
Tampoco se dan cuenta de que se comportan como el más primitivo de los fetichistas, que destruye o quema su fetiche si no «sirve». Y además proceden con su Dios con mucho mayor rigor que el que osarían emplear con un dignatario humano.
El médico que prohíbe fumar más de quince cigarrillos al día, puede por lo menos continuar con vida, no se reniega sin más de su existencia. Que el médico se empeñe en un máximo de quince cigarrillos es sin duda una decisión dura, pero hay que admitir que lo hace con buena intención. Piensa en lo mejor para uno. El alcalde, el concejal, el tío rico, cualquier funcionario, todos los jefes militares, el marido, la mujer, e incluso los subordinados, todos pueden decir que no sin que por ello sean despedidos bruscamente. Pero Dios no puede permitírselo; a Dios no se le conceden circunstancias atenuantes. Tiene que hacer lo que nosotros queremos, según el principio de los hidalgos campesinos prusianos: «Nuestro rey absoluto será, si hace nuestra voluntad».
¿Acaso no alumbra en estas cabezas, ni siquiera algunas veces, la idea de que el Omnisapiente sabe también muy bien por qué nos niega nuestro deseo? ¿Que lo sabe incluso en aquellas ocasiones en que no somos capaces de imaginarnos en absoluto por qué?
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Traducción: Carmen Shàd de Caneda
ConoZe.com
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