uno como nosotros” (Juan 17,11). La oración de Cristo alcanza también a quienes nunca se han contado entre sus seguidores. Dice Jesús: Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también es necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño con un solo pastor (Juan 10, 16).

En el Octavario por la Unión de los Cristianos pedimos por nuestros hermanos separados; hemos de buscar lo que nos une, pero no podemos ceder en cuestiones de fe y moral. Junto a la unidad inquebrantable en lo esencial, la Iglesia promueve la legítima variedad en todo lo que Dios ha dejado a la libre iniciativa de los hombres. Por eso, fomentar la unidad supone al mismo tiempo respetar la multiplicidad, que es también demostración de la riqueza de la Iglesia.


Día séptimo - Orad porque tenemos necesidad -

Sostened a los débiles (1 Tes 5,14)

1 Sm 1,9-20 Ana reza al Señor para que le conceda un niño

Sal 86 Atiende a mi súplica

1 Tes 5,(12a)13b-18 Os pedimos... que sostengáis a los débiles

Lc 11,5-13 Quien pide recibe

Comentario

Profundamente afligida por su esterilidad, Ana imploró de Dios que le conceda un niño: su oración fue escuchada y, pasados unos días, nació Samuel (que significa “al Señor se lo pedí”). En el evangelio de Lucas, Jesús mismo nos dice que “quien pide recibe”; así en la oración, nos dirigimos a Dios para que responda a nuestras necesidades. La respuesta puede no corresponder a lo que esperamos, pero Dios nos responde siempre.

El poder de la oración es inmenso, sobre todo cuando está vinculado al servicio. El Evangelio nos enseña que Cristo quiere que nos amemos y que nos ayudemos unos a otros. En la carta de Pablo a los Tesalonicenses, el tema del servicio se reanuda con el imperativo: “Sostened a los débiles”. Sabemos que es posible responder de manera ecuménica, de una manera concreta, a la miseria y al desamparo. Las Iglesias de tradiciones diferentes trabajan a menudo mano a mano, pero en algunas circunstancias su testimonio es seriamente debilitado por su falta de unidad. Cuando queremos orar juntos, a veces somos profundamente desconfiados respecto de las distintas formas de oración que encontramos en otras tradiciones cristianas: las oraciones de los católicos dirigidos a Dios por la intercesión de los santos o de Maria, la madre de Jesús; las oraciones litúrgicas ortodoxas; las oraciones pentecostales; las oraciones espontáneas que los protestantes dirigen directamente a Dios.

Se observa que la diversidad de las formas de oración es mejor apreciada. En las Iglesias americanas, la experiencia de renovación pentecostal ha conducido también a un mejor reconocimiento del poder de la oración, lo que, poco a poco, ayudó a los pentecostales a sentirse más cómodos en el movimiento ecuménico. Del mismo modo, el diálogo con las Iglesias ortodoxas en el seno del Consejo Ecuménico de las Iglesias ha permitido comprender mejor las formas de las oraciones propias de cada uno.

Es indudable que la fe en el poder de la oración es común al conjunto de nuestras tradiciones y puede contribuir mucho a la causa de la unidad cristiana, una vez que hayamos comprendido y superado nuestras diferencias. Debemos apoyar con nuestras oraciones todos los diálogos que mantienen nuestras Iglesias sobre las divergencias que impiden aún reunirnos en torno a la mesa del Señor. Celebrar juntos el memorial de Cristo y elevar hacia él nuestra común acción de gracias nos permitirá realizar un gran paso adelante en el camino de la unidad.

Oración

Señor, ayúdanos a ser de verdad uno cuando rogamos por la curación de nuestro mundo, de las divisiones entre nuestras Iglesias y por nuestra propia curación. Haz que no dudemos de que tú nos escuchas y que tú nos responderás. Te lo pedimos en el nombre de Jesucristo. Amén.

lunes, 21 de enero de 2008

Balance de cien años de ecumenismo / Autor: Benedicto XVI

En la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general dedicada a la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se celebra del 18 al 25 de enero.

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Queridos hermanos y hermanas:


Estamos celebrando la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se concluirá el viernes próximo, 25 de enero, fiesta de la conversión del apóstol Pablo. Los cristianos de las diferentes iglesias y comunidades eclesiales se unen en estos días a una invocación conjunta para pedir al Señor Jesús el restablecimiento de la unidad plena entre todos sus discípulos.

Es una súplica hecha con un solo espíritu y un solo corazón respondiendo al anhelo mismo del Redentor, que en la Última Cena se dirigió al Padre con estas palabras: «No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado» (Juan 17, 20-21). Pidiendo la gracia de la unidad, los cristianos se unen a la oración misma de Cristo y se comprometen a obrar activamente para que toda la humanidad le acoja y le reconozca como al único Pastor y Señor y de este modo pueda experimentar la alegría de su amor.

Este año, la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos asume un valor y un significado particulares, pues recuerda los cien años de su inicio. Desde sus inicios fue una intuición verdaderamente fecunda. Fue en 1908: un anglicano estadounidense, que después entró en la comunión de la Iglesia católica, fundador de la «Society of the Atonement» (comunidad de hermanos y hermanas del Atonement), el padre Paul Wattson, junto a otro episcopaliano, el padre Spencer Jones, lanzó la idea profética de un octavario de oraciones por la unidad de los cristianos.

La idea fue acogida favorablemente por el arzobispo de Nueva York y por el nuncio apostólico. El llamamiento a rezar por la unidad después se extendió, en 1916, a toda la Iglesia católica, gracias a la intervención de mi venerado predecesor, el Papa Benedicto XVI, con el breve «Ad perpetuam rei memoriam». La iniciativa, que mientras tanto había suscitado gran interés, fue progresivamente asentándose por doquier y, con el tiempo, fue precisando su estructura, desarrollándose gracias a la aportación del padre Couturier (1936).

Cuando después sopló el viento profético del Concilio Vaticano II se experimentó aún más la urgencia de la unidad. Después de la asamblea conciliar continuó el camino paciente de la búsqueda de la plena comunión entre todos los cristianos, camino ecuménico que año tras año ha encontrado precisamente en la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos uno de los momentos más apropiados y fecundos.

Cien años después del primer llamamiento a rezar juntos por la unidad, esta Semana de Oración se ha convertido en una tradición consolidada, conservando el espíritu y las fechas escogidas al inicio por el padre Wattson. Las escogió por su carácter simbólico. El calendario de aquella época preveía que el 18 de enero era la fiesta de la Cátedra de San Pedro, que es el firme fundamento y la garantía de unidad de todo el pueblo de Dios, mientras que el 25 de enero, tanto entonces como hoy, la liturgia celebra la fiesta de la conversión de san Pablo. Mientas damos gracias al Señor por estos cien años de oración y de compromiso común entre tantos discípulos de Cristo, recordamos con reconocimiento al pionero de esta providencial iniciativa espiritual, el padre Wattson y, junto a él, a todos los que la han promovido y enriquecido con sus aportaciones, haciendo que se convierta en patrimonio común de todos los cristianos.

Poco antes recordaba que al tema de la unidad de los cristianos el Concilio Vaticano II prestó gran atención, especialmente con el decreto sobre el ecumenismo («Unitatis redintegratio»), en el que, entre otras cosas, se subrayan con fuerza el papel y la importancia de la oración por la unidad. La oración, observa el Concilio, está en el corazón mismo de todo el camino ecuménico. «Esta conversión del corazón y santidad de vida, juntamente con las oraciones privadas y públicas por la unidad de los cristianos, han de considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico» («Unitatis redintegratio», 8).

Gracias precisamente a este ecumenismo espiritual --santidad de vida, conversión del corazón, oraciones privadas y pública--, la búsqueda común de la unidad ha experimentado en estas décadas un gran desarrollo, que se ha diversificado en múltiples iniciativas: del recíproco conocimiento al contacto fraterno entre miembros de diversas iglesias y comunidades eclesiales, de conversaciones cada vez más amistosas a colaboraciones en diferentes campos, del diálogo teológico a la búsqueda de formas concretas de comunión y de colaboración. Lo que ha vivificado y sigue vivificando este camino hacia la plena comunión entre todos los cristianos es ante todo la oración: «No ceséis de orar» (1Tesalonicenses 5, 17) es el tema de la Semana de este año; es al mismo tiempo la invitación que no deja de resonar nunca en nuestras comunidades para que la oración sea la luz, la fuerza, la orientación de nuestros pasos, con una actitud de humilde y dócil escucha de nuestro Señor común.

En segundo lugar, el Concilio subraya la oración común, la que es elevada conjuntamente por católicos y por otros cristianos hacia el único Padre celestial. El decreto sobre el ecumenismo afirma en este sentido: «Tales preces comunes son un medio muy eficaz para impetrar la gracia de la unidad» («Unitatis redintegratio», 8). En la oración común las comunidades cristianas se unen ante el Señor y, tomando conciencia de las contradicciones generadas por la división, manifiestan la voluntad de obedecer a su voluntad, recorriendo con confianza a su auxilio omnipotente.

El decreto añade, después, que estas oraciones son «la expresión genuina de los vínculos con que están unidos los católicos con los hermanos separados [seiuncti]» (ibídem). La oración común no es, por tanto, un acto voluntarista o meramente sociológico, sino que es expresión de la fe que une a todos los discípulos de Cristo. En el transcurso de los años se ha instaurado una fecunda colaboración en este campo y desde 1968 el Secretariado para la Unidad de los Cristianos, convertido después en Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, y el Consejo Ecuménico de las Iglesias, preparan juntos los subsidios de la Semana de Oración por la Unidad, que después son divulgados conjuntamente en el mundo, cubriendo zonas que no se hubieran podido alcanzar si se trabajara separadamente.

El decreto conciliar sobre el ecumenismo hace referencia a la oración por la unidad cuando, precisamente al final, afirma que el Concilio es consciente de que «este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humana. Por eso pone toda su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia» («Unitatis redintegratio», 24).

La conciencia de nuestros límites humanos nos lleva a abandonarnos confiadamente en las manos del Señor. Si se analiza detenidamente, el sentido profundo de esta Semana de Oración es precisamente el de apoyarse firmemente en la oración de Cristo, que en su Iglesia sigue rezando para que «todos sean uno... para que el mundo crea...» (Juan 17, 21). Hoy percibimos intensamente el realismo de estas palabras. El mundo sufre por la ausencia de Dios, por la inaccesibilidad de Dios, desea conocer el rostro de Dios. Pero, ¿cómo podrían y pueden los hombres de hoy reconocer este rostro de Dios en rostro de Jesucristo si los cristianos estamos divididos, si uno enseña contra el otro, si uno está contra el otro? Sólo en la unidad podemos mostrar realmente a este mundo, que lo necesita, el rostro de Dios, el rostro de Cristo.

También es evidente que no podemos alcanzar esta unidad únicamente con nuestras estrategias, con el diálogo y con todo lo que hacemos, aunque es sumamente necesario. Lo que podemos hacer es ofrecer nuestra disponibilidad y capacidades para acoger esta unidad cuando el Señor nos la da. Este es el sentido de la oración: abrir nuestros corazones, crear en nosotros esta disponibilidad que abre el camino a Cristo. En la liturgia de la Iglesia antigua, tras la homilía del obispo o del presidente de la celebración, el celebrante principal decía: «Conversi ad Dominum». A continuación, él mismo y todos se levantaban y todos miraban hacia Oriente. Todos querían mirar hacia Cristo. Sólo si nos convertimos a Cristo, en esta común mirada a Cristo, podemos encontrar el don de la unidad.

Podemos decir que la oración por la unidad ha alentado y acompañado las diferentes etapas del movimiento ecuménico, particularmente a partir del Concilio Vaticano II. En este período la Iglesia católica ha entrado en contacto con las demás iglesias y comunidades eclesiales de oriente y occidente con diferentes formas de diálogo, afrontando con cada una esos problemas teológicos e históricos surgidos en el transcurso de los siglos y que se han convertido en elementos de división. El Señor ha permitido que estas relaciones amistosas hayan mejorado el recíproco conocimiento, que hayan intensificado la comunión, haciendo al mismo tiempo más clara la percepción de los problemas que todavía quedan abiertos y que fomentan la división. Hoy, en esta semana, damos gracias a Dios que ha apoyado e iluminado el camino hasta ahora recorrido, camino fecundo que el decreto conciliar sobre el ecumenismo describía como «surgido por el impuso del Espíritu Santo» y «cada día más amplio» («Unitatis redintegratio», 1).

Queridos hermanos y hermanas: acojamos la invitación a «no cesar de orar» que el apóstol Pablo dirigía a los primeros cristianos de Tesalónica, comunidad que él mismo había fundado. Y precisamente porque sabía que habían surgido confrontaciones quiso recomendar que fueran pacientes con todos, que no devolvieran mal por mal, que buscaran siempre el bien entre sí y con todos, permaneciendo felices en toda circunstancia, felices porque el Señor está cerca.

Los consejos que san Pablo daba a los tesalonicenses pueden inspirar también hoy el comportamiento de los cristianos en el ámbito de las relaciones ecuménicas. Sobre todo, dice: «Vivid en paz unos con otros» y añade: «Orad constantemente. En todo dad gracias» (Cf. 1 Tesalonicenses 5,13.18). Acojamos también nosotros esta apremiante exhortación del apóstol ya sea para dar gracias al Señor por los progresos realizados en el movimiento ecuménico, ya sea para pedir la unidad plena.

Que la Virgen María, Madre de la Iglesia, alcance para todos los discípulos de su divino Hijo la gracia de vivir cuanto antes en paz y en la caridad recíproca, para ofrecer un testimonio convincente de reconciliación ante el mundo entero, para hacer accesible el rostro de Dios en el rostro de Cristo, que es el Dios-con-nosotros, el Dios de la paz y de la unidad.

[Al final de la audiencia general, Benedicto XVI saludó a los peregrinos en varios idiomas. En español, dijo:]

Queridos hermanos y hermanas:


El próximo viernes, fiesta de la Conversión de san Pablo, concluye la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que este año tiene como lema la exhortación que el Apóstol dirigía a los primeros cristianos de Tesalónica: «Sed constantes en orar».

Desde hace exactamente cien años, los cristianos de las varias Iglesias y Comunidades eclesiales se unen en una invocación común pidiendo al Señor el restablecimiento de la plena unidad entre todos los discípulos de Cristo, para dar un testimonio convincente ante el mundo, para que la humanidad acoja a Cristo y lo reconozca como único Pastor y Señor.

El Concilio Vaticano Segundo ha prestado gran atención a este tema, especialmente con el Decreto sobre el ecumenismo «Unitatis redintegratio». La oración, afirma, es el elemento central de todo el camino ecuménico que ha vivificado y continúa vivificando este itinerario hacia la plena comunión. Subraya, además, la oración común como expresión de la fe que une a todos los discípulos de Cristo, con el fin de que las comunidades cristianas tomen conciencia de las contradicciones generadas por las divisiones y manifiesten la voluntad de obedecer a su voluntad: «para que todos sean uno...para que el mundo crea».

Saludo a los peregrinos de lengua española, especialmente a la Guardia de Honor del Sagrado Corazón de Jesús de México, a la Scuola italiana de Valparaíso, Chile, y a los grupos llegados de España y de otros países latinoamericanos. Os invito a «ser constantes en la oración» para impetrar la plena comunión de los bautizados en Cristo y a vivir en paz y caridad fraterna, que son requisitos de toda concordia y unidad. ¡Muchas gracias!

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[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

Cardenal Tettamanzi a los divorciados: «La Iglesia no os ha olvidado»

Les exhorta a participar en la misa y en la caridad

MILÁN,(ZENIT.org).- No poder comulgar no significa quedar excluido de la Iglesia, explica el arzobispo de Milán, el cardenal Dionigi Tettamanzi.

Lo aclara la carta pastoral «El Señor está cerca de quien tiene el corazón herido», dirigida a personas que se han divorciado y que viven una nueva unión.

«La imposibilidad de acceder a la comunión eucarística para los casados que viven establemente un segundo enlace», observa, no implica un juicio sobre «la relación que une a los divorciados vueltos a casar».

«El hecho de que con frecuencia estas relaciones sean vividas con sentido de responsabilidad y con amor en la pareja y hacia los hijos es una realidad que tienen en cuenta la Iglesia y sus pastores», reconoce.

«Es un error considerar que la norma que reglamenta el acceso a la comunión eucarística signifique que los cónyuges divorciados y vueltos a casar estén excluidos de una vida de fe y de caridad, vividas dentro de la comunidad eclesial».

Ciertamente «la vida cristiana tiene su cumbre en la plena participación en la Eucaristía, pero no se reduce sólo a su cumbre».

Por este motivo, el purpurado italiano pide a los divorciados vueltos a casar que «participen con fe en la misa», aunque no puedan comulgar, pues «la riqueza de la vida de la comunidad eclesial sigue a disposición de quien no puede acercarse a la santa comunión».

Y asegura que la Iglesia espera de estas personas «una presencia activa y una disponibilidad para servir a quienes tienen necesidad e su ayuda», comenzando por la tarea educativa que como padres tienen que desempeñar con las familias de origen.

El cardenal afirma que escribe la carta para «entablar un diálogo», «para tratar de escuchar algo de vuestra vida cotidiana, para dejarme interpelar por algunas de vuestras preguntas».

«¡La Iglesia no os ha olvidado y no os rechaza ni os considera indignos», escribe. «Para la Iglesia y para mí, como obispo, sois hermanos y hermanas amados».

Cuando se rompe un matrimonio, según el cardenal, no sólo sufren los interesados, sino que también sufre la Iglesia: «¿Por qué permite el Señor que se rompa el vínculo que constituye el gran signo de su amor total, fiel e inquebrantable?».

«Cuando se rompe este lazo, la Iglesia en cierto sentido se empobrece, queda privada de un signo luminoso que debía ser motivo de alegría y consuelo», concluye.

El bautismo, plenitud de vida / Autor: Benedicto XVI

Homilía en la fiesta del Bautismo del Señor, 13 de enero

Publicamos la homilía que pronunció Benedicto XVI el domingo 13 de enero, fiesta del Bautismo del Señor, en la eucaristía en la que bautizó en la capilla Sixtina a trece niños nacidos en la segunda mitad del año 2007: ocho eran niñas y cinco niños.

Esta fue la primera vez que Benedicto XVI, desde el comienzo del pontificado, celebró la misa en público en un altar tradicional, es decir, en el antiguo altar de la capilla Sixtina, para no alterar la belleza y armonía de esta joya arquitectónica, preservando su estructura desde el punto de vista celebrativo y utilizando una posibilidad contemplada en las normas litúrgicas.

Así, en algunos momentos el Papa estaba de espalda a los fieles, vuelto hacia la cruz, orientando de esta forma la actitud de toda la asamblea.


* * *

Queridos hermanos y hermanas:


La celebración de hoy es siempre para mí motivo de especial alegría. En efecto, administrar el sacramento del bautismo en el día de la fiesta del Bautismo del Señor es, en realidad, uno de los momentos más expresivos de nuestra fe, en la que podemos ver de algún modo, a través de los signos de la liturgia, el misterio de la vida. En primer lugar, la vida humana, representada aquí en particular por estos trece niños que son el fruto de vuestro amor, queridos padres, a los cuales dirijo mi saludo cordial, extendiéndolo a los padrinos, a las madrinas y a los demás parientes y amigos presentes. Está, luego, el misterio de la vida divina, que hoy Dios dona a estos pequeños mediante el renacimiento por el agua y el Espíritu Santo. Dios es vida, como está representado estupendamente también en algunas pinturas que embellecen esta Capilla Sixtina.

Sin embargo, no debe parecernos fuera de lugar comparar inmediatamente la experiencia de la vida con la experiencia opuesta, es decir, con la realidad de la muerte. Todo lo que comienza en la tierra, antes o después termina, como la hierba del campo, que brota por la mañana y se marchita al atardecer. Pero en el bautismo el pequeño ser humano recibe una vida nueva, la vida de la gracia, que lo capacita para entrar en relación personal con el Creador, y esto para siempre, para toda la eternidad.

Por desgracia, el hombre es capaz de apagar esta nueva vida con su pecado, reduciéndose a una situación que la sagrada Escritura llama "segunda muerte". Mientras que en las demás criaturas, que no están llamadas a la eternidad, la muerte significa solamente el fin de la existencia en la tierra, en nosotros el pecado crea una vorágine que amenaza con tragarnos para siempre, si el Padre que está en los cielos no nos tiende su mano.

Este es, queridos hermanos, el misterio del bautismo: Dios ha querido salvarnos yendo él mismo hasta el fondo del abismo de la muerte, con el fin de que todo hombre, incluso el que ha caído tan bajo que ya no ve el cielo, pueda encontrar la mano de Dios a la cual asirse a fin de subir desde las tinieblas y volver a ver la luz para la que ha sido creado. Todos sentimos, todos percibimos interiormente que nuestra existencia es un deseo de vida que invoca una plenitud, una salvación. Esta plenitud de vida se nos da en el bautismo.

Acabamos de oír el relato del bautismo de Jesús en el Jordán. Fue un bautismo diverso del que estos niños van a recibir, pero tiene una profunda relación con él. En el fondo, todo el misterio de Cristo en el mundo se puede resumir con esta palabra: "bautismo", que en griego significa "inmersión". El Hijo de Dios, que desde la eternidad comparte con el Padre y con el Espíritu Santo la plenitud de la vida, se "sumergió" en nuestra realidad de pecadores para hacernos participar en su misma vida: se encarnó, nació como nosotros, creció como nosotros y, al llegar a la edad adulta, manifestó su misión iniciándola precisamente con el "bautismo de conversión", que recibió de Juan el Bautista. Su primer acto público, como acabamos de escuchar, fue bajar al Jordán, entre los pecadores penitentes, para recibir aquel bautismo. Naturalmente, Juan no quería, pero Jesús insistió, porque esa era la voluntad del Padre (cf. Mt 3, 13-15).

¿Por qué el Padre quiso eso? ¿Por qué mandó a su Hijo unigénito al mundo como Cordero para que tomara sobre sí el pecado del mundo? (cf. Jn 1, 29). El evangelista narra que, cuando Jesús salió del agua, se posó sobre él el Espíritu Santo en forma de paloma, mientras la voz del Padre desde el cielo lo proclamaba "Hijo predilecto" (Mt 3, 17). Por tanto, desde aquel momento Jesús fue revelado como aquel que venía para bautizar a la humanidad en el Espíritu Santo: venía a traer a los hombres la vida en abundancia (cf. Jn 10, 10), la vida eterna, que resucita al ser humano y lo sana en su totalidad, cuerpo y espíritu, restituyéndolo al proyecto originario para el cual fue creado.

El fin de la existencia de Cristo fue precisamente dar a la humanidad la vida de Dios, su Espíritu de amor, para que todo hombre pueda acudir a este manantial inagotable de salvación. Por eso san Pablo escribe a los Romanos que hemos sido bautizados en la muerte de Cristo para tener su misma vida de resucitado (cf. Rm 6, 3-4). Y por eso mismo los padres cristianos, como hoy vosotros, tan pronto como les es posible, llevan a sus hijos a la pila bautismal, sabiendo que la vida que les han transmitido invoca una plenitud, una salvación que sólo Dios puede dar. De este modo los padres se convierten en colaboradores de Dios no sólo en la transmisión de la vida física sino también de la vida espiritual a sus hijos.

Queridos padres, juntamente con vosotros doy gracias al Señor por el don de estos niños e invoco su asistencia para que os ayude a educarlos y a insertarlos en el Cuerpo espiritual de la Iglesia. A la vez que les ofrecéis lo que es necesario para el crecimiento y para la salud, vosotros, con la ayuda de los padrinos, os habéis comprometido a desarrollar en ellos la fe, la esperanza y la caridad, las virtudes teologales que son propias de la vida nueva que han recibido con el sacramento del bautismo.

Aseguraréis esto con vuestra presencia, con vuestro afecto; y lo aseguraréis, ante todo y sobre todo, con la oración, presentándolos diariamente a Dios, encomendándolos a él en cada etapa de su existencia. Ciertamente, para crecer sanos y fuertes, estos niños y niñas necesitarán cuidados materiales y muchas atenciones; pero lo que les será más necesario, más aún indispensable, es conocer, amar y servir fielmente a Dios, para tener la vida eterna. Queridos padres, sed para ellos los primeros testigos de una fe auténtica en Dios.

En el rito del bautismo hay un signo elocuente, que expresa precisamente la transmisión de la fe: es la entrega, a cada uno de los bautizandos, de una vela encendida en la llama del cirio pascual: es la luz de Cristo resucitado que os comprometéis a transmitir a vuestros hijos. Así, de generación en generación, los cristianos nos transmitimos la luz de Cristo, de modo que, cuando vuelva, nos encuentre con esta llama ardiendo entre las manos.

Durante el rito, os diré: "A vosotros, padres y padrinos, se os confía este signo pascual, una llama que debéis alimentar siempre". Alimentad siempre, queridos hermanos y hermanas, la llama de la fe con la escucha y la meditación de la palabra de Dios y con la Comunión asidua de Jesús Eucaristía.

Que en esta misión estupenda, aunque difícil, os ayuden los santos protectores cuyos nombres recibirán estos trece niños. Que estos santos les ayuden sobre todo a ellos, los bautizandos, a corresponder a vuestra solicitud de padres cristianos. En particular, que la Virgen María los acompañe a ellos y a vosotros, queridos padres, ahora y siempre. Amén.

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Traducción distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana

Presentado el Año de San Pablo

El Papa bendice a los corderos

Aprobado el milagro de Lolo, periodista ciego y paralítico

Nace un sitio dedicado a los conflictos olvidados

Irlanda festeja a su nuevo cardenal

Nuevo Centro de Joven Beata Laura Vicuña

Día 22 / Tienes un mensaje: Evangelio y reflexión de hoy

Día 22 / Buenos días, Señor: Oración para hacer la voluntad de Dios

Meditación para el sexto día de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos



















DÍA SEXTO. Orad siempre para obtener la gracia de colaborar con Dios


Estad siempre alegres. No ceséis de orar (1 Tes 5,16)

2 Sm 7,18-29. La oración de alabanza y de alegría de David

Sal 86. Señor, escucha

1 Tes 5,(12a)13b-18. Estad siempre alegres

Lc 10,1-24. El envío de los setenta y dos discípulos

Comentario

En la oración modelamos nuestra voluntad según Dios y participamos así en la realización de su deseo. Tenemos necesidad que el Espíritu Santo cambie el corazón de los creyentes y nos dé la gracia de colaborar con Dios y participar en su misión y proyecto de unidad. Mientras pedimos sin cesar por eso, somos conscientes de que son necesarios más obreros para la cosecha. Con motivo de numerosos encuentros ecuménicos, y en particular del National Workshop on Christian Unity que se celebra todos los años en los Estados Unidos, se destacó la necesidad de promover la participación de los jóvenes para que el movimiento ecuménico pueda prosperar hoy y en las generaciones futuras. Es necesario que aún más obreros conozcan la alegría de la oración para contribuir a la obra de Dios.

Las lecturas del sexto día nos ayudan a comprender mejor lo que significa trabajar en el servicio del Evangelio. David, sorprendido de ser elegido por el Señor para participar en la edificación de un espléndido templo, afirma: ¿"De verdad Dios podrá vivir sobre la tierra?" y concluye: "Quieres ahora bendecir la casa de tu criado, para que permanezca siempre en tu presencia".

El salmista ruega: "Señor, enséñame tu camino, para que te sea fiel, guía mi corazón para que tema tu nombre. Señor Dios mío, te daré gracias de todo corazón, daré gloria a tu nombre por siempre".

En el envío de los setenta y dos discípulos, Jesús confirma que gracias a ellos y a todos los que creerán en él a través de su palabra, su paz y la buena noticia que declarará que "el Reino de Dios ha llegado hasta nosotros" serán anunciadas al mundo. Cuando sus discípulos vuelven contentos de nuevo, aunque también traen la experiencia del rechazo, Jesús se alegra de sus éxitos al someter los demonios: es necesario seguir extendiendo la noticia, sin detenerse.

Dios quiere que su pueblo sea uno. Como los cristianos de Tesalónica, se nos exhorta a ser "siempre alegres" y a orar "sin cesar", manteniendo la esperanza de que, si nos comprometemos plenamente a colaborar con Dios, se realizará por fin la unidad según su voluntad.

Oración

Señor Dios, en la perfecta unidad de tu ser, guarda en nuestros corazones el ardiente deseo y la esperanza de la unidad para que nunca dejemos de trabajar al servicio de tu Evangelio. Te lo pedimos por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

La familia, clave para el auténtico desarrollo / Autores: Hermes Rodrigues Nery y Alexandre Ribeiro

Habla la doctora Christine de Vollmer, miembro de la Academia Pontificia para la Vida

CARACAS, (ZENIT.org).- «Sin familias, y familias sanas, amorosas y completas, no abra ni desarrollo ni futuro», afirma la doctora Christine de Vollmer, residente en Venezuela, miembro de la Academia Pontificia para la Vida, y presidente de la Alianza Latinoamericana para la Familia (ALAFA).

Participará en el primer Congreso Internacional en Defensa de la Vida, que se celebrará en el Santuario de Nuestra Señora Aparecida, en Brasil, del 6 al 10 de febrero.

En este contexto, Zenit la ha entrevistado.

--Qué expectativas tiene usted para el primer Congreso Internacional en Defensa de la Vida?

-Dra. Christine de Vollmer: Vengo con grandes expectativas a este Santuario donde recientemente la Iglesia de América se reunió con el Papa para trazar el camino para el próximo decenio. Pienso que este Congreso Internacional reunirá los mejores pensadores en materia de familia: familia que es el futuro no sólo de América, sino del mundo. Sin familias, y familias sanas, amorosas y completas, no abra ni desarrollo ni futuro. Pienso que esta iniciativa dará pautas para corregir el rumbo equivocado que tienden a seguir nuestros países. Aplaudo el gran trabajo que hace la Conferencia Episcopal de Brasil para liderar este gran esfuerzo.

--En el congreso, usted hablar de «Ética sexual y doctrina moral católica». ¿Qué aspectos pretende abordar?

-Dra. Christine de Vollmer: Principalmente voy a enfocar la verdad antropológica de la familia y la importancia de enseñar sobre esta de manera efectiva. La familia es imprescindible para los seres humanos y es por eso que la Iglesia la protege de mil maneras. Es importante hacer oír nuestras voces en el ambiente internacional para decir que la familia no es un invento de la Iglesia católica, sino que la Iglesia la protege porque es anterior a la sociedad, del Estado y no puede «pasar de moda», porque radica en la naturaleza misma del ser humano. También destacaré la importancia de enseñar nuevamente y de forma eficaz las virtudes universales que son fundamentales para el bienestar de las personas, la estabilidad de las familias, y el buen funcionamiento de las sociedades. Éstas han sido obviadas por la cultura del egoísmo y negadas convincentemente por los medios de comunicación. Es urgente volverlos a descubrir, entendiéndolos en su esencia y en su práctica.

--¿Cómo es posible afrontar la avalancha de ataques contra la familia y cómo presentar a los jóvenes el valor del sentido de la familia, como santuario de vida?

-Dra. Christine de Vollmer: De eso, precisamente, se trata nuestro trabajo y nuestro apostolado. Tenemos que empezar con los niños, formándolos en las virtudes y su lógica. Es sólo viviendo las virtudes de forma convencida que la persona puede ser feliz, como lo comprobó el neurólogo y psiquiatra famoso Viktor Frankl y otros investigadores recientes. El hombre fue creado para reflejar a Dios su Creador, y tenemos que conducir a los niños y jóvenes a entender esta verdad esencial por métodos modernos y en términos que pueden entender en el día de hoy, tan diferente a otras épocas. El camino es largo, porque la industrialización, la comercialización y las ideologías ateas han deformado la cultura casi completamente. Pensamos que debemos volver al estilo de nuestro Señor Jesús Cristo, y enseñar por vía de parábolas que los jóvenes pueden entender. Como trabajamos por medio de las escuelas, primarias y secundarias, también estamos llegando a formar a los docentes, maestras y maestros. Éstos acogen con alegría nuestros programas porque les ayuda mucho a tener orden en sus aulas, y a poder enfrentar con éxito muchos problemas de conducta.

--¿Qué propuestas concretas de políticas públicas podría sugerir para fortalecer el valor de la maternidad, así como el de la paternidad, en una sociedad en la que ha penetrado la cultura de la antinatalidad?

-Dra. Christine de Vollmer: Naturalmente tenemos que hacer conocer por todos los medios la función indispensable de la madre como formadora y primera maestra. Pero también tenemos que hacer conocer las cifras ya reconocidas que muestran que la ausencia de matrimonio y del padre en el hogar es la gran causa de la pobreza, la delincuencia y todos los males sociales. Esto seria importantísimo para empezar.

Pero al mismo tiempo tenemos que luchar una vez más, como se hizo ante el llamamiento del Papa León XIII hace un siglo (y que fue exitoso en su momento) a que se vuelva a exigir ante los gobiernos, los sindicatos y uniones de trabajadores, los empresarios y la opinión publica, el «salario familiar» que permitiera a las esposas quedarse en sus casas para poder cuidar, nutrir y formar a sus hijos correctamente. Esto no es «volver la mujer a la esclavitud del hogar», como nos han querido convencer las feministas y los anti-familia, sino que le da a la mujer la libertad de escoger formar familia, formando sus hijos para que sean excelentes en todos los aspectos, en vez de obligarla a dejar sus pequeños en cuidados inferiores a los que una madre preparada podría darles.

-¿No le da la impresión de que comienzan a organizarse por todas las partes del mundo redes de resistencia y de solidaridad para afrontar las amenazas contra la familia y la vida humana?

--Dra. Christine de Vollmer: Precisamente, el éxito que han tenido estos ideólogos para destruir la familia sólo ha logrado un creciente caos social y una baja natalidad, incompatible con un futuro. Como los hombres y mujeres son inteligentes, se están informando y organizando en todas partes, con convicción y gran entusiasmo. Una organización que crece exponencialmente es el World Congress of Families, WCF, (www.worldcongress.org) una organización internacional que reúne y beneficia a las organizaciones, para informarles y unirlos. Mediante congresos grandes y pequeños y por Internet les ayuda a saber cómo dar marcha atrás a estas tendencias mortíferas. Nuestras organizaciones Alianza Latinoamericana para la Familia (ALAFA) y Alliance for the Family (AFF) forman parte de esta gran alianza de WCF.

-La mentalidad vigente, que separa sexualidad de procreación, ha servido para difundir la maternidad como un dato meramente cultural y opresor, del que tiene que liberarse la mujer, deseando un «cuerpo perfecto» como nueva utopía. ¿Considera que hay alternativas a esta visión?

-Dra. Christine de Vollmer: Como sabemos, la «ideología feminista» no representa a las mujeres. Las feministas originales, hace un siglo, sí, porque defendían a la mujer y entendían que la maternidad es de importancia capital para las sociedades. Hoy día, la ciencia nos comprueba cómo para los bebés la presencia de la madre en los primeros dos años es imprescindible para su formación neurológica y por tanto emocional. En los próximos años veremos un trágico aumento de problemas psicológicos, emocionales y sociales por la obligatoriedad de que la madre salga a ganarse la vida. Veremos también un continuo aumento de la pobreza y de crímenes violentos, debido a la falta de padres en el hogar. Esto es un hecho comprobado científicamente y no puede ser evitado por un discurso ideológico.

--¿Cómo pueden crear los grupos pro-vida, en el seno de la Iglesia y de la sociedad, una red de solidaridad para defender a la familia y a la vida humana?

--Dra. Christine de Vollmer: Nos hace falta ser muy valientes, no debemos dejarnos llevar por «la corriente» y a la vez tenemos el deber de informarnos. Yo temo que en el futuro las sociedades se van a dividir en dos nuevas clases sociales: los que han tenido las ventajas del amor y sostén emocional del padre y la madre, por un lado; y por otro los que sólo han conocido las guarderías, la calle, la televisión violenta y los video-juegos. Esta será la más cruel de las divisiones, porque la estructura cerebral de los sin-hogar será inferior, según nos muestran ahora los más modernos estudios sobre el desarrollo cerebral.

-¿Cómo es su trabajo en la Alianza para la Familia? ¿Qué experiencias puede compartir de iniciativas a favor de la familia y de la vida humana?

-Dra. Christine de Vollmer: Nosotros seguimos prestando servicios médicos y sociales, pero nuestro interés ha ido concentrándose cada vez más en dos direcciones. Uno es la educación en valores y virtudes, a través de nuestro programa «Aprendiendo a querer» («Alive to the World», en ingles). Este programa, diseñado en América Latina para escuelas de todo tipo, es una forma de enseñar los valores universales, y su aplicación, que son las virtudes. Empieza desde los 6 anos hasta los 18, de forma continua, pedagógica y efectiva. Está teniendo mucho éxito y hemos tenido que hacer una versión en inglés y otra para África.

La otra dirección es ayudar y fomentar la unión de las organizaciones. Nuestra Alianza Latinoamericana ya colabora con el Congreso Mundial de Familias, que antes mencioné, y puede informar, ser informada e también influir a nivel mundial. La guerra contra la familia, que es ideológica y tiene su base en el lucro farmacológico, es global, y nuestra respuesta y defensa tiene que ser global, también.

--¿Qué sugerencias puede ofrecer para una acción conjunta en defensa de la familia y de la vida humana, especialmente en América Latina, donde crece la presión por la legalización del aborto?

-Dra. Christine de Vollmer: Como he dicho, estamos bajo una agresión internacional que utiliza la desinformación y la corrupción de gobernantes para imponer las leyes que destruyen familias y vidas. Nuestra defensa tiene que ser con información correcta, científica y reciente. Tenemos que unirnos para entender el peligro, impedir el paso de leyes anti-vida y anti-familia, mientras insistimos en la protección de las familias y de la maternidad. Lo fundamental también es educar las nuevas generaciones para que entiendan, y sepan formar, las bases de una sociedad feliz, que es el matrimonio y la familia.

--¿Cómo tiene lugar la lucha pro-vida en Venezuela?

--Dra. Christine de Vollmer: Los venezolanos son un pueblo muy pro-vida. Lamentablemente nuestra institución familiar es principalmente matriarcal, lo que ha sido causal de una gran pobreza y mucho desorden social. Esto se está entendiendo poco a poco, creo. Pero en materia de lucha, podría decir que en este momento la atención de todos es tratar de preservar la libertad y no caer en un marxismo a ultranza.

-¿Qué considera que debería subrayar la Declaración de Aparecida en Defensa de la Vida, que se presentará en el Congreso?

-Dra. Christine de Vollmer: Pienso que lo más urgente de todo es preparar a los jóvenes y a las parejas para un matrimonio santo y fértil, resaltando tres cosas: el enorme valor de los niños y la importancia de la madre, la madre preparada desde chica a ser madre y maestra, como reflejo de lo que es la Iglesia, por una parte. Y la importancia capital de la paternidad, la presencia activa y amorosa del padre en el hogar, que es el reflejo, a su vez, de Dios Padre, que crea y sostiene, que da la ley y ama sin limites.

Cáritas alerta ante el riesgo de epidemias entre los desplazados de Kenia
















CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 21 enero 2008 (ZENIT.org).- Cáritas Kenia ha dado la voz de alarma sobre la precaria situación sanitaria que afecta a una parte de las más 250.000 personas que en las últimas semanas han huido de sus hogares a causa de la ola de violencia desatada tras las pasadas elecciones.

La situación es especialmente crítica en la Archidiócesis de Kisumu, donde se han disparado los casos de diarrea, lo que hace temer por una epidemia de cólera entre los desplazados de la zona, explica esta institución de ayuda dependiente de la Iglesia católica.

A pesar de esta situación de riesgo sanitario, el estado nutricional de los desplazados no es, por el momento, preocupante, aunque la Cáritas local advierte que se trata de una situación alimenticia muy volátil que puede deteriorarse rápidamente si por alguna razón cesa el suministro de comida a los afectados.

Actualmente, los equipos de voluntarios de la Cáritas Kenia están distribuyendo ayuda de primera necesidad (comida, mantas, mosquiteras y enseres domésticos) a varios asentamientos de desplazados: 8.500 personas en Bungoma, 36.000 en Eldoret, 1.000 en Kericho, 800 en Mombasa y 12.500 en Nairobi, Kitale y Nakuru. Asimismo, ha suministrado material sanitario urgente a ocho centros hospitalarios en Nairobi, Migori, Eldoret, Kisumu, Mombasa y Kericho.

Cáritas Kenia ha lanzado una petición urgente de ayuda a las Cáritas donantes por valor de 2,6 millones de dólares para hacer frente a las necesidades de esta emergencia, al que respondió inmediatamente Cáritas Española, con el envío, la semana pasada, de 100.000 euros.

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Meditación para el quinto día de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos

Publicamos el comentario a los textos bíblicos escogidos para el quinto día de la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, el 19 de enero.

El texto forma parte de los materiales distribuidos por la Comisión Fe y Constitución del Consejo Ecuménico de las Iglesias y el Consejo Pontificio para la promoción de la Unidad de los Cristianos.


DÍA QUINTO. Orad sin cesar con un corazón paciente

Tened paciencia con todos (1 Tes 5,14

Ex 17,1-4. ¿Por qué?

Sal 1. Dar fruto a su tiempo

1 Tes 5,(12a)13b-18. Tened paciencia con todos

Lc 18,9-14. Una humilde oración

Comentario

No podemos estar satisfechos con la división de los cristianos y en consecuencia no somos impacientes hasta que venga el día de nuestra reconciliació n. Somos legítimamente impacientes a que venga por fin el día de nuestra reconciliació n. Por ello, también debemos ser conscientes de que el ecumenismo no se vive por todas partes al mismo ritmo. Algunos avanzan a grandes pasos, otros son más prudentes. Como Pablo predica, debemos seguir siendo pacientes con todos.

Como el fariseo en su oración, podemos fácilmente presentarnos ante Dios con la arrogancia de los que hacen todo muy bien: "yo no soy como el resto de los hombres". Si a veces se intentan denunciar las lentitudes o las imprudencias de los miembros de nuestra Iglesia, o las de nuestros interlocutores ecuménicos, la invitación a la paciencia resuena como una advertencia importante.

En ocasiones, incluso, nos mostramos impacientes para con Dios. Como el pueblo en el desierto, a veces gritamos hacia Dios: ¿por qué toda esta marcha, dolorosa, si todo se debe acabar ahora? Tengamos confianza: Dios responde a nuestras oraciones, a su manera, a su debido tiempo. Él sabrá suscitar nuevas iniciativas para la reconciliació n de los cristianos, aquellas que en nuestro tiempo se necesitan.

Oración

Señor, haz de nosotros tus discípulos, que escuchemos tu Palabra día y noche. En nuestro camino hacia la unidad, danos saber esperar los frutos a su tiempo. Cuando los prejuicios y la desconfianza triunfan, concédenos la humilde paciencia necesaria para la reconciliació n. Así te lo pedimos.