* «Jesús, por su sacrificio redentor, nos ha reconciliado con Dios y nos ha devuelto la gracia por la comunicación del Espíritu Santo, que viene a habitar en nosotros y nos da la fuerza para vencer el egoísmo y amar como Dios ama… Esta es la invitación que hoy nos hace el Señor: ‘venid a mí, revestíos de la fuerza para amar como yo os amo y gozad de las delicias del verdadero amor'»
El que no está contra nosotros, está por nosotros: Domingo XXVII del tiempo ordinario – B:
Génesis 2,18-24 / Salmo 127 / Hebreos 2, 9-11 / Marcos 10, 2-16
P. José María Prats / Camino Católico.- Las lecturas de este domingo dan mucha luz sobre la realidad del matrimonio, una realidad tan discutida y castigada en nuestros días.
Hemos escuchado que cuando los fariseos le dicen a Jesús que la ley de Moisés permitía el divorcio, éste les responde que esto fue permitido por la terquedad de los hombres, pero que al principio de la creación no fue así. ¿Qué está queriendo decir Jesús? Pues que –como hemos escuchado en la primera lectura– en el designio original de Dios para la creación, el hombre estaba llamado a unirse a su mujer para formar una sola carne, una unión indisoluble. Ésta es, pues, la verdad del amor conyugal, una verdad que está inscrita en la entraña de nuestro ser: el corazón nos dice que el verdadero amor es incondicional, que va más allá de cálculos e intereses, que permanece en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza. Un amor que sólo tiene intención de perdurar mientras todo nos sonríe, no es amor. Será tal vez un acuerdo para compartir experiencias durante algún tiempo, pero no amor verdadero. De hecho, estos acuerdos acaban siendo tristes y oscuros, porque no gozan de la luz divina del amor, que lo ilumina y ennoblece todo.
¿Por qué Dios permitió entonces el divorcio en la ley que dio a Israel por medio de Moisés? Por la terquedad de los hombres, dice Jesús: por su incapacidad de amar. Como consecuencia del pecado original el ser humano había perdido la gracia de Dios quedando sometido al poder del Maligno y del egoísmo. En estas condiciones no tenía la fuerza para vivir en la donación incondicional de sí mismo y Dios no podía exigirle algo que no estaba capacitado para cumplir.
Jesús, sin embargo, dice a sus discípulos que con Él las cosas vuelven a ser como en el principio, que el hombre y la mujer deben unirse indisolublemente para formar una sola carne y que «si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.» ¿Por qué? Pues porque Jesús, por su sacrificio redentor, nos ha reconciliado con Dios y nos ha devuelto la gracia por la comunicación del Espíritu Santo, que viene a habitar en nosotros y nos da la fuerza para vencer el egoísmo y amar como Dios ama.
Hoy en día, el matrimonio para toda la vida está muy desprestigiado ante los ojos del mundo. Muchas personas piensan que no es realista, que es una utopía. Y es normal que se piense así porque al apartarnos de Dios hemos perdido su gracia, y sin ella, efectivamente, no es posible vivir el matrimonio conforme al designio de Dios. Al rechazar al Espíritu Santo es como si hubiéramos vuelto a los tiempos de Moisés y por ello no nos debe extrañar que se haya generalizado nuevamente el divorcio en nuestra sociedad.
Hay, sin embargo, una diferencia muy importante con los tiempos de Moisés: ahora la gracia para vivir el matrimonio como entrega mutua incondicional según el designio divino está ahí, manando del costado abierto de Cristo, disponible para todos. Tan sólo hace falta que nos abramos a ella mediante la fe, los sacramentos y el empeño sincero de vivir conforme a la voluntad de Dios.
Esta es la invitación que hoy nos hace el Señor: “venid a mí, revestíos de la fuerza para amar como yo os amo y gozad de las delicias del verdadero amor”. Lo hemos cantado en el salmo: «Tu mujer, como parra fecunda, en medio de tu casa; tus hijos, como renuevos de olivo, alrededor de tu mesa.»
P. José María Prats
Evangelio
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban:
«¿Puede el marido repudiar a la mujer?».
Él les respondió:
«¿Qué os prescribió Moisés?».
Ellos le dijeron:
«Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla».
Jesús les dijo:
«Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre».
Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo:
«Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».
Le presentaban unos niños para que los tocara; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús, al ver esto, se enfadó y les dijo:
«Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como éstos es el Reino de Dios. Yo os aseguro: el que no reciba el Reino de Dios como niño, no entrará en él».
Y abrazaba a los niños, y los bendecía poniendo las manos sobre ellos.
Marcos 10, 2-16