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martes, 4 de diciembre de 2007

Es agradable sentirse animados / Autor: Albino Luciani

El fenómeno de haber muchos catequistas no es nuevo, sino gozoso. Y será más gozoso si los catequistas tienen las dotes requeridas. Primera, la vida limpia y esplendorosa de bondad. Siempre me han impresionado San Pablo y Manzoni. Escribió el primero: "Tú enseñas a los otros pero, ¿te enseñas a ti mismo?" (cfr. Rm 2, 21). Escribe el segundo, luego de haber expuesto cosas bellísimas sobre la religión: "Pensando en el demasiado mal que he sido y en el poco bien que aún soy, me avergüenzo con frecuencia y tal vez me remuerde el arrogarme que yo sé celebrar la religión".

En religión se enseña, en efecto, sobre todo, lo que se es. Conocer bien es otra dote. Y no basta haber estudiado; hay que mantenerse actualizado: si no se estudia, las nociones se escapan, barridas por el viento, por ideas y preocupaciones extrañas. Decía San Bernardino de Siena: "... si yo no hubiera aprendido, vosotros no me oiríais la palabra que os predico: que sólo por estudiar ha venido". Pero lo mismo quería también que las cosas dichas fueran dichas con claridad. Y contó acerca de dos frailes: uno era un predicador bonísimo, que "hablaba tan sutilmente, que era una maravilla"; el otro "tan grueso". El primero hizo la prédica; el segundo la escuchó y la magnificó a los compañeros frailes. Y este: "Di sobre lo que él dijo". Y él: "Vosotros habéis perdido la más bella prédica que jamás habríais podido oír... Él habló tan alto que yo no entendí nada".

Pero no basta ni siquiera la claridad, si no la acompaña el amor, la pasión de las ideas transmitidas. Se trata en efecto de ideas que sirven para la vida y deben desembocar en buenas acciones. Ahora, entre las ideas y la acción, hay etapas obligatorias que recorrer: yo no realizo una acción, si antes no la quiero; no la quiero, si antes no la deseo; no la deseo, si antes alguien no me la ha presentado como deseable y simpática. Es necesario, entonces, cargar de simpatía las ideas transmitidas, para que enciendan fuertes deseos y pongan en movimiento la voluntad de los oyentes. Decía el Papa Juan: "La verdad de Cristo, presentada sin cordialidad, dulzura y humildad, se arriesga a ser rechazada".

Pío IX ha proclamado Doctor de la Iglesia a San Francisco de Sales sobre todo porque "supo adaptar la doctrina de los santos a todas las situaciones de los fieles sapienter et leniter, con sabiduría y levedad". Aquel santo ha enseñado y escrito mucho, diciendo en esencia: "El camino al paraíso es estrecho, el viajar hacia allí requiere fatiga, sí, pero el paisaje, los alrededores, son bellos, amenos y está Dios que da una mano".

Él presenta siempre las cosas del mejor lado, con un tono gracioso y seductor: muestra la devoción amable para hacerla accesible; no le saca siquiera una de las espinas, pero tampoco una sola rosa. "Aquellos que querían disuadir a los Ebreos - escribe - de ir a la Tierra Prometida, decían que había un país que devoraba a los habitantes... pero Josué y Caleb declaraban que la Tierra Prometida no era sólo buena y bella, sino tal que hacía dulce y agradable la posesión... Así el Espíritu Santo y Jesús... nos aseguran que la vida devota es una vida dulce, placentera, feliz". Él trataba de seguir el método del Espíritu Santo y de Jesús.

A Santa Juana de Chantal, un poco escrupulosa, escribe: "Quisiera que Usted tuviera la piel del corazón un poco más dura y que no dejara de dormir por cualquier pulga pequeña". Y a otra: "No se detenga a dar picotazos sobre su pobre conciencia". Y a una tercera: "Eh, Dios mío... empólvese también los cabellos... también los faisanes se lustran las plumas... por miedo a que aniden los piojos". De la misma pasta graciosamente catequística era el San Bernardino citado más arriba, que de los vanidosos decía: "Si tú ves a uno y a una con estos antojos o con las fresas o con las trampas (n. d. t. En italiano, se trata de un juego de palabras: fragole = fresas, trapole = trampas), piensa que así les brilla la cabeza... Y así como tú ves las locuras en la vestimenta de afuera, piensa que dentro del corazón está todo lleno de quiquiriquí".

Imitaba a estos santos el catequista que exponía la dura verdad del infierno como sigue: "¿El infierno? Sí, existe, pero debéis saber que Dios se pone en medio de nuestro camino para detenernos e impedir que caigamos dentro. Y si alguno llega, es signo de que él mismo ha querido ir allí contra los miles esfuerzos de Dios, que respeta su libertad, pero trata de todas las formas de llevarlo al Paraíso. El mismo Judas se hubiera salvado, si hubiera tenido confianza. Se equivocó de árbol aquel día. Hubiera ido al árbol de la cruz, hubiera echado los brazos al cuello de Jesús agonizante, sería hoy un santo del Paraíso".

Hacen, en cambio, el camino opuesto los que prefieren siempre el lado negativo al positivo. Vi una vez una ilustración que representaba, en un salón, a la dueña de casa con una amiga de visita. Allí figuraban muebles elegidos, pero, sobre ellos, había tantos carteles. "No tocar el servicio de porcelana", "No caminar por el piso lustrado sin los patines", "No tirar la ceniza al piso", "Cuidado con la alfombra". Bajo la ilustración, en la leyenda: "Sí, tengo un magnífico salón - decía la dueña - pero, no sé por qué, mi marido lo rehuye". Y la amiga: "Coloca nuevas inscripciones prohibitivas: garantizado, tu marido odiará este salón".

Estamos hechos así: los no multiplicados nos parecen camisas de fuerza; nos irrita que los demás supongan que somos malos o desganados. Nos agrada, en cambio, sentirnos animados y conducidos, como auténticos valientes, a nuevas conquistas de bien.

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Inédito de 1972
De "Humilitas", Noviembre de 1988

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