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miércoles, 1 de octubre de 2025

Papa León XIV en la Audiencia General, 1-10-2025: «El Señor nos enseña sus heridas y dice: Paz a vosotros; no tengáis miedo de mostrar vuestras heridas sanadas por la misericordia»

 


* «Esta paz que nos da el Resucitado es signo de un amor reconciliado con todo lo que ha sufrido, que ha sabido perdonar toda infidelidad y toda traición. Nosotros, en cambio, solemos esconder nuestras heridas, nos cuesta perdonar y vivir en paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Por eso, contemplemos a Cristo resucitado, pidámosle que nos ayude a redescubrir la alegría y la belleza de vivir para poder dar vida a los demás, y que nos enseñe a ser en el mundo, azotado por la muerte y la destrucción, instrumentos de misericordia y reconciliación» 


Video completo de la transmisión en directo realizada por Vatican News de la catequesis traducida al español y de la síntesis que el Papa León XIV ha hecho en nuestro idioma

* «Me entristecen las noticias que llegan desde Madagascar sobre los violentos enfrentamientos entre las fuerzas del orden y jóvenes manifestantes, que han provocado la muerte de algunos de ellos y un centenar de heridos. Oremos al Señor para que se evite siempre cualquier forma de violencia y se favorezca la búsqueda constante de la armonía social mediante la promoción de la justicia y del bien común»

1 de octubre de 2025.- (Camino Católico).- “El Señor también nos enseña sus heridas y dice: Paz a vosotros. No tengáis miedo de mostrar vuestras heridas sanadas por la misericordia. No temáis aproximaros a quien está encerrado en el miedo o en el sentimiento de culpa. Que el soplo del Espíritu nos haga también a nosotros testigos de esta paz y de este amor más fuertes que toda derrota”, ha subrayado el Papa León XIV en la catequesis de la audiencia general del primer miércoles de octubre.

En una plaza de San Pedro repleta de fieles procedentes de todo el mundo, el Obispo de Roma remarca que ésta “es la fuerza que ha hecho nacer y crecer la comunidad cristiana: hombres y mujeres que han descubierto la belleza de volver a la vida para poder donarla a los demás”.


El Pontífice centra su meditación en el tema jubilar “Jesucristo, nuestra esperanza”. En particular, se detiene en la Pascua de Jesús, tal y como se describe en el Evangelio de Juan, y en la visita del Resucitado a los discípulos, “sus amigos”, encerrados en el cenáculo y “paralizados por el miedo”. Cristo, en cambio, les lleva “un don que ninguno hubiera osado esperar: la paz”.

Al final de la audiencia, el Papa León XIV expresa su "tristeza" ante las noticias de Madagascar, un país del este de África sacudido durante días por la violencia tras las manifestaciones lideradas por grupos juveniles por los cortes de agua y electricidad. En su llamamiento el Pontífice habla de "enfrentamientos violentos" entre la policía y los manifestantes, "que se saldaron con la muerte de algunos y un centenar de heridos". Según las últimas cifras publicadas por la ONU, 22 personas han muerto y más de un centenar han resultado heridas. “Oremos al Señor para que se evite siempre toda forma de violencia y se fomente la búsqueda constante de la armonía social mediante la promoción de la justicia y del bien común”.  En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la catequesis traducida al español y la síntesis que el Santo Padre ha hecho en nuestro idioma, cuyo texto completo es el siguiente:

LEÓN XIV

AUDIENCIA GENERAL

Plaza San Pedro

Miércoles, 1 de octubre de 2025

Ciclo de catequesis - Jubileo 2025. Jesucristo, nuestra esperanza. III. La Pascua de Jesús. 9. La resurrección. «¡La paz esté con ustedes!» (Jn 20,21)

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El centro de nuestra fe y el corazón de nuestra esperanza se encuentran profundamente enraizados en la resurrección de Cristo. Leyendo con atención los Evangelios, nos damos cuenta de que este misterio es sorprendente no solo porque un hombre -el Hijo de Dios- resucitó de entre los muertos, sino también por el modo en que eligió hacerlo. De hecho, la resurrección de Jesús no es un triunfo estruendoso, no es una venganza o una revancha contra sus enemigos. Es el testimonio maravilloso de cómo el amor es capaz de levantarse después de una gran derrota para proseguir su imparable camino.

Cuando nos recuperamos de un trauma causado por los demás, a menudo la primera reacción es la rabia, el deseo de hacer pagar a alguien lo que hemos sufrido. El Resucitado no actúa de este modo. Cuando emerge de los abismos de la muerte, Jesús no se toma ninguna venganza. No regresa con gestos de potencia, sino que manifiesta con mansedumbre la alegría de un amor más grande que cualquier herida y más fuerte que cualquier traición.

El Resucitado no siente la necesidad de reiterar o afirmar su propia superioridad. Él se aparece a sus amigos -los discípulos-, y lo hace con extrema discreción, sin forzar los tiempos de su capacidad de acoger. Su único deseo es volver a estar en comunión con ellos, ayudándolos a superar el sentimiento de culpa. Lo vemos muy bien en el cenáculo, donde el Señor se aparece a sus amigos aprisionados por el miedo. Es un momento que expresa una fuerza extraordinaria: Jesús, después de haber descendido a los abismos de la muerte para liberar a quienes allí estaban prisioneros, entra en la habitación cerrada de quienes están paralizados por el miedo, llevándoles un don que ninguno hubiera osado esperar: la paz.

Su saludo es simple, casi habitual: «¡Paz a vosotros!» (Jn 20, 19). Pero va acompañado de un gesto tan bello que resulta casi inapropiado: Jesús muestra a los discípulos las manos y el costado con los signos de la pasión. ¿Por qué exhibir sus heridas precisamente ante quienes, en aquellas horas dramáticas, lo renegaron y lo abandonaron? ¿Por qué no esconder aquellos signos de dolor y evitar que se reabra la herida de la vergüenza?

Y, sin embargo, el Evangelio dice que, al ver al Señor, los discípulos se llenaron de alegría (cf. Jn 20, 20). El motivo es profundo: Jesús está ya plenamente reconciliado con todo lo que ha sufrido. No guarda ningún rencor. Las heridas no sirven para reprender, sino para confirmar un amor más fuerte que cualquier infidelidad. Son la prueba de que, precisamente en el momento en que hemos fallado, Dios no se ha echado atrás. No ha renunciado a nosotros.

Así, el Señor se muestra nudo y desarmado. No exige, no chantajea. Su amor no humilla; es la paz de quien ha sufrido por amor y ahora finalmente puede afirmar que ha valido la pena.

Nosotros, en cambio, a menudo ocultamos nuestras heridas por orgullo o por el temor de parecer débiles. Decimos “no importa”, “ya ha pasado todo”, pero no estamos realmente en paz con las traiciones que nos han herido. A veces preferimos esconder nuestro esfuerzo por perdonar para no parecer vulnerables y no correr el riesgo de sufrir de nuevo. Jesús no. Él ofrece sus llagas como garantía de perdón. Y muestra que la resurrección no es la cancelación del pasado, sino su transfiguración en una esperanza de misericordia.

Luego, el Señor repite: «¡Paz a vosotros!». Y añade: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (v. 21). Con estas palabras, confía a los apóstoles una tarea que no es tanto un poder como una responsabilidad: ser instrumentos de reconciliación en el mundo. Es como si dijese: «¿Quién podrá anunciar el Rostro misericordioso del Padre sino vosotros, que habéis experimentado el fracaso y el perdón?».

Jesús sopla sobre ellos y les dona el Espíritu Santo (v. 22). Es el mismo Espíritu que lo ha sostenido en la obediencia al Padre y en el amor hasta la cruz. Desde ese momento, los apóstoles ya no podrán callar lo que han visto y oído: que Dios perdona, levanta, restaura la confianza.

El centro de la misión de la Iglesia no consiste en administrar un poder sobre los demás, sino en comunicar la alegría de quien ha sido amado precisamente cuando no se lo merecía. Es la fuerza que ha hecho nacer y crecer la comunidad cristiana: hombres y mujeres que han descubierto la belleza de volver a la vida para poder donarla a los demás.

Queridos hermanos y hermanas, también nosotros somos enviados. El Señor también nos enseña sus heridas y dice: Paz a vosotros. No tengáis miedo de mostrar vuestras heridas sanadas por la misericordia. No temáis aproximaros a quien está encerrado en el miedo o en el sentimiento de culpa. Que el soplo del Espíritu nos haga también a nosotros testigos de esta paz y de este amor más fuertes que toda derrota.

Después, al saludar a los peregrinos de lengua española, el Papa ha dicho:

Queridos hermanos y hermanas:

Reflexionamos en esta catequesis sobre la resurrección de Jesús, misterio que da sentido a nuestra fe y a nuestra esperanza. Este acontecimiento es también testimonio de cómo el amor es capaz de resurgir, tras haber sido herido y humillado. Jesús, en efecto, no se deja llevar por sentimientos de rabia o deseos de venganza, sino que ofrece a todos la alegría de la paz que brota de su Corazón.

Esta paz que nos da el Resucitado es signo de un amor reconciliado con todo lo que ha sufrido, que ha sabido perdonar toda infidelidad y toda traición. Nosotros, en cambio, solemos esconder nuestras heridas, nos cuesta perdonar y vivir en paz con Dios, con nosotros mismos y con los demás. Por eso, contemplemos a Cristo resucitado, pidámosle que nos ayude a redescubrir la alegría y la belleza de vivir para poder dar vida a los demás, y que nos enseñe a ser en el mundo, azotado por la muerte y la destrucción, instrumentos de misericordia y reconciliación.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Pidamos al Espíritu Santo que nos haga testigos de la paz de Cristo, sin miedo a mostrar las heridas sufridas en el camino y sanadas por su misericordia, que son signo de un amor que es más fuerte que la muerte. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.

Además, en otras lenguas el Pontífice ha dicho:                 

Me entristecen las noticias que llegan desde Madagascar sobre los violentos enfrentamientos entre las fuerzas del orden y jóvenes manifestantes, que han provocado la muerte de algunos de ellos y un centenar de heridos. Oremos al Señor para que se evite siempre cualquier forma de violencia y se favorezca la búsqueda constante de la armonía social mediante la promoción de la justicia y del bien común.

Finalmente, pienso en los jóvenes, los enfermos y los recién casados. Hoy recordamos a Santa Teresita del Niño Jesús, Doctora de la Iglesia y patrona de las misiones. Que su ejemplo anime a todos a seguir a Jesús en el camino de la vida, dando testimonio gozoso del Evangelio en todas partes.

¡Mi bendición a todos!

Papa León XIV



Fotos: Vatican Media, 1-10-2025

lunes, 9 de junio de 2025

Papa León XIV en homilía, 9-6-2025: «La Virgen María por la misión materna que recibió al pie de la cruz es la memoria viviente de Jesús que armoniza las diferencias y hace que la oración de los discípulos sea unánime»

 

* «La maternidad de María, a través del misterio de la cruz, dio un salto impensable. La Madre de Jesús se convirtió en la nueva Eva, porque el Hijo la asoció a su muerte redentora, fuente de vida nueva y eterna para todo ser humano que viene a este mundo»  

    

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa León XIV  

* «La fecundidad de la Iglesia es la misma fecundidad de María; y se realiza en la existencia de sus miembros en la medida en que estos reviven, ‘en pequeño’, lo que vivió la Madre, es decir, que aman con el amor de Jesús. Toda la fecundidad de la Iglesia y de la Santa Sede depende de la cruz de Cristo. De lo contrario, es apariencia, si no es que algo peor» 

9 de junio de 2025.- (Camino Católico) “La Virgen María, en el Cenáculo, gracias a la misión materna que recibió al pie de la cruz, está al servicio de la comunidad naciente: es la memoria viviente de Jesús y, en cuanto tal, es el polo de atracción, por así decirlo, que armoniza las diferencias y hace que la oración de los discípulos sea unánime” ha reflexionado el Papa León XIV en su homilía de la santa misa que ha presidido, en la Basílica de San Pedro, en la memoria de María Madre de la Iglesia, durante el Jubileo de la Santa Sede, acompañado de 3.000 empleados de la Curia Romana.


En un clima de profundo recogimiento, la jornada ha comenzado en el Aula Pablo VI con una meditación a cargo de la hermana Maria Gloria Riva, quien ha invitado a los presentes a contemplar el misterio de la fecundidad espiritual de la Iglesia. El programa jubilar también ha incluido la posibilidad de recibir el sacramento de la Reconciliación en el atrio de la misma Aula.



A continuación, el Papa ha portado la cruz jubilar y ha encabezado la procesión de oficiales, funcionarios de la Sede Apostólica y sus familiares hacia la Puerta Santa de la Basílica Vaticana.



Durante la homilía, el Obispo de Roma ha reflexionado sobre dos imágenes bíblicas que iluminan la esencia de la Santa Sede y de la Iglesia entera. La primera, tomada del Evangelio según san Juan, presenta a María al pie de la Cruz, testigo fiel y madre confiada por Jesús al discípulo amado. “La maternidad de María, a través del misterio de la cruz, dio un salto impensable”, ha explicado el Pontífice. “La Madre de Jesús se convirtió en la nueva Eva, unida a la muerte redentora del Hijo y, así, fuente de vida nueva para todos los hombres”. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Papa, cuyo texto íntegro es el siguiente:



JUBILEO DE LA SANTA SEDE


HOMILÍA DEL SANTO PADRE LEÓN XIV


Basílica de San Pedro

Bienaventurada Virgen María Madre de la Iglesia - Lunes, 9 de junio de 2025


Queridos hermanos y hermanas:

Hoy tenemos la alegría y la gracia de celebrar el jubileo de la Santa Sede en la memoria litúrgica de María, Madre de la Iglesia. Esta feliz coincidencia es fuente de luz y de inspiración interior en el Espíritu Santo, que ayer, Pentecostés, se ha derramado en abundancia sobre el Pueblo de Dios. Y en este clima espiritual nosotros hoy gozamos de una jornada especial, en primer lugar, con la meditación que hemos escuchado y ahora, aquí, en la Mesa de la Palabra y de la Eucaristía.

La Palabra de Dios en esta celebración nos hace comprender el misterio de la Iglesia, y en ella el de la Santa Sede, a la luz de dos iconos bíblicos escritos por el Espíritu en la página de los Hechos de los Apóstoles (1,12-14) y en la del Evangelio de san Juan (19,25-34).

Partimos de la más fundamental, que es el relato de la muerte de Jesús. Juan, de los Doce el único presente en el Calvario, vio y dio testimonio de que, al pie de la cruz, junto a otras mujeres, estaba la madre de Jesús (v. 25). Y escuchó con sus propios oídos las últimas palabras del Maestro, entre la cuales, estas: «Mujer, aquí tienes a tu hijo», y después, dirigiéndose a él: «Aquí tienes a tu madre» (vv. 26-27).

La maternidad de María, a través del misterio de la cruz, dio un salto impensable. La Madre de Jesús se convirtió en la nueva Eva, porque el Hijo la asoció a su muerte redentora, fuente de vida nueva y eterna para todo ser humano que viene a este mundo. El tema de la fecundidad está muy presente en esta liturgia. La oración “colecta” lo pone de manifiesto al hacernos pedir al Padre que la Iglesia, sostenida por el amor de Cristo, sea «cada día más fecunda en el Espíritu» (Misal italiano, colecta de la memoria).

La fecundidad de la Iglesia es la misma fecundidad de María; y se realiza en la existencia de sus miembros en la medida en que estos reviven, “en pequeño”, lo que vivió la Madre, es decir, que aman con el amor de Jesús. Toda la fecundidad de la Iglesia y de la Santa Sede depende de la cruz de Cristo. De lo contrario, es apariencia, si no es que algo peor. Un gran teólogo contemporáneo escribió: «Si ella [la Iglesia] es el árbol que sale del granito de mostaza, este árbol está a su vez destinado a llevar granos de mostaza; frutos, por tanto, que repiten la forma de la cruz, porque se deben a ella» (H.U. Von Balthasar, La seriedad de las cosas, Salamanca 1967, 44).

En la colecta también pedimos que la Iglesia «se regocije por la santidad de sus hijos». De hecho, esta fecundidad de María y de la Iglesia está inseparablemente vinculada a su santidad, es decir, a su conformación con Cristo. La Santa Sede es santa como lo es la Iglesia, en su núcleo originario, en la fibra de la que está tejida. Así, la Sede Apostólica custodia la santidad de sus raíces mientras es custodiada por ella. Pero no es menos cierto que también vive de la santidad de cada uno de sus miembros. Por ello, la mejor manera de servir a la Santa Sede es procurar ser santos, cada uno según su estado de vida y la tarea que se le ha confiado.

Por ejemplo, un sacerdote que personalmente lleva una cruz pesada a causa de su ministerio, y sin embargo cada día va a la oficina y trata de hacer su trabajo lo mejor posible, con amor y con fe, ese sacerdote participa y contribuye a la fecundidad de la Iglesia. Y lo mismo un padre o una madre de familia, que en casa vive una situación difícil —un hijo que da preocupaciones, un padre enfermo— y lleva adelante su trabajo con empeño: ese hombre y esa mujer son fecundos con la fecundidad de María y de la Iglesia.

Pasemos ahora al segundo icono, el que escribe san Lucas al inicio de los Hechos de los Apóstoles, donde representa a la Madre de Jesús junto a los Apóstoles y discípulos en el Cenáculo (1,12-14). Nos muestra la maternidad de María para con la Iglesia naciente, una maternidad “arquetípica”, que permanece actual en todo tiempo y lugar. Y, sobre todo, es siempre fruto del Misterio pascual, del don del Señor crucificado y resucitado.

El Espíritu Santo, que desciende con poder sobre la primera comunidad, es el mismo que Jesús entregó con su último aliento (cf. Jn 19,30). Este icono bíblico es inseparable del primero: la fecundidad de la Iglesia está siempre ligada a la gracia que brota del Corazón traspasado de Jesús, junto con la sangre y el agua, símbolo de los Sacramentos (cf. Jn 19,34).

María, en el Cenáculo, gracias a la misión materna que recibió al pie de la cruz, está al servicio de la comunidad naciente: es la memoria viviente de Jesús y, en cuanto tal, es el polo de atracción, por así decirlo, que armoniza las diferencias y hace que la oración de los discípulos sea unánime.

Los Apóstoles, también en este texto, son enumerados por nombre, y como siempre, el primero es Pedro (cf. v. 13). Pero él mismo, de hecho, en primer lugar, es sostenido por María en su ministerio. De manera análoga, la Madre Iglesia sostiene el ministerio de los Sucesores de Pedro con el carisma mariano. La Santa Sede vive de manera muy particular la co-presencia de ambos polos: el mariano y el petrino. Y es el polo mariano el que asegura la fecundidad y la santidad del petrino, con su maternidad, don de Cristo y del Espíritu.

Queridos amigos, alabemos a Dios por su Palabra, lámpara que ilumina nuestros pasos y también nuestra vida cotidiana al servicio de la Santa Sede. Así, iluminados por esta Palabra, renovemos nuestra oración: “Concede, oh Padre, que tu Iglesia, sostenida por el amor de Cristo, sea cada vez más fecunda en el Espíritu, se regocije por la santidad de sus hijos y acoja en su seno a toda la familia humana” (Misal italiano, colecta de la memoria). Amén.

PAPA LEÓN XIV








Fotos: Vatican Media, 9-6-2025

domingo, 23 de febrero de 2025

Papa Francisco en homilía leída por Mons. Fisichella, 23-2-2025: «Jesús dice: «Amen a sus enemigos»; es necesario saber perdonar y pedir perdón, no excluyendo de nuestro amor ni siquiera a quien nos golpea y traiciona»

* «Un mundo en donde para los adversarios hay sólo odio es un mundo sin esperanza, sin futuro, destinado a ser desgarrado por las guerras, divisiones y venganzas sin fin, como desafortunadamente vemos también hoy, en tantos ámbitos y en varias partes del mundo. Perdonar, entonces, quiere decir preparar para el futuro una casa hospitalaria, segura, en nosotros y en nuestras comunidades. El diácono, investido en primera persona de un ministerio que lo lleva hacia las periferias del mundo, se compromete a ver —y a enseñar a los otros a ver— en todos, también en quien se equivoca y produce sufrimiento, una hermana y un hermano heridos en el alma, y por eso necesitados más que nadie de reconciliación, de guía y de ayuda»

     

Vídeo de la transmisión en directo de Vatican News, traducido al español, con la homilía del Papa 

* «Mientras nos acogemos a la Virgen María, la esclava del Señor, y a san Lorenzo, el patrón de ustedes. Que ellos nos ayuden a vivir todo nuestro ministerio con corazón humilde y lleno de amor, y a ser, en la gratuidad, apóstoles de perdón, siervos desinteresados de los hermanos y constructores de comunión» 

23 de febrero de 2025.- (Camino Católico) “Jesús nos habla sobre esta exigencia y sobre su alcance cuando dice: «Amen a sus enemigos» (Lc 6,27). Y es precisamente así: para crecer juntos, compartiendo luces y sombras, éxitos y fracasos los unos de los otros, es necesario saber perdonar y pedir perdón, restableciendo relaciones y no excluyendo de nuestro amor ni siquiera a quien nos golpea y traiciona”, dice el Papa Francisco en su homilía leída por el pro-prefecto del Dicasterio para la Evangelización, Mons. Rino Fisichella, durante la Misa con motivo del Jubileo de los Diáconos.

Según informó durante el día de ayer el Vaticano, el pontífice, de 88 años, recibió oxígeno de alto flujo y transfusiones de sangre debido a una trombocitopenia asociada a anemia. Su estado es crítico y su pronóstico es reservado y continúa bajo estricta vigilancia médica en el Hospital Gemelli de Roma. El Santo Padre ha pasado pasado la novena noche hospitalizado “tranquila”, pero su estado sigue siendo crítico según la Santa Sede. Francisco continúa necesitando el uso de dos pequeñas cánulas que se introducen por ambos orificios nasales con oxígeno.

Antes de leer la homilía preparada por el Pontífice, Mons. Fisichella destaca la cercanía espiritual del Santo Padre con este importante momento del Jubileo y exhorta a los fieles a intensificar sus oraciones por su recuperación. “Me complace especialmente leer la homilía que el propio Papa Francisco les habría comunicado a todos ustedes en este domingo en particular”, expresa el prelado. Subrayaó que, en la celebración de la Eucaristía, “donde la comunión alcanza su máxima plenitud, la presencia del Papa se siente con fuerza, aunque esté en una cama de hospital. Lo sentimos presente en medio de nosotros y esto nos obliga a hacer aún más fuerte e intensa nuestra oración para que el Señor le asista en su momento de prueba y enfermedad”.

En la solemne ceremonia fueron ordenados diáconos permanentes 23 hombres que proceden de diversas naciones: dos de Brasil , seis de Colombia, uno de Francia, tres de Italia , tres de México, dos de Polonia, tres de España  y tres de Estados Unidos.

Además participaron unos 4.000 diáconos permanentes que llegaron a Roma para formar parte de este gran evento enmarcado en el Jubileo de la Esperanza. Italia contó con la mayor delegación, seguida de Estados Unidos con 1.300 diáconos, Francia con 656, España con 350, Brasil con 230, Alemania con 160 y México con 150.

También llegaron numerosos grupos de Polonia, Colombia, Reino Unido, Canadá, así como representantes de países como Camerún, Nigeria, India, Indonesia y Australia. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha la homilía del Santo Padre traducida al español, cuyo texto completo es el siguiente: 

JUBILEO DE LOS DIÁCONOS

SANTA MISA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

LEÍDA POR S.E. MONS. RINO FISICHELLA

Basílica de San Pedro,

VII Domingo del Tiempo Ordinario, 23 de febrero de 2025

El mensaje de las lecturas que hemos escuchado se podría resumir con una palabra: gratuidad. Un término ciertamente apreciado por ustedes diáconos, aquí reunidos para la celebración del Jubileo. Reflexionemos entonces sobre esta dimensión fundamental de la vida cristiana y del ministerio de ustedes, en particular desde tres aspectos: el perdón, el servicio desinteresado y la comunión.

En primer lugar, el perdón. El anuncio del perdón es una tarea esencial del diácono. De hecho, este es un elemento indispensable para cada camino eclesial y es una condición para toda convivencia humana. Jesús nos habla sobre esta exigencia y sobre su alcance cuando dice: «Amen a sus enemigos» (Lc 6,27). Y es precisamente así: para crecer juntos, compartiendo luces y sombras, éxitos y fracasos los unos de los otros, es necesario saber perdonar y pedir perdón, restableciendo relaciones y no excluyendo de nuestro amor ni siquiera a quien nos golpea y traiciona. Un mundo en donde para los adversarios hay sólo odio es un mundo sin esperanza, sin futuro, destinado a ser desgarrado por las guerras, divisiones y venganzas sin fin, como desafortunadamente vemos también hoy, en tantos ámbitos y en varias partes del mundo. Perdonar, entonces, quiere decir preparar para el futuro una casa hospitalaria, segura, en nosotros y en nuestras comunidades. El diácono, investido en primera persona de un ministerio que lo lleva hacia las periferias del mundo, se compromete a ver —y a enseñar a los otros a ver— en todos, también en quien se equivoca y produce sufrimiento, una hermana y un hermano heridos en el alma, y por eso necesitados más que nadie de reconciliación, de guía y de ayuda.

De esta apertura del corazón nos habla la primera lectura, presentándonos el amor leal y generoso de David hacia Saúl, su rey, pero a la vez su perseguidor (Cf. 1 S 26,2.7-9.12-13.22-23). Nos habla también sobre esto, en un contexto diverso, la muerte ejemplar del diácono Esteban, que cae bajo los golpes de las piedras perdonando a quienes lo lapidan (Cf. Hch 7,60). Pero sobretodo la vemos en Jesús, modelo de toda diaconía, que, sobre la cruz, “anonadándose” hasta dar la vida por nosotros (Cf. Fil 2,7), reza por quienes lo crucifican y abre para el buen ladrón las puertas del paraíso (Cf. Lc 23,34.43).

Y llegamos al segundo punto: el servicio desinteresado. El Señor, en el Evangelio, lo describe con una frase tan simple como clara: «Hagan el bien y presten sin esperar nada en cambio» (Lc 6,35). Pocas palabras que llevan consigo el buen perfume de la amistad. Ante todo, la de Dios por nosotros, pero luego también la nuestra. Para el diácono, dicho comportamiento no es un aspecto accesorio de su actuar, sino una dimensión esencial de su ser. En efecto, se consagra para ser, en el ministerio, “escultor” y “pintor” del rostro misericordioso del Padre, testigo del misterio del Dios-Trinidad.

En muchos pasajes del Evangelio Jesús habla sobre sí en este sentido. Lo hace con Felipe, en el cenáculo, poco después de haberle lavado los pies a los Doce, diciéndoles: «El que me ha visto, ha visto al Padre» (Jn 14,9); así como cuando instituye la Eucaristía y afirma: «Yo estoy entre ustedes como el que sirve» (Lc 22,27). Pero ya desde antes, de camino hacia Jerusalén, cuando sus discípulos discutían entre ellos sobre quién era el más grande, les había explicado que «El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc 10,45).

Hermanos diáconos, el trabajo gratuito que realizan, como expresión de su consagración a la caridad de Cristo, es entonces, para ustedes, el primer anuncio de la Palabra, fuente de confianza y de alegría para quienes se encuentran con ustedes. Acompáñenlo siempre con una sonrisa, sin quejas y sin buscar reconocimientos, sosteniéndose mutuamente, también en sus relaciones con los Obispos y los presbíteros, “como expresión de una Iglesia comprometida a crecer en el servicio para el Reino con la valorización de todos los grados del ministerio ordenando” (cf. C.E.I., I Diaconi permanenti nella Chiesa in Italia. Orientamenti e norme, 1993, 55). Su actuar concorde y generoso, de esta manera, será un puente que una el altar a la calle, la Eucaristía a la vida cotidiana de la gente; la caridad será su liturgia más hermosa y la liturgia su servicio más humilde.

Y llegamos al último punto: la gratuidad come fuente de comunión. Dar sin pedir nada a cambio une, crea vínculos, porque expresa y alimenta un estar juntos que no tiene más finalidad que el don de sí y el bien de las personas. San Lorenzo, su santo patrón, cuando sus acusadores le pidieron que entregara los tesoros de la Iglesia, les mostró a los pobres y les dijo: “¡Este es nuestro tesoro!”. Es así como se construye la comunión. Diciéndole al hermano y a la hermana, con las palabras, pero sobre todo con las obras, personalmente y como comunidad: “para nosotros tú eres importante”, “te amamos”, “queremos que participes en nuestro camino y en nuestra vida”. Esto hacen ustedes: esposos, padres y abuelos decididos, en el servicio, a abrir sus familias a quien pasa necesidad, allí donde viven.

Así su misión, que los escoge de entre la sociedad para volver a colocarlos en medio de ella y hacer que sea cada vez más un lugar hospitalario y abierto a todos, es una de las expresiones más bellas de la Iglesia sinodal y “en salida”.

Dentro de poco algunos de ustedes, al recibir el sacramento del Orden, “descenderán” los grados del ministerio. Deliberadamente digo y subrayo que “descenderán”, y no que “subirán”, porque con la ordenación no se sube, sino que se desciende, nos hacemos pequeños, nos abajamos y nos despojamos de nosotros mismos. En palabras de san Pablo, nos despojamos, en el servicio, del “hombre terrenal”, y nos revestimos, en la caridad, del “hombre celestial” (cf. 1 Co 15,45-49).

Meditemos todos sobre lo que se realizará en breve, mientras nos acogemos a la Virgen María, la esclava del Señor, y a san Lorenzo, el patrón de ustedes. Que ellos nos ayuden a vivir todo nuestro ministerio con corazón humilde y lleno de amor, y a ser, en la gratuidad, apóstoles de perdón, siervos desinteresados de los hermanos y constructores de comunión.

Francisco

Fotos: Vatican Media, 23-2-2025