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martes, 4 de diciembre de 2007

Adviento nuevo que siembra / Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

El 2 de diciembre ha comenzado un nuevo tiempo de Adviento, una nueva forma de decir que esperamos la Parusía, esa llegada, de nuevo, del Mesías, en gloria, para instaurar el Reino de Dios para toda la eternidad.

Es éste, por eso, un tiempo de siembra de mucha realidad espiritual, para el alma, para el hombre.

Como cada año, por más que pueda pensarse que es reiterativo este tiempo litúrgico, lo bien cierto es que resulta, de todo punto necesario reconocer cuáles son los bienes espirituales que tenemos que traer a nuestra presencia en estos días, en estos domingos, que desde el primero del último mes del año, nos llevarán al momento en el cual, por graciosa donación de Dios, nuestro Salvador vino al mundo.

¿Qué cabe, pues, sembrar en este tiempo, sobre todo, de esperanza para el cristiano?

Cuatro son los momentos que vivimos a lo largo del Adviento y cuatro las siembras que podemos hacer, en nuestra vida y en la vida del prójimo, para que no se trate de un tiempo repetitivo ni vacío.

En cuanto a la vigilancia, y siguiendo lo que el mismo Evangelio dice, hemos de velar y estar preparados porque no sabemos cuándo llegará el momento. Y el estar atentos a lo que pasa hoy día a nuestro alrededor supone, en primer lugar, no dejar pasar la ocasión en la que se ofenda a nuestra fe para defenderla. Por lo tanto, y en segundo lugar, hemos de hacerlo posible porque cuando esto suceda, quede en evidencia esa blasfemia contra la creencia en Dios, contra la supremacía de la Ley Natural sobre cualquier norma humana y, sobre todo, contra los valores que, como hijos del Padre defendemos como legítimos herederos de su Reino.

Por tanto, vigilar es sinónimo de perseverar. Pero perseverar lo es en el sentido de estar seguros de nuestro amor a Dios, de nuestro amor al prójimo y, también, de la Verdad que sabemos que, por eso mismo, es cierta y exacta demostración de la omnipotencia del Creador.

Por otra parte, si nos referimos a la conversión que, cada cual, ha de llevar en su vida particular, no hemos de olvidar que volverse a convertir, esa confesión de fe tan necesaria en un mundo tantas veces abyecto (que nos atrae con sus miserias revestidas de luz y color) es, más que nada, renunciar a los oropeles que, en muchas ocasiones, se nos brindan para que, al fin y al cabo, venzamos nuestra tendencia absolutamente natural de amar a Dios y de creer en Dios. Por eso, convertirnos, de nuevo, cada día, cada instante (incluso) es traer a nuestro corazón los ricos bienes espirituales que, a veces, abandonamos o dejamos aparcados por lo que creemos es un bien vivir, siendo esto último un error común en el hombre.

Pero si hablamos de testimonio, de lo que esto supone, de lo que ha de suponer, en nuestras vidas, el que damos y el que presentamos a los demás, no ha de ser cosa baladí que el que demos lo sea, ciertamente, esperanzado, libre de todo aquello que suponga olvido de la fe y sintiendo, esto es importante, que aquellas personas que vean lo que hacemos han de alcanzar al conocimiento de lo que hacemos porque será la forma, directa e importante, de que comprendan que creer sirve para algo más que para refugiarse en el espíritu cuando lo pasamos mal. Creer, en nuestro testimonio, ha de significar ser y no sólo estar.

También hablamos de anuncio. Sabiendo que anunciar es «Dar noticia o aviso de algo» lo cierto es que, también aquí, tenemos mucho que hacer.

Una cosa es estar vigilantes ante lo que pasa; otra que convirtamos nuestra vida, a paso de la vida misma, a Dios; también que demos testimonio de lo que somos. Sin embargo, también hemos de dar un paso más hacia delante. Este paso supone que hemos de gritar (esto es una forma de hablar, claro) a los cuatro vientos lo que nuestra fe es; también, lo que nuestra fe significa para nosotros y sin olvidar lo que puede suponer para aquellos que aún no la han descubierto o para los que la abandonaron sea por la razón que sea.

Anunciar, para nosotros, los discípulos de Cristo, ha de ser tarea gustosa, dedicación primordial; lo que se nos reclama como hijos; lo que se espera como herederos; lo que, a pesar de todos los pesares, tenemos que tener en cuenta para no caer en el desánimo y la desazón que puede producirnos el vivir en este valle de lágrimas, peregrinos, de paso hacia el Reino definitivo de Dios.

Ahora, por tanto, que comienza, de nuevo, el tiempo de Adviento; ahora que podemos revivir, con alegría, los acontecimientos que trajeron, a la humanidad, el recuerdo de la presencia de Dios en el mundo, hemos de tener bien presente que Cristo ya vino una vez y que, cuando venga de nuevo querrá encontrarnos preparados.

Por eso, estar vigilantes, convertirnos, testimoniar nuestra fe y anunciarla no es un requerimiento excesivo sino, al contrario, una forma de hacernos responsables de nuestra filiación divina, del ser hijos de Dios.

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Fuente: Conoze.com

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