Camino Católico

Mi foto
Queremos que conozcas el Amor de Dios y para ello te proponemos enseñanzas, testimonios, videos, oraciones y todo lo necesario para vivir tu vida poniendo en el centro a Jesucristo.

Elige tu idioma

Síguenos en el canal de Camino Católico en WhatsApp para no perderte nada pinchando en la imagen:

domingo, 3 de noviembre de 2024

Homilía del Evangelio del Domingo: «El amor al prójimo es un aspecto esencial del amor a Dios que acoge y promueve su proyecto creador» / Por P. José María Prats

 

* «Amar a Dios y participar de su vida supone también acoger y participar de su designio para la creación. Y este designio es que, unidos a Cristo, formemos un solo cuerpo por el amor. Como imágenes de Dios que somos, la relación entre las personas humanas debe ser también imagen de la relación de mutua donación entre las personas divinas. El cristianismo es la religión del amor. Sólo él afirma que «Dios es amor» (1 Jn 4,8) y que, por tanto, en el origen, el fundamento y el destino de todo se encuentra el amor. Es imposible vivir con una ley y una esperanza más luminosas»

Domingo XXXI del tiempo ordinario - B:

Deuteronomio 6, 2-6 / Salmo 17 / Hebreos 7, 23-28 / Marcos 12, 28b-34

P. José María Prats / Camino Católico.-  En el evangelio Jesús nos recuerda el doble mandamiento del amor: «amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser ... y a tu prójimo como a ti mismo».

Todos percibimos la santidad y belleza de este mandamiento pero tal vez no hayamos profundizado en su razón y su alcance. El mandamiento del amor tiene su raíz y fundamento en la misma naturaleza del ser: Dios, origen, destino y sentido del ser «es amor» (1 Jn 4,8) porque es comunión de tres personas –Padre, Hijo y Espíritu Santo– que viven en la mutua donación de sí mismas. Y del libre desbordamiento de este amor procede la creación: Dios nos ha creado para invitarnos a participar de su plenitud de vida. Por ello nuestro ser está “diseñado” para vivir en el amor, es decir, en la donación de sí mismo, pues sólo así puede integrarse en la vida de Dios, que es amor.

En concreto, para poder amar, Dios nos ha hecho libres, pues el amor es, necesariamente, una decisión libre de entregarse a una persona. Y esta libertad comporta la capacidad de rechazar la invitación de Dios a responder a su amor e integrarse en su plenitud de vida, rechazo que supone bloquear el dinamismo esencial de nuestro ser y frustrar su realización, impidiéndole alcanzar el fin para el que fue creado: es lo que la doctrina cristiana llama “el infierno”, el malogro de la propia existencia.

El amor, como dice Jesús, debe dirigirse en primer lugar a Dios porque ésta es nuestra relación esencial. Su iniciativa creadora y redentora a través de la cual Él se da a nosotros exige una respuesta proporcionada según nuestras posibilidades. La ausencia de esta respuesta es profundamente  injusta y bloquea el dinamismo esencial del ser. Lo decimos en el prefacio de la misa: “En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias, Padre santo, siempre y en todo lugar, por Jesucristo, tu Hijo amado”. La oración, la acción de gracias, el culto, la ofrenda de nosotros mismos es una respuesta justa, necesaria e ineludible al que nos ha creado por amor, nos sostiene en el ser y nos ha redimido por el sacrificio de Cristo. Sin esta respuesta se trunca la relación vivificante con Dios y no puede haber salvación.

Pero amar a Dios y participar de su vida supone también acoger y participar de su designio para la creación. Y este designio es que, unidos a Cristo, formemos un solo cuerpo por el amor. Como imágenes de Dios que somos, la relación entre las personas humanas debe ser también imagen de la relación de mutua donación entre las personas divinas. El amor al prójimo, por tanto, no es otra cosa que un aspecto esencial del amor a Dios que acoge y promueve su proyecto creador.

El cristianismo es la religión del amor. Sólo él afirma que «Dios es amor» (1 Jn 4,8) y que, por tanto, en el origen, el fundamento y el destino de todo se encuentra el amor. Es imposible vivir con una ley y una esperanza más luminosas.

P. José María Prats

Evangelio

En aquel tiempo, se acercó a Jesús uno de los escribas y le preguntó: 

«¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». 

Jesús le contestó: 

«El primero es: ‘Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas’. El segundo es: ‘Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. No existe otro mandamiento mayor que éstos».

Le dijo el escriba: 

«Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios». 

Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: 

«No estás lejos del Reino de Dios». 

Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas.

Marcos 12, 28b-34

Oraciones a San Martín de Porres ante necesidades apremiantes

Camino Católico.-  Cada 3 de noviembre, la Iglesia Católica celebra a San Martín de Porres, fraile dominico del siglo XVI, “el santo de la escoba”, llamado así por su oficio de portero y barrendero del convento en el que vivió.

Martín dio testimonio de humildad y sencillez en una época en la que el origen o el color de piel definían cómo se trataba a una persona. Son precisamente las virtudes mencionadas las que dejaron en evidencia en qué reside la libertad y la grandeza de un ser humano.

“Yo te curo y Dios te sana”, solía decir fray Martín, cada vez que atendía a algún enfermo. Martín fue un “mulato” -antigua denominación para los nacidos de padre blanco y madre negra, o viceversa-, admitido en calidad de “donado” por la Orden de Predicadores (dominicos), a causa de su condición de hijo ilegítimo. Se santificó, entre otras cosas, realizando los servicios más humildes, y también cuidando a enfermos y menesterosos.

San Martín de Porres -o de Porras- fue nombrado pertinentemente por el Papa San Juan XXIII como “Santo Patrono de la Justicia Social” y “Patrón Universal de la Paz” tras los peores momentos del siglo XX, en tiempos marcados por las consecuencias de las guerras y la violencia.

San Martín nació en Lima (Virreinato del Perú) en 1579. Su nombre completo fue Juan Martín de Porres Velázquez, hijo de un noble español de origen burgalés, don Juan de Porras, y una mujer de raza negra liberta, doña Ana Velázquez, natural de Panamá.

Desde niño, Martín dio muestras de tener un corazón solidario y sensible frente al sufrimiento de la gente. Solía manifestar su preocupación por quienes estaban enfermos o vivían en pobreza. Aprendió el oficio de barbero y algunos rudimentos de medicina, cercanos a lo que haría hoy un ‘herborista’. A los quince años pidió ser admitido en la Orden de Santo Domingo de Guzmán, a la que ingresó como hermano terciario, ya que era hijo ilegítimo y no tenía mayor educación.

Ya en el convento, trabajó como enfermero. Empezó a hacerse conocido por su amabilidad en el trato, sin hacer diferencias entre pobres y ricos, ni entre blancos, negros o indios. Atendía a quien se presentase en la enfermería con el mismo cuidado y esmero. Martín se ganó así el cariño de todos, y aunque inicialmente hubo reservas contra él entre los frailes, dado su origen “ilegítimo”, en 1603, hizo su profesión religiosa.


Con la ayuda de Dios, el santo hizo numerosos milagros, especialmente curaciones de males y enfermedades. Martín jamás se atribuyó portento alguno, por el contrario, recordaba constantemente que él solo era un siervo, y que quien devolvía la salud era Dios -de ahí su hermoso lema, “yo te curo y Dios te sana”-.

Enfermos desahuciados se reponían al solo contacto con sus manos o incluso con su sola presencia. Otros milagros también acontecieron por intercesión de Martín: hubo quienes lo vieron entrar y salir del convento, o de otros recintos, cuando se sabía que el fraile estaba en su celda, o cuando las puertas estaban trancadas. Otros aseguraban haberlo visto en dos lugares distintos a la misma vez (bilocación). Martín atendía a enfermos y menesterosos a tiempo y destiempo, y Dios le concedió el poder de hacer milagros y prodigios.

Martín había querido ser misionero, y todo indica que Dios le dio el don de la bilocación. Existen abundantes testimonios de que apareció en lugares inhóspitos -hablaba de las misiones en China o Japón como quien estuvo de veras allí-. Lo sorprendente fue que misioneros de aquellos lugares atestiguaron haberlo visto curar enfermos y acompañarlos en momentos difíciles, dándoles ánimo y rezando con ellos.

San Martín de Porres fue amigo muy cercano de otro santo dominico, nacido en España, pero afincado en la capital del virreinato del Perú, San Juan Macías. También se sabe que conoció y colaboró con Santa Rosa de Lima.

La situación de abandono moral en la que se encontraba mucha gente en Lima hizo que Martín se preocupara por ellos. Con la ayuda de algunos personajes acaudalados, entre los que estaba el virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, Martín reunía dinero con el que asistía a personas sin techo, enfermos y limosneros. Mientras tanto, en el convento dominico de la ciudad, cumplía con sus horas de servicio en la portería y haciendo los turnos de limpieza. Se dice que le bastaban tres horas de sueño por las tardes, porque por la noche se mantenía en vela, en oración frente al Señor.

Los moribundos, de cualquier clase social (o “casta” término empleado en la época), pedían que venga el santo hermano Martín a acompañarlos a bien morir, a lo que él nunca se rehusó. La ciudad entera entonces se encontró en determinado momento rendida a la humildad, el carisma y la caridad que irradiaba San Martín.

Incluso, el virrey Fernández, al enterarse de que su buen amigo Fray Martín estaba muy enfermo y parecía morir, quiso visitarlo en su lecho de muerte y besar su mano, pidiéndole que lo cuide desde el cielo.

San Martín de Porres partió a la Casa del Padre el 3 de noviembre de 1639, en compañía orante de sus hermanos dominicos. El santo entregó el alma a Dios después de besar el crucifijo.

San Martín de Porres ha sido generalmente representado con una escoba en mano, símbolo de su humilde servicio. La tradición, por otro lado, hace referencia no solo a su sencillez sino a la paz que irradiaba con su presencia.

Martín unió a los dominicos, unió a la ciudad de Lima, acercó culturas milenarias, vinculó razas -como se suele decir en Perú: “Hizo comer de un solo plato a perro, pericote (i.e. ratón) y gato”-. Por ello, San Juan XXIII exclamó: “¡Ojalá que el ejemplo de Martín enseñe a muchos lo feliz y maravilloso que es seguir los pasos y obedecer los mandatos divinos de Cristo!” (Homilía de la misa de canonización de San Martín de Porres, 1962).

En estos momentos marcados por sangrientos conflictos internacionales, te pedimos, San Martín de Porres que intercedas por la paz entre los hombres.

Invoquemos la intercesión de San Martín de Porres ante una necesidad apremiante con las siguientes oraciones:

Oración 

En esta necesidad y pena que me agobia acudo a ti, mi protector San Martín de Porres.

Quiero sentir tu poderosa intercesión. Tú, que viviste sólo para Dios y para tus hermanos, que tan solícito fuiste en socorrer a los necesitados, escucha a quienes admiramos tus virtudes.

Confío en tu poderoso valimiento para que, intercediendo ante el Dios de bondad, me sean perdonados mis pecados y me vea libre de males y desgracias.

Alcánzame tu espíritu de caridad y servicio para que amorosamente te sirva entregado a mis hermanos y a hacer el bien.

Padre celestial, por los méritos de tu fiel siervo San Martín, ayúdame en mis problemas y no permitas que quede confundida mi esperanza.

Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor.

Amén.

Oraciones en vídeo 



La humildad es una de las virtudes por las que el Señor se derrite, un regalo de Dios para el mundo, que san Martín de Porres vivió / Por P. Carlos García Malo

 


Reflexionemos con Deuteronomio 6, primera lectura de la misa de hoy domingo: Acata lo que Dios te dice y gózate en Él, desbordarás de alegría / Por P. Carlos García Malo

 


Padre José Vicente Sandino: «Dios me sanó por intercesión de monseñor Ismael Perdomo Borrero, quien me salvó la vida cuando había sido desahuciado»


El padre José Vicente Sandino, a la izquierda, junto a una imagen del Venerable Siervo de Dios arzobispo Ismael Perdomo Borrero, que está en proceso de beatificación

* «Hay que creer que Dios tiene poder para actuar a través de los santos y para interceder por nosotros en nuestras precariedades. La fe mueve montañas y rompe la incredulidad del ser humano, creyentes o no, porque para Dios no hay nada imposible»

Camino Católico.- El padre José Vicente Sandino cuenta que volvió a la vida gracias a la oración permanente, la fe en Dios y a las reliquias del arzobispo Ismael Perdomo Borrero, cuya causa de beatificación se tramita en Roma. 

El drama comenzó en L'Aquila, Italia, en abril de 2009, a donde el Papa Benedicto XVI lo envió con otros sacerdotes para ayudar a los damnificados del terremoto que dejó más de 300 muertos, mil 500 heridos y cerca de 50 mil damnificados.

Había llegado semanas atrás desde Colombia para un retiro espiritual, pero debido al desastre que afectó a la región de Abruzo, el Pontífice decidió que algunos sacerdotes debían ayudar en las tareas de rehabilitación.

“Fue allí, recuerda Sandino, debido a la situación sanitaria que se vivía por esa tragedia de gran magnitud, donde adquirí una bacteria a través de los alimentos”.

En Bogotá, aparecieron los primeros síntomas que obligaron a su hospitalización. Su situación se complicó al perder el conocimiento y presentar inflamación en el cuerpo y varios órganos vitales, sobre todo en el sistema digestivo. Los médicos confirmaron que tenía una sepsis, enfermedad ocasionada por bacterias u otros organismos a las que el cuerpo reacciona de manera grave y con inflamación.

Le aplicaron costosos medicamentos y le practicaron procedimientos complejos pero no mejoró y fue desahuciado. Incluso, sacerdotes de la Arquidiócesis de Bogotá, familiares y seminaristas realizaron jornadas de oración y Eucaristías para pedir por su salud y empezaron a preparar su sepelio.

El padre José Vicente Sandino quien recibió la gracia milagrosa de su curación / Foto: Cortesía del padre José Vicente Sandino

 “El presunto milagro”

Horas después de que el cardenal arzobispo de Bogotá, Pedro Rubiano Sáez, le administrara el sacramento de la unción de los enfermos y le frotara parte del cuerpo con tres reliquias de monseñor Ismael Perdomo Borrero pidiendo su intercesión ante Dios, el paciente empezó a mostrar una extraordinaria mejoría que los médicos no pudieron explicar. Se trataba del solideo (bonete de seda) y un par de medias (calcetines) que pertenecieron a quien fuera arzobispo de Bogotá entre 1928 y 1950 y que la Iglesia colombiana conserva celosamente junto con otros efectos personales.

En las siguientes semanas el padre José Vicente siguió una extraordinaria recuperación en casa, donde además de volver a aprender a hablar, comer y caminar, vio cómo la herida de la cirugía practicada a lo largo del tórax había cicatrizado de manera natural.

Sobre su sanación, Sandino afirma en entrevista con Aleteia que este “presunto milagro” —como lo cataloga la Iglesia por ahora— se debe a la intercesión del venerable Ismael. “Por eso, hay que creer que Dios tiene poder para actuar a través de los santos y para interceder por nosotros en nuestras precariedades”.



Venerable Siervo de Dios Ismael Perdomo Borrero

 ¿Quién era monseñor Perdomo?

Ismael Perdomo Borrero ha sido el obispo más joven en la historia de Colombia. Después de estudiar en Roma y Parías, empezó su carrera sacerdotal en el Huila, su tierra natal.

En 1903 fue nombrado obispo del Tolima donde adelantó una formidable tarea pastoral y social. Veinte años después, el Papa Pio XI lo designó obispo coadjutor de Bogotá y en 1928 asumió como arzobispo de la capital colombiana, cargo que ocupó hasta 1950 cuando murió. Fue testigo y protagonista de una convulsionada época política en la que la Iglesia tuvo un controvertido papel.

Durante su gestión en Bogotá creó más de 50 parroquias, promovió la fundación de barrios para familias desplazadas por la violencia, creó bancos para obreros, impulsó la construcción de viviendas para trabajadores y estableció colegios para niños y jóvenes pobres. Sus biógrafos aseguran que monseñor Perdomo hizo efectiva la Acción Social de la Iglesia.

Causa de beatificación abierta

La causa de su beatificación comenzó en 1962 y cuatro años después fue declarado siervo de Dios por el Papa san Pablo VI. Transcurridas cuatro décadas, el Papa Francisco reconoció en grado heroico sus virtudes y dispuso que se le llamara “venerable siervo de Dios”.

Venerable Siervo de Dios Ismael Perdomo Borrero

Quince años después de la enfermedad, el padre Sandino continúa al frente del Seminario Redemptoris Mater, oficia la Eucaristía a diario y promueve la devoción a monseñor Perdomo. Está seguro de que “la fe mueve montañas y rompe la incredulidad del ser humano, creyentes o no, porque para Dios no hay nada imposible", y agrega: "Yo lo he experimentado en mi propia vida”.

Su testimonio hace parte de la documentación radicada ante el Dicasterio para las Causas de los Santos, en Roma, y con el cual la Iglesia colombiana está convencida que servirá para que monseñor Ismael Perdomo Borrero sea declarado beato.

Las gracias recibidas por su intercesión pueden reportarse al correo siervodediosismael@arquibogota.org.co

sábado, 2 de noviembre de 2024

Santa Misa, presidida por el Papa Francisco, de hoy, sábado, conmemoración de los fieles difuntos, 2-11-2024

2 de noviembre de 2024.- (Camino Católico)  El Papa Francisco ha celebrado la Santa Misa del 2 de noviembre para la conmemoración de los difuntos en el Cementerio Laurentino, en la zona de Castel di Decima. Antes de la celebración, se ha detenido en el «Jardín de los Ángeles», zona dedicada a la sepultura de los niños que no han visto la luz, donde ha rezado ante las lápidas rodeadas de juegos y estatuillas y ha saludado a un padre que perdió a su hija. No ha predicado homilía en la misa, sino que en silencio se ha meditado y orado. En el vídeo de Vatican News se visualiza y escucha toda la celebración.

A su llegada al «Jardín de los Ángeles», el Pontífice – en silla de ruedas – recorrió toda el camino de tierra mirando una a una las lápidas. Se detuvo en el medio y permaneció unos minutos a solas en oración y silencio. 


El momento de recogimiento se vio interrumpido por el breve intercambio con Stefano, que estuvo esperando al Papa al lado del jardín todo el tiempo. Se arrodilló cuando llegó y le estrechó la mano, le contó brevemente su historia y señaló la tumba de su hijo. Francisco asintió con la cabeza y le estrechó el brazo, luego recogió la carta que el hombre le entregó. Inmediatamente después, el Papa se dirigió a la zona de enfrente, también dedicada a la sepultura de los niños que murieron demasiado pronto.



Fotos: Vatican Media, 2-11-2024

Misterios Gozosos del Santo Rosario desde el Santuario de Lourdes, 2-11-2024

2 de noviembre de 2024.- (Camino Católico).- Rezo de los Misterios Gozosos del Santo Rosario, correspondientes a hoy sábado, desde la Gruta de Massabielle, en el Santuario de Lourdes, en el que se intercede por el mundo entero.

Homilía del P. José Aurelio Martín y lecturas de la Misa de hoy, sábado, conmemoración de los fieles difuntos, 2-11-2024

2 de noviembre de 2024.- (Camino Católico) Homilía del P. José Aurelio Martín Jiménez y lecturas de la Santa Misa de hoy, sábado de la 30ª semana de Tiempo Ordinario, conmemoración de los fieles difuntos, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.

Santa Misa de hoy, sábado, conmemoración de los fieles difuntos, 2-11-2024

2 de noviembre de 2024.- (Camino Católico) Celebración de la Santa Misa de hoy, sábado de la 30ª semana de Tiempo Ordinario, conmemoración de los fieles difuntos, presidida por el P. José Aurelio Martín Jiménez, emitida por 13 TV desde la Basílica de la Concepción de Madrid.

Palabra de Vida 2/11/2024: «Conmemoración de todos los fieles difuntoS» / Por P. Jesús Higueras

Camino Católico.- Espacio «Palabra de Vida» de 13 TV del 2 de noviembre de 2024, sábado de la 30ª semana de Tiempo Ordinario, conmemoración de todos los fieles difuntos, presentado por el padre Jesús Higueras en el que comenta el evangelio del día.

Evangelio: San Juan 14, 1-6:

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no; os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino».

Tomás le dice:

«Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?».

Jesús le responde:

«Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí».

Homilía de la conmemoración de todos los fieles difuntos: No «reencarnación», sino «resurrección» profesa la fe cristiana / Por Cardenal Raniero Cantalamessa, ofmcap

 

 * «La doctrina de la reencarnación es incompatible con la fe cristiana, que en su lugar profesa la resurrección de la muerte. «Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (Hb 9,27). La forma en que se propone entre nosotros, en Occidente, la reencarnación es fruto, entre otras cosas, de un gigantesco equívoco. En su origen la reencarnación no significa un suplemento de vida, sino de sufrimiento; no es motivo de consuelo, sino de terror. Con ella se viene a decir al hombre: «¡Ten cuidado, que si haces el mal, tendrás que renacer para expiarlo!». Es como decir a un encarcelado, al final de su detención, que su pena se ha prolongado y todo debe empezar de nuevo. El cristianismo tiene algo bien distinto que ofrecer sobre el problema de la muerte. Anuncia que «uno ha muerto por todos», que la muerte ha sido vencida; ya no es un abismo que engulle todo, sino un puente que lleva a la otra vida, la de la eternidad. Y, con todo, reflexionar sobre la muerte hace bien también a los creyentes. Ayuda sobre todo a vivir mejor. ¿Estás angustiado por problemas, dificultades, conflictos? Ve hacia delante, contempla estas cosas como te parecerán en el momento de la muerte y verás cómo se redimensionan. No se cae en la resignación ni en la inactividad; al contrario, se hacen más cosas y se hacen mejor, porque se está más sereno y más desprendido. Contando nuestros días, dice un salmo, se llega «a la sabiduría del corazón» (Sal 89, 12)»

Conmemoración de todos los fieles difuntos:

Sabiduría 3, 1-9  /  Salmo 22  / Romanos 5, 5-11 /  Lucas 23, 33.39-43

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap. / Camino Católico.-  La conmemoración de los fieles difuntos es la ocasión para una reflexión existencial sobre la muerte.

En la Escritura leemos esta solemne declaración: «No fue Dios quien hizo la muerte ni se recrea en la destrucción de los vivientes... Dios creó al hombre para la inmortalidad; le hizo imagen de su misma naturaleza; mas por envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sabiduría 1, 13-15; 2, 23-24). Comprendemos de ahí por qué la muerte suscita en nosotros tanta repulsión. El motivo es que ésta no nos es «natural»; así como la experimentamos en el presente orden de las cosas, hay algo ajeno a nuestra naturaleza, fruto de la «envidia del diablo». Por eso luchamos contra ella con todas nuestras fuerzas. Este insuprimible rechazo nuestro hacia la muerte es la mejor prueba de que no hemos sido hechos para ella y de que no puede tener la última palabra. Precisamente sobre esto nos aseguran las palabras de la primera lectura de la Misa: «Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno» (Sabiduría 3, 1).

El temor a la muerte es conflicto en lo más profundo de todo ser humano. Hay quien ha querido reconducir toda actividad humana al instinto sexual y explicar todo con él, también el arte y la religión. Pero más poderoso que el instinto sexual es el del rechazo a la muerte, del que la propia sexualidad no es sino una manifestación. Si se pudiera oír el grito silencioso que brota de la humanidad entera, se oiría un bramido tremendo: «¡No quiero morir!».

¿Por qué, entonces, invitar a los hombres a pensar en la muerte, si ya está tan presente? Es sencillo. Porque nosotros, los hombres, hemos elegido suprimir el pensamiento de la muerte. Fingir que no existe, o que existe sólo para los demás, no para nosotros. Hacemos proyectos, corremos, nos exasperamos por nada, como si en cierto momento no tuviéramos que dejar todo y partir.

Pero el pensamiento de la muerte no se deja arrinconar o suprimir con estas pequeñas tretas. Así que no queda más que reprimirlo o huir de su gravedad con paliativos. Los hombres nunca han dejado de buscar remedios a la muerte. Uno de estos se llama la prole: sobrevivir en los hijos. Otro es la fama. En nuestros días se va difundiendo un pseudo-remedio: la doctrina de la reencarnación.

La doctrina de la reencarnación es incompatible con la fe cristiana, que en su lugar profesa la resurrección de la muerte. «Está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio» (Hb 9,27). La forma en que se propone entre nosotros, en Occidente, la reencarnación es fruto, entre otras cosas, de un gigantesco equívoco. En su origen la reencarnación no significa un suplemento de vida, sino de sufrimiento; no es motivo de consuelo, sino de terror. Con ella se viene a decir al hombre: «¡Ten cuidado, que si haces el mal, tendrás que renacer para expiarlo!». Es como decir a un encarcelado, al final de su detención, que su pena se ha prolongado y todo debe empezar de nuevo.

El cristianismo tiene algo bien distinto que ofrecer sobre el problema de la muerte. Anuncia que «uno ha muerto por todos», que la muerte ha sido vencida; ya no es un abismo que engulle todo, sino un puente que lleva a la otra vida, la de la eternidad.

Y, con todo, reflexionar sobre la muerte hace bien también a los creyentes. Ayuda sobre todo a vivir mejor. ¿Estás angustiado por problemas, dificultades, conflictos? Ve hacia delante, contempla estas cosas como te parecerán en el momento de la muerte y verás cómo se redimensionan. No se cae en la resignación ni en la inactividad; al contrario, se hacen más cosas y se hacen mejor, porque se está más sereno y más desprendido. Contando nuestros días, dice un salmo, se llega «a la sabiduría del corazón» (Sal 89, 12).

Cardenal Raniero Cantalamessa, OFM Cap.

Evangelio

Cuando los soldados llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda.

Uno de los malhechores colgados le insultaba: 

«¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!».

Pero el otro le respondió diciendo:

 «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho». 

Y decía:

«Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino».

Jesús le dijo: 

«Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso».

Lucas 23, 33.39-43